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jueves, 4 de agosto de 2011

Humildad, adoración, sabiduría

 Rubens, Adoración de los Magos (1609/1628-1629), 
Museo del Prado (Madrid)
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Uno de los cuadros más importantes de Rubens es un lienzo que representa la Adoración de los Magos, y que se expone en el Museo del Prado con motivo de la JMJ-Madrid, 2011. El pintor lo retocó veinte años después y le añadió una zona superior (donde se ven dos ángeles y un cielo nocturno) y otra a la derecha (que muestra un caballo con su jinete, y detrás un autorretrato del propio Rubens). Parece que algunos detalles añadidos indican el contexto contrarreformista de la época (la columna detrás de la Virgen sugiere la solidez de la Iglesia, la paja debajo del Niño y las parras sobre Él evocan a la Eucaristía, un asno con los ojos tapados mira al lado opuesto de Cristo, como representando a los que niegan la Encarnación del Hijo de Dios, etc.). 

            Esta escena puede servir de trasfondo para reflexionar sobre la visita de los Magos, siguiendo la predicación de Benedicto XVI. 


"Hemos venido a adorarlo"

      El lema de la JMJ en Colonia (2005) fue precisamente la frase que los Magos dijeron a Herodes: “Hemos venido a adorarlo” (Mt 2, 2). Desde un barco en el Rhin, animaba a los jóvenes a preguntarse, teniendo en cuenta la situación del mundo y la propia vida:  “¿Dónde encuentro los criterios para mi vida; dónde los criterios para colaborar de modo responsable en la edificación del presente y del futuro de nuestro mundo? ¿De quién puedo fiarme; a quién confiarme? ¿Dónde está aquél que puede darme la respuesta satisfactoria a los anhelos del corazón?” (Discurso a los jóvenes en Colonia, 18-VIII-2005).

      Les recordaba aquellas célebres palabras pronunciadas al principio de su pontificado:  “Quien deja entrar a Cristo (en la propia vida) no pierde nada, nada –absolutamente nada– de lo que hace la vida libre, bella y grande. ¡No! Sólo con esta amistad se abren las puertas de la vida. Sólo con esta amistad se abren realmente las grandes potencialidades de la condición humana. Sólo con esta amistad experimentamos lo que es bello y lo que nos libera» (Homilía en el solemne inicio del ministerio petrino, 24 abril 2005). Y agregaba: “Estad plenamente convencidos: Cristo no quita nada de lo que hay de hermoso y grande en vosotros, sino que lleva todo a la perfección para la gloria de Dios, la felicidad de los hombres y la salvación del mundo”.


Los verdaderos reformadores son los santos

      Dos días después, en la explanada de Marienfeld, les explicaba que los Magos fueron los primeros de una larga lista de personas, los santos, que han buscado la estrella de Dios. “Los santos son los verdaderos reformadores” porque “sólo de Dios proviene la verdadera revolución, el cambio decisivo del mundo”. A pesar de la cizaña que existe en el campo de la Iglesia (por la presencia del pecado), los santos han vivido y edificado esta “gran familia de Dios, mediante la cual Él establece un espacio de comunión y unidad en todos los continentes, culturas y naciones (A los jóvenes, en Marienfeld, 20-VIII-2005).


Humildad para ser capaces de asombrarse

            En otras ocasiones, posteriormente, ha evocado la actitud de los Magos, por oposición al “espíritu académico” de los escribas de Herodes (que indican el camino a otros, pero no se mueven). ¿Qué es –se preguntaba Benedicto XVI–  lo que a unos les hace ponerse en camino para ver a Dios, y a los otros no? Y respondía: la excesiva seguridad en sí mismos, la presunción que vuelve insensible para reconocer la aventura de un Dios que quiere encontrarse con los hombres. “Al final, lo que falta es la humildad auténtica, que sabe someterse a lo que es más grande, pero también el auténtico valor, que lleva a creer a lo que es verdaderamente grande, aunque se manifieste en un Niño inerme. Falta la capacidad evangélica de ser niños en el corazón, de asombrarse, y de salir de sí para encaminarse en el camino que indica la estrella, el camino de Dios” (Homilía, 6-I-2010).

            Los Magos –continuaba ese mismo día el Papa– podrían haber seguido la mentalidad actual: “no necesitamos a nadie” para guiarnos en nuestro camino, evitemos toda “contaminación” entre la ciencia y la Palabra de Dios. Pero no fue así. Al ver a aquel Niño inerme en brazos de María, “habrían podido quedarse desilusionados, es más, escandalizados”. Pero le reconocieron como Hijo de Dios. Podrían también haber vuelto a Jerusalén para presumir de su descubrimiento. Pero tomaron otro camino por prudencia, para custodiar el amor de Dios y su acercarse a los hombres (cf. Angelus 6-I-2010).


Sabiduría para encontrar la luz y convertirse en luz

      Hay que seguir la actitud de los Magos y no la de Herodes. Éste veía en Dios una especie de rival que competía con él y no le dejaba disponer de su existencia sin límites, a su gusto. Por el contrario, “debemos abrirnos a la certeza de que Dios es el amor omnipotente que no quita nada, no amenaza, sino que es el Único capaz de ofrecernos la posibilidad de vivir en plenitud, de experimentar la verdadera alegría”. Porque eran sabios, los Magos “sabían que no es con un telescopio cualquiera, sino con los ojos profundos de la razón en búsqueda del sentido último de la realidad y con el deseo de Dios movido por la fe, como es posible encontrarlo, incluso hacer posible que Dios se acerque a nosotros” (Homilía, 6-I-2011). 

     Los Magos –ha observado también Benedicto XVI– se dieron cuenta de que a veces el poder, incluso el del conocimiento, puede borrar, más que indicar, el camino hacia Dios. La estrella, por el contrario, “les guió entre los pobres, entre los humildes”; porque “Dios no se manifiesta en el poder de este mundo, sino en la humildad de su amor, ese amor que pide a nuestra libertad ser acogido para transformarnos y hacernos capaces de llegar a Aquel que es el Amor”. Y concluía: Hoy la estrella sigue siendo la Palabra de Dios leída y comprendida según la Iglesia. Caminando con ella, “podremos también nosotros convertirnos en estrellas para los demás, reflejo de esa luz que Cristo ha hecho resplandecer sobre nosotros” (ibid).

     En definitiva, adorar a Dios (que se ha hecho ¡tan pequeño!) no nos  hace a nosotros pequeños sino más grandes, capaces de apreciar y construir lo bueno y lo bello. Ser humildes (aceptar que Dios es siempre mayor que nuestra inteligencia y nuestro corazón) no humilla, sino que sitúa en la verdad (Santa Teresa) para ponerse en camino y superar las dificultades. Buscar la sabiduría es abrir la razón más allá de lo que se mide y se toca, abrirse a la luz del Amor.    


(publicado en www.analisisdigital.com, 4-VIII-2011)

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