martes, 9 de junio de 2020

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Gratuidad, sentido, belleza

Según informa Wikipedia, Scholas occurrentes es una fundación canónica privada, actualmente relacionada con la Pontificia Academia para las Ciencias.

Tiene su origen en la época en que Francisco era arzobispo de Buenos Aires, cuando impulsó asociaciones que unían escuelas, deportes y solidaridad.

Su convicción era que las figuras queridas popularmente tienen particular influencia educativa, con su ejemplo, sobre millones de niños, y que el deporte y el arte popular son formidables herramientas para formar valores.

Solo con decir esto se ve el gran interés que tiene esta iniciativa en un mundo como el nuestro, por una parte tan individualista y, por otra parte, tan influenciable desde los medios de comunicación y las redes sociales, sobre todo en sus miembros más frágiles.

Efectivamente, el deporte y el arte popular son capaces de transmitir la belleza que hoy requiere la educación, en el formato especialmente adecuado para los niños y los jóvenes.

Desde hace siete años, Scholas viene promoviendo campañas de concienciación sobre valores, programas de ciudadanía, apoyo a proyectos educativos en circunstancias de vulnerabilidad, conexión internacional de colegios y escuelas de más de cuarenta países.

Francisco ha dirigido un Mensaje con ocasión del encuentro virtual promovido por “Scholas occurrentes” el pasado 5 de junio (Ver video en castellano).

Ahí evoca el Papa el ambiente de crisis y de violencia en que nacieron esas iniciativas en su tierra. A pesar de las dificultades, fueron capaces de generar una educación que ayudara a encontrar el sentido de la vida junto con la captación de la belleza, y un profundo valor de universalidad entre los jóvenes.

En ese camino, señala tres imágenes que guiaron aquellos años de encuentro y reflexión: el loco de La Strada de Fellini, la llamada de Mateo de Caravaggio y "El Idiota" de Dostoiwevskij. Cada una de esas imágenes era portadora de un valor: el sentido, la llamada y la belleza.


Sentido, llamada, belleza que salva

En primer lugar, el sentido de la vida. En efecto, en la película La Strada (F. Fellini, 1954) un loco músico y funambulista (interpretado por Richard Basehart) le dice a la desconsolada Gelsomina:

“Todo en este mundo sirve para algo. Incluso esta piedrecita (...) ¿Para qué sirve, quién lo sabe? El Padre eterno lo sabe todo. Cuándo naces, cuándo mueres... ¿Y quién puede saberlo? No, yo no sé para qué sirve esta piedrecita, pero debe servir para algo; porque si no sirviera para algo, todo sería inútil, también las estrellas. Al menos así lo pienso. Incluso tú sirves para algo, con esa cabeza tuya de alcachofa”.

Segundo valor, la llamada (que es gratuita). En el cuadro de la vocación de san Mateo, Caravaggio pinta con fuerza a Jesús que llama sin mérito previo alguno por parte del publicano, para sacarle de la sombra a la luz, desde el claroscuro de su vida a una aventura fascinante, la de un apóstol y un evangelista, como en cierto sentido lo es la vida cristiana.

Sabemos que el Papa Bergoglio se inspiró en esa escena para su lema episcopal, que se podria traducir: “Lo miró con misericordia y lo eligió” (miserando atque eligendo). La llamada de Dios es siempre misericordiosa. Y esto es decisivo a la hora de educar en relación con el sentido de la vida y especialmente en la educación de la fe.

En tercer lugar, el valor de la belleza: valor antropológico y ético, educativo y trascendente. “La belleza salvará el mundo” es frase célebre de la novela "El idiota", de Dostoievski, en parte autobiográfica.

En esa obra también aparece la pregunta “¿Qué clase de belleza salvará al mundo?”. La respuesta se ilumina al pensar en la belleza de una vida dispuesta a arriesgarse y entregarse por el bien de otros. El trasfondo indudable, como el mismo autor explicó, es la figura de Cristo, de quien la Sagrada Escritura dice, por un lado, que es el más hermoso de los hombres y, por otro lado, que se dejó desfigurar su rostro para revelarnos otra clase de belleza.


Las crisis y la responsabilidad

Volviendo al mensaje de Francisco, dice que son tres historias de crisis, donde se pone en juego la responsabilidad humana. Y observa que crisis significa originalmente “ruptura”, “tajo”, “apertura”, “peligro”, y también “oportunidad”. Las crisis son duras, pero la humanidad no podría subsistir sin ellas. Enfermaría de perfeccionismo y rutina.

Por otra parte –apunta–, así como la crisis nos fortalece por llamarnos a la apertura, el peligro sucede cuando no nos han enseñado a relacionarnos con aquella apertura. “Por eso –añade– las crisis si no son bien acompañadas son peligrosas, porque uno se puede desorientar”. De ahí el consejo de los sabios, incluso para las pequeñas crisis personales, matrimoniales o sociales: Nunca te adentres solo en la crisis, ve acompañado.

Y esto es así porque en las crisis nos podemos dejar llevar por el miedo y el individualismo, cerrándonos a la llamada del sentido y de la belleza.

Toda una enseñanza  en nuestras circunstancias: en efecto, la crisis producida por la pandemia, las anteriores y las posteriores.

Scholas, sigue testimoniando Francisco, nació de una crisis pero no reaccionó con violencia, ni con mera resignación ni llantos. Se asomó abriéndose al corazón de los jóvenes en las fisuras del mundo, para avizorar una respuesta que viniera de esa apertura.


Escuchar, crear cultura, celebrar

Y eso, afirma el Papa, es educar. Educar no es simplemente saber cosas. “Educar es escuchar, crear cultura, celebrar.

“Habitando poéticamente esta tierra” ­–cita Francisco a Hölderlin, que anhelaba la vida divina–, desde Argentina, ha crecido Scholas: “Armonizando el lenguaje del pensamiento con los sentimientos y las acciones. Es lo que ustedes me escucharon varias veces: lenguaje de la cabeza, del corazón y de las manos, sincronizados. Cabeza, corazón y manos creciendo armónicamente”.

En nuestras circunstancias, “donde la cultura demostró haber perdido su vitalidad” (una alusión a la pandemia producida por el Covid-19), celebra Francisco que Scholas promueva buscar el sentido de las cosas. Eso también es educar.

Así es: no importan las cosas, sino el sentido de las cosas, decía Antoine de Saint-Exupéry.

Un sentido –continúa el Papa– que se promueve con el encuentro entre niños y jóvenes con adultos y ancianos. Más concretamente: “Reuniendo el sueño de los niños y los jóvenes con la experiencia de los adultos y los viejos. Ese encuentro tiene que darse siempre, si no no hay humanidad, porque no hay raíces, no hay historia, no hay promesa, no hay crecimiento, no hay sueños, no hay profecía”.

En esa educación sueña Francisco, quizá como niño que fue e interiormente sigue siendo, y como anciano experto en humanidad, como lo es sin duda.

Lo que el sucesor de Pedro desea educar es la Vida, que escribe con mayúscula. Y por eso no quiere dejar a nadie fuera, sea cual sea su realidad y creencia. Lo que le importa es atraer a esa Vida que está en el origen y sigue latiendo en nuestros dolores y alegrías, deseos y nostalgias, representados por esas tres palabras: llamada (o gratuidad), sentido y belleza:

“Nunca se olviden de estas últimas tres palabras, gratuidad, sentido y belleza. ¡Pueden parecer inútiles!, sobre todo hoy en día. ¿Quién se pone a hacer una empresa buscando gratuidad, sentido y belleza? No produce, no produce. Y sin embargo, de esta cosa que parece inútil depende la humanidad entera, el futuro”.

“Sigan adelante –les anima y en ellos a todos los que nos dedicamos a la fascinante tarea de la educación– sembrando y cosechando, con la sonrisa, con el riesgo, pero todos juntos y siempre de la mano para superar cualquier crisis”.


1 comentario:

  1. Muy inspiradoras estas palabras para trabajar en la formación. Gracias

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