Claudio Coello (1642-1693), Sagrada familia
Museo Szépmûvészeti, Budapest
En el tiempo de Navidad –que incluye las fiestas de la Sagrada Familia, de la Madre de Dios, de la Epifanía y del Bautismo del Señor– celebramos la “buena noticia” (Evangelio) de la venida de Dios a la tierra. Dios nace, ríe y llora, come y duerme, vive en una familia, trabaja y descansa en la tierra, hace suyos nuestros anhelos y nuestras preocupaciones. El que es de la misma naturaleza del Padre, ha querido hacerse también consustancial a nosotros.
Y así nos enseña a los cristianos a hacer nuestros “los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren” (Concilio Vaticano II, GS, 1).
De Jesús ha dicho el Papa Francisco: “Vino a nuestra historia, compartió nuestro camino. Y vino para librarnos de las tinieblas y darnos la luz. En Él apareció la gracia, la misericordia, la ternura del Padre: Jesús es el Amor hecho carne. No es solamente un maestro de sabiduría, ni un ideal al que tendemos y del que sabemos que está muy lejos, sino que es el sentido de la vida y de la historia que puso su tienda entre nosotros” (Misa de Nochebuena, 24-XII-2013). Y con ello ha renovado su invitación a que compartamos con otros “la alegría del Evangelio”. Alegría porque Dios nos ama tanto que nos ha dado a su Hijo como hermano nuestro, y luz para nuestras tinieblas; porque así nos ha dicho, y nos lo repite ahora el Papa, “no temáis”.