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lunes, 30 de octubre de 2023

Adorar y servir

La homilía del Papa Francisco en la clausura de la primera sesión del Sínodo de obispos (Homilía del domingo, 29-X-2023), reconduce el camino de la sinodalidad (lo que es el tema de este sínodo, por genérico y difícil que parezca), a lo fundamental. Está en la respuesta que Jesús da al doctor de la ley que le pregunta cuál es el mandamientos más grande (cf. Mt 22, 36).

“También nosotros –afirma el sucesor de Pedro señalando, ahora, el marco eclesial de la pregunta y de la respuesta– sumergidos en el río vivo de la Tradición, nos preguntamos: ¿Qué es lo más importante? ¿Cuál es la fuerza motriz? ¿Qué es lo más valioso, hasta el punto de ser el principio rector de todo?

La respuesta de Jesús, es, entonces y ahora, clara: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todo tu espíritu. Este es el más grande y el primer mandamiento. El segundo es semejante al primero: Amarás a tu prójimo como a ti mismo2 (Mt 22,37-39).

Y así lo subraya el obispo de Roma, al finalizar este tramo del camino recorrido (la primera fase del sínodo sobre la sinodalidad, que da paso a la segunda fase hasta octubre de 2024): "Es importante contemplar el “principio y fundamento” del que todo comienza y vuelve a comenzar: amar. Amar a Dios con toda la vida y amar al prójimo como a nosotros mismos”.

Por tanto, lo importante, explica, no son las estrategias o los cánculos o las modas. “Pero –añade–, ¿cómo traducir ese impulso de amor? Les propongo dos verbos, dos movimientos del corazón sobre los que quisiera reflexionar: adorar y servir. Se ama a Dios con la adoración y con el servicio”.


Amar es adorar

Primer verbo: adorar. “Amar es adorar”.

En efecto, si los amantes, en un arrebato de romanticismo, se declaran: “te adoro”, esto, como enseña la Sagrada Escritura, propiamente sólo tiene sentido cuando se trata del amor de Dios. Porque adorar algo que no sea Dios, es convertirlo en un ídolo, sea consciente o inconscientemente.

La adoración es la primera respuesta que podemos ofrecer al amor gratuito, al amor sorprendente de Dios”. Así es, y vaya que debería sorprendernos: ¿qué somos cada uno comparados con Dios? ¿Cómo es posible que el único Dios verdadero según la tradición judeocristiana, que ha creado todas las cosas y no necesita nada, se haya enamorado de nosotros? Es algo que no debería dejar de asombrarnos.

Dice Francisco: “El asombro de la adoración es esencial en la Iglesia, sobre todo en este tiempo en el que hemos perdido el hábito de la adoración. Adorar, de hecho, significa reconocer en la fe que sólo Dios es el Señor y que de la ternura de su amor dependen nuestras vidas, el camino de la Iglesia, los destinos de la historia. Él es el sentido de la vida”.

A este propósito es de notar el acento del Papa en reconocer, dentro de la fe, la ternura de Dios. En el Angelus del mismo domingo, dijo: “Un niño aprende a amar en las rodillas de su madre y de su padre, y nosotros lo hacemos en los brazos de Dios. Dice el Salmo: «Como un niño destetado en los brazos de su madre» (131,2), así debemos sentirnos entre los brazos de Dios”. La adoración de que se trata no es por tanto, una manifestación de mero sometimiento ante la majestad y omnipotencia de Dios sino más bien la confianza de un niño (infancia espiritual) en el regazo de su madre y de padre (filiación divina).

Además, cabe pensar que si los cristianos hemos perdido el “hábito” (la buena costumbre) de la adoración, se trata, ciertamente, de algo muy importante. Y, como estamos leyendo, será porque hemos dejado enfriar la fe en la grandeza de Dios, en su ternura, como dice el Papa, en su providencia, en que realmente Él es el que da sentido a la vida. Esto debería llevar a preguntarnos por la “imagen” que nos hemos hecho de Dios, sin duda enfriada por esa parte de la modernidad que nos lleva a vivir prescindiendo de Él. Pero bueno, es algo que se plantea luego.

Sigue el Papa mostrando las consecuencias de la adoración o de la no adoración. “Adorándolo a Él redescubrimos que somos libres.”. Y aquí viene lo de la idolatría. Porque en la Escritura el amor a Dios suele asociarse al rechazo de toda idolatría.

Esto es así, observa Francisco, porque “quien adora a Dios rechaza a los ídolos porque Dios libera, mientras que los ídolos esclavizan, nos engañan y nunca realizan aquello que prometen, porque son ‘obra de las manos de los hombres’ (Sal 115,4)” y así son manipulados por el hombre. “En cambio, Dios es siempre el Viviente, que está aquí y más allá”.

Aquí, una cita de Carlo María Martini advierte que no siempre tenemos una idea justa de Dios. De hecho, a veces nos decepcionamos porque esperábamos o nos imaginábamos que Dios se comportaria de tal manera, y no lo ha hecho. “De esta manera volvemos a recorrer el sendero de la idolatría, pretendiendo que el Señor actúe según la imagen que nos hemos hecho de él” (El jardín interior. Un camino para creyentes y no creyentes, Santander 2015, 71).

“Y esto –apunta Francisco– es un riesgo que podemos correr siempre: pensar que podemos ‘controlar a Dios’, encerrando su amor en nuestros esquemas; en cambio, su obrar es siempre impredecible, va más allá, y por eso este obrar de Dios requiere asombro y adoración”.

Concreta el sucesor de Pedro dos tipos de idolatrías contra las que hemos de luchar siempre: primero, las mundanas (la vanagloria, el ansia de éxito, la autoafirmación a toda costa, la avidez del dinero, el carrerismo); segundo, “las idolatrías disfrazadas de espiritualidad” (en relación con las ideas religiosas o las habilidades pastorales). Y advierte: “Estemos vigilantes, no vaya a ser que nos pongamos nosotros mismos en el centro, en lugar de poner a Dios”

Insiste en la importancia de la adoración, ante todo para los pastores de la Iglesia, pero también para todos. El dedicarle al Señor un tiempo cada día ante el sagrario (para darle gracias, alabarle, contarle lo que nos preocupa, pedirle por las necesidades propias y de los demás; todo ello quizá con el apoyo de algún libro o de algún texto o imagen que nos ayude). ¿Y por qué? Retorna el Papa al argumento de la idolatría y sus variantes. “Porque sólo así nos dirigiremos a Jesús y no a nosotros mismos; porque sólo a través del silencio adorador la Palabra de Dios habitará en nuestras palabras; porque sólo ante Él seremos purificados, transformados y renovados por el fuego de su Espíritu”


Amar es servir

Segundo verbo, servir, porque “amar es servir". (Y eso que en algunos ambientes es un verbo que no está de moda). Cristo une inseparablemente el amor a Dios y al projimo. Y confirma el Papa que no existe una verdadera experiencia religiosa que permanezca sorda a las necesidades de los demás, al clamor del mundo.

También en el Angelus de ese domingo, puso el ejemplo de un espejo o una gota de agua que refleja la imagen de quien lo mira. En este caso, cada cristiano que ama a los demás, como consecuencia del agradecimiento ante el amor de Dios, sería el espejo o la gota que refleja no la propia imagen, sino la imagen de Dios: “Amando a los hermanos, reflejamos, como espejos, el amor del Padre. Reflejar el amor de Dios, ese es el punto; amando a Aquel a quien no vemos, en el hermano que vemos (cfr. 1Jn 4,20)”.

La imagen de la gota es de Santa Teresa de Calcuta, cuando un periodista le preguntó si con lo que hace se hacía la ilusión de cambiar el mundo, respondió: «¡Nunca pensé que podría cambiar el mundo! Sólo intenté ser una gota de agua limpia, en la que pudiera brillar el amor de Dios» (Encuentro con los periodistas tras la concesión del Premio Nobel de la Paz, Roma, 1979).

Dice Francisco en esta homilía: “No hay amor de Dios sin compromiso por el cuidado del prójimo, de otro modo se corre el riesgo del fariseísmo”.

Recordemos que el Papa no habla en general, sino ante todo para quienes están en medio de un sínodo sobre la sinodalidad, que es como decir: para quienes se plantean cómo llevar adelante la Iglesia (de alguna manera todos los cristianos). Y nos pide a todos que no nos engañemos: “Quizás tengamos realmente muchas ideas hermosas para reformar la Iglesia, pero recordemos: adorar a Dios y amar a los hermanos con su mismo amor, esta es la mayor e incesante reforma”.

Esto –concreta el sucesor de Pedro– significa lavar los pies a la humanidad herida, acompañar el camino de los fragiles, de los débieles y los descartados, y salir al encuentro de los más pobres, tal como dice la Escritura. Sin duda algo exigente. No es extraño, en efecto, que el cristianismo sea una verdadera “revolución”.

Pues bien, esta es, dice Francisco, la Iglesia que estamos llamados a soñar: “una Iglesia servidora de todos, servidora de los últimos”. “Una Iglesia que acoge, sirve, ama, perdona.” Una Iglesia con las puertas abiertas, puerto de misericordia.

Al concluir la asamblea sinodal el Papa resalta lo fundamental: “En esta ‘conversación del Espíritu’ hemos podido experimentar la tierna presencia del Señor y descubrir la belleza de la fraternidad. Nos hemos escuchado mutuamente y, sobre todo, en la rica variedad de nuestras historias y nuestras sensibilidades, nos hemos puesto a la escucha del Espíritu Santo”. Aunque todavía no vemos el fruto completo de este proceso, confiamos en que el Señor nos guiará para hacer que seamos una Iglesia más sinodal y más misionera, que también quiere decir una Iglesia que adora a Dios y sirve a todos.

 



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