Páginas

sábado, 24 de agosto de 2013

Buscar a Dios con la luz del amor

Fe, razón, teología


Rafael, alegoría de la Teología (1509-1511)
 Sala de la Signatura, Vaticano

Los colores del vestido -blanco, verde y rojo- 
representan las tres virtudes teologales (fe, esperanza y caridad).
Las cartelas que sostienen los ángeles expresan el sentido de la teología: 
"conocimiento de las cosas divinas".
La mano izquierda sostiene un libro.  La derecha señala hacia el fresco que está debajo, 
donde se representa el debate sobre la verdad teológica, centrado en la Eucaristía. 


En uno de sus pasajes centrales afirma la encíclica Lumen fidei: “La fe cristiana, en cuanto anuncia la verdad del amor total de Dios y abre a la fuerza de este amor, llega al centro más profundo de la experiencia del hombre, que viene a la luz gracias al amor, y está llamado a amar para permanecer en la luz” (n. 32). Y este hecho de que la fe anuncia y llama al amor, ayuda al diálogo entre la fe y la razón, a la búsqueda de Dios y también a la tarea teológica.



El diálogo entre fe y razón

     Explica la encíclica que los primeros cristianos, en su afán por iluminar la realidad a partir del amor de Dios manifestado en Cristo, encontraron en la cultura griega –en su interés por la verdad– un instrumento para el diálogo entre fe y razón.

     En nuestro caso, a la luz plena del amor de Jesús, nos damos cuenta de que en cualquier amor nuestro hay un tenue reflejo de aquella luz que en último término lleva a Cristo. Y esto nos sirve también para penetrar en la relación entre fe y razón.

      San Agustín asumió personalmente estos dos caminos: el interés por la verdad (escuchando aquella voz que le dijo “Toma y lee” que le llevó a descubrir en el amor de Cristo la plenitud de la Ley, cf. Rm cap. 13); y la transparencia del amor de Dios, de su bondad, en todas las cosas. Juntó la palabra, que requiere una respuesta libre, y la luz o la visión, cuya respuesta es la imagen que la refleja. Y así escribió de Cristo como “Palabra que resplandece dentro del hombre”.

     En suma, enseña la encíclica, la verdad propia de la fe es la luz del amor. Ahora bien, para entender esta verdad que ilumina los interrogantes de nuestro tiempo, es necesario descartar la verdad reducida a lo subjetivo, y enfocar la “verdad común”. Pero esta verdad común nos da miedo porque la asociamos a la imposición intransigente de los totalitarismos.

      Pensemos –se nos propone– más bien en la verdad del amor, la verdad que se desvela en el encuentro con los otros, y así a llega a formar parte del bien común. En lo que sigue resplandece de modo fascinante cómo es la verdad del amor: “La verdad deun amor no se impone con la violencia, no aplasta a la persona. Naciendo del amor puede llegar al corazón, al centro personal de cada hombre. Se ve claro así que la fe no es intransigente, sino que crece en la convivencia que respeta al otro. El creyente no es arrogante; al contrario, la verdad le hace humilde, sabiendo que, más que poseerla él, es ella la que le abraza y le posee. En lugar de hacernos intolerantes, la seguridad de la fe nos pone en camino y hace posible el testimonio y el diálogo con todos” (n. 34).

     En este ir y venir entre la experiencia humana y la experiencia de la fe, añade la encíclica que, por esta verdad del amor, la luz de la fe no es nada espiritualista: es una “luz encarnada” porque procede de la “vida luminosa” de Jesús. Por eso la fe ayuda en la tarea de las ciencias, despierta el sentido crítico para no confundir las fórmulas con la naturaleza, invita al asombro ante la creación, ensancha los horizontes de la razón. 


La búsqueda de Dios

     En cuanto a la búsqueda de Dios, la luz de la fe en Jesús ilumina también el camino de los seguidores de las diversas religiones. Esta búsqueda la lleva a cabo el hombre religioso intentando “reconocer los signos de Dios en las experiencias cotidianas de su vida, en el ciclo de las estaciones, en la fecundidad de la tierra y en todo el movimiento del cosmos. Dios es luminoso, y se deja encontrar por aquellos que lo buscan con sincero corazón” (n. 35).
 
      Como les sucedió con los Magos (cf. Mt 2, 1-12), “no hay ninguna experiencia humana, ningún itinerario del hombre hacia Dios, que no pueda ser integrado, iluminado y purificado por esta luz” (Lumen fidei, Ibid).

      En los caminos del hombre el amor tiene un papel central. Ante todo, la luz de Cristo ilumina la experiencia cristiana, para entender y acompañar a los demás en el camino hacia Dios. Y en el itinerario de los que todavía no creen pero no cesan de buscar, el amor tiene un papel central, porque lleva a vivir “como si Dios existiese”. La presencia de Dios, incluso si es solamente entrevista o intuida, orienta en la vida común o ensancha la mirada de “la grandeza y belleza de la vida”.

       La encíclica enseña así cómo “funciona” la luz del amor divino, comenzando en todo aquél que hace el bien: “Quien se pone en camino para practicar el bien se acerca a Dios, y ya es sostenido por él, porque es propio de la dinámica de la luz divina iluminar nuestros ojos cuando caminamos hacia la plenitud del amor” (Ibid.). 


La teología

      ¿Cómo influye esta luz del amor, como conocimiento propio de la fe, en la tarea teológica? La encíclica evoca que la teología cristiana comenzó movida por el amor a Dios, para conocerle más profundamente. Pero Dios no se puede reducir a un objeto, y por eso la teología no se reduce al esfuerzo de la razón por escrutar y conocer, como en la ciencias experimentales (cf. n. 36).

      “Los grandes doctores y teólogos medievales han indicado que la teología, como ciencia de la fe, es una participación en el conocimiento que Dios tiene de sí mismo” (Ibid.). Por tanto la teología no es solo “palabra sobre Dios”. Ante todo es acogida e invitación a participar en el diálogo eterno de comunión que es Dios en su vida íntima (según San Buenaventura y Santo Tomás de Aquino). A eso está llamado también el teólogo, para explorar, con la disciplina propia de la razón –y con la humildad y el amor propios de la fe que ensanchan su misma razón– la insondable profundidad de Dios y de sus obras.

     El teólogo necesita de esa humildad también para realizar su tarea al servicio de la fe de los cristianos, especialmente de los sencillos. Puesto que la fe tiene una “forma eclesial”, “su luz es la luz del sujeto creyente que es la Iglesia”. Y como el teólogo “vive de la fe” –cabría decir: es alguien que intenta comprender desde su fe vivida por el amor–, acepta el servicio del Magisterio como elemento interno de su tarea, como una ayuda para mantenerse en contacto con la Palabra de Dios (cf. Ibid.).

1 comentario:

  1. . COMO DESARROLLAR INTELIGENCIA ESPIRITUAL
    EN LA CONDUCCION DIARIA

    Cada señalización luminosa es un acto de conciencia

    Ejemplo:

    Ceder el paso a un peatón.

    Ceder el paso a un vehículo en su incorporación.

    Poner un intermitente

    Cada vez que cedes el paso a un peatón

    o persona en la conducción estas haciendo un acto de conciencia.


    Imagina los que te pierdes en cada trayecto del día.


    Trabaja tu inteligencia para desarrollar conciencia.


    Atentamente:
    Joaquin Gorreta 55 años

    ResponderEliminar