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domingo, 27 de enero de 2019
Un sueño llamado Jesucristo
Francisco se ha encontrado con los jóvenes (cf. Discurso de apertura de la JMJ de Panamá, 24-I-2019) y les ha animado a ir adelante. “Ir adelante no para crear una Iglesia paralela un poco más ‘divertida’ o ‘cool’ en un evento para jóvenes, con algún que otro elemento decorativo, como si a ustedes eso los dejara felices. Pensar así sería no respetarlos y no respetar todo lo que el Espíritu a través de ustedes nos está diciendo”.
Al contrario: ir adelante para encontrar y despertar juntos “la continua novedad y juventud de la Iglesia abriéndonos siempre a esa gracia del Espíritu Santo que hace tantas veces un nuevo Pentecostés” (cfr. Sínodo sobre los Jóvenes, Doc. final, 60). Y eso solo es posible, como se ha vivido en el Sínodo, “si nos animamos a caminar escuchándonos y a escuchar complementándonos, si nos animamos a testimoniar anunciando al Señor en el servicio a nuestros hermanos; que siempre es un servicio concreto”
El papa sabe, y lo dice, que para muchos llegar hasta aquí no fue fácil. “ Venimos de culturas y pueblos diferentes (...), pero nada de eso impidió poder encontrarnos (...) y estar juntos, divertirnos juntos, celebrar juntos, confesar a Jesucristo juntos”.
Un sueño grande: Cristo
Esto es así porque “el amor verdadero no anula las legítimas diferencias, sino que las armoniza en una unidad superior” (Benedicto XVI, Homilía, 25-I-2006). He ahí –apunta el papa argentino– un criterio: saber distinguir “los constructores de puentes y los constructores de muros, esos constructores de muros que sembrando miedos buscan dividir y broquelear a la gente”.
Encontrarse –lo enseñan los jóvenes– no significa mimetizarse, ni que todos piensen lo mismo o vivir todos iguales haciendo y repitiendo las mismas cosas:. “Encontrarse es animarse a otra cosa, es entrar en esa cultura del encuentro, es un llamado y una invitación a atreverse a mantener vivo y juntos un sueño en común”.
Es este un sueño que no nos anula, sino que nos enriquece. “Un sueño grande y un sueño capaz de cobijar a todos. Ese sueño por el que Jesús dio la vida en la cruz y el Espíritu Santo se desparramó y tatuó a fuego el día de Pentecostés en el corazón de cada hombre y cada mujer, en el corazón de cada uno, en el tuyo, en el tuyo, en el tuyo, en el mío, también en el tuyo, lo tatuó a la espera de que encuentre espacio para crecer y para desarrollarse”.
Brevemente: “Un sueño, un sueño llamado Jesús, sembrado por el Padre, Dios como Él –como el Padre–, enviado por el Padre con la confianza que crecerá y vivirá en cada corazón”. Esta es la propuesta de Jesús: «Que os améis unos a otros Como yo os he amado, amaos también unos a otros En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si os tenéis amor unos a otros” (Jn 13, 34).
Así lo expresó Oscar Romero –uno de los santos patronos de esta Jornada, junto con Martín de Porres, Juan Diego, Rosa de Lima, José Sánchez del Río, María Romero Meneses, Juan Bosco y Juan Pablo II–: “El cristianismo es una Persona que me amó tanto, que reclama y pide mi amor. El cristianismo es Cristo» (Homilía, 6-XI-1977).
Y lo confirma Francisco: “Es Cristo, es desarrollar el sueño por el que dio la vida: amar con el mismo amor con que Él nos amó. No nos amó hasta la mitad, no nos amó un cachito, nos amó totalmente, nos llenó de ternura, de amor, dio su vida”.
La seguridad de que somos amados
Eso es lo que nos mantiene unidos: “la seguridad de saber que fuimos amados, que hemos sido amados con un amor entrañable que no queremos y no podemos callar, un amor que nos desafía a responder de la misma manera: con amor, que es el amor de Cristo que nos apremia (cf. 2 Co 5,14)”.
El de Cristo es una amor “que no aplasta, es un amor que no margina, que no se calla, un amor que no humilla ni avasalla. Es el amor del Señor, un amor de todos los días, discreto y respetuoso, amor de libertad y para la libertad, amor que cura y que levanta”.
Y sobre esa base, que sabe al “himno a la caridad” (cf. 1 Co 13, 1-13), les propone lo mismo que Pablo, y sobre todo lo mismo que Cristo, con palabras que ellos entienden bien: “No tengan miedo de amar, no tengan miedo de ese amor concreto, de ese amor que tiene ternura, de ese amor que es servicio, de ese amor que gasta la vida”.
Invitados a hacer posibles los sueños de Dios
Ese sueño –la vida de Cristo en nosotros y en el mundo– es el que centra y resume los sueños de Dios. (Sueños que se hicieron posibles por la fidelidad de Maria y José).
El ángel invitó a María a participar de ese sueño, más aún, a hacerlo posible. Y ella respondió con el lema de estas Jornadas de Panamá: «He aquí la sierva del Señor, hágase en mí según tu palabra» (Lc 1,38).
María –constata Francisco– se animó a decir “sí”. Se animó a darle vida al sueño de Dios. Y esto es lo que hoy nos pregunta, a los jóvenes –y a todos los demás que querríamos ser siempre jóvenes, y quién no– con las palabras y el acento del papa porteño:
“¿Querés darle carne con tus manos, con tus pies, con tu mirada, con tu corazón al sueño de Dios? ¿Querés que sea el amor del Padre el que te abra nuevos horizontes y te lleve por caminos jamás imaginados, jamás pensados, soñados o esperados que alegren y hagan cantar y bailar tu corazón?”
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