B. E. Murillo, Adoración de los pastores (h. 1638), Londres, Wallace col.
Para el cristianismo, la Navidad sobrepasa con creces lo intuido en el mito del ave Fénix, que renace de sus cenizas.
En la película del mismo título (Phoenix, Ch. Petzold, 2014: ver trailer), tras la Segunda Guerra Mundial, una mujer se ve obligada a reconstruir no solo su cara sino la propia identidad, incluso ante la persona que ella pensaba que más le quería. Puede verse como una metáfora de la existencia humana. Todos hemos de aprender a renacer para vivir. Y el cristianismo ilumina en profundidad qué puede significar eso.
Según la fe cristiana, la venida de Dios al mundo en Jesucristo fue preparada por un largo camino de siglos. Dios fue “educando” al pueblo elegido de donde saldría el Mesías, para que pudiera reconocer en él la oferta de la salvación, y ser fiel a su vocación inicial de ser mediador para todos los pueblos.
Dios ha querido que la Navidad necesite una madre. Por eso el largo camino que recorrió la “educación” del pueblo de Israel por parte de Dios, en el Antiguo Testamento, se concentra en el alma de María (cf. J. Daniélou, El misterio del Adviento, Madrid 2006, original de 1948, pp. 109 ss.).
Pero esto debe suceder también en nosotros y en las culturas del mundo, incluida nuestra cultura de la imagen y de la tecnología. ¿Cómo podemos pensar el papel de María en todo ello?