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miércoles, 2 de enero de 2013

El primer villancico de la historia

(Acoger a Dios trae la paz)


                                                                                                                                                          Aunque dice el evangelista san Lucas que no hubo lugar para ellos en la posada (cf. Lc 2, 7), los ángeles sí que acogen al Dios niño que nace. Cantan un himno de alegría y de paz: “Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres en quienes él se complace”. Este puede considerarse el primer villancico de la historia (cf. J. Ratzinger, Cooperadores de la verdad, ed. Rialp 1991, pp. 490s).

     En su homilía de Nochebuena de 2012, se ha fijado Benedicto XVI en esta relación entre la gloria de Dios en las alturas y la paz en la tierra a los hombres. Y advierte: “Donde no se da gloria a Dios, donde se le olvida o incluso se le niega, tampoco hay paz”.

     Y se detiene en la actual crítica a la religión: “Hoy, sin embargo, corrientes de pensamiento muy difundidas sostienen lo contrario: la religión, en particular el monoteísmo, sería la causa de la violencia y de las guerras en el mundo; sería preciso liberar antes a la humanidad de la religión para que se estableciera después la paz; el monoteísmo, la fe en el único Dios, sería prepotencia, motivo de intolerancia, puesto que por su naturaleza quisiera imponerse a todos con la pretensión de la única verdad”


La religión deformada y el "no" a Dios

     El Papa responde a esta crítica como por pasos, reconociendo lo que haya de ser reconocido, sin negar la verdad. En primer lugar: “Es cierto que el monoteísmo ha servido en la historia como pretexto para la intolerancia y la violencia”

     Segundo: “Es verdad que una religión puede enfermar y llegar así a oponerse a su naturaleza más profunda, cuando el hombre piensa que debe tomar en sus manos la causa de Dios, haciendo así de Dios su propiedad privada. Debemos estar atentos contra esta distorsión de lo sagrado”.

     Tercero: “Si es incontestable un cierto uso indebido de la religión en la historia, no es verdad, sin embargo, que el ‘no’ a Dios restablecería la paz”. Acude a la experiencia histórica: “Si la luz de Dios se apaga, se extingue también la dignidad divina del hombre. Entonces, ya no es la imagen de Dios, que debemos honrar en cada uno, en el débil, el extranjero, el pobre. Entonces ya no somos todos hermanos y hermanas, hijos del único Padre que, a partir del Padre, están relacionados mutuamente. Qué géneros de violencia arrogante aparecen entonces, y cómo el hombre desprecia y aplasta al hombre, lo hemos visto en toda su crueldad el siglo pasado”.


Solo cuando se acepta a Dios se reconoce plenamente la dignidad del hombre

    Y finalmente, propone esta conclusión: “Solo cuando la luz de Dios brilla sobre el hombre y en el hombre, solo cuando cada hombre es querido, conocido y amado por Dios, solo entonces, por miserable que sea su situación, su dignidad es inviolable”.

     Una vez más se trata de una comprobación de experiencia: “En el transcurso de todos estos siglos, no se han dado ciertamente solo casos de uso indebido de la religión, sino que la fe en ese Dios que se ha hecho hombre ha provocado siempre de nuevo fuerzas de reconciliación y de bondad. En la oscuridad del pecado y de la violencia, esta fe ha insertado un rayo luminoso de paz y de bondad que sigue brillando”.

     En efecto, la fe ilumina la razón para buscar la paz, como cantó Gloria Stefan ante Juan Pablo II: “Más allá del rencor, de las lágrimas y el dolor, brilla la luz del amor dentro de cada corazón".


Rezar por la paz, buscar la paz

     Cristo es nuestra paz y anuncia la paz (cf. Ef 2,14.17). En la noche de la Navidad, la oración de Benedicto XVI desemboca en petición por la paz, con referencia explícita al conflicto entre israelíes y palestinos, y a países como Líbano, Siria e Irak; y nos anima a estar entre aquellos que buscan la paz porque acogen a Dios y le dan gloria, como los ángeles en su canto de Navidad.

     “Sí, Señor, anúncianos también hoy la paz, a los de cerca y a los de lejos. Haz que, también hoy, de las espadas se forjen arados (cf. Is 2,4), que en lugar de armamento para la guerra lleguen ayudas para los que sufren. Ilumina a las personas que se creen en el deber de aplicar la violencia en tu nombre, para que aprendan a comprender lo absurdo de la violencia y a reconocer tu verdadero rostro. Ayúdanos a ser hombres ‘en los que te complaces’, hombres conformes a tu imagen y, así, hombres de paz”. Y acaba sugiriendo que todos, como los pastores, nos apresuremos por las cosas de Dios, para ver más de cerca y conocer lo que nos ha dicho, aunque solo fuera por curiosidad.


(publicado en www.analisisdigital.com, 2-I-2012)

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