Jesús nos enseña a arriesgar, apuntar alto; pero también a entrenar. A hacer equipo sin encerrarse en un grupito de amigos y en un teléfono celular. Además ha querido decirles: “No tengan miedo de ir contracorriente, de encontrar cada día un tiempo de silencio para hacer un alto y rezar”. Aunque hoy todo parece empujarnos a ser eficientes como máquinas, no somos máquinas. Al mismo tiempo, es verdad que con frecuencia nos quedamos como sin gasolina, y por eso necesitamos recogernos en silencio.
“El silencio es el terreno en el cual se pueden cultivar relaciones provechosas, porque nos permite confiarle a Jesús lo que vivimos, llevarle rostros y nombres, depositar en Él nuestras angustias, pensar en nuestros amigos y hacer una oración por ellos”.
Además, “el silencio nos da la posibilidad de leer una página del Evangelio que le hable a nuestra vida; de adorar a Dios, encontrando así la paz en nuestro corazón.
Quizás “el silencio te permite escoger un libro que no estás obligado a leer, pero que te ayuda a leer el corazón humano; a observar la naturaleza para no estar sólo en contacto con las cosas hechas por el hombre y descubrir así la belleza que nos rodea”.
Pero, ojo: “El silencio no es para quedarse pegado al celular y a las redes sociales. No, por favor. La vida es real, no virtual; no sucede en una pantalla, ¡la vida sucede en el mundo! Por favor, no virtualizar la vida. Lo repito: no virtualizar la vida, que es concreta. ¿Entendido?”
Es esta una llamada de Francisco al realismo, realismo que necesita, como se ve, del silencio; porque “el silencio, es la puerta de la oración, y la oración es la puerta del amor”. En la oración, aconseja Francisco, “no tengan miedo de llevar a Jesús todo lo que pasa en vuestro mundo interior: los afectos, los miedos, los problemas, las expectativas, los recuerdos, las esperanzas, todo, también los pecados. Él entiende todo. La oración es diálogo de vida, la oración es vida”.
Amar y servir
Realismo y vida. El peligro hoy, advierte el Papa, es ser “personas falsas”, que confían demasiado en sus propias capacidades y a la vez “viven de las apariencias para quedar bien, alejan a Dios de su corazón porque solamente se ocupan de sí mismos”. En cambio el Señor, como se ve en los Evangelios, hace cosas grandes con nosotros si somos auténticos, si recoocemos nuestras limitaciones y vamos adelante luchando contra nuestros pecados y defectos.
Y para concretar Francisco anima los jóvenes a preguntarse: “¿Qué hago yo por los demás?, ¿qué hago yo por la sociedad, ¿qué hago yo por la Iglesia?, ¿qué hago yo por mis enemigos? ¿Vivo pensando en mi propio bien o me arriesgo por alguien, sin calcular mis propios intereses? (…) Preguntémonos por nuestra gratuidad, por nuestra capacidad de amar, amar según Jesús, es decir, amar y servir. Como el joven del Evangelio que se fía de Jesús. Y le da a lo poco que tenía para almorzar. Y entonces Jesús hace aquel milagro de la multiplicación de los alimentos (cf. Jn 6, 9).
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