tag:blogger.com,1999:blog-20269432697716026692024-03-19T12:24:52.698+01:00Iglesia y Nueva EvangelizaciónRamiro Pelliterohttp://www.blogger.com/profile/18413305317072914336noreply@blogger.comBlogger596125tag:blogger.com,1999:blog-2026943269771602669.post-45869888701854559762024-03-17T12:25:00.005+01:002024-03-19T12:24:18.638+01:00Once años con Francisco<div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><span style="text-align: left;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjeV1fMea8SJJI3IGFqTxtgK4sftaGJf0j82aYJkDWUxehyOcS8KD4SiCRAgG3S7DJBP1aZp_Yb_oL2f4_P219JlJ_YQAKKN-EZz2TpVHNh4jP6Y24PXIiXl1TP1b9ehiO3hBnJi1vZWCCdKLmuzYXe6xJsqn4_WkWJLOoLg4u6Oxg_VF0aEHsXAAngGBHf/s750/Once%20an%CC%83os%20con%20Francisco-VNews.png" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em; text-align: center;"><img border="0" data-original-height="422" data-original-width="750" height="180" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjeV1fMea8SJJI3IGFqTxtgK4sftaGJf0j82aYJkDWUxehyOcS8KD4SiCRAgG3S7DJBP1aZp_Yb_oL2f4_P219JlJ_YQAKKN-EZz2TpVHNh4jP6Y24PXIiXl1TP1b9ehiO3hBnJi1vZWCCdKLmuzYXe6xJsqn4_WkWJLOoLg4u6Oxg_VF0aEHsXAAngGBHf/s320/Once%20an%CC%83os%20con%20Francisco-VNews.png" width="320" /></a></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="text-align: left;"><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="color: #990000;"><span style="text-align: left;">"</span><b style="text-align: left;">Los papas reciben una asistencia especial del Espíritu Santo para llevar a cabo su tarea”</b></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="color: #990000;"><b style="text-align: left;"><br /></b></span></div><div><br />Entrevista (Miriam Lafuente) con el sacerdote Ramiro Pellitero, teólogo y escritor, publicada en "El Faro de Melilla", 16-III-2024) (*)<br /><br /><b> -Cada Papa trae consigo sus carismas. ¿Cuál sería el carisma más destacado en la figura de Papa Francisco?</b><br /><br />-El Papa Francisco es ante todo un pastor. Le gusta estar con la gente, echa de menos visitar las parroquias, subir a los medios públicos de transporte, conversar con las familias, los jóvenes y los niños, visitar a los enfermos, compartir su tiempo con los pobres y los encarcelados. De ahí brota el mensaje más importante de su pontificado: la primacía de la misericordia sin descuidar la verdad de la doctrina.<br /><br /><b>-El Papa hace viajes a lugares con minoría católica. ¿Por qué cree usted que lo hace?</b><br /><br />-Supongo que lo hace porque se sabe Padre común de los católicos y se siente llamado a acompañar a los más débiles y pequeños. También con una misión de testimonio del amor que Dios Padre ha manifestado en Jesucristo. Un amor que debe manifestarse ante el mundo con hechos, con gestos, a veces pequeños pero claros, en todo lo que hace la Iglesia, con el impulso del Espíritu Santo.<br /><b><br />-Nada más ser nombrado, el Papa creó un comité G-9, un grupo de cardenales que iban a asesorar en la reforma de la Curia. Me pregunto cuál es el balance de esta anunciada reforma. ¿Qué está cambiando?</b><br /><br />-En medio de la complejidad de nuestro mundo, los cambios que se han producido, tanto en la organización de la Iglesia (por ejemplo, en la reforma de la Curia o el desarrollo de la sinodalidad) como en cuestiones pastorales (la profundización en los fundamentos de la vida cristiana, la formación de los sacerdotes o la enseñanza de la Doctrina social, etc.) tienen como denominador común la renovación en la continuidad. Su origen puede verse, de un modo un tanto simbólico sin dejar de ser real, en las líneas que el cardenal Bergoglio propuso en el pre-cónclave de 2013: la alegría de evangelizar, frente a la autorreferencialidad; la salida hacia las periferias existenciales, frente a un excesivo centralismo; la conversión pastoral o misionera (con acento en la misericordia), frente al riesgo de la mundanidad espiritual.<br /><b><br />-¿Por qué este Papa desconcierta con sus declaraciones a algunos fieles y, por el contrario, es amado por personas que se declaran ateas, agnósticas o no practicantes? Es una paradoja aparentemente...</b><br /><br />-Quizá a veces desconcierta a quienes están acostumbrados a acentos más tradicionales en cuestiones de fe y de vida cristiana. Acentos que con frecuencia respondían, desde siglos anteriores, a contextos distintos de los actuales. En el Papa destaca su creatividad, tanto en el lenguaje como en sus iniciativas. Plantea cuestiones complejas de forma diferente. Ciertamente, para captar bien sus mensajes conviene conocer el trasfondo histórico y cultural del Papa Bergoglio. Nada de esto es fácil y él mismo ha manifestado que prefiere rectificar, si es necesario, antes que dejarse llevar por falsas seguridades.<br /><br />A la vez, sus planteamientos atraen a muchos, de dentro y de fuera, porque tienen la fuerza del mensaje del Evangelio, que a nadie deja indiferente. Invitan a todos a preguntarse: ¿Qué hemos de hacer para mejorar? ¿Cómo alcanzar una vida más plenamente humana? ¿Cómo ser cristianos más coherentes?<br /><br /><b>-Vemos por la televisión las imágenes de un Papa mayor, con problemas de salud y que casi no puede caminar. A menudo en silla de ruedas. Se huele en el aire fin de pontificado. ¿Cómo está el Papa de salud?</b><br /><br />-Lógicamente, sin conocer los datos, solo cabe decir impresiones. Podemos acordar en que, para su edad y teniendo en cuenta las enfermedades que ha pasado, está bastante bien. Desde luego, nadie a esa edad desarrolla tal actividad ni se propone semejantes desafíos. Se diría que los Papas, especialmente en su última etapa, reciben una asistencia especial del Espíritu Santo para llevar a cabo su tarea.<br /><br /><b>-De las encíclicas escritas, ¿cuál cree que ha sido la de más impacto?</b><br /><br />-Encíclicas propiamente solo tiene tres. La primera fue escrita “a cuatro manos”, preparada por Benedicto XVI y terminada y firmada por Francisco, sobre la Luz de la fe (<i>Lumen fidei,</i> 2013). Es breve y a la vez teológicamente profunda, y quizá no se le ha prestado la atención que merece. La segunda, sobre el cuidado de la casa común (<i>Laudato si’,</i> 2015), amplía la doctrina social con la ecología integral, mediante un desarrollo de raíz teológica y un formato antropológico. La tercera, sobre la fraternidad y la amistad social (<i>Fratelli tutti,</i> 2020), es también una encíclica importante en el plano de la doctrina social en el actual momento de nuestra cultura, que es en gran medida individualista, como ya puso de relieve el gran san Juan Pablo II.<br /><br />De igual o más impacto que las encíclicas ha sido su documento programático: la exhortación apostólica sobre el anuncio del Evangelio en el mundo actual (<i>Evangelii gaudium,</i> 2013). Ahí se recoge en síntesis el proyecto del Papa Bergoglio, que luego se ha ido desplegando, en diálogo con los acontecimientos, algunos de los cuales, como la pandemia del Covid-19, eran totalmente impredecibles.<br /><br />El Papa desarrolla siete cuestiones como claves que entonces le parecieron centrales: “La reforma de la Iglesia en salida misionera; las tentaciones de los agentes pastorales; la Iglesia entendida como la totalidad del Pueblo de Dios que evangeliza; la homilía y su preparación; la inclusión social de los pobres; la paz y el diálogo social; y las motivaciones espirituales para la tarea misionera" (n. 17). De fondo está el gran tema de su pontificado, como vengo diciendo: la compasión o la misericordia, entendida en profundidad y también con sentido práctico.<br /><b><br />-¿Se ha entendido mal en la sociedad lo de la bendición a parejas del mismo sexo?</b><br /><br />-Me parece que, entre otros factores que cuentan para las dificultades en la recepción del documento, está el contexto de la diversidad cultural y a la vez de la globalización tecnológica en la que nos encontramos.<br /><br />Además de la profundización en la teología de la bendición y de su sensibilidad ante las personas homoafectivas, destacaría en el documento la defensa de la doctrina de la Iglesia sobre el matrimonio y algunas condiciones para estas bendiciones: la buena intención de quienes las piden, el necesario discernimiento de los pastores, algunas indicaciones para que no se confundan con la asistencia a un matrimonio ni se utilicen formas rituales que pudieran dar esa impresión.<br /><br />En estas bendiciones, señala la declaración <i>Fiducia supplicans</i>, se puede “pedir para ellos la paz, la salud, un espíritu de paciencia, diálogo y ayuda mutuos, pero también la luz y la fuerza de Dios para poder cumplir plenamente su voluntad" (n. 38). Se trata, pues, de oraciones de intercesión que también se consideran, con propiedad, bendiciones. Por tanto, lo que se bendice en esas personas es, al menos (puesto que las circunstancias pueden ser muy diferentes), la confianza en Dios y los esfuerzos por hacer el bien y ayudar a otros, aunque sean pobres esfuerzos y pequeñas ayudas a nivel humano.<br /><br />La Iglesia es familia. Y en una familia la madre abraza a todos de modo incondicional, aunque a veces no esté de acuerdo con su conducta. Pero no les cierra la puerta. Todos pueden saber que esa puerta está siempre abierta, en defensa de la dignidad de la persona y de la vida de cualquier ser humano, especialmente de los más frágiles y necesitados, en lo material o en lo espiritual. En una familia se evitan las exclusiones y los muros. Y se procura acompañar a cada uno con realismo, valorando los pequeños pasos que pueda emprender.<br /><br /><b>-Benedicto XVI y Francisco: ¿qué tienen como personas en común y de diferente?</b><br /><br />Tienen mucho en común: el ser hijos de su tiempo, los dos llamados a un alto ministerio de unidad y testimonio de la fe, hombres de Iglesia con una fuerte autoexigencia personal, que los lleva a sentir su deber de dar cuentas, ante todo a Dios, de la tarea confiada y de las decisiones tomadas.<br /><br />Ese cuadro se completa con diferencias, matices y tonalidades propias del carácter, <i>humus</i> cultural, formación y experiencia, punto de vista de cada uno, manteniendo los mismos horizontes en lo fundamental.</div><div><br /></div><div>---------</div><div>(*) <a data-saferedirecturl="https://www.google.com/url?q=https://elfarodemelilla.es/los-papas-reciben-una-asistencia-especial-del-espiritu-santo-para-llevar-a-cabo-su-tarea/&source=gmail&ust=1710761500063000&usg=AOvVaw3RfWK2O8ub8hAa7Mtz6Tx0" href="https://elfarodemelilla.es/los-papas-reciben-una-asistencia-especial-del-espiritu-santo-para-llevar-a-cabo-su-tarea/" style="background-color: white; color: #1155cc; font-family: Arial, Helvetica, sans-serif; font-size: small; font-variant-ligatures: normal; orphans: 2; widows: 2;" target="_blank">https://elfarodemelilla.es/<wbr></wbr>los-papas-reciben-una-<wbr></wbr>asistencia-especial-del-<wbr></wbr>espiritu-santo-para-llevar-a-<wbr></wbr>cabo-su-tarea/</a></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><br /></div><br />Ramiro Pelliterohttp://www.blogger.com/profile/18413305317072914336noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2026943269771602669.post-9603497973148545742024-03-09T18:24:00.013+01:002024-03-17T12:29:18.519+01:00Una eclesiología "de misión"<p></p><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjM_eOBK_cMaOyHnJA1AhzfpauXHyPakCbcikprB0gbgaq_h1lBcWCnrPsES4P3jMAW0INFqndhGECv70IioeTQgyYmwAbbATwgjTtFPeqOS8yF74lMOVG9ML0YTRlbmRlHARr0SsIe85F51qsAONDpltI28yKglcvUYYe7vN0G29gPwwbQMgaj2eEGAXxI/s612/Chludov_saint_peter.jpg" style="clear: left; float: left; margin-bottom: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="612" data-original-width="440" height="320" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjM_eOBK_cMaOyHnJA1AhzfpauXHyPakCbcikprB0gbgaq_h1lBcWCnrPsES4P3jMAW0INFqndhGECv70IioeTQgyYmwAbbATwgjTtFPeqOS8yF74lMOVG9ML0YTRlbmRlHARr0SsIe85F51qsAONDpltI28yKglcvUYYe7vN0G29gPwwbQMgaj2eEGAXxI/s320/Chludov_saint_peter.jpg" width="230" /></a></div><span style="font-family: "Times New Roman", serif;">Imagen: "San Pedro y el gallo"<i> (</i>cf. Lc 22, 61) en el </span><span style="font-family: "Times New Roman", serif;"><i>Salterio bizantino Cludov</i> (s. IX). Tomada de https://es.wikipedia.org/wiki/El_estudiante_(relato)</span><p></p><p><br /></p><p><span style="font-family: "Times New Roman", serif;">En los párrafos que siguen (*) </span><span style="font-family: "Times New Roman", serif;">el entonces obispo Angelo Scola (luego sería cardenal de Venecia) propone, en una primera parte, <b>tres rasgos esenciales de la Iglesia</b>, que se traducen en la</span><span style="font-family: "Times New Roman", serif;"> </span><i style="font-family: "Times New Roman", serif;">vocación-misión</i><span style="font-family: "Times New Roman", serif;"> </span><span style="font-family: "Times New Roman", serif;">de sus miembros:</span><span style="font-family: "Times New Roman", serif;"> </span></p><p class="MsoNormal" style="font-family: "Times New Roman", serif; margin: 0cm;"><o:p></o:p></p><p class="MsoNormal" style="font-family: "Times New Roman", serif; margin: 0cm; text-indent: 35.4pt;">a) su <b>carácter <i>dramático</i> </b>(en cuanto implica la acción que envuelve la libertad de Dios y de los hombres);<o:p></o:p></p><p class="MsoNormal" style="font-family: "Times New Roman", serif; margin: 0cm; text-indent: 35.4pt;"> b) su <b>carácter <i>sacramental</i> </b>(la Iglesia ha sido denominada “sacramento radical”, en el sentido de que es el ámbito y punto de encuentro de todos los sacramentos, que los contiene a todos y los vivifica; y todo ello en y desde Cristo, que es el “sacramento primordial” según los Padres, del que depende también la función mediadora de la Iglesia, centrada en los siete sacramentos;<o:p></o:p></p><p class="MsoNormal" style="font-family: "Times New Roman", serif; margin: 0cm; text-indent: 35.4pt;"> c) su <b>carácter <i>eucarístico </i></b>(pues en torno a la Eucaristía se desarrolla el encuentro entre la libertad de Dios y la del hombre y, desde ahí, el despliegue de la vocación y misión del cristiano).<i><o:p></o:p></i></p><p class="MsoNormal" style="font-family: "Times New Roman", serif; margin: 0cm; text-indent: 35.4pt;"><br /></p><p class="MsoNormal" style="font-family: "Times New Roman", serif; margin: 0cm; text-indent: 35.4pt;">En la segunda parte, el autor muestra cómo una “eclesiología de misión” es capaz de manifestar la dimensión antropológica y sacramental del misterio de comunión que es la Iglesia. <o:p></o:p></p><p class="MsoNormal" style="font-family: "Times New Roman", serif; margin: 0cm; text-indent: 35.4pt;"><br /></p><span></span><p class="MsoNormal" style="font-family: "Times New Roman", serif; margin: 0cm; text-indent: 35.4pt;"><b style="text-align: center;"><span face="Arial, sans-serif"><span></span></span></b></p><a name='more'></a><b style="text-align: center;"><span face="Arial, sans-serif"> </span></b><p></p><p align="center" class="MsoNormal" style="font-family: "Times New Roman", serif; margin: 0cm; text-align: center;"><b>* * *<o:p></o:p></b></p><p class="MsoNormal" style="font-family: "Times New Roman", serif; margin: 0cm;"><o:p> </o:p></p><p class="MsoNormal" style="font-family: "Times New Roman", serif; margin: 0cm;">“(…) Esta eclesiología de misión permite realizar las necesarias articulaciones entre la esencial dimensión misionera de la Iglesia y la función específica de su misión <i>ad gentes </i>[la misión "ad extra", dirigida a los no cristianos]<i> </i>así como las oportunas distinciones entre misión, evangelización y nueva evangelización. Además, si se propone equilibradamente, ella muestra la intrínseca necesidad del ecumenismo y del diálogo interreligioso.<o:p></o:p></p><p class="MsoNormal" style="font-family: "Times New Roman", serif; margin: 0cm;"><br /></p><p class="MsoNormal" style="font-family: "Times New Roman", serif; margin: 0cm;"><o:p> </o:p></p><p class="MsoNormal" style="font-family: "Times New Roman", serif; margin: 0cm;"><span style="color: #990000;"><b>El carácter “dramático” de la Iglesia</b></span><i><o:p></o:p></i></p><p class="MsoNormal" style="font-family: "Times New Roman", serif; margin: 0cm;"><o:p> </o:p></p><p class="MsoNormal" style="font-family: "Times New Roman", serif; margin: 0cm;"> Volviendo ahora a los perfiles de nuestra propuesta eclesiológica, se puede decir que su primer rasgo, fundado sobre el Bautismo-Eucaristía, describe su <i>naturaleza dramática. </i>La Iglesia de Cristo vive siempre en esta <b>polaridad:</b> si por una parte ella está constituida por el sacrificio de Cristo, este último, a su vez, debe ser continuamente ratificado por una fe testimonial y por un amor que se dona. La dramaticidad se inserta en el sujeto comunional-Iglesia en el mismo momento en que revela todo su peso en el individuo bautizado. De hecho, su ser hecho ontológicamente cristiforme en virtud de la incorporación bautismal, mantiene todo el carácter dramático de <b>encuentro-choque entre la libertad divina y la humana</b> (cf. <i>Ad gentes</i> 13-14). Decir que una eclesiología de misión es esencialmente dramática significa entonces poner en evidencia y respetar profundamente la <b>libertad de cada uno de sus actores</b>. En realidad, es propiamente el <b>binomio vocación-misión</b> la garantía completa de la grandeza de la libertad de cada miembro de la Iglesia”.<o:p></o:p></p><p class="MsoNormal" style="font-family: "Times New Roman", serif; margin: 0cm;"><o:p> </o:p></p><p class="MsoNormal" style="font-family: "Times New Roman", serif; margin: 0cm;"><o:p> </o:p></p><p class="MsoNormal" style="font-family: "Times New Roman", serif; margin: 0cm;"><span style="color: #990000;"><b>La Iglesia como “sacramento radical”</b></span><i><o:p></o:p></i></p><p class="MsoNormal" style="font-family: "Times New Roman", serif; margin: 0cm;"><b> </b></p><p class="MsoNormal" style="font-family: "Times New Roman", serif; margin: 0cm;">[A partir del drama humano que pone en juego la libertad, los cristianos constituyen la Iglesia en torno a Cristo-cabeza. La Iglesia es llamada en el concilio Vaticano II “<b>sacramento universal de salvación</b>” <i>en Cristo</i>. También se la puede llamar <b>sacramento general</b> (algunos usan también el título de sacramento primordial, básico o fundamental: <i>Grundsakrament</i>) en relación con los “sacramentos particulares”, como si quisiera decirse que la Iglesia es la madre o el hogar de los sacramentos. Para Cristo se reserva la designación de sacramento original u originario (<i>Ur-sakrament</i>). Scola considera a la Iglesia como “sacramento radical”, si bien siempre dependiente de Cristo, aunque cabría pensar que solo Cristo es el sacramento radical y primordial].<o:p></o:p></p><p class="MsoNormal" style="font-family: "Times New Roman", serif; margin: 0cm;"><o:p> </o:p></p><p class="MsoNormal" style="font-family: "Times New Roman", serif; margin: 0cm;"> “Podemos introducir, llegados a este punto, el segundo rasgo que perfila la fisionomía de la Iglesia [su <b>carácter o dimensión sacramental</b>]. Este brota precisamente de su naturaleza dramática, es más, tiende a mostrar su esencial permanencia en la vida de la Iglesia como garantía de la libertad. No pocos teólogos, y entre ellos Karl Rahner y Balthasar, lo han indicado con la fórmula de la Iglesia <i>sacramentum radicale </i>[=<i>sacramento radical</i>]<i> </i>(cf. H. De Lubac<i>, Meditazione sulla Chiesa</i> (Milán 1979, 135). (...). <o:p></o:p></p><p class="MsoNormal" style="font-family: "Times New Roman", serif; margin: 0cm;"><br /></p><p class="MsoNormal" style="font-family: "Times New Roman", serif; margin: 0cm;"><o:p> </o:p></p><p class="MsoNormal" style="font-family: "Times New Roman", serif; margin: 0cm;"><b><span style="color: #990000;">La Eucaristía y la misión</span></b><i><o:p></o:p></i></p><p class="MsoNormal" style="font-family: "Times New Roman", serif; margin: 0cm;"><o:p> </o:p></p><p class="MsoNormal" style="font-family: "Times New Roman", serif; margin: 0cm;"> Justamente esta última consideración nos permite introducir el título del último trazo de la eclesiología que intentamos proponer.<o:p></o:p></p><p class="MsoNormal" style="font-family: "Times New Roman", serif; margin: 0cm;"> Para que el individuo, siempre históricamente situado, encuentre en la naturaleza sacramental de la Iglesia su modo de inclusión en Cristo, es decir, su vocación-misión, es necesario que exista concretamente en la vida de la Iglesia un <i>lugar </i>en el que todos los factores de su libertad, incluida la posibilidad del pecado, sean considerados. Es necesario sustancialmente que el drama de cada individuo miembro de la Iglesia no esté decidido de antemano. Este <i>lugar</i> es precisamente <b>la Eucaristía, en la que el evento de Cristo se dona al acto de libertad del creyente.</b> Una eclesiología de <i>misión</i> es esencialmente eucarístico-sacramental. (…)<o:p></o:p></p><p class="MsoNormal" style="font-family: "Times New Roman", serif; margin: 0cm;"> (…) Una perspectiva misionera adecuada –según la cual el campo en que se desarrolla el Reino tiene los mismos confines que el mundo– puede introducir a la comprensión del misterio de la Iglesia. (...) La <i>Gaudium et spes </i>resulta así particularmente iluminadora. <b>Una eclesiología de </b><i><b>misión</b>, </i>precisamente porque está centrada en el sujeto, debe ser escrita en primera persona y no en tercera. Implica necesariamente el testimonio. (...) <b>Permite realizarse a la libertad de cada miembro de la Iglesia.</b><o:p></o:p></p><p class="MsoNormal" style="font-family: "Times New Roman", serif; margin: 0cm;"> En esta perspectiva de la vocación-misión brilla la concepción cristiana de la vida como vocación, que <b>permite acoger, en la unidad y en la distinción, los diferentes estados de vida cristiana</b>. En este marco todo fiel posee verdaderamente la misma dignidad, en cuanto miembro del pueblo de los redimidos.<o:p></o:p></p><p class="MsoNormal" style="font-family: "Times New Roman", serif; margin: 0cm;"> Una eclesiología de misión es, entonces, una eclesiología dramática (de libertad), que se funda en el <i>sacramentum radicale</i>, mediante el cual el evento de Jesucristo se dona eucarísticamente al acto de libertad del creyente. Se puede decir que <b>tal eclesiología representa, en cierto sentido, la concentración antropológica de la eclesiología de comunión</b>. Ambas, por tanto, se implican mutuamente, integrándose. <o:p></o:p></p><p class="MsoNormal" style="font-family: "Times New Roman", serif; margin: 0cm;"> Nuestra reflexión requiere ahora un paso ulterior. ¿Cómo pasar de la misión de la Iglesia en cuanto tal a la misión del individuo cristiano y, en particular, del fiel laico? (…)”<o:p></o:p></p><p class="MsoNormal" style="font-family: "Times New Roman", serif; margin: 0cm;"><o:p> </o:p></p><p class="MsoNormal" style="font-family: "Times New Roman", serif; margin: 0cm;"><b><span style="color: #990000;">El cristiano, “sacramento” de Cristo</span></b><i><o:p></o:p></i></p><p class="MsoNormal" style="font-family: "Times New Roman", serif; margin: 0cm;"><b> </b></p><p class="MsoNormal" style="font-family: "Times New Roman", serif; margin: 0cm;">[Después de considerar las dimensiones “dramática”, sacramental y eucarísticaa de una eclesiología de la misión, Scola enlaza con <b>la misión del cristiano singular.</b> Precisamente <b>gracias a la Eucaristía,</b> por la que el cristiano crece en la misma libertad de Cristo conjugándola con la propia, el cristiano puede ser “sacramento” de Cristo. Habría que nombrar –no lo hace el autor– la <b>indispensable acción del Espíritu Santo</b>, cuya “misión” el mismo Catecismo de la Iglesia Católica sitúa junto con la de Cristo, como una “misión doble” o “misión conjunta”. Porque sólo así cada cristiano “continúa” la Encarnación del Hijo de Dios y está llamado a ser “sacramento” suyo. De hecho, cristiano significa discípulo y miembro de Cristo, nombre que a su vez significa Mesías, o Ungido por el Padre con el Espíritu Santo].<o:p></o:p></p><p class="MsoNormal" style="font-family: "Times New Roman", serif; margin: 0cm;"><o:p> </o:p></p><p style="font-family: "Times New Roman", serif; margin: 0cm;"> “Un importante parágrafo del Catecismo de la Iglesia Católica que no me canso de reproponer afirma: “<b>Todo en la vida de Jesús es signo de su misterio</b>. A través de sus gestos, sus milagros y sus palabras, se ha revelado que ‘en él reside toda la plenitud de la Divinidad corporalmente’ (Col 2, 9). Su humanidad aparece así <b>como el ‘sacramento’,</b> es decir, el signo y el instrumento de su divinidad y de la salvación que trae consigo: lo que había de visible en su vida terrena conduce al misterio invisible de su filiación divina y de su misión redentora” (<i>Catecismo de la Iglesia Católica</i>, n. 515). (…) La Encarnación –y la lógica que de ella deriva– se revela entonces como el método elegido por la Trinidad para comunicarse. <b>¡La Encarnación es el método de la misión!</b> De las misiones trinitarias, a través de la misión de Jesucristo, se llega a la misión de la Iglesia, que en concreto coincide con la de cada individuo cristiano<b> </b>(cf. LG 17). (…) El cristiano está llamado a ser, en sí mismo y en todos sus actos, dentro de todo ámbito de la existencia humana, <b>sacramento del evento de Jesucristo</b> (cf. S. Pedro Damián, <i>Liber qui apellatur Dominus vobiscum</i>, 5).<o:p></o:p></p><p style="font-family: "Times New Roman", serif; margin: 0cm; text-align: justify;"> (…) El existir del cristiano en Cristo, en cuanto miembro de la comunidad eclesial, lo convierte en <b>evento comunicativo </b>(sacramento) <b>de aquella verdad de la cual forma parte. </b>(…) Es necesario, sin embargo, subrayar que el hombre, abandonado a sí mismo, no sabría reconocer el carácter de evento sacramental de las circunstancias y relaciones. Necesita estar <b>dentro de una comunidad eclesial</b> sensiblemente presente. (…) Fuera del sacramento [del sacramento-Iglesia] no es posible ni siquiera intuir el valor sacramental de circunstancias y relaciones. Por otra parte, sin embargo, hasta que este valor no se convierte en experiencia concreta del creyente, movido en cada acto de su libertad por circunstancias y relaciones, se puede legítimamente dudar de su ensimismamiento con el sacramento [es decir, de su valor en relación con la sacramentalidad de la Iglesia, puesto que ese valor <b>pide ser experimentado de alguna manera por el cristiano,</b> para contribuir plenamente en su vocación y misión]. El método de vida cristiana, es decir, el método de la misión, revela la naturaleza esencialmente pedagógica de la Iglesia: <i>Erunt omnes semper docibiles Dei</i> (Jn 6, 45) [=Y serán todos enseñados por Dios].<o:p></o:p></p><p style="font-family: "Times New Roman", serif; margin: 0cm; text-align: justify;"><br /></p><p style="font-family: "Times New Roman", serif; margin: 0cm; text-align: justify;"><br /></p><p style="font-family: "Times New Roman", serif; margin: 0cm; text-align: justify;"><b><span style="color: #990000;">Un cuento de Chéjov</span></b></p><br />El pasaje final de un relato de Chéjov, <i>El estudiante</i>, me parece reproponer –con la inalcanzable fuerza persuasiva del arte– el corazón de lo que hemos definido aquí como el método de la vida cristiana (misión): <b>un evento se comunica sólo a través de otro evento.<br /></b><br />Es Viernes Santo. El protagonista, un joven estudiante, ha apenas acabado de contar a dos mujeres del pueblo el episodio evangélico que describe <b>el llanto de Pedro</b> cuando, tras la traición, se cruzó con la mirada de Jesús. Al final del relato del joven, una de las dos mujeres se echa a llorar. Escribe Chéjov: ‘el estudiante pensó de nuevo que (...) lo que él acababa de relatar, y que había acaecido <b>diecinueve siglos atrás, </b>tenía una<b> relación con el presente</b>: con las dos mujeres y, probablemente, con aquel pueblecito desierto, con él mismo, con todos los hombres. (...) Y la alegría se agitó de repente en su alma con tanta intensidad que tuvo incluso que detenerse un momento para retomar el aliento. ‘<b>El pasado’, pensaba, ‘está ligado al presente por una cadena ininterrumpida de acontecimientos </b>que brotan uno del otro’. Y le parecía haber unido, poco antes, los dos extremos de aquella cadena (Pedro, que había vivido hacía siglos, y aquella mujer presente en carne y hueso delante de él): apenas había tocado uno de los extremos, el otro había vibrado. Y mientras atravesaba el río en la balsa (...) pensaba que la misma verdad y la misma belleza que guiaban la vida de los hombres en el huerto de los olivos y en el patio de la casa del sumo sacerdote habían <b>continuado sin interrupción</b> hasta aquel día (hasta él), y ciertamente habían constituido siempre la parte esencial de la vida de los hombres y, en general, de la tierra aquí abajo” (A. Cechov , “Lo studente”, en Id., Tutte le Novelle, Milán 1956, 64-68, aquí 67-68)".<p class="MsoBodyText" style="font-family: "Times New Roman", serif; font-size: 10pt; margin: 0cm 2.45pt 0cm 0cm; text-align: left;"><span lang="ES-TRAD" style="font-size: 12pt;"> </span></p><span style="font-family: "Times New Roman", serif; font-size: 12pt;"><div style="text-align: left;"><span style="font-size: 12pt;">[Así es. En la perspectiva cristiana, esa “cadena interrumpida de acontecimientos” había sucedido, y sigue sucediendo, en el seno del </span><b style="font-size: 12pt;">único sujeto histórico “Iglesia”: cuerpo (místico) de Cristo</b><span style="font-size: 12pt;"> que se extiende “desde Abel hasta el último justo”, donde tiene sentido la existencia de toda persona que viene al mundo, como enseña la eclesiología de los Padres. Toda existencia se desarrolla en relación con ese mismo cuerpo, con esa misma verdad, belleza y vida, en inefable combinación con la libertad de cada cristiano].</span></div></span><div><span style="font-family: Times New Roman, serif;"><br /></span></div><div><span style="font-family: Times New Roman, serif;">------<br /></span><span style="font-size: x-small;">(*) Cf. A. Scola, "Una eclesiología ‘de misión’”, Revista Española de Teología 62 (2002) 757-779, los párrafos seleccionados están en las pp. 767-776 (hemos simplificado las notas dejando solo algunas de ellas entre paréntesis).</span></div>Ramiro Pelliterohttp://www.blogger.com/profile/18413305317072914336noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2026943269771602669.post-55609246005943337242024-03-06T22:42:00.006+01:002024-03-09T22:54:21.785+01:00La vid y los sarmientos, la Iglesia y las bodas<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhwoTV-DoyYZnymuDpzdCqV3R9_Cd2rRPmwW3o3wEaWL-BwLUiHHUvtykOSgXNVYFmqePcogUuCqIdgi-LSvJ93DMLKZsNbdr_MQdLeDjcIPPbVyQh1hgLT7iH-I9336Iu9owyQAwKc8Nb-XTWzS3R4cqgvFGFhyphenhyphenqfjmWuhyphenhyphenOtGJxlNWje6fNkCsbi2Z5ms/s2001/Van%20GoghV-El%20vin%CC%83edo%20rojo%20(1888)%20copia.webp" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em; text-align: center;"><img border="0" data-original-height="1560" data-original-width="2001" height="249" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhwoTV-DoyYZnymuDpzdCqV3R9_Cd2rRPmwW3o3wEaWL-BwLUiHHUvtykOSgXNVYFmqePcogUuCqIdgi-LSvJ93DMLKZsNbdr_MQdLeDjcIPPbVyQh1hgLT7iH-I9336Iu9owyQAwKc8Nb-XTWzS3R4cqgvFGFhyphenhyphenqfjmWuhyphenhyphenOtGJxlNWje6fNkCsbi2Z5ms/s320/Van%20GoghV-El%20vin%CC%83edo%20rojo%20(1888)%20copia.webp" width="320" /></a></div><div><br /></div><div style="text-align: center;"><span style="font-size: x-small;">V. Van Gogh, <i>El viñedo rojo</i> (1888), Museo Pushkin, Moscú</span></div><br />En la Biblia<b> la viña es imagen de la esposa</b> (cf. <i>Cantar de los cantares</i>, 2, 15 y 7, 13), y se pide a Dios que la cuide, a pesar de las infidelidades de su pueblo (cf. Sal 80, 9-20). En la predicación de Jesús, son los viñadores los que rechazan al hijo del dueño de la viña (Mc 12, 1-2). En el cristianismo, el rojo se asocia a la sangre de Cristo y su sacrificio en la cruz.<br /><br />Dice Joseph Ratzinger en <i>Jesús de Nazaret </i>que en la tradición judeocristiana "el vino encarna <b>la fiesta</b>. Hace que el hombre experimente <b>la gloria [la belleza, el resplandor, que procede de su origen divino] de la creación</b>. Por eso forma parte de los rituales del sábado, de la Pascua, de las bodas. Y nos hace vislumbrar algo de la fiesta definitiva de Dios con la humanidad" (cf. Is 25, 6). <br /><br />"El don del <b>vino nuevo </b>se encuentra en el centro de la <b>boda de Caná</b> (cf. Jn 2, 1-12), mientras que, en sus discursos de despedida, Jesús nos sale al paso como <b>la verdadera vid</b> (cf. 15, 1-10)" (pp. 298-299).<span><a name='more'></a></span><div><br /><b><span style="color: #990000;"><br />1. El vino nuevo de las bodas de Caná</span></b><br /><br />Para comprender el sentido de ese <b>primer milagro de Jesús</b> (¡el haber proporcionado unos 520 litros de vino en una fiesta privada!), el teólogo Joseph Ratzinger nos da algunas indicaciones: <br /><br />1) Primero, una <b>datación</b>: "<b>Tres días después</b> había una boda en Caná de Galilea". Aunque no está muy claro después de qué sucede eso, Ratzinger señala que la referencia "al tercer día", es propia de las teofanías, por ejemplo el encuentro de Dios con Israel en el Sinaí (cf. Ex 19, 16-18) y, sobre todo, de la resurrección de Cristo, en la que Dios irrumpe de modo definitivo y decisivo en la historia humana, incorporándola su misma vida. <br /><br />2) Un segundo dato son las <b>palabras de Jesús a su madre</b>, de que todavía no le ha llegado <b>su "hora"</b>. "Cuando en este instante Jesús habla a María acerca de su hora, vincula el momento presente con el del misterio de la cruz como glorificación suya. Esta hora no ha llegado aún, y había que comenzar por decirlo. Y sin embargo Jesús tiene el poder de anticipar esta ‘hora’ con un signo. Con ello, el milagro de Caná queda caracterizado como anticipación de la hora y ligado interiormente a esta" (p. 301). <br /><br />[Tomemos nota de quienes intervienen en este acontecimiento: además de la Trinidad, está María, la madre de Jesús, y todos los que asisten a aquella boda, comenzando por los esposos, sus parientes y amigos, y los discípulos de Jesús]<br /><br />Por otra parte, dice Ratzinger, esto es lo que sigue sucediendo en <b>la Eucaristía</b>, en la Misa: "Tras la plegaria de la Iglesia, el Señor anticipa en ella su vuelta, vuelve ya ahora, celebra las bodas con nosotros, a la vez que nos saca de nuestro tiempo, dirigiéndonos a esa ‘hora’” (p. 301)<br /><br />3) Y de ahí deduce una tercera señal para comprender lo sucedido en Caná: "El signo de Dios es <b>la abundancia</b>. Lo vemos en la multiplicación de los panes, lo vemos de continuo, pero sobre todo en el centro de la historia de la salvación: en el hecho de que él se derroche por esa criatura miserable, el hombre. Esta abundancia es su 'gloria'. La abundancia de Caná es, por tanto, un signo de que la fiesta de Dios con la humanidad, su entregarse por el hombre, ha comenzado" (Ib.). Y así, el marco del episodio —la boda— se convierte en imagen que, más allá de sí misma, señala la hora mesiánica: “la hora de la boda de Dios con su pueblo ha comenzado con la venida de Jesús. La promesa escatológica irrumpe en el presente" (Ib.).<br /><br />De esta manera, observa Ratzinger: "Jesús se presenta aquí como <b>el novio de la boda</b> prometida de Dios con su pueblo, y con ello introduce misteriosamente su propia existencia, se introduce a sí mismo, en el misterio de Dios. En él, de forma insospechada, <b>Dios y el hombre se hacen uno, tiene lugar la ‘boda’</b>, la cual –Jesús lo destaca en su respuesta— <b>pasa por la cruz</b>, por el ‘ser arrebatado’ del novio” (p. 301).<br /><br />4) Todavía llama Ratzinger la atención sobre otros dos aspectos del relato de Caná: "<b>La autorrevelación de Jesús</b> y <b>su ‘gloria’ </b>que nos sale al paso aquí" (p. 302). Según la mitologia griega, el dios Dionisos descubrió la vida y a él se le atribuye el convertir el agua en vino. Para el gran teólogo judío Filón de Alejandría († 45-50 d.C), el verdadero donador del vino es el <i>Logos</i> divino, que nos trae el gozo y la dulzura del verdadero vino. Mas aún, ya Melquisedec, que ofreció pan y vino, prefigura lo que Cristo hará plenamente: entregarnos los dones esenciales para la humanidad. Por ello afirma Ratzinger: "el <i>Logos </i>(Cristo) aparece a la vez como el <b>sacerdote</b> de una <b>liturgia cósmica</b>" (p. 302). En efecto, la gloria de Jesús, su manifestación, es el don definitivo que purifica los esfuerzos del hombre y con ello trae la alegría al mundo que redunda en todo el universo.<div><br /><br /><b><span style="color: #990000;">2. La vid y los sarmientos </span></b><br /><br />Ratzinger complementa su estudio del acontecimiento de las bodas de Caná con la referencia al <b>misterio de la vid </b>y su rico simbolismo según Jn, 15, 5: "<b>Yo soy la vid, vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ese da mucho fruto; porque separados de mí no podéis hacer nada</b>".</div><div><br />"Todos sabían –escribe Ratzinger– que la ‘viña’ era la imagen de una novia (cf. Cant 2, 15; 7, 13)". <b>La viña representaba así a Israel.</b> Aunque la historia empieza bien, luego se desvela su drama: "La viña, la novia, es Israel, son los presentes mismos, a quienes Dios había dado el camino de la justicia en la Torá, a los que había amado y por los que había hecho todo, y que a todo esto han respondido con la violación del derecho y con un régimen de injusticia" (pp. 303s.). <br /><br />Luego, en los sermones de despedida de Jesús, la parábola de la viña se sitúa en continuidad con toda la historia del pensamiento y de la reflexión bíblica sobre la vid, y le da una mayor profundidad. "<b>Yo soy la verdadera vid"</b> (Jn 15, 1), dice el Señor. "El Hijo mismo se identifica con la vid, Él mismo se ha convertido en vid. Se ha dejado plantar en la tierra. Ha entrado en la vid: el misterio de la encarnación, del que Juan habla en el Prólogo, es retomado de una manera sorprendentemente. La vid ya no es una criatura a la que Dios mira con amor, pero que Él puede asimismo volver a arrancar y arrojar fuera. En el Hijo, él mismo se ha hecho vid, se ha identificado en su ser y para siempre con la vid" (p. 306).<br /><br />Puesto que ahora el Hijo se ha convertido El mismo en la vid, esto comporta que precisamente de este modo sigue siendo una cosa sola con los suyos, con todos los hijos de Dios dispersos, que Él ha venido a reunir (cf. Jn 11, 52). En efecto: <b>la viña</b> (el conjunto de la vid y los sarmientos) es ahora <b>la Iglesia. </b><br /><br />En la cima de su argumentación, Ratzinger expresa el núcleo de su mensaje en estas páginas: "La vid como denominación cristológica contiene también toda una eclesiología. <b>Designa la unidad inseparable de Jesús con los suyos</b>, todos los cuales son ‘vid’ con él y con él, y cuya vocación es <b>‘permanecer’ en la vid</b>" (p. 307).<br /><br /><br />Se pregunta Ratzinger: ¿cuál es el fruto que Él espera de esta viña que es la Iglesia en la que vivimos unidos a Él por el Espíritu Santo? La vid debe dar uva de calidad, para que se pueda obtener de ella un <b><i>vino generoso.</i></b> Pero esto requiere siempre purificación, aunque tenga que pasar por el dolor.<br /><br /><br />Esto se acaba de aclarar en <b>la última Cena</b>. Jesús, que había hablado del verdadero pan del cielo, anticipando su entrega en <b>la Eucaristía</b>, nos regala ahora el vino de su pasión, de su amor “hasta el extremo” (Jn 13, 1)<br /><br />"La parábola de la vid –apunta Ratzinger– tiene, por tanto, un claro trasfondo eucarístico. Alude al fruto que Jesús trae: <b>el amor</b> que se entrega en la cruz, que <b>es el nuevo vino generoso</b> reservado que corresponde al banquete nupcial de Dios con los hombres. (…) Nos remite al fruto que nosotros, en tanto que sarmientos, podemos y debemos dar con Cristo y en virtud de Cristo: <b>el fruto que el Señor espera de nosotros es el amor </b>–el amor que acepta con él el misterio de la cruz y participa en su autodonación– y por tanto la verdadera justicia que prepara el mundo con vista al reino de Dios" (p. 308).<br /><br /><b><span style="color: #990000;"><br />3. El amor matrimonial participa del amor entre Cristo y la Iglesia </span></b><br /><br />Finalmente, todo ello, podemos ver por nuestra parte, esclarece el <b>sentido cristiano del matrimonio</b>, donde purificación y fruto también van unidos. <br /><br />También en el matrimonio "<b>el verdadero fruto es el amor que ha pasado a través de la cruz</b>, a través de las purificaciones de Dios. De todo esto forma parte el ‘permanecer’" (p. 309).<br /><br />Lo que corresponde a la vida cristiana y a la santidad en general, corresponde también al amor de los esposos cristianos de modo específico.<br /><br />"Un primer entusiasmo es fácil, pero le sigue el <b>perseverar</b> incluso en los monótonos caminos del desierto que hay que recorrer en la vida, con la paciencia de avanzar siempre del mismo modo, cuando decae el romanticismo del primer momento y sólo queda el ‘sí’ profundo y puro de la fe. Precisamente así se hace <b>el vino bueno</b>" (Ib.).<br /><br />Así es. El vino bueno del verdadero amor solo se hace con la perseverancia. "Si el fruto que debemos dar es el amor, <b>su presupuesto es precisamente este ‘permanecer’,</b> que está profundamente <b>relacionado con la fe </b>que no se aparta del Señor" (Ib.).<br /><br />En efecto. Y por eso las palabras del Señor sobre la vid los sarmientos solo se pueden hacer realidad <b>por medio de la oración y a la entrega del Señor por todos </b>(también por los esposos cristianos). De ahí, por la acción del Espíritu Santo, brota <b>la gracia </b>que se otorga en el sacramento del matrimonio y se derrama continuamente cada día en la existencia de los esposos y de la familia. Gracia que es fortalecida por su vida de oración y el recurso a los sacramentos (especialmente la Eucaristía y la Confesión de los pecados). Y así concluye Ratzinger su argumentación:</div><div><br /></div><div>"Las palabras sobre el permanecer en el amor anticipan ya el último versículo de la oración sacerdotal de Jesús (cf. Jn 17, 26: 'Les he dado a conocer y les daré a conocer tu nombre, <b>para que el amor que me tenías esté en ellos, y yo en ellos</b>') y de este modo enlazan el discurso de la vid con <b>el gran tema de la unidad,</b> que el Señor presenta allí como súplica ante el Padre" (Ib.).<br /><div><p class="MsoNormal" style="font-family: "Times New Roman", serif; margin: 0cm; text-indent: 27pt;"><span face="-webkit-standard" style="text-indent: 0px;"></span></p></div><div><b style="font-family: "Times New Roman", serif; text-indent: 27pt;"><br /></b></div><div><b style="font-family: "Times New Roman", serif; text-indent: 27pt;"><br /></b></div><p class="MsoNormal" style="font-family: "Times New Roman", serif; margin: 0cm; text-indent: 27pt;"><o:p></o:p></p><p class="MsoNormal" style="font-family: "Times New Roman", serif; margin: 0cm; text-indent: 27pt;"><o:p></o:p></p><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><br /></div><br /></div></div>Ramiro Pelliterohttp://www.blogger.com/profile/18413305317072914336noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2026943269771602669.post-17513090905839935032024-03-03T17:47:00.012+01:002024-03-09T20:53:06.795+01:00Sobre el culto espiritual y "el altar del corazón"<div class="separator"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgpCNqSiuJQJHDaFbi3HlWKiItHTGBJkC54qDzjiqStdjriAwq9sFX4wp1OdiX0qJqHpq2C5AvTGyGQFf1ULTvBAg2p96mmNO0VRRuw9XekieJ04a4kooHkkhk_U5HOz18-l2SkaLUodWIaFbJrcSpMNZ9umPZGt98Ha_dfKx0V012dU85q-Gq6LjPy-9qJ/s4000/Fra%20Angelico-La%20Crucifixio%CC%81n-h1420-1423.jpg" style="clear: left; float: left; margin-bottom: 1em; margin-right: 1em; text-align: center;"><img border="0" data-original-height="4000" data-original-width="3094" height="320" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgpCNqSiuJQJHDaFbi3HlWKiItHTGBJkC54qDzjiqStdjriAwq9sFX4wp1OdiX0qJqHpq2C5AvTGyGQFf1ULTvBAg2p96mmNO0VRRuw9XekieJ04a4kooHkkhk_U5HOz18-l2SkaLUodWIaFbJrcSpMNZ9umPZGt98Ha_dfKx0V012dU85q-Gq6LjPy-9qJ/s320/Fra%20Angelico-La%20Crucifixio%CC%81n-h1420-1423.jpg" width="248" /></a></div><span style="font-size: x-small;">[Imagen: Fra Angelico, <i>La Crucifixión</i> (h. 1420-1423), Metropolitan Museum of Art, New York]</span><br /><br />En una de sus audiencias generales de los miércoles, Benedicto XVI explicó el <b>"culto espiritual"</b> (*), que se puede considerar como el “contenido” del sacerdocio común de los bautizados: la capacidad que se nos otorga, con el bautismo, de convertir nuestra vida en <b>ofrenda a Dios y servicio a los demás</b>, también en la vida ordinaria, centrada en la Eucaristía. <br /><br />El tema se inscribía dentro del año dedicado a san Pablo. El Papa Ratzinger se apoyó en tres textos de la carta a los Romanos, para mostrar que “san Pablo ve en la cruz de Cristo un viraje histórico, que transforma y renueva radicalmente la realidad del culto”. <br /><br /><a name='more'></a><b><span style="color: #990000;">La cruz de Cristo como “culto real”</span></b><br /><br />[En un primer punto, el Papa Benedicto, siguiendo a san Pablo, afirma que la Cruz de Cristo, donde se manifiesta plenamente su entrega amorosa por nosotros, es el <i>verdadero</i> instrumento de <i>propiciación</i> por nuestros pecados, en comparación con el sacrificio de los animales en el Antiguo Testamento, que era un culto simbólico y provisional]<br /><br />“En Rm 3, 25, después de hablar de la ‘redención realizada por Cristo Jesús’, san Pablo continúa con una fórmula misteriosa para nosotros. Dice así: Dios lo ‘exhibió como instrumento de propiciación por su propia sangre, mediante la fe’. Con la expresión ‘<b>instrumento de propiciación</b>’, más bien extraña para nosotros, san Pablo alude al así llamado ‘propiciatorio’ del templo antiguo, es decir, a <b>la cubierta del arca de la alianza</b>, que estaba pensada como punto de contacto entre Dios y el hombre, punto de la presencia misteriosa de Dios en el mundo de los hombres. Este ‘propiciatorio’, en el gran día de la reconciliación –‘<i>yom kippur</i>’– se asperjaba con la sangre de animales sacrificados, sangre que simbólicamente ponía los pecados del año transcurrido en contacto con Dios y, así, los pecados arrojados al abismo de la bondad divina quedaban como absorbidos por la fuerza de Dios, superados, perdonados. La vida volvía a comenzar.<br /><br />(...) San Pablo nos dice: con la cruz de Cristo –el acto supremo del amor divino convertido en amor humano– terminó el antiguo culto con sacrificios de animales en el templo de Jerusalén. Este culto simbólico, culto de deseo, ha sido sustituido ahora por el culto real: el amor de Dios encarnado en Cristo y llevado a su plenitud en la muerte de cruz. Por tanto, no es una espiritualización del culto real, sino, al contrario: el culto real, el verdadero amor divino-humano, sustituye al culto simbólico y provisional.<b> La cruz de Cristo, su amor con carne y sangre es el culto real,</b> correspondiendo a la realidad de Dios y del hombre. Para san Pablo, la era del templo y de su culto había terminado ya antes de la destrucción exterior del templo: san Pablo se encuentra aquí en perfecta consonancia con las palabras de Jesús, que había anunciado el fin del templo y había anunciado otro templo "no hecho por manos humanas", el templo de su cuerpo resucitado (cf. Mc 14, 58; Jn 2, 19 ss). Este es el primer texto”.<br /><br /><br /><b><span style="color: #990000;">El ”culto espiritual” de la propia vida </span></b><br /><br />[En segundo lugar, el Papa Ratzinger aborda la terminología “culto espiritual” (<i>logike latreia</i>) como expresión del culto cristiano que consiste en “honrar a Dios en la existencia cotidiana más concreta”, hasta convertirla en un “sacrificio vivo, santo y agradable a Dios”. Para llegar a comprender el pleno significado del culto cristiano hacía falta, en la historia de la salvación, un largo desarrollo. Y, sobre todo, hacía falta la venida de Cristo y nuestra unión con Él en la Iglesia].<br /><br />“El segundo texto del que quiero hablar hoy se encuentra en el primer versículo del capítulo 12 de la <i>carta a los Romanos</i>. Lo hemos escuchado y lo repito una vez más: ‘Os exhorto, pues, hermanos, por la misericordia de Dios, a que ofrezcáis vuestros cuerpos como una víctima viva, santa, agradable a Dios: tal será vuestro culto espiritual’. En estas palabras se verifica una paradoja aparente: mientras el sacrificio exige normalmente la muerte de la víctima, san Pablo hace referencia a la vida del cristiano. La expresión ‘presentar vuestros cuerpos’, unida al concepto sucesivo de sacrificio, asume el matiz cultual de ‘dar en oblación, ofrecer’. La exhortación a ‘ofrecer los cuerpos’ se refiere a toda la persona; en efecto, en Rm 6, 13 invita a ‘presentaros a vosotros mismos’. Por lo demás, la referencia explícita a la dimensión física del cristiano coincide con la invitación a ‘glorificar a Dios con vuestro cuerpo’ (1 Co 6, 20); es decir, se trata de honrar a Dios en la existencia cotidiana más concreta, hecha de visibilidad relacional y perceptible.<br /><br />(...) San Pablo define así esta nueva forma de vivir: este es ‘vuestro culto espiritual’. Los comentaristas del texto saben bien que la expresión griega (<i>tēn logikēn latreían</i>) no es fácil de traducir. La Biblia latina traduce: ‘<i>rationabile obsequium</i>’. La misma palabra ‘<i>rationabile</i>’ aparece en la primera Plegaria eucarística, el Canon romano: en él se pide a Dios que acepte esta ofrenda como ‘<i>rationabile</i>’. La traducción italiana tradicional "culto espiritual" no refleja todos los detalles del texto griego (y ni siquiera del latino). En todo caso, no se trata de un culto menos real, o incluso sólo metafórico, sino de un culto más concreto y realista, un culto en el que el hombre mismo en su totalidad de ser dotado de razón, se convierte en adoración, glorificación del Dios vivo.<br /><br />Esta fórmula paulina, que aparece de nuevo en la Plegaria eucarística romana, es fruto de un largo desarrollo de la experiencia religiosa en los siglos anteriores a Cristo. (...) Los profetas y muchos Salmos critican fuertemente los sacrificios cruentos del templo. (...) El creyente ofrece como verdadero holocausto su corazón contrito, su deseo de Dios.<br /><br />Vemos un desarrollo importante, hermoso, pero con un peligro. Hay una espiritualización, una moralización del culto: el culto se convierte sólo en algo del corazón, del espíritu. Pero falta el cuerpo, falta la comunidad. (...)<br /><br />Volvamos a san Pablo. Él es heredero de estos desarrollos, del deseo del culto verdadero, en el que el hombre mismo se convierta en gloria de Dios, en adoración viva con todo su ser. En este sentido dice a los Romanos: "Ofreced vuestros cuerpos como una víctima viva. (...) Este será vuestro culto espiritual" (Rm 12, 1). San Pablo repite así lo que ya había señalado en el capítulo 3: El tiempo de los sacrificios de animales, sacrificios de sustitución, ha terminado. Ha llegado el tiempo del culto verdadero.<br /><br />Pero también aquí se da el peligro de un malentendido: este nuevo culto se podría interpretar fácilmente en un sentido moralista: ofreciendo nuestra vida hacemos nosotros el culto verdadero. De esta forma el culto con los animales sería sustituido por el moralismo: el hombre lo haría todo por sí mismo con su esfuerzo moral. Y ciertamente esta no era la intención de san Pablo.<br /><br />Pero persiste la cuestión de cómo debemos interpretar este ‘culto espiritual, razonable’. San Pablo supone siempre que hemos llegado a ser ‘uno en Cristo Jesús’ (Ga 3, 28), que hemos muerto en el bautismo (cf. Rm 1) y ahora vivimos con Cristo, por Cristo y en Cristo. <b>En esta unión —y sólo así— podemos ser en él y con él "sacrificio vivo", ofrecer el "culto verdadero".</b> Los animales sacrificados habrían debido sustituir al hombre, el don de sí del hombre, y no podían. Jesucristo, en su entrega al Padre y a nosotros, no es una sustitución, sino que lleva realmente en sí el ser humano, nuestras culpas y nuestro deseo; nos representa realmente, nos asume en sí mismo. En la comunión con Cristo, realizada en la fe y en los sacramentos, nos convertimos, a pesar de todas nuestras deficiencias, en sacrificio vivo: se realiza el ‘culto verdadero’.<br /><br />Esta síntesis está en el fondo del Canon romano, en el que se reza para que esta ofrenda sea ‘<i>rationabile</i>’, para que se realice el culto espiritual. La Iglesia sabe que, en la santísima Eucaristía, se hace presente la autodonación de Cristo, su sacrificio verdadero. Pero la Iglesia reza <b>para que la comunidad celebrante esté realmente unida con Cristo</b>, para que sea transformada; reza <b>para que nosotros mismos lleguemos a ser lo que no podemos ser con nuestras fuerzas</b>: ofrenda ‘<i>rationabile</i>’ que agrada a Dios. Así la Plegaria eucarística interpreta de modo adecuado las palabras de san Pablo. San Agustín aclaró todo esto de forma admirable en el libro décimo de su <i>Ciudad de Dios</i>. Cito sólo dos frases: ‘Este es el sacrificio de los cristianos: aun siendo muchos, somos un solo cuerpo en Cristo’. ‘Toda la comunidad (<i>civitas</i>) redimida, es decir, la congregación y la sociedad de los santos, es ofrecida a Dios mediante el Sumo Sacerdote que se ha entregado a sí mismo’ (10, 6)”<br /><br /><br /><b><span style="color: #990000;">La tarea misionera como acción sacerdotal y cósmica</span></b><br /><br />[Finalmente, Benedicto XVI subraya cómo san Pablo considera que su actividad misionera es una “acción sacerdotal”: una parte, por tanto, de ese “culto espiritual” que en este caso ejerce el apóstol y el sacerdote enriqueciéndolo con el ministerio de preparar el verdadero sacrificio. Además, la meta de esa acción misionera es la “liturgia cósmica”, la misión de atraer a todos hacia la unión con el cuerpo de Cristo] <br /><br />"Por último, quiero hacer una breve reflexión sobre el tercer texto de la carta a los Romanos referido al nuevo culto. En el capítulo 15 san Pablo dice: 'La gracia que me ha sido otorgada por Dios, de ser para los gentiles ministro (liturgo) de Cristo Jesús, de ser sacerdote (hierourgein) del Evangelio de Dios, para que la oblación de los gentiles sea agradable, santificada por el Espíritu Santo' (Rm 15, 15 s).<br /><br /><b>Quiero subrayar sólo dos aspectos</b> de este texto maravilloso y, por su terminología, único en las cartas paulinas. Ante todo, san Pablo interpreta <b>su acción misionera</b> entre los pueblos del mundo para construir la Iglesia universal <b>como acción sacerdotal.</b> Anunciar el Evangelio para unir a los pueblos en la comunión con Cristo resucitado es una acción ‘sacerdotal’. El apóstol del Evangelio es un verdadero sacerdote, hace lo que es central en el sacerdocio: prepara el verdadero sacrificio.<br /><br />Y, después, el segundo aspecto: podemos decir que <b>la meta de la acción misionera es la liturgia cósmica</b>: que los pueblos unidos en Cristo, el mundo, se convierta como tal en gloria de Dios, ‘oblación agradable, santificada por el Espíritu Santo’. Aquí aparece el aspecto dinámico, el aspecto de la esperanza en el concepto paulino del culto: la autodonación de Cristo implica la tendencia de atraer a todos a la comunión de su Cuerpo, de unir al mundo. <b>Sólo en comunión con Cristo, el Hombre ejemplar, uno con Dios, el mundo llega a ser tal como todos lo deseamos: espejo del amor divino</b>. Este dinamismo siempre está presente en la Eucaristía; este dinamismo debe inspirar y formar nuestra vida. (…)”<br /><br />[<b>Convertir la propia vida en un “culto espiritual”, en ofrenda de alabanza a Dios y de servicio a todas las personas,</b> es, en suma, una expresión de la tarea del cristiano, expresión que se apoya, entre muchos textos de la Escritura, en los de san Pablo, san Pedro (cf. 1 Pe 2, 4-5) y san Juan (cf. Jn 4, 23). <br /><br />Hacerlo realidad es posible, como vemos, no de un modo moralista y voluntarista (por el mero esfuerzo humano), sino viviendo plenamente en unión con Cristo, por medio de la fe y de la oración, de los sacramentos (en torno a la Eucaristía) y de la entera <i><a href="https://iglesiaynuevaevangelizacion.blogspot.com/2012/10/la-vida-cristiana-como-culto-espiritual.html#more" target="_blank">vida cristiana </a></i>vivida en la Iglesia y en el mundo. Y al servicio de este “culto espiritual” se sitúa el sacerdocio ministerial. <br /><br />Todo ello se ha expresado, al menos desde el siglo IV, diciendo que el cristiano ha de ofrecer su vida desde el “altar del corazón”. Por citar solo algunos autores: S. Macario el Egipcio (parece ser el primero que usa la expresión como tal, en el s. IV), S. Pedro Crisólogo, S. León Magno (cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 786) y Bruno de Segni, además de otros muchos como Clemente de Alejandría, S. Agustín, S. Gregorio Magno, S. Buenaventura, etc. S. Josemaría hablaba en este sentido del “alma sacerdotal” del cristiano.<div><br /></div><div>En el Concilio Vaticano II este tema puede verse sobre todo en la constitución dogmática <i>Lumen gentium,</i> nn. 10-11 y 34. Un importante desarrollo aparece en la exhortación apostólica <i>Sacramentum caritatis </i>(2007), de Benedicto XVI]<br /><div><br /></div><div>-----------------------</div><div><span style="font-size: x-small;">(*) Cf. Benedicto XVI, “Ha llegado el tiempo del verdadero culto”: <i>Audiencia general,</i> 7-I-2009.</span></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><br /></div></div>Ramiro Pelliterohttp://www.blogger.com/profile/18413305317072914336noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2026943269771602669.post-81048624477558129502024-02-20T17:15:00.016+01:002024-03-09T20:54:14.990+01:00El "triple oficio" de Cristo, de la Iglesia y del cristiano<br /><br /><div style="text-align: center;"><img border="0" data-original-height="489" data-original-width="640" height="245" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEg9ulqamlo6lLhsyYW21uZZQZRvYj9JVQmizB05PeqTtMKOXJMvvqhEiRANw7mUYl7Keq9zOhGPinABCfPk9Y4ubrpLgODQI_gODZt2_ayatsd65efs2hv6a2vMITY96ewyrxsbQmhZvUs85XB5eOuHkQUMasSgRbzSN86Q3IIzf2brX2SoRAsELKekARBP/s320/Pesca%20milagrosa-Duccio_di_Buoninsegna-h1255-Museo%20dell'Opera%20del%20Duomo-Siena.%20Wikipedia%20Commons.jpg" style="caret-color: rgb(0, 0, 238); color: #0000ee; text-align: center; text-decoration: underline;" width="320" /></div><div style="text-align: center;"><span style="font-size: x-small;"><br /></span></div><div style="text-align: center;"><span style="font-size: x-small;">Duccio di Bouninsegna, <i>La pesca milagrosa</i> (h. 1655), </span></div><div style="text-align: center;"><span style="font-size: x-small;">Museo dell'Opera del Duomo, Siena</span>.</div><div style="text-align: center;"><br /></div><div><br /></div><div> Lo que se conoce como <b>“triple oficio” (o ministerio) de Cristo (profeta, sacerdote y rey) </b>es un esquema teológico que ha dado frutos abundantes en los últimos siglos para la teología y la pastoral de la Iglesia. Los párrafos aquí recogidos pertenecen a la síntesis que Santiago Madrigal publicó, sobre este tema, en un buen Diccionario de Eclesiología hace pocos años (*).<br /><br /> El autor identifica <b>cuatro buenos servicios </b>de este “esquema”: 1) explicar en unidad el ser y el obrar de Cristo (como se estudian respectivamente en la cristología y la soteriología), de acuerdo con la teología bíblica; 2) la inserción del misterio de la Iglesia en el misterio de Cristo (de modo que el triple <i>munus</i> de Cristo es participado como <i>triplex munus Ecclesiae </i>[triple oficio de la Iglesia] antes que en el cristiano singular), tal como se expone en el Concilio Vaticano II (<i>Lumen gentium</i>); 3) una buena base tanto para la teología del laicado como para la teología del ministerio episcopal; 4) un marco para articular las dimensiones y tareas de la única misión evangelizadora de la Iglesia.<br /><br /><br /><b><span style="color: #990000;">La unidad entre el ser y el obrar de Cristo </span></b><br /><br />“Aunque la tripartición de los oficios de Cristo es sólo una de las formas posibles de sistematizar los numerosos títulos que la Escritura le asigna, hoy podemos decir que la doctrina de los <i>tria munera Christi</i> [tres oficios de Cristo] se ha generalizado en la teología católica tras el espaldarazo que recibió del magisterio eclesiástico en el Vaticano II. Frente a la dogmática tradicional, esta división tripartita no reduce de forma casi exclusiva el significado antropológico y soteriológico [en relación con la obra redentora de Cristo] de la cristología. El esquema permite describir de forma sintética los <b>aspectos fundamentales de la misión de Cristo</b>, porque una cristología que no quiere escindir la persona y la obra, es decir, orientada hacia la soteriología, deberá poner de manifiesto las <b>funciones mesiánicas del profeta y revelador, del sumo sacerdote y del Señor de la creación</b>. Desde la teología bíblica afirmamos que en Cristo y por Cristo ha revelado Dios el misterio de su gracia, ha realizado la reconciliación con la humanidad pecadora y la ha hecho partícipe de su gloria divina. <b>Profeta, sacerdote, rey, no son tres funciones distintas, sino tres aspectos </b>diversos de la función salvífica del único mediador (1 Tm 2, 5; Hb 8, 6)”.</div><span><a name='more'></a></span><div><br />[De acuerdo con esta teología, también el Catecismo de la Iglesia [=CEC] señala que <b>los misterios de la vida de Jesús</b> tienen en común tres rasgos, pues toda la vida de Cristo es Misterio de <i>Revelación</i>, de <i>Redención</i> y de <i>Recapitulación </i>(cf. CEC, nn. 516-518), rasgos que cabe poner <b>en paralelo con su ser Profeta, Sacerdote y Rey</b>, sin que quepa establecer un orden necesario entre ellos, pues se trata de tres dimensiones mutuamente interiores, por tanto, íntimamente compenetradas, de modo que donde está una de ellas están también necesariamente las otras dos. La obra de Jesús tiene estas tres “funciones” en virtud de su ser Mesías o Cristo, es decir, <i><b>ungido</b></i> por el Padre con el Espíritu Santo, cf. Ib., 436 ss].<br /><br /><br /><b><span style="color: #990000;">Inserción del misterio de la Iglesia en el misterio de Cristo </span></b><br /><br /> “En segundo lugar, <b>el misterio de la Iglesia se inserta en el misterio de Jesucristo</b>, de modo que esos tres aspectos fundamentales de la función salvífica de Cristo han de encontrar su prolongación en la que es su cuerpo y esposa. Por tanto, la asunción de la doctrina de los <i>munera Ecclesiae</i> [oficios de la Iglesia] en la <i>Lumen gentium </i>permite una descripción sintética de <b>los aspectos fundamentales de la misión de la Iglesia, de la jerarquía y de los laicos</b>, que pone de manifiesto su enraizamiento en la misión de Cristo y da paso a una consideración diversificada de la variedad y riqueza de los carismas, servicios y ministerios que el Espíritu del Señor suscita en la Iglesia. Sobre la base de la <b>condición sacerdotal, profética y regia de todo el pueblo de Dios</b>, la doctrina de los tres <i>munera</i> debe ayudar a superar una visión jerarcológica de la Iglesia”<br /><br /> [<i>Lumen gentium</i> 9 llama a la Iglesia “Pueblo mesiánico”, es decir, Pueblo en el que vive y actúa el Mesías, y, por tanto, pueblo que participa de la Unción de Cristo, como fruto de la Pascua y de Pentecostés. Por eso dirá el CEC, n. 783: “’<b>Todo el Pueblo de Dios participa de estas tres funciones de Cristo y tiene las responsabilidades de misión y de servicio que se derivan de ellas’</b> (cf. Juan Pablo II, enc. <i>Redemptor hominis,</i> 18-21” (vid. también CEC 784-786)].<br /><br /><br /><b><span style="color: #990000;">Buena base para la teología del laicado y del episcopado</span></b><br /><br /> “En tercer lugar, la participación de los cristianos en la función profética, sacerdotal y regia de Cristo <b>ha servido como punto de apoyo para la elaboración de una teología del laicado</b>, del mismo modo que había sido un esquema apto para elaborar una explicación teológica del ministerio episcopal. Lo primero ha sido una constante en el pensamiento de S. Juan Pablo II (cf. P. McGregor, ‘Priest, Prophets and Kings: the Mission of the Church according to Jean Paul II’, en <i>Irish Theological Quarterly </i>78 [2013] 61-78). En la exhortación apostólica <i>Pastores gregis </i>(2003), se han visto corroboradas las tres funciones de enseñar, santificar y regir a la hora de explicar la <b>tarea episcopal.</b> Por otro lado, el Año sacerdotal convocado por Benedicto XVI (2010) sirvió para revalidar una visión del ministerio presbiteral al hilo de las tres funciones, es decir, las tres funciones para una única misión”.<br /><br />[En relación con la teología del laicado, cf. R. Pellitero, “Los fieles laicos y la triología ‘Profeta-Rey-Sacerdote’, en Id., <i>Ser Iglesia haciendo el mundo,</i> San José (Costa Rica) 2007, pp. 423-440].<div><br /><br /><b><span style="color: #990000;">Marco para articular las dimensiones y tareas de la Misión</span></b><br /><br /> Finalmente, en cuarto lugar, desde su origen cristológico la triada profeta, sacerdote, rey, sirve para describir <b>las diversas dimensiones que entraña la misión evangelizadora de la Iglesia,</b> anudando sus elementos fundamentales: <b>anuncio de la Palabra, dimensión sacramental de la Liturgia, servicio a la comunión y caridad fraterna</b>. Así se ha perfilado la triada <i>martyria–leiturgia–diakonia.</i> Como hemos notado más arriba, la función regia ofrecía una especie de desajuste en su aplicación a los pastores y a los laicos, que significaba en el primer caso el gobierno, en el segundo, el servicio. En este sentido se ha constatado una evolución de la función regia que, desde el interior de la trilogía profeta–sacerdote–rey ha quedado retraducida a términos de diaconía o de servicio al mundo, es decir, de caridad (cf. G. Canobbio, ‘Dalla funzione regale alle carità. Il percorso di una categoria teologica’, en <i>Quaderni Teologici del Seminario di Brescia: La funzione regale di Cristo e dei cristiani,</i> Brecia 1997, 239-277). En otras palabras: el tiempo posconciliar ha visto cómo esta clave de comprensión del <i>triplex munus</i> ha servido para expresar la misión de la Iglesia, alumbrando el tríptico <b><i>martyria–leiturgia–diakonia,</i> es decir, Palabra, Sacramentos, Caridad. </b><br /><br /> Esta triada se encuentra formulada en la primera encíclica de Benedicto XVI: ‘La esencia de la Iglesia se expresa en una triple tarea: anuncio de la Palabra de Dios (<i>kerygma–martyria)</i>, celebración de los sacramentos (<i>leiturgia</i>), servicio a la caridad (<i>diakonia</i>). Son tareas que se condicionan recíprocamente y que no se pueden separar unas de otras’ (enc. <i>Deus Caritas est,</i> 25). Esta terna, en la que resuena la clave <i>lex orandi-lex credendi-lex agendi [ley de la oración-ley de la fe-ley del actuar], </i>venía siendo utilizada en la elaboración de los manuales de eclesiología : los tres <i>munera</i> son presentados como las <b>tres realizaciones fundamentales de la Iglesia en su ejercicio de las tres funciones de Cristo</b> (S. Wiederhofer, <i>Das katholische Kirchenverständnis. Ein Lehrebuch der Ekklesiologie, </i>Graz-Wien-Köln 1992, 231-241). En esta misma línea, G. L. Müller escribió: ‘La esencia sacramental de la Iglesia se articula en tres realizaciones sacramentales básicas: el ejercicio de la <b>función profética </b>en la <i>martyria,</i> el de la <b>función sacerdotal </b>en la <i>leiturgia</i>, el de la <b>función regia</b> en la <i>diakonia</i>’ (<i>Katholische Dogmatik</i>, Friburgo en Br. 1996, 613)”.<br />--------------------------<br /><span style="font-size: x-small;">(*) Cf. S. Madrigal, “Martyria-Leiturgia-Diakonia”, en G. Calabrese-Ph. Goyret-O. F. Piazza (eds.)-J. R. Villar (coord. de la ed. española) <i>Diccionario de Eclesiología,</i> BAC, Madrid 2016, pp. 843-844.</span><br /></div><br /></div>Ramiro Pelliterohttp://www.blogger.com/profile/18413305317072914336noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2026943269771602669.post-21097735159089006602024-02-20T16:02:00.004+01:002024-03-09T20:55:07.009+01:00Comunión de las Iglesias, Eucaristía y episcopado<div class="separator"><div style="clear: left; float: left; margin-bottom: 1em; margin-right: 1em;"><br /></div><div style="clear: left; float: left; margin-bottom: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="1200" data-original-width="861" height="320" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiiYoVljxxo8zCBqRbVqzFnazNrqFgPKIxaqs0tx1c-VjiK54ZUs6DxPP4_rPu9bKriHz9wqyQb5dc_2EbYUQk1VqCleZuiE4A18poXRGPWxGJQpwLRRrTwBEI7GAG5pa4Y-0zJj9yS557rfxDlrEfD2guUcsfexmiUpLkB5OrYSe1bH8byL6LpWyXVvCds/s320/Baculo%20con%20Cordero%20de%20Dios%20(h%201360-1440)-Metropolitan%20Museum%20NY%20copia.jpg" style="caret-color: rgb(0, 0, 238); color: #0000ee; text-align: center; text-decoration: underline;" width="230" />: </div></div><br /><br /><span style="font-size: x-small;">(Imagen: <i>Báculo con Cordero de Dios</i> (h. 1360-1440) pintado en hueso con elementos de oro. Metropolitan museum, New York)</span><div><span style="font-size: x-small;"><br /></span></div><div>La Carta de la Congregación para la Doctrina de la Fe <i><a href="https://www.vatican.va/roman_curia/congregations/cfaith/documents/rc_con_cfaith_doc_28051992_communionis-notio_sp.html" target="_blank">Communionis notio</a></i>, sobre algunos aspectos de la Iglesia considerada como Comunión (28-V-1992) (*), dedica su tercera parte (nn. 11-14) a la relación entre la comunión de las Iglesias, la Eucaristía y el episcopado.<span style="font-size: x-small;"><br /></span><div><br /></div><div>[Comienza desarrollando por qué la comunión de las Iglesias particulares tiene su fundamento, además de en la misma fe y el Bautismo común, en la Eucaristía. Esto es así porque la celebración de la Eucaristía es imagen y presencia de la Iglesia como tal, una e indivisible, universal y, a la vez, acoge en su plenitud a cada Iglesia particular. Esto hace imposible la autosuficiencia de la Iglesia particular, en cuanto que no se sostiene en sí misma, sino en la comunión con todas las demás]<div><br /><br /><b><span style="color: #990000;">Comunión de las Iglesias y Eucaristía</span></b><br /><br />(n. 11) “<b>La unidad o comunión entre las Iglesias particulares en</b> la Iglesia universal, además de en la misma fe y en el Bautismo común, <b>está radicada sobre todo en la Eucaristía y en el Episcopado.</b><br /><br />Está radicada <b>en la Eucaristía</b> porque el Sacrificio eucarístico, aun celebrándose siempre en una particular comunidad, no es nunca celebración de esa sola comunidad: ésta, en efecto, recibiendo la presencia eucarística del Señor, recibe el don completo de la salvación, y se manifiesta así, a pesar de su permanente particularidad visible, como <b>imagen y verdadera presencia de la Iglesia una, santa, católica y apostólica</b> (Cf. LG 26).<br /><br />El redescubrimiento de una <i>eclesiología eucarística</i>, con sus indudables valores, se ha expresado sin embargo a veces con acentuaciones unilaterales del principio de la Iglesia local. Se afirma que donde se celebra la Eucaristía, se haría presente la totalidad del misterio de la Iglesia, de modo que habría que considerar no-esencial cualquier otro principio de unidad y de universalidad. Otras concepciones, bajo influjos teológicos diversos, tienden a radicalizar aún más esta perspectiva particular de la Iglesia, hasta el punto de considerar que es el mismo reunirse en el nombre de Jesús (cfr. Mt 18, 20) lo que genera la Iglesia: la asamblea que en el nombre de Cristo se hace comunidad, tendría en sí los poderes de la Iglesia, incluido el relativo a la Eucaristía; la Iglesia, como algunos dicen, nacería "de la base". Estos y otros errores similares no tienen suficientemente en cuenta que <b>es precisamente la Eucaristía la que hace imposible toda autosuficiencia de la Iglesia particular</b>. En efecto, la unicidad e indivisibilidad del Cuerpo eucarístico del Señor implica la unicidad de su Cuerpo místico, que es la Iglesia una e indivisible. Desde el centro eucarístico surge la necesaria apertura de cada comunidad celebrante, de cada Iglesia particular: del dejarse atraer por los brazos abiertos del Señor se sigue la inserción en su Cuerpo, único e indiviso. También por esto, la existencia del ministerio Petrino, fundamento de la unidad del Episcopado y de la Iglesia universal, está en profunda correspondencia con la índole eucarística de la Iglesia”.</div><span><a name='more'></a></span><div><br /><b><span style="color: #990000;">Comunión de las Iglesias y unidad del Episcopado</span></b></div><div><br />[En segundo lugar, la comunión de las Iglesias particulares en la Iglesia universal <b>se fundamenta también en la unidad del Episcopado</b>, que comporta la <b>existencia de una Cabeza (el Papa)</b> como elemento <i>interior</i> de la Iglesia particular]<br /><br />(12) Efectivamente, la unidad de la Iglesia está también fundamentada en la unidad del Episcopado (cf. LG 18b, 21b y 22a). Como la idea misma de <i>Cuerpo de las Iglesias </i>reclama la existencia de una Iglesia Cabeza de las Iglesias, que es precisamente la Iglesia de Roma, que "<i>preside la comunión universal de la caridad</i>” (S. Ignacio de Antioquía), así la unidad del Episcopado comporta la existencia de un Obispo Cabeza del <i>Cuerpo o Colegio de los Obispos</i>, que es el Romano Pontífice (cf. LG 22b). De la unidad del Episcopado, como de la unidad de la entera Iglesia, "<i>el Romano Pontífice, como sucesor de Pedro, es principio y fundamento perpetuo y visible</i>" (LG 23a). Esta unidad del Episcopado se perpetúa a lo largo de los siglos mediante la <i>sucesión apostólica</i>, y es también fundamento de la identidad de la Iglesia de cada época con la Iglesia edificada por Cristo sobre Pedro y sobre los demás Apóstoles (cf. LG 20).<br /><br /><br /><b><span style="color: #990000;">El primado como “elemento interior” a la Iglesia particular</span></b><br /><br />(13) El Obispo es principio y fundamento visible de la unidad en la Iglesia particular confiada a su ministerio pastoral (cf. LG 23a), pero para que cada Iglesia particular sea plenamente Iglesia, es decir, presencia particular de la Iglesia universal con todos sus elementos esenciales, y por lo tanto constituida <i>a imagen de la Iglesia universal</i>, debe hallarse presente en ella, como elemento propio,<b> la suprema autoridad de la Iglesia</b>: el Colegio episcopal "<i>junto con su Cabeza el Romano Pontífice, y jamás sin ella</i>" (Ib. 22b y 19). El Primado del Obispo de Roma y el Colegio episcopal son elementos propios de la Iglesia universal "<i>no derivados de la particularidad de las Iglesias</i>" (Juan Pablo II, <i>Discurso a la Curia Romana</i>, 20-XII-1990, n. 9), pero interiores a cada Iglesia particular. Por tanto, "<i>debemos ver</i> el ministerio del Sucesor de Pedro, n<i>o sólo como un servicio 'global' que alcanza a toda Iglesia particular 'desde fuera'</i>, sino como <b>perteneciente ya a la esencia de cada Iglesia particular 'desde dentro'</b>" (Id., <i>Discurso a los Obispos de los Estados Unidos de América, </i>16-IX-1987, n. 4). En efecto, el ministerio del Primado comporta esencialmente una potestad verdaderamente episcopal, no sólo suprema, plena y universal, sino también inmediata, sobre todos, tanto sobre los Pastores como sobre los demás fieles (cf. LG 22b). Que el ministerio del Sucesor de Pedro sea interior a cada Iglesia particular, es expresión necesaria de aquella fundamental <i>mutua interioridad </i>entre Iglesia universal e Iglesia particular (<i>Communionis notio, </i>9)<br /><br />(14) Unidad de la Eucaristía y unidad del Episcopado<i> con Pedro y bajo Pedro</i> no son raíces independientes de la unidad de la Iglesia, porque Cristo ha instituido la Eucaristía y el Episcopado como realidades esencialmente vinculadas (cf. LG 26).<br /><br />El Episcopado es uno como una es la Eucaristía: el único Sacrificio del único Cristo muerto y resucitado. La liturgia expresa de varios modos esta realidad, manifestando, por ejemplo, que toda celebración de la Eucaristía se realiza en unión no sólo con el propio Obispo sino también con el Papa, con el orden episcopal, con todo el clero y con el entero pueblo (Misal Romano, <i>Plegaria Eucarística </i>III). Toda válida celebración de la Eucaristía expresa esta comunión universal <i>con Pedro </i>y con la Iglesia entera, o la reclama <i>objetivamente</i>, como en el caso de las Iglesias cristianas separadas de Roma (cf. LG 8b)”.<div><br clear="all" /><hr align="left" size="1" width="33%" /><div id="ftn1"><p class="MsoFootnoteText" style="font-family: Calibri, sans-serif; margin: 0cm;"><span style="font-size: x-small;"><span style="font-family: "Times New Roman", serif;"> (*) Teniendo en cuenta que este documento es fácilmente asequible en la web del Vaticano (</span><a href="http://www.vatican.va/" style="color: #954f72;"><span style="color: black; font-family: "Times New Roman", serif;">www.vatican.va</span></a><span style="font-family: "Times New Roman", serif;">), </span></span><span style="font-family: "Times New Roman", serif;"><span style="font-size: x-small;">hemos simplificado las notas, dejando entre paréntesis solo las referencias a los documentos magisteriales del Concilio Vaticano II y posteriores.</span><br /></span></p></div></div></div><br /><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><br /></div><br /></div></div>Ramiro Pelliterohttp://www.blogger.com/profile/18413305317072914336noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2026943269771602669.post-12016862778555289532024-02-13T22:15:00.006+01:002024-03-09T20:55:51.605+01:00Sobre la vocación y misión de los fieles laicos<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjqIfGJXW8oFYaNTDXCrepEECeL2fn4-S7Y3z0-VK7VNpUXOCIPO6gsrfBdHHAOl6urP4-DMR0x8wQLANr65tAnZFSavfaYMDSjDkoDZwRNiEmptkvVjwZmaKNkQg5iXGairhpZI0Jx5lDvy9VEaQOuKwlCCdKeDzVMzuXHPfOOxd8xzDkNTtFMRqoGVLAz/s4752/1861_Ellenrieder_Die_Taufe_der_Lydia_anagoria.JPG" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="3485" data-original-width="4752" height="235" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjqIfGJXW8oFYaNTDXCrepEECeL2fn4-S7Y3z0-VK7VNpUXOCIPO6gsrfBdHHAOl6urP4-DMR0x8wQLANr65tAnZFSavfaYMDSjDkoDZwRNiEmptkvVjwZmaKNkQg5iXGairhpZI0Jx5lDvy9VEaQOuKwlCCdKeDzVMzuXHPfOOxd8xzDkNTtFMRqoGVLAz/s320/1861_Ellenrieder_Die_Taufe_der_Lydia_anagoria.JPG" width="320" /></a></div><div style="text-align: center;"><br /></div><div style="text-align: center;"><span style="font-size: x-small;">M. Ellenrieder, <i>El bautismo de Lydia </i>(1861) </span></div><div style="text-align: center;"><span style="font-size: x-small;">[considerada como la primera conversión al cristianismo en Europa]</span></div><div style="text-align: center;"><span style="font-size: x-small;">Nationalgalerie, Berlin</span></div><div><br /></div><div><br />Ante todo, conviene clarificar el sentido que tiene <b>el término laico </b>en la teología católica. Se refiere al cristiano que busca la santidad y participar en el apostolado de la Iglesia desde el seno de la sociedad civil, de su dinámica y de sus estructuras; es decir, desde los trabajos, las familias y las relaciones culturales y sociales que se establecen en el ámbito llamado secular. De hecho, los fieles (o cristianos) laicos se llamaron seglares (=seculares) para distinguirlos de los clérigos y de los religiosos.<br /><br />La raíz del término <b>secular </b>(<i>saeculum</i>= siglo y, por extensión, historia, mundo) se encuentra en otros términos de uso teológico: <i>secularización</i> (término que desde el s. XVII expresa el proceso de distinción entre los ámbitos religioso y civil que, en el desarrollo posterior ha tenido consecuencias positivas (expresadas por la <i>secularidad</i>, o visión cristiana del mundo) y negativas (hablamos de <i>secularismo</i>, o forma de vivir, hoy muy extendida, como si Dios no existiera).<br /><br />En un sentido muy diferente, se usa el término <i>laico</i> hoy en la sociología y en el derecho para indicar un ámbito (Estado laico, enseñanza laica, etc.) no comprometido confesionalmente con ninguna religión. Derivadamente, se habla de <i>laicidad</i> para expresar un régimen de distinción entre Iglesia y Estado que no excluye una buena relación entre ambos. En cambio, el término <i>laicismo</i> suele indicar la separación (con frecuencia polémica) entre Iglesia y Estado en una sociedad que no reconoce los valores de la religión y busca relegarlos a la esfera privada. <div><br /><div><br /></div><div><b><span style="color: #990000;">¿Quiénes son los fieles laicos?</span></b><br /><br /> Volviendo al <b>sentido eclesial de laico</b>, podemos recoger la descripción que hace el Concilio Vaticano II: <br /><br />“Con el nombre de laicos se designan aquí todos los fieles cristianos, a excepción de los miembros del orden sagrado y los del estado religioso aprobado por la Iglesia. Es decir, <b>los fieles</b> que, en cuanto incorporados a Cristo por el bautismo, integrados al Pueblo de Dios y hechos partícipes, a su modo, de la función sacerdotal, profética y real de Cristo, <b>ejercen en la Iglesia y en el mundo</b> la misión de todo el pueblo cristiano en la parte que a ellos corresponde” (<i>Lumen gentium</i>, 31).</div><span><a name='more'></a></span><div><br />En 1987 se celebró un Sínodo universal de los obispos sobre la vocación y misión de los laicos en la Iglesia y en el mundo. Como fruto de ese sínodo, Juan Pablo II publicó la exhortación postsinodal <b><i>Christifideles laici</i> </b>(30-XII-1988) que cabe considerar como la carta magna del laicado en la perspectiva católica. En ese documento se retomó el tema desde los textos de <i>Lumen gentium </i>y se aclararon algunos puntos como consecuencia de la teología desarrollada en los veinte años siguientes]. <br /><br /> A continuación estudiamos el n. 15 de la <i>Christifideles laici, </i>por su<i> </i>especial relevancia para la teología del laicado (*). Dejamos nuestros comentarios entre corchetes. <div><br /></div><div><br /><span style="color: #990000;"><b>Los fieles laicos y la índole secular</b></span><br /><br />[Comienza el texto señalando <b>“la novedad” del ser cristiano</b>. Esto se comprende bien si pensamos en las <b>conversiones de los primeros siglos</b>. Alguien, en principio adulto, entraba en contacto con la fe cristiana. Percibía <i>ahí,</i> en ese “lugar” (en las circunstancias corrientes de su vida), la llamada a ser cristiano (la vocación cristiana, aunque entonces no se llamaba así). Y, tras un periodo de preparación, era bautizado. <br /><br /><b>¿Qué había cambiado en esa persona? </b>Exteriormente puede decirse que nada. Seguía manteniendo las mismas relaciones con su familia, con su ambiente de trabajo y sus amigos. Solo que esas relaciones, actividades y tareas se le habían devuelto como misión cristiana. <br /><br />Un segundo punto es considerar que el bautismo es, por así decir, el <b>denominador común </b>de todos los cristianos, respecto del cual hay luego numeradores diversos, tipos distintos de cristianos. ¿Cómo se distinguen entre sí? No por el bautismo, evidentemente. En la época del Concilio Vaticano II se podía encontrar una interpretación excesivamente simplificada de esa distinción: a los sacerdotes les corresponde el templo; a los religiosos, el desierto o el apartamiento del mundo; a los laicos, el mundo mismo. En este documento, como veremos, se precisa mejor esta cuestión]<br /><br />“La novedad cristiana es el fundamento y el título de la igualdad de todos los bautizados en Cristo, de todos los miembros del Pueblo de Dios: «común es la dignidad de los miembros por su regeneración en Cristo, común la gracia de hijos, común la vocación a la perfección, una sola salvación, una sola esperanza e indivisa caridad» (<i>Lumen gentium</i> 32) <b>En razón de la común dignidad bautismal, el fiel laico es corresponsable, junto con los ministros ordenados y con los religiosos y las religiosas, de la misión de la Iglesia.</b><br /><br />Pero<b> la común dignidad bautismal asume en el fiel laico </b><i><b>una modalidad </b>que lo distingue, sin separarlo, </i>del presbítero, del religioso y de la religiosa. El Concilio Vaticano II ha señalado esta modalidad en la índole secular: «El carácter secular es propio y peculiar de los laicos» (<i>Lumen gentium</i>, 31)<br /><br />Precisamente para poder captar completa, adecuada y específicamente la condición eclesial del fiel laico es necesario profundizar el alcance teológico del concepto de la índole secular a la luz del designio salvífico de Dios y del misterio de la Iglesia”<br /><br />[Tenemos, pues, que lo propio de los laicos es lo que llama el Concilio, “la índole (=naturaleza, modo de ser o condición) secular”, y que esta designa la modalidad de la vocación y misión de los laicos. Ahora bien, cabe preguntarse si esta índole secular y lo que se llama <i>secularidad</i> son lo mismo. Y en todo caso, si es exclusiva o no de los laicos. Este documento dirá que la secularidad o dimensión secular pertenece a toda la Iglesia, y que lo propio de los laicos es<i> la forma</i> o <i>el modo</i> de vivir la secularidad; pues, como señalaba el Concilio, a los laicos corresponde contribuir a la santificación del mundo “como desde dentro, a modo de fermento” (<i>Lumen gentium,</i> 31). Es decir, desde la posición o el lugar originario que les correspondería externamente, si no hubieran sido bautizados. Y por eso, dirá <i>Christifideles laici</i>, el ser y actuar en el mundo son para los laicos, no solo una realidad antropológica y sociológica, sino también una realidad propiamente <i>teológica y eclesial. </i>Veámoslos despacio].<br /><br />“Como decía Pablo VI,<b> la Iglesia «tiene una auténtica dimensión secular</b>, inherente a su íntima naturaleza y a su misión, que hunde su raíz en el misterio del Verbo Encarnado, y se realiza de formas diversas en todos sus miembros» (Pablo VI, <i>Discurso a los miembros de los Institutos seculares,</i> 2-II-1972).<br /><br />La Iglesia, en efecto, vive en el mundo, aunque no es del mundo (cf. Jn 17, 16) y es enviada a continuar la obra redentora de Jesucristo; la cual, «al mismo tiempo que mira de suyo a la salvación de los hombres, abarca también la restauración de todo el orden temporal» (<i>Apostolicam actuositatem,</i> 5)<br /><br />Ciertamente, <b><i>todos los miembros</i> de la Iglesia son partícipes de su dimensión secular; pero lo son de <i>formas diversas.</i></b> En particular, la participación de los <i>fieles laicos</i> tiene <b>una modalidad propia</b> de actuación y de función, que, según el Concilio, «es propia y peculiar» de ellos. <b>Tal modalidad se designa con la expresión «índole secular» </b>(<i>Lumen gentium,</i> 31). </div><div><br /></div><div><br /></div><div><b><span style="color: #990000;">Lo propio de su vocación y misión</span></b><br /><br />El Concilio describe la condición secular de los fieles laicos indicándola, primero, como el lugar en que les es dirigida la llamada de Dios: «<i><b>Allí son llamados por Dios</b></i>» (Ib.) Se trata de un «lugar» que viene presentado en términos dinámicos: los fieles laicos «viven en el mundo, esto es,<b> implicados en todas y cada una de las ocupaciones y trabajos del mundo y en las condiciones ordinarias de la vida familiar y social,</b> de la que su existencia se encuentra como entretejida» (Ib.). Ellos son personas que <b>viven la vida normal en el mundo, estudian, trabajan, entablan relaciones de amistad, sociales,</b> profesionales, culturales, etc. El Concilio considera su <i>condición</i> no como un dato exterior y ambiental, sino como una realidad <i>destinada a obtener en Jesucristo la plenitud de su significado </i>(cf. Ib., 48). Es más, afirma que «<b>el mismo Verbo encarnado quiso participar de la convivencia humana (...). Santificó los vínculos humanos, en primer lugar los familiares, donde tienen su origen las relaciones sociales, sometiéndose voluntariamente a las leyes de su patria. Quiso llevar la vida de un trabajador de su tiempo y de su región</b>» (<i>Gaudium et spes, </i>32).<br /><br />De este modo, <i>el «mundo» se convierte en el ámbito y el medio de la vocación cristiana de los fieles laicos,</i> porque él mismo está destinado a dar gloria a Dios Padre en Cristo. El Concilio puede indicar entonces cuál es el sentido propio y peculiar de la vocación divina dirigida a los fieles laicos. No han sido llamados a abandonar el lugar que ocupan en el mundo. El Bautismo no los quita del mundo, tal como lo señala el apóstol Pablo: «Hermanos, permanezca cada cual ante Dios en la condición en que se encontraba cuando fue llamado» (1 Co 7, 24); sino que les confía una vocación que afecta precisamente a su situación intramundana. En efecto, los fieles laicos, <b>«<i>son llamados por Dios para contribuir, desde dentro a modo de fermento, a la santificación del mundo</i> </b>mediante el ejercicio de sus propias tareas, guiados por el espíritu evangélico, y así manifiestan a Cristo ante los demás, principalmente con el testimonio de su vida y con el fulgor de su fe, esperanza y caridad» (<i>Lumen gentium</i>, 31). De este modo, el ser y el actuar en el mundo son para los fieles laicos no sólo una realidad antropológica y sociológica, sino también, y específicamente, <b>una realidad teológica y eclesial</b>. En efecto, Dios les manifiesta su designio en su situación intramundana, y les comunica la particular vocación de «buscar el Reino de Dios tratando las realidades temporales y ordenándolas según Dios» (Ib.) <br /><br />Precisamente en esta perspectiva los Padres Sinodales han afirmado lo siguiente: «La índole secular del fiel laico no debe ser definida solamente en sentido sociológico, sino sobre todo <b>en sentido teológico</b>. El <b>carácter secular </b>debe ser entendido a la luz del acto creador y redentor de Dios, que ha confiado el mundo a los hombres y a las mujeres, para que participen en la obra de la creación, la liberen del influjo del pecado y se santifiquen en el matrimonio o en el celibato, en la familia, en la profesión y en las diversas actividades sociales» (<i>Propositio </i>4)<br /><br />La <i>condición eclesial </i>de los fieles laicos se encuentra radicalmente definida por su <i>novedad cristiana</i> y caracterizada por su<i> índole secular</i> (cf. Juan Pablo II, <i>Angelus, </i>15-III-1987). <br /><br />Las imágenes evangélicas de <b>la sal,</b> de <b>la luz</b> y de <b>la levadura</b>, aunque se refieren indistintamente a todos los discípulos de Jesús, tienen también una aplicación específica a los fieles laicos. Se trata de imágenes espléndidamente significativas, porque no sólo expresan la plena participación y la profunda inserción de los fieles laicos en la tierra, en el mundo, en la comunidad humana; sino que también, y sobre todo, expresan la novedad y la originalidad de esta inserción y de esta participación, destinadas como están a la difusión del Evangelio que salva".<div><br /></div><div>------------</div><div><span style="font-size: x-small;">(*) Cf. Juan Pablo II, Exh. ap. <i>Christifideles laici, </i>sobre la vocación y misión de los laicos en la Iglesia y en el mundo, 30-XII-1988. El documento se puede encontrar entero en la web del Vaticano: </span></div><span style="font-size: x-small;">https://www.vatican.va/content/john-paul-ii/es/apost_exhortations/documents/hf_jp-ii_exh_30121988_christifideles-laici.html</span></div></div></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><br /></div></div><br /></div>Ramiro Pelliterohttp://www.blogger.com/profile/18413305317072914336noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2026943269771602669.post-26060238284089132432024-01-26T09:34:00.007+01:002024-03-09T20:57:50.033+01:00La bendición de la unidad <div class="separator"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjjHsBvxZuiJeZUkZZIkAakba3FKPeTAgGaKB2HnnSCPL_MBdH9KeKMGxomhximlvKMiRFt8En9eD1O1MMqc4ioXqLOT_jk1I4aCnQW4sXmuKXnBKmtGKx5Bvdmn2A1jUnvRuzjal4rRBdBRcgir6RceS4jJbP8sxKuSvytbbJYHNudw0eS5WHzBukYvy7c/s1620/CruzAnclaCorazon.jpeg" style="clear: left; float: left; margin-bottom: 1em; margin-right: 1em; text-align: center;"><br /></a></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhh7gCH6hub79DVv_-P3Vo5ZBGt83NJWs1nzURfXczGlOD5aPUcDlP9WTOjhBVqe0UzEG_xpdSs0BijwioyjhczB_VUEe8688iskyZmxLKaGSEaZfHYq-SQup0euqm1jkshCkSSGA-KkqzJ1GsJT_XjAIKA_iifyKLpWr8-kGv2hDS1eSZxrZoCZzPfPVYd/s1198/Saint_Teresa_of_the_Child_Jesus_Catholic_Church_(Springfield,_Ohio)_-_stained_glass,_heart-cross-anchor.JPG" style="clear: left; float: left; margin-bottom: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="1198" data-original-width="1197" height="320" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhh7gCH6hub79DVv_-P3Vo5ZBGt83NJWs1nzURfXczGlOD5aPUcDlP9WTOjhBVqe0UzEG_xpdSs0BijwioyjhczB_VUEe8688iskyZmxLKaGSEaZfHYq-SQup0euqm1jkshCkSSGA-KkqzJ1GsJT_XjAIKA_iifyKLpWr8-kGv2hDS1eSZxrZoCZzPfPVYd/s320/Saint_Teresa_of_the_Child_Jesus_Catholic_Church_(Springfield,_Ohio)_-_stained_glass,_heart-cross-anchor.JPG" width="320" /></a></div><div><span style="font-size: x-small;">(Imagen: vidriera en la iglesia católica de Santa Teresa del Niño Jesús, Springfield, Ohio. El antiguo símbolo de la cruz, el ancla y el corazón expresa la unidad de la fe, la esperanza y el amor)</span></div><div><br /></div>La Semana de oración por la unidad de los cristianos este año ha tenido como lema <i>Amarás al Señor tu Dios… y a tu prójimo como a ti mismo </i>(Lc 10, 27). <b>El amor es manifestación de unidad y camino de unidad</b>. Dentro de la Trinidad, el Espíritu Santo es el principio de unidad (entre el amor de Dios Padre y el amor del Hijo) y de la vida íntima entre las Personas divinas. Y es <b>el Espíritu Santo</b> el principal artífice de la unidad de los cristianos, que requiere nuestra oración y nuestro empeño de muchas maneras. Comenzando por el esfuerzo en la unidad entre los fieles católicos. <br /><br />Para la fe católica, la unidad se edifica especialmente en <b>la comunión eucarística</b>. Dice Benedicto XVI en su primera encíclica sobre Dios es amor: «La unión con Cristo es al mismo tiempo unión con todos los demás a los que él se entrega. No puedo tener a Cristo solo para mí; únicamente puedo pertenecerle en unión con todos los que son suyos o lo serán. <b>La comunión me hace salir de mí mismo para ir hacia Él y, por tanto, también hacia la unidad con todos los cristianos.</b> Nos hacemos ‘un cuerpo’, aunados en una única existencia. Ahora, el amor a Dios y al prójimo están realmente unidos» (n. 14).<div><br /><br /><b><span style="color: #990000;">La unidad del amor y la bendición</span></b><br /><br />En efecto. Todo lo que hace la Iglesia, lo que quiere hacer, es <i><b>la unidad del amor</b></i>. Primero entre los creyentes, luego entre todas las personas y en armonía con el mundo creado. Ese es el bien que la Iglesia busca, en cumplimiento de su misión evangelizadora. <br /><br />Ya en el libro del Génesis Dios crea con su palabra que es eficaz y con su amor que dice y hace el bien, lo bueno. Continuamente se sucede el ritmo: «<i>Y dijo Dios… hágase / Y vio Dios que era bueno</i>». Como plenitud de la historia de la salvación, viene <b>Jesucristo</b>, cuyo mensaje es Evangelio, buena noticia, porque es Palabra que nos trae el bien. Y <b>todo lo que la Iglesia hace, quiere decir y hacer el bien, bendecir.</b> Si alguien no lo entendiera así en algún caso, podría ser porque no ha comprendido de qué se trata, o porque no se le ha explicado de modo adecuado.<br /><br />Más específicamente, los ministros de la Iglesia bendicen en los <b>sacramentos</b>, que tienen la fuerza de transmitir la gracia de Dios cuando se celebran en la forma y condiciones requeridas. En otras ocasiones <b>bendicen</b> a personas, objetos e incluso animales, con fórmulas previstas en los rituales. Incluso con otras bendiciones no ritualizadas, de forma más sencilla, cuando los fieles acuden a ellos <b>pidiendo con confianza</b> (<i>fiducia supplicans</i>) su intercesión ante Dios para el camino de la vida y el cumplimiento de su voluntad. Es esta <b>confianza en Dios </b>y los <b>esfuerzos por hacer el bien y ayudar a otros</b> (aunque sean pobres esfuerzos y pequeñas ayudas a nivel humano), al menos, <b>los que se bendicen </b>en estos casos, incluso dentro de situaciones objetivamente inmorales. <br /><br />Más aún, todos los fieles pueden invocar a Dios sobre sí mismos o sobre otros, sobre sus viajes y sus actividades, para que Él les proteja y les ayude, en su respuesta a la llamada a la santidad y al apostolado que tiene todo cristiano. <br /><br />Por otra parte, cabe preguntarse si ha sido <i>bueno</i> todo lo que se ha bendecido. La bendición, o las bendiciones que la Iglesia por medio de sus ministros imparte, como toda acción eclesial, se sitúan en la historia, en el tiempo de los hombres. Y, por tanto, es posible que su ejercicio o su significado haya sido herido por las limitaciones y las fragilidades humanas. Por eso las bendiciones deben ser promovidas junto con la necesaria <b>purificación de la memoria histórica.</b></div><div><span><a name='more'></a></span></div><div><br /><b><span style="color: #990000;">La dimensión pastoral de la verdad</span></b><br /><br />Sobre la <b>promoción de la unidad y de la paz</b> como dimensiones de la misión de la Iglesia, y la promoción del <b>anuncio de la fe</b>, como tarea primordial del ministerio de los obispos con su cabeza, el Papa, ha hablado este lunes 22 de enero el cardenal Matteo Zuppi, arzobispo de Bolonia y presidente de los obispos italianos. <br /><br />Y en este contexto se ha referido a la declaración <b><i>Fiducia supplicans</i></b>. «Un documento que se sitúa en el <b>horizonte de la misericordia</b>, de la mirada amorosa de la Iglesia sobre todos los hijos de Dios, sin por ello derogar las enseñanzas del Magisterio», en concreto sobre el sacramento del matrimonio. <br /><br />A este propósito cita una clarificación del cardenal Betori (arzobispo de Florencia) en el (periódico) <i>Avvenire</i>: «No se trata de una ampliación del concepto del matrimonio, sino de una aplicación concreta de la convicción creyente de que <b>el amor de Dios no tiene límites</b>, y que su propia acción está en la base de la superación de las situaciones difíciles en las que se encuentra el hombre». <br /><br />Por ello, las bendiciones, apunta el cardenal de Florencia, son «<b>un recurso pastoral</b> antes que un riesgo o un problema», un gesto que no pretende sancionar ni legitimar nada, sino <b>que las personas puedan experimentar la cercanía de Dios Padre.</b> <br /><br />Y añade el mismo cardenal Betori: «Pensar en estos términos la verdad y su anuncio no quita nada a su integridad, sino que nos hace conscientes <b>del estrecho vínculo entre la voluntad salvífica de Dios y la condición histórica del hombre</b>». <br /><br />En efecto, observa el cardenal Zuppi: «Se trata del v<b>alor pastoral de la verdad cristiana</b>, que tiene siempre como finalidad la salvación. Dios quiere que todos los hombres se salven (1 Tm 2, 4); y por tanto es tarea de la Iglesia <b>interesarse por todos</b> y por cada uno. No podemos olvidar que todos los <b>bautizados</b> gozan de la plena dignidad de ‘hijos de Dios’ y, como tales, son nuestros hermanos y nuestras hermanas». <br /><br /><br /><b><span style="color: #990000;">Promover la unidad, la bendición y el servicio</span></b><br /><br />En medio de los conflictos internacionales, señala, se requiere un esfuerzo por la unidad. Concretamente en una Europa en que muchos parecen moverse como <b>«sonámbulos» en un mundo opaco donde no se ve el futuro</b>, y cuando en la Iglesia parece dominar una visión pesimista y poco atractiva, especialmente para los jóvenes, el Papa se hace eco de las palabras del Señor: «<b>Buscad primero el reino de Dios y su justicia</b>» (Mt 6, 33). <br /><br />Estamos en el año preparatorio para el <b>Jubileo de 2025</b> (que Francisco acaba de declarar como <b><i>Año de la oración</i></b>). Esto pide un <b>clima de esperanza y de fe, un corazón abierto y una mirada amplia</b>. Es una «llamada del Señor, de la <b>sed de sentido y de fe</b> de tantos, de la desorientación de muchos, de la necesidad de los pobres, de la soledad orgullosa y desesperada de algunos, de las inquietudes. ¡No es solo el tiempo de la secularización, sino también el tiempo de la Iglesia!».<br /><br />Por eso, propone el cardenal, no debemos dejarnos intimidar por lecturas meramente sociológicas de la Iglesia que quieren dividir a los obispos y a los fieles en nombre de los <i>like</i> sociales. La historia nos enseña que <b>en medio de la fragilidad la Iglesia está siempre viva.</b> Y que como señala san Juan Crisóstomo, «nada es más poderoso que la benignidad». Nuestra debilidad es nuestra fuerza si la usamos con inteligencia y libertad. <br /><br />Y concluye subrayando la importancia, para las próximas generaciones, de la <i><b>educación integral</b></i> de la persona en el marco del <b><i>humanismo cristiano</i></b>: «Hacia ellos la tarea eclesial y civil consiste en educar para la paz, para la legalidad, para la cultura, mostrando cómo el cristianismo ha contribuido a fundar los valores de libertad y respeto del otro, que están en la base de nuestra sociedad». </div><div><br /></div><div>Así es. Los cristianos, junto con tantas personas de buena voluntad, seguimos convocados en <b>tareas de unidad, de bendición y servicio.</b> Tareas que se fundamentan en la esperanza, que no buscan juzgar, sino salvar, sembrar la paz y la alegría (*).<br />--------<br /><span style="font-size: x-small;">(*) Una primera versión de este artículo se publicó en la <i>Revista Ecclesia</i> el 24-I-2024 (https://revistaecclesia.es/author/ramiro-pellitero/).</span></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><br /></div><br />Ramiro Pelliterohttp://www.blogger.com/profile/18413305317072914336noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-2026943269771602669.post-61779572611883671692024-01-23T20:28:00.012+01:002024-03-09T20:58:47.721+01:00La Iglesia particular según el Catecismo de la Iglesia Católica<div class="separator"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEh3i8xnAVYFfmoX_Ays8nsDuYyZk5ijHMxuZZAp4toHG4-zdwvE3BKikG_1yaR_832xqEaE6gvRz7CNxSWzA8dikmXIWcm9UR_xPW6v4MqQkJwlyYk6dV_e3YTs1n-PzYYWubaFSkhmP5qeWRExRT6RmRaldkf6JhoRwUml1XeXASSkXlPR0Ke9j2cqZODa/s660/Iglesia%20copia.png" style="clear: left; float: left; margin-bottom: 1em; margin-right: 1em; text-align: center;"><img border="0" data-original-height="371" data-original-width="660" height="180" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEh3i8xnAVYFfmoX_Ays8nsDuYyZk5ijHMxuZZAp4toHG4-zdwvE3BKikG_1yaR_832xqEaE6gvRz7CNxSWzA8dikmXIWcm9UR_xPW6v4MqQkJwlyYk6dV_e3YTs1n-PzYYWubaFSkhmP5qeWRExRT6RmRaldkf6JhoRwUml1XeXASSkXlPR0Ke9j2cqZODa/s320/Iglesia%20copia.png" width="320" /></a></div>La Iglesia universal es <b>comunión de las Iglesias particulares</b>, las que tradicionalmente se han llamado <b>diócesis</b>. Desde el concilio Vaticano II, este término (diócesis) se ha venido entendiendo en un sentido más teológico; no solo como circunscripciones territoriales, sino como <b>presencia del Misterio de la Iglesia en un lugar o en un ámbito humano</b>. <div><br /></div><div>De ello trata el <i>Catecismo de la Iglesia Católica, </i>que es "texto de referencia seguro y auténtico para la enseñanza de la doctrina católica" (Juan Pablo II, const. ap. <i>Fidei depositum, 4</i>), también para la docencia teológica y la formación cristiana en general, que incluye tanto las clases de religión como la catequesis.</div><div><span> </span></div><div>Los párrafos que recogemos a continuación (*) vieron la luz al año siguiente de la publicación del Catecismo de la Iglesia Católica. En ellos explica el autor cómo <i>la Iglesia particular </i>se presenta en el Catecismo arrancando de una concepción profunda y plena de la <i>Catolicidad </i>de la Iglesia.</div><span><a name='more'></a></span><div><br /><div><br /></div><div><div style="text-align: center;">* * *</div><br />“Se ha insistido en los últimos años en la recuperación que el Concilio ha supuesto de la Iglesia como ‘comunión de Iglesias particulares’, tema ausente en la teología y en la praxis pastoral anterior al Concilio. Múltiples factores prepararon la revitalización conciliar de las Iglesias particulares [cf. de este mismo autor, <i>Teología de la Iglesia particular</i>, Pamplona 1989]. En todo caso, y es lo que ahora interesa, la Iglesia particular no podía dejar de estar presente en el <i>Catecismo</i>, que lo hace emerger <b>en el contexto de la ‘Catolicidad’</b> como nota de la Iglesia, en e1 § 3, III. El <i>Catecismo</i> trasciende así una visión de la catolicidad como universalidad geográfica: ‘La palabra <i>católica</i> –dice el <i>Catecismo</i>– significa <i>universal</i> en el sentido de <b><i>según la totalidad</i> o <i>según la integridad</i>’</b> (n. 830).<b> La ‘integridad’ de la Palabra y los sacramentos</b> es la que encontramos en cada Iglesia particular en comunión con las demás, que pueden así ser denominadas por el <i>Catecismo</i> como ‘católicas’".</div><div><br /></div><div>[<i>Catolicidad</i> quiere decir, pues, no sólo <i>universalidad</i> en extensión geográfica y que la Iglesia está enviada en misión a la totalidad del género humano; sino también en el sentido de que la Iglesia, por la presencia de Cristo en ella, <i>posee la "integridad" o "totalidad" de los medios de salvación,</i> que son sobre todo la fe y los sacramentos. Y así la Iglesia universal es católica porque tiene esa integridad, y también las Iglesias particulares la tienen y por eso son también "católicas"].<br /><br />"Nos hallamos ante un tema igualmente nuevo –de otra parte, tan antiguo como la misma Iglesia– para la catequesis de los últimos siglos y que no dejará de llamar la atención. A la vez, goza de una <b>actualidad</b> insoslayable, tanto en la vida interna de la Iglesia, como también por la <b>trascendencia ecuménica</b> que ha cobrado. El Catecismo dedica a la Iglesia particular cuatro números densos, los nn. 832-835. En ellos se recoge la doctrina más esencial del Concilio: los nn. 23 y 26 de <i>Lumen Gentium</i>, junto con la referencia obligada a <i>Christus Dominus,</i> n. 11"</div><div><br /></div><div>(Es un tema antiguo porque desde siempre, a partir de la Iglesia originaria de Jerusalén, han existido las Iglesias particulares dentro de la comunión católica. Y es un tema nuevo porque solo en las últimas décadas se esta viendo el profundo y rico significado de este modo de ser la Iglesia: universal y a la vez cuerpo de Iglesias (<i>corpus ecclesiarum</i>)]<br /><br /><br /><b><span style="color: #990000;">La Iglesia universal es un “cuerpo de Iglesias”</span></b><br /><br />"El Concilio Vaticano II apuntó en sus textos la inmanente [inseparable] relación que existe entre la Iglesia universal y las Iglesias particulares. La Const. dogm. <i>Lumen gentium</i> expresó este aspecto del misterio de la Iglesia en la formulación de su n. 23, en el primer párrafo. El Concilio habla ahí de la doctrina del Sucesor de Pedro como principio y fundamento perpetuo y visible tanto de los Obispos como de la multitud de los fieles; y añade en el mencionado párrafo: ‘Por su parte, los Obispos son, cada uno, principio y fundamento visible de la unidad en <b>sus Iglesias particulares</b>, formadas <i>ad imaginem d</i>e la Iglesia universal, <i>in quibus et ex quibus una et unica Ecclesia Catholica exsistit</i>’ [a imagen de la Iglesia universal, <b>en las cuales y a partir de las cuales existe la una y única Iglesia Católica]</b>. Pertenece, pues, al misterio de la Iglesia, un modo de existencia histórica por el cual, sin dejar de ser <i>una et unica</i>, la Iglesia es a la vez <i>Corpus ecclesiarum</i> (cfr. LG 23/b)". </div><div><br /></div><div>[Este modo de ser la Iglesia durante la historia, el hecho de que sin dejar de ser una y única la Iglesia es a la vez cuerpo de Iglesias, es tan importante que pertenece a la estructura fundamental de la Iglesia: se ha dado siempre y se dará hasta el fin del mundo]<br /><br />"La Eclesiología y la Ciencia canónica en los últimos años han reservado una detenida atención a las Iglesias particulares. Era lógico, ya que el Concilio designaba, con la expresión <i>corpus ecclesiarum, </i>una condición estructural de la Iglesia. <b>La Iglesia como ‘comunión de Iglesias’ implica la entera visión de su forma peregrinante</b>; es la Iglesia Católica la que es, <b>a la vez, universal y local,</b> según una dinámica de mutua inmanencia [o relación] que se refleja en toda la ontología eclesial [en todo el ser de la Iglesia], en el ministerio (a la vez universal y local), y en la condición cristiana (incorporación por el Bautismo a la Iglesia Católica en una Iglesia particular).<br /><br />Pero el Concilio no hizo de la Iglesia particular objeto directo de su sistemática, sino que sus afirmaciones sobre ella aparecen con ocasión de otros aspectos, como la vida litúrgica en la diócesis (<i>Sacrosanctum Concilium</i>), la acción misional de la Iglesia (<i>Ad gentes</i>), la autoridad (<i>Lumen gentium;</i> <i>Christus Dominus; Presbyterorum Ordinis)</i>. Esto se explica, entre otras cosas, por la ausencia de una eclesiología propiamente dogmática [es decir, una teología sobre la Iglesia que tuviera en cuenta las verdades de la fe acerca del ser de la Iglesia y profundizara sobre ellas] en el tiempo anterior al Concilio, que ofreciese una sistemática [un conjunto orgánico y articulado] aceptada y extendida, en la cual la Iglesia particular ocupase un lugar reconocido como elemento orgánico de la Eclesiología. Esto solo se haría posible precisamente tras el Concilio Vaticano II.<br /><br /><br /><b><span style="color: #990000;">La profundización después del Concilio </span></b><br /><br />Por estos motivos, entre otros, la teología de la Iglesia particular ha necesitado un tiempo de maduración tras el Concilio. La reflexión sistemática se veía en parte sorprendida por el magisterio conciliar [es decir, que en este sentido el Concilio Vaticano II fue por delante de la teología]. Necesariamente había que desarrollar las virtualidades de la afirmación de la Iglesia como <b>‘cuerpo de Iglesias’</b>. La base escriturística y patrística de esta ‘comunión de Iglesias’ está bien documentada en las fuentes. La mirada ha de dirigirse, en cambio, al núcleo dogmático contenido en la expresión <i>in quibus et ex quibus</i> [en esas Iglesias particulares y a partir de ellas existe la Iglesia católica una y única] (que recoge el <i>Catecismo</i> en el n. 833). En dicha formulación se encuentra una comprensión equilibrada de la relación entre Iglesia universal e Iglesias particulares. El Concilio condensó en tales palabras una indicación certera de las dimensiones local y universal de la Iglesia.</div><div><br />Las opciones teológicas sobre la Iglesia particular poseen, en consecuencia, un relieve doctrinal y pastoral de gran alcance. En un inicio, se advirtió la escasa tradición del tema como objeto de reflexión científica en la teología católica. En algunos casos se han recorrido senderos de escasa utilidad. De una parte,<b> un impulso deslumbrado por la Iglesia particular, tendía a oscurecer la dimensión universal de la Iglesia Católica.</b> Y no cabe olvidar que en esta temática se halla implicada, de una u otra forma, la doctrina sobre el episcopado colegial y el primado del Papa en la Iglesia universal. De otra parte, tampoco sería acertada la reacción de salvaguardar la universalidad de la Iglesia –comunión guiada por el episcopado universal <i>cum et sub Petro </i>[con y bajo Pedro]– a costa de una depreciación de la consistencia propia de las <b>Iglesias particulares, ya que su reconocimiento pertenece al patrimonio de la fe cristiana</b>. A nivel de la reflexión teológica, sin embargo, puede decirse que la Eclesiología se encuentra ya en condiciones de ofrecer al menos un marco teológico común para nuestro tema, básicamente aceptados"</div><div><br /></div><div>[Como se ve, estamos ante un tema de gran importanmcia, también por los riesgos de exagerar una de las dimensiones de la Iglesia (la universal o la local) en detrimento de la otra, siendo así que lo universal es en sí mismo más importante que lo local (pero sin desconocerlo ni minusvalorarlo). Conocer esto es necesario tanto para comprender la relación entre lo universal y lo local en la Iglesia, como para entender la relación entre el ministerio del Papa y el de los obispos, y para profundizar en otros temas como la Eucaristía, el presbiterado y el ecumenismo].<br /><br />"Hay que añadir que la relación entre Iglesia universal e Iglesias particulares ha sido objeto de atención por el magisterio ordinario solo muy recientemente. Pablo VI se pronunció al respecto en un párrafo de la Exhortación <i>Evangelii nuntiandi </i>[1975] recogido en parte por el n. 835 del <i>Catecismo.</i> Ha sido Juan Pablo II quien ha ofrecido una mayor atención a las Iglesias particulares. Es comprensible que la novedad misma del tema sugiriese una lógica reserva. El magisterio se encontró quizá sin precedentes en la tradición declarativa de los últimos siglos de la Iglesia. <b>El Concilio Vaticano II constituye la primera ocasión </b>en que la Iglesia ha ofrecido unas afirmaciones de importante contenido doctrinal sobre las Iglesias particulares. Sin embargo, en la actualidad se han decantado ya unas coordenadas doctrinales bien avaladas, y en cierto modo resumidas en la (...) Carta de la Congregación para la Doctrina de la Fe a los Obispos de la Iglesia Católica sobre ‘algunos aspectos de la Iglesia considerada como comunión’ [Carta <i>Communionis notio, </i>23-V-1992]. Se puede calificar este documento como un primer pronunciamiento doctrinal importante en el tema que nos ocupa, que recoge de alguna manera el discernimiento pastoral de estos primeros años posteriores al Concilio Vaticano II".<br /><br /><br /><b><span style="color: #990000;">Desafío para la formación cristiana</span></b></div><div><span style="color: #990000;"><span style="caret-color: rgb(153, 0, 0);"><b><br /></b></span></span></div><div><span style="caret-color: rgb(153, 0, 0);">[El autor avisa de que, por su relativa novedad, este tema requiere una especial atención en la formación cristiana, y por tanto no solamente en las facultades de teología y en los seminarios, sino también en las clases de religión y en las catequesis, sabiendo poner de relieve las implicaciones para la vida cristiana y la evangelización. En suma, es uno de los temas en los que se ve la necesidad de la formación eclesiológica y pastoral].<br /></span><br />Teniendo en cuenta todo lo anterior, la opción [que toma el Catecismo de la Iglesia Católica] de incluir las Iglesias particulares en el contexto de la ‘Catolicidad’ parece acertada entre las diversas posibilidades, a la vista de la sistemática del entero artículo eclesiológico [es decir, teniendo en cuenta cómo está estructurado lo que se dice en el Credo sobre la Iglesia]. La Iglesia particular tenía que aparecer necesariamente en un <i>Catecismo</i> dirigido a configurar una catequesis inspirada en el Concilio. A la vez, habrá que estar a la espera de la recepción de <b>uno de los temas eclesiológicos de mayor dificultad práctica a la hora de ser plasmado en un lenguaje comprensible</b>, que a la vez sea completo en su contenido: ‘el misterio de la Iglesia particular, en síntesis, es el misterio de la presencia del <i>todo</i> en la <i>parte</i>, permaneciendo ésta como parte del todo’ (P. Rodríguez, <i>Iglesias particulares y Prelaturas personales, </i>Pamplona 1986, p. 150). En ese aparente juego de palabras se ventilan aspectos claves de la eclesiología (Episcopado y primado, Eucaristía e Iglesia, Presbiterado, Iglesias separadas de Roma...). Su formalización teológica, que en gran parte ha logrado ya una aceptación común a nivel de especialistas, se abre ahora, en consecuencia, a la fase de <b>incidencia real en la formación cristiana.</b> Y lo que en el lenguaje teológico resulta inteligible, puede no serlo en la <b>captación real de muchos cristianos</b> (más tendente, en general, a una visión ‘administrativa’ de la vida eclesial). Nos hallamos, pues, ante una ocasión privilegiada para una <b>formación eclesiológica</b> con hondura en el seno del Pueblo de Dios”.<div>---------<br /><span style="font-size: x-small;">(*) J. R. Villar, “Creo en la Santa Iglesia Católica”, <i>Scripta Theologica </i>25 (1993) 601-626.</span></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><br /></div><br /></div></div>Ramiro Pelliterohttp://www.blogger.com/profile/18413305317072914336noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2026943269771602669.post-42110519806864032112024-01-13T22:21:00.005+01:002024-01-23T22:54:06.790+01:00El Espíritu Santo actúa en la Iglesia "desde dentro"<div class="separator"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhSTxn0c3ZMRSigDtjXeoKIjek1vMs0Zz07ofW6X5_B_2oTRwqTYzuEvetdk09QZJuK90rUH6Dno7c9YtGloJo9p7gG2gSL_kHc8w7dxUbooCuQ-1KjMbkOdQQkE4MyKyX1HFJwD4A61MAfKf628ZGZv97zpau5fwu86oW4o9OEPdT8JFQ7W4GqKJf9LD2O/s1198/RabulaGospelsFolio14vPentecost.jpg" style="clear: left; float: left; margin-bottom: 1em; margin-right: 1em; text-align: center;"><img border="0" data-original-height="1198" data-original-width="1020" height="320" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhSTxn0c3ZMRSigDtjXeoKIjek1vMs0Zz07ofW6X5_B_2oTRwqTYzuEvetdk09QZJuK90rUH6Dno7c9YtGloJo9p7gG2gSL_kHc8w7dxUbooCuQ-1KjMbkOdQQkE4MyKyX1HFJwD4A61MAfKf628ZGZv97zpau5fwu86oW4o9OEPdT8JFQ7W4GqKJf9LD2O/s320/RabulaGospelsFolio14vPentecost.jpg" width="272" /></a></div>(Imagen- Escena de Pentecostés (s. VI), Evangelios de Rabula (libro siriaco de miniaturas), Biblioteca Medicea Laurenziana, Florencia)<div><br /></div><div><br /><div><br /> Johann Adam Möhler (1796-1838) fue un insigne sacerdote y teólogo alemán, de la escuela romántica de Tubinga. Sirvió de puente entre la teología oriental y occidental. Se le considera “precursor” del Concilio Vaticano II por su <b>“vuelta a las fuentes”.</b> Es decir, a la Sagrada Escritura y sobre todo a los <b>Padres de la Iglesia. </b><br /><br />En 1825 escribió su célebre obra “La unidad de la Iglesia o el principio del catolicismo”. El pensamiento de Möhler fue introducido en Europa, a través de Francia, en los años treinta del pasado siglo principalmente por Yves Congar. <br /><br /> En 1996, Pedro Rodríguez y José Ramón Villar realizaron una edición crítica completa en español del libro de Möhler <i>La unidad en la Iglesia</i>, Pamplona 1996. El mismo año, Pedro Rodríguez publicó un artículo donde explicaba el sentido del libro de Möhler. Y de ese artículo hemos seleccionado los párrafos que figuran más abajo (*)<br /><br /> Möhler, explica Pedro Rodríguez, redescubre en los Padres<b> la dimensión espiritual o “mística” que anima a la Iglesia</b>. Lo que pone todo en marcha, a partir de Pentecostés, es <b>el Espíritu Santo, principio de unidad y de vida en la Iglesia. </b>Es el Espíritu Santo el que sigue actuando en cada cristiano desde el Bautismo, <b>haciendo posible la santidad </b>(con la colaboración de cada uno por medio de la oración, de los sacramentos y de la caridad) en comunión con los demás. Y, desde ahí, desde ese "dentro" de cada uno, el Espíritu Santo actúa en la edificación y la misión de la Iglesia. </div><span><a name='more'></a></span><div><br /><div><b><span style="color: #990000;">El Espíritu Santo actúa “de dentro afuera”</span></b><br /><br />[El Espíritu Santo, enseña Möhler, actúa “desde dentro” de las almas, en el misterio de la Iglesia. A la vez, actúa “desde fuera”, podríamos decir institucionalmente. De hecho, Él es que inspira las Sagradas Escrituras, actúa para que el anuncio de la fe dé fruto en la misión de la Iglesia, asiste al Magisterio del Papa y de los obispos en comunión con Él, interviene en los sacramentos para que produzcan “eficazmente” la gracia, impulsa y perfecciona la comunión entre los cristianos, como semilla de fraternidad universal. <br /><br />Por eso, desde el punto de vista de la experiencia religiosa de los cristianos, <b>lo primero es ese “don” o vida interior de la Iglesia en cada cristiano</b>, que, desde el Bautismo se incorpora a la comunión que el Espíritu Santo ha creado. Y desde ahí, se vive y se comprende la Iglesia como institución. Ella ha sido instituida por Cristo y también tiene un rostro “institucional”, entre las instituciones humanas y sociales. Veamos cómo lo expone Pedro Rodríguez]</div><div><br /></div><div><div style="text-align: center;">* * *</div><br />“La Unidad –se ha dicho muchas veces– fue <b>una reacción contra la teología racionalista </b>de la Ilustración, dominante en su época, que reducía la Iglesia a una sociedad humana de fines éticos y educativos. Quiere <b>superar también una visión predominantemente juridica y apologética </b>de la Iglesia, como sola sociedad jerárquica.<br /><br />En los Padres de la Iglesia que estudia en La Unidad, Möhler encuentra los <b>principios místicos</b> que animan la vida de la Iglesia y de sus miembros, y el modo en que la vida de comunión en el amor se manifiesta ‘hacia afuera’. Leyendo a Clemente de Roma, a Ignacio de Antioquía, a Cipriano de Cartago, Möhler descubre <b>la comunión</b> como el elemento interior de la Iglesia. Su exteriorización visible es la dinámica del germen puesto en las almas cristianas por el Espíritu Santo. De manera que la comunión espiritual se expresa visiblemente en la constitución de comunidades cada vez más universales, con un centro personal de referencia: la diócesis, con su Obispo; la provincia, en el metropolita; la Iglesia entera, en torno al Colegio de los obispos y al Papa como la incorporación universal y visible de la unidad. (…)<br /><br />Quiero anticipar el que me parece ser <b>el núcleo de ese mensaje</b>, y lo voy a formular no con palabras de Möhler, sino con palabras del Concilio. Vaticano II, que parecen escritas por e1 teólogo de Tubinga: ‘El Espíritu Santo, que <b>habita en los creyentes </b>y <b>llena y dirige a toda la Iglesia</b>, es quien realiza la admirable comunión de los creyentes (<i>communio fulelium</i>) y tan estrechamente los une a todos en Cristo, que Él –el Espíritu– es el <i>Principio de la unidad</i> de la Iglesia’ (Decr. <i>Unitatis redintegratio,</i> 2). (…)<br /><br />Möhler ha percibido que esta dimensión pneumatológica es cronológicamente ‘<b>lo primero’</b> desde el punto de vista de la experiencia religiosa del creyente. Möhler aplica a la Iglesia el mismo principio: ir desde la vida eclesial (obra del Espíritu de Cristo) a la comprensión de la institución eclesial (históricamente originada en Cristo); o, según sus categorías, <b>ir ‘de dentro hacia fuera’</b>, desde el ‘principio místico’ hacia la realidad visible, institucional. <b>No es el Espíritu Santo quien ‘funda’ la Iglesia –de esto es consciente Möhler– sino Cristo</b>. Pero lo que Cristo pone como realidad eclesial dada, <b>el Espíritu lo despliega.</b> Podríamos decir que en Möhler hay una ‘concentración’ cristológica fundacional y una ‘dilatación’ pneumatológica de esa cristología en la historia”.<br /><br /><br /><b><span style="color: #990000;">La Iglesia, manifestación visible de una comunión de amor</span></b><br /><br />[De todo ello se sigue que lo propio del Espíritu Santo es, en palabras de Pedro Rodríguez, “desplegar” o “dar forma existencial” a la comunión espiritual que los fieles tienen con Cristo; pero<i> esta acción, no es “independiente” de Cristo</i>, porque se trata del Espíritu de Cristo, principio de unidad y vida en la Iglesia. Y así, en la Iglesia, que es Tradición viva (de <i>tradere</i>, entregar o transmitir), surgen las confesiones o proclamaciones de la fe, los dogmas, el culto cristiano y el servicio de la vida cristiana en el mundo, centrado en la caridad. El Concilio Vaticano II dirá: “<b>la Iglesia (…) en su doctrina, en su vida y en su culto perpetúa y transmite a todas las generaciones todo lo que ella es, todo lo que cree</b>”]<br /><br />“Pero ha de quedar claro: para Möhler lo institucional no es creación del Espíritu Santo en sentido constitutivo –no es esa la idea de Möhler, a pesar de sus expresiones ocasionales– sino que es <b>el despliegue visible de lo dado ya en Cristo.</b> (…) Ese despliegue, en cambio, sí es creación del Espíritu, ese ‘tomar forma’ existencial que es, desde nuestro punto de vista, ‘lo primero’ que encontramos aquí y ahora. <b>Pero no es obra del Espíritu ‘independiente’ de Jesús.</b> El Espíritu Santo es el Espíritu de Cristo. (…)<br /><br />‘Lo que Möhler quiere subrayar en la Iglesia –escribe Congar– es que, en el fondo, es <b>la creación de un don espiritual interior</b>; que este don espiritual está en ella principal y primordialmente, y que todo lo demás deriva de él su sentido, y que las desviaciones del cisma y de la herejía son ante todo una traición de este 'principio del catolicismo', que es el don del Espíritu Santo. Este principio existe, en los cristianos, como <b>una viva inclinación a la confesión de la verdad, al amor fraterno, a la vida de comunión en el amor, en el seno de la Iglesia.</b> Es de su naturaleza y de su realismo el 'corporeizarse', es decir, reproducirse y expresarse en forma sensible:<b> el dogma o la fe y la tradición viva, que se concretan en fórmulas intelectuales; el culto; en fin, una organización de la comunión eclesiástica</b>’ (Y. Congar en <i>Sainte Église,</i> citado por P. Rodríguez, <i>ibid.</i>, 814).<br /><br />La nueva construcción de La Unidad —ya lo hemos dicho— <b>arranca del Espíritu Santo como principio invisible que da forma a1 organismo de la Iglesia.</b> Del Espíritu Santo brota lo externo, el cuerpo de la Iglesia. Esta construcción surge de dentro, y por ‘dentro’ entiende Möhler la conciencia de la Revelación de Cristo comunicada por el Espíritu Santo. Lo de dentro es lo primero y radical, y lo de fuera sigue siempre, porque es manifestación de lo interiormente poseído (…). El ser de la Iglesia brota desde el interior, y <b>su estructura visible manifiesta externamente su ser.</b> Y como para e1 Möhler romántico toda comunidad está fundada en el amor, la estructura de la Iglesia se remonta también a la caridad del Espíritu de Cristo, que funda la comunión. De ahí que <b>la constitución de la Iglesia no sea otra cosa que ‘la concentración de la caridad’ </b>(…).<br /><br />La unidad de Espíritu e Iglesia es tan estrecha para e1 Möhler de La Unidad que no se comportan como magnitudes yuxtapuestas. El Espíritu Santo no elige por órgano suyo la comunidad ya existente por sí misma, sino que <b>esta comunidad de creyentes la ha formado Él mismo</b>, y la ha llamado a la vida al infundir en los corazones de los fieles la fuerza unitiva de la caridad. No es un elemento externo lo que ha unido a los discípulos; <b>lo que une desde dentro, haciendo surgir la comunidad, es la caridad del Espiritu Santo </b>que los anima en lo más profundo, alejando todo amor propio, atrayéndolos a todos, uniendolos en una unidad visible, una Iglesia, ‘cuyo vinculo es justamente la caridad, pues solo esta junta, une y forma’. Podría decirse que para Möhler en <i>La Unidad,</i> <b>la convocación de los creyentes que el Padre hace por Cristo</b> —eso es la Iglesia— consiste en la donación del Espíritu de su Hijo, que hace surgir ‘desde dentro’ lo que Cristo les ha hecho resonar en alteridad histórica (‘desde fuera’, si es licito decirlo así)”.<br /><br /><br /><span style="color: #990000;"><b>La Iglesia, presencia permanente del Espíritu Santo</b> </span><br /><br />[Así pues, <i>la estructura visible de la Iglesia manifiesta su vida interior</i>: “su estructura visible manifiesta externamente su ser”. Y ese ser no es otro que la comunión de amor creada por el Espíritu Santo. De ahí que, sintetiza Pedro Rodríguez: “La Iglesia es madre y a la vez <i>communio</i>. La esencia del cristianismo es vida, y vida comunitaria”. Y así llega a lo que llama “la idea directriz” del libro de Möhler: “la Iglesia es <i>la presencia permanente del Espíritu</i>”, a partir de Pentecostés”]<br /><br />“Esto es lo propio de la economía cristiana. El Espíritu ha ligado su acción a la Iglesia. Así se ve en Pentecostés: e1 Espíritu Santo descendió sobre la comunidad entera reunida. Solo esta vez –y para siempre– comunicó el Espíritu de manera inmediata e1 nuevo principio de vida. Pero <b>el Espíritu donado en Pentecostés ya no abandona a la Iglesia, sino que permanentemente le da la Vida.</b> En adelante, vige la ley de que nadie recibiría inmediatamente el nuevo principio de vida, como ellos [los Apóstoles], sino que <b>la nueva vida nacida en ellos había de engendrar otra vida semejante en los otros. </b>La nueva vida solo nace en nosotros de la comunión de los creyentes, pues ella siempre ha considerado ‘idénticos el principio que engendra la fe y el que forma la comunidad’; y ella a su vez producirá vida igual en los que aún no viven, es decir, una transmisión por ‘generación’ de la vida divina de quien ya la vive. <b>La totalidad de los creyentes, llena del Espíritu, la Iglesia, es así principio vital, maternal,</b> siempre renovado y el órgano de la acción salvífica del Espíritu. <b>La Iglesia es madre y a la vez <i>communio. </i>La esencia del cristianismo es vida, y vida comunitaria</b>. El individuo no puede, por sí solo, participar de los bienes de salvación; la salvación cristiana, que es santidad de vida, depende de la comunión con los otros (…). Möhler dice citando a San Cipriano que ‘donde hay división, no mora Dios’. En la Iglesia, cada uno vive siempre del otro y con el otro (…). Ideas del Möhler de <i>La Unidad </i>en las que ha insistido especialmente Geiselmann.<br /><br /> Pero vengamos ya a otro texto emblemático de <i>La Unidad</i>. Se encuentra en el parágrafo siguiente:<br /><br />‘El Espíritu que forma, anima y une la totalidad de los fieles, solo esporádicamente, como por chispazos, descendía acá y allá en la época precristiana sobre los individuos, por lo que tampoco podía formarse una vida espiritual y religiosa comunitaria. Todo se reducía a pormenores y particularidades. Ese mismo Espíritu divino, empero, que vino en forma maravillosa sobre los apóstoles y sobre la entera comunidad cristiana, que sólo entonces empieza a ser propiamente Iglesia verdadera y viva; ese Espíritu, decimos, no se apartaría ya nunca de los creyentes. <b>No vendría ya más, porque está constantemente en la Iglesia. </b>Por el hecho de llenarla Él, la totalidad de los creyentes, que es la Iglesia, es el tesoro inamisible, que a sí mismo se renueva y rejuvenece, del nuevo principio vital, la fuente inagotable de que todos se nutren’ (§ 2, 1).<br /><br />Aquí expresa Möhler <b>la idea directriz de <i>La Unidad</i>:</b> la Iglesia es <b>la presencia permanente del Espíritu. </b>No hay nuevo Pentecostés en la Iglesia, sencillamente porque el Espíritu ‘no se apartaría ya nunca de los creyentes’. Conviene notar cómo Möhler subraya la originalidad de Pentecostés y el momento fundante de los Apóstoles:<br /><br />‘Este principio había de comunicarse a partir de ellos dondequiera se diera receptividad para él, de modo que nadie lo recibiría inmediatamente como ellos; la nueva vida que habia nacido en ellos, produciría una vida semejante en los otros’ (§ 3, 2).<br /><br />A partir de ese momento, los Apóstoles y e1 Espíritu quedan asociados íntimamente. Prácticamente es la fórmula möhleriana la que pasará al Concilio Vaticano II. Así leeremos después en e1 Decr. <i>Ad Gentes</i> del Conc. Vaticano II, n. 4:<br /><br />‘Para que esto se realizara plenamente Cristo envió de parte del Padre al Espíritu Santo, <b>para que llevara a cabo desde dentro su obra salvífica e impulsara a la Iglesia a extenderse a sí misma</b>. El Espíritu Santo obraba ya, sin duda, en el mundo antes de que Cristo fuera glorificado. Sin embargo, el día de Pentecostés descendió sobre los discípulos<b> para permanecer con ellos para siempre</b>’.<br /><br /><b>La Tradición </b>será la fuerza espiritual transmitida continuamente: el conocimiento cristiano está condicionado por la presencia del Espíritu Santo que no se comunica sino en la comunión con la Iglesia (cfr. § 4, 1: ‘la verdadera fe, la verdadera gnosis cristiana depende, según la doctrina de la Iglesia primitiva, del Espíritu Santo y su comunicación por la unión con la Iglesia’). ‘Por el hecho de llenarla el Espíritu Santo, la totalidad de los creyentes, que es la Iglesia, es el tesoro inamisible, que a sí mismo se renueva y rejuvenece, del nuevo principio vital, la fuente inagotable de que todos se nutren’ (§ 2, 1). Para situar esta frase de Möhler, hay que entenderla en su polémica antideísta. <b>El Espíritu Santo no solo llama a la Iglesia a la existencia en e1 comienzo, sino que actúa en ella siempre</b>. En realidad, no pretende dar una definición de la Iglesia sino subrayar la función permanente del Espíritu, frente a la tesis: ‘Dios ha creado a la jerarquía y con ello la Iglesia está del todo provista hasta el fin del mundo’ (frase criticada por Möhler en <i>Thelogische Quartalschrift</i>, 1823, p. 467). Compárese esta descripción de la Iglesia en La Unidad con la que ofrecerá después en <i>La Simbólica</i> [otra obra célebre de Möhler]: ‘La Iglesia visible es <b>el Hijo de Dios</b> que se revela continuamente entre los hombres en forma humana, que perpetuamente se renueva y rejuvenece; es su encarnación continua, por esto los fieles son llamados en la Escritura el cuerpo de Cristo’ ($ 32). El principio vital que es el Espíritu Santo se completa en la Simbólica con el principio cristológico”.<br /><br /><br /><b><span style="color: #990000;">El cristianismo es, ante todo, vida</span></b><br /><br />[El cristianismo, concluye Pedro Rodríguez con Möhler, <i>no es mero concepto sino una vida.</i> Vida que es condición, entre otras cosas, para la inteligencia de los misterios de la fe]<br /><br />“Leamos este texto que de alguna manera cierra el bloque de estos primeros y fundamentales parágrafos del libro:<br /><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><br /></div>‘El gran pensamiento en que se funda todo lo dicho hasta aquí y forma su meollo es la idea de que <b>el cristianismo no es un mero concepto</b>, sino cosa que <b>prende al hombre entero,</b> que se enraíza en su vida y solo en ésta puede ser comprendido’ ($ 4, 6).<br /><br />Este es el descubrimiento que Möhler hace en su meditación de los Padres. <b>No es solo eclesiológico, sino antropológico.</b> Su nueva visión de la existencia cristiana en la Iglesia le lleva a calar ahora en el reduccionismo de la fe que se operaba en la mentalidad de la Ilustración, dominante incluso en el campo católico. Möhler, pues, no se declara antiintelectualista sino, más bien, <b>subraya la necesidad de la apertura total del ser humano a la Verdad divina en la comunión</b> con la Iglesia, que <b>no apela solo a la inteligencia sino que reclama una recepción vital </b>como condición de inteligencia del misterio de Dios, como ha tratado de exponer”.<br /><br />------------------<br /><span style="font-size: x-small;">(*) P. Rodríguez, “La unidad en la Iglesia en la teología de Johann Adam Möhler”, <i>Scripta Theologica</i> 28 (1996) 809-825, los pasajes seleccionados corresponden a las pp. 810-817. </span></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><br /></div><br /></div></div>Ramiro Pelliterohttp://www.blogger.com/profile/18413305317072914336noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2026943269771602669.post-5247470287710351782024-01-13T20:36:00.005+01:002024-03-06T13:23:37.913+01:00Dimensión eclesial del Cielo<div class="separator"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhRtFq6pfjkMk4lEzqGqAu2rvSt6Akl9v4b6h9LZtw7fQiESCwIwI1v83y33YnThlv4ceXfgJ4cy0wnJ0YdOHxw0ghDLDn2wxw6zii8ir_z3dcMK7PDGv18d_xL8oR9W0-n7591gYJqFgxr5DThBztgdRLHzveHM2AZkKMCfhF6oEKb1ycd7jusS4awo87X/s1555/TintorettoJ%20y%20RObustiD-Parai%CC%81so-1588-1592-Palacio%20Ducale-Venecia.jpeg" style="clear: left; float: left; margin-bottom: 1em; margin-right: 1em; text-align: center;"><img border="0" data-original-height="1037" data-original-width="1555" height="213" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhRtFq6pfjkMk4lEzqGqAu2rvSt6Akl9v4b6h9LZtw7fQiESCwIwI1v83y33YnThlv4ceXfgJ4cy0wnJ0YdOHxw0ghDLDn2wxw6zii8ir_z3dcMK7PDGv18d_xL8oR9W0-n7591gYJqFgxr5DThBztgdRLHzveHM2AZkKMCfhF6oEKb1ycd7jusS4awo87X/s320/TintorettoJ%20y%20RObustiD-Parai%CC%81so-1588-1592-Palacio%20Ducale-Venecia.jpeg" width="320" /></a></div><div style="text-align: left;"><span style="font-size: small;">(Imagen: J. Tintoretto y D. Robusti, <i>Paraíso</i> (1588-1592). Palazzo Ducale, Venecia)</span></div><div><br /></div><div>El Cielo es inimaginable. Cada uno tiende a concebirlo según su propia cultura, sus necesidades y anhelos.<br /><br /> En un texto escrito poco antes del Concilio Vaticano II (*), desarrolla Yves Congar una <b>dimensión esencial del Cielo</b>, muy importante en nuestra época de fuerte tendencia individualista: <b>la dimensión de comunidad o de comunión con Dios y entre los justos</b>. De hecho, lo que existe allí, y se consumará cuando termine la historia, no será otra cosa que <b>la Iglesia</b>, la comunión de los santos, en su fase definitiva. <br /><br /> El Concilio Vaticano II señala que “el hombre (…) no puede encontrar su propia plenitud si no es <b>en la entrega sincera de sí mismo a los demás</b>” (<i>Gaudium et spes</i>, 24).<br /><br />Aunque pueda parecer contradictorio, <b>nuestra verdadera personalización</b> tiene que ver con esa apertura del “yo” individual (que tiende al egoísmo) a un yo más grande, al “nosotros” de la humanidad, cuya semilla es la Iglesia.<br /><br /> Comienza Congar subrayando esta dimensión que abrirá nuestra personalidad a los demás y a la totalidad de lo existente. Será la <i>superación de la dualidad</i> que experimentamos, a veces dramáticamente, <i>entre la persona y el todo. </i>El “secreto” de esa superación es <i>el amor</i>].<span><a name='more'></a></span><div><br /><br /><b><span style="color: #990000;">La persona, los demás y el amor</span></b><br /><br />“Todas las comparaciones que Nuestro Señor emplea al hablar del reino o del cielo expresan un momento de unanimidad de muchos hombres reunidos en una perspectiva de perfeccionamiento y de alegría: el cielo será <b>una ciudad, una casa, un banquete de bodas, un reino</b>: imágenes todas que expresan una situación en que cada uno se reencuentra y en que, al mismo tiempo, se está todos juntos. Debe cesar la <b>vieja dualidad</b>, que a veces se convierte en oposición, <b>de la persona y de la totalidad. </b><br /><br /> Sabemos, y lo hemos experimentado algunas veces, que esta oposición desaparece cuando hay <b>verdaderamente amor.</b> Parece que, al darse, uno se pierde: no es verdad. <b>Uno se encuentra.</b> Se realiza <b>una existencia profunda de la naturaleza humana,</b> situada más allá de las exigencias superficiales del egoísmo, la exigencia de comunión con otras personas, hasta con todo aquello que vive y con las mismas cosas inanimadas. <b>Nuestra verdadera personalidad</b> no es la que se afirma, ruidosa o malhumorada, según las circunstancias, a costa de la felicidad de los otros, sino <b>la que ama y se da. </b>En el cielo no quedará más que ésta, porque ‘la caridad permanece’ (1 Co 13, 8 s). De este modo, muchas personas que en la tierra habrán sido brillantes, pero sin amor, quedarán reducidas a casi nada: ‘grandes’ conquistadores, ‘grandes’ estrellas; mientras que otros, humildes, escondidos, flagelados tal vez por la vida, aparecerán <i>verdaderamente</i> grandes y magníficos”.<br /><br /><b><span style="color: #990000;"><br />La revelación del amor</span></b><br /><br />[Así el cielo será “la revelación del amor”. <b>Revelación </b>en el sentido cristiano: no como mera información sino como manifestación de algo que estaba oculto o velado y que colma de sentido la existencia, llenando la inteligencia, el corazón y la actividad. Por ello el amor que será perfecto en el cielo será a la vez <i>el máximo de personalidad y el máximo de comunidad.</i> Un compartir con todos lo que cada uno tiene y ante todo lo que es, desde su fuente originaria y eterna, que es Dios uno y trino. Pero, avisa Congar, esa comunión <i>no disolverá nuestro ser personal</i>. Seguiremos siendo<i> lo que somos:</i> “una chispa única, irreemplazable, con su propio nombre, dentro de un fuego que las abarca todas sin absorberlas”. Ahí desplegado nuestro verdadero yo].<br /><br />“Puesto que el cielo será <b>la revelación del amor </b>–del que merece justamente este nombre–, realizará, con el mismo movimiento, <b>el máximum de personalidad y el máximum de comunidad.</b> En aquel mismo momento, en que mi alegría será más que nunca mía, en que Dios será más que nunca mi Dios, <b>nadie dirá ya</b>, sin embargo: <b>mi Padre, sino nuestro Padre;</b> mi alegría, sino nuestra alegría; y así sucederá con todos los demás bienes de los que todos, juntamente, seremos colmados por la fuente única de todas las cosas (cf. San Agustín, <i>De sermone Domini in monte,</i> I, 41).<br /><br /> Nosotros hablamos de <b>comunión de los santos </b>y es necesario dar a esta admirable expresión toda su fuerza, todo su rigor que la palabra ‘comunión’ puede revestir lo mismo en sociología que en teología. Es cosa bien distinta de un orden exterior obtenido por una autoridad, que reúne fuerzas dispersas para cooperar con vistas a la obtención de un resultado común. En la comunión, si es pura, no hay exterioridad, no hay autoridad coactiva, no hay, ni siquiera, necesariamente cooperación para producir una obra: hay intercambio, transparencia, <b>presencia de los unos en los otros y don de los unos a los otros.</b> Don ¿de qué? <b>De todo lo que se tiene o, mejor todavía, don de sí mismos</b>, don de las personas mismas a otras personas: apareciendo cada uno como lo que es y siendo tratado cada uno como es. El modelo supremo de esta comunión en la comunión divina de las tres Personas. Nosotros estamos muy lejos de ella, aquí abajo, pero el cielo será la comunión perfecta de los santos, comunión perfecta de personas. (…) <br /><br /><b> Sin embargo, esta comunión no es una fusión</b>. Dentro de ella cada uno sigue siendo lo que es y lleva su propio nombre. Cuando decimos con san Pablo: ‘Dios todo en todos’, no afirmamos ningún panteísmo absurdo. Dios es Dios, y cada cual es su propia persona. Dios nos ha colocado fuera de sí: no en el sentido de que existiera un ‘fuera’ cualquiera de Dios, sino en el sentido de que nos ha hecho distintos, teniendo nuestro propio ser, que no es el de Dios; él ha puesto cosas fuera de sí, personas que podrán decir siempre ‘yo’. (…) <b>Sí, yo seré siempre una chispa única, irreemplazable, con su propio nombre, dentro de un fuego que las abarca todas sin absorberlas</b>”. </div><div><br /></div><div>--------</div><div><span style="font-size: x-small;"><br /></span></div><div><span style="font-size: x-small;">(*) Y. Congar, <i>Amplio mundo, mi parroquia. Verdad y dimensiones de la salvación</i> (orig. francés, 1959), Estella (Navarra) 1965, 86-89.</span></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><br /></div><br /></div>Ramiro Pelliterohttp://www.blogger.com/profile/18413305317072914336noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2026943269771602669.post-34394274006495442512024-01-09T21:53:00.004+01:002024-01-13T22:33:44.658+01:00Iglesia, santidad y pecado<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhlkB2DER70EolWNGyraLAgwoh6_gixYatPyseYR4INGcHrZcMFcQPC9Ni7aauwvdWdPt2vksdKw5ZrZIJoxxWcs2Ykt1F7vEHOs42eAaFkul-hVwfbAiTUAMJkp2Wdh6zqZF2IP_886HjoQoV7gXjCOmuBwgWM2GAVWTEUExfz7kWQaMO9Sw-KTNJmRfS2/s2566/PetinirJ-El%20bautismo%20de%20Cristo%20-1521-1524-Kunsthistorischesmuseum-Viena%20copia.jpeg" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="1989" data-original-width="2566" height="248" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhlkB2DER70EolWNGyraLAgwoh6_gixYatPyseYR4INGcHrZcMFcQPC9Ni7aauwvdWdPt2vksdKw5ZrZIJoxxWcs2Ykt1F7vEHOs42eAaFkul-hVwfbAiTUAMJkp2Wdh6zqZF2IP_886HjoQoV7gXjCOmuBwgWM2GAVWTEUExfz7kWQaMO9Sw-KTNJmRfS2/s320/PetinirJ-El%20bautismo%20de%20Cristo%20-1521-1524-Kunsthistorischesmuseum-Viena%20copia.jpeg" width="320" /></a></div><div style="text-align: center;"><span style="font-size: x-small;">J. Petinir, <i>El bautismo de Cristo</i> (1521-1524), Kunsthistorischesmuseum, Viena </span></div><div style="text-align: left;"><br /></div><div style="text-align: left;"><br /></div><div style="text-align: left;">En 1968 publicó Joseph Ratzinger por vez primera su<i> Introducción al cristianismo: lecciones sobre el credo apostólico.</i> En la parte tercera, bajo el epígrafe “La santa Iglesia católica” considera la cuestión de <b>la santidad y el pecado en la Iglesia</b> (1).</div><div><br />Ahí explica que, en la perspectiva de la fe cristiana, la santidad es una característica esencial de la Iglesia, que confesamos en el Credo. Esto no quiere decir que los cristianos sean perfectos, sino que la Iglesia tiene, por su lado divino, por decirlo así, <b>una santidad originaria</b> que no perderá nunca, porque participa de la santidad de Cristo. Durante la historia, esa santidad, que se manifiesta sobre todo en los santos que han vivido con nosotros, <b>coexiste con nuestros fallos y pecados</b> (todos, también los cristianos, somos pecadores). Pero Dios sigue siendo fiel a su Alianza sellada definitivamente por Cristo. <br /><br />En efecto, dice el Vaticano II, en la constitución <i>Lumen gentium</i> sobre la Iglesia, que ella es <b>“indefectiblemente santa”</b> (LG 39) por su relación con la Trinidad: elegida por el Padre, redimida por el Hijo, santificada por el Espíritu Santo (conexión entre el Espíritu Santo y la Iglesia santa) <b>y santificadora</b> por medio de las “cosas santas”: principalmente la fe y los sacramentos, que dan como fruto la caridad, sustancia de la santidad (cf. <i>Catecismo de la Iglesia Católica, </i>823-829).<br /><br />También señala el Concilio: “La Iglesia encierra en su propio seno a pecadores, y siendo al mismo tiempo <b>santa y necesitada de purificación</b>, avanza continuamente por la senda de la penitencia y de la renovación” (n. 8). Por tanto, en sí misma, la Iglesia es santa, pero durante la historia conviven en ella santos (justos) y pecadores. <br /><br />Dicho de otra manera: hay en la Iglesia una santidad “ontológica”, que antes hemos llamado originaria, y que se debe a su mismo ser; y una santidad “histórica”, imperfecta o incoada, la que llama aquí Ratzinger “santidad profana”, debida a la existencia, en la Iglesia y durante la historia, de pecadores (todos lo somos, al menos potencialmente, así como todos estamos llamados a la santidad definitiva). Y en cuanto a esa <b>“santidad profana”</b>, tal vez podría completarse esa comprensión diciendo que lo que se llama profano en este mundo no significa necesariamente pecaminoso; y, sin dejar de ser profano, puede llegar por la acción de la gracia a ser santo e incluso santificador. <br /><br />Hoy, como ayer, las deficiencias de los creyentes apartan a algunos de la Iglesia. A la vez muchas personas siguen descubriendo a Cristo a través de la Iglesia y de tantos cristianos que contribuyen, la mayoría de ellos calladamente en su <b>vida ordinaria </b>de familia y trabajo, a edificar la Iglesia y participan en su misión evangelizadora. <br /><br />“Se podría decir –afirma aquí el que después sería Papa Ratzinger– que la Iglesia, precisamente en su paradójica estructura de santidad y pecado es verdaderamente <b>figura de la gracia en este mundo</b>”. Pero veamos cómo y en qué orden se expresa el mismo Ratzinger].</div><span><a name='more'></a></span><div><br /><br /><div style="text-align: center;">* * *</div> <br />“El mismo Concilio Vaticano II ha hablado con contundencia no solo de la Iglesia santa, sino también de Iglesia pecadora y, en todo caso, si se le reprocha algo al respecto, es que haya sido demasiado tímido al hacerlo (…). Los siglos de historia de la Iglesia están tan llenos de todo tipo de fracasos humanos (…); también nos parecen comprensibles las horribles palabras del obispo de París, Guillermo de Auvernia (siglo XIII), que creía que el abandono de la Iglesia era tal que cualquiera que lo viera lo habría de considerar monstruoso. ‘Ya no es novia, sino una bestia deforme y salvaje’ [una nota remite aquí a H. U von Balthasar, en su libro <i>Sponsa Verbi, </i>Einsiedeln 1961, 204-207; en español, con el mismo título, Madrid 2001, 197 ss.] (…)<br /><br /><br /><b><span style="color: #990000;">Santidad de la Iglesia…</span></b><br /><br />La Iglesia <b>no es llamada santa </b>en el <i>symbolum</i> [Credo] <b>porque sus miembros sean, todos sin excepción, personas santas y sin pecado</b>; este sueño, que emerge de nuevo en cada siglo, no tiene lugar en el mundo de nuestro texto, que expresa tan sentidamente un ansia que el hombre no puede abandonar hasta que no se le conceda, en un cielo nuevo y en una tierra nueva, lo que este tiempo nunca le podrá dar. También ahora podemos decir que los críticos más duros con la Iglesia de nuestro tiempo viven, de forma oculta, de este sueño y, como lo encuentran decepcionante, le cierran de golpe las puertas de su casa y lo denuncian como una mentira. (…)<b> La santidad de la Iglesia consiste en aquella fuerza de salvación que Dios ejerce en ella a pesar de los pecados de los hombres</b>. Aquí nos encontramos con lo verdaderamente característico de la nueva alianza: en Cristo, Dios mismo se ha unido con el hombre, por medio de ella. La nueva alianza ya no se refiere al cumplimiento respectivo del pacto, sino que es<b> un don de Dios, que se recibe como gracia, que permanece incluso a pesar de la infidelidad del hombre.</b> Es expresión del amor de <b>Dios, que no se deja vencer por la incapacidad del hombre, sino que es benévolo con él a pesar de todo</b> y de forma siempre nueva, que <b>lo acoge siempre precisamente en cuanto pecador, que se vuelve a él, lo santifica y lo ama. </b><br /><br /> A causa de la entrega irrevocable del Señor, la Iglesia es continuamente santificada por él y la santidad del Señor está siempre presente en ella entre los hombres. Pero es <b>la auténtica santidad del Señor </b>la que está presente en ella y la que, con un amor paradójico, <b>elige una y otra vez como recipiente de su presencia precisamente las sucias manos del hombre.</b> Es una santidad que, como santidad de Cristo, irradia en medio de los pecados de la Iglesia. Así, la paradójica figura de la Iglesia, en la que lo divino se presenta siempre bajo la forma del <i>sin embargo,</i> es un símbolo, para los creyentes, del <i>sin embargo </i>del amor de Dios, que es siempre mayor. La excitante reciprocidad de la fidelidad de Dios y la infidelidad del hombre, que identifica a la estructura de la Iglesia, es en cierto modo la figura dramática de la gracia, a través de la cual se hace presente en la historia, de forma continua y plástica, la realidad de la gracia como indulto inmerecido. En este sentido, se podría decir que<b> la Iglesia,</b> precisamente en su paradójica estructura de santidad y pecado <b>es verdaderamente figura de la gracia</b> en este mundo”.<br /><br /><br /><b><span style="color: #990000;">…Mezclada con nuestros pecados</span></b><br /><br />[¿Cómo debería manifestarse la santidad de la Iglesia en este mundo? Siempre ha existido, dirá enseguida Ratzinger, la tendencia a “pensar en blanco y negro” y afirmar, “implacablemente”, que la santidad no se compagina con el pecado; que, por tanto, todo en la Iglesia y en los cristianos, debe ser inmaculado y puro; y que, en consecuencia, hemos leído, se impone “cerrar de golpe la puerta” de nuestra casa a todo lo que no sea perfecto, para no “ensuciarse las manos”.<br /><br />Sin embargo, Cristo se mezcló con los pecadores; más aún, quiso hacerse él mismo pecado, cargar con los pecados y dolores del mundo. <br /><br />Esto, apunta Ratzinger, revela lo esencial de la santidad, comenzando por la santidad divina que no es ninguna abstracción: “la santidad: no aislamiento, sino unión; no condena, sino amor redentor”. Un amor que “no se queda en la distancia aristocrática de la pureza intangible, sino que se mezcla con la suciedad del mundo para, así, vencerlo”. <br /><br />Y, se pregunta entonces, como veremos: ¿no es la Iglesia la prolongación de la obra de Jesús, la continuación de su vida en el mundo, contando con nuestra colaboración? La respuesta y sus consecuencias no necesitan demasiados comentarios].<br /><br /> “(…) La santidad es concebida, en el sueño humano de un mundo santo, como intangibilidad respecto al pecado y al mal, como una realidad que no se mezcla con ellos; de este modo, se permanece, por así decirlo, en <b>una forma de pensar en blanco y negro</b>, que elimina y rechaza implacablemente las respectivas formas de lo negativo (que, ciertamente, se puede expresar de modos muy distintos). En la crítica social actual, y en las acciones a las que ella invita, se hace cada vez más evidente esta tendencia implacable que siempre acompaña a los ideales humanos. Así pues, lo escandaloso en la santidad de <b>Cristo</b> era ya, para sus coetáneos, el hecho de que le faltara esta característica condenatoria; <b>ni hizo caer fuego sobre los indignos, ni permitió a los fanáticos arrancar las malas hierbas que veían proliferar</b>. Al contrario, esta santidad se manifiesta precisamente en el <b>mezclarse con los pecadores, a los que Jesús atraía a su lado; en el mezclarse hasta el punto de que él mismo ‘se hizo pecado’</b>, cargó con la maldición de la ley al ser ejecutado, en perfecta comunión de destino con los que estaban perdidos 8cf 2 Co 5, 21; Ga 3, 13). Él ha cargado sobre sí los pecados, los ha hecho parte de sí y, de este modo, ha revelado<b> lo que es la <i>santidad</i>: no aislamiento, sino unión; no condena, sino amor redentor. </b>¿Acaso no es la Iglesia la prolongación de este Dios que se entrega a sí mismo, en la miseria de la humanidad? ¿No es simplemente la prolongación de la comunión de mesa de Jesús con los pecadores, su mezclarse con la miseria de los pecados, hasta el punto de que parece hundirse en ellos? ¿Acaso no se revela, en la profana santidad de la Iglesia, frente a las esperanzas humanas de lo puro, <b>la verdadera santidad de Dios</b>, que <b>es amor, amor que no se queda en la distancia aristocrática de la pureza intangible, sino que se mezcla con la suciedad del mundo para, así, vencerlo</b>? En este sentido, la santidad de la Iglesia, ¿puede ser algo distinto que el apoyarse los unos a los otros, el cual, no obstante, procede del hecho de que Cristo nos sustenta a todos?<br /><br /> Confieso que esta santidad profana de la Iglesia contiene en sí misma algo infinitamente consolador para mí. En efecto, ¿no deberíamos desanimarnos ante una santidad inmaculada, que solo funciona juzgándonos y abrasándonos? ¿<b>Quién podría afirmar de sí mismo que no necesita la tolerancia de los demás, o incluso que lo sostengan</b>? ¿Cómo puede alguien que vive de ser sustentado por los demás, negarse a apoyar a los otros? ¿No es acaso el único don que puede ofrecer, el único consuelo que le queda, el hecho de sustentar, del mismo modo que él es sustentado? <b>La santidad en la Iglesia comienza con este sustentarse y conduce al sustentarse</b>; pero cuando desaparece el sustento, entonces también desaparece el apoyo, y la existencia, que se vuelve inconsistente, tan solo puede hundirse en el vacío. Se diría que en estas palabras se expresa calladamente una existencia enfermiza, pero <b>la imposibilidad de la autarquía y suponer la debilidad del yo pertenecen a lo cristiano.</b> En última instancia, siempre actúa una soberbia oculta, en la que la crítica a la Iglesia apoya aquella mordaz amargura que hoy comienza a popularizarse. Por desgracia, demasiado a menudo se une con un vacío espiritual, en el que ya no se puede percibir lo más característico de la Iglesia, en el que esta es considerada como una institución política, cuya organización se experimenta como miserable o como brutal, como si <b>lo propio de la Iglesia</b> no se encontrara <b>más allá de la organización, en el consuelo de la palabra y los sacramentos, que ella ofrece tanto en los días buenos como en los malos.</b> Los verdaderos creyentes no le conceden demasiada importancia a la reorganización de las estructuras eclesiales. Viven de lo que la Iglesia es siempre. Si se quiere saber lo que es verdaderamente la Iglesia, hay que acercarse a ellos. En efecto, <b>la Iglesia no está principalmente donde se organiza, se reforma o se gobierna, sino en aquellos que simplemente creen y que reciben en ella el don de la fe, que les hace vivir.</b> Solo el que ha experimentado que, más allá del cambio de sus ministerios y de sus formas, la Iglesia levanta a los hombres, que <b>les da un hogar y una esperanza, que es un hogar que es esperanza, un camino a la vida eterna; solo el que ha experimentado esto sabe lo que es la Iglesia, ayer y hoy</b>”.</div><div><br /><br /><b><span style="color: #990000;">Santa Iglesia, pero no Iglesia (solamente) de santos</span></b><br /><br />[De ahí deduce Ratzinger algo muy claro: la Iglesia es santa <i>porque el Señor le regala el don inmerecido de la santidad.</i> Pero esa santidad se debe manifestar aquí por el esfuerzo en pasar del pecado a la santidad y ayudar, de modo “constructivo” (animado por el amor) a todos en ese intento].<br /><br /> “Esto no quiere decir que no haya que cambiar nada y que haya que soportarlo todo, tal y como está ahora. El sustentarse puede ser un proceso altamente activo, una lucha por <b>lograr que la Iglesia sea, cada vez más, la que sustenta y la que es sustentada. </b>Es cierto que <b>la Iglesia no vive sino en nosotros</b>, que vive de la lucha de lo profano por ser santo, lucha que, ciertamente, vive del don de Dios, sin el cual no podría existir. Pero esta lucha <b>solo dará fruto y será constructiva si la anima el Espíritu sustentador, el auténtico amor.</b> Aquí nos encontramos ante el criterio por el que siempre se tiene que medir aquella lucha decisiva por alcanzar la santidad mejor, a saber, que no solo no contradiga al sustentarse, sino que lo promueva. Este criterio es <b>el criterio de lo constructivo</b>. Una amargura que solo destruye se condena a sí misma. Una puerta cerrada de golpe puede convertirse en un símbolo que espabile a los que están dentro, es cierto. Pero <b>la ilusión [el espejismo] de que el hombre se edifica mejor en la soledad que en la compañía es tan ingenua como la idea de una Iglesia de <i>santos</i>, en lugar de una <i>santa Iglesia</i></b>, que es santa porque el Señor le regala el don inmerecido de la santidad [remite aquí a H. De Lubac, Die Kirche, Einsiedeln 1968, 251-282, original francés Méditation sur l’Église, Paris 1952; en español, Meditación sobre la Iglesia, Madrid 2008]".<br /><br />----------------<br /><span style="font-size: x-small;">(1) Cf. J. Ratzinger, <i>Obras completas IV. Introducción al cristianismo</i>, Madrid 2018, pp. 270-277. </span><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><br /></div><br /></div>Ramiro Pelliterohttp://www.blogger.com/profile/18413305317072914336noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2026943269771602669.post-45126953845406397902024-01-05T18:31:00.011+01:002024-01-09T21:54:35.609+01:00El Espíritu Santo y la unidad en la Iglesia <div class="separator"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjkohxsJrGVNMJPMpJX6F80XytL0THXSg7Vmk6SoNKi-0NPN4L7wT9EdIr13IBuaenvKMUE9Efo5D_F1V4uES3Ck_npoxviaSQsV9qspXi5pr4eBpNhbEYTik6eOKOyA00Pf9tBNEm33n0oi9WDdAw9kMl0QtXrV1_HR5UnNjf_Ngq4aS3GGgC2X2eQTzFU/s1400/M.%20Corneille-1642-1708-El%20bautismo%20del%20centurio%CC%81n%20Corneioio%20por%20San%20Pedro-Museo%20del%20Hermitage-San%20Petersburgo.jpeg" style="clear: left; float: left; margin-bottom: 1em; margin-right: 1em; text-align: center;"><img border="0" data-original-height="1400" data-original-width="1083" height="320" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjkohxsJrGVNMJPMpJX6F80XytL0THXSg7Vmk6SoNKi-0NPN4L7wT9EdIr13IBuaenvKMUE9Efo5D_F1V4uES3Ck_npoxviaSQsV9qspXi5pr4eBpNhbEYTik6eOKOyA00Pf9tBNEm33n0oi9WDdAw9kMl0QtXrV1_HR5UnNjf_Ngq4aS3GGgC2X2eQTzFU/s320/M.%20Corneille-1642-1708-El%20bautismo%20del%20centurio%CC%81n%20Corneioio%20por%20San%20Pedro-Museo%20del%20Hermitage-San%20Petersburgo.jpeg" width="248" /></a></div>[Imagen: M. Corneille(1642-1708), <i>Pedro bautiza al centurión Cornelio.</i> Museo del Hermitage, San Petersburgo]<div><div style="text-align: left;"><br /></div>[El Espíritu Santo es el principio de unidad y vida en la Iglesia. San Agustín lo comparó al alma del cuerpo. De aquí deduce el cardenal Raniero Cantalamessa que la señal más segura de tener el Espíritu Santo es el <b>amor por la unidad </b>(*).<br /><br /> Comienza explicando la función unificadora del Espíritu Santo, ya dentro de la Trinidad, pues es el amor del Padre y del Hijo, y además es una persona divina distinta. Esta unidad se prolonga en la Iglesia y en su misión. Es unidad de fe, de sacramentos y de vida. Y a ella se deben ajustar las conductas de los cristianos. Un tema siempre actual, quizá de modo especial en nuestro tiempo. Además nos puede ayudar para preparar la <b>Semana de oración por la unidad de los cristianos</b> (18 al 25 de enero).<br /><br /><b><span style="color: #990000;"><br />La función unificadora del Espíritu Santo</span></b><br /><br />‘El Padre y el Hijo han querido que estuviéramos unidos –entre nosotros y con ellos– por medio de ese mismo vínculo que les une a ellos, es decir, el amor, que es el Espíritu Santo’ (San Agustín, Discurso 71). Éste es el principio que <b>nos permite pasar de la contemplación del Espíritu-amor en la Trinidad, al mismo Espíritu-amor en la Iglesia. </b>A partir del siglo V, esta función unificadora del Espíritu, dentro de la Trinidad y de la Iglesia, empezó a ser expresada en una breve fórmula que durante mucho tiempo ha constituido la única mención del Espíritu Santo en el canon latino de la misa: “<b>En la unidad del Espíritu Santo</b>” (In unitate Spiritus Sancti).<br /><br /> Es el tema que Agustín desarrolla en todos sus discursos sobre Pentecostés. El esquema es siempre el mismo. Evoca el evento de Pentecostés y el milagro de las lenguas. A continuación, se hace la pregunta: si entonces cada uno de los apóstoles hablaba todas las lenguas, ¿cómo es que ahora el cristiano, aunque haya recibido al Espíritu Santo, no habla todas las lenguas? La respuesta del obispo es la siguiente: ¡Pues claro que también hoy cada cristiano habla todas las lenguas! En efecto, pertenece a ese cuerpo –la Iglesia– que habla todas las lenguas, y en cada lengua anuncia la verdad de Dios. No todos los miembros de nuestro cuerpo ven, no todos oyen, no todos andan y, sin embargo, nosotros no decimos: mi ojo ve, mi pie anda, sino que decimos: yo veo, yo ando, porque cada uno de los miembros actúa por todos, y todo el cuerpo actúa en cada miembro.<br /><br />[En consecuencia, dirá el cardenal Cantalamessa –buen conocedor de la teología de los Padres de la Iglesia–, la señal de haber recibido el Espíritu Santo es el amor por la unidad en la Iglesia, tanto en lo visible (en la doctrina, en los sacramentos, en la moral) como en lo invisible (en la fe, en la oración, en la caridad), que es raíz y fundamento de lo visible] </div><span><a name='more'></a></span><div><br /><b><span style="color: #990000;">Amor a la unidad</span></b><br /><br /> Esto hace el Espíritu Santo en el cuerpo de Cristo que es la Iglesia. Él se porta, en el cuerpo de Cristo, <b>como el alma en nuestro cuerpo.</b> Es el principal motor e inspirador de todo. ¿Cuál es entonces la señal segura de que hemos recibido al Espíritu<br /><br />Santo? ¿Hablar en lenguas?, ¿realizar prodigios? No, es <b>amar la unidad</b>, mantenemos fuertemente unidos a la Iglesia:<br /><br /> “Si, por tanto, quieres vivir del Espíritu Santo, conserva la caridad, ama la verdad, desea la unidad, y alcanzarás la eternidad”.<br /><br /> “Así como entonces las distintas lenguas que se podían hablar eran la señal de la presencia del Espíritu Santo, del mismo modo ahora el amor por la unidad de todos los pueblos es el signo de su presencia... Sepan, pues, que tendrán al Espíritu Santo cuando dejen que su corazón se adhiera a la unidad mediante una caridad sincera” (San Agustín, Discursos 267 y 269).<br /><br /> Esto explica por qué<b> la caridad es “el camino que los supera a todos”</b>: multiplica los carismas; hace del carisma de uno el carisma de todos.<br /><br /> Ya sabemos que, en todos sus discursos, lo que a Agustín le preocupa es el gran problema de su época: el cisma de los donatistas. La idea de Iglesia que él desarrolla está en función de ellos. La Iglesia no es una realidad monolítica, por la cual o está toda o no está en absoluto. Se realiza por grados. En la Iglesia hay dos planos de unidad: el plano visible de los signos, llamado “comunión de los sacramentos”, y el plano invisible, llamado “comunión de los santos”, que se realiza cuando nos adherimos, mediante la caridad, a la unidad del cuerpo y somos “animados” por el Espíritu Santo. Esta Iglesia íntima y plena, constituida por aquellos que, mediante la caridad, comparten el mismo Espíritu Santo, está representada con el símbolo de la paloma, que lo es, al mismo tiempo, de la Iglesia (en el Cantar de los Cantares) y del Espíritu Santo (en el bautismo de Cristo) (Cf. San Agustín, <i>El Bautismo</i> VI, 3, 5). ¿No es curioso que el término “caridad” (<i>ágape</i>) se haya convertido, en la tradición cristiana, en un modo de designar, al mismo tiempo, al Espíritu Santo [en el himno <i>Veni Creator</i>] y a la Iglesia? Ignacio de Antioquía [cf. su <i>Carta a los romanos</i>] dice que la comunidad de Roma “preside el ágape”, es decir, el conjunto de toda la Iglesia.<br /><br /><br /><b><span style="color: #990000;">El Espíritu Santo como “alma” de la Iglesia</span></b><br /><br /> Éste es el conjunto doctrinal que el título de “amor” evocaba en la época en que se compuso el <i>Veni creator.</i> ¿Qué nos sugiere hoy? ¿Qué es lo que profesamos, qué es lo que pedimos cuando, al cantar el himno, llegamos a la palabra caritas? Estamos viviendo, sobre todo en Occidente, el fin de un largo período caracterizado por un triste divorcio entre la Iglesia y el Espíritu Santo. A raíz de la reforma protestante, en la Iglesia católica se insistió tanto en la importancia del aspecto visible, institucional y jerárquico de la Iglesia (“una sociedad humana tan visible y palpable como la de la antigua Roma, o el reino de Francia o la república de Venecia”, como dice Belarmino), que se llegó a dejar en la sombra la función que tiene en ella el Espíritu Santo. Esta función empieza a asomarse otra vez, en el discurso sobre la Iglesia, con la encíclica <i>Mystici corporis</i> de Pío XII, en la que se vuelve a hablar del Espíritu Santo como alma y vínculo de unidad de la Iglesia. <br /><br /> Este nuevo descubrimiento recibió un impulso decisivo con el Concilio Vaticano II, que habla de los carismas y de la dimensión neumática de la Iglesia, junto a la jerárquica e institucional. Después del Concilio, entre los católicos se ha empezado a hablar de la Iglesia como “<b>misterio del Espíritu Santo en Cristo y en los cristianos</b>”. Así como en la Trinidad el Espíritu es una especie de nosotros divino, en el que se unen el “yo” del Padre y el “tú” del Hijo, del mismo modo en la Iglesia él es el que hace de una multitud de personas una sola “persona mística” (cf. H. Mühlen, <i>Una mystica persona</i>). <br /><br /> [Por tanto, si el Espíritu Santo es como el alma de la Iglesia, no tiene sentido separarlos, ni oponer una Iglesia jerárquica e institucional a una Iglesia espiritual y carismática porque no hay más que una Iglesia. Obviamente que no se puede entender plenamente la Iglesia sin la fe o al menos sin la apertura a la dimensión trascendente del hombre.<br /><br />De ahí la necesidad, y concretamente en nuestro tiempo, ante todo de la fe en que realmente en la Iglesia actúa <b>el Espíritu Santo, asistiendo de modo particular al Papa y a los obispos en comunión con Él</b>. Es lo que el Concilio Vaticano II llama <b>“magisterio ordinario”</b> al que se debe, por parte de los fieles, un “obsequio religioso de voluntad y entendimiento” (const. dogm.<i> Lumen gentium</i>, 25), sin necesidad de llegar a una definición dogmática o un Concilio. <br /><br />Además, el Espíritu Santo actúa de otra manera fuera de los márgenes visibles de la Iglesia: promoviendo la unidad de los cristianos y preparando el anuncio de Cristo en las religiones no cristianas e incluso en los no creyentes]<br /><br /><br /><b><span style="color: #990000;">El Espíritu Santo: unidad, vida y amor</span></b><br /><br /> En el mundo protestante se ha producido el mismo divorcio [entre la Iglesia y el Espíritu Santo], pero en sentido inverso. Aquí se ha insistido tanto en el Espíritu Santo como constitutivo de la verdadera Iglesia, que es invisible, interior y oculta, que se ha perdido de vista la dimensión visible y concreta de Iglesia. Resumiendo: allí [en la teología católica después de la reforma protestante], una Iglesia sin el Espíritu Santo; aquí, un Espíritu Santo sin la Iglesia. Así como en el primer caso se acababa por desnaturalizar a la Iglesia privándola del Espíritu, del mismo modo, aquí se acababa por desnaturalizar al Espíritu privándolo de la Iglesia. De hecho,<b> llega un momento en que el Espíritu Santo, bajo el influjo de la filosofía idealista, llega a reducirse a la conciencia del hombre</b>; ya no es Espíritu de Dios, sino espíritu del hombre. La superación de este divorcio en el mundo protestante se ha iniciado con Barth, en un movimiento igual y contrario al que se está produciendo entre los católicos: bajo la forma de un renovado interés por la Iglesia.<br /><br /> Si bien con distintos matices, hoy los unos y los otros se acogen a la antigua fórmula de san Ireneo:<br /><br />“Donde está la Iglesia, allí está también el Espíritu de Dios, y donde está el Espíritu de Dios, allí está también la Iglesia y toda gracia” (Contra las herejías).<br /><br /> No se puede partir esta afirmación por la mitad y tomar en serio, o bien sólo la primera parte, como pretendían los católicos; o bien sólo la segunda, como querían los protestantes. <br /><br /> Nadie ha expresado esta renovada conciencia de la necesidad que toda la Iglesia tiene del Espíritu Santo con más pasión que Pablo VI:<br /><br /> ‘Nos hemos preguntado más de una vez...<b> cuál es la necesidad, primera y última, que advertimos para esta nuestra bendita y amada Iglesia</b>. Tenemos que decirlo casi temblando y suplicando, ya que, como saben, se trata de su misterio y de su vida: <b>el Espíritu, el Espíritu Santo</b>, el animador y santificador de la Iglesia, su respiración divina, el viento que sopla en sus velas, su principio unificador, su fuente interior de luz y fuerza, su apoyo y su consolador, su fuente de carismas y cantos, su paz y su gozo, su prenda y preludio de vida bienaventurada y eterna. <b>La Iglesia necesita su perenne Pentecostés</b>: necesita fuego en el corazón, palabra en los labios, profecía en la mirada... La Iglesia necesita recuperar el anhelo, el gusto y la certeza de su verdad... La Iglesia necesita, además, sentir que fluye, otra vez, por todas sus facultades humanas la ola de amor, de ese amor al que llaman caridad, y que precisamente, es derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado’ (Discurso 29-XI-1972).<br /><br /> La contemplación del Espíritu como caridad y amor, nos puede servir de ayuda también en el camino hacia la unidad de todos los cristianos. La pregunta que hoy muchos empiezan a hacerse es la siguiente: ¿Yo, como católico, con quiénes puedo sentirme más en comunión: con todos aquellos que, a pesar de haber sido bautizados en mi misma Iglesia, prescinden totalmente de Cristo y son cristianos sólo de nombre, o con quienes pertenecen a otras Iglesias, pero creen en las mismas verdades fundamentales en las que yo creo, aman a Jesucristo hasta dar la vida por él, y actúan movidos por el mismo Espíritu Santo? <br /><br /> No vamos a poder evitar por más tiempo plantearnos este problema y tratar de solucionarlo. Seguir dando prioridad a la comunión institucional con respecto a la espiritual, cuando resulta que las dos cosas, lamentablemente, no coinciden aún, significaría invertir el principio tradicional y poner la comunión de los signos por encima de la comunión real, que es el Espíritu Santo.<br /><br /> Si el signo de la presencia del Espíritu Santo, como decía san Agustín, es “el amor por la unidad”, entonces tenemos que decir que <b>el Espíritu hoy actúa sobre todo allí donde está viva la pasión por la unidad de los cristianos</b>, donde se trabaja y se sufre por ella.<br /><br /> Al principio, <b>Dios concedió el Espíritu a los paganos en casa de Cornelio</b>, con las mismas manifestaciones con las que lo había concedido a los apóstoles en Pentecostés, para inducir a Pedro, y detrás de él a la Iglesia, a acoger también a los gentiles en la comunión de la única Iglesia. Hoy concede el Espíritu Santo a los creyentes de las distintas Iglesias de la misma manera, y a veces bajo idénticas formas, para un mismo objetivo: <b>inducirnos a acogemos los unos a los otros en la caridad del Espíritu y encaminamos hacia la unidad plena,</b> como hicieron judíos y gentiles cuando se reunieron en la misma Iglesia. ¡El Espíritu, que pudo reunir en un solo cuerpo a judíos y gentiles, esclavos y libres, bien puede reunir hoy en un solo cuerpo a católicos y protestantes, latinos y ortodoxos! Esto es lo que tenemos que pedirle al Espíritu cuando, en el Veni creator, lo invocamos como caridad y amor”.<div><br /></div><div>-------</div><span style="font-size: x-small;">(*) R. Cantalamessa, <i>Ven Espíritu Creador: meditaciones sobre el "Veni Creator" </i>(orig. italiano de 1998), Buenos Aires 2011, 168-175.</span><br /><br /></div>Ramiro Pelliterohttp://www.blogger.com/profile/18413305317072914336noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2026943269771602669.post-20442550625536276902023-12-31T20:41:00.008+01:002024-01-05T18:37:45.595+01:00El fundamental misterio mariano de la Iglesia <div style="text-align: right;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEieLurIP3LaLtzqGnEahLnT_jWlkcUCwK3GbGnxmL74rjWjl1Aw9Cmejcv98lFrvBxlNsvrxx02enGV3DAUMMTmj5VG4YxbkS7k7gN8qNl8Kra3YZc5nxshY2qV3I2L0atgbZRuP1OguVA9xhkpMf_bsfZrSdSL6X4j-YsLVns0FyxeWcucL0nLrPwu8FUb/s2048/Gari-Melchers-La%20Sagrada%20Familia%20(1891)-Home%20and%20Studio-Belmont-Virginia.webp" style="clear: left; float: left; margin-bottom: 1em; margin-right: 1em; text-align: center;"><img border="0" data-original-height="1707" data-original-width="2048" height="267" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEieLurIP3LaLtzqGnEahLnT_jWlkcUCwK3GbGnxmL74rjWjl1Aw9Cmejcv98lFrvBxlNsvrxx02enGV3DAUMMTmj5VG4YxbkS7k7gN8qNl8Kra3YZc5nxshY2qV3I2L0atgbZRuP1OguVA9xhkpMf_bsfZrSdSL6X4j-YsLVns0FyxeWcucL0nLrPwu8FUb/s320/Gari-Melchers-La%20Sagrada%20Familia%20(1891)-Home%20and%20Studio-Belmont-Virginia.webp" width="320" /></a></div>(Imagen: Gary Melchers, <i>La Sagrada Familia</i> (1891), Home and Studio. Belmont, Virginia. Descubierta por nosotros en la web del padre Patrick van der Vorst, <i>Christian Art</i>.<div><br /></div><div>Es una de las noches en Belén. María y José están agotados. El Niño es la Luz, no se necesita ninguna otra. Y la puerta está abierta, como invitando a los que quieran bajar los escalones, para descubrir ese misterio de humildad).<br /><div><br /></div><div><br /></div><div>En la solemnidad de <i>Santa María, Madre de Dios</i>, cabe reflexionar sobre<b> su relación con la Iglesia</b>. Para ello es útil la <b><i>tipología</i></b>. Es decir, la interpretación bíblica que señala ciertas figuras que anticipan, como modelo, otras realidades posteriores. Esta perspectiva, tan propia de los Padres de la Iglesia, procede del supuesto de que Dios anticipó la presencia de Cristo en los acontecimientos, personajes y leyes del Antiguo Testamento. En este sentido, María es una prefiguración y un modelo de la Iglesia.<br /><br />[María precede a la Iglesia y la prefigura como fuente y mediadora de vida. De una vida que no es sólo la vida sociológica de un pueblo o como la suma de los individuos que lo componen. Es una vida que no procede de la naturaleza, sino que procede de un modo nuevo de Dios uno y trino. Veamos cómo lo explica el teólogo alemán Johann Auer en 1983 (*)].<br /><br />"Empecemos por dos observaciones preliminares: 1) En este razonamiento se trata preferentemente de una ‘teología tipológica’: <b>María aparece de diversas formas como modelo de la Iglesia y la Iglesia como su imitación</b>. La importancia de María para la encarnación de Cristo se contempla respecto de la Iglesia como cuerpo de Cristo, que, a su vez, y como sacramento universal de salvación, es <b>fuente y mediadora de nueva vida</b>. 2) A ello hay que añadir que aquí la Iglesia se entiende, incluso en la concepción católica, más que como la vasta realidad sociológica ordenada al pueblo de Dios, pues, como el mismo pueblo de Dios, aparece (sobre todo en la visión evangélica) más que como la suma de los cristianos individuales. </div><span><a name='more'></a></span><div><br /><br /> Bajo estos supuestos hay que definir el misterio fundamental mariano de la Iglesia con las proposiciones siguientes":</div><div><br /><br /><b><span style="color: #990000;">María, el misterio de la gracia y la maternidad espiritual</span></b><br /><br />[La acción de Dios primero sobre María y luego sobre la Iglesia, se concreta en lo que llamamos <b><i>la gracia</i></b>, es decir, nuestra unión con Dios, hecha posible por el pedagógico y amoroso plan de divino de la salvación]<br /><br />"a) El misterio fundamental, que une a María y a la Iglesia, es <b>el misterio de la gracia</b>. Cuanto el ángel anuncia a María sobre su condición de agraciada por Dios, su estar llena del Espíritu Santo y su maternidad respecto del Hijo de Dios (cf. Lc 1, 30-37), tiene también una importancia suprema para la Iglesia que, fundada por Cristo y llena del Espíritu Santo desde su nacimiento en la festividad de Pentecostés, es ‘madre de los hombres’. Las afirmaciones fundamentales de Pablo (cf. Rm 8, 29 ss) sobre la antropología cristiana valen tanto para María como para la Iglesia: [ambas] conocidas de antemano, predestinadas, llamadas, justificadas, glorificadas.<br /><br />b) María, como la Iglesia, responde a esa gracia cual ‘esclava del Señor’. En esa humilde respuesta de gratitud y obediencia la sierva es <b>convertida en ‘esposa’ por el propio Señor.</b> Todo servicio de los hombres se hace servicio conyugal [o esponsal] con la gracia de Dios. Todo esfuerzo está sostenido por la fuerza y las alas del amor. <br /><br />c) En María, como en la Iglesia, el encuentro de la gracia divina con la entrega humana no es un mero acontecimiento histórico, por singular que resulte. Más bien <b>se hace fecundo en una maternidad permanente</b> respecto de cuantos pertenecen a Cristo y a Dios [los cristianos participan de la maternidad espiritual de la Iglesia, maternidad que se adelanta en María]. Así, <b>mediante su acción transmiten vida,</b> aunque el único mediador entre Dios y los hombres lo siga siendo Cristo en exclusiva (cf. 1 Tm 2, 5s)".</div><div><br /><br /><b><span style="color: #990000;">El servicio maternal de María y el sacerdocio común de los fieles</span></b><br /><br />[<b>Tanto María como la Iglesia son “madres”</b> que engendran a los cristianos y los acompañan hasta la unión definitiva con Cristo; María es <b>modelo también de las virtudes cristianas, del culto espiritual y del testimonio </b>que la Iglesia sustenta y promueve en los cristianos]<br /><br />"d) Como Cristo ofreció una vez por todas su sacrificio por la redención del mundo, pero ofrece permanentemente su sacrificio al Padre celestial hasta el fin de los tiempos (cf. Hb 8, 10), así también <b>el servicio de María </b>en la obra salvadora de Jesús es el único [solamente ella y solamente una vez lo llevó a cabo] servicio corporal de la maternidad, continuada como una maternidad espiritual (empezando en la comunión de plegarias en el cenáculo antes de la fiesta de Pentecostés, Hch 1, 14) en la solicitud por los cristianos hasta el fin del tiempo; [esto es lo que la Iglesia imita y continúa también en favor de los cristianos] y asimismo es <b>la acción materna de la Iglesia</b> en favor de los cristianos, que ella ha engendrado una vez en la fuente bautismal, una solicitud espiritual y materna hasta más allá del sepulcro, hasta el juicio de Dios. De ese modo <b>María es imagen de la Iglesia por lo que respecta a la fe, el amor y la unidad perfecta con Cristo </b>(cf. LG 63-64).<br /><br />e) Si Cristo permanece siendo el centro y fundamento primero del sacerdocio ministerial de la Iglesia, <b>María es modelo y prototipo originario del sacerdocio general</b> (sacerdocio criatural y bautismal) [o sacerdocio común de los fieles] del pueblo cristiano y eclesial, con lo que es también modelo de todas las <b>‘virtudes cristianas’.</b> Mediante su posición singular en el plan salvífico de Dios, ella introduce el <b>ánimo contemplativo</b> de los cristianos cada vez más hondo en los misterios vitales del reino de Dios, de los que la Iglesia tiene que dar testimonio en su predicación y en su vida. De ese modo la recta veneración de María conduce a <b>un culto más profundo de Cristo y a una más íntima adoración de Dios</b>, como toda recta veneración de los santos constituye un camino seguro y una ayuda eficaz para la imitación personal de Cristo. <br /><br />f) María como sierva (hija) del Señor, madre de Cristo y esposa del Espíritu Santo, es <b>modelo y prototipo originario de la Iglesia</b>, y la Iglesia es su copia, puesto que debe hacer fecundo su servicio agradecido dentro del ordenamiento creacional, su maternidad en la entrega sacrificada al servicio del orden de la gracia y su venturoso desposorio en la obediencia incondicional de la fe al Espíritu en el orden de la acción y en favor del mundo y de los hombres de todos los tiempos". </div><div><br /><br /><b><span style="color: #990000;">María, la santidad y el apostolado de los laicos</span></b><br /><br />[La Virgen <b>preserva de la “mundanidad espiritual”</b>, es decir, de la búsqueda de la perfección solamente con los esfuerzos humanos. <b>La vocación a la santidad cristiana y al apostolado</b>, que la Iglesia presenta como realizada plenamente en María, vive, obra y se enraíza en Dios, por la fe, la esperanza y la caridad. Esto no quiere decir que Dios no cuente con <b>la colaboración humana;</b> al contrario, <b>quiere "necesitar"</b> de esa colaboración, <b>también en la vida ordinaria y cotidiana</b> de los fieles laicos, como se ve también en la vida de la Virgen]<br /><br />"g) En su constitución <i>Munificentissimus Deus</i> para la proclamación del dogma de la asunción de María al cielo, de 1-II-1950, dijo el papa Pío XII: ‘El gran valor de esta definición es que dirige al género humano hacia la gloria de la Trinidad santísima’. En efecto, ese es el misterio de toda veneración a los santos y muy especialmente del culto a María: el de preservar a los cristianos (y a la Iglesia) de <b>la tentación más peligrosa de la vida cristiana</b>, o el de ayudar a superarla: la tentación de <b>la ‘mundanidad espiritual’</b> como la denomina Dom Vonier, y que pone la ‘perfección’ intramundana y humana en el puesto de la ‘santidad’ propia de los cristianos. Solo ésta sabe (y por eso se hace ‘santa’) que todo lo realmente grande, toda auténtica perfección del hombre es don de Dios (un tesoro en vasos quebradizos: cf. 2 Co 4, 7); no es fruto de una maduración natural ni obra del esfuerzo humano. De ahí que el <i>Magnificat</i> de María sea el canto de alabanza de la Iglesia que nunca ha de terminar; sobre él se cimenta la última tarea de la Iglesia en nuestro tiempo, el <b>‘apostolado de los seglares’</b>, es decir, de todos los cristianos. Ese apostolado vive de la fe mariana que vence siempre al mundo (cf. 1 Jn 5, 4); opera por la fuerza que le llega de la tan mariana ‘alegría en Dios’ (Neh 8, 10); y finalmente, tiene sus raíces en el ‘amor’, que es fuerte como la muerte (cf. Cant 8, 6s; cf. AA 4)”.<div><br /></div><div>-----------</div><span style="font-size: x-small;">(*) J. Auer, <i>Sacramento universal de salvación</i>, Barcelona 1986, 471-473. Subrayados nuestros.</span><p class="MsoFootnoteText" style="font-family: Calibri, sans-serif; font-size: 10pt; margin: 0cm;"><o:p></o:p></p><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><br /></div><br /></div></div>Ramiro Pelliterohttp://www.blogger.com/profile/18413305317072914336noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2026943269771602669.post-28250965478542359072023-12-27T16:57:00.003+01:002023-12-31T23:42:25.127+01:00El misterio del templo en el Apocalipsis <div class="separator"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjrtDxFn5Gb-Apli_NcmTvhDmQuB15j5l6N1eWs83sgm8mFgGi_Mq1cR2weAugCZkAgqh21SSb1doEPw8SMaAaCM-GXV6CpagGXmCanOuVt8a0kwH6KQ6YdXLinAdiKCBLa-m_4PoVuRYerWAjQyfAHDwTRGOiw7nPoQJp3gv38vyQ7s_0EF1xRPgCqMYfq/s2000/Bele%CC%81n%20en%20la%20catedral%20de%20Leo%CC%81n.jpeg" style="clear: left; float: left; margin-bottom: 1em; margin-right: 1em; text-align: center;"><img border="0" data-original-height="2000" data-original-width="1500" height="320" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjrtDxFn5Gb-Apli_NcmTvhDmQuB15j5l6N1eWs83sgm8mFgGi_Mq1cR2weAugCZkAgqh21SSb1doEPw8SMaAaCM-GXV6CpagGXmCanOuVt8a0kwH6KQ6YdXLinAdiKCBLa-m_4PoVuRYerWAjQyfAHDwTRGOiw7nPoQJp3gv38vyQ7s_0EF1xRPgCqMYfq/s320/Bele%CC%81n%20en%20la%20catedral%20de%20Leo%CC%81n.jpeg" width="240" /></a></div>(Imagen: belén en la catedral de León, España)<div><br /></div><div>¿Qué es un templo y qué significa? ¿Es lo mismo el templo cristiano que otros templos? ¿Qué tiene que ver el templo con la vida corriente de un cristiano en el día a día? ¿Qué sentido tienen los ritos, los sacrificios, los sacramentos y el sacerdocio en la Iglesia católica? <div><br /></div><div>Son algunas de las preguntas que se planteaba Yves Congar, cuando escribió, en 1958 un libro que se tituló “El misterio del templo”. En él explica que el plan salvífico de Dios incluye su progresivo <b>hacerse presente en sus criaturas. </b>Y los templos son medios para eso. </div><div><br /></div><div>La fase final de ese proceso está expresada en el libro del Apocalipsis. Ahí se describe, de forma bella y dinámica, fuertemente simbólica y a la vez paradójica, que el templo o mejor el “no-templo” (porque se dice que allí no hay templo, o por lo menos no existirá ningún templo como los que históricamente se hayan podido conocer) será entonces <b>la Iglesia.</b></div><div><br /></div><div>A la vez, se la describe como <b>una ciudad </b>(la “nueva Jerusalén”) y <b>una esposa</b>…e incluso <b>una familia, </b>formada por una muchedumbre de todas las razas, pueblos y lenguas.<b> </b></div><div><br /></div><div>Sobre todo, el “nuevo templo” es <b>una Persona </b>(Cristo), y lo demás gira en torno a Él, pero no sin nosotros (1). Veamos cómo lo explica el ilustre teólogo francés.<br /><br /><br /><b><span style="color: #990000;">La nueva Jerusalén</span></b><br /><br />“El Apocalipsis, para hablar del templo (…) lo describe con términos e imágenes que se refieren al Templo de Jerusalén. (…)<br /><br /> El Apocalipsis habla de <b>dos templos</b>, uno celeste y otro terrestre. Durante toda una serie de visiones, hay un templo en el cielo en el que algo ocurre, mientras dura todavía la historia terrena y existe incluso un templo sobre la tierra, en el que también ocurren otras cosas. En un momento dado, se nos anuncia el fin de la historia (…); Juan ve producirse el juicio de las Naciones (20, 11-15) y la aparición después de un nuevo cielo y de una nueva tierra (21, 1); la Jerusalén nueva desciende del cielo (21, 2) y queda instaurada entonces una situación nueva por lo que respecta al templo o a la inhabitación de Dios: <b>hay ciertamente una ciudad, Jerusalén, ‘pero templo no vi en ella, pues el Señor, Dios Todopoderoso, con el Cordero, era su templo</b>’ (21,22) (…). <br /><br /> Notemos en esta Jerusalén nueva del Apocalipsis <b>el cumplimiento de los temas mayores del Antiguo y del Nuevo Testamento</b>. Todo halla su recapitulación: ‘La aplicación de Jerusalén como tipo [imagen o símbolo] al estadio final de la obra de Dios entraña <b>la alianza, la elección, el pueblo, la herencia, las doce tribus, los esponsales divinos, la inhabitación divina</b>. Todo está renovado’ (J. Comblin). (…)<br /><a name='more'></a><br /><b><span style="color: #990000;">El verdadero templo es Cristo… con nosotros</span></b><br /><br /> Hay un solo heredero, un solo realizador de la promesa hecha a David, como un solo heredero, un solo realizador de la promesa hecha a Abraham, pero los fieles están comprendidos [incluidos] dentro de Él, tanto en una como en otra. <b>El templo de Dios es esta única Persona filial y real que es Jesucristo, y nosotros en Él y con Él.</b><br /><br /> En realidad, es todo el sentido evangélico y apostólico del templo el que ha sido asumido en el Apocalipsis. Su sentido evangélico se manifiesta en esto: Cristo (inmolado y resucitado) es el verdadero templo; su sentido apostólico, en esto:<b> la comunidad de los fieles es el verdadero templo.</b> (…) Cristo es, en San Juan, el Cordero inmolado y victorioso, de cuyo costado mana, como del nuevo Templo, el agua de la vida, es decir, el Espíritu, don propio del a nueva y definitiva alianza (…). La comunidad de los fieles, representada en la tierra como militante y el cielo como una asamblea litúrgica en el término gozoso de su peregrinación, es <b>la inhabitación de Dios.</b> (…)<br /><br /><br /><b><span style="color: #990000;">La Pascua de la Iglesia y del mundo</span></b><br /><br /> Aquí abajo, las verdaderas dimensiones del templo de Dios permanecen desconocidas para nosotros y, no obstante, <b>ese templo se edifica en las almas.</b> Pero en el último día, aparecerán manifiestas para el gozo de los amigos de ese Dios cuya obra sobrepasa todo cuanto podamos imaginar. Juan ve a la nueva Jerusalén descender del lado de Dios, cuando va a ser manifiesto todo lo que se ha edificado de lo alto y por la gracia en la creación. Y esta Jerusalén desciende del cielo (…).<br /><br /> En la catolicidad de la Iglesia se da la asunción, la ‘recapitulación’ de todo cuanto hay de válido en el despliegue indefinido de las energías del Primer Adán; hemos señalado también más arriba las dimensiones del templo espiritual y cómo en cierta manera <b>asume al mundo entero y a millares de hombres</b>, que no tuvieron en su pobre vida conocimiento explícito alguno de Jesucristo ni de su Iglesia, y quizá tampoco del mismo Dios. (…)<br /><br /><i><b> Lo que se anuncia, pues, en el Apocalipsis es la Pascua de la Iglesia y del Mundo.</b></i> (…) No sólo será nuestro cuerpo individual el que nos será restituido de lo alto, (…), como morada de la eternidad (cf. 2 Co 5, 1), es <b>el templo espiritual entero, la Iglesia-cuerpo-de-Cristo,</b> el que será restituido de lo alto, nuevo, a imagen del Señor, que, en su Pascua, ha sido su primera piedra. (…)"<br /><br /><br /><b><span style="color: #990000;">La esposa y sus vestiduras</span></b><br /><br />[La Iglesia se representa como <b>una ciudad santa</b>. Ella es a la vez <b>una Esposa “vestida” con las acciones de los santos,</b> sus obras, que les acompañan hasta el final. Y así ellos se convierten no solo en adoradores, sino en <b>“piedras vivas”</b> de ese templo (cf. 1 Pe 2, 4-9), miembros del cuerpo místico de Cristo que entonces ya estará completado. ¡La comunión definitiva de los hijos en el Hijo!]<br /><br /> “La ciudad santa que desciende del lado de Dios es <b>la Esposa, engalanada para sus nupcias</b>. Pero la vestidura de ésta, como hemos visto, está tejida con las buenas acciones de los santos (19, 8); pues a éstos les acompañan sus obras (14, 13). Los que llevan vestiduras blancas, y de quienes ya se dijo que Dios les conducirá a las aguas de la vida y que enjugará sus lágrimas (7, 13-17), son aquellos que vienen de la gran tribulación. Si se reúnen las promesas hechas al ‘vencedor’ en las siete cartas dirigidas a las Iglesias, se verá que corresponden a la felicidad concedida a la nueva Jerusalén, la que desciende del lado de Dios, y cuyo nombre, por lo demás, es grabado sobre ese ‘vencedor’ (3, 12). (…)"<br /><br /><br /><b><span style="color: #990000;">Sentido cristiano del culto</span></b><br /><br />[Así pues, con la imagen de la esposa se dibuja en el Apocalipsis la <b>fase final del culto cristiano</b>, que ya comienza durante la historia y en la vida de cada uno de nosotros.<br /><br />Todo ello equivale a decir que <b>la Iglesia es, ya durante el tiempo de la historia, el templo espiritual donde se da culto a Dios</b>. Se trata ante todo del <b>“culto espiritual” </b>que surge del corazón de cada cristiano (cf. Rm 12, 1), para hacer de su vida una ofrenda a Dios y un servicio, por amor, los demás. Un “culto” centrado y articulado, junto con lo que aportan los demás, desde el corazón viviente de <b>la Eucaristía.</b><br /><br />Durante la historia, en este <b>"templo mesiánico</b>" que es la Iglesia (puesto que en ella vive el Mesías], este culto se da por medio de oraciones, ritos y sacramentos. Todo ello, implica una cierta “exterioridad” respecto a las personas, y tiene un sentido de mediación y preparación, según la pedagogía divina. Después, en el Reino consumado, como aparece simbolizado en el Apocalipsis, el culto a Dios<b> acontecerá de otra manera</b>, totalmente interiorizada y a la vez compartida: será un culto público, manifiesto y patente para todas las criaturas, donde Dios será “todo en todas las cosas” (1 Co 15, 28). Entonces se dará la situación que describe Congar a continuación, donde también cambiarán las formas del sacrificio y del sacerdocio].<br /><br />“Hay que concluir que todo lo que había aún de exterioridad, de preparación, de mediación, en el culto y el sacerdocio del templo mesiánico [la Iglesia durante la historia] ha desaparecido; no resta sino la realidad final del culto, del sacrificio y del sacerdocio que les corresponde: <b>la ordenación perfectamente sumisa y filial a Dios.</b> Y esta es <b>la esencia más profunda del sacrificio y del sacerdocio</b>”.</div><span></span><div><br /></div><div><br /></div><div><b><span style="color: #990000;">Sentido cristiano del sacrificio</span></b><br /><br />[Congar remite aquí al capítulo IV de sus <i>Jalones para una teología del laicado</i>, libro escrito en 1953. Y explica primero, con referencia a santo Tomás de Aquino, cómo se distingue el sacrificio en la etapa histórica de la Iglesia respecto a su etapa final. </div><div><br /></div><div>Durante la historia, el <b>sentido cristiano del sacrificio </b>tiene diversos componentes: la penitencia, el ofrecimiento de lo costoso para que en unión con Cristo se convierta en algo sagrado (sacri-ficio), y adquiera valor para colaborar con la obra redentora e interceder por otros; los signos externos de los sacramentos; la acción de gracias y la alabanza a Dios. Luego de todo ello solo quedará solamente la acción de gracias y la alabanza a Dios]<br /><br />“Es evidente que <b>el culto sacrificial </b>de los hombres pecadores y de la Iglesia en su estado itinerante [la Iglesia peregrina durante la historia] comporta: 1º un valor expiatorio [de reparación y penitencia, sacrificio y purificación por uno mismo y los demás]; 2º un carácter sacramental visible y colectivo. En el cielo, dice Santo Tomás, no habrá más que ‘gratiarum actio et vox laudis’ (Is 51, 3) [acción de gracias y voz de alabanza]”</div><div><br /></div><div><br /></div><div><b><span style="color: #990000;">Sentido del sacerdocio cristiano</span></b><br /><br />[Respecto al <b>sacerdocio</b>, en la Iglesia, es participación del sacerdocio de Cristo, y ello en dos modos: sacerdocio común, que está, cabría decir, en la sustancia del ser cristiano, y sacerdocio ministerial que está al servicio del primero. La finalidad es que todos den culto a Dios, y por eso el sacerdocio común es prioritario. Por tanto, este culto a Dios que es la finalidad de la Iglesia, y en cierto sentido, de todo lo que existe, es el sentido del sacerdocio real que, según la primera carta de san Pedro, tienen todos los fieles bautizados: el sacerdocio común de los cristianos. <br /><br />Pero no se trata, ya desde ahora, solamente de dar culto a Dios como adoradores que lo alaban “desde fuera”; sino que nosotros mismos, los cristianos, formamos parte de ese templo en cuanto que somos <b><i>piedras vivas </i></b>del nuevo templo que es el Cordero. Todo esto comienza ya en nuestra vida terrena y se consuma después. <b>El templo definitivo </b>(que empieza ya en la historia, con nuestra colaboración) ya no es un edificio de piedra, sino que <b>es la Voluntad de Dios</b>, es decir, su mismo amor expandido en nosotros y en el cosmos renovado. Y, atención, <b>recibiendo Él de todo lo nuestro</b>, no solo nuestras oraciones, alabanzas y sacrificios, una vez purificados y perfeccionados, sino también de nuestras obras, actividades y trabajos, de todo lo que compone nuestra vida ordinaria, en las familias, con los amigos, en las actividades sociales y culturales; pues <b>Dios no desea aniquilar nada de lo que habremos trabajado en este mundo. </b><br /><br />Más aún: “Todos los frutos excelentes de la naturaleza y de nuestro esfuerzo, después de haberlos propagado por la tierra en el Espíritu del Señor y de acuerdo con su mandato, volveremos a encontrarlos limpios de toda mancha, iluminados y trasfigurados, cuando Cristo entregue al Padre el reino eterno y universal: "reino de verdad y de vida; reino de santidad y gracia; reino de justicia, de amor y de paz". El reino está ya misteriosamente presente en nuestra tierra; cuando venga el Señor, se consumará su perfección” (Concilio Vaticano II, Const. past. <i>Gaudium et spes,</i> 39).<br /><br />Tal será el reino de Dios ya consumado y definitivo, el trono donde Dios reine para siempre con nosotros.<br /><br />Así lo explicará Congar, hablando de esta realidad del culto cristiano, que consiste en la <b>“ordenación filial a Dios”</b>, y que es, según hemos leído, “la esencia más profunda del sacrificio y del sacerdocio”. Todo ello, como decimos, tiene que ver con lo que los Padres de la Iglesia llamaban el <b>“culto espiritual” </b>y que lleva a convertir toda la vida, también las actividades cotidianas, en ofrenda a Dios y en servicio, por amor, a los demás. Esto significa que toda la vida cristiana, incluyendo las actividades familiares, laborales y sociales, tiene una profunda y gozosa dimensión litúrgica. Pero leamos las palabras mismas de Congar].<br /><br /><br /><b><span style="color: #990000;">El sacerdocio real (regio) del cristiano</span></b><br /><br />“Esta realidad –continúa Congar– no solo da razón del sentido cristiano del sacrificio, sino que “da razón, al mismo tiempo, del <b>carácter real de nuestro sacerdocio, </b>en el sentido en que lo hemos hecho nosotros al comentar la I <i>Petri.</i> (…) Entonces, si el templo es la Voluntad de Dios, es decir, su trono, resulta insuficiente decir que los elegidos son en él como adoradores y celebrantes; es necesario reconocer que son también en cierto modo el templo, sí, y no solamente en el sentido de que <b>la comunidad de los fieles es el templo en el que Dios habita,</b> sino en el mismo sentido en que se dice que en la eternidad no hay ya templo, porque el Señor, el Dios todopoderoso, con el Cordero, es el templo. <b>Dios mismo ha venido a ser verdaderamente una casa de oración para todos los pueblos </b>(cf. Mc 11, 17) [254-255) (…)<br /><br /> Que Dios mismo sea nuestro templo quiere decir –entre Él y nosotros– <b>una inhabitación mutua, una comunión,</b> un comercio, en el que encontramos nuestra saciedad y plenitud de bienaventuranza. Lo que es verdadero en la eternidad de las relaciones del Padre, y del Hijo, ‘todo lo mío es tuyo y lo tuyo mío’ (Jn 17, 10), en adelante se realiza eternamente entre el Padre y sus hijos de adopción. Vueltos a casa del padre, son ellos los colmados: <b>conocen la verdad de esa relación familiar</b> que Jesús expresó en la parábola del hijo pródigo con las siguientes palabras: ‘Hijo, tú estás siempre conmigo, y todos mis bienes son tuyos’ (Lc 15, 21). (…)<br /><br /><b> Ya se trate del templo, del sacrificio o del sacerdocio, el designio de Dios se orienta a una comunión</b> en la que sea sobrepasada, tanto cuanto sea posible sin absurda confusión en el ser y sin panteísmo, la dualidad –y, por tanto, la exterioridad– del hombre y Dios”.<br /><br /> [Así, <b>la filiación divina </b>que recibimos los cristianos con el bautismo, y que al mismo tiempo nos incorpora al Cuerpo místico de Cristo, se despliega durante la vida de los cristianos que buscan la santidad y se preocupan por el bien espiritual y material de los demás; esto acontece necesariamente en el desarrollarse del misterio de la Iglesia, de su edificación y de su misión. <br /><br />La consumación de esa realidad es <b>la “liturgia” del cielo</b>, el culto definitivo en torno a Cristo, de todos los santos; y, junto con ellos, la presencia del mundo creado una vez renovado, “un cielo nuevo y una tierra nueva” de que habla el Apocalipsis (21, 1). Dicho en una sola palabra: <i><b>la Iglesia,</b></i> en su fase consumada y definitiva, como la llama el Concilio Vaticano II: Pueblo de Dios, Cuerpo del Señor y Templo del Espíritu Santo (<i>Lumen gentium</i>, 17).<br /><br />En definitiva: durante la historia tenemos <b>los templos de piedra</b>, tanto las sublimes catedrales como las pequeñas iglesias rurales. Todos ellos, son, además de <b>morada especial de Dios</b>, símbolos de este <b>"templo espiritual" (el misterio de la Iglesia) </b>que Dios va edificando con nuestra pequeña colaboración. Y que tendrá, cuando se acabe la historia, una fase definitiva:<b> la comunión entre Dios y los santos</b> en <b>un mundo nuevo</b>, ya para siempre].</div><div><br /></div><div>----------------</div><div><span style="font-size: x-small;">(1) Cf. Y. Congar, <i>El misterio del templo. Economía de la presencia de Dios en su criatura, del Génesis al Apocalipsis,</i> Barcelona 1964, 228-257. </span></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><br /></div><br /></div>Ramiro Pelliterohttp://www.blogger.com/profile/18413305317072914336noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2026943269771602669.post-45983052054687784042023-12-24T11:38:00.004+01:002023-12-27T19:05:19.076+01:00El pequeño número que representa el todo <p> </p><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjlFA3dOmMZH5Gm9qyI5TFhwcllYzayfMGp1drfqw1q_oSRMdGAzi15csM90erboy3j8cW_wtWoXka9i4nYYPidcJTWW9CLBcjVM0XaZLu12Oe9lM7M7zmSKztwwaO3cf51QrKAWuklged1-uHVv-WXKorP_hhAPBHeksYdkwrMJd6fs7BY4vdyX8wSqVtB/s2040/Geertgen%20tot%20Sint%20Jans-Nacimiento%20de%20Cristo%20(h.%201490).%20National%20Gallery-Londres.The%20Art%20Archive.webp" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="2040" data-original-width="1522" height="320" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjlFA3dOmMZH5Gm9qyI5TFhwcllYzayfMGp1drfqw1q_oSRMdGAzi15csM90erboy3j8cW_wtWoXka9i4nYYPidcJTWW9CLBcjVM0XaZLu12Oe9lM7M7zmSKztwwaO3cf51QrKAWuklged1-uHVv-WXKorP_hhAPBHeksYdkwrMJd6fs7BY4vdyX8wSqVtB/w239-h320/Geertgen%20tot%20Sint%20Jans-Nacimiento%20de%20Cristo%20(h.%201490).%20National%20Gallery-Londres.The%20Art%20Archive.webp" width="239" /></a></div><div style="text-align: center;"><br /></div><div style="text-align: center;"><span style="font-size: x-small;">Geertgen tot Sint Jans, <i>Nacimiento de Cristo</i> (h. 1490).</span></div><div style="text-align: center;"><span style="font-size: x-small;">National Gallery, Londres. The Art Archive</span></div><p></p><p><span style="font-family: "Times New Roman", serif;"><br /></span></p><br /><br />En la historia de la salvación siempre <b>unos pocos son capaces</b> (por la gracia de Dios) de actuar para la salvación de muchos. Esto se cumple de modo eminente en <b>quienes intervienen en la Navidad</b>, principalmente Jesús, María y José: un pequeño grupo, en torno al Señor que, sobre todo Él, lleva en sí “el beneficio destinado a todos” (*).<br /><br />Esto sigue siendo <b>la Iglesia</b>, a nivel universal (aunque no sea tan pequeña) y local, y también <b>cada familia</b> de los cristianos. Y <b>cada cristiano</b> que, sabiéndose miembro de Cristo, busca personalmente la santidad y procura anunciar la Buena Noticia, ante todo con su propia vida: <i>¡Nos ha nacido un Salvador!</i><p class="MsoNormal" style="font-family: "Times New Roman", serif; line-height: 17.12px; margin: 0cm 0cm 8pt;"><o:p> <span></span></o:p></p><a name='more'></a><p></p><div style="text-align: center;">* * *</div><br />“La categoría bíblica fundamental no es la de cantidad, sino la idea de elementos representativos que tienen un valor dinámico universal: dos rasgos que se unen en la noción típicamente bíblica de primicias. “El pensamiento bíblico (…) comprende el fenómeno particular en el conjunto, ya sea como <b>semilla</b>, <b>raíz</b> <b>y fruto de un árbol</b>…” (W. Vischer) (…)<br /><br /> Pero esta totalidad es considerada como representada en <b>una porción </b>de ella misma, que es <b>portadora del destino de la totalidad según el plan de Dios.</b> Estudios bíblicos como los de Wilhem Vischer han demostrado que este plan, dinámico y progresiva, estaba penetrado por la idea de <i>Pars pro toto</i> [parte por el todo]: <b>la humanidad </b>es tomada [como representante] por el mundo para tributar a Dios la alabanza de la creación; <b>Israel </b>es tomado por la humanidad, para ser como el testigo y <b>el sacerdote de Dios</b> en medio de los hombres, y, en el fondo, el pueblo judío ha conservado, como sello indeleble de su elección, aun cuando lo profanase, el sentimiento de este ideal y de esta vocación: ‘<b>Minoría al servicio de una mayoría</b>’, dice de él J. Weill. <br /><br />Pero Israel para nosotros es ahora <b>la Iglesia</b>: nosotros debemos aplicar a nuestro cristianismo el mismo sentimiento de ser esta minoría representativa y dinámica, <b>encargada espiritualmente</b> del destino final de todos… <br /><br />En Israel, incluso, una porción se presentaba frecuentemente como representante del conjunto. Cuando los judíos más fervorosos se reúnen en Jerusalén para las grandes fiestas, todo Israel está místicamente representado. Cuando, a partir del siglo VIII antes de Jesucristo, los profetas empiezan a anunciar la destrucción de la ciudad santa y del templo, <b>hablan también proféticamente del ‘resto’</b> cuya realidad cuantitativa importa poco y además no es tampoco determinada, pero que tiene el valor de representar a todo el nuevo Israel. <br /><br />Finalmente, se sabe que <b>el Israel nuevo </b>no es representado ni tiene su punto de partida en un resto colectivo, sino en <b>uno solo, el Hijo del hombre, que es portador, en sí mismo, del pueblo de los santos del Altísimo.</b> En realidad, nuestra doctrina cristiana de la redención es incomprensible al margen de esta idea bíblica de <b>inclusión representativa</b>, que hemos expuesto ahora con algunos ejemplos. <br /><br />Hay una aplicación constante de la <i>Pars pro toto:</i> Dios ve un gran número (el conjunto) y los incluye en su plan, pero <b>se sirve de un pequeño grupo o de un solo individuo</b> que providencialmente es el <b>portador del beneficio destinado a todos</b>”.<div><br /></div><div>------</div><div><span style="font-size: x-small;">(*) Ver el texto, que reproducimos a continuación, de Y. Congar, “El pequeño mundo que representa el todo”, en Idem., <i>Amplio mundo mi parroquia</i> (orig. francés, 1959), 29-31.</span></div>Ramiro Pelliterohttp://www.blogger.com/profile/18413305317072914336noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2026943269771602669.post-45932933742443260352023-12-23T12:16:00.009+01:002023-12-23T13:30:01.795+01:00Sobre la iglesia y el "misterio de la luna"<p align="center" class="MsoNormal" style="font-family: "Times New Roman", serif; margin: 0cm 0cm 0cm 14.2pt; text-align: center; text-indent: -14.2pt;"><br /></p><p align="center" class="MsoNormal" style="font-family: "Times New Roman", serif; margin: 0cm 0cm 0cm 14.2pt; text-align: center; text-indent: -14.2pt;"><b><span face="Arial, sans-serif"> </span></b></p><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhz1k8kV_7ocUBkXJIvN9aMptCpkZKS6NuwseLOMxG0JZzzvi1zURNwqadlZkOTQuPFxeTcxLVTmXV-XFzIuMIv-VbTl6LeFt-Qsbv_OaS6kR_rM3EulyTUGUe_AEmno81XrS73wUMOd_LCE1xz1A_GlxqHXjRRsN95bPKbLnaEerX414gNn8Sydq3oCOm6/s1000/Chagall-El%20circo%20azul.jpg" style="clear: left; float: left; margin-bottom: 1em; margin-right: 1em;"><b><span style="color: #990000;"><img border="0" data-original-height="1000" data-original-width="750" height="320" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhz1k8kV_7ocUBkXJIvN9aMptCpkZKS6NuwseLOMxG0JZzzvi1zURNwqadlZkOTQuPFxeTcxLVTmXV-XFzIuMIv-VbTl6LeFt-Qsbv_OaS6kR_rM3EulyTUGUe_AEmno81XrS73wUMOd_LCE1xz1A_GlxqHXjRRsN95bPKbLnaEerX414gNn8Sydq3oCOm6/s320/Chagall-El%20circo%20azul.jpg" width="240" /></span></b></a></div><p class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 0cm 14.2pt;"><br />(Imagen: M. Chagall, <i>El circo azul </i>(1950), detalle. Museo nacional de arte moderno, Centro G. Pompidou, Paris) <br /><br />La Iglesia ha sido comparada desde antiguo con la luna. Entre los autores que han escrito sobre esto figuran Henri de Lubac (1) y Joseph Ratzinger (2).<br /><br /><br /><span style="color: #990000;"><b> La “constitución lunar de la Iglesia”</b></span></p><p class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 0cm 14.2pt;"><span style="color: #990000;"><span style="caret-color: rgb(153, 0, 0);"><b><br /></b></span></span><br />[De Lubac toma, de los Padres de la Iglesia, la imagen de la luna para comprender mejor a la Iglesia. Esto permite penetrar en este misterio, el de la Iglesia, que <b>nos ilumina de noche mientras ella toma su luz del Sol,</b> que es Cristo. Luego desaparece durante el día, para reaparecer de nuevo en la noche, <b>crece y decrece, pero no desaparece…</b> Una imagen que nos sigue ayudando hoy y siempre].<br /><br />“Cristo –señala De Lubac– es el <b>sol de justicia</b>, la única fuente de luz. <b>La Iglesia, como la luna, recibe de él todo su esplendor</b> en cada instante. Por tanto, es posible hablar, con Dídimo El Ciego, de una ‘constitución lunar de la Iglesia’. Lo mismo que la luna en la noche, también <b>la Iglesia brilla en la oscuridad de este siglo</b>, iluminando la noche de nuestra ignorancia, para señalarnos el camino de la salvación. Su luz, prestada por Cristo, no es más que una pálida claridad, una <i>refulgentia suboscura, </i>como dice san Buenaventura, que nos presenta los símbolos de una verdad que todavía no puede impresionar directamente nuestros ojos mortales. Mientras que el sol permanece siempre en su gloria, ella <b>pasa incesantemente por fases diversas</b>, creciendo unas veces y decreciendo otras, tanto si se trata de su extensión mensurable desde fuera como si se trata de su fervor íntimo, porque <b>no cesa de soportar las contradicciones y las vicisitudes humanas</b> (cf. Tomás de Aquino). Pero nunca disminuye hasta el punto de perecer; siempre vuelve a restaurarse su integridad (cf. Casiodoro). Su testimonio, en determinadas épocas, puede quizás oscurecerse: la sal de la tierra pierde su sabor, su ‘lado demasiado humano’ adquiere mayor relieve, la fe vacila en los corazones; pero <b>tenemos siempre la seguridad de que ‘los santos volverán siempre a brotar</b>’ (Ch. Péguy).<br /><br /> Pero es preciso que comprendamos más a fondo, juntamente con Orígenes y con san Ambrosio, estas fases oscuras de la luna. Significan que <b>la Iglesia, en este siglo, es una Iglesia siempre moribunda, pero que así es como se renueva</b>, acercándose de este modo a Cristo, su esposo. (...) Cerca de su sol, el Señor crucificado, en el oscurecimiento de la pasión, ella empieza a crecer de nuevo hasta conseguir su verdadera fecundidad (cf. Orígenes). <b>Se hunde en las tinieblas para participar de la plenitud secreta de la vida del resucitado</b>: ‘Cristo la vació para llenarla, lo mismo que se vació a sí mismo para llenarnos a todos. De este modo la luna anuncia el misterio de Cristo’ (San Ambrosio).<br /><br /> Y este oscurecimiento, si es un ocaso, es también <b>una aurora</b>. Anuncia la absorción definitiva de la luna en su sol, según el versículo del salmo: ‘En sus días florecerá la justicia, y dilatada paz hasta que no haya luna’ (Sal 71, 7). (...) ”<br /><br /> <br /><br /></p><div style="text-align: center;">* * *</div><br /><b><span style="color: #990000;">La Iglesia no es como un trozo de árbol</span></b><br /><br />Escribe Joseph Ratzinger (2): “Por incontrovertiblemente correcto que sea cuanto nos muestra el microscopio cuando observamos en él un trozo de árbol, al mismo tiempo puede, sin duda, tapar la verdad si nos hace olvidar que lo individual no es solo lo individual, sino que en el todo <b>tiene una existencia que no se puede estudiar en el microscopio</b> y, sin embargo, es verdadera, más verdadera que el aislamiento de lo individual.<br /><br /> Digamos las cosas a partir de ahora de forma no figurada. La perspectiva del presente ha cambiado nuestra mirada a la Iglesia también en el sentido de que en la práctica ya solo vemos la Iglesia desde el ángulo de la factibilidad, preguntándonos qué se puede hacer de ella. (…)” <br /><br /> [Ratzinger presenta una imagen dura, aunque realista, de la situación de la Iglesia, y del juicio que en ese momento –principios de los años setenta– dominaba, al menos en Europa, sobre ella. Y no solo es que la mirada a la Iglesia se quedara corta, tomando una parte (la corteza del árbol) por el todo. Sino que, además, <b>la imagen profunda e inefable de la Iglesia que venía iluminando y vivificando los siglos, parecía desmoronarse ante los ojos del llamado hombre moderno.</b> No quedaba de ella piedra sobre piedra. Ya no era, dice, un signo que llama a la fe (cf. Is 11, 12), como la consideraba el concilio Vaticano I, sino que parecía, “más bien, el principal obstáculo para aceptar la fe”].<br /><br />“ (La Iglesia) Ya no parece ella misma una realidad de la fe, sino la organización de los que creen, harto contingente, aunque quizá ineludible, y que debería ser reconfigurada lo más rápidamente posible con arreglo a los más modernos hallazgos de la sociología. (…)<br /><br />Habíamos dicho que en nuestro tratamiento de la Iglesia nos acercamos tanto a ella que ya no la percibimos en su conjunto. Esa idea se puede ampliar si se recurre para ello a una imagen que encontraron los Padres de la Iglesia en contemplación simbólica del mundo y de la Iglesia. Explicaban que en la estructura del cosmos<b> la luna era una imagen de lo que es la Iglesia en la estructura de la salvación, en el cosmos espiritual</b>”. <p></p><p class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 0cm 14.2pt;"><br /><br /><b><span style="color: #990000;">Una imagen (la luna) muy exacta de la Iglesia </span></b><br /><br />“(…) Y efectivamente, <b>por sí misma considerada, la luna solo es eso, solo es desierto, arena y roca</b>. Y sin embargo, no en sí, sino gracias a otra cosa que ella, y para otra cosa que ella, también es luz, y sigue siéndolo incluso en la época de los viajes espaciales. Es lo que no es ella misma. Lo otro, lo no suyo, es ciertamente también su realidad: en cuanto no es suyo. (…) Y ahora pregunto yo: ¿no es esa una imagen muy exacta de la Iglesia? Quien toma muestras minerales en ella y la recorre con la sonda espacial solo puede descubrir desierto, arena y roca, <b>las debilidades humanas del hombre y su historia, con sus desiertos, su polvo y sus cimas</b>. Esto es lo suyo. Y, sin embargo, no es lo más propio de la Iglesia. Lo decisivo es que ella, aunque ella misma solo sea arena y piedra, es, con todo, <b>luz que viene del Señor,</b> de otro que ella: lo no suyo es lo verdaderamente suyo; lo que le es más propio, es más, su esencia, radica en que no cuenta ella misma, sino en que lo que cuenta en ella es lo que ella no es, radica en que solo existe para estar expropiada de ella misma, radica, en suma, en que <b>tiene una luz que ella no es y, sin embargo, ella es solo por causa de esa luz</b>. Es ‘luna’ –<i>mysterium lunae</i>– y así concierte al creyente, pues precisamente así es lugar de una decisión espiritual permanente. (…)”<br /><br /><br /><b><span style="color: #990000;">Argumentos para “estar” en la Iglesia </span></b><br /><br />(Desde esa consideración de la Iglesia como “luna” que interpela continuamente la fe, prosigue el teólogo Ratzinger, bajando al plano personal. ¿Qué se deduce de las anteriores consideraciones concretamente para nuestra fe, para nuestro “estar” en la Iglesia?]<br /><br /> “Estoy en la Iglesia porque creo que, hoy como ayer, y de forma insuprimible por nosotros, detrás de ‘nuestra Iglesia’ vive ‘Su Iglesia’ y que <b>no puedo estar con Él de otro modo que estando con y en Su Iglesia</b>. Estoy en la Iglesia porque, a pesar de todo, creo que en lo más hondo no es nuestra Iglesia, sino precisamente ‘Su’ Iglesia. (…) <br /><br /> A ello se añade una cosa más: al igual que no se puede creer solo, sino únicamente creyendo con otros, tampoco se puede creer en virtud de una potestad propia y por propia invención, sino únicamente si y porque hay una capacitación para la fe que no está en mi propio poder, que proviene de mi poder, sino que me precede. <b>Una fe inventada por uno mismo es una contradicción en sí misma</b>. Pues, no en vano, una fe inventada por mí mismo solamente podría garantizarme y decirme lo que ya soy y sé yo mismo de todas formas, y no podría superar el límite de mi yo. De ahí que también <b>una Iglesia hecha por sí misma, una comunidad que se cree a sí misma, que solo sea por gracia de ella misma, constituya una contradicción en sí misma.</b> Si la fe exige comunidad, ha de tratarse de una comunidad que tenga potestad y que me preceda, no de una comunidad que sea mi propia creación, el instrumento de mis propios deseos. (…) Por mucho que el cristianismo pueda haber fracasado concretamente en su historia (y ha fracasado una y otra vez de un modo desconcertante), los criterios de la justicia y del amor han partido, incluso contra la voluntad de ella, de todas formas del mensaje en ella custodiado, con frecuencia contra ella y, sin embargo, nunca sin el callado poder de lo que está depositado en ella.</p><p class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 0cm 14.2pt;"><br /> Con otras palabras: <b>permanezco en la Iglesia porque veo la fe realizable solo en ella</b>, y no, en último término, contra ella, como una necesidad para el hombre, es más, para el mundo, de la que este vive, incluso cuando no la comparte. (…) Permanezco en la Iglesia porque <b>solo la fe de la Iglesia redime al hombre</b>”.<br /></p><p class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 0cm 14.2pt;"><br /></p>[También el Papa Benedicto recogía la <a href="https://iglesiaynuevaevangelizacion.blogspot.com/2019/06/la-iglesia-misterio-de-la-luna.html#more">imagen de la luna aplicada a la Iglesia</a>. Cristo es la luz verdadera que brilla; y, en la medida en que la Iglesia está unida a él, en la medida en que se deja iluminar por él, ilumina también la vida de las personas y de los pueblos. Muchas personas esperan de nosotros, los cristianos un compromiso misionero, porque necesitan a Cristo, necesitan conocer el rostro del Padre. En efecto <b>necesitan ver esa luz que es Cristo –desde su “pequeña” fuente en Belén–, que atrae a todas las personas del mundo y guía a los pueblos por el camino de la paz</b> (cf. <i>Homilía </i>6-I-2006).<p class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 0cm 14.2pt;"><b><br /></b></p><p class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 0cm 14.2pt;">San Bernardo presenta a <b>María</b>, coronada por el sol y con la luna bajo sus pies, como “vivo lazo de unión entre los dos astros, entre la Iglesia y Jesucristo”.</p><p class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 0cm 14.2pt;"><br />Y san John Henry Newman, dirigiéndose a María, exclama: "¡Vellón entre el rocío y la superficie, Cristo y la Iglesia, el sol y la luna, tú eres la senda, Virgen María!"]<br /><span style="font-size: x-small;">-------------------------</span></p><span style="font-size: x-small;">(1) H. De Lubac,<i> Paradoja y misterio de la Iglesia</i> (edición francesa de 1967), 3ªed, Salamanca 2002, pp. 43-44.<br />(2) Cf. J. Ratzinger, "¿Por qué sigo en la Iglesia?” (1ª ed. en alemán, 1971), en Id., <i>Obras completas</i> VIII/2: <i>Iglesia: Signo entre los pueblos,</i> Madrid 2020, 1140-1156, pp. 1142-1152.</span><p><span face="Calibri, sans-serif" style="font-size: 10pt;"> </span> </p>Ramiro Pelliterohttp://www.blogger.com/profile/18413305317072914336noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2026943269771602669.post-70788677478905124242023-12-19T17:16:00.006+01:002023-12-24T19:49:27.100+01:00La Iglesia y su contemporaneidad con Cristo <div class="separator"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjAYOSxXM2sz8R3c6-We9SU01FMjL1xSz7Nyb3KryKm6m2hVvgLrTMGkZ3kMWKALCew4oQkb3KZNRgWuVuQPmqI0ykLS7M5qMG_XiRRKRoRQH9D0mc0Uk1vt9pAeJHxyIbEt8AdWRk2lcf8CK5AVtTfD4c1ejMAncSI1dxgVv7Qyakzq7NYxaLwwystlzIV/s2016/La%20alimentacio%CC%81n%20de%20la%20multitud-%20Fre%CC%80res%20de%20Limbourg-la%20multitud,%20en%20Les%20Tre%CC%80s%20Riches%20Heures%20du%20Duc%20de%20Berry,%201411-1416-Museo%20Conde%CC%81%20Paris,.jpg" style="clear: left; float: left; margin-bottom: 1em; margin-right: 1em; text-align: center;"><img border="0" data-original-height="2016" data-original-width="1503" height="320" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjAYOSxXM2sz8R3c6-We9SU01FMjL1xSz7Nyb3KryKm6m2hVvgLrTMGkZ3kMWKALCew4oQkb3KZNRgWuVuQPmqI0ykLS7M5qMG_XiRRKRoRQH9D0mc0Uk1vt9pAeJHxyIbEt8AdWRk2lcf8CK5AVtTfD4c1ejMAncSI1dxgVv7Qyakzq7NYxaLwwystlzIV/s320/La%20alimentacio%CC%81n%20de%20la%20multitud-%20Fre%CC%80res%20de%20Limbourg-la%20multitud,%20en%20Les%20Tre%CC%80s%20Riches%20Heures%20du%20Duc%20de%20Berry,%201411-1416-Museo%20Conde%CC%81%20Paris,.jpg" width="239" /></a></div>(Imagen: <i>La alimentación de la multitud,</i> Frères de Limbourg, en Libro de Horas del Duc de Berry, 1411-1416, Museo Condé, Paris)<br /><br />Cuando Romano Guardini era estudiante de Economía política, pasó por una crisis de fe, de la que salió en 1905. Tenía entonces 20 años. Lo relata en sus <i>Apuntes para una autobiografía</i> (Madrid 1992, pp. 12-13). Gracias a una conversación con un amigo, y tras un cierto desarrollo intelectual y espiritual a la vez, sintió que para encontrar la propia vida (cf. Mt 10, 39) debía entregar el alma, no a Dios o a Cristo en general, sino concretamente a la Iglesia. <div><br /></div><div>“<b>El momento fue completamente silencioso</b>; no consistió ni en una sacudida ni en una iluminación, ni en ningún tipo de experiencia extraordinaria. Fue simplemente que llegué a una convicción: ‘Es así’, y después el movimiento imperceptiblemente dócil: ‘Así debe ser’”.<br /><br /> Sin duda se refiere Guardini a este decisivo acontecimiento de su vida, cuando sesenta años después escribe el texto que hemos recogido a continuación (*).<br /><br /><br /><b><span style="color: #990000;">¿Cómo salvar la propia vida?</span></b><br /><br />“Quisiera me permitan hablar de una experiencia personal, que creo que puede tener sentido también para otros.<br /><br /> Una frase procedente del Nuevo Testamento me ha impactado siempre precisamente por el énfasis que hace en cuanto término, adjudicación y orientación. Se encuentra en Mt 10, 39: ‘<b>El que encuentre su vida’</b>, es decir, el que quiera salvarla, ‘la perderá; y <b>el que pierda su vida por mí, la encontrará’ </b>(…).<br /><br />La frase habla del misterio fundamental de la vida religiosa, según la cual el hombre solo alcanza su propio yo, pensado por Dios, cuando se aleja de sí mismo, es decir, de su yo inmediato, y <b>solo se realiza auténticamente en sí mismo cuando se ofrec</b>e. En consecuencia, se presentaba la gran pregunta: ¿<b>Dónde</b> tiene lugar este alejamiento de sí y este ofrecerse? ¿<b>Quién</b> me puede llamar de este modo y exigirme así ‘mi alma’ y que esto se lleve a cabo realmente? ¿Que yo no permanezca cerrado en mí y me conserve a mí mismo?<br /><br />La primera respuesta resonaba así: únicamente es posible para <b>Dios</b>. ¿Pero quién era Dios? ¿Cómo se lo podría pensar, correctamente? (…) ¿Quién es en verdad Dios ¿Cómo se lo debe pensar, para que lo perciba en forma adecuada, para que se pueda ir realmente a su encuentro, comprometerse con él y encontrar en él la libertad? Aquí falta evidentemente algo. Aquí falta una instancia que ofrece seguridad, que, cuando se diga ‘Dios’, en realidad no diga ‘yo’. ¿Pero <b>dónde se encuentra esa instancia</b>?</div><span><a name='more'></a></span><div><br />Al responder, se eleva la figura de <b>Cristo</b>. (…)<br /><br />En otras palabras, no existe el Dios ‘de libre acceso’. Frente a la pretensión de la búsqueda autónoma de Dios, de experimentarlo y de pensarlo en forma independiente, él seguirá siendo el desconocido, el ‘que habita en una luz inaccesible’ (1 Tm 6, 16). El hombre llega a él solo por el camino de la imitación de Cristo. Él indica la dirección y enseña el comportamiento”.<br /><br /><br /><b><span style="color: #990000;">Dios…, Cristo…, la Iglesia</span></b><br /><br />[Hasta aquí Guardini redescubre que es necesario encontrar a Cristo para salvar la propia vida… Pero todavía eso no le parece suficientemente concreto, porque ¿cómo garantizar ese encuentro real con Cristo?]<br /><br />“Pero el movimiento todavía no había llegado realmente a la meta. (…)<br /><br />¿Cómo (…) se puede confiar en la frase, según la cual ‘nadie conoce al Padre, sino el Hijo’ y ‘nadie va al Padre, sino por él?’ Es decir: ¿<b>dónde está la instancia que Cristo mismo garantiza</b>?<br /><br />A este punto se hace presente <b>la Iglesia.</b><br /><br />Cristo garantiza la realidad del Padre viviente; pero la imagen de Cristo es garantizada mediante la Iglesia, dicho con más precisión: <b>a través del Espíritu Santo que habla en ella</b>. De ella dice Jesús: ‘El que los escucha a ustedes, me escucha a mí; el que los rechaza a ustedes, me rechaza a mí; y el que me rechaza, rechaza a aquél que me envió’ (Lc 10, 16). En las palabras de la Iglesia habla él, en las palabras de Jesucristo habla el Padre. (…)<br /><br />Todo esto quiere decir que el camino que ha conducido realmente a la libertad de la fe en la realidad perfecta de Cristo y, por medio de él, a la soberanía del Dios vivo, es la fe que está convencida de que en la Iglesia habla Cristo, de tal forma que quien la escucha a ella lo escucha a él mismo (cf. Lc 10, 16). (…)”<div><br /><br /><b><span style="color: #990000;">¿Cómo ser “contemporáneos” de Cristo?</span></b><br /><br />[Aquí se plantea Guardini la cuestión de si es posible <i>la contemporaneidad </i>con Cristo. En otros lugares del mismo libro, Guardini dialoga con S. Kierkegaard, quien defiende, contra un cristianismo racionalista y moralista, que solo puede ser realmente cristiano el que vuelve a vivir contemporáneamente con Jesucristo. Esto, según Guardini, solo puede acontecer <i>realmente </i>por medio de la Iglesia].<br /><br />“En su realidad histórica inmediata, Jesús de Nazaret jamás puede ser contemporáneo a mí, pero sí puede serlo <b>su mensajero,</b> en cuya persona Él mismo ‘llega’ (Lc 10, 16). El arquetipo del mensajero es la Iglesia. Para ella, que atraviesa todas las épocas, cada época es contemporánea. El maestro que habla de Cristo y de su mensaje; el párroco que explica la palabra y celebra el Bautismo; la fiesta de la Eucaristía, en la que la comunidad se congrega en torno al altar; el obispo y los maestros de la fe ordenados por él, todo esto es la Iglesia siempre contemporánea. Por medio de ella, oigo el mensaje. A la Iglesia pertenece también <b>la familia creyente</b>, en cuya atmósfera yo experimento al Espíritu y el lenguaje del cristianismo; los hombres de <b>la comunidad, </b>en cuyo seno estoy frente al altar; los otros, en general, que se saben como <b>una sola cosa en la misma profesión de la fe.</b> Todos ellos, los que viven y los que enseñan, son reales para mí y contemporáneos sin más. Toda su humanidad, lo bueno de ella, pero también lo problemático, se hace presente en el mensaje y reclama ser compartido en el ‘nosotros’ cristiano.<br /><br />Cristo está presente en todas esas realidades actuales y me habla, pero no me habla como persona solitaria, sino <b>como Iglesia</b>”.<br /><br />[La cuestión es la naturaleza de esta “contemporaneidad”, puesto que la analogía con el mensaje tiene (como todas las analogías) sus límites: Cristo no se me hace contemporáneo por el mero hecho de enviar un mensajero (la Iglesia como tal o algún cristiano). Es contemporáneo porque me es presente, más aún, es la cabeza de este “nosotros” que formamos su cuerpo (místico) a partir de nuestro Bautismo y crecemos en Él gracias a la Eucaristía. El problema puede ser distinguir en la Iglesia ese “hablar” de Cristo, que puede quedar, a veces, desfigurado u oscurecido por los mismos defectos o pecados de los cristianos. Es lo que puede indicar la exclamación de Guardini]<br /><br />“¡Pero cuánta desproporción hay en ella con respecto a Cristo, que habla en ella! (…)<br /><br />Pero el verdadero núcleo de la cuestión está en que <b>nosotros sabemos de Jesús solo a través de la Iglesia,</b> y que la decisión de la fe tiene lugar dentro de ella, porque únicamente ella nos pone en una situación de contemporaneidad con Jesucristo”.<br /><br />[La encíclica primera firmada por Francisco, <i>Lumen fidei</i> (29-VI-2013), elaborada “a cuatro manos”, puesto que estaba en gran medida preparada por Benedicto XVI, se sitúa en esa misma línea de Guardini, poniendo el acento en la fe. La fe que, gracias al <i>Espíritu Santo</i> que nos une y vivifica en la Iglesia, desemboca en el amor. Y lo dice así: <br /><br /> “¿<b>Cómo podemos estar seguros de llegar al ‘verdadero Jesús’ a través de los siglos</b>? Si el hombre fuese un individuo aislado, si partiésemos solamente del ‘yo’ individual, que busca en sí mismo la seguridad del conocimiento, esta certeza sería imposible. No puedo ver por mí mismo lo que ha sucedido en una época tan distante de la mía. Pero ésta no es la única manera que tiene el hombre de conocer. La persona vive siempre en relación. Proviene de otros, pertenece a otros, su vida se ensancha en el encuentro con otros. Incluso el conocimiento de sí, la misma autoconciencia, es relacional y está vinculada a otros que nos han precedido: en primer lugar nuestros padres, que nos han dado la vida y el nombre. El lenguaje mismo, las palabras con que interpretamos nuestra vida y nuestra realidad, nos llega a través de otros, guardado en la memoria viva de otros. El conocimiento de uno mismo sólo es posible cuando participamos en una memoria más grande. Lo mismo sucede con la fe, que lleva a su plenitud el modo humano de comprender. El pasado de la fe, aquel acto de amor de Jesús, que ha hecho germinar en el mundo una vida nueva, nos llega en la memoria de otros, de testigos, conservado vivo en <b>aquel sujeto único de memoria que es la Iglesia.</b> La Iglesia es una Madre que nos enseña a hablar el lenguaje de la fe. San Juan, en su Evangelio, ha insistido en este aspecto, uniendo fe y memoria, y asociando ambas a la acción del Espíritu Santo que, como dice Jesús, ‘os irá recordando todo’ (Jn 14,26). El Amor, que es el Espíritu y que mora en la Iglesia, mantiene unidos entre sí todos los tiempos y nos hace contemporáneos de Jesús, convirtiéndose en el guía de nuestro camino de fe” (n. 38).</div><div><br /></div>Según san Agustín, Cristo también se hace contemporáneo nuestro <b>cuando le recibimos en los necesitados</b> (cfr. Mt 25, 40): “Así pues, el Señor fue recibido en calidad de huésped, él, que vino a su casa, y los suyos no lo recibieron; pero a cuantos lo recibieron, les da poder para ser hijos de Dios, adoptando a los siervos y convirtiéndolos en hermanos, redimiendo a los cautivos y convirtiéndolos en coherederos. Pero que nadie de vosotros diga: ‘Dichosos los que pudieron hospedar al Señor en su propia casa’. No te sepa mal, no te quejes por haber nacido en un tiempo en que ya no puedes ver al Señor en carne y hueso; esto no te priva de aquel honor, ya que el mismo Señor afirma: Cada vez que lo hicisteis con uno de éstos, mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis” (<i>Sermón </i>103, 2)]<div>-----------------------<br /><span style="font-size: x-small;">(*) R. Guardini, <i>El sentido de la Iglesia y La Iglesia del Señor, </i>Buenos Aires 2010, pp. 143-152. El texto seleccionado procede del segundo libro, publicado por primera vez en 1965.</span></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><br /></div><br /></div>Ramiro Pelliterohttp://www.blogger.com/profile/18413305317072914336noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2026943269771602669.post-61003069325416565512023-12-17T12:22:00.009+01:002023-12-19T17:34:15.823+01:00Iglesia, libertad y amor<br /><div><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiX3HpNOytrQzPEjsMk71JPJ_xK7rkQf-KmBJvct2APEeInUOM0rs1oBUdyX1obtogB_u5hoTF-J2lhTDFNTHEAxQIZiCp1rycTm5ywSHv-p5HWT4mtmvON-sb3gExwlp8UEt12zMs50DescV2Lq8srnMKnxhAgiI11cF1iB3ECU7MF2KR7RUFtRuDZOxbA/s1200/_Pentecoste%CC%81s_,_ano%CC%81nimo%20(h.1776)-Veneranda%20Tertulia-Real%20academia%20de%20medicina%20y%20cirugi%CC%81a%20de%20Sevilla.jpg" style="clear: left; float: left; margin-bottom: 1em; margin-right: 1em; text-align: center;"><img border="0" data-original-height="1200" data-original-width="910" height="320" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiX3HpNOytrQzPEjsMk71JPJ_xK7rkQf-KmBJvct2APEeInUOM0rs1oBUdyX1obtogB_u5hoTF-J2lhTDFNTHEAxQIZiCp1rycTm5ywSHv-p5HWT4mtmvON-sb3gExwlp8UEt12zMs50DescV2Lq8srnMKnxhAgiI11cF1iB3ECU7MF2KR7RUFtRuDZOxbA/s320/_Pentecoste%CC%81s_,_ano%CC%81nimo%20(h.1776)-Veneranda%20Tertulia-Real%20academia%20de%20medicina%20y%20cirugi%CC%81a%20de%20Sevilla.jpg" width="243" /></a></div><div><span style="font-size: x-small;">(Imagen: Anónimo, <i>Pentecostés</i> (h. 1776) Veneranda Tertulia-Real Academia de Medicina y Cirugía de Sevilla. Wikimedia Commons]</span></div><div><span style="font-size: x-small;"><br /></span></div><div><span style="font-size: x-small;"><br /></span>En su libro de 1965 <i>La Iglesia del Señor</i> (*), se pregunta Guardini cómo expresar lo que ocurrió en Pentecostés. Y responde que lo obvio sería decir: se funda la Iglesia…Pero, replica, esto no nos da una idea acabada de lo que pasó, porque “allí se ha anticipado algo”…A partir de ahí argumenta Guardini.<br /><br /><br /><b><span style="color: #990000;">La Iglesia surge en Pentecostés…</span></b><br /><br />“Jesús ha elegido a los Doce y les ha confiado su misión; ha aplicado a Pedro la frase que habla de la piedra fundamental sobre la cual Él quiere edificar su Iglesia; ha dispuesto, para el futuro, que la Eucaristía sea el centro y el misterio cordial… para no hablar de todo el tiempo que él ha vivido con ellos, les ha hablado y, en sentido espiritual, ha entretejido con ellos su sagrada figura. Pero todo esto no fue realización histórica, sino solo <b>preparación, fundamento y germen, ya que luego, en Pentecostés, ‘nacerá’ la Iglesia</b>. <br /><br /> Esta no es una institución inventada y construida, y como tal tampoco es tan sabia y poderosa, sino <b>un ser vivo</b>; surgida de un acontecimiento –Pentecostés– que es, a la vez, divino y humano. Ella vive a través del tiempo; floreciente como todo lo viviente; transformándose, como se transforma todo lo histórico en tiempo y destino, y, sin embargo, en esencia, sigue siendo siempre la misma, cuyo centro más profundo es Cristo.<br /><br />(…) Por cuanto ella es un ser vivo, <b>nuestra relación con ella debe ser también vida</b>. (…) Las fuerzas vitales de esta esencia de la Iglesia son inmensas. (…) Cada uno es ‘célula’ en este gran organismo vital, ordenado mediante la fuerza configuradora que proviene de la Cabeza santa. Por eso surge la pregunta: ¿de qué modo la vida propia y la dignidad personal del individuo se relaciona con este poder integral? (…)”<br /><br />[Lo que le interesa a Guardini aquí es, pues, en qué sentido y cómo la vida de cada cristiano se articula con la vida de la Iglesia, manteniendo el cristiano su personalidad y la Iglesia esa energía o “poder”, capaz de configurar una vida semejante constituida por todos los cristianos de todos los tiempos…]<br /><a name='more'></a><br /><b><span style="color: #990000;">…para manifestar el “poder” del amor </span></b><br /><br />“La comprensión cristiana de la existencia se apoya en esta verdad: Dios es el Señor y el Todopoderoso, y todopoderoso es su dominio. Pero <b>su dominio todopoderoso es amor</b> y, por cierto, ‘amor en serio’, con tanta seriedad, que el amor se convierte para el cristiano en destino, como lo señala la existencia de Jesús. (…)<br /><br />Este carácter fundamental de la existencia cristiana <b>se debe consumar de nuevo en la Iglesia, pero mediante el poder personal del Espíritu Santo.</b> (…) El criterio decisivo para la historia de la Iglesia no es la superioridad de su labor cultural, ni tampoco la superioridad de su labor religiosa, sino la claridad con la que sus miembros –tanto consagrados como laicos– reconocen que <b>el poder de vida que Dios le ha dado a la Iglesia, llega a ser eficaz si toma la forma del servicio y del amor,</b> no la del señorío, y así lo reconocen y obran en consecuencia”. <br /><br />[Es importante esa precisión: el "poder" de la Iglesia no estriba en sus influencias humanas, ni siquiera en la calidad de su labor cultural o religiosa, sino, a imagen de su Señor, de quien la Iglesia es cuerpo místico, en la vida de amor y de servicio que la Iglesia pone en el mundo, como lo han mostrado los santos, y lo intentan llevar a cabo cada día los cristianos coherentes, dentro de los límites de sus capacidades… Esa es, diríamo hoy, <b>la principal "hoja de ruta" de la Iglesia. </b>En Sevilla procesiona cada año “El Cristo del gran poder” que es una imagen de Jesús Nazareno cargando con la cruz]. <div><br /></div><div><br /></div><div><b><span style="color: #990000;">Poder de Dios, poder del amor</span></b><br /><br />[En una ocasión (cf. <i>Audiencia general</i> 30-I-2013) se preguntaba Benedicto XVI cómo es posible imaginar que un Dios todopoderoso permita la muerte de su Hijo. “Sin duda que quisiéramos una omnipotencia divina según nuestros esquemas mentales y nuestros deseos: un Dios ‘todopoderoso’ que resuelva los problemas, que intervenga para evitarnos los problemas, que le gane al adversario, y que cambie el curso de los acontecimientos y anule el dolor”.<br /><br />Al ver tanto sufrimiento y maldad en el mundo, hay teólogos –añade– que niegan que Dios sea omnipotente. También hay quien reacciona buscando refugio en los ídolos, en su supuesta omnipotencia "mágica" y en sus promesas ilusorias.<br /><br />Pero –continuaba el Papa Ratzinger– la fe en Dios Todopoderoso nos lleva por caminos muy diferentes; pues el pensamiento de Dios, sus planes y también su omnipotencia es diferente de lo que pensamos o imaginamos. <br /><br />“En realidad, Dios, al crear criaturas libres, dándoles libertad, renunció a una parte de su poder, dejando el poder en nuestra libertad. Así, <b>Él ama y respeta la respuesta libre de amor a su llamado</b>”.<br /><br />En definitiva: “Este es el verdadero, auténtico y perfecto poder divino: Entonces el mal es en verdad vencido porque es lavado por el amor de Dios; entonces la muerte es definitivamente derrotada porque es transformada en don de la vida. Dios Padre resucita al Hijo: la muerte, el gran enemigo (cf. 1 Co. 15,26), es engullida y privada de su veneno (cf. 1 Co. 15, 54-55), y nosotros, liberados del pecado, <b>podemos acceder a nuestra realidad de hijos de Dios</b>”. </div><div><br /></div><div>Tal es, en efecto, el sentido del <a href="https://iglesiaynuevaevangelizacion.blogspot.com/2013/02/poder-de-dios-poder-del-amor.html" target="_blank">poder de Dios, que es el poder del amor</a>, y esto, decíamos, se manifiesta en l<b>os santos </b><i><b>porque</b></i> es una participación de la comunión de amor que es la Iglesia, con Dios Padre, por Cristo, en el Espíritu Santo].<div><br clear="all" /><hr align="left" size="1" width="33%" /></div><p><span style="font-family: "Times New Roman", serif; font-size: 10pt;">(*) R. <span style="font-variant-alternates: normal; font-variant-caps: small-caps; font-variant-east-asian: normal; font-variant-emoji: normal; font-variant-ligatures: normal; font-variant-numeric: normal; font-variant-position: normal;">Guardini,</span> <i>El sentido de la Iglesia</i> y <i>La Iglesia del Señor</i>, Buenos Aires 2010 (los párrafos recogidos aquí proceden del segundo libro, publicado, como decimos, en 1965), 127-131.</span> </p></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><br /></div></div><br />Ramiro Pelliterohttp://www.blogger.com/profile/18413305317072914336noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2026943269771602669.post-38640771680142640752023-12-14T14:07:00.011+01:002023-12-15T08:56:58.447+01:00Jesús ha fundado la Iglesia <p> <b style="font-family: "Times New Roman", serif; text-align: center; text-indent: 17.85pt;"><span face="Arial, sans-serif"> </span></b></p><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><b style="font-family: "Times New Roman", serif; text-align: center; text-indent: 17.85pt;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjxv6t0z7wDkG5-GOya0Gw9kTCfIV59Y6U7EwYHzbY3r6U4ahGU5aUxxq-UTsadeCupLbg5GtyXZ9ZZ7RTa-iS1ol0NdBB4tdYrVlzYUImMMjnLZ3ekYJmZVdGKMZ3AbF6s9DO07BZ9CPJ0OS3EKTuOt8AGjp6RGu113AW9naDDJUGlkkjXjz4a3Pr-6OWS/s1600/P.Perugino_-_Entrega_de_las_llaves_a_San_Pedro_(Capilla_Sixtina,_Roma,_1481-82).jpg" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="997" data-original-width="1600" height="199" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjxv6t0z7wDkG5-GOya0Gw9kTCfIV59Y6U7EwYHzbY3r6U4ahGU5aUxxq-UTsadeCupLbg5GtyXZ9ZZ7RTa-iS1ol0NdBB4tdYrVlzYUImMMjnLZ3ekYJmZVdGKMZ3AbF6s9DO07BZ9CPJ0OS3EKTuOt8AGjp6RGu113AW9naDDJUGlkkjXjz4a3Pr-6OWS/s320/P.Perugino_-_Entrega_de_las_llaves_a_San_Pedro_(Capilla_Sixtina,_Roma,_1481-82).jpg" width="320" /></a></b></div><div style="text-align: center;"><span style="font-size: x-small;">P. Perugino-<i>Cristo entrega las llaves a Pedro</i> (1481-1482)</span></div><div style="text-align: center;"><span style="font-size: x-small;">Capilla Sixtina, Roma. Wikimedia commons.</span></div><p></p><p class="MsoNormal" style="font-family: "Times New Roman", serif; margin: 0cm;">Joseph Ratzinger impartió en 1982, en Río de Janeiro, una conferencia<span class="MsoFootnoteReference" style="vertical-align: super;"> </span>en la que expuso varias “tesis” sobre la oración de Jesús y la fundación de la Iglesia (*). Recogemos una de ellas, en la que profundiza sobre el auténtico significado de <i><b>la fundación de la Iglesia</b> </i>por parte de Jesús. <o:p></o:p></p><p class="MsoNormal" style="font-family: "Times New Roman", serif; margin: 0cm;"><o:p> </o:p></p><p class="MsoNormal" style="font-family: "Times New Roman", serif; margin: 0cm;">[La cuestión de fondo es que <b>la Iglesia surge <i>de la misma vida de Jesús</i></b> en la que destacan dos dimensiones: su trato íntimo con su Padre, que se manifiesta sobre todo en su oración; su “comunión” con nosotros, es decir, el hecho de que nos ha conocido como cristianos y que nuestra vida, desde el Bautismo, participa de la vida de Jesús resucitado. La eclesiología actual enseña que Cristo ha fundado la Iglesia no con un documento constitutivo o un "acto de inauguración", sino con toda su vida, con su entrega redentora por nosotros. </p><p class="MsoNormal" style="font-family: "Times New Roman", serif; margin: 0cm;"><br /></p><p class="MsoNormal" style="font-family: "Times New Roman", serif; margin: 0cm;">En ese contexto se pueden distinguir como momentos más intensos o, si se quiere "actos fundacionales", antes y después de su resurrección: algunos preparatorios (la llamada de los discípulos, la elección de los "Doce", la vocación y misión de Pedro; la última Cena como acto anticipador y recapitulador del misterio de la Iglesia; los actos centrales de esta singular fundación: la institución de la Eucaristía, adelanto de su pasión y muerte en la cruz, y la manifestación de la caridad en aquel primer jueves santo; otros actos mediante los cuales confiere a Pedro y los doce la potestad sagrada de actuar en su nombre (el poder de perdonar, el primado romano, el envío por todo el mundo); y un acto consumador o plenificador: el envío del Espíritu Santo en Pentecostés.<o:p></o:p></p><p class="MsoNormal" style="font-family: "Times New Roman", serif; margin: 0cm;"><o:p> </o:p></p><p class="MsoNormal" style="font-family: "Times New Roman", serif; margin: 0cm;">Volviendo al nivel "personal" de la relación de Cristo con nosotros: de la forma en que ha fundado y constituido la Iglesia, se deduce, como enseña la fe cristiana, que nuestra oración, por más defectos o limitaciones que pueda tener y tenga de hecho, está <b>integrada en la de Jesús</b>, y Él está presente con el Espíritu Santo en la nuestra. <o:p></o:p></p><p class="MsoNormal" style="font-family: "Times New Roman", serif; margin: 0cm;"><o:p> </o:p></p><p class="MsoNormal" style="font-family: "Times New Roman", serif; margin: 0cm;">Y también se deduce, de modo asombroso, que <b>cada uno de nosotros tiene que ver con la fundación de la Iglesia</b>, porque estábamos en la mente de Dios Padre desde toda la eternidad (cf. Ef 1, 4); porque Cristo nos conoció y nos tuvo presentes a cada uno (también en su pasión); y porque nos ha dado el Espiritu Santo (por primera vez en Pentecostés, y a cada uno de nosotros por el Bautismo y la Confirmación). <o:p></o:p></p><p class="MsoNormal" style="font-family: "Times New Roman", serif; margin: 0cm;"><o:p> </o:p></p><p class="MsoNormal" style="font-family: "Times New Roman", serif; margin: 0cm;">Por tanto, todos y cada uno de los cristianos somos gozosamente <b>responsables</b>, en modos y medidas diferentes, de la Iglesia y de su misión evangelizadora. <o:p></o:p></p><p class="MsoNormal" style="font-family: "Times New Roman", serif; margin: 0cm;"><o:p> </o:p></p><p class="MsoNormal" style="font-family: "Times New Roman", serif; margin: 0cm;">En suma, esto tiene que ver con el hecho de que Cristo no es un fundador al modo humano, decíamos: como alguien que establece una institución por medio de un discurso o un documento, y luego se va y la deja en manos de sus seguidores. No. Cristo es el fundador en el sentido del <b>fundamento siempre vivo de la Iglesia. </b>Veamos cómo expresa estas realidades el teólogo Joseph Ratzinger, luego Papa Benedicto XVI].<o:p></o:p></p><p class="MsoNormal" style="font-family: "Times New Roman", serif; margin: 0cm;"><br /></p><p class="MsoNormal" style="font-family: "Times New Roman", serif; margin: 0cm;"><br /></p><p class="MsoNormal" style="font-family: "Times New Roman", serif; margin: 0cm;"><b><span style="color: #990000;">Estamos incluidos en la oración de Jesús</span></b></p><p class="MsoNormal" style="font-family: "Times New Roman", serif; margin: 0cm;"><o:p> </o:p></p><p class="MsoNormal" style="font-family: "Times New Roman", serif; margin: 0cm;"> “<i>Tesis (4): La comunión con la oración de Jesús incluye la comunión con todos sus hermanos. El ser o estar con su Persona, que surge del participar en su oración, constituye entonces esa compañía, ese ser-con, abarcador y entrañable, que Pablo denomina ‘cuerpo de Cristo’. Por eso, la Iglesia –el ‘cuerpo de Cristo’– es el verdadero sujeto del conocimiento de Jesús. en su memoria lo pasado se hace presente, porque en ella Cristo está vivo y presente.<o:p></o:p></i></p><p class="MsoNormal" style="font-family: "Times New Roman", serif; margin: 0cm;"><i><br /></i></p><p class="MsoNormal" style="font-family: "Times New Roman", serif; margin: 0cm;">Cuando Jesús enseñó a reza a sus discípulos, les encomendó decir: ‘Padre nuestro’ (Mt 6, 9). Nadie, excepto él mismo, puede decir ‘mi Padre’. Todos los demás tienen el derecho de llamar Padre a Dios solo <b>en la comunidad de ese nosotros que Jesús inauguró</b>, pues todos son creados por Dios y creados el uno para el otro. Asumir y reconocer la paternidad de Dios siempre significa asumir ese estar referido o dirigido el uno al otro. El hombre <b>solo puede llamar rectamente a Dios ‘Padre’, si se ubica en el nosotros en el que el amor de Dios lo busca</b>. <o:p></o:p></p><p class="MsoNormal" style="font-family: "Times New Roman", serif; margin: 0cm;"><br /></p><p class="MsoNormal" style="font-family: "Times New Roman", serif; margin: 0cm;">(...) Aunque Jesús tiene una relación personal totalmente único con Dios, (...) <b>Él ha vivido su vida religiosa en el contexto de la fe y de la tradición del pueblo de Dios de Israel</b>. Su permanente diálogo con Dios Padre, su<i> </i>Padre, también era un coloquio con Moisés y con Elías (cf. Mc 9, 4). En ese diálogo Él ha superado la letra y abierto el espíritu del Antiguo Testamento para poder revelar al Padre ‘en Espíritu’. Esa superación no ha destruido la letra del Antiguo Testamento, la tradición religiosa común, sino que la ha llevado finalmente a su profundidad última, la ha ‘cumplido’. Por eso, ese diálogo no era la destrucción de la grandeza del ‘pueblo de Dios’, sino <b>su renovación.</b> La demolición del muro de la literalidad ha abierto a todos los pueblos el acceso al espíritu de la tradición y de este modo a Dios Padre, al Dios de Jesucristo. Esa <b>universalización de la tradición </b>es su suprema confirmación, no su fin o su sustitución. Si se percibe esto entonces resulta claro que Jesús no tenía necesidad de fundar en primer lugar un pueblo de Dios (la ‘Iglesia’). Ese pueblo ya existía, y la tarea de Jesús era <b>renovarlo</b>, profundizando la relación de ese pueblo con Dios, y abrirlo para toda la humanidad”. <o:p></o:p></p><p class="MsoNormal" style="font-family: "Times New Roman", serif; margin: 0cm;"><o:p> </o:p></p><p class="MsoNormal" style="font-family: "Times New Roman", serif; margin: 0cm;"><b><span style="color: #990000;">Sobre la “fundación” de la Iglesia por Jesús</span></b><i><o:p></o:p></i></p><p class="MsoNormal" style="font-family: "Times New Roman", serif; margin: 0cm;"><i> </i></p><p class="MsoNormal" style="font-family: "Times New Roman", serif; margin: 0cm;">[Lo que Cristo hizo fue llevar a su consumación la historia de la salvación según se desarrolló en el Antiguo Testamento, como preparación de la Iglesia]<o:p></o:p></p><p class="MsoNormal" style="font-family: "Times New Roman", serif; margin: 0cm;"><o:p> </o:p></p><p class="MsoNormal" style="font-family: "Times New Roman", serif; margin: 0cm;"> “Por tanto, la pregunta acerca de si Jesús quería fundar una Iglesia es falsa, porque no es histórica. La cuestión correcta solo puede ser si Jesús quería acabar con el pueblo de Dios o si quería renovarlo. La respuesta a esa cuestión, establecida de modo correcto, es clara: <b>Jesús ha transformado el antiguo pueblo de Dios en un nuevo pueblo</b>, acogiendo a los que creen en Él en <b>una comunidad con Él mismo (la comunidad de su ‘cuerpo’).</b> Eso es lo que Él ha hecho, en tanto transformó su muerte en un acto de oración, en un acto de amor y así se hizo a sí mismo comunicable. Podríamos expresar lo mismo del siguiente modo. Jesús entró en un sujeto de tradición ya existente, en el pueblo de Dios de Israel, por medio de su anuncio y de toda su Persona, y en él <b>hizo posible la convivencia, el ser-con-los-demás, por medio de su propio y más íntimo acto de ser: su diálogo con el Padre.</b> Este es el contenido más profundo de aquel acontecimiento con el que enseñó a sus discípulos a decir ‘Padre nuestro’”.</p><p class="MsoNormal" style="font-family: "Times New Roman", serif; margin: 0cm;"><o:p></o:p></p><p class="MsoNormal" style="font-family: "Times New Roman", serif; margin: 0cm;"><o:p> </o:p></p><p class="MsoNormal" style="font-family: "Times New Roman", serif; margin: 0cm;">[La Iglesia es, por tanto, una<b> <i>tradición viva</i></b>. Una vida que consiste en <i>tradere</i>, en <b>entregar, en pasar a otros, </b>como se entrega el “testigo” en una carrera de relevos; como los padres y madres de familia entregan a sus hijos los conocimientos y destrezas necesarios para que salgan adelante; como las sociedades y culturas entregan en sus tradiciones la experiencia y sabiduría que han logrado; como las ciencias nos entregan los conocimientos que deberían servir para mejorar la vida de las personas. Solo que, en la Iglesia, la Tradición, lo que se entrega, es ¡nada menos! que <b>la misma vida de Jesús, </b>participada por nosotros en la fe, en los sacramentos, en la caridad. Y así, cada uno toma del conjunto lo que necesita y a la vez aporta lo que puede a la vida común del cuerpo, en la medida de su capacidad y de su generosidad. Esto es la santidad y el apostolado, también desde la vida cotidiana de cada cristiano.</p><p class="MsoNormal" style="font-family: "Times New Roman", serif; margin: 0cm;"><span style="text-indent: 35.4pt;"><br /></span></p><p class="MsoNormal" style="font-family: "Times New Roman", serif; margin: 0cm;"><span style="text-indent: 35.4pt;">Así lo dice el Concilio Vaticano II en su Constitución</span><span style="text-indent: 35.4pt;"> </span><i style="text-indent: 35.4pt;">Dei Verbum</i><span style="text-indent: 35.4pt;">, sobre la divina Revelación:</span><span style="text-indent: 35.4pt;"> </span><span style="background: repeat white; text-indent: 35.4pt;">“La Iglesia, <b>en su doctrina, en su vida y en su culto perpetúa y transmite a todas las generaciones todo lo que ella es, todo lo que cree</b>” (n. 8). No se trata por tanto de un mero conjunto de ideas, doctrinas o creencias, o un conjunto de meros ritos o ceremonias de culto, ni tampoco un código de normas morales o de conducta. La vida cristiana tiene, ciertamente, dimensiones intelectuales, litúrgicas y morales, pero esto es así porque es, ante todo, una vida con Dios y con los demás, y solo así puede ser vivida y comprendida.</span></p><p class="MsoNormal" style="font-family: "Times New Roman", serif; margin: 0cm;"><span style="text-indent: 35.4pt;"><br /></span></p><p class="MsoNormal" style="font-family: "Times New Roman", serif; margin: 0cm;"><span style="text-indent: 35.4pt;">Y en esta vida que tenemos con Cristo, los cristianos, su oración fue y sigue siendo una dimensión nuclear de lo que Él hizo por nosotros, de lo que llamamos la “fundación” de la Iglesia, y de lo que sigue haciendo: nos sostiene todos y a cada uno, en cuanto que somos “piedras vivas” (1 Pe 2, 5) de este templo espiritual que formamos en cuerpo y alma con Cristo, edificados sobre él que es la “piedra angular” (1 Pe 2, 6; Ef, 2, 20)]</span></p><p class="MsoNormal" style="font-family: "Times New Roman", serif; margin: 0cm; text-indent: 35.4pt;"><o:p></o:p></p><p class="MsoNormal" style="font-family: "Times New Roman", serif; margin: 0cm;"><o:p> </o:p></p><p class="MsoNormal" style="font-family: "Times New Roman", serif; margin: 0cm;"><span style="color: #990000;"><b>La Iglesia, comunión de conocimiento y de vida con Jesús</b></span><i><o:p></o:p></i></p><p class="MsoNormal" style="font-family: "Times New Roman", serif; margin: 0cm;"><i> </i></p><p class="MsoNormal" style="font-family: "Times New Roman", serif; margin: 0cm;">[De hecho la teología católica llama a la Iglesia “misterio de comunión”. Con esa palabra, <b>comunión</b> que también usamos para referirnos a la Eucaristía, señalamos asimismo a la Iglesia. Y no es mera coincidencia. Porque esta “comunión” (vida en común de conocimiento y amor) comienza en nosotros por el Bautismo y se acrecienta con los sacramentos, sobre todo con <b>la Eucaristía.</b></p><p class="MsoNormal" style="font-family: "Times New Roman", serif; margin: 0cm;"><span style="text-indent: 35.4pt;"><br /></span></p><p class="MsoNormal" style="font-family: "Times New Roman", serif; margin: 0cm;"><span style="text-indent: 35.4pt;">De ahí la importancia de </span><b style="text-indent: 35.4pt;">la Misa</b><span style="text-indent: 35.4pt;">, sobre todo, de la misa dominical, para cada cristiano, para las familias de los cristianos y para la sociedad que ellos, junto con otros creyentes y no creyentes, tratamos de desarrollar y mejorar cada día. Pero sigamos el desarrollo de Joseph Ratzinger].</span></p><p class="MsoNormal" style="font-family: "Times New Roman", serif; margin: 0cm;"><o:p> </o:p></p><p class="MsoNormal" style="font-family: "Times New Roman", serif; margin: 0cm;"> “Si esto es así, entonces, <b>el ser con Jesús y el conocimiento que ahí surge de Él presuponen la comunión en y con el sujeto de la tradición viva</b> a la que todo ello está ligado: la comunión en y con la Iglesia. El mensaje de Jesús no hubiera podido vivir y transmitir vida de otro modo que en esa comunión”.<o:p></o:p></p><p class="MsoNormal" style="font-family: "Times New Roman", serif; margin: 0cm;"><o:p> </o:p></p><p class="MsoNormal" style="font-family: "Times New Roman", serif; margin: 0cm;">[La comunión de la Iglesia, es decir, su tradición viva, es el “humus”, el terreno, <b>el hogar donde surgieron y crecieron los Evangelios y los demás textos del Nuevo Testamento,</b> de un modo parecido a como los libros del Antiguo Testamento crecieron y recogieron las tradiciones del Pueblo de Israel. Solo que, en la perspectiva cristiana, esa historia encuentra su consumación y plenitud en la Iglesia. Todo ello es posible por <b>la acción de Cristo y del Espíritu Santo</b>, a los que san Ireneo considera, en una expresión pedagógica, los dos “brazos” de Dios Padre].<o:p></o:p></p><p class="MsoNormal" style="font-family: "Times New Roman", serif; margin: 0cm;"><o:p> </o:p></p><p class="MsoNormal" style="font-family: "Times New Roman", serif; margin: 0cm;">“También el Nuevo testamento como libro presupone a <b>la Iglesia como su sujeto.</b> El Nuevo Testamento creció en ella y desde ella, tiene su unidad únicamente en la fe de la Iglesia, que reúne la pluralidad en unidad. Esta unión de tradición, conocimiento y comunidad de vida se hace visible en todos los escritos del Nuevo Testamento. Y para expresar esa unión, el Evangelio de Juan y las Cartas del apóstol san Juan han acuñado la figura lingüística del ‘<b>nosotros eclesial’</b>. Así por ejemplo, la fórmula, ‘nosotros sabemos’ aparece tres veces en los versículos finales de la primera Carta de san Juan (5,18-20). También la encontramos en el diálogo de Jesús con Nicodemo (Jn 3, 11) y siempre remite a la Iglesia como sujeto del saber en la fe. <o:p></o:p></p><p class="MsoNormal" style="font-family: "Times New Roman", serif; margin: 0cm;"> </p><p class="MsoNormal" style="font-family: "Times New Roman", serif; margin: 0cm;"> Una función similar tiene el concepto de <b>‘memoria’</b> en el cuarto Evangelio. Con esta palabra, el evangelista representa el entrelazamiento de tradición y conocimiento. Pero Juan quiere evidenciar, sobre todo, cómo viven juntos el progreso y el cuidado protector de la identidad de la fe. El pensamiento puede ser descrito de la siguiente manera: <b>la tradición eclesial es ese sujeto transcendental en cuya memoria el pasado se hace presente</b>. Por eso, en medio del tiempo que avanza en la luz del Espíritu Santo, que es quien conduce a la verdad (16, 13; cf. 14, 26), puede ser visto más claramente y comprendido de un modo mejor lo ya contenido en la memoria. Tal avance no es la irrupción de algo totalmente nuevo, sino el proceso en el que la memoria se profundiza y deviene más consciente de sí misma”.<o:p></o:p></p><p class="MsoNormal" style="font-family: "Times New Roman", serif; margin: 0cm;"><o:p> </o:p></p><p class="MsoNormal" style="font-family: "Times New Roman", serif; margin: 0cm;">[En esta comunión o <i>tradición viva</i> que es la Iglesia, es donde encontramos el camino que Dios nos ha indicado para hacer realidad la <b>relación entre elementos que no son fáciles de "casar"</b>: entre la unidad y la diversidad, entre el yo de cada uno y el nosotros de la sociedad; la relación entre el conocimiento y el amor, entre la fe y la razón, la fe y las ciencias, la fe y la cultura o las culturas. La comunión eclesial, como semilla de la fraternidad a la que está llamada la comunidad humana, es la dimensión en la que cada uno de los elementos de esos “binomios” puede encontrar mejor su identidad, necesariamente en referencia al otro y en el contexto de la totalidad. Y todo ello tiene gran interés para <b>la teología</b>, "la fe que busca entender", que no es una tarea individualista, sino eclesial].<o:p></o:p></p><p class="MsoNormal" style="font-family: "Times New Roman", serif; margin: 0cm;"><o:p> </o:p></p><p class="MsoNormal" style="font-family: "Times New Roman", serif; margin: 0cm;"> “Esa unión del conocimiento religioso, del conocimiento de Jesús y de Dios con la memoria comunitaria de la Iglesia no separa ni dificulta en modo alguno <b>la responsabilidad personal de la razón. </b>Crea, más bien, el lugar hermenéutico de la comprensión racional, es decir, conduce al punto de fusión entre el yo y los demás, y así se transforma en el ámbito de la comprensión. Esa memoria de la Iglesia vive por ser enriquecida y profundizada en la experiencia del amor adorante, pero también por ser purificada siempre de nuevo por la razón crítica. La <b>eclesialidad de la teología</b>, según resulta de lo dicho, no es por tanto ni colectivismo teórico cognoscitivo ni una ideología que viola la razón, sino un espacio hermenéutico que la razón necesita simplemente para poder actuar como tal”<o:p></o:p></p><div><br clear="all" /><hr align="left" size="1" width="33%" /><div id="ftn1"><p class="MsoFootnoteText" style="font-family: Calibri, sans-serif; font-size: 10pt; margin: 0cm;"><span style="font-family: "Times New Roman", serif;">(*) Tomamos la versión de J<span style="font-variant-alternates: normal; font-variant-caps: small-caps; font-variant-east-asian: normal; font-variant-ligatures: normal; font-variant-numeric: normal; font-variant-position: normal;">. Ratzinger</span>, “Puntos de referencia cristológicos”, en <span style="font-variant-alternates: normal; font-variant-caps: small-caps; font-variant-east-asian: normal; font-variant-ligatures: normal; font-variant-numeric: normal; font-variant-position: normal;">Id</span>., <i>Obras completas</i>, VI/2: <i>Jesús de Nazaret: Escritos de cristología,</i> Madrid 2015, pp. 644-689. Se trata de la tesis 4, pp. 674-678.<o:p></o:p></span></p></div></div>Ramiro Pelliterohttp://www.blogger.com/profile/18413305317072914336noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2026943269771602669.post-62977974222549273172023-12-12T20:30:00.006+01:002023-12-14T15:48:22.008+01:00Yo estoy en la Iglesia <div class="separator"></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhiJeWNZwwIRZo7VjYnkJkcPJVvJJV6v6sYr_fA5IUxwxtY_v2CCKAS51gTB4s-_6sVdETbnr5-unUkmm2D_1KopprmlrSQr_P1EUTQ1KgcXXfr4kzmauKxHS1eWFgbAAVukXsCXLNHv_jEG6iKqjixghP4uc0mCikD8c0Z2DXwzHHBjnTt8thNtaZvrCVQ/s1047/Van%20GohV-La%20Iglesia%20de%20Auvers-1890-W.Commons.jpeg" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="1047" data-original-width="832" height="320" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhiJeWNZwwIRZo7VjYnkJkcPJVvJJV6v6sYr_fA5IUxwxtY_v2CCKAS51gTB4s-_6sVdETbnr5-unUkmm2D_1KopprmlrSQr_P1EUTQ1KgcXXfr4kzmauKxHS1eWFgbAAVukXsCXLNHv_jEG6iKqjixghP4uc0mCikD8c0Z2DXwzHHBjnTt8thNtaZvrCVQ/s320/Van%20GohV-La%20Iglesia%20de%20Auvers-1890-W.Commons.jpeg" width="254" /></a></div> <div> <span style="font-size: x-small;">Van Gogh, V., <i>La Iglesia de Auvers</i> (1890)-Wikipedia Commons</span><br /><div><br /></div><div><br /></div><div><br /></div><div><br /></div><div>[Los años setenta del siglo XX fueron tiempos de dura prueba para la Iglesia. Al principio de esa década hubo también grandes figuras que testimoniaron su adhesión a Cristo, como Jean Daniélou en el texto “Yo estoy en la Iglesia” (*), del que extraemos los párrafos siguientes. La primera razón que da para permanecer y vivir en la Iglesia es que en ella se encuentra Jesucristo].<div><br /><br /><b><span style="color: #990000;">En la Iglesia se encuentra Cristo</span></b><br /><br />“Lo que me atrae a la Iglesia no es la simpatía que yo pueda sentir hacia las personas que la componen, sino lo que se me da a través de estos hombres, no importa quienes sean, esto es, la verdad y la vida de Jesucristo. <b>Yo me uno a la Iglesia porque Ella no puede separarse de Jesucristo, porque Jesucristo libremente se dio a sí mismo a Ella, porque no puedo encontrar a Jesucristo de una manera auténtica fuera de Ella</b>. Esa es la respuesta a aquellos que dicen: ‘¿Por qué la Iglesia?’ <b>Toda búsqueda de Cristo fuera de la Iglesia es una quimera</b>. Es sólo a la Iglesia, que es su esposa, a quien Cristo dio las riquezas de su gloria para su distribución al mundo. (…)"</div><div><br /></div><div>[Y no es que Daniélou dejara de conocer y apreciar las enseñanzas del Concilio Vaticano II acerca de la "preparación del Evangelio" que hay en las religiones o en las culturas (cf. <i>Lumen gentium,</i> 16, <i>Gaudium et spes, </i>57); pues la Iglesia "con su trabajo consigue que <b>todo lo bueno que se encuentra sembrado en el corazón y en la mente de los hombres y en los ritos y culturas </b>de estos pueblos, no sólo no desaparezca, sino que <b>se purifique, se eleve y perfeccione</b> para la gloria de Dios, confusión del demonio y felicidad del hombre" (<i>Lumen gentium,</i> 17; cf. <i>Ad gentes,</i> 11). Y por ello "la Iglesia católica no rechaza nada de lo que en estas religiones es verdadero y santo" (<i>Nostra aetate</i>, 2). En consecuencia, debemos mantener que el Espíritu Santo ofrece a todos la posibilidad de que, de un modo conocido sólo por Dios, se asocien al misterio pascual (la muerte y la resurrección) de Cristo (cf. <i>Gaudium et spe</i>s, 22). Por eso, en el fondo ninguno de los hombres de buena voluntad se encuentra propiamente "fuera" de la Iglesia, pues aunque no lo sepan, ellos esperan y anhelan el anuncio de Cristo, único mediador y salvador del género humano, anuncio que viene por medio de la misión de la Iglesia. En efecto, <b>solamente por la misión evangelizadora de la Iglesia se encuentra plenamente a Cristo.</b> De ahí la importancia del apostolado cristiano y de la tarea misionera].</div><span></span><div><br /></div><span><a name='more'></a></span><div><br />"Yo dejo a los muertos que entierren a los muertos. Yo dejo a los necrólogos disecar una escritura muerta. Yo dejo a los excavadores de tumbas descubrir, según dicen ellos, una tibia de Jesucristo, y esto, agregan, no cambiaría nada. Si Cristo no resucitó, es decir si su cuerpo no fue transfigurado por el Espíritu Santo, que es la garantía de que mi propio cuerpo se transfigurará por el Espíritu Santo, entonces mi fe es inútil, como lo ha dicho ya san Pablo. <b>Para mí Jesucristo está vivo y Él está vivo en la Iglesia. </b>Y a través de la Iglesia viviente es como Él está hablando conmigo hoy, ‘haciéndome entender por el Espíritu Santo todo lo que Él me ha enseñado’. Es a esta palabra viva a lo que mi fe se adhiere. Estoy interesado en lo que los exegetas dicen. Pero creo lo que la Iglesia enseña”.<br /><br /><br /><b><span style="color: #990000;">En la Iglesia se encuentran la vida espiritual, los sacramentos y la caridad</span></b><br /><br />[En segundo lugar, en la Iglesia se encuentran l<b>os cauces que nos traen la vida de Cristo por el Espíritu Santo: </b><i><b>los sacramentos.</b> </i>Gracias a ellos se participa del amor mismo de Dios:<b> la caridad</b>].<br /><br />“Otra razón que me lleva a mantenerme en la Iglesia son los sacramentos. Si permanezco en la Iglesia es porque Ella es un entorno vital. Ella es el paraíso dónde las energías del Espíritu Santo están actuando. Éste es el lugar donde los grandes ríos de agua viva me lavan de mis manchas, dónde el árbol de vida me nutre con su fruta. Tertuliano decía: ‘Nosotros, pequeños peces, no podemos vivir fuera del agua’. <b>Yo no puedo vivir fuera del entorno de los sacramentos</b>. No hay vida espiritual real sin que se bañe en este entorno vital, pues el amor de Dios se difunde en nuestros corazones por el Espíritu Santo, y es a la Iglesia donde el Espíritu Santo fue enviado y es por los sacramentos como es comunicado. (…)<br /><br /><b>Yo amo la Iglesia porque yo estoy buscando la vida</b>. La meta de la acción divina en Cristo, a través del Espíritu, es hacer que una persona viva en el Espíritu. La meta de la acción divina es abrir el intelecto al misterio de Dios, llevar al hombre a las profundidades más profundas de la realidad, para hacerle comprender que la base del ser es el amor eterno de las personas divinas y la participación del hombre en este amor. La meta de la acción divina es extender la caridad sobrenatural que me mueve a ayudar a mis hermanos los hombres, no solo en la dimensión humana de su vida terrenal, sino también en la realización de su vocación divina. (…)<br /><br /><b>La caridad es el crecimiento de vida</b> cuyo germen sólo se da por los sacramentos. Sin esta caridad, se puede de hecho encontrar generosidad y dedicación, inteligencia y virtud, felicidad y belleza; la razón de ello es que todo cuanto Dios ha creado es bueno. Pero esto es verdad para todos los hombres, hindúes y musulmanes, deístas y ateos. Todo esto no forma parte del regalo especial de Cristo, y bien puede encontrarse fuera de la Iglesia. Pero ese regalo especial suyo solo se da por los sacramentos en la Iglesia. (…)”</div><div><br /><br /><b><span style="color: #990000;">En la Iglesia están el sacerdocio y las verdades objetivas sobre Dios y el hombre</span></b><br /><br />[El texto contiene también un valiente y bello testimonio sobre <b>el sacerdocio. </b>Daniélou aprecia todo lo verdadero y bueno que hay en el hombre y todo lo interesante y útil que aportan el progreso técnico, las ciencias, la época moderna. Al mismo tiempo reivindica <b>la verdad</b> frente al error y al relativismo, los valores humanos frente a lo inhumano, <b>la libertad frente a lo que esclaviza</b> a las personas y a la sociedad. No desconoce las faltas y pecados que han existido y existen en la Iglesia, formada, en su lado humano, por personas falibles, desgraciadamente capaces de herir, desagradar y escandalizar; pero eso no es obstáculo para su fe ni para su amor a la Iglesia].</div><div><br />"Si no fuera sacerdote, yo me haría sacerdote hoy, porque siento la gran necesidad de sacerdotes que tiene el mundo. Si no fuera católico, yo me volvería católico, pues <b>la Iglesia es la depositaria de los regalos divinos que necesita el mundo.</b> (…)<br /><br />Yo amo a la Iglesia que cree que hay verdad y que hay error. Yo amo a la Iglesia que se niega a permitir que las personas consideren las verdades metafísicas como simplemente unas opiniones entre otras. Yo amo a la Iglesia que ve en el rechazo a Dios, en el rechazo a la inmortalidad de hombre y en el rechazo a éticas objetivas las perversiones de la mente. (…)<br /><br />Ella <b>defiende los valores humanos auténticos </b>contra aquellos que los destruyen. Defiende <b>la justicia auténtica, el amor auténtico, la inteligencia auténtica.</b> Y defiende, contra un mundo al que le gustaría quedarse sin Dios, la dimensión religiosa que es constitutiva del hombre y de la sociedad del hombre. Sin la referencia a esta dimensión religiosa, otros valores humanos son incapaces de hallar lo que les sirva de base y los justifique. (…)<br /><br />Yo me siento libre en la Iglesia, libre para decir lo que me hiere o lo que me desagrada. Y yo <b>amo esta libertad en otros, pero a condición de que proceda del amor. </b>Pero cuando la crítica es tal que está destruyendo la substancia de las cosas y busca destruir la Roca, entonces yo la detesto y siento cuánto amo a la Iglesia, tanto por todos los regalos divinos que solo Ella ofrece, como también por esa cierta calidad que Ella confiere a las cosas humanas”.<div><br /></div><div>-----------------<br /><span style="font-size: x-small;">(*) J. Daniélou, “Je suis dans l’Église”, en G. M. Garrone (ed.), <i>Je crois en l’Église, que je n’en sois jamais séparé, </i>Paris 1972, 47-76.</span></div></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><br /></div><br /></div></div>Ramiro Pelliterohttp://www.blogger.com/profile/18413305317072914336noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2026943269771602669.post-45062818825940470642023-12-09T10:54:00.003+01:002023-12-12T22:06:22.508+01:00Los fines principales del Vaticano II<div class="separator"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEh0KU1RGiz45C_r92gdzNTptgZVZZqI6LtmCiZ-_hXRgjvlzNVxFZYYM-uI04wNtu-_lfvhtNb7lErgZjp0y7wfA4Lp45BhWkm90XeClvaNbU4l1YLEuSshTrzJicFGiZStZFonXYBh6sYWaUm8o9BrnQkG6zfDcPNWkx6P3JQ9oRWOzgnyKwzwssIbQF2i/s2500/Apertura%20de%20la%20segunda%20sesio%CC%81n%20del%20Concilio_29-IX-1963.jpg" style="clear: left; float: left; margin-bottom: 1em; margin-right: 1em; text-align: center;"><img border="0" data-original-height="1666" data-original-width="2500" height="213" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEh0KU1RGiz45C_r92gdzNTptgZVZZqI6LtmCiZ-_hXRgjvlzNVxFZYYM-uI04wNtu-_lfvhtNb7lErgZjp0y7wfA4Lp45BhWkm90XeClvaNbU4l1YLEuSshTrzJicFGiZStZFonXYBh6sYWaUm8o9BrnQkG6zfDcPNWkx6P3JQ9oRWOzgnyKwzwssIbQF2i/s320/Apertura%20de%20la%20segunda%20sesio%CC%81n%20del%20Concilio_29-IX-1963.jpg" width="320" /></a></div> <br />(Imagen: Apertura de la segunda sesión del Concilio Vaticano II, 29-IX-1963)<div><br /></div><div><br /></div><div>(En su alocución en la apertura de la segunda sesión del Concilio Vaticano II (29-IX-1963), Pablo VI expuso los fines principales del Concilio Vaticano II (*) Significativo es el punto partida: <b>la contemplación de Cristo, Verbo encarnado</b>)<br /><br /> <br /><br />“Es conveniente, a nuestro juicio, que este Concilio <b>arranque de esta visión, más aún, de esta mística celebración, que confiesa que Él, nuestro Señor Jesucristo, es el Verbo Encarnado, el Hijo de Dios y el hijo del Hombre, </b>el Mesías del mundo, esto es, la esperanza de la humanidad y su único supremo Maestro. Él el Pastor, Él el Pan de la vida, Él nuestro Pontífice y nuestra Víctima. Él el <b>único Mediador entre Dios y los hombres, Él el Salvador de la tierra</b>, Él el que ha de venir Rey del siglo eterno; visión que declara que nosotros somos sus llamados, sus discípulos, sus apóstoles, sus testigos, sus ministros, sus representantes, y junto con los demás fieles, sus miembros vivos, entrelazados en el inmenso y único Cuerpo místico, que Él, mediante la fe y los sacramentos, se va formando en el sucederse de las generaciones humanas, su Iglesia, espiritual y visible, fraterna y jerárquica, temporal hoy y mañana eterna.</div><div><br />Si nosotros, venerables hermanos, colocamos delante de nuestro espíritu esta soberana concepción de que Cristo es nuestro Fundador, nuestra Cabeza, invisible pero real, y que nosotros lo recibimos todo de Él; que formamos con Él el ‘Cristo total’ del que habla San Agustín y del que está penetrada toda la teología de la Iglesia, <b>podremos comprender mejor los fines principales de este Concilio</b>, que, por razones de brevedad y de mejor inteligencia, reduciremos a <b>cuatro puntos: el conocimiento, o si se prefiere de otro modo, la conciencia de la Iglesia, su reforma, la reconstrucción de la unidad de todos los cristianos y el coloquio de la Iglesia con el mundo contemporáneo</b>”.</div><span><a name='more'></a></span><div><br /><span style="color: #990000;"><b>El conocimiento o la conciencia de la Iglesia</b></span><br /><br /> (En este primer fin, que Pablo VI señalaba como objetivo para la Iglesia –su <b>toma de conciencia sobre su propio ser y misión</b>, para poder decir “lo que ella piensa de sí misma”– se puede reconocer el que meses después sería el primero de los temas de su encíclica programática <i>Ecclesiam suam</i> (6-VIII-1964): la autoconciencia de la Iglesia. <b>Pablo VI compara a la Iglesia con una persona que va reflexionando sobre sí misma a lo largo de su vida, para comprenderse y expresarse mejor.</b> Y lo hace la Iglesia desde su adhesión a Cristo y con la ayuda del Espíritu Santo) <br /><br />“Está fuera de duda que es deseo, <b>necesidad y deber de la Iglesia, que se dé finalmente una más meditada definición de sí misma.</b> Todos nosotros recordamos las magníficas imágenes con que la Sagrada Escritura nos hace pensar en la naturaleza de la Iglesia, llamada frecuentemente el edificio construido por Cristo, la casa de Dios, el templo y tabernáculo de Dios, su pueblo, su rebaño, su viña, su campo, su ciudad, la columna de la verdad, y, por fin, la Esposa de Cristo, su Cuerpo místico. La misma riqueza de estas imágenes luminosas ha hecho desembocar la meditación de la Iglesia en un reconocimiento de sí misma como sociedad histórica, visible y jerárquicamente organizada pero vivificada misteriosamente. (…)<br /><br />No hay por qué extrañarse si después de veinte siglos de cristianismo y del gran desarrollo histórico y geográfico de la Iglesia católica y de las confesiones religiosas que llevan el nombre de Cristo y se honran con el de Iglesias, el concepto verdadero, profundo y completo de la Iglesia, como Cristo la fundó y los Apóstoles la comenzaron a construir, tiene todavía necesidad de ser enunciado con más exactitud.<b> La Iglesia es misterio, es decir, realidad penetrada por la divina presencia y por esto siempre capaz de nuevas y más profundas investigaciones</b>. (…)<br /><br />Nos parece que ha llegado la hora en la que <b>la verdad acerca de la Iglesia de Cristo debe ser estudiada, organizada y formulada</b>, no, quizá, con los solemnes enunciados que se llaman definiciones dogmáticas, sino con declaraciones que dicen a la misma Iglesia con el magisterio más vario, pero no por eso menos explícito y autorizado, <b>lo que ella piensa de sí misma</b>. Es la conciencia de la Iglesia la que se aclara con la adhesión fidelísima a las palabras y al pensamiento de Cristo, con el recuerdo sagrado de la enseñanza autorizada de la tradición eclesiástica y con la docilidad a la iluminación interior del Espíritu Santo, que parece precisamente querer hoy de la Iglesia que haga todo lo posible para ser reconocida verdaderamente tal cual es.<br /><br />Y creemos que en este Concilio Ecuménico el Espíritu de verdad encenderá en el cuerpo docente de la Iglesia <b>una luz más radiante e inspirará una doctrina más completa sobre la naturaleza de la Iglesia</b> de modo tal que la Esposa de Cristo en Él se refleje y en Él, con ardentísimo amor, quiera descubrir su propia imagen, aquella belleza que Él quiere resplandezca en ella.<br /><br />Será, pues, para esto, tema principal de esta sesión del presente Concilio el que se refiere a la Iglesia misma y <b>pretende estudiar su íntima esencia</b> para darnos, en cuanto es posible al humano lenguaje, la definición que mejor nos instruya sobre la real y fundamental constitución de la Iglesia y nos muestre su múltiple y salvadora misión. La doctrina teológica puede obtener de aquí magníficos progresos que merecen atenta consideración por parte también de los hermanos separados, ya que como Nos ardientemente deseamos, les abre más fácilmente el camino hacia un consentimiento unitario. (…)<br /><br />Nadie dejará de ver la importancia de semejante tarea doctrinal del Concilio, de donde la Iglesia puede sacar una luminosa, elevada y santificadora conciencia de sí misma. Quiera Dios que sean oídas nuestras esperanzas”.<br /><br /><br /><b><span style="color: #990000;">La reforma<br /></span></b><br /> (En la misma línea que seguirá la <i>Ecclesiam suam</i>, el segundo gran objetivo del Concilio debería ser la renovación o “reforma” de la Iglesia, como fruto de su contemplación de Cristo, de su mirarse en el espejo del rostro de Cristo. La Iglesia deberá corregirse en cuanto que formada por miembros humanos falibles) <br /><br />“Esperanzas que también se vuelven hacia otro objetivo principalísimo de este Concilio, el de la así llamada reforma de la Santa Iglesia.<br /><br />Aun este fin debería derivarse, a nuestro juicio, de nuestra conciencia de la relación que une a Cristo con su Iglesia. Decíamos que deseábamos que la Iglesia se reflejase en Él. <b>Si alguna sombra o defecto al compararla con Él apareciese en el rostro de la Iglesia o sobre su veste nupcial, ¿qué debería hacer ella como por instinto, con todo valor? Está claro: reformarse, corregirse y esforzarse</b> por devolver a sí misma la conformidad con su divino modelo que constituye su deber fundamental.<br /><br />Recordemos las palabras del Señor en su oración sacerdotal al aproximarse su inminente pasión: ‘Yo me santifico a Mí mismo para que ellos sean santificados en la verdad’ (Jn 17, 19). El Concilio Ecuménico Vaticano segundo debe colocarse, a nuestro parecer, en este orden esencial querido por Cristo. Solamente después de esta obra de santificación interior la Iglesia podrá mostrar su rostro al mundo entero diciendo: el que me ve a mí, ve a Cristo, como Cristo había dicho de sí: “el que me ve a Mí, ve al Padre” (Jn 14, 9). (…)<br /><br />Sí, el Concilio tiende a una nueva reforma. Pero, atención: no es que al hablar así y expresar estos deseos reconozcamos que la Iglesia católica de hoy pueda ser acusada de infidelidad sustancial al pensamiento de su divino Fundador, sino que más bien el <b>reconocimiento profundo de su fidelidad sustancial la llena de gratitud y humildad y le infunde el valor de corregirse de las imperfecciones que son propias de la humana debilidad</b>. No es, pues, la reforma que pretende el Concilio, un cambio radical de la vida presente de la Iglesia, o bien una ruptura con la tradición en lo que ésta tiene de esencial y digno de veneración, sino que más bien en <b>esa reforma rinde homenaje a esta tradición al querer despojarla de toda caduca y defectuosa manifestación para hacerla genuina y fecunda.</b> (…)” <br /><br /><br /><b><span style="color: #990000;">La unidad de todos los cristianos</span></b><br /><br /> (Casi como parte o prolongación del segundo objetivo –la renovación o reforma– se debe plantear <b>la restauración visible de la unidad de la Iglesia: </b>y a eso tiende el ecumenismo. Se trata de reparar no sólo una imperfección de los cristianos no católicos. También es un obstáculo para “la dicha” –la felicidad, la plenitud– de la Iglesia católica misma. Ella, en su dimensión histórica, anhela manifestar existencialmente la unidad que es característica suya por su origen divino. Además, la unidad deseada, no deberá ser una uniformidad, sino una unidad en la variedad de expresiones. Todo ello acabará reflejado en el importante decreto sobre el Ecumenismo, <i>Unitatis redintegratio)</i>, que es la fuente de todos los desarrollos posteriores, también los actuales, en materia ecuménica).<br /><br />“Existe un tercer fin que toca a este Concilio y que constituye en cierto sentido su drama espiritual: y es el que nos propuso también el Papa Juan XXIII y <b>se refiere ‘a los otros cristianos’</b>, es decir, a los que creen en Cristo, pero a los que no tenemos la dicha de contar unidos con nosotros en perfecta unidad con Cristo. Unidad que sólo la Iglesia católica les puede ofrecer, siendo así que de por sí les sería debida por el Bautismo y ellos la desean ya virtualmente. Porque los recientes movimientos que aun ahora están en pleno desarrollo en el seno de las comunidades cristianas separadas de nosotros, nos demuestran con evidencia dos cosas: que <b>la Iglesia de Cristo es una sola y por eso debe ser única</b>, y que esta misteriosa y visible unión no se puede alcanzar sino en la identidad de la fe, en la participación de unos mismos sacramentos y en la armonía orgánica de una única dirección eclesiástica, aun cuando esto puede darse junto con el respeto a una amplia variedad de expresiones lingüísticas de formas rituales, de tradiciones históricas, de prerrogativas locales, de corrientes espirituales, de instituciones legítimas y actividades preferidas”.</div><div><br /><br /><b><span style="color: #990000;">El coloquio de la Iglesia con el mundo contemporáneo</span></b><br /><br /> (Finalmente, el cuarto objetivo propuesto por Pablo VI para el Concilio coincide con el tercer tema de la <i>Eclesiam suam</i>: el<b> diálogo salvífico de la Iglesia con el mundo</b>. Así quedará expuesto en la constitución pastoral Gaudium et spes sobre la Iglesia en el mundo actual. Y se continuará con otros documentos del Concilio, como el decreto sobre las misiones, Ad gentes, y la declaración sobre las relaciones de la Iglesia con las religiones no cristianas Nostra Aetate).<br /><br />“Por último, tratará el Concilio de tender un puente hacia el mundo contemporáneo. Singular fenómeno: mientras la Iglesia, buscando cómo animar su vitalidad interior del Espíritu del Señor, se diferencia y se separa de la sociedad profana en la que vive sumergida, al mismo tiempo se define como <b>fermento vivificador e instrumento de salvación de ese mismo mundo descubriendo y reafirmando su vocación misionera,</b> que es como decir su destino esencial a hacer de la humanidad, en cualesquiera condiciones en que ésta se encuentre, el objeto de su apasionada misión evangelizadora. (…)<br /><br />Ahora el amor llena nuestro corazón y el de la Iglesia reunida en Concilio. <b>Miramos a nuestro tiempo y a sus variadas y opuestas manifestaciones con inmensa simpatía y con un inmenso deseo de presentar a los hombres de hoy el mensaje de amistad, de salvación y de esperanza que Cristo ha traído al mundo. </b>“Porque no ha enviado Dios al mundo a su Hijo para que juzgue al mundo, sino para que el mundo se salve por Él” (Jn 3, 17).<br /><br />Que lo sepa el mundo: La Iglesia lo mira <b>con profunda comprensión, con sincera admiración y con sincero propósito no de conquistarlo, sino de servirlo; no de despreciarlo, sino de valorizarlo; no de condenarlo, sino de confortarlo y de salvarlo</b>”.<br /><br /><br />--------------------<br /><br /><a href="applewebdata://CD903AC8-37F9-4CE7-B98D-0E8A18ECF2E1#_ftnref1"></a><span style="font-size: x-small;">(*) El texto se puede encontrar en www.vatican.va.</span><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><br /></div><br /></div>Ramiro Pelliterohttp://www.blogger.com/profile/18413305317072914336noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2026943269771602669.post-35310725995824604962023-12-07T13:12:00.009+01:002023-12-09T11:08:14.323+01:00La maternidad espiritual de los cristianos<div class="separator"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjSwZx5sRjIK2yxvRXL2761w74FPZxVt-2rvMZnURIGMh8T8cHgmIhheG2E8S7NiY_PawpJeGVKJz0aRPuM3zVEkLmSYfqmiPMYlF9mWCHjJeb6VwhrPa4UjW3NGF-TsgbhEWZWO6i44VpJ7bSZ-7I1A48bjuw4bSNeaOGUA3AGawi5sgRJ4DJb2RYI9uhS/s1200/Abbott-Handerson-Thayer%20(1849-1921)-Maternidad%20espiritual.jpg" style="clear: left; float: left; margin-bottom: 1em; margin-right: 1em; text-align: center;"><img border="0" data-original-height="1200" data-original-width="928" height="320" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjSwZx5sRjIK2yxvRXL2761w74FPZxVt-2rvMZnURIGMh8T8cHgmIhheG2E8S7NiY_PawpJeGVKJz0aRPuM3zVEkLmSYfqmiPMYlF9mWCHjJeb6VwhrPa4UjW3NGF-TsgbhEWZWO6i44VpJ7bSZ-7I1A48bjuw4bSNeaOGUA3AGawi5sgRJ4DJb2RYI9uhS/s320/Abbott-Handerson-Thayer%20(1849-1921)-Maternidad%20espiritual.jpg" width="247" /></a></div>(Imagen: Abbott Handerson Thayer [Boston, MA, 1892-1893], <i>Una Virgen</i>,<i> </i>Smithsonian institution,<i> </i>Wikipedia commons). El cuadro representa a la esposa del pintor con dos de sus hijos. Según su historia, evoca la figura de María con Jesús y Juan Bautista. De ahí que pueda sugerir la maternidad espiritual de los sacerdotes (y, más aún, de todos los cristianos), según se recoge en la web de la diócesis de Saskatoon, Canada: https://rcdos.ca/).<div><br /><br />En el prólogo del libro de K. Delahaye, “<i>Ecclesia Mater </i>en los Padres de la Iglesia de los tres primeros siglos” (*) desarrolla Yves Congar el tema de <b>la maternidad de la Iglesia,</b> vista <b>desde los cristianos mismos.</b> Es decir, los cristianos no solo son hijos de la Iglesia, sino que <b>participan de su maternidad:</b> están llamados a ser espiritualmente “madres”, capaces de engendrar a la Iglesia en otros.<br /><br /><br /><b><span style="color: #990000;">La Iglesia no solo “hace” a los fieles, sino que también “es hecha” por ellos</span></b><br /><br />(Congar se fija en el argumento de san Agustín sobre la unidad de la Iglesia, unidad de amor causada por el Espíritu Santo). <br /><br />“Si se mira a los cristianos aisladamente, dice Agustín, todos y cada uno son hijos de la Iglesia. Si se los considera en la unidad que forman, en esta <i>unitas</i> cuyo principio es la caridad y el Espíritu Santo, entonces todos ejercen, en y por esta misma unidad, una maternidad espiritual: son ellos, es su <i>unitas</i> la que juzga rectamente, la que perdona los pecados y ejerce el poder de las llaves…, porque esta unidad es <b>el lugar en el que habita y obra el Espíritu Santo</b>. San Agustín va, pues, muy lejos en el camino abierto por la Tradición: no porque empuje en un sentido populista o democrático. Estamos lejos de ello: se trata más bien, en él, de una teología de la <i>unitas</i> o, lo que viene a ser lo mismo, del Espíritu Santo”. <br /><br />(Desde ahí, subraya Congar que para los Padres, <b>la Iglesia son, sencillamente los cristianos</b>. Y no solo la Iglesia “hace” a los cristianos, cuando los bautiza; sino que también <b>ellos “hacen” la Iglesia.</b> ¿En qué sentido? En cuanto que, p<b>or su amor y su oración por los demás, por su apostolado</b>, los cristianos <b>colaboran en “engendrar” a Cristo </b>espiritualmente en otros).<br /><br />“La Iglesia, para los Padres –observa Congar–, era <b>‘el nosotros de los cristianos’.</b> K. Delahaye lo muestra abundantemente para los Padres de los tres primeros siglos. (…) Es san Jerónimo quien escribe: ‘<b>La Iglesia de Cristo no es otra cosa que las almas de los que creen en Cris</b>to’ (<i>Tract</i> Ps. 86.). En la eclesiología jurídica de la época moderna, el aspecto según el cual la Iglesia es hecha por los fieles está casi enteramente olvidado en beneficio, prácticamente exclusivo, del aspecto según el cual ella hace a los fieles. A la Iglesia se la ve como la realidad suprapersonal, mediadora de la salvación de Cristo en beneficio de los hombres: estos no son más que sus hijos, y ella está por encima de ellos; de los dos momentos de la dialéctica en la que los Padres pensaban la maternidad de la Iglesia, se ha quitado aquel según el cual <b>los fieles aparecen como engendrando la Iglesia</b>, como lo decía San Beda (“Nam et ecclesia quotidie gignit ecclesiam” [<i>Explan. Apocal</i> lib. II: PL 93, 166 D]. =Pues la Iglesia cada día se engendra a sí misma).</div><div><br /></div>Cuando la Iglesia ya no es vista como hecha por los fieles, sino principalmente como una institución mediadora, su misión y su maternidad se ven sobre todo en el ejercicio de actos exteriores válidos del ministerio instituido, y poco en la cualidad cristiana del amor y de la oración según la cual viven sus miembros" (Congar señala que esa cualidad destaca en el “descubrimiento” de su vocación que hizo Santa Teresa del Niño Jesús: “En el corazón de la Iglesia, mi madre, yo seré el amor” [<i>Manuscripts autobiographiques</i>, B, 3v; cf. <i>Catecismo de la Iglesia Católica</i>, 426]<span><a name='more'></a></span><div><br /><div><div><b><span style="color: #990000;">Un “doble escalón” de servicio</span></b><br /><br />(En la capacidad de los cristianos de “engendrar” para la Iglesia a otros, por medio de su amor y de su oración, ve Congar <b>una poderosa “arma” cristiana y evangelizadora</b>. <br /><br />Esa capacidad de anunciar a Cristo a otros proviene de que los cristianos son <b>un Pueblo sacerdotal.</b><br /><br />Pues bien, ese pueblo sacerdotal está internamente estructurado con <b>una doble participación en el sacerdocio de Cristo</b>: el sacerdocio común de los fieles –todo bautizado es realmente sacerdote, no solo miembro del cuerpo de Cristo, sino partícipe de su mediación como sacerdote, rey y profeta–; al servicio del sacerdocio común se sitúa el sacerdocio ministerial. <br /><br />De modo que cabe hablar de <b>un “doble escalón” de servicio a la salvación.</b> Dentro de la Iglesia, los ministros sagrados sirven a todos los fieles; y “hacia fuera”, toda la Iglesia sirve al mundo, como un “único sujeto” de acción evangelizadora: un pueblo todo él sacerdotal, capaz de hacer de padre y de madre de aquellos que van a nacer y crecer en esa comunión con Dios que es la Iglesia, vida en Cristo por el Espíritu Santo.<br /><br />Así lo explica Congar: para acometer la renovación pastoral que desea el concilio Vaticano II, es necesario poner como fundamento que la Iglesia <b>no es ante todo la jerarquía</b> (los obispos y los sacerdotes que enseñan la doctrina de la fe, administran los sacramentos y gobiernan y representan a la Iglesia institucionalmente), sino <b>la comunidad de los fieles</b> en Cristo. <br /><br />Como es sabido, durante el concilio Vaticano II, en el proceso de redacción de la constitución dogmática <i>Lumen gentium</i> hubo un importante cambio. Un primer esquema veía el Misterio de la Iglesia (capítulo I) realizado primero por la jerarquía capítulo II) y luego, gracias a la jerarquía, por los fieles (III). Se cambió por otro esquema que explica que el Misterio de la Iglesia (capitulo I) vive en todo el pueblo de Dios (capítulo II), y dentro y al servicio del pueblo de Dios, se sitúa la jerarquía (capítulo III). Esto fue considerado un “giro copernicano”. Efectivamente, porque así se ponía fin a una manera (clerical) de entender la Iglesia durante siglos)<br /><br /> Así dice Congar: “La renovación pastoral de la que puede tratarse aquí (…) debe comenzar por una toma de conciencia renovada, a la vez crística y constructiva, de lo que es la Iglesia. ¿Qué queremos designar cuando pronunciamos esta palabra? ¿Simplemente la realidad suprapersonal, la institución en la que ponemos por obra los medios de salvación que existen como fuera de nosotros: doctrina, sacramentos, disciplina de vida cristiana y reglas clesiásticas, o más bien <b>la comunidad de los fieles, hecha de hombres que se convierten al Evangelio y arrastran a otros en este camino</b>? (…)"<br /><br /><br /><b><span style="color: #990000;">Primero, la existencia cristiana…</span></b><br /><br />"Los términos en los que la Sagrada Escritura habla del Sacerdocio real son <b>términos corporativos</b>: expresan una cualidad o una dignidad que convienen al cuerpo de los cristianos como tal, y que son la cualidad o la dignidad de un pueblo consagrado a la obra de Dios (remite a L. Cerfaux, “Regale sacerdotium” en Revue des Sciences Philosophiques et Théologiques 28 [1939] 5-39). Esta doctrina del valor sacerdotal y consagrado de todo el pueblo de los fieles, ampliamente restaurada hoy a nivel de las ideas teóricas, es el fundamento real de todo lo que tenemos que decir y que puede resumirse así: <b>todos los fieles forman corporativamente, con sus sacerdotes, un único sujeto de acción</b> por la cual se edifica el Cuerpo de Cristo. (…)”</div><div><br /> (Congar se muestra aquí como perito del Concilio Vaticano II, en el que estaba trabajando cuando escribe esto. En la asamblea conciliar se tomó especial conciencia, por decirlo con términos de Pedro Rodríguez, de la <b>“prioridad sustancial” </b>de los fieles y a la vez de la <b>“prioridad funcional”</b> de la jerarquía; y juntos, fieles y pastores, al servicio de la salvación de todos los hombres. Es el “doble escalón” del servicio salvífico, del que hablábamos antes. Los cristianos, hijos de Dios, son hechos por el bautismo capaces de participar de la paternidad –con entrañas de maternidad– de Dios mismo. Y a la vez, viven como hermanos entre sí y anuncian a todos los hombres la maravillosa oferta de la filiación divina y de la fraternidad cristiana como plenitud de la vida humana y social).<br /><br /><br /><b><span style="color: #990000;">…Y, a su servicio, la jerarquía </span></b><br /><br />“Para esto –insiste Congar– es necesario simplemente, en lugar de situar primero y por sí misma la estructura jerárquica, <b>considerar en primer lugar la existencia cristiana</b>, lo que podría llamarse la ontología o la antropología cristiana. Luego, situar la estructura jerárquica en esta ontología o antropología cristiana, como un servicio a aquella. ¿No es lo que hace san Pablo? (se refiere concretamente a Eph 4, 12) (…) Esta obra del ministerio o de la diaconía, que san Pablo define por su término, la edificación del cuerpo de Cristo, es atribuida a todos los ‘santos’. No está reservada al ministerio instituido, que tiene por función, más precisamente, estructurarla u organizarla. (…)<br /><br />La paternidad o la maternidad espiritual engendra la fe, animada por la caridad: lleva a participar en los mismos bienes que uno mismo posee como hijo de Dios; se consuma así en una fraternidad plena. Algo de esto existe ya en la paternidad humana, y es lo que proporciona su verdad al proverbio árabe, más difícil de realizar, por otra parte, que de enunciar: ‘<b>Cuando tu hijo haya crecido, haz de él tu hermano</b>’. Pero aquí la urgencia es mucho mayor, la verdad más profunda: el Pueblo de Dios es <b>un pueblo de hermanos bajo un mismo Padre,</b> en el que los que han sido establecidos como conductores de los otros les comunican todo lo que es su vida y su tesoro, guardando (para sí) solamente una dignidad y una función que les constituyen solamente en mayores servidores”.</div><div><br /> ---------------</div><div><br /><span style="font-size: x-small;">(*) Y. Congar, “Préface”, en K. Delahaye, ‘Ecclesia Mater’ chez les Pères des trois premiers siècles. Pour un renovellement de la Pastorale d’aujourd’hui, Paris 1964, 7-32.<br /><br /><br /></span></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><br /></div><br /></div></div>Ramiro Pelliterohttp://www.blogger.com/profile/18413305317072914336noreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-2026943269771602669.post-74471715711342505192023-12-02T19:34:00.002+01:002023-12-07T13:25:15.547+01:00Quien reza "Padre" es un nosotros<div class="separator"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhtitYRXcn3yGz2unQgpLbaaUF4EBB__WakIdsp8zN6P1M5b530fTL1nn70VmuMpgVZLbSMMOILbphO1mXOXbrUTQPDfrGAI8nB_1_xtilx9GavTQUAxydMKtjhHBxFcsE_I5-Lu7hgxG_0bZXE35cCrMMA_1HlRh1jwEmtBZs6dK4FnBlW_29O-qTzqgrG/s780/Franz_Skarbina_Abendandacht_c1890.jpg" style="clear: left; float: left; margin-bottom: 1em; margin-right: 1em; text-align: center;"><img border="0" data-original-height="542" data-original-width="780" height="278" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhtitYRXcn3yGz2unQgpLbaaUF4EBB__WakIdsp8zN6P1M5b530fTL1nn70VmuMpgVZLbSMMOILbphO1mXOXbrUTQPDfrGAI8nB_1_xtilx9GavTQUAxydMKtjhHBxFcsE_I5-Lu7hgxG_0bZXE35cCrMMA_1HlRh1jwEmtBZs6dK4FnBlW_29O-qTzqgrG/w400-h278/Franz_Skarbina_Abendandacht_c1890.jpg" width="400" /></a><span style="font-size: medium; margin-left: 1em; margin-right: 1em; text-align: center;"></span>(Imagen: F. Skarbina, <i>Oración de la tarde, </i>h. 1890)</div><div><br /></div><div><i>¿Qué tiene que ver la oración personal, la de cada uno, con la Iglesia? Podría parecer que son dos realidades independientes, pero en la perspectiva cristiana, no es así; sino que se reclaman una a la otra. Y esto tiene importantes consecuencias. </i><br /><br />En un texto sobre la teología de san Cipriano (*), muestra Joseph Ratzinger que la filiación divina, tal como se presenta en el Padrenuestro, tiene <b>una importante dimensión eclesial o eclesiológica</b>. Y esa dimensión debe traducirse en el amor y el servicio efectivo a los hermanos más necesitados. Pues en el prójimo, como miembro (al menos potencial) del cuerpo de Cristo, Dios se nos hace presente. Y “para san Cipriano el hablar de Dios es siempre un hablar sobre la Iglesia, así como el hablar sobre la Iglesia conlleva siempre también hablar sobre Dios”.<br /><a name='more'></a><span style="color: #990000;"><b> </b></span></div><div><span style="color: #990000;"><b>Es un “nosotros” quien reza: “Padre”</b><br /></span><br />“<b>La Iglesia es el punto centra</b>l por antonomasia de la teología de Cipriano. Se empiece por donde se quiera, siempre se vuelve sobre ella. Tomemos, por ejemplo, la invocación en la oración del Señor, en el padrenuestro. Mientras la teología actual se asombra ante la idea de paternidad y reflexiona sobre esa palabra ‘padre’, <b>el asombro de Cipriano se produce ante ‘nuestro’</b>. Es <b>un nosotros </b>quien <b>le dice padre a Dios</b>; y todavía más: un nosotros <b>constituido por hijos de Dios</b>, pues quien puede llamar padre a Dios, ha de ser él mismo hijo.<br /><br />Ahora bien, si es la comunidad de los creyentes la representada por ese nosotros, entonces ella es también la comunidad de los hijos de Dios. En este pasaje indica Cipriano que con esto queda reemplazada la antigua comunidad familiar de Dios, el pueblo judío. La sencilla palabra de la oración tiene, por tanto, una determinada posición histórico-salvífica. No es la llamada de un alma que no conoce nada fuera de Dios y de sí misma, no es una llamada que pueda entenderse independientemente de cualquier concreción espacio-temporal, sino que está ligada en toda su extensión a una realidad concreta y tangible, jurídicamente transferida: <b>el nosotros de los hijos de Dios</b>”.<br /><br /><br /><b><span style="color: #990000;">La Iglesia: el “nosotros” de los hijos de Dios</span></b><br /><br />Notemos que el teólogo Ratzinger, guiado por san Cipriano, argumenta no solo desde “el contenido” que conocemos del Padrenuestro; sino <b>desde la realidad de la <i>misma</i> oración de Cristo</b>. Es importante caer en la cuenta que su oración llevaba consigo anticipadamente nuestra oración –la oración de los cristianos–. Y eso hace posible que también ahora nuestra oración se siga “insertando” en la suya. <br /><br />Joseph Ratzinger explica luego que la unidad entre Cristo y los cristianos fue especialmente desarrollada, después de san Cipriano, por los Padres griegos: Cristo “asumió” –llevó consigo para salvarlo– a todo el género humano, a cada uno de los hombres y a todo lo humano, menos el pecado. San Cipriano se sitúa así entre las ideas de san Pablo sobre la Iglesia, cuerpo de Cristo –que no es solo Cabeza de la Iglesia sino también “segundo Adán” que redime a todos y cada uno de los hombres y al cosmos mismo– y la gran patrística griega, que ve a Cristo glorioso asumiendo en sí a todo el género humano. Pero San Cipriano se fija en el cuerpo de los cristianos, en su oración y en sus vidas unidas a la de Cristo.<br /><br />“Hay un motivo interno para esto. Pues a los hijos les ha concedido el llamar padre y la filiación mismaaquel que es el hijo de Dios: Jesucristo. Mas <b>Cristo nos llevó en sí a todos nosotros.</b> Su oración no fue nunca sólo ‘su’ oración, sino que en él orábamos todos nosotros. Y en nuestro orar ha de prologarse ese rezar todos juntos. En el lugar del todos ‘juntos’ –digamos prefigurativo– en el Cristo histórico, se coloca ahora, pues vivimos nosotros mismos, el ‘juntos’ real de nuestro orar comunitario. La oración de los cristianos tiene su centro, por tanto, en la oración de Cristo, es su despliegue en la historia. Nuevamente lo que tenemos aquí es la unidad de los cristianos con Cristo —o más bien, y en eso consiste la novedad, <b>la unidad de Cristo con los cristianos</b>. Antes de que nosotros fuésemos, ya era Cristo uno con nosotros. Antes de que nosotros fuésemos, ya llevaba Cristo en sí el nosotros de nuestra comunidad. (…) Por tanto, el cuerpo de Cristo, del Cristo histórico, es aquí ya, en un sentido real, la comunidad de la Iglesia –la cual, a su vez, no es sino el despliegue temporal de lo encerrado en él. Quizá se mezcla levemente algo de esta comprensión del cuerpo cuando Cipriano, siguiendo a Pablo, designa como miembros de Cristo los cuerpos de los cristianos”.<br /><br /><br /><b><span style="color: #990000;">El “nosotros” de la Iglesia abarca especialmente a los más necesitados</span></b><br /><br />(Ratzinger muestra que las ideas de san Cipriano sobre la Iglesia se diferencian de las de los Padres griegos. Estos contemplan sobre todo a <i>Cristo glorioso.</i> Cipriano en cambio ve a la Iglesia prefigurada e incluida en germen, ya en la oración “terrena” de Cristo. Y se fija en los miembros del cuerpo de Cristo –los cristianos– todavía peregrinando en la tierra, con frecuencia muy necesitados de ayuda).<br /><br />“Quizá no percibimos en ninguna parte con tanta intensidad todo el peso que alcanza la comunidad concreta en el pensamiento de Cipriano como en la <b>carta a los obispos de Numidia,</b> un escrito que fue enviado junto con una considerable suma, con la que Cipriano quería colaborar al rescate de los hermanos y hermanas cristianos prisioneros de los bárbaros. Partiendo de la unidad corpórea de los cristianos (en cualquier forma en que ésta sea entendida), Cipriano saca la consecuencia de que el <b>ayudar a los hermanos necesitados</b> no es sólo un deber de caridad, sino una exigencia <i>religiosa</i>. (…) Podríamos decir: <b>el prójimo, como miembro del cuerpo de Cristo, no es sino Dios hecho presente </b>—es decir, la forma como Dios se nos acerca en este eón. El hablar de Dios es siempre para Cipriano también <b>un hablar sobre la Iglesia</b>, así como el hablar sobre la Iglesia conlleva siempre también hablar sobre Dios”.<br /><br /><br /><span style="color: #990000;"><b>La dimensión eclesiológica del humanismo cristiano</b></span><div><br />(Así, entiende Ratzinger, san Cipriano se revela como gran apologeta o defensor del cristianismo. Presenta, ante los paganos, un<b> humanismo más pleno</b>, que es el cristiano; más pleno, tanto espiritualmente, como antropológica y socialmente, diríamos hoy).<br /><br />“Lo que aquí encontramos –observa Joseph Ratzinger– es un humanismo de un orden mayor. Partiendo de este conocimiento de la alta dignidad humana del ser cristiano, Cipriano puede también presentarse ante los paganos como apologeta. (…) Cipriano subraya la espiritualidad e interioridad de la relación cristiana con Dios, pero, a la vez, muestra también el lugar concreto de esta relación con Dios en el culto cristiano”. También de esta manera, apunta Ratzinger, Cipriano ayudó a la formación de San Agustín y su gran reflexión sobre el sentido cristiano de la historia y de la Iglesia en su obra <i>La ciudad de Dios</i>. <br /><br /><div style="text-align: center;">* * *</div><div style="text-align: center;"><br /></div><br />En definitiva, la oración cristiana, enraizada e incorporada a la de Cristo, se entiende <b>desde la filiación divina y la fraternidad en Él</b>. <br /><br />Sea más o menos consciente de ello o no consciente en absoluto, hasta la oración más sencilla de un cristiano que alaba a Dios, le da gracias, le pide perdón e intercede por otros, esa oración <b>se sitúa en una historia, en un cuerpo, en un hogar </b>–en último término, <b>el corazón de Cristo</b>– al que pertenecemos. <br /><br />Y por eso, la oración, que es <b>siempre “en Cristo y en la Iglesia”</b>, pide la caridad efectiva. No como un “deber”, sino en coherencia con la realidad de lo que somos: miembros de cuerpo, al que están llamadas todas las personas. <br /><br />Esto significa también que la oración cristiana <b>no es algo individualista y espiritualista</b>, propia de quien desea escapar de la realidad, del mundo y de los problemas de la gente. Al contrario, es el diálogo, con nuestro Padre Dios, desde nuestra conciencia de ser miembros de la familia y del cuerpo mismo de Jesús, que preside e impulsa nuestra oración por medio del Espíritu Santo. La oración afecta a toda nuestra vida, con las alegrías y las penas de cada día, nuestras y de quienes nos rodean. Todo esto es algo que se aprende haciendo oración, pero también es necesario enseñarlo. <br /><br />La oración se sitúa así <b>en el centro del verdadero culto cristiano</b>, que va desde la adoración a Dios hasta el servicio a los demás. Y a la vez, es la <b>semilla de un pleno humanismo</b>, tal como propone el mensaje cristiano, también para los desafíos y las interconectadas crisis actuales, a nivel social, cultural y educativo.<br /><br /><br />--------------------------<div><span style="font-family: "Times New Roman", serif; text-indent: 35.4pt;"><br /></span></div><span style="font-size: x-small;">(*) Cf. J. Ratzinger, “Las derivaciones de la idea de Iglesia en la teología de Cipriano”, en Id., <i>Obras Completas</i>, vol. I: <i>Pueblo y casa de Dios en la doctrina de san Agustín sobre la Iglesia</i> (1ª ed. al. 1954), Madrid 2015, 122-126.</span></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><br /></div></div>Ramiro Pelliterohttp://www.blogger.com/profile/18413305317072914336noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2026943269771602669.post-16825392589640422522023-11-26T17:26:00.008+01:002023-12-02T19:44:08.749+01:00Dimensión social de la evangelización<div class="separator"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhQXRiLaLzRDAAHxlDNkUU73jKnWQ_srgoX0lUe2TCgI42jNHAjIGoQ8xOXfPZHiqQ_oeCT8tK2K9m4OlTjVFwG7klz58i9SZYER4KoKg7nJFt0DIeWw27hlIZV-WktM9CGNabHDaoTOVC-offEXFYGNPzx1hgTLHlzBnHdPE5In5WpZ0c_dWi5RklmAO25/s1600/P.%20Rubens-El%20pago%20del%20tributo%20(1612-1614).jpeg" style="clear: left; float: left; margin-bottom: 1em; margin-right: 1em; text-align: center;"><img border="0" data-original-height="800" data-original-width="1600" height="160" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhQXRiLaLzRDAAHxlDNkUU73jKnWQ_srgoX0lUe2TCgI42jNHAjIGoQ8xOXfPZHiqQ_oeCT8tK2K9m4OlTjVFwG7klz58i9SZYER4KoKg7nJFt0DIeWw27hlIZV-WktM9CGNabHDaoTOVC-offEXFYGNPzx1hgTLHlzBnHdPE5In5WpZ0c_dWi5RklmAO25/s320/P.%20Rubens-El%20pago%20del%20tributo%20(1612-1614).jpeg" width="320" /></a><span style="text-align: center;">(imagen: P. Rubens, </span><i style="text-align: center;">El pago del tributo, </i><span style="text-align: center;">1612-1614)</span></div><div><br /> Con motivo del 10º aniversario de la exhortación apostólica <i>Evangelii gaudium,</i> (=EG) el Papa ha dirigido un <i><b><a href="https://press.vatican.va/content/salastampa/es/bollettino/pubblico/2023/11/24/231124b.html" target="_blank">mensaje a un simposio promovido por el Dicasterio para el Desarrollo Humano Integral (24-XI-2023)</a></b></i>. </div><div><br /></div><div>En el texto, explica cómo <b>la evangelización tiene necesariamente una dimensión social. </b>Esto significa, entre otras cosas, que <b>debe preocuparse por los pobres y por cambiar las estructuras sociales y las mentalidades. (</b>Un tema que el Magisterio de la Iglesia ha ido confirmando –a la vez que aclarando, para rechazar interpretaciones ajenas al mensaje del Evangelio– en las últimas décadas).<br /><br />Como desde el principio de la Iglesia, hoy –decía ya entonces Francisco en el texto programático de su pontificado– también tenemos <b>dificultades</b>, y resumía las causas (que vienen a ser: los límites humanos y el pecado, con sus consecuencias): “En todos los momentos de la historia están presentes <b>la debilidad humana</b>, la búsqueda enfermiza de sí mismo, <b>el egoísmo cómodo</b> y, en definitiva,<b> la concupiscencia</b> que nos acecha a todos. Eso está siempre, con un ropaje o con otro” (EG 263).<br /><br /><br /><b><span style="color: #990000;">La “Iglesia en salida” nació entre dificultades</span></b><br /><br />Esto sucedió ya desde <b>los primeros cristianos:</b> “Es sano acordarse de los primeros cristianos y de tantos hermanos a lo largo de la historia que estuvieron cargados de alegría, llenos de coraje, incansables en el anuncio y capaces de una gran resistencia activa” (EG 263). En estas circunstancias fueron difamados y perseguidos, pero ellos no se encerraron. Este, subraya ahora Francisco, fue <b>“el paradigma de una Iglesia en salida” (</b>es decir, el ejemplo y modelo que habrá de seguir la evangelización). Y esto se traduce así: “<b>tomar la iniciativ</b>a sin miedo, <b>salir al encuentro,</b> buscar a los lejanos y llegar a los cruces de los caminos para invitar a los excluidos” (EG 24)<br /><br />En el mundo actual, sigue diciendo, el anuncio del Evangelio sigue requiriendo de nosotros “una resistencia profética contracultural ante el individualismo hedonista pagano” (EG 193), como la de <b>los Padres de la Iglesia</b>: “resistencia frente a un sistema que mata, excluye, destruye la dignidad humana; resistencia frente a una mentalidad que aísla, aliena, clausura la vida interior a los propios intereses, nos aleja del prójimo, nos aleja de Dios”. Resistencia, en suma, contra el secularismo (vivir como si Dios no existiera) y el individualismo de nuestro ambiente cultural. <br /><br /><a name='more'></a><b><span style="color: #990000;">Los pobres en el centro de la evangelización</span></b><br /><br />A partir de esa observación de la realidad, desde la razón y la fe, Francisco vuelve a proponer <b>el lugar central de los pobres:</b> nuestra misión evangelizadora y nuestra vida cristiana <i>no puede desentenderse de los pobres. </i><br /><br />Ya en su documento primero afirmaba: “Todo el camino de nuestra redención está signado por los pobres” (EG 193). El ambiente en que nació y vivió Jesús, su actitud y sus enseñanzas sobre esto, son claras, “hasta el punto tal de indicarnos con caridad que la misericordia hacia ellos es la llave del cielo (cf. Mt 25, 35 ss.)” Y esto no tiene vuelta de hoja. “<b>No es política, no es sociología, no es ideología, es pura y simplemente la exigencia del Evangelio</b>”. Las consecuencias prácticas serán diversas, pero, insiste el obispo de Roma, “de lo que nadie puede evadirse o excusarse es de la deuda de amor que tiene todo cristiano —y me atrevo a decir, todo ser humano— con los pobres”.<br /><br />Afirma Francisco, nada menos, que “en el amor activo que les debemos a los pobres está <b>el remedio para el gran riesgo del mundo actual,</b> con su múltiple y abrumadora oferta de consumo: una tristeza <b>individualista</b> que brota del corazón cómodo y avaro, de la búsqueda enfermiza de placeres superficiales, de la conciencia aislada” (cf. EG 2). <br /><br />E insiste, como al principio de su pontificado, en la necesidad de “un <b>cambio profundo de mentalidades y estructuras</b>”. Evidentemente, todo ello tiene que ver con caer en la cuenta de que lo que llamamos <b>“Doctrina social” de la Iglesia </b>no se limita a cuestiones particulares de mundo laboral o de los impuestos, etc., sino que es una verdadera dimensión del mensaje cristiano. <br /><br /><br /><b><span style="color: #990000;">Una nueva mentalidad</span></b><br /><br />¿En qué consistiría, en primer lugar, el “cambio de mentalidad”? Responde Francisco: “Una nueva mentalidad que piense en términos de comunidad, de <b>prioridad de la vida de todos </b>sobre la apropiación de los bienes por parte de algunos” (cf. EG 188). Y apela al <b>principio de solidaridad:</b> “La solidaridad es una reacción espontánea de quien reconoce la función social de la propiedad y el destino universal de los bienes como realidades anteriores a la propiedad privada”. (Este principio viene siendo propuesto, con diversos acentos, por los Papas desde León XIII, cf. <i>Compendio de Doctrina social, </i>particularmente, nn. 103, 176 ss., 192-203).<br /><br />“Lamentablemente –recoge Francisco–, aun los derechos humanos pueden ser utilizados como justificación de una defensa exacerbada de los derechos individuales o de los derechos de los pueblos más ricos”. Incluso, citando a Pablo VI, repite que “los más favorecidos deben renunciar a algunos de sus derechos para poner con mayor liberalidad sus bienes al servicio de los demás” (Carta ap. <i>Octogesima adveniens,</i> 23, cf. EG 190).<br /><br /><br /><span style="color: #990000;"><b> Nuevas estructuras sociales</b></span><br /><br />En segundo lugar, cabe preguntarse cómo se concretan las “nuevas estructuras sociales”. El principio, también aquí, es claro, aunque seguramente difícil de aceptar por muchos: “Las nuevas estructuras, fundadas sobre esta nueva mentalidad, deben <b>renunciar a la autonomía absoluta de los mercados y de la especulación financiera y atacando las causas estructurales de la inequidad</b>” (cf. EG 202, reforzado por una referencia a Benedicto XVI, <i>Discurso al cuerpo diplomático</i>, 8-I-2007.<br /><br /> ¿Cuáles serían, entonces los principios estructurales de una nueva y deseable política económica? <i>La dignidad de cada persona humana y el bien común.</i> Pero estas palabras, reconocía ya Francisco en 2013, suenan <b>molestas</b>: “Molesta que se hable de ética, molesta que se hable de solidaridad mundial, molesta que se hable de distribución de los bienes, molesta que se hable de preservar las fuentes de trabajo, molesta que se hable de la dignidad de los débiles, molesta que se hable de un Dios que exige un compromiso por la justicia”. Y añade: “Otras veces sucede que estas palabras se vuelven objeto de un manoseo oportunista que las deshonra”. En cualquier caso, “la cómoda indiferencia ante estas cuestiones vacía nuestra vida y nuestras palabras de todo significado” (EG 203). <br /><br />En un sentido positivo, explica cómo entra aquí el principio del<b> bien común</b>: “La vocación de un empresario es una noble tarea, siempre que se deje interpelar por un sentido más amplio de la vida; esto le permite servir verdaderamente al bien común, con su esfuerzo por multiplicar y volver más accesibles para todos los bienes de este mundo” (cf. EG 203).<br /><br />Con referencia a planteamientos bien conocidos por los economistas, señala: “Ya no podemos confiar en las fuerzas ciegas y en la mano invisible del mercado. El crecimiento en equidad exige <b>algo más que el crecimiento económico,</b> aunque lo supone, requiere decisiones, programas, mecanismos y procesos específicamente orientados a <b>una mejor distribución del ingreso, a una creación de fuentes de trabajo, a una promoción integral de los pobres que supere el mero asistencialismo</b>” (cf. Ib., 204).<br /><br />Y todavía advierte ahora: “Si no logramos este cambio de mentalidad y estructuras, estamos condenados a ver <b>cómo se profundiza la crisis </b>climática, sanitaria, migratoria y muy particularmente <b>la violencia</b> y las guerras, poniendo en riesgo al conjunto de la familia humana, pobres y no pobres, integrados y excluidos, porque ‘estamos todos en el mismo barco y somos llamados a remar juntos’” (la cita interna proviene de la <a href="https://www.vatican.va/content/francesco/es/homilies/2020/documents/papa-francesco_20200327_omelia-epidemia.html" target="_blank"><i>Meditación del Papa, en solitario, en la plaza de San Pedro, </i>el 27-III-2020</a>, en plena pandemia).<br /><br />Argumenta que, para responder a la violencia, es necesario no abandonar en las periferias una parte de la sociedad, sobre todo si el sistema social y económico es injusto en su raíz. Y del mismo modo “las crisis climáticas, sanitarias y migratorias encuentran la misma raíz en la <b>inequidad de esta economía </b>que mata, descarta y destruye la hermana madre tierra, en la mentalidad egoísta que la sostiene” (cf. Enc. <i>Laudato Sí</i>’), pues, en efecto, “quien piensa que puede salvarse solo, en este mundo o en el otro, se equivoca”.<br /><br />Con esta conclusión redonda y densa termina el mensaje: “A diez años de la publicación de <i>Evangelii Gaudium,</i> reafirmemos que sólo si escuchamos el clamor tantas veces silenciado de la tierra y de los pobres podremos cumplir nuestra misión evangelizadora, vivir la vida que nos propone Jesús y contribuir a resolver los graves problemas de la humanidad”. <div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><br /></div></div>Ramiro Pelliterohttp://www.blogger.com/profile/18413305317072914336noreply@blogger.com0