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sábado, 13 de enero de 2024

El Espíritu Santo actúa en la Iglesia "desde dentro"

(Imagen- Escena de Pentecostés (s. VI), Evangelios de Rabula (libro siriaco de miniaturas), Biblioteca Medicea Laurenziana, Florencia)



Johann Adam Möhler (1796-1838) fue un insigne sacerdote y teólogo alemán, de la escuela romántica de Tubinga. Sirvió de puente entre la teología oriental y occidental. Se le considera “precursor” del Concilio Vaticano II por su “vuelta a las fuentes”. Es decir, a la Sagrada Escritura y sobre todo a los Padres de la Iglesia.

En 1825 escribió su célebre obra “La unidad de la Iglesia o el principio del catolicismo”. El pensamiento de Möhler fue introducido en Europa, a través de Francia, en los años treinta del pasado siglo principalmente por Yves Congar.

En 1996, Pedro Rodríguez y José Ramón Villar realizaron una edición crítica completa en español del libro de Möhler La unidad en la Iglesia, Pamplona 1996. El mismo año, Pedro Rodríguez publicó un artículo donde explicaba el sentido del libro de Möhler. Y de ese artículo hemos seleccionado los párrafos que figuran más abajo (*)

Möhler, explica Pedro Rodríguez, redescubre en los Padres la dimensión espiritual o “mística” que anima a la Iglesia. Lo que pone todo en marcha, a partir de Pentecostés, es el Espíritu Santo, principio de unidad y de vida en la Iglesia. Es el Espíritu Santo el que sigue actuando en cada cristiano desde el Bautismo, haciendo posible la santidad (con la colaboración de cada uno por medio de la oración, de los sacramentos y de la caridad) en comunión con los demás. Y, desde ahí, desde ese "dentro" de cada uno, el Espíritu Santo actúa en la edificación y la misión de la Iglesia. 

El Espíritu Santo actúa “de dentro afuera”

[El Espíritu Santo, enseña Möhler, actúa “desde dentro” de las almas, en el misterio de la Iglesia. A la vez, actúa “desde fuera”, podríamos decir institucionalmente. De hecho, Él es que inspira las Sagradas Escrituras, actúa para que el anuncio de la fe dé fruto en la misión de la Iglesia, asiste al Magisterio del Papa y de los obispos en comunión con Él, interviene en los sacramentos para que produzcan “eficazmente” la gracia, impulsa y perfecciona la comunión entre los cristianos, como semilla de fraternidad universal.

Por eso, desde el punto de vista de la experiencia religiosa de los cristianos, lo primero es ese “don” o vida interior de la Iglesia en cada cristiano, que, desde el Bautismo se incorpora a la comunión que el Espíritu Santo ha creado. Y desde ahí, se vive y se comprende la Iglesia como institución. Ella ha sido instituida por Cristo y también tiene un rostro “institucional”, entre las instituciones humanas y sociales. Veamos cómo lo expone Pedro Rodríguez]

*     *     *

“La Unidad –se ha dicho muchas veces– fue una reacción contra la teología racionalista de la Ilustración, dominante en su época, que reducía la Iglesia a una sociedad humana de fines éticos y educativos. Quiere superar también una visión predominantemente juridica y apologética de la Iglesia, como sola sociedad jerárquica.

En los Padres de la Iglesia que estudia en La Unidad, Möhler encuentra los principios místicos que animan la vida de la Iglesia y de sus miembros, y el modo en que la vida de comunión en el amor se manifiesta ‘hacia afuera’. Leyendo a Clemente de Roma, a Ignacio de Antioquía, a Cipriano de Cartago, Möhler descubre la comunión como el elemento interior de la Iglesia. Su exteriorización visible es la dinámica del germen puesto en las almas cristianas por el Espíritu Santo. De manera que la comunión espiritual se expresa visiblemente en la constitución de comunidades cada vez más universales, con un centro personal de referencia: la diócesis, con su Obispo; la provincia, en el metropolita; la Iglesia entera, en torno al Colegio de los obispos y al Papa como la incorporación universal y visible de la unidad. (…)

Quiero anticipar el que me parece ser el núcleo de ese mensaje, y lo voy a formular no con palabras de Möhler, sino con palabras del Concilio. Vaticano II, que parecen escritas por e1 teólogo de Tubinga: ‘El Espíritu Santo, que habita en los creyentes y llena y dirige a toda la Iglesia, es quien realiza la admirable comunión de los creyentes (communio fulelium) y tan estrechamente los une a todos en Cristo, que Él –el Espíritu– es el Principio de la unidad de la Iglesia’ (Decr. Unitatis redintegratio, 2). (…)

Möhler ha percibido que esta dimensión pneumatológica es cronológicamente ‘lo primero’ desde el punto de vista de la experiencia religiosa del creyente. Möhler aplica a la Iglesia el mismo principio: ir desde la vida eclesial (obra del Espíritu de Cristo) a la comprensión de la institución eclesial (históricamente originada en Cristo); o, según sus categorías, ir ‘de dentro hacia fuera’, desde el ‘principio místico’ hacia la realidad visible, institucional. No es el Espíritu Santo quien ‘funda’ la Iglesia –de esto es consciente Möhler– sino Cristo. Pero lo que Cristo pone como realidad eclesial dada, el Espíritu lo despliega. Podríamos decir que en Möhler hay una ‘concentración’ cristológica fundacional y una ‘dilatación’ pneumatológica de esa cristología en la historia”.


La Iglesia, manifestación visible de una comunión de amor

[De todo ello se sigue que lo propio del Espíritu Santo es, en palabras de Pedro Rodríguez, “desplegar” o “dar forma existencial” a la comunión espiritual que los fieles tienen con Cristo; pero esta acción, no es “independiente” de Cristo, porque se trata del Espíritu de Cristo, principio de unidad y vida en la Iglesia. Y así, en la Iglesia, que es Tradición viva (de tradere, entregar o transmitir), surgen las confesiones o proclamaciones de la fe, los dogmas, el culto cristiano y el servicio de la vida cristiana en el mundo, centrado en la caridad. El Concilio Vaticano II dirá: “la Iglesia (…) en su doctrina, en su vida y en su culto perpetúa y transmite a todas las generaciones todo lo que ella es, todo lo que cree”]

“Pero ha de quedar claro: para Möhler lo institucional no es creación del Espíritu Santo en sentido constitutivo –no es esa la idea de Möhler, a pesar de sus expresiones ocasionales– sino que es el despliegue visible de lo dado ya en Cristo. (…) Ese despliegue, en cambio, sí es creación del Espíritu, ese ‘tomar forma’ existencial que es, desde nuestro punto de vista, ‘lo primero’ que encontramos aquí y ahora. Pero no es obra del Espíritu ‘independiente’ de Jesús. El Espíritu Santo es el Espíritu de Cristo. (…)

‘Lo que Möhler quiere subrayar en la Iglesia –escribe Congar– es que, en el fondo, es la creación de un don espiritual interior; que este don espiritual está en ella principal y primordialmente, y que todo lo demás deriva de él su sentido, y que las desviaciones del cisma y de la herejía son ante todo una traición de este 'principio del catolicismo', que es el don del Espíritu Santo. Este principio existe, en los cristianos, como una viva inclinación a la confesión de la verdad, al amor fraterno, a la vida de comunión en el amor, en el seno de la Iglesia. Es de su naturaleza y de su realismo el 'corporeizarse', es decir, reproducirse y expresarse en forma sensible: el dogma o la fe y la tradición viva, que se concretan en fórmulas intelectuales; el culto; en fin, una organización de la comunión eclesiástica’ (Y. Congar en Sainte Église, citado por P. Rodríguez, ibid., 814).

La nueva construcción de La Unidad —ya lo hemos dicho— arranca del Espíritu Santo como principio invisible que da forma a1 organismo de la Iglesia. Del Espíritu Santo brota lo externo, el cuerpo de la Iglesia. Esta construcción surge de dentro, y por ‘dentro’ entiende Möhler la conciencia de la Revelación de Cristo comunicada por el Espíritu Santo. Lo de dentro es lo primero y radical, y lo de fuera sigue siempre, porque es manifestación de lo interiormente poseído (…). El ser de la Iglesia brota desde el interior, y su estructura visible manifiesta externamente su ser. Y como para e1 Möhler romántico toda comunidad está fundada en el amor, la estructura de la Iglesia se remonta también a la caridad del Espíritu de Cristo, que funda la comunión. De ahí que la constitución de la Iglesia no sea otra cosa que ‘la concentración de la caridad’ (…).

La unidad de Espíritu e Iglesia es tan estrecha para e1 Möhler de La Unidad que no se comportan como magnitudes yuxtapuestas. El Espíritu Santo no elige por órgano suyo la comunidad ya existente por sí misma, sino que esta comunidad de creyentes la ha formado Él mismo, y la ha llamado a la vida al infundir en los corazones de los fieles la fuerza unitiva de la caridad. No es un elemento externo lo que ha unido a los discípulos; lo que une desde dentro, haciendo surgir la comunidad, es la caridad del Espiritu Santo que los anima en lo más profundo, alejando todo amor propio, atrayéndolos a todos, uniendolos en una unidad visible, una Iglesia, ‘cuyo vinculo es justamente la caridad, pues solo esta junta, une y forma’. Podría decirse que para Möhler en La Unidad, la convocación de los creyentes que el Padre hace por Cristo —eso es la Iglesia— consiste en la donación del Espíritu de su Hijo, que hace surgir ‘desde dentro’ lo que Cristo les ha hecho resonar en alteridad histórica (‘desde fuera’, si es licito decirlo así)”.


La Iglesia, presencia permanente del Espíritu Santo

[Así pues, la estructura visible de la Iglesia manifiesta su vida interior: “su estructura visible manifiesta externamente su ser”. Y ese ser no es otro que la comunión de amor creada por el Espíritu Santo. De ahí que, sintetiza Pedro Rodríguez: “La Iglesia es madre y a la vez communio. La esencia del cristianismo es vida, y vida comunitaria”. Y así llega a lo que llama “la idea directriz” del libro de Möhler: “la Iglesia es la presencia permanente del Espíritu”, a partir de Pentecostés”]

“Esto es lo propio de la economía cristiana. El Espíritu ha ligado su acción a la Iglesia. Así se ve en Pentecostés: e1 Espíritu Santo descendió sobre la comunidad entera reunida. Solo esta vez –y para siempre– comunicó el Espíritu de manera inmediata e1 nuevo principio de vida. Pero el Espíritu donado en Pentecostés ya no abandona a la Iglesia, sino que permanentemente le da la Vida. En adelante, vige la ley de que nadie recibiría inmediatamente el nuevo principio de vida, como ellos [los Apóstoles], sino que la nueva vida nacida en ellos había de engendrar otra vida semejante en los otros. La nueva vida solo nace en nosotros de la comunión de los creyentes, pues ella siempre ha considerado ‘idénticos el principio que engendra la fe y el que forma la comunidad’; y ella a su vez producirá vida igual en los que aún no viven, es decir, una transmisión por ‘generación’ de la vida divina de quien ya la vive. La totalidad de los creyentes, llena del Espíritu, la Iglesia, es así principio vital, maternal, siempre renovado y el órgano de la acción salvífica del Espíritu. La Iglesia es madre y a la vez communio. La esencia del cristianismo es vida, y vida comunitaria. El individuo no puede, por sí solo, participar de los bienes de salvación; la salvación cristiana, que es santidad de vida, depende de la comunión con los otros (…). Möhler dice citando a San Cipriano que ‘donde hay división, no mora Dios’. En la Iglesia, cada uno vive siempre del otro y con el otro (…). Ideas del Möhler de La Unidad en las que ha insistido especialmente Geiselmann.

Pero vengamos ya a otro texto emblemático de La Unidad. Se encuentra en el parágrafo siguiente:

‘El Espíritu que forma, anima y une la totalidad de los fieles, solo esporádicamente, como por chispazos, descendía acá y allá en la época precristiana sobre los individuos, por lo que tampoco podía formarse una vida espiritual y religiosa comunitaria. Todo se reducía a pormenores y particularidades. Ese mismo Espíritu divino, empero, que vino en forma maravillosa sobre los apóstoles y sobre la entera comunidad cristiana, que sólo entonces empieza a ser propiamente Iglesia verdadera y viva; ese Espíritu, decimos, no se apartaría ya nunca de los creyentes. No vendría ya más, porque está constantemente en la Iglesia. Por el hecho de llenarla Él, la totalidad de los creyentes, que es la Iglesia, es el tesoro inamisible, que a sí mismo se renueva y rejuvenece, del nuevo principio vital, la fuente inagotable de que todos se nutren’ (§ 2, 1).

Aquí expresa Möhler la idea directriz de La Unidad: la Iglesia es la presencia permanente del Espíritu. No hay nuevo Pentecostés en la Iglesia, sencillamente porque el Espíritu ‘no se apartaría ya nunca de los creyentes’. Conviene notar cómo Möhler subraya la originalidad de Pentecostés y el momento fundante de los Apóstoles:

‘Este principio había de comunicarse a partir de ellos dondequiera se diera receptividad para él, de modo que nadie lo recibiría inmediatamente como ellos; la nueva vida que habia nacido en ellos, produciría una vida semejante en los otros’ (§ 3, 2).

A partir de ese momento, los Apóstoles y e1 Espíritu quedan asociados íntimamente. Prácticamente es la fórmula möhleriana la que pasará al Concilio Vaticano II. Así leeremos después en e1 Decr. Ad Gentes del Conc. Vaticano II, n. 4:

‘Para que esto se realizara plenamente Cristo envió de parte del Padre al Espíritu Santo, para que llevara a cabo desde dentro su obra salvífica e impulsara a la Iglesia a extenderse a sí misma. El Espíritu Santo obraba ya, sin duda, en el mundo antes de que Cristo fuera glorificado. Sin embargo, el día de Pentecostés descendió sobre los discípulos para permanecer con ellos para siempre’.

La Tradición será la fuerza espiritual transmitida continuamente: el conocimiento cristiano está condicionado por la presencia del Espíritu Santo que no se comunica sino en la comunión con la Iglesia (cfr. § 4, 1: ‘la verdadera fe, la verdadera gnosis cristiana depende, según la doctrina de la Iglesia primitiva, del Espíritu Santo y su comunicación por la unión con la Iglesia’). ‘Por el hecho de llenarla el Espíritu Santo, la totalidad de los creyentes, que es la Iglesia, es el tesoro inamisible, que a sí mismo se renueva y rejuvenece, del nuevo principio vital, la fuente inagotable de que todos se nutren’ (§ 2, 1). Para situar esta frase de Möhler, hay que entenderla en su polémica antideísta. El Espíritu Santo no solo llama a la Iglesia a la existencia en e1 comienzo, sino que actúa en ella siempre. En realidad, no pretende dar una definición de la Iglesia sino subrayar la función permanente del Espíritu, frente a la tesis: ‘Dios ha creado a la jerarquía y con ello la Iglesia está del todo provista hasta el fin del mundo’ (frase criticada por Möhler en Thelogische Quartalschrift, 1823, p. 467). Compárese esta descripción de la Iglesia en La Unidad con la que ofrecerá después en La Simbólica [otra obra célebre de Möhler]: ‘La Iglesia visible es el Hijo de Dios que se revela continuamente entre los hombres en forma humana, que perpetuamente se renueva y rejuvenece; es su encarnación continua, por esto los fieles son llamados en la Escritura el cuerpo de Cristo’ ($ 32). El principio vital que es el Espíritu Santo se completa en la Simbólica con el principio cristológico”.


El cristianismo es, ante todo, vida

[El cristianismo, concluye Pedro Rodríguez con Möhler, no es mero concepto sino una vida. Vida que es condición, entre otras cosas, para la inteligencia de los misterios de la fe]

“Leamos este texto que de alguna manera cierra el bloque de estos primeros y fundamentales parágrafos del libro:

‘El gran pensamiento en que se funda todo lo dicho hasta aquí y forma su meollo es la idea de que el cristianismo no es un mero concepto, sino cosa que prende al hombre entero, que se enraíza en su vida y solo en ésta puede ser comprendido’ ($ 4, 6).

Este es el descubrimiento que Möhler hace en su meditación de los Padres. No es solo eclesiológico, sino antropológico. Su nueva visión de la existencia cristiana en la Iglesia le lleva a calar ahora en el reduccionismo de la fe que se operaba en la mentalidad de la Ilustración, dominante incluso en el campo católico. Möhler, pues, no se declara antiintelectualista sino, más bien, subraya la necesidad de la apertura total del ser humano a la Verdad divina en la comunión con la Iglesia, que no apela solo a la inteligencia sino que reclama una recepción vital como condición de inteligencia del misterio de Dios, como ha tratado de exponer”.

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(*) P. Rodríguez, “La unidad en la Iglesia en la teología de Johann Adam Möhler”, Scripta Theologica 28 (1996) 809-825, los pasajes seleccionados corresponden a las pp. 810-817.


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