miércoles, 18 de marzo de 2015

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Sueños de Dios

Dios piensa en cada uno de nosotros, sueña con nosotros, 
“quiere ‘recrearnos’, hacer nuevo nuestro corazón, para que triunfe la alegría” (Francisco)

En una de sus homilías de Santa Marta (16-III-2015), el Papa Francisco plantea cómo debe de ser el soñar de Dios con nosotros.

Comienza leyendo un pasaje del libro de Isaías (65, 17-21): “Así dice el Señor: Mirad: yo voy a crear un cielo nuevo y una tierra nueva”. Y observa que se trata de una segunda creación más maravillosa que la primera, porque Dios rehace el mundo destruido por el pecado; y lo rehace renovándolo todo en Jesucristo.

Y al renovarlo todo, Dios manifiesta su inmensa alegría. El Señor tiene tanto entusiasmo: habla de alegría y dice: “Me gozaré de mi pueblo”. Esto, señala Francisco, es como si fuese un sueño del Señor, de Dios que sueña con nosotros. Como si se dijera: “Qué bonito cuando estemos todos juntos, cuando estemos allí, o cuando aquella persona, aquella otra… camine conmigo…”. Como sueñan los novios en su futuro.


Dios sueña con nosotros...

Dios piensa en cada uno de nosotros, sueña con nosotros, “quiere ‘recrearnos’, hacer nuevo nuestro corazón, para que triunfe la alegría”. Insiste el Papa y nos interpela: “¿Lo habéis pensado? ¡El Señor sueña conmigo! ¡Piensa en mí! ¡Estoy en la mente, en el corazón del Señor! ¡El Señor es capaz de cambiarme la vida!" Según Isaías y en palabras de Francisco, “Dios hace tantos planes: construiremos casas…, plantaremos viñas, comeremos juntos…, todas las ilusiones que pueda tener un enamorado”.

El Señor –continúa el Papa– se muestra enamorado de su pueblo y le dice: “No te he elegido porque seas el más fuerte, el más grande, el más poderoso. Te he escogido porque eres el más pequeño de todos” —incluso, añade Francisco, “podría decirse, el más miserable de todos—. Pero te he elegido así, y eso es el amor”.


...y su amor le lleva a cambiarnos y a curarnos

Ese enamoramiento de Dios con nosotros se ve también en el evangelio de la curación del hijo del funcionario real. (cf. Jn 4, 43-54). Y ese amor que nos tiene le lleva a cambiarnos, a curarnos de nuestro mal, como al hijo del personaje del evangelio. Entonces, se pregunta el Papa, ¿qué tengo que hacer yo, cada uno? Y propone: “Creer. Creer que el Señor puede cambiarme, que es todo poderoso”; creer en la palabra de Jesús que tenía el poder de devolver la salud al hijo del funcionario real, y que tiene ahora –siempre– el poder de cambiarme a mí.

Y concluye Francisco: “La fe es dejar sitio a ese amor de Dios, dejar sitio al poder de Dios”; pero no simplemente al poder de alguien muy poderoso; sino “al poder de alguien que me quiere, que está enamorado de mí y quiere vivir la alegría conmigo”. Eso es la fe, subraya. “Eso es creer: dejar sitio al Señor para que venga y me cambie”.


* * *

En efecto: creer es creer que el amor de Dios es tan poderoso que lo puede cambiar todo, comenzando por mi propio corazón miserable. La fe cristiana es creer en el amor, incluso ante la oscuridad de la inteligencia o la rebeldía del corazón, ante un fracaso, ante un aparente cerrarse del horizonte. Y creer no en cualquier amor, sino en el de Dios, que es todopoderoso.

Y esa fe lleva a actuar. ¿Cómo? Dejando sitio para que Dios venga a cambiarme. Es esta fe, que propone Francisco, propiamente la fe cristiana: fe realista, nada “quietista", lo que podría llevar a la comodidad; tampoco una fe “activista” como si todo dependiera exclusivamente de nosotros mismos. Es dejar que Dios sea Dios y actúe así en el mundo, incluso a través de mí si lo desea, y lo desea siempre. 

En cualquier caso se trata de dejarle actuar, valga la redundancia, “activamente” por nuestra parte, trabajando, haciendo lo que está en nuestra mano para cambiar primero cada uno, en esto o en aquello; quizá buscando un buen consejo o acompañamiento espiritual, un compromiso mayor en nuestro camino hacia Dios; puede ser necesario confesar los pecados, o tomar la decisión, ahora sí, aunque lo hayamos visto conveniente muchas veces anteriores, de preocuparnos más por los otros, por sus necesidades materiales y espirituales. Y siempre fortalecidos, vivificados por la Eucaristía.

1 comentario:

  1. Fabuloso sentirse soñado por Dios. Quisiera ser su mejor sueño... deberé esforzarme más. En definitiva saberse amado, querido, soñado... SABERSE HIJO DE DIOS !que paz!
    Gracias
    Un fuerte abrazo

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