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martes, 22 de enero de 2013

Jesucristo, el rostro de Dios

A. Rublev, El Salvador (h. 1410), 
Galería Tretyakov (Moscú)

¿Es Dios algo visible, que se pueda ver y tocar, o al menos imaginar? ¿Es Jesús un mediador más, entre otros, que nos informa sobre Dios o nos puede acercar a Él? ¿Y qué papel juegan en esto los demás?

     Son algunas de las preguntas que respondió, en su audiencia general del 16 de enero, Benedicto XVI, hablando sobre “Jesucristo, mediador y plenitud de toda la revelación”. Cabe destacar dos aspectos: Dios se ha hecho visible en Jesucristo: Jesús es mediador de Dios en plenitud, también a través de los más necesitados.


Dios se ha hecho visible en Jesucristo


     La Encarnación del Hijo de Dios, es decir, su hacerse carne como hemos visto en la Navidad, es el cumplimiento de las promesas salvadoras. A pesar del pecado original y de la arrogancia del hombre que quiso oponerse a su creador, Dios ofreció su amistad. Especialmente a partir de Abraham Dios irá estableciendo una Alianza con el pueblo elegido. Poco a poco se le va dando a conocer, en el contexto de la historia de ese pueblo, con palabras y acciones; también sirviéndose de mediadores como Moisés, los profetas y los jueces, que mantienen la esperanza en las promesas mesiánicas.

      En Jesús, “Dios visita realmente a su pueblo, visita a la humanidad de un modo que va más allá de toda espera: envía a su Hijo Unigénito; Dios mismo se hace hombre”. Continúa el Papa: “Jesús no nos dice cualquier cosa de Dios, no habla simplemente del Padre, sino que es revelación de Dios, porque es Dios, y nos revela así el rostro de Dios” (cf. Jn 1, 18).

     Al acercarse la pasión del Señor –evoca Benedicto XVI–, el apóstol Felipe le pide a Jesús algo bien práctico y concreto, que nosotros también hubiéramos dicho: "Señor, muéstranos al Padre y nos basta" (Jn. 14,8). Y Jesús responde no solo para Él sino también para nosotros, llevándonos “al corazón de la fe cristológica”. El Señor le dice: "El que me ha visto a mí, ha visto al Padre" (Jn. 14,9). Esta es, observa el Papa, la expresión sintética de la novedad del Nuevo Testamento, novedad que apareció en la gruta de Belén: “Dios se puede ver, manifestó su rostro, es visible en Jesucristo”.


Dios tiene un rostro, es un Tú que nos habla y nos ama

     El Papa observa que en el Antiguo Testamento hay algo paradójico: a pesar del deseo de conocer el rostro de Dios (que aparece 100 veces), se prohíben todas las imágenes de Dios. Y se pregunta qué puede significar esto. He aquí la respuesta: “Por una parte se quiere decir que Dios no se puede reducir a un objeto, como una imagen que se toma en la mano, pero tampoco se puede poner una cosa en el lugar de Dios. Por otra parte, sin embargo, se afirma que Dios tiene un rostro, es decir, que es un ‘Tú’ que puede entrar en relación, que no está cerrado en su Cielo mirando desde lo alto a la humanidad”.

     En otros términos: “Dios está, ciertamente, sobre todas las cosas, pero se dirige a nosotros, nos escucha, nos ve, habla, estipula alianza, es capaz de amar”. Por eso, “la historia de la salvación es la historia de Dios con la humanidad, es la historia de esta relación con Dios que se revela progresivamente al hombre, que se da conocer a sí mismo, su rostro”(cf. Jn 14, 9).

     Y es que para la Biblia, en palabras de Benedicto XVI, “el esplendor del rostro divino es la fuente de la vida, es lo que permite ver la realidad; la luz de su rostro es la guía de la vida”.

     Una figura está conectada muy especialmente con este tema: Moisés, aquél que sacó a Israel de la esclavitud de Egipto, recibió de Dios la Ley de la Alianza y le guio hasta la tierra prometida. Pues bien, observa el Papa, según el texto bíblico Moisés tenía una relación cercana y confidencial con Dios: hablaba con Él cara a cara, como con un amigo (cf. Ex 33, 11). Moisés le pide a Dios ver su rostro. Y Dios le responde que sólo podrá ver su espalda (esto es, la visión que tiene el caminante del que camina delante suyo). Según los Padres de la Iglesia esto quiere decir que a Cristo solo se le puede ver siguiéndole.


Jesús es mediador de Dios en plenitud, también a través de los más necesitados

     Pero además, señala Benedicto XVI, en Jesús se puede ver el rostro de Dios, porque es el Hijo de Dios hecho hombre. “En Él halla cumplimiento el camino de revelación de Dios iniciado con la llamada de Abrahán, Él es la plenitud de esta revelación porque es el Hijo de Dios, es a la vez ‘mediador y plenitud de toda la Revelación’ (Dei Verbum, 2)”. En Él el contenido de la Revelación y el Revelador coinciden. “Jesús nos muestra el rostro de Dios y nos da a conocer el nombre de Dios” (cf. Jn. 17,6.26)”, llevando a plenitud la posibilidad de que Dios pudiera ser invocado, que había comenzado con Moisés.

     Por eso se entiende bien que San Bernardo diga que el cristianismo es la religión de la Palabra de Dios, no una palabra escrita y muda, sino del Verbo encarnado y vivo. O, como decían los Padres y los medievales: Jesús es el “Verbum abbreviatum”, la Palabra abreviada del Padre, quien nos ha dicho todo acerca de Él.

     En consecuencia, sostiene Benedicto XVI, Jesús no es simplemente uno de los mediadores entre Dios y el hombre, sino “el mediador” único de la nueva y eterna alianza, como lo define el Nuevo Testamento. En Él podemos ver, conocer e invocar al Padre.

     Concluye diciendo que “el deseo de conocer realmente a Dios, es decir, de ver el rostro de Dios es innato en cada hombre, también en los ateos. Y nosotros tenemos, tal vez inconscientemente, este deseo de ver sencillamente quién es Él, qué cosa es, quién es para nosotros”.

     Pues bien, este deseo se realiza en el seguimiento de Cristo que nos conduce a considerar a Dios como amigo y como Padre. Pero amar a Jesús implica amar al prójimo: ese amor, “a la luz del Crucificado, nos hace reconocer el rostro de Jesús en el pobre, en el débil, en el que sufre”. Y advierte el Papa: “Esto sólo es posible si el rostro auténtico de Jesús ha llegado a ser familiar para nosotros en la escucha de su Palabra, al dialogar interiormente, al entrar en esta Palabra de tal manera que realmente lo encontremos, y, naturalmente, en el Misterio de la Eucaristía”.

     En síntesis: a Dios se le puede conocer personalmente sólo siguiendo a Jesucristo. Esto se realiza por medio de la oración (en trato de amistad con Él) y en la Eucaristía (uniéndose a Él con las disposiciones adecuadas, es decir, en gracia de Dios, y para ello puede ser necesaria la confesión de los pecados). El amor a Jesucristo implica el amor a los pobres y necesitados. Reconocer que Él está en “ellos” solo es posible a partir del auténtico encuentro con Jesús; y viceversa: prueba de la autenticidad de ese encuentro será reconocer a Jesús en ellos.



(publicado en www.religionconfidencial.com, 22-I-2013)



1 comentario:

  1. hermoso artículo, nos va llevando de la mano al conocimiento del significado del Amor de Dios hecho Hombre, que se nos da y nos busca, y nos allana el camino

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