La carta del Cardenal Secretario de Estado con ocasión de la 70ª Semana Litúrgica Nacional (Messina, 26-29 de agosto de 2019) remite al «camino de renovación litúrgica querido por el Concilio Vaticano II». El texto se hace altavoz de las enseñanzas del papa Francisco acerca de la íntima relación entre liturgia y santidad.
En ese camino de la renovación litúrgica, subrayaba hace dos años el papa Francisco, «la fatiga no ha faltado, pero tampoco la alegría», y animaba a proseguirlo: «Y ese es el compromiso que os pido hoy: ayudar a los ministros ordenados, como a los demás ministros, cantores, artistas y músicos, a cooperar para que la liturgia sea “fuente y culmen” de la vitalidad de la Iglesia (cfr. Const. Sacrosanctum Concilium, 10)» (Discurso a la 68ª Semana Litúrgica Nacional, 24-VIII-2017).
Pues bien, este año los organizadores han decidido poner la santidad en el centro de su reflexión, con el lema: «Liturgia: llamada para todos a la santidad bautismal. “Elegidos para ser santos e inmaculados ante Él en la caridad (Ef 1,4)”».
La carta comienza aludiendo al hecho de que recientemente el papa Francisco haya querido llamar la atención de todos los creyentes con el objetivo «de hacer sonar una vez más la llamada a la santidad, intentando encarnarla en el contexto actual, con sus riesgos, su desafíos y sus oportunidades» (cf. Exhort. ap. Gaudete et exsultate, 2; cf. Lumen gentium, 9 y 40).
Ya el Concilio Vaticano II señalaba que en la liturgia «la santificación del hombre es significada por medio de signos sensibles y realizada de modo propio en cada uno de ellos; en ella el culto público integral es ejercido por el cuerpo místico de Jesucristo, es decir, por la cabeza y por sus miembros» (Sacrosanctum Concilium, 7).
Dimensión trascendente de la liturgia
A continuación se señalan –sin llamarlas así– diversas dimensiones de la relación entre liturgia y santidad: la dimensión trascendente, la antropológico-cristiana, la eclesial y la formativa o educativa.
1. La carta comienza por la que podríamos considerar dimensión trascendente de la liturgia: «Los Padres conciliares insisten en el hecho de que la liturgia, en el momento en que celebra la santidad, santifica a cuantos participan y de ese modo glorifica el Nombre santo e inefable».
Y continúa: «La santidad acogida y celebrada en la liturgia muestra la trascendencia de Dios, el Tres Veces Santo, el Altísimo, el Omnipotente, ˝el santo y único Soberano, el Rey de reyes y Señor de señores, el único que posee la inmortalidad y habita una luz inaccesible” (1Tm 6,15-16)».
Dimensión de antropología cristiana
2. Pero –observa, subrayando la dimensión antropológico-cristiana consecuencia de la Encarnación del Hijo de Dios– «en la liturgia, en continuidad con la Encarnación, la ‘Majestad divina’ se ofrece en la cercanía al hombre».
En efecto, y podría decirse que la trascendencia de Dios se hace condescendencia, por la humildad y el abajamiento de Cristo en orden a la redención y salvación de los hombres:
«En la liturgia, la inaccesible santidad de Dios se hace proximidad tangible en Cristo y en Él se presenta y se comunica con el rostro de la misericordia, del ágape, del amor gratuito que el Padre derrama en el corazón de los creyentes mediante el don del Espíritu (cfr. Rm 5,5)».
De este modo, se deduce, «la liturgia es lugar privilegiado donde la santidad de Dios nos atrae hacia sí con su belleza, su verdad y su bondad».
Más concretamente y en palabras del papa, «en la Eucaristía, el Espíritu Santo nos hace entrar en el misterio pascual, haciéndonos pasar con Cristo de la muerte a la vida, nos hace partícipes de la vida divina que, acogida, transfigura todo nuestro ser mortal, haciéndolo capaz de amar como Él, dando la propia vida en el servicio a los hermanos» (cfr. Francisco, Catequesis del 22-XI-2017).
La liturgia se orienta así a la conversión permanente de los cristianos, como sigue señalando la carta:
«Para que la vida sea de verdad una alabanza agradable a Dios, hay que cambiar el corazón. A esa conversión se orienta la celebración cristiana, que es encuentro de vida con el “Dios de los vivos” (Mt 22,32). La liturgia, pues, es una experiencia dirigida a la conversión de la vida a través de la asimilación del modo de pensar y de comportarse del Señor, es vida que forma».
Dimensión eclesial
3. En ese sentido –continúa, pasando a la dimensión eclesial– la liturgia es «tesoro viviente que no puede ser reducido a gustos, recetas y corrientes, sino que debe ser acogido con docilidad y promovido con amor, en cuanto alimento insustituible para el crecimiento orgánico del Pueblo de Dios».
Se trata de una cita del papa, que añade de modo gráfico: «La liturgia no es el campo del “hazlo tú mismo”, sino la epifanía –dela manifestación– de la comunión eclesial. Por eso, en las oraciones y gestos resuena el “nosotros” y no e1 “yo”; la comunidad real, no el sujeto ideal» (Francisco, Discurso a la Congregación del Culto Divino, 14-II-2019).
Formación litúrgica
4. De ahí la importancia de la formación litúrgica: «Es preciosa, pues –se dirigía el papa Francisco a los liturgistas presentes–, la tarea que os espera: difundir en el Pueblo de Dios el esplendor del misterio vivo del Señor, que se manifiesta en la liturgia, con una formación litúrgica dirigida a tomar conciencia en todos del papel insustituible de la liturgia en y para la Iglesia».
«Concretamente –señala el texto– se trata de ayudar a las comunidades a interiorizar mejor la oración de la Iglesia, a amarla como experiencia de encuentro con el Señor y con los hermanos y, a la luz de esto, a redescubrir los contenidos y cumplir los ritos».
Esa formación arranca, por tanto, de la liturgia como fuente de oración para el cristiano. Y requiere enseñar el significado de los gestos, de las palabras y del silencio en la liturgia:
«La liturgia será auténtica, es decir capaz de formar y transformar a los que participan, si estos, pastores y laicos, aprenden cada vez mejor a captar el significado y el lenguaje simbólico, incluido el arte, el canto y la música al servicio del misterio celebrado, incluyendo también el silencio».
Como apuntaba el papa hace unos meses, «el mismo Catecismo de la Iglesia Católica adopta la vía mistagógica –es decir, la explicación progresiva de los gestos y palabras de que constan las celebraciones cristianas– para ilustrar la liturgia, valorando las oraciones y los signos» (Discurso citado de 14-II-2019)
«La mistagogia –dice el cardenal Parolin en su carta, con referencia a las enseñanzas del papa– se revela la vía más idónea para entrar en ese recorrido, donde se aprende a acoger con asombro la vida nueva recibida mediante los Sacramentos y a renovarla continuamente con alegría»
En efecto, el Catecismo de la Iglesia Católica señala que la vivencia y la experiencia litúrgica del cristiano –en la celebración de los sacramentos, cuyo centro es la Eucaristía– es condición para que esa «vida nueva» que los sacramentos otorgan, y que es la vida de Cristo en el Espíritu, se manifieste luego, como respuesta de amor, en la conducta moral y en la oración del cristiano.
Así se entiende bien que la vida cristiana, incluyendo la moral cristiana, necesite de una buena formación litúrgica. Lo ha dicho Francisco:
«La liturgia es la vía maestra por la que pasa la vida cristiana en cada fase de su crecimiento. Por eso, tenéis por delante una tarea grande y bonita: trabajar para que el Pueblo de Dios vuelva a descubrir la belleza de encontrar al Señor en la celebración de sus misterios y, encontrándolo, tenga vida en su nombre» (Discurso citado, 14-II-2019).
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