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viernes, 17 de noviembre de 2023

Dinámicas de la sinodalidad


(Sinodalidad para la misión, IV)

La relación de síntesis del Sínodo sobre la sinodalidad, en su fase de octubre de 2023, desarrolla en la parte III aspectos de las dinámicas de la sinodalidad, bajo el título “Tejer lazos, construir comunidad”. Son siete capítulos que orientan cómo debe desarrollarse la sinodalidad.


Formación para la sinodalidad

En primer lugar, se refiere a la formación para la sinodalidad, tomando ejemplo del tiempo que Jesús dedicó a formar a sus discípulos y del modo en que lo hizo (no sólo con su enseñanza, sino también enseñándoles a orar, atender a los más necesitados, no huir de la cruz). 

“Del Evangelio aprendemos que la formación no es sólo ni principalmente un refuerzo de las propias capacidades: es la conversión a la lógica del Reino que puede hacer fecundas incluso las derrotas y los fracasos” (14 b). Como ocasiones privilegiadas de esa formación se destacan la vida familiar, la iniciación cristiana y el sacramento de la Reconciliación.

Ámbitos y medios: “Los ámbitos en los que se desarrolla la formación del Pueblo de Dios son múltiples. Además de la formación teológica, se han mencionado una serie de competencias específicas: el ejercicio de la corresponsabilidad, la escucha, el discernimiento, el diálogo ecuménico e interreligioso, el servicio a los pobres y el cuidado de la casa común, el compromiso como ‘misioneros digitales’, la facilitación de procesos de discernimiento y conversación en el Espíritu, la búsqueda del consenso y la resolución de conflictos. Debe prestarse especial atención a la formación catequética de niños y jóvenes, que debe contar con la participación activa de la comunidad” (14 e)

¿Cuál sería la finalidad y el modo de esta “formación para una Iglesia sinodal”? “Todo el Pueblo de Dios se forma junto al caminar juntos. Hay que superar la mentalidad de delegación que se da en tantos ámbitos de la pastoral. La formación en clave sinodal pretende capacitar al Pueblo de Dios para vivir plenamente su vocación bautismal, en la familia, en el trabajo, en el ámbito eclesial, social e intelectual, y hacer que cada uno sea capaz de participar activamente en la misión de la Iglesia según sus propios carismas y vocación” (14 f). 

Entre las cuestiones a afrontar, está la formación afectiva de los jóvenes (con la ayuda del diálogo entre la teología y las ciencias humanas, sobre todo de la psicología), la formación para el servicio sacerdotal (con la ayuda de las familias y de las mujeres), el fomento de una “cultura de la formación permanente”, y la promoción de un gobierno eclesial con estilo sinodal.

Discernimiento eclesial


La formación se vincula con el aprendizaje del discernimiento eclesial, confrontando las aportaciones de las ciencias humanas y sociales, la reflexión filosófica y la elaboración teológica. Entre las cuestiones a afrontar destaca la relación entre amor y verdad (cf. 15 c,d).

“Las páginas del Evangelio muestran que Jesús sale al encuentro de las personas en la singularidad de su historia y de su situación. Nunca parte de prejuicios o etiquetas, sino de una relación auténtica en la que se implica de todo corazón, aun a costa de exponerse a la incomprensión y al rechazo. Jesús escucha siempre el grito de socorro de los necesitados, incluso cuando permanece inexpresado; realiza gestos que transmiten amor y devuelven la confianza; hace posible con su presencia una vida nueva: quien se encuentra con Él sale transformado. Esto sucede porque la verdad de la que Jesús es portador no es una idea, sino la presencia misma de Dios entre nosotros; y el amor con el que actúa no es sólo un sentimiento, sino la justicia del Reino que cambia la historia” (15e).

Dos extremos a evitar: el uso de la doctrina con dureza y actitud sentenciosa, de un lado; una “misericordia barata”, de otro. Ante las nuevas cuestiones que se plantean (como las relativas a la orientación sexual, las situaciones matrimoniales difíciles, o las problemáticas éticas de la inteligencia artificial), es necesaria una reflexión social y eclesial, tanto a nivel doctrinal como pastoral y ético, acompañada de adecuadas iniciativas pastorales, con la ayuda del Magisterio y siempre a la luz del actuar de Jesús (cf. 15 f). En esto deben unirse el trabajo de los expertos y la participación de las personas implicadas.


Escucha, acompañamiento, cultura digital


En lo que se refiere a la escucha, medio imprescindible en la sinodalidad, se subraya la abnegación que exige, a ejemplo del Señor, y su valor cristológico (cf. Flp 2, 6-11): “Es un ejercicio ascético exigente, que obliga a cada uno a reconocer sus propios límites y la parcialidad de su punto de vista. Abre la posibilidad de escuchar la voz del Espíritu de Dios, que habla también más allá de las fronteras de la pertenencia eclesial y puede poner en marcha un camino de cambio y de conversión“ (16 c). Se destaca la escucha a los jóvenes, a las víctimas de abusos sexuales, a las personas que viven solas o están marginadas, a los pobres y necesitados, a los encarcelados, a los ancianos y a los enfermos, a las mujeres y a las minorías.

La escucha y el acompañamiento espiritual requieren una acogida incondicionada y un esfuerzo por integrar a todos en la comunidad cristiana. Para esto se requiere una adecuada formación. Y por todo ello se propone la institución de un "ministerio de escucha y acompañamiento". En el caso de Africa se pide un discernimiento teológico-pastoral específico sobre las situaciones de poligamia.

La cultura digital es un ámbito nuevo que necesita testigos y, antes que nada, personas que la conozcan bien. Esto es más fácil para los jóvenes. A la vez, ellos necesitan acompañamiento y formación, para combatir situaciones de acoso, desinformación, explotación sexual y adicción (cf 17 f). Hay que aprovechar las ocasiones que ofrece Internet para la catequesis y la formación de la fe, fomentar con creatividad iniciativas apostólicas, renovar estructuras parroquiales y diocesanas y promover redes de colaboración en este campo.


Participación, Iglesias locales, asambleas sinodales


La participación de los laicos es un signo que se valora con creciente interés, al mismo tiempo, si bien debe ser comprendida y ejercida en el marco de su propia vocación y misión en la Iglesia y en el mundo, en la complementariedad de carismas y ministerios, y teniendo en cuenta sus experiencias en la vida cotidiana y sus desafíos (cf. “Organismos de participación”, capítulo 18)

“La composición de los diversos Consejos para el discernimiento y la toma de decisiones de una comunidad misionera sinodal debe prever la presencia de hombres y mujeres que ostenten un perfil apostólico; que se distingan sobre todo no por una asidua frecuentación de los espacios eclesiales, sino por un genuino testimonio evangélico en las realidades más ordinarias de la vida. El Pueblo de Dios es tanto más misionero cuanto más es capaz de hacer resonar en sí mismo, incluso en los organismos de participación, las voces de quienes ya viven la misión habitando el mundo y sus periferias” (18 d). Entre las propuestas, se pide que se refuerze la necesidad de los consejos pastorales y otros organismos de participación, comenzando por las Iglesias locales.

En el capítulo 19 (“Agrupaciones de Iglesias en la comunión de toda la Iglesia”) se pide favorecer “el intercambio de riquezas espirituales, discípulos misioneros y bienes materiales” (19a) y perfilar mejor la relación entre los aspectos consultivo y deliberativo dentro de la sinodalidad. En todo ello es determinante la figura de las Conferencias episcopales, cuyo papel requiere ser desarrollado a partir de la Carta ap. Apostolos suos (1988). Se pide fomentar el ejercicio de la sinodalidad a nivel regional, nacional y continental, la creación de provincias eclesiásticas internacionales, y la participación de obispos de las Iglesias orientales católicas en las conferencias episcopales.


Síntesis de experiencias en cuanto al método sinodal

Finalmente, en el capítulo 20 (“Sínodos de los obispos y Asamblea de la Iglesia”) se sintetizan las experiencias (“novedades”) que viene aportando el presente proceso sinodal: “Las más evidentes son: el paso de la celebración del Sínodo de un acontecimiento a un proceso (como indica la constitución apostólica Episcopalis communio); la presencia de otros miembros, mujeres y hombres, junto a los obispos; la presencia activa de los delegados fraternos [participantes en representación de otras confesiones cristianas]; el retiro espiritual de preparación a la Asamblea; la celebración de la Eucaristía en San Pedro; el clima de oración y el método de conversación en el Espíritu (el diálogo acerca de lo que el Espíritu Santo sugiere, contando con la presencia y acción del mismo Espíritu en la Iglesia, en los cristianos y en la asamblea sinodal]; la propia disposición de la Asamblea en el Aula Pablo VI [es decir en forma de círculos en mesas redondas con pocas personas]” (20 a). 

Se subraya cómo de esta manera se quiere manifestar –y es necesario profundizarlo a nivel doctrinal, canónico y pastoral– “el vínculo intrínseco entre la dimensión sinodal de la vida de la Iglesia (la participación de todos), la dimensión colegial (la solicitud de los Obispos por toda la Iglesia) y la dimensión primacial (el servicio del Obispo de Roma, garante de la comunión)” (20 c). Se avanza en una “cultura de la sinodalidad” que implica la conversión personal y la dimensión misionera. Entre las cuestiones a afrontar: perfilar mejor los criterios de participación de los miembros de las asambleas sinodales que no sean obispos. También se pide pensar ola conveniencia de establecer distinciones y pasos sucesivos entre “Asambleas eclesiales” y “Asambleas sinodales” en sentido estricto.

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