jueves, 4 de octubre de 2012

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La liturgia, escuela de oración y de vida



      Hacemos oración para relacionarnos con Dios. Benedicto XVI ha subrayado que, propiamente, “sólo en Cristo” y con la ayuda del Espíritu Santo “el hombre está capacitado para unirse a Dios” (Audiencia general, 26-IX-12).

    Se pregunta el Papa: “¿Cómo puedo dejarme formar por el Espíritu Santo y por lo tanto volverme capaz de entrar en la atmósfera de Dios, de orar con Dios? ¿Cuál es esta escuela en la cual Él me enseña a orar, viene y me ayuda en mi esfuerzo por dirigirme de la manera correcta a Dios?”  

     Y su respuesta abarca la relación entre la fe (respuesta a la Palabra de Dios), los sacramentos y el servicio cristiano al mundo (la caridad), incluyendo la oración, la Iglesia y la evangelización.


La liturgia enseña a hacer oración


      La principal escuela de oración –comienza explicando–, además de la Escritura, es la liturgia: otro espacio precioso, otra fuente preciosa para crecer en la oración, “un lugar privilegiado en el que Dios nos habla a cada uno de nosotros, aquí y ahora, y espera nuestra respuesta”.

      ¿Y qué es la liturgia? Según el Catecismo de la Iglesia católica, “liturgia” es palabra griega que significa "servicio de parte de y en favor del pueblo" (n. 1069). En el sentido cristiano, se trata de un servicio que realizamos en favor de todos los cristianos. En palabras de Benedicto XVI, un servicio a este “nuevo Pueblo de Dios nacido de Cristo, que abrió sus brazos en la cruz para unir a los hombres en la paz del único Dios”. Además, añade el Papa, tomándolo del Catecismo, la palabra liturgia “en la tradición cristiana quiere significar que el Pueblo de Dios toma parte en 'la obra de Dios'" (n. 1069).

       Al llegar a este punto se detiene, evocando que el primer documento aprobado en el Concilio Vaticano II fue la constitución “Sacrosanctum concilium” que trata precisamente de la liturgia. Y esto no fue simplemente una casualidad, sino que de este modo quedó clara la primacía de Dios, su prioridad absoluta, por encima de todo lo que nosotros podemos tratar y elaborar.


Participar en la obra salvífica de Dios

     Pero, se pregunta, “¿cuál es esta obra de Dios a la que estamos llamados a participar?”. El Concilio da una doble respuesta, según Benedicto XVI. Primero, “que la obra de Dios son sus acciones históricas que nos traen la salvación, que culminan en la muerte y resurrección de Jesucristo”; además, que la liturgia es también “la obra de Cristo”. En suma, lo que salva al mundo y al hombre es Jesús de Nazaret, con su muerte y resurrección (el Misterio Pascual). Y esa acción de Cristo se hace presente para nosotros en la liturgia, sobre todo en los sacramentos de la Eucaristía (la misa) y en la Reconciliación (la confesión de los pecados).

     A continuación se trata de cómo podemos nosotros obtener más fruto de este hacerse presente la salvación obrada por Cristo en la liturgia, conjunto de acciones y palabras.

     El requisito fundamental es que la celebración de los sacramentos –sobre todo la misa– sea oración. Hay que tener en cuenta que la liturgia no es una oración cualquiera, sino un modelo de oración. Solemos pensar que la oración consiste en que le digamos a Dios, sin más, lo que se nos ocurre, lo que pensamos. Y eso está muy bien. Pero siguiendo a San Bernardo, observa el Papa que la liturgia nos enseña a hacerlo al revés: primero está la Palabra (en la Escritura) o las palabras que la Iglesia reza, y luego nuestro pensamiento debe modelarse según esas palabras de Dios o de la Iglesia.


Primero está la Escritura y la liturgia; luego, nuestra oración


      Así que Dios nos da su palabra en la Escritura y en la liturgia. Y nosotros, según Benedicto XVI, “tenemos que entrar en el interior de las palabras, en su significado, acogerlas en nosotros, ponernos en sintonía con estas palabras; de este modo llegamos a ser hijos de Dios, similares a Dios”. Así lo dice también el Concilio Vaticano II, subrayando la necesidad de que nuestra vida se haga concorde con lo que rezamos. Así también, explica el Papa, en la medida en que nosotros “entramos” en las palabras de esa oración que debe ser la liturgia, nos vamos configurando con su espíritu o su sentido, y “nos volvemos capaces de hablar con Dios”.

     Y pone un ejemplo. Durante la misa, antes de la plegaria eucarística, el celebrante nos invita a “elevar los corazones” por encima de la maraña de nuestras preocupaciones y deseos. Esto tiene la finalidad de que nuestro corazón, lo más íntimo de nosotros mismos, se abra más dócilmente a la Palabra de Dios y se una a la oración de la Iglesia, para recibir la orientación fundamental que requiere nuestra vida.

     Ampliando este ejemplo al conjunto de la liturgia, señala el Papa: “cuando vivimos la liturgia con esta actitud de fondo, nuestro corazón está como sustraído a la fuerza de gravedad, que lo atrae hacia abajo, mientras se eleva interiormente hacia arriba, hacia la verdad y hacia el amor, hacia Dios”. Y evoca al Catecismo cuando dice que el envío de Cristo y del Espíritu Santo, para actualizar en la liturgia nuestra salvación, “se continúa en el corazón que ora”, haciendo del corazón como “un altar” (cf. CEC, n. 2655).

     En resumen, durante las celebraciones litúrgicas debemos estar en actitud de oración ¿Cómo lograrlo? No se trata –cabría decir– de rezar oraciones que nada tienen que ver con lo que está aconteciendo en la celebración; sino de que hagamos nuestras las palabras que Dios nos da, en los salmos o en las oraciones mismas de la liturgia, que es acción de Dios y del hombre. Para ello nos podemos servir del misal de los fieles, si nos ayuda a “meternos” en la liturgia.

     Definitivamente, la liturgia es escuela de oración y de vida, porque primero nos enseña que nuestra oración sea concorde con la Palabra de Dios, y así podemos verdaderamente “hablar con Dios”. En segundo lugar nos enseña que nuestra vida sea coherente con nuestra oración. De este modo nuestra vida será también auténtica vida cristiana, que concuerda con lo que rezamos y vuelve siempre a tomar su fuerza de la oración (modelada por la Escritura y la liturgia).

     Así nuestra vida podrá ser un resplandor de la Palabra de Dios para otros (podremos “hablar de Dios” con lo que hacemos y decimos), y la salvación podrá hacerse presente también para ellos. Y así la vida entera, con las menudas realidades que la componen cada día, podrá ser una prolongación de la misa y de sus frutos en cada uno y los que nos rodean.



(publicado en www.religionconfidencial.com, 2-X-2012)

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