Cercanía
1. Cercanía del Papa, como cabeza de la Iglesia, para confirmar a los cristianos en la unidad de la fe y del amor. Como sucesor de Pedro, ha querido abrazar a cada uno con el calor del anuncio de Cristo:
“Cuando una mano se tiende para realizar el bien o llevar al hermano la caridad de Cristo, para enjugar una lágrima o acompañar una soledad, para indicar el camino a alguien extraviado o consolar un corazón ya quebrantado, para inclinarse sobre uno que ha caído o enseñar al que tiene sed de verdad, para ofrecer el perdón o guiar hacia un nuevo comienzo en Dios… sabed que el Papa os acompaña, el Papa os sostiene, apoya también él sobre la vuestra su mano ya vieja y arrugada, pero gracias a Dios, todavía capaz de sostener de animar”.
Enseguida ha agradecido a los estadounidenses su apoyo y solidaridad, su compromiso con la familia y con la integración de los inmigrantes, así como su compromiso en tareas educativas y caritativas en múltiples instituciones.
“Os hablo –les ha dicho recordándoles el sentido de su ministerio papal y subrayando en él de nuevo la caridad– como obispo de Roma, llamado ya en la vejez por Dios desde una tierra también americana, para custodiar la unidad de la Iglesia Universal y para animar en la caridad el itinerario de todas las Iglesias particulares, para que progresen en el conocimiento, en la fe y en el amor de Cristo”.
Situándose en la historia de las Iglesias locales de ese país y en la estela de las visitas de los tres Papas anteriores, les ha invitado al discernimiento, para “preguntarse acerca del camino a recorrer, los sentimientos que hay que conservar mientras se actúa, el espíritu con el que hay que obrar”.
Diálogo
2. Actitudes fundamentales del ministerio pastoral. A continuación ha hecho una síntesis del contenido del ministerio episcopal en lo esencial: rezar, predicar, apacentar. Y ha puesto algunos acentos:
“No una oración cualquiera, sino la unión familiar con Cristo (…). No una predicación de complejas doctrinas, sino el anuncio gozoso de Cristo, muerto y resucitado por nosotros. (…) No apacentarse a sí mismos, sino saber retrasarse, abajarse, descentrarse, para alimentar con Cristo a la familia de Dios. (…). No mirar hacia lo bajo de la propia autorreferencialidad, sino siempre hacia los horizontes de Dios, que sobrepasan cuanto nosotros seamos capaces de prever o planificar. (…) En los múltiples caminos que se abren a vuestra solicitud pastoral, recordad que debéis conservar indeleble el núcleo que unifica todas las cosas: ‘a mí me lo hicísteis’ (Mt 25, 31-45”.
Pasa luego a señalar algunas actitudes fundamentales: “Es necesaria la lúcida percepción de la batalla entre la luz y las tinieblas”, con “un espíritu de valentía y no de timidez”, como promotores de la cultura del encuentro: “Somos sacramentos vivos del abrazo entre la riqueza divina y nuestra pobreza. Testigos del abajamiento y de la condescendencia de Dios que precede en el amor incluso nuestra respuesta primera”. El método y el camino es el diálogo, la solicitud humilde por el otro (cf. Mt 11, 28-30), aprender de Jesús, “entrar en su mansedumbre y en su humildad mediante la contemplación de su obrar”. Y toda esta gran misión que el Señor nos confía, hemos de desarrollarla en comunión, en modo colegial.
Unidad
3. Algunos desafíos actuales: unidad, cuidado de la vida y de la familia, inmigrantes.
En conjunto, observa Francisco, el contenido de la misión episcopal es primeramente cementar la unidad, sobre la base de la Palabra de Dios y de la Eucaristía, tratando de abarcar a las naciones, razas, clases, generaciones.
Alude al inminente Año de la Misericordia, esperando que pueda contribuir a “reforzar la comunión, perfeccionar la unidad, reconciliar las diferencias, perdonarse mutuamente y superar toda división, de modo que resplandezca vuestra luz como ‘la ciudad construida sobre el monte’ (Mt 5, 14)”.
Entre los desafíos de nuestro tiempo destaca la defensa y el cuidado de la vida humana en cualquiera de sus condiciones y etapas, junto con el mensaje cristiano sobre la familia (que será recordado en el Encuentro mundial de Filadelfia y luego en el Sínodo de octubre), que ha de anunciarse desde una Iglesia que sea ella misma familia, cercana a la gente.
En segundo lugar se refiere a los inmigrantes (particularmente los hispanos, que vienen de Latinoamérica) alabando de nuevo el esfuerzo que viene desarrollándose por parte de la Iglesia estadounidense desde hace décadas por comprenderlos y acogerlos.
“Quizá no será fácil para vosotros leer su alma; quizá seréis puestos a prueba por su diversidad. Sabed, sin embargo, que poseen también recursos para daros. Por eso acogedlos sin miedo. Ofrecedles el calor del amor de Cristo y descifraréis el misterio de su corazón”. Todo ello con la seguridad de que ellos enriquecerán a América y a su Iglesia.
El Padre común de los fieles católicos y cabeza de los obispos ha dejado este mensaje –representativo de todo lo que ha querido decir estos días en América– centrado en lo esencial: unidad de la fe y del amor con hechos y con atención a la realidad. Ahora toca seguir en esas líneas que, por cierto, sirven no solamente para los Estados Unidos.
(publicado en www.religionconfidencial.com, 29-IX-2015)
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