lunes, 13 de febrero de 2012

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Oración y "silencio de Dios"

Velázquez, Cristo crucificado (h. 1632)
Museo del Prado


Con frecuencia nos planteamos si Dios escucha realmente nuestra oración. O quizá lo dudamos sobre todo ante el sufrimiento: ¿cómo Dios puede permitirlo sin intervenir? El misterio del “silencio de Dios” se ilumina especialmente con la oración de Jesús ante su muerte. También esta oración nos enseña mucho sobre cómo debe ser nuestra propia oración.


 La oración de Jesús sobre la Cruz
 
      Los evangelios de san Marcos y san Mateo recogen esa oración de Jesús poco antes de morir en la Cruz. Muestran sus palabras, en mezcla de hebreo y arameo, pronunciadas con desgarrado vigor: Eloì, Eloì, lemà sabactàni?, “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” (Mc 15, 34; cf. Mt 27, 46). Así, señala Benedicto XVI en su Audiencia general del 8-II-2012, podemos captar de algún modo el sonido de esa oración, junto con la actitud de quienes estaban presentes, que no la comprendieron (o no quisieron comprenderla). 

 
      En las tres primeras horas de Jesús sobre la Cruz se burlaron de él y le insultaron, tanto los que pasaban por allí, como los jefes de los sacerdotes y los escribas, como alguno de los que estaban con él crucificados. Las tres horas siguientes están dominadas por la oscuridad, que manifiesta la participación del cosmos en la muerte de Jesús.



La cercanía del Padre

      Dice el Papa que, ante los insultos que recibe y las tinieblas que se ciernen sobre él cuando se enfrenta a la muerte, “Jesús (…) con el grito de su oración muestra que, junto al peso del sufrimiento y de la muerte donde parece haber abandono, la ausencia de Dios, él tiene la plena certeza de la cercanía del Padre, que aprueba este acto de amor supremo, de donación total de sí mismo, aunque no se escuche, como en otros momentos, la voz de lo alto. (…) Pero la mirada de amor del Padre permanece fija sobre el don del amor del Hijo”. 

 
      Y se pregunta: ¿acaso en esa oración de Jesús no se manifiesta la duda sobre su misión, sobre la presencia del Padre, la conciencia de haber sido abandonado? Y responde que las palabras que Jesús dirige al Padre son el comienzo del Salmo 22, donde el salmista manifiesta también la conciencia cierta de la presencia de Dios en medio de su pueblo: “Dios mío, te invoco de día y no escuchas; de noche, y no encuentro descanso. Pero tú eres el Santo, sentado entre las alabanzas de Israel” (vv. 3-4). 



Dios siempre escucha

      Como en las catequesis anteriores, a partir de la oración de Jesús, Benedicto XVI extrae consecuencias para nuestra oración: “Ante las situaciones más difíciles y dolorosas, cuando parece que Dios no escucha, no debemos temer confiarle a él el peso que llevamos en nuestro corazón, no debemos tener miedo de gritarle nuestro sufrimiento; debemos estar convencidos de que Dios está cerca, aunque en apariencia calle”.

 
      Aún se plantea el Papa otra pregunta: “¿Cómo es posible que un Dios tan poderoso no intervenga para evitar esta prueba terrible a su Hijo?” Y contesta que la oración de Jesús no es el grito de un desesperado o abandonado, sino que, al rezar el salmo 22, manifiesta estar tomando sobre sí el dolor de Israel y el de todos los hombres que sufren por la separación de Dios a causa del pecado; a la vez que lleva todo esto ante el corazón de Dios mismo, con la certeza de que “su grito será escuchado en la Resurrección” que comporta la salvación de todos. “Su sufrimiento es un sufrimiento en comunión con nosotros y por nosotros, que deriva del amor y ya lleva en sí mismo la redención, la victoria del amor”.



En unión personal con Jesús, la oración siempre es por todos

      Así cabría decir que, en continuidad con sus anteriores catequesis sobre la oración de Jesús, Benedicto XVI sugiere que lo personal de la oración se abre necesariamente, desde Jesús y con Jesús, a la solidaridad con todos. La oración de Jesús tiene fruto no sólo para las necesidades y los sufrimientos de cada uno de nosotros “en singular,” sino para su Cuerpo místico, al que están llamadas todas las personas de todos los tiempos.

 
      Subraya el Papa que Jesús llevó los sufrimientos de cada uno: “También nosotros nos encontramos siempre y nuevamente ante el ‘hoy’ del sufrimiento, del silencio de Dios —lo expresamos muchas veces en nuestra oración—, pero nos encontramos también ante el ‘hoy’ de la Resurrección, de la respuesta de Dios que tomó sobre sí nuestros sufrimientos, para cargarlos juntamente con nosotros y darnos la firme esperanza de que serán vencidos” (cf. enc. Spe salvi, nn. 35-40). Por eso, concluye, “en la oración llevamos a Dios nuestras cruces de cada día, con la certeza de que él está presente y nos escucha”. 

 
      Y añade algo muy importante, que también debemos hacer a imitación de Jesús y en unión con Él: “El grito de Jesús nos recuerda que en la oración debemos superar las barreras de nuestro ‘yo’ y de nuestros problemas y abrirnos a las necesidades y a los sufrimientos de los demás”.





(publicado en www.analisisdigital.com, 13-II-2012)

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