En la vigilia pascual pasada (celebrada por el cardenal Giovanni Baptista Re), la homilía del Papa Francisco considera el signo litúrgico de la llama que desde el cirio pascual, de manera discreta y humilde, termina iluminando todo.
Como un pequeño brote de luz
“La Pascua del Señor no es un evento espectacular con el que Dios se impone y obliga a creer en Él; no es una meta que Jesús alcanza por un camino fácil, esquivando el Calvario; y tampoco nosotros podemos vivirla de manera despreocupada y sin dudas interiores”. De hecho y por el contrario, “la Resurrección es como pequeños brotes de luz que se abren paso poco a poco, sin hacer ruido, a veces todavía amenazados por la noche y la incredulidad”.
El estilo de Dios, señala el obispo de Roma, no es resolverlo todo mágicamente. Por eso, ante la muerte y el mal, el egoísmo y la violencia, hemos de confiar en la esperanza de la Pascua, y llevarla a los demás “con nuestras palabras, con nuestros pequeños gestos cotidianos, con nuestras decisiones inspiradas en el Evangelio”. Así anunciamos la presencia de un nuevo comienzo, un “clarear en la oscuridad”, incluso ahí donde parece imposible.
“En Jesús Resucitado tenemos, en efecto, la certeza de que nuestra historia personal y el camino de la humanidad, aunque todavía inmersos en una noche donde las luces parecen débiles, están en las manos de Dios; y Él, en su gran amor, no nos dejará tambalear ni permitirá que el mal tenga la última palabra”.
Y concluye Francisco con una exhortación: “¡Hagámosle espacio a la luz del Resucitado! Y nos convertiremos en constructores de esperanza para el mundo”.
Buscarlo en la vida
Finalmente, en la homilía de la misa de resurrección (20 de abril), leída por el cardenal Angelo Comastri, Francisco nos animaba, en su última homilía, a buscar al Señor sin cansancio, siempre de nuevo, porque con Él comienza todo de nuevo. De hecho, en los relatos de la resurrección “todos los protagonistas corren”, quizá por la preocupación de que quizá se han llevado el cuerpo del Maestro, y sobre todo, “por el deseo, el impulso del corazón, la actitud interior de quien se pone en búsqueda de Jesús”.
En todo caso, no hay que buscarlo en el sepulcro, porque ya no está allí, sino en la vida. “Porque si ha resucitado de entre los muertos, entonces Él está presente en todas partes, habita entre nosotros, se esconde y se revela también hoy en las hermanas y los hermanos que encontramos en el camino, en las situaciones más anónimas e imprevisibles de nuestra vida. Él está vivo y permanece siempre con nosotros, llorando las lágrimas de quien sufre y multiplicando la belleza de la vida en los pequeños gestos de amor de cada uno de nosotros”.
“En Jesucristo lo tenemos todo”, decía Henri de Lubac. Jesús, señala Francisco, abre nuestra vida a la esperanza, y con Él se renueva nuestra vida. Y acaba pidiendo para todos nosotros el asombro de la fe pascual “porque contigo, Señor, todo es nuevo. Contigo, todo comienza de nuevo”. Así también hemos pedido que lo sea para el Papa Francisco. Descanse en la paz de Cristo y de su Madre.
“La Pascua del Señor no es un evento espectacular con el que Dios se impone y obliga a creer en Él; no es una meta que Jesús alcanza por un camino fácil, esquivando el Calvario; y tampoco nosotros podemos vivirla de manera despreocupada y sin dudas interiores”. De hecho y por el contrario, “la Resurrección es como pequeños brotes de luz que se abren paso poco a poco, sin hacer ruido, a veces todavía amenazados por la noche y la incredulidad”.
El estilo de Dios, señala el obispo de Roma, no es resolverlo todo mágicamente. Por eso, ante la muerte y el mal, el egoísmo y la violencia, hemos de confiar en la esperanza de la Pascua, y llevarla a los demás “con nuestras palabras, con nuestros pequeños gestos cotidianos, con nuestras decisiones inspiradas en el Evangelio”. Así anunciamos la presencia de un nuevo comienzo, un “clarear en la oscuridad”, incluso ahí donde parece imposible.
“En Jesús Resucitado tenemos, en efecto, la certeza de que nuestra historia personal y el camino de la humanidad, aunque todavía inmersos en una noche donde las luces parecen débiles, están en las manos de Dios; y Él, en su gran amor, no nos dejará tambalear ni permitirá que el mal tenga la última palabra”.
Y concluye Francisco con una exhortación: “¡Hagámosle espacio a la luz del Resucitado! Y nos convertiremos en constructores de esperanza para el mundo”.
Buscarlo en la vida
Finalmente, en la homilía de la misa de resurrección (20 de abril), leída por el cardenal Angelo Comastri, Francisco nos animaba, en su última homilía, a buscar al Señor sin cansancio, siempre de nuevo, porque con Él comienza todo de nuevo. De hecho, en los relatos de la resurrección “todos los protagonistas corren”, quizá por la preocupación de que quizá se han llevado el cuerpo del Maestro, y sobre todo, “por el deseo, el impulso del corazón, la actitud interior de quien se pone en búsqueda de Jesús”.
En todo caso, no hay que buscarlo en el sepulcro, porque ya no está allí, sino en la vida. “Porque si ha resucitado de entre los muertos, entonces Él está presente en todas partes, habita entre nosotros, se esconde y se revela también hoy en las hermanas y los hermanos que encontramos en el camino, en las situaciones más anónimas e imprevisibles de nuestra vida. Él está vivo y permanece siempre con nosotros, llorando las lágrimas de quien sufre y multiplicando la belleza de la vida en los pequeños gestos de amor de cada uno de nosotros”.
“En Jesucristo lo tenemos todo”, decía Henri de Lubac. Jesús, señala Francisco, abre nuestra vida a la esperanza, y con Él se renueva nuestra vida. Y acaba pidiendo para todos nosotros el asombro de la fe pascual “porque contigo, Señor, todo es nuevo. Contigo, todo comienza de nuevo”. Así también hemos pedido que lo sea para el Papa Francisco. Descanse en la paz de Cristo y de su Madre.
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(*) Fragmento de un texto más amplio publicado en la revista "Omnes" (mayo del 2025) bajo el título "Hacer espacio a la luz".
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