(Imagen: personas de diversas religiones trabajando en un proyecto común)
Durante su visita apostólica en Asia y Oceanía, el Papa Francisco mantuvo un encuentro de carácter interreligioso en Yacarta, Indonesia (un país de gran mayoría musulmana, donde solamente hay un 10% de cristianos y un 3% de católicos), en la mezquita “Istiqlal” (cf. Discurso 5-IX-2024). Fue diseñada por un arquitecto cristiano y está unida a la catedral católica de Santa María de la Asunción por el “túnel (subterráneo) de la amistad”. Allí Francisco alabó la nobleza y la armonía en la diversidad, de modo que los cristianos pueden testimoniar su fe en diálogo con grandes tradiciones religiosas y culturales. El lema de su visita fue “fe, fraternidad, comprensión”.
Amistad y trabajo conjunto
Animó el Papa a los creyentes a proseguir con la comunicación –simbolizada en ese túnel de la amistad– en la vida del país:
“Los animo a continuar por este camino: que todos, todos juntos, cultivando cada uno la propia espiritualidad y practicando la propia religión, podamos caminar en la búsqueda de Dios y contribuir a construir sociedades abiertas, cimentadas en el respeto recíproco y en el amor mutuo, capaces de aislar las rigideces, los fundamentalismos y los extremismos, que son siempre peligrosos y nunca justificables”.
En esta perspectiva, quiso dejarles dos orientaciones. En primer lugar, ver siempre en profundidad. Porque más allá de las diferencias entre las religiones –diferencias en las doctrinas, ritos y prácticas–, “podríamos decir la raíz común de todas las sensibilidades religiosas es una sola: la búsqueda del encuentro con lo divino, la sed de infinito que el Altísimo ha puesto en nuestro corazón, la búsqueda de una alegría más grande y de una vida más fuerte que la muerte, que anima el viaje de nuestras vidas y nos impulsa a salir de nosotros mismos para ir al encuentro de Dios”.
E insistió en lo fundamental: “Mirando en profundidad, percibiendo lo que fluye en lo más íntimo de nuestra vida, el deseo de plenitud que vive en lo más profundo de nuestro corazón, descubrimos que todos somos hermanos, todos peregrinos, todos en camino hacia Dios, más allá de lo que nos diferencia”.
Con ello aludía a una de las claves de estos días: el significado de las religiones y el diálogo y la colaboración entre creyentes (1).
Pocos días después diría a los jóvenes en Singapur: “todas las religiones son un camino hacia Dios” (Encuentro, 13-IX-2024). Así es y se cumple en las religiones propiamente dichas y en la medida en que respeten la dignidad humana y no se opongan a la fe cristiana. No se dice esto, por tanto, en referencia a las deformaciones de la religión como la violencia, el terrorismo, el satanismo, etc.
Por otra parte, el Papa tampoco afirmó que las religiones fueran entre sí equivalentes, o que tuvieran el mismo valor en la perspectiva cristiana (cf. Decl. Nostra Aetate del Concilio Vaticano II y el magisterio posterior, cf. Decl. Dominus Iesus, de 2000). De hecho, la doctrina católica enseña que las religiones, junto con elementos de verdad y de bien, tienen elementos que es necesario purificar (vid. también el documento de la Comisión Teológica Internacional, El cristiano y las religiones, 1996). (2)
En segundo lugar, Francisco invitó a cuidar las relaciones entre los creyentes. Así como un pasaje subterráneo conecta, crea un enlace, “lo que realmente nos acerca es crear una conexión entre nuestras diferencias, ocuparnos de cultivar lazos de amistad, de atención, de reciprocidad”.
En efecto, lejos de todo relativismo o sincretismo, esos vínculos –como han insistido y practicado también los Papas anteriores– “nos permiten trabajar juntos, caminar unidos en la consecución de algún objetivo, en la defensa de la dignidad del hombre, en la lucha contra la pobreza, en la promoción de la paz. La unidad nace de los vínculos personales de amistad, del respeto recíproco, de la defensa mutua de los espacios y las ideas ajenas”.
En otros términos, se trata de “promover la armonía religiosa para el bien de la humanidad” y en esa línea se sitúa la Declaración conjunta preparada para esta ocasión (cf. Declaración conjunta de Istiqlal).
“En ella asumimos con responsabilidad las grandes, y algunas veces, dramáticas crisis que amenazan el futuro de la humanidad, particularmente las guerras y conflictos, desafortunadamente alimentados también por las instrumentalizaciones religiosas; pero también la crisis medioambiental, que se ha convertido en un obstáculo para el crecimiento y la convivencia de los pueblos. Y ante este escenario, es importante que los valores comunes a todas las tradiciones religiosas se promuevan y se refuercen, ayudando a la sociedad a «erradicar la cultura de la violencia y de la indiferencia»”.
Como un faro de luz
En Papúa Nueva Guinea (con una gran mayoría cristiana y un cuarto de ellos católicos), señaló nada más llegar al país: “A todos los que se profesan cristianos –señaló al llegar al país– os exhorto vivamente a que no reduzcan jamás la fe a una observancia de ritos y preceptos, sino a que ésta consista en el amor, en amar y seguir a Jesucristo, y pueda convertirse en cultura vivida, inspirando las mentes y las acciones, transformándose en un faro de luz que ilumine el trayecto. De este modo, la fe podrá ayudar a la sociedad entera a crecer y encontrar soluciones, buenas y eficaces, a sus grandes desafíos” (Encuentro con las autoridades en la “APEL Haus”, Port Moresby, 7-IX-2024).
El perfume de Cristo
En Timor oriental (donde el contexto es bien diverso: una gran mayoría de católicos), a los católicos les invitó a cuidar ante todo su identidad:
“No dejen de profundizar la doctrina del Evangelio, no dejen de madurar en la formación espiritual, catequética, teológica; porque todo esto es necesario para anunciar el Evangelio en esta cultura vuestra y, al mismo tiempo, purificarla de formas arcaicas y, a veces, supersticiosas” (Encuentro con la jerarquía católica y los colaboradores pastorales en la catedral de Dili, 10-IX-2024).
“Recordemos –añadió– que con el perfume –el testimonio de una vida cristiana coherente– debemos ungir los pies de Cristo, que son los pies de nuestros hermanos en la fe, empezando por los más pobres. Los más privilegiados son los más pobres. Y con ese perfume tenemos que cuidarlos. Es elocuente aquí el gesto que los fieles realizan cuando se encuentran con ustedes, sacerdotes: toman la mano consagrada, la acercan a su frente como un signo de bendición” (Ib.).
Finalmente, en Singapur (situado en la vanguardia de la economía y el progreso material, con pocos cristianos pero vivos y comprometidos en el diálogo fraterno entre étnicas, culturas y religiones) durante la misa que celebró en el estadio nacional (el “Singapore Sports Hub”, cf. Homilía,12-IX-2024), subrayó que nada se edifica sin el amor, aunque alguno pudiera pensar que se trata de una afirmación ingenua (3).
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(1) Cf. El análisis de Ismatu Ropi, académico musulmán indonesio, "Clave en el diálogo interreligioso indonesio", en Alfa y Omega 12-IX-2024.
(2) Sobre todo ello puede verse el Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 842-848.
(3) Este texto es una versión sintética del que será publicado en la revista “Omnes”, octubre de 2024.
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