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viernes, 9 de mayo de 2014

Dios confía en los jóvenes


“Que hagan lío”, “que no le tengan miedo a nada”, “que sean libres”. Son los pensamientos espontáneos de Francisco para los jóvenes (cf. Videomensaje a los jóvenes argentinos, 14 minutos).

      Luego, “sin papeles”, el Papa les ha propuesto a cada uno ponerse en el lugar de los jóvenes que se cruzaron con Jesús o de los cuales habló Jesús.

     “Pensé en los jóvenes Apóstoles, pensé en el joven rico, pensé en el joven que se fue a buscar nueva vida con la herencia de su padre, pensé en el joven muerto”. 


Encontrarse con Jesús

          Algunos apóstoles son jóvenes, especialmente Juan. Quedan conmovidos y entusiasmados ante Jesús. Y van corriendo y le dicen a los amigos: ¡Encontramos al Mesías! ¡Encontramos a aquél del que hablan los profetas!

      Luego,… las flaquezas e incluso la traición; pero, sobre todo, la lucha por ser fieles a aquel primer encuentro con Jesús.

      Y vienen las preguntas, directas, a cada uno de los jóvenes: “¿Cuándo te encontraste con Jesús? ¿Cómo fue el encuentro con Jesús? ¿Tuviste un encuentro con Jesús o lo estás teniendo ahora?”


Madurar

      También está el joven rico, “que se acerca a Jesús con una vida intachable, un muchacho bueno”, y le dice: ¿Qué tengo que hacer para madurar mi vida, para tener la vida eterna? Jesús le dice que cumpla los mandamientos, y al escuchar que ya lo hace, añade el Evangelio que Jesús lo amó, y le invitó a dar lo que tenía a los pobres y a que le siguiera.

     Pero él, así lo ve Francisco, “se fue triste porque tenía mucha guita [hacienda] y no se animó a dejarla por Jesús. Y se fue con ‘su’ plata y con ‘su’ tristeza. Los primeros estaban con su alegría, con esa hermosa alegría que daba el encuentro con Jesús. Éste se fue con su tristeza”.


Volver a la casa del Padre

      Luego está otro joven: el hijo pródigo, evoca el Papa, “que se quiso pasar de vivo, que quiso escribir su vida, que quiso patear el tablero de la disciplina paterna, y enfrentó a su padre y le dijo: Dame lo que me toca, que me voy. Y se fue. Todos esos años fueron años de farra. Gastó la plata en boliche, en vicios, la pasó bien. La plata se le gastó, se acabó”.

     “Y además vino una crisis económica, tuvo que buscar trabajo —no había trabajo—, y lo consiguió como cuidador de chanchos. Y éste, que había tenido mucha plata, que le había sacado a su padre de la herencia, que había sabido lo que era estar en los mejores hoteles y en las mejores fiestas, se había pasado la gran vida, conoció una cosa que nunca antes había conocido: hambre”.

     Vale la pena seguir hasta el final la reflexión de Francisco, que ayuda a que los jóvenes de hoy “revivan” el relato:

     “Pero Dios es muy bueno. Dios aprovecha nuestros fracasos para hablarnos al corazón. No le dijo Dios a este joven: Sos un fracasado, mirá lo que hiciste. Lo hizo razonar. Dice el Evangelio que entró dentro de sí. ¿Qué hago con esta vida? La farra no me sirvió para nada. ¡Cuántos obreros en la fábrica de mi padre ganan su sueldo y tienen que comer! Yo tengo hambre y soy el hijo del patrón. Me levantaré, iré a mi padre y diré mi verdad: Pequé contra el cielo y contra ti”.

     “Y volvió. La gran sorpresa que se pegó es que el padre lo estaba esperando, desde hacía años! El Evangelio dice que lo vio venir de lejos, porque el viejo subía todas las tardes a la terraza a ver si el chico venía. Y el padre lo abrazó y el padre le hizo fiesta. Y este gran pecador; este gran despilfarrador de lo que había ganado su padre se encontró con algo que nunca había hecho consciente: el abrazo de la misericordia”.


Vivir de verdad

     Otro joven del Evangelio: el joven muerto, a la salida de la ciudad de Naím, cuando lo iban a enterrar: hijo único de madre viuda. “Jesús –observa Francisco– se compadeció de la madre, no del pibe. Pero el pibe, gracias a la madre, tuvo el milagro y lo resucitó”.

      E interpela Francisco a los jóvenes: ¿Tú quién eres?, “¿El entusiasta, como los apóstoles primero, antes de iniciar el camino? ¿El que quiere seguir a Jesús porque le gusta pero está atornillado con tantas cosas que lo atan y no lo puede seguir, como el joven rico a la mundanidad, a tantas cosas? ¿Como aquél que se gastó toda la herencia de su padre, pero que se animó a volver y está sintiendo en este momento el abrazo de la misericordia? ¿O estás muerto? Si estás muerto, sabé que la Madre Iglesia está llorando por vos, y Jesús es capaz de resucitarte. Decime, ¿quién sos vos? Decítelo a vos mismo y eso te va a dar fuerza”. 


Acompañar, dejar crecer

     Francisco tiene palabras especiales para las chicas, que –dice– podrían protestar, porque los ejemplos que ha puesto hasta ahora son para los varones.

     “Ustedes son aspirantes a consolidar con su vida la ternura y la fidelidad. Ustedes están sobre el camino de esas mujeres que seguían a Jesús, en las [circunstancias] buenas y en las malas. La mujer tiene ese gran tesoro de poder dar vida, de poder dar ternura, de poder dar paz y alegría”.

      La meta que les pone es alta –la más alta–, pero asequible: “Hay un solo modelo para ustedes, María: La mujer de la fidelidad, la que no entendía lo que le pasaba pero obedeció. La que en cuanto supo lo que su prima necesitaba, se fue corriendo, la Virgen de la Prontitud. La que se escapó como refugiada en un país extranjero para salvar la vida de su hijo. La que ayudó a crecer a su Hijo y lo acompañó, y cuando su Hijo empezó a predicar, iba detrás de Él. La que sufrió todo lo que le estaba pasando a ese chico, a ese muchacho grande. La que estaba al lado de ese Hijo y le decía los problemas que había: Mirá: no tienen vino. La que en el momento de la Cruz estaba junto a Él”.

     Aún añade: “La mujer tiene una capacidad para dar vida y para dar ternura que no la tenemos los varones. (…) La Iglesia es femenina, como María. Ése es el lugar de ustedes. Ser Iglesia, conformar Iglesia, estar junto a Jesús, dar ternura, acompañar, dejar crecer. Que María, la Señora de la Caricia, la Señora de la Ternura, la Señora de la Prontitud para servir, les vaya indicando el camino. Bueno, ahora no se enojen, que ustedes salieron ganando sobre los varones”.

     Concluye animándoles de nuevo a no tener miedo, a mirar a María, a caminar confiando en el perdón de Dios.

*    *   *


     La confianza de Dios en los jóvenes es infinita. Y a ellos, a cada uno –quizá también a cada uno de todos los demás, porque Él conoce que el alma puede siempre renovar su juventud–, les confía el mundo.

     Solo los niños y los jóvenes y los que se hacen como ellos conquistan el corazón de Dios, sus proyectos, sus sueños (cf. Salmo 33, 11). Y Él espera que ellos sean capaces de encarnarlos, de darles vida, de hacerlos reales.

(publicado en www.analisisdigital.com, 9-IV-2014)

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