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sábado, 21 de octubre de 2023

Crisis climática, responsabilidad moral y fe cristiana


La confianza en Dios, propia de la fe (de ahí el término "fiel"= el que tiene confianza) nos da también la capacidad de confiar en quienes nos rodean. Y nos lleva a cuidar lo que pertenece al bien común, comenzando por la dignidad humana y abarcando el cuidado de la Tierra, que es para todos. 

La exhortación apostólica Laudate Deum (LD), sobre la crisis climática (4-X-2023), es una continuación de la encíclica Laudato si’ (LS) sobre el cuidado de la casa común (2015).


El marco de la Doctrina Social de la Iglesia

Vale la pena, ante todo, decir que se trata de dos documentos de la Doctrina Social de la Iglesia (DSI). Y en esto cabría señalar tres puntos.

1) Enseña el Catecismo de la Iglesia Católica (n. 2419) que "la revelación cristiana nos conduce a una comprensión más profunda de las leyes de la vida social” (GS 23) y que "la Iglesia recibe del Evangelio la plena revelación de la verdad del hombre". En consecuencia : "Cuando cumple su misión de anunciar el Evangelio, enseña al hombre, en nombre de Cristo, su dignidad propia y su vocación a la comunión de las personas; y le descubre las exigencias de la justicia y de la paz, conformes a la sabiduría divina".  De modo que, como también enseña el Compendio de la Doctrina social de la Iglesia (2004), elaborado por expreso deseo de san Juan Pablo II, "la doctrina social es parte integrante del ministerio de evangelización de la Iglesia" (n. 66).

Por tanto, no se trata de que los pastores, comenzando por el Papa, se "metan" en política o en cuestiones socioeconómicas que no les corresponden, sino que, al enseñar la DSI, recurriendo a los datos que las ciencias aportan (y por tanto con los lógicos márgenes que eso supone), los pastores realizan una parte importante de la misión evangelizadora de la Iglesia. Esta función de la jerarquía de la Iglesia se mueve habitualmente en el terreno general de las orientaciones morales, pero no de las acciones concretas que en el campo de las realidades sociales han de llevar a la práctica sobre todo los fieles laicos.

2) Dicho de otra manera, conviene tener presente que en la DSI cada cristiano, ante todo como cada ciudadano del mundo, es siempre responsable, en cierta medida, mayor o menor, de las acciones concretas en favor del bien común de la sociedad, segun su propia vocación y misión. No es lo misma la responsabilidad de un obispo o de un presbítero que la de un fiel laico; y entre los laicos, la responsaiblidad varía según su propia situación: edad, profesión, y otras circunstancias.

3) Por último aunque podría considerarse lo primero, entre los muchos ámbitos de la DSI, aquí se trata de la ecología y por tanto de la ética ambiental, sus intereses valores y estrategiasY se trata desde una visión cristiana de la ecología, o desde el sentido cristiano de la ecología

Al ofrecerse en diálogo con todas las personas de buena voluntad, los argumentos de la Doctrina social,  junto con los principios generales de la moral social, muchos de ellos inmutables, dependen de los datos que proporciona la razón y la ciencia sobre el tema, y están sujetos al discernimiento personal y social. 
Así lo señala un texto de san Pablo VI que merece la pena recoger por entero: 

"Frente a tantos nuevos interrogantes, la Iglesia hace un esfuerzo de reflexión para responder, dentro de su propio campo, a las esperanzas de hombres y mujeres. El que hoy los problemas parezcan originales debido a su amplitud y urgencia, ¿quiere decir que la persona no se halla preparada para resolverlos? La enseñanza social de la Iglesia acompaña con todo su dinamismo a hombres y mujeres en esta búsqueda. Si bien no interviene para confirmar con su autoridad una determinada estructura establecida o prefabricada, no se limita, sin embargo, simplemente a recordar unos principios generales. Se desarrolla por medio de la reflexión madurada al contacto con situaciones cambiantes de este mundo, bajo el impulso del Evangelio como fuente de renovación, desde el momento en que su mensaje es aceptado en la plenitud de sus exigencias. Se desarrolla con la sensibilidad propia de la Iglesia, marcada por la voluntad desinteresada de servicio y la atención a los más pobres; finalmente, se alimenta en una rica experiencia multisecular que le permite asumir, en la continuidad de sus preocupaciones permanentes, las innovaciones atrevidas y creadoras que requiere la situación presente del mundo" (Carta ap. Octogesima Adveniens, 42)

En todo caso, en la enseñanza social de la Iglesia está siempre presente, desde el principio y cada vez de modo continuo, la mirada de la fe, aunque esa mirada solo se explicite de vez en cuando, quizá más bien al final de las reflexiones, como para declarar abiertamente que la fe no contradice a la razón, a la ciencia y a la cultura, sino que las ilumina y se sitúa en diálogo con ellas.

Dicho lo cual, podemos ya presentar brevemente la exhortación apostólica, con su introduccion y seis puntos.


Un drama moral

En la introducción el Papa parte, también aquí, de la mirada asombrada de Jesús ante las maravillas de la creación de su Padre : "Mirad los lirios del campo… " (Mt 6, 28-29). Enseguida declara el motivo del documento: ocho años después de su encíclica Laudato si’ sobre el cuidado de la casa común, no se ven "reacciones suficientes" ante un mundo que "se va desmoronando y quizás acercándose a un punto de quiebre" (n. 2).

No se trata un tema meramente ecológico, sino que tiene graves repercusiones sobre el conjunto de la sociedad y comunidad mundial, sobre todo para las personas más vulnerables. En muchos casos se trata de un verdadero drama moral que implica diversos casos de lo que se denomina "pecado estructural" (cf. enc. Sollicitudo rei socialis, 36).

Así dice el Catecismo de la Iglesia Católica (n. 1869) : "Los pecados provocan situaciones sociales e instituciones contrarias a la bondad divina. Las ‘estructuras de pecado’ son expresión y efecto de los pecados personales. Inducen a sus víctimas a cometer a su vez el mal. En un sentido analógico constituyen un ‘pecado social’".

El obispo de Roma comienza afirmando la existencia de la crisis climática global (nn. 5-19) en la que las causas humanas, si no las únicas, cuentan notablemente. Constata las resistencias y confusiones en la opinión pública, concretamente respecto al calentamiento global del planeta, resistencias y confusiones que achaca a falta de información o simplificaciones a veces intencionadas. Sostiene que algunos daños y riesgos son irreversibles quizá durante cientos de años. Y que más vale prevenir una catástrofe que lamentarla por negligencia. "Se nos pide nada más que algo de responsabilidad ante la herencia que dejaremos tras nuestro paso por este mundo" (n. 18). Además, como ha puesto de manifesto la pandemia del covid-19, todo está conectado y nadie se salva solo.

A continuación, Francisco lamenta el paradigma tecnocrático que sigue avanzando detrás de la degradación del ambiente. Se trata de un modo de pensar "Como si la verdad, el bien y la realidad brotaran espontáneamente del mismo poder tecnológico y económico" (LS 105); de ahí la propuesta de un crecimiento infinito o ilimitado (cf. ib., 106). Todo lo que ha sido creado se somete al capricho de la mente o de las capacidades humanas, lo que proporciona, a quienes lo manejan, un escalofriante dominio sobre el mundo entero, dominio que nadie garantiza que sea utilizado para el bien. En consecuencia se ve necesario repensar nuestro uso del poder (nn. 24 ss.), su sentido y sus límites, máxime en ausencia de una ética solida y una espiritualidad verdaderamente humana.

Frente a todo ello, el sucesor de Pedro enseña que el mundo no puede ser un mero objeto de aprovechamiento o disfrute y que el ser humano no es solamente un factor capaz de dañar el ambiente; sino que "la vida humana, la inteligencia y la libertad integran la naturaleza que enriquece a nuestro planeta y son parte de sus fuerzas internas y de su equilibrio" (n. 26). Pero de hecho, en la línea que advertía ya en 1970 san Pablo VI, "hace falta lucidez y honestidad para reconocer a tiempo que nuestro poder y el progreso que generamos se vuelven contra nosotros mismos" (n. 28). Manipulados por la lógica del máximo beneficio al menor costo, "a veces los mismos pobres caen en el engaño de un mundo que no se construye para ellos" (n. 31). Así es, y todo ello nos devuelve siempre la pregunta por el sentido de la vida y del trabajo humano. Es lo que el Papa llama el aguijón ético, es decir, la responsabilidad moral.


Falta de una política internacional eficaz

Desde ahí pasa Francisco, en un tercer punto, a denunciar la debilidad de la política internacional (cf. nn. 34 ss). Si cada generación es responsable del cuidado del planeta en solidaridad con los demás, son los Estados los que tienen la mayor responsabilidad. Subraya la necesidad de una autoridad mundial en este tema, no necesariamente reducida a una persona o un grupo de personas, pero en todo caso regulada por el derecho internacional y dotada de autoridad real. Se impone asimismo la necesidad de reconfigurar el multilateralismo (cf. nn. 37 ss.), facilitando que los ciudadanos puedan controlar el poder político en el horizonte de la fraternidad universal. Hace falta renovar la política y la diplomacia, dotando al mundo de mecanismos globales "ante los retos ambientales, sanitarios, culturales y sociales, especialmente para consolidar el respeto a los derechos humanos más elementales" (n. 42) y "asegurar" así el cuidado de todos.

Uno de los medios que se vienen poniendo son las conferencias sobre el clima, con sus avances y fracasos, en las últimas décadas. En ellas se proponen procesos y mecanismos para paliar o compensar los daños producidos por el cambio climático, sobre todo en los países en vías de desarrollo. Pero no se prevén sanciones ni instrumentos eficaces para garantizar el cumplimiento de las disposiciones tomadas. La última de las conferencias (la COP27 de Scharm El Seikh, Egipto, 2022) fue testigo de las difíciles negociaciones en el marco de la crisis producida por la invasión de Ucrania. Estas negociaciones no avanzan a causa de los países que ponen sus intereses nacionales por delant del bien común global (cf. LS 169), con lo que eso supone de "falta de conciencia y de responsabilidad" (LD, n. 52).

En suma, las conferencias celebradas y los acuerdos tomados, ciertamente, han servido para frenar el avance del cambio climático, pero no con la velocidad suficiente.

El quinto apartado lo dedica el Papa a las expectativas ante la COP28 de Dubái (Emiratos Árabes Unidos), prevista para celebrarse del 20 de noviembre al 12 de diciembre de 2023). Dubái es gran exportador de energías fósiles, al mismo tiempo que hace importantes inversiones en energías renovables. Ahí se abre la esperanza de que el camino tome una dirección más efectiva. Pero también ahora se alza la sombra del doble lenguaje, de modo que todo quede como un juego para distraer. "Necesitamos superar la lógica de aparecer como seres sensibles y al mismo tiempo no tener la valentía de producir cambios sustanciales" (n. 56).

No basta, pues, con los parches tecnológicos a los problemas, sin afrontar las cuestiones de fondo. Francisco considera una irresponsabilidad presentar todo esto como un problema meramente ambiental, "verde" o romántico: "Aceptemos finalmente que es un problema humano y social en un variado arco de sentidos" (n. 58). Es la sociedad entera la que "debería ejercer una sana ‘presión’, porque a cada familia le corresponde pensar que está en juego el futuro de sus hijos" (Ib.). Entiende que se necesitan "formas vinculantes de transición energética que tengan tres características: que sean eficientes, que sean obligatorias y que se puedan monitorear fácilmente" (n. 59). Y un proceso que sea a la vez drástico, intenso y que cuente con el compromiso de todos.


Motivaciones espirituales a la luz de la fe

El sexto y último punto del documento expone las motivaciones espirituales (nn. 61 ss.) "que brotan de la propia fe", sobre todo para los fieles católicos, a la vez que alienta que se haga lo mismo para los otros creyentes. El reconocimiento de Dios como creador, el respeto por el mundo, la sabiduría que de ahí dimana y el agradecimiento por todo ello se condensan en la actitud misma de Jesús, cuando contemplaba la realidad creada e invitaba a sus discípulos a cultivar actitudes semejantes (cf. n. 64). Además, el mundo será renovado en relación con Cristo resucitado, que envuelve a todas las criaturas y las orienta a un destino de plenitud, de modo que hay mística en las realidades más pequeñas y que "el mundo canta un Amor infinito: ¿cómo no cuidarlo ?" (n. 65).

Ante el paradigma tecnocrático, la cosmovisión judeocristiana invita a sostener un "antropocentrismo situado", es decir, que la vida humana se sitúa en el contexto de todas las criaturas. Como ya decía LS, 89: "Todos los seres del universo estamos unidos por lazos invisibles y conformamos una especie de familia universal, una sublime comunión que nos mueve a un respeto sagrado, cariñoso y humilde". No cabe pues pensar en "un ser humano autónomo, todopoderoso ilimitado" (LD, 68), sino abrirse a una perspectiva más humilde y más rica.

La propuesta del Papa para los fieles católicos es clara: individualmente, reconciliarnos con el mundo que nos alberga, embellecerlo con la propia aportación. Al mismo tiempo, fomentar adecuadas políticas nacionales e internacionales. En todo caso, lo que importa –afirma Francisco– es "recordar que no hay cambios duraderos sin cambios culturales, sin una maduración en la forma de vida y en las convicciones de las sociedades, y no hay cambios culturales sin cambios en las personas" (n. 70).

Aquí podría haber aludido al papel del Espíritu Santo como promotor de la unidad y de la vida cristiana en un mundo lleno de "semillas del Verbo", es decir, de mensajes de belleza, verdad y bien tanto en los corazones como en las culturas y en toda la realidad creada. Ese mismo Espíritu nos impulsa, especialmente a los cristianos, a contribuir, en modos y medidas diversos, al cuidado de la Tierra, como ciudadanos y como hijos de Dios, con la confianza puesta en nuestro Padre, con la vida de Jesús que late en nosotros y con la colaboración de nuestros trabajos al servicio de todos. Así podremos, como propone Francisco, caminar en comunión y en compromiso.

En todo caso, respecto a la crisis climática, concluye que junto a las decisiones políticas necesarias, se precisa un cambio en el estilo de vida, con gestos –que pueden incentivar los procesos de transformación a nivel social y político– a nivel personal, familiar y comunitario: "El esfuerzo de los hogares por contaminar menos, reducir los desperdicios, consumir con prudencia, va creando una nueva cultura" (n. 71). Así se podrá avanzar "en la senda del cuidado mutuo".

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