domingo, 24 de junio de 2012

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Misa, adoración, vida

Rafael, Disputa del Sacramento (h. 1509), Museos Vaticanos

Rafael pintó en 1509 una de sus obras maestras, que se conoce como “la disputa del sacramento”, y que se podría llamar mejor la exaltación o la contemplación y el diálogo sobre la realidad asombrosa de la Eucaristía. En la parte superior se representa la Iglesia en el cielo: bajo el Padre, Cristo resucitado, flanqueado por la Virgen y San Juan Bautista, y rodeado por los ángeles y los santos. En la parte inferior, la Iglesia peregrina en la historia, en torno a la Eucaristía, que por la acción del Espíritu Santo, enlaza la tierra con el cielo.

     En la basílica de San Juan de Letrán, la tarde del Corpus, 7 de junio, Benedicto XVI celebraba la misa, antes de la procesión. En la homilía aclara dos aspectos de la Eucaristía: el culto eucarístico y su carácter sagrado.


Valor de la adoración a la Eucaristía

     En primer lugar se centra en el valor de la adoración al Santísimo Sacramento. Señala que después del Concilio Vaticano II, por una interpretación unilateral, algunos restringían el culto eucarístico a la misa. Ciertamente, dice el Papa, la misa es lo primero, el centro. Pero esto no quita la importancia de la adoración al Señor sacramentado, realmente presente también a partir de la misa y fuera de la misa (como por ejemplo la oración ante el sagrario, la adoración al Sacramento en las bendiciones o procesiones, etc.).

     “De hecho, si se concentra toda la relación con Jesús Eucaristía en el único momento de la Santa Misa, hay el riesgo de vaciar su presencia el resto del tiempo y del espacio existencial”.


Eucaristía y vida cotidiana

     “Y así –continúa– se percibe menos el sentido de la presencia constante de Jesús en medio de nosotros y con nosotros, una presencia concreta, cercana, entre nuestras casas, como ‘Corazón latente’ de la ciudad, del pueblo, del territorio con sus variadas expresiones y actividades. El Sacramento de la Caridad de Cristo debe impregnar toda la vida cotidiana”.

     Por eso, señala Benedicto XVI, es un error contraponer la celebración y la adoración como si fueran opuestos. Al contrario, “el culto del Santísimo Sacramento constituye como el ‘ambiente’ espiritual dentro del cual la comunidad puede celebrar bien y verdaderamente la Eucaristía”. De ahí que “solamente si es precedida, acompañada y seguida de esta actitud interior de fe y de adoración, la acción litúrgica puede expresar su pleno significado y valor”.

    Con otras palabras: “El encuentro con Jesús en la Santa Misa se realiza verdadera y plenamente cuando la comunidad reconoce que Él, en el Sacramento, habita su casa, nos espera, nos invita a su mesa, y después, cuando se disuelve la asamblea, permanece con nosotros, con su presencia discreta y silenciosa, y nos acompaña con su intercesión, continúa recogiendo nuestros sacrificios espirituales para ofrecerlos al Padre”.


Comunión eucarística y oración

     El Papa refuerza sus argumentos aludiendo a la experiencia de la adoración a la Eucaristía en la basílica de San Pedro y en las Jornadas Mundiales de la Juventud, como la última de Madrid-2011. Señala que la comunión eucarística se prepara, prolonga y enriquece por medio de la contemplación. Por tanto comunión y contemplación no se pueden separar, van juntas.

     Y explica: “Para unirme verdaderamente con otra persona debo conocerla, saber estar en silencio cercano a ella, escucharla, mirarla con amor. El verdadero amor y la verdadera amistad viven siempre de esta reciprocidad de miradas, de silencios intensos, elocuentes, llenos de respeto y veneración, y así el encuentro se vive profundamente, de modo personal y no superficial”.

     Así, la comunión eucarística debe prepararse con el coloquio de la oración y de la vida, de modo que podamos decir al Señor palabras confiadas como las del salmo: “Yo soy tu siervo, hijo de tu esclava: rompiste mis cadenas. Te ofreceré un sacrificio de alabanza e invocaré el nombre del Señor” (Sal 115, 16-17).


Cristo cumple y supera los ritos antiguos, pero no anula lo sagrado

     En segundo lugar, se refiere Benedicto XVI a otra equivocada interpretación del cristianismo en relación con el culto, debida a “cierta mentalidad secularística de los años sesenta y setenta del siglo pasado”. Es verdad que, para los cristianos el centro del culto ya no se sitúa en los ritos y en los sacrificios antiguos, sino en Cristo mismo, en su persona, en su vida, en su misterio pascual”. “Sin embargo –advierte– de esta novedad fundamental no se debe concluir que lo sagrado ya no existe, sino que ha encontrado su cumplimiento de Jesucristo, amor divino encarnado”. De hecho la carta a los Hebreos explica la novedad del sacerdocio de Cristo, pero no dice que su sacerdocio se haya acabado (cf. Hb 9, 11 ss.).

     En estos términos lo explica el Papa: “Él no ha abolido lo sagrado, sino que lo ha llevado a su cumplimiento, inaugurando un nuevo culto, que es plenamente espiritual, pero que, mientras estamos de camino en el tiempo, se sirve todavía de signos y ritos (…). Gracias a Cristo, lo sagrado es más verdadero, más intenso, y como sucede con los mandamientos, ¡incluso más exigente! No basta el cumplimiento de los ritos, sino que se requiere la purificación del corazón y el compromiso de la vida”.


Sentido del culto: llevar la misa, por medio de la adoración, a la vida

Además hace notar que los signos sagrados tienen una función educativa. Si se suprimiera, por ejemplo, la procesión del Corpus, la conciencia y la formación de los cristianos se empobrecerían. Lo mismo sucedería si unos padres, invocando una fe desacralizada, apartaran a sus hijos de los ritos religiosos. Abrirían el campo a tantos sucedáneos de la sociedad consumista, a otros ritos y a otros signos, que fácilmente podrían convertirse en ídolos.

     En definitiva, con la Eucaristía los cristianos celebramos cada día lo verdaderamente sagrado, que es la salvación que Cristo nos ha ganado por su pasión y resurrección. “Celebramos el misterio eucarístico y lo adoramos como centro de nuestra vida y corazón del mundo”.

     Todo ello tiene una gran importancia para la existencia ordinaria de los cristianos. En ella se enlazan la misa, la adoración y la vida. Lo que celebramos en la misa se prolonga en la oración ante el sagrario y ante Jesús sacramentado. Y esa contemplación va vivificando todos nuestros trabajos, tareas familiares y actividades sociales, culturales, etc. Luego, volvemos una y otra vez a tomar impulso y vida de la Eucaristía, en un círculo que nos transforma interiormente, nos abre el corazón a Dios y a los demás, especialmente los más débiles y necesitados, y así transforma el mundo. El culto eucarístico es el centro de la vida cristiana. La convierte en signo e instrumento vivo de la caridad de Cristo: en ofrenda a Dios Padre, por su Hijo en el amor del Espíritu Santo, y en servicio salvador a todas las personas.


(publicado en www.cope.es, 13-VI-2012)

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