La fecha de publicación, en la memoria de santa Teresa de Ávila, “quiere presentar a santa Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz como fruto maduro de la reforma del Carmelo y de la espiritualidad de la gran santa española”.
La que según la predicción de san Pío X sería “la santa más grande de los tiempos modernos” se caracterizó por su “caminito de la infancia espiritual”. Primero patrona de las misiones (1927), luego una de las patronas de Francia (1944) y finalmente doctora de la Iglesia (1998), Benedicto XVI propuso su “ciencia del amor” para todo el pueblo cristiano y especialmente para los teólogos.
A través de los títulos o epígrafes que jalonan el documento, distribuidos en cuatro apartados, se pueden seguir bien los acentos que Francisco ha querido poner en el documento.
Jesús nos atrae, también para los demás
Primer apartado, “Jesús para los demás”. Las observaciones de Francisco son precisas. Ante todo, el nombre de religión que escogió para sí, Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz, une el misterio de la encarnación (el “Niño”) con el de la redención (la Santa Faz es el rostro de Cristo que se entrega hasta el fin en la Cruz. En el medio, el nombre de Jesús, “‘respirado’ por Teresa como acto de amor, hasta el último aliento”, que grabó en celda y que constituye su genuina interpretación de la afirmación culminante del Nuevo Testamento: Dios es amor (1 Jn 4, 8 y 16).
Dos luces brillan en la relación de Teresita con Jesús: “alma misionera” y “la gracia que nos libera de la autrreferencialidad”.
Alma misionera, porque, como en todo encuentro auténtico con Cristo, su experiencia de fe la convocaba a la misión. “Teresita pudo definir su misión con estas palabras: ‘En el cielo desearé lo mismo que deseo ahora en la tierra: amar a Jesús y hacerle amar’” (n. 9). No entendía su consagración religiosa sin buscar el bien para sus hermanos. Más aún: “Ella compartía el amor misericordioso del Padre por el hijo pecador y el del Buen Pastor por las ovejas perdidas, lejanas, heridas. Por eso es patrona de las misiones, maestra de evangelización” (Ib.).
Ella entiende que Jesús, al atraerla hacia sí, atrae hacia Él también a las almas que ella ama, sin tensiones ni esfuerzos. Esto sucede sobre la base de la gracia del Bautismo y por la acción del Espíritu Santo, que efectivamente, nos libera de la autorreferencialidad, de una santidad centrada en uno mismo.
“Como un torrente que se lanza impetuosamente hacia el océano arrastrando tras de sí todo lo que encuentra a su paso, así, Jesús mío, el alma que se hunde en el océano sin riberas de tu amor atrae tras de sí todos los tesoros que posee... Señor, tú sabes que yo no tengo más tesoros que las almas que tú has querido unir a la mía” (n. 10).
Teresita vive en su alma el misterio de la Iglesia-esposa de Cristo (cf. Ct 1, 3-4; Ef 5, 25), pero –llama el Papa la atención– “no vive este misterio encerrada en sí misma, sólo en un sentido consolador, sino con un ferviente espíritu apostólico” (n. 11).
El segundo apartado, “el caminito de la confianza y del amor” expresa el mensaje de esta gran santa que comprendió lo que Dios pide a los “pequeños”. Un mensaje también conocido como “el camino de la infancia espiritual”. Se trata de un camino que, como bien señala el Papa, todos pueden vivir. Y que, cabe añadir, ha encontrado otras formas y expresiones en santos como Carlos de Foucauld y Josemaría Escrivá.
Para la santa carmelita de Lisieux, Jesús es como el “ascensor” que nos permite a todos recorrer el “dulce camino del amor”, especialmente a los pequeños y a los pobres.
El abandono antes que el mérito
Y explica Francisco llegando al núcleo teológico de su documento:
Frente a una idea pelagiana de santidad, –aquí, una referencia a la exhort. Gaudete et exsultate, nn. 47-62– individualista y elitista, más ascética que mística, que pone el énfasis principal en el esfuerzo humano, Teresita subraya siempre la primacía de la acción de Dios, de su gracia” (CC 17).
Así se expresa Teresita: “Sigo teniendo la misma confianza audaz de llegar a ser una gran santa, pues no me apoyo en mis méritos —que no tengo ninguno—, sino en Aquel que es la Virtud y la Santidad mismas. Sólo Él, conformándose con mis débiles esfuerzos, me elevará hasta Él y, cubriéndome con sus méritos infinitos, me hará santa”.
Por tanto, observa el Papa, en el marco de la enseñanza tradicional católica sobre la justificación por la gracia con la colaboración de las propias obras, esta santa destaca la primacía de la acción divina que es precisamente la fuente de todos nuestros méritos ante Dios, como recoge el Catecismo de la Iglesia Católica precisamente citando a santa Teresita (cf. n. 2011).
“Por consiguiente –afirma Francisco–, la actitud más adecuada es depositar la confianza del corazón fuera de nosotros mismos: en la infinita misericordia de un Dios que ama sin límites y que lo ha dado todo en la Cruz de Jesucristo” (CC 20)
Y nota que, inncluso cuando habla de la Eucaristía, Teresita no pone por delante su deseo de recibir a Jesús, sino, en palabras del Papa, “el deseo de Jesús que quiere unirse a nosotros y habitar en nuestros corazones (n. 22). Es decir: “El centro y el objeto de su mirada no es ella misma con sus necesidades, sino Cristo que ama, que busca, que desea, que habita en el alma” (Ib.).
¿Qué pide Jesús de nosotros? Teresita afirma que “Jesús no pide grandes hazañas, sino únicamente abandono y gratitud”. Esto no significa, por nuestra parte, de ninguna manera conformismo, quietismo o complejo de inferioridad, sino que, apunta el el Papa, “su confianza sin límites alienta a quienes se sienten frágiles, limitados, pecadores, a dejarse llevar y transformar para llegar alto” (n. 21).
Al mismo tiempo, como vamos viendo, esta confianza y abandono no se refieren únicamente a la propia santificación y a la salvación, sino que abarcan la vida entera liberándola de todo temor: “La confianza plena, que se vuelve abandono en el Amor, nos libera de los cálculos obsesivos, de la constante preocupación por el futuro, de los temores que quitan la paz” (n. 24). Es el “santo abandono”.
Firmísima esperanza en medio de la oscuridad
Esta confianza, incluso en medio de la oscuridad espiritual más absoluta, la vivió Teresita identificándose personalmente con la oscuridad que Jesús quiso experimentar en el calvario por los pecadores. En el contexto del ateísmo propio de finales del siglo XIX, “’edad de oro’ del ateísmo moderno, como sistema filosófico e ideológico” (n. 25), y de su rechazo a la fe, ella, en medio de las tentaciones más fuertes, “se siente hermana de los ateos y sentada, como Jesús, a la mesa con los pecadores (cfr. Mt 9,10-13). Intercede por ellos, mientras renueva continuamente su acto de fe, siempre en comunión amorosa con el Señor” (n. 26).
La mirada en la infinita misericordia de Dios, junto con la conciencia del drama del pecado (recoge el Papa el relato de la santa en relación con la condena del criminal Henri Pranzini) construyen el trampolín desde el que Teresita formula su mensaje.
En el corazón de la Iglesia: sencillez y audacia
El tercer apartado de la exhortación formula densamente ese mensaje: “Seré el amor”. De un lado, “Teresita quiere corresponder al amor de Jesús , devolverle amor por amor” (n. 31). Ella, observa el sucesor de Pedro, es un ejemplo de cómo el amor a Dios es a la vez eclesial y personalísimo, de corazón a corazón. “La santa “tiene la viva certeza de que Jesús la amó y conocio personamente en su Pasión” y a lo largo de Su vida (n. 33). Y su clave de lectura del Evangelio es “Jesús, te amo”.
De otro lado, y al mismo tiempo, “Teresita heredó de santa Teresa de Ávila un gran amor a la Iglesia y pudo llegar a lo hondo de este misterio” (n. 38). A los seis años de su profesión religiosa, declara haber descubierto su lugar “en el corazón de la Iglesia”. Leyendo la primera carta a los Corintios (sobre los miembros del Cuerpo de la Iglesia), ella desea reconocerse en todas las vocaciones. Entonces llega a la conclusión de que “el amor encerraba en sí todas las vocaciones”, que lo es todo, que es eterno… Y concluye decididamente: “En el corazón de la Iglesia, mi Madre, yo seré el amor”
Ese corazón, observa el Papa, “no es el corazón de una Iglesia triunfalista, es el corazón de una Iglesia amante, humilde y misericordiosa” (n. 40). Y “tal descubrimiento del corazón de la Iglesia –escribe– es también una gran luz para nosotros hoy, para no escandalizarnos por los límites y debilidades de la institución eclesiástica, marcada por oscuridades y pecados, y entrar en su corazón ardiente de amor, que se encendió en Pentecostés gracias al don del Espíritu Santo. Es ese corazón cuyo fuego se aviva más aún con cada uno de nuestros actos de caridad. ‘Yo seré el amor’, esta es la opción radical de Teresita, su síntesis definitiva, su identidad espiritual más personal” (n. 41).
Ella “estaba escuchando la llamada de Dios a poner fuego en el corazón de la Iglesia más que a soñar con su propia felicidad” (n. 42). Y “la transformación que se produjo en ella le permitió pasar de un fervoroso deseo del cielo a un constante y ardiente deseo del bien de todos, culminando en el sueño de continuar en el cielo su misión de amar a Jesús y hacerlo amar” (n. 43).
En suma, “de este modo llegaba a la última síntesis personal del Evangelio, que partía de la confianza plena hasta culminar en el don total para los demás” (n. 44).
Y todo ello la situaba “en el corazón del Evangelio” (título del cuarto y último apartado de la exhortación papal), es decir, en lo “esencial”. Al escoger este título, Francisco desea señalar ante todo que es necesario anunciar el Evangelio desde su núcleo. Y que, como viene enseñando desde el principio de su pontificado, “no todo es igualmente central, porque hay un orden o jerarquía entre las verdades de la Iglesia, y ‘esto vale tanto para los dogmas de fe como para el conjunto de las enseñanzas de la Iglesia, e incluso para la enseñanza moral’ (EG, 37) (CC, 48).
Advierte el Papa que “todavía necesitamos recoger esta intuición genial de Teresita y sacar las consecuencias teóricas y prácticas, doctrinales y pastorales, personales y comunitarias. Se precisan audacia y libertad interior para poder hacerlo” n. 50). Como sucede también con los santos y su mensaje, necesitamos ir al núcleo y al corazón del mensaje de esta santa que Francisco llama “doctora de la síntesis”. Ella nos enseña la “pequeña grandeza” de hacer de la propia vida un regalo que lleva “el valor del amor que se vuelve intercesión” (n. 52) en un camino de pequeñez, de cuidado, de salida misionera.
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