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lunes, 30 de octubre de 2023

Adorar y servir

La homilía del Papa Francisco en la clausura de la primera sesión del Sínodo de obispos (Homilía del domingo, 29-X-2023), reconduce el camino de la sinodalidad (lo que es el tema de este sínodo, por genérico y difícil que parezca), a lo fundamental. Está en la respuesta que Jesús da al doctor de la ley que le pregunta cuál es el mandamientos más grande (cf. Mt 22, 36).

“También nosotros –afirma el sucesor de Pedro señalando, ahora, el marco eclesial de la pregunta y de la respuesta– sumergidos en el río vivo de la Tradición, nos preguntamos: ¿Qué es lo más importante? ¿Cuál es la fuerza motriz? ¿Qué es lo más valioso, hasta el punto de ser el principio rector de todo?

La respuesta de Jesús, es, entonces y ahora, clara: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todo tu espíritu. Este es el más grande y el primer mandamiento. El segundo es semejante al primero: Amarás a tu prójimo como a ti mismo2 (Mt 22,37-39).

Y así lo subraya el obispo de Roma, al finalizar este tramo del camino recorrido (la primera fase del sínodo sobre la sinodalidad, que da paso a la segunda fase hasta octubre de 2024): "Es importante contemplar el “principio y fundamento” del que todo comienza y vuelve a comenzar: amar. Amar a Dios con toda la vida y amar al prójimo como a nosotros mismos”.

Por tanto, lo importante, explica, no son las estrategias o los cánculos o las modas. “Pero –añade–, ¿cómo traducir ese impulso de amor? Les propongo dos verbos, dos movimientos del corazón sobre los que quisiera reflexionar: adorar y servir. Se ama a Dios con la adoración y con el servicio”.


Amar es adorar

Primer verbo: adorar. “Amar es adorar”.

En efecto, si los amantes, en un arrebato de romanticismo, se declaran: “te adoro”, esto, como enseña la Sagrada Escritura, propiamente sólo tiene sentido cuando se trata del amor de Dios. Porque adorar algo que no sea Dios, es convertirlo en un ídolo, sea consciente o inconscientemente.

La adoración es la primera respuesta que podemos ofrecer al amor gratuito, al amor sorprendente de Dios”. Así es, y vaya que debería sorprendernos: ¿qué somos cada uno comparados con Dios? ¿Cómo es posible que el único Dios verdadero según la tradición judeocristiana, que ha creado todas las cosas y no necesita nada, se haya enamorado de nosotros? Es algo que no debería dejar de asombrarnos.

Dice Francisco: “El asombro de la adoración es esencial en la Iglesia, sobre todo en este tiempo en el que hemos perdido el hábito de la adoración. Adorar, de hecho, significa reconocer en la fe que sólo Dios es el Señor y que de la ternura de su amor dependen nuestras vidas, el camino de la Iglesia, los destinos de la historia. Él es el sentido de la vida”.

A este propósito es de notar el acento del Papa en reconocer, dentro de la fe, la ternura de Dios. En el Angelus del mismo domingo, dijo: “Un niño aprende a amar en las rodillas de su madre y de su padre, y nosotros lo hacemos en los brazos de Dios. Dice el Salmo: «Como un niño destetado en los brazos de su madre» (131,2), así debemos sentirnos entre los brazos de Dios”. La adoración de que se trata no es por tanto, una manifestación de mero sometimiento ante la majestad y omnipotencia de Dios sino más bien la confianza de un niño (infancia espiritual) en el regazo de su madre y de padre (filiación divina).

Además, cabe pensar que si los cristianos hemos perdido el “hábito” (la buena costumbre) de la adoración, se trata, ciertamente, de algo muy importante. Y, como estamos leyendo, será porque hemos dejado enfriar la fe en la grandeza de Dios, en su ternura, como dice el Papa, en su providencia, en que realmente Él es el que da sentido a la vida. Esto debería llevar a preguntarnos por la “imagen” que nos hemos hecho de Dios, sin duda enfriada por esa parte de la modernidad que nos lleva a vivir prescindiendo de Él. Pero bueno, es algo que se plantea luego.

Sigue el Papa mostrando las consecuencias de la adoración o de la no adoración. “Adorándolo a Él redescubrimos que somos libres.”. Y aquí viene lo de la idolatría. Porque en la Escritura el amor a Dios suele asociarse al rechazo de toda idolatría.

Esto es así, observa Francisco, porque “quien adora a Dios rechaza a los ídolos porque Dios libera, mientras que los ídolos esclavizan, nos engañan y nunca realizan aquello que prometen, porque son ‘obra de las manos de los hombres’ (Sal 115,4)” y así son manipulados por el hombre. “En cambio, Dios es siempre el Viviente, que está aquí y más allá”.

Aquí, una cita de Carlo María Martini advierte que no siempre tenemos una idea justa de Dios. De hecho, a veces nos decepcionamos porque esperábamos o nos imaginábamos que Dios se comportaria de tal manera, y no lo ha hecho. “De esta manera volvemos a recorrer el sendero de la idolatría, pretendiendo que el Señor actúe según la imagen que nos hemos hecho de él” (El jardín interior. Un camino para creyentes y no creyentes, Santander 2015, 71).

“Y esto –apunta Francisco– es un riesgo que podemos correr siempre: pensar que podemos ‘controlar a Dios’, encerrando su amor en nuestros esquemas; en cambio, su obrar es siempre impredecible, va más allá, y por eso este obrar de Dios requiere asombro y adoración”.

Concreta el sucesor de Pedro dos tipos de idolatrías contra las que hemos de luchar siempre: primero, las mundanas (la vanagloria, el ansia de éxito, la autoafirmación a toda costa, la avidez del dinero, el carrerismo); segundo, “las idolatrías disfrazadas de espiritualidad” (en relación con las ideas religiosas o las habilidades pastorales). Y advierte: “Estemos vigilantes, no vaya a ser que nos pongamos nosotros mismos en el centro, en lugar de poner a Dios”

Insiste en la importancia de la adoración, ante todo para los pastores de la Iglesia, pero también para todos. El dedicarle al Señor un tiempo cada día ante el sagrario (para darle gracias, alabarle, contarle lo que nos preocupa, pedirle por las necesidades propias y de los demás; todo ello quizá con el apoyo de algún libro o de algún texto o imagen que nos ayude). ¿Y por qué? Retorna el Papa al argumento de la idolatría y sus variantes. “Porque sólo así nos dirigiremos a Jesús y no a nosotros mismos; porque sólo a través del silencio adorador la Palabra de Dios habitará en nuestras palabras; porque sólo ante Él seremos purificados, transformados y renovados por el fuego de su Espíritu”


Amar es servir

Segundo verbo, servir, porque “amar es servir". (Y eso que en algunos ambientes es un verbo que no está de moda). Cristo une inseparablemente el amor a Dios y al projimo. Y confirma el Papa que no existe una verdadera experiencia religiosa que permanezca sorda a las necesidades de los demás, al clamor del mundo.

También en el Angelus de ese domingo, puso el ejemplo de un espejo o una gota de agua que refleja la imagen de quien lo mira. En este caso, cada cristiano que ama a los demás, como consecuencia del agradecimiento ante el amor de Dios, sería el espejo o la gota que refleja no la propia imagen, sino la imagen de Dios: “Amando a los hermanos, reflejamos, como espejos, el amor del Padre. Reflejar el amor de Dios, ese es el punto; amando a Aquel a quien no vemos, en el hermano que vemos (cfr. 1Jn 4,20)”.

La imagen de la gota es de Santa Teresa de Calcuta, cuando un periodista le preguntó si con lo que hace se hacía la ilusión de cambiar el mundo, respondió: «¡Nunca pensé que podría cambiar el mundo! Sólo intenté ser una gota de agua limpia, en la que pudiera brillar el amor de Dios» (Encuentro con los periodistas tras la concesión del Premio Nobel de la Paz, Roma, 1979).

Dice Francisco en esta homilía: “No hay amor de Dios sin compromiso por el cuidado del prójimo, de otro modo se corre el riesgo del fariseísmo”.

Recordemos que el Papa no habla en general, sino ante todo para quienes están en medio de un sínodo sobre la sinodalidad, que es como decir: para quienes se plantean cómo llevar adelante la Iglesia (de alguna manera todos los cristianos). Y nos pide a todos que no nos engañemos: “Quizás tengamos realmente muchas ideas hermosas para reformar la Iglesia, pero recordemos: adorar a Dios y amar a los hermanos con su mismo amor, esta es la mayor e incesante reforma”.

Esto –concreta el sucesor de Pedro– significa lavar los pies a la humanidad herida, acompañar el camino de los fragiles, de los débieles y los descartados, y salir al encuentro de los más pobres, tal como dice la Escritura. Sin duda algo exigente. No es extraño, en efecto, que el cristianismo sea una verdadera “revolución”.

Pues bien, esta es, dice Francisco, la Iglesia que estamos llamados a soñar: “una Iglesia servidora de todos, servidora de los últimos”. “Una Iglesia que acoge, sirve, ama, perdona.” Una Iglesia con las puertas abiertas, puerto de misericordia.

Al concluir la asamblea sinodal el Papa resalta lo fundamental: “En esta ‘conversación del Espíritu’ hemos podido experimentar la tierna presencia del Señor y descubrir la belleza de la fraternidad. Nos hemos escuchado mutuamente y, sobre todo, en la rica variedad de nuestras historias y nuestras sensibilidades, nos hemos puesto a la escucha del Espíritu Santo”. Aunque todavía no vemos el fruto completo de este proceso, confiamos en que el Señor nos guiará para hacer que seamos una Iglesia más sinodal y más misionera, que también quiere decir una Iglesia que adora a Dios y sirve a todos.

 



lunes, 23 de octubre de 2023

Confianza y misión

La exhortación "C’est la confiance", sobre la confianza en el Amor misericordioso de Dios, en el 150º aniversario del nacimiento de Santa Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz (15-X-2023) (abreviamos como CC), propone literalmente el mensaje de santa Teresita : "La confianza, y nada más que la confianza puede conducirnos al Amor" (n. 1). Y añade Francisco: “Con la confianza, el manantial de la gracia desborda en nuestras vidas, el Evangelio se hace carne en nosotros y nos convierte en canales de misericordia para los hermanos” (n. 2).

La fecha de publicación, en la memoria de santa Teresa de Ávila, “quiere presentar a santa Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz como fruto maduro de la reforma del Carmelo y de la espiritualidad de la gran santa española”.

La que según la predicción de san Pío X sería “la santa más grande de los tiempos modernos” se caracterizó por su “caminito de la infancia espiritual”. Primero patrona de las misiones (1927), luego una de las patronas de Francia (1944) y finalmente doctora de la Iglesia (1998), Benedicto XVI propuso su “ciencia del amor” para todo el pueblo cristiano y especialmente para los teólogos.

A través de los títulos o epígrafes que jalonan el documento, distribuidos en cuatro apartados, se pueden seguir bien los acentos que Francisco ha querido poner en el documento.

sábado, 21 de octubre de 2023

Crisis climática, responsabilidad moral y fe cristiana


La confianza en Dios, propia de la fe (de ahí el término "fiel"= el que tiene confianza) nos da también la capacidad de confiar en quienes nos rodean. Y nos lleva a cuidar lo que pertenece al bien común, comenzando por la dignidad humana y abarcando el cuidado de la Tierra, que es para todos. 

La exhortación apostólica Laudate Deum (LD), sobre la crisis climática (4-X-2023), es una continuación de la encíclica Laudato si’ (LS) sobre el cuidado de la casa común (2015).


El marco de la Doctrina Social de la Iglesia

Vale la pena, ante todo, decir que se trata de dos documentos de la Doctrina Social de la Iglesia (DSI). Y en esto cabría señalar tres puntos.

1) Enseña el Catecismo de la Iglesia Católica (n. 2419) que "la revelación cristiana nos conduce a una comprensión más profunda de las leyes de la vida social” (GS 23) y que "la Iglesia recibe del Evangelio la plena revelación de la verdad del hombre". En consecuencia : "Cuando cumple su misión de anunciar el Evangelio, enseña al hombre, en nombre de Cristo, su dignidad propia y su vocación a la comunión de las personas; y le descubre las exigencias de la justicia y de la paz, conformes a la sabiduría divina".  De modo que, como también enseña el Compendio de la Doctrina social de la Iglesia (2004), elaborado por expreso deseo de san Juan Pablo II, "la doctrina social es parte integrante del ministerio de evangelización de la Iglesia" (n. 66).

Por tanto, no se trata de que los pastores, comenzando por el Papa, se "metan" en política o en cuestiones socioeconómicas que no les corresponden, sino que, al enseñar la DSI, recurriendo a los datos que las ciencias aportan (y por tanto con los lógicos márgenes que eso supone), los pastores realizan una parte importante de la misión evangelizadora de la Iglesia. Esta función de la jerarquía de la Iglesia se mueve habitualmente en el terreno general de las orientaciones morales, pero no de las acciones concretas que en el campo de las realidades sociales han de llevar a la práctica sobre todo los fieles laicos.

2) Dicho de otra manera, conviene tener presente que en la DSI cada cristiano, ante todo como cada ciudadano del mundo, es siempre responsable, en cierta medida, mayor o menor, de las acciones concretas en favor del bien común de la sociedad, segun su propia vocación y misión. No es lo misma la responsabilidad de un obispo o de un presbítero que la de un fiel laico; y entre los laicos, la responsaiblidad varía según su propia situación: edad, profesión, y otras circunstancias.

3) Por último aunque podría considerarse lo primero, entre los muchos ámbitos de la DSI, aquí se trata de la ecología y por tanto de la ética ambiental, sus intereses valores y estrategiasY se trata desde una visión cristiana de la ecología, o desde el sentido cristiano de la ecología

Al ofrecerse en diálogo con todas las personas de buena voluntad, los argumentos de la Doctrina social,  junto con los principios generales de la moral social, muchos de ellos inmutables, dependen de los datos que proporciona la razón y la ciencia sobre el tema, y están sujetos al discernimiento personal y social. 
Así lo señala un texto de san Pablo VI que merece la pena recoger por entero: 

"Frente a tantos nuevos interrogantes, la Iglesia hace un esfuerzo de reflexión para responder, dentro de su propio campo, a las esperanzas de hombres y mujeres. El que hoy los problemas parezcan originales debido a su amplitud y urgencia, ¿quiere decir que la persona no se halla preparada para resolverlos? La enseñanza social de la Iglesia acompaña con todo su dinamismo a hombres y mujeres en esta búsqueda. Si bien no interviene para confirmar con su autoridad una determinada estructura establecida o prefabricada, no se limita, sin embargo, simplemente a recordar unos principios generales. Se desarrolla por medio de la reflexión madurada al contacto con situaciones cambiantes de este mundo, bajo el impulso del Evangelio como fuente de renovación, desde el momento en que su mensaje es aceptado en la plenitud de sus exigencias. Se desarrolla con la sensibilidad propia de la Iglesia, marcada por la voluntad desinteresada de servicio y la atención a los más pobres; finalmente, se alimenta en una rica experiencia multisecular que le permite asumir, en la continuidad de sus preocupaciones permanentes, las innovaciones atrevidas y creadoras que requiere la situación presente del mundo" (Carta ap. Octogesima Adveniens, 42)

En todo caso, en la enseñanza social de la Iglesia está siempre presente, desde el principio y cada vez de modo continuo, la mirada de la fe, aunque esa mirada solo se explicite de vez en cuando, quizá más bien al final de las reflexiones, como para declarar abiertamente que la fe no contradice a la razón, a la ciencia y a la cultura, sino que las ilumina y se sitúa en diálogo con ellas.

Dicho lo cual, podemos ya presentar brevemente la exhortación apostólica, con su introduccion y seis puntos.


Un drama moral

En la introducción el Papa parte, también aquí, de la mirada asombrada de Jesús ante las maravillas de la creación de su Padre : "Mirad los lirios del campo… " (Mt 6, 28-29). Enseguida declara el motivo del documento: ocho años después de su encíclica Laudato si’ sobre el cuidado de la casa común, no se ven "reacciones suficientes" ante un mundo que "se va desmoronando y quizás acercándose a un punto de quiebre" (n. 2).

No se trata un tema meramente ecológico, sino que tiene graves repercusiones sobre el conjunto de la sociedad y comunidad mundial, sobre todo para las personas más vulnerables. En muchos casos se trata de un verdadero drama moral que implica diversos casos de lo que se denomina "pecado estructural" (cf. enc. Sollicitudo rei socialis, 36).

Así dice el Catecismo de la Iglesia Católica (n. 1869) : "Los pecados provocan situaciones sociales e instituciones contrarias a la bondad divina. Las ‘estructuras de pecado’ son expresión y efecto de los pecados personales. Inducen a sus víctimas a cometer a su vez el mal. En un sentido analógico constituyen un ‘pecado social’".

El obispo de Roma comienza afirmando la existencia de la crisis climática global (nn. 5-19) en la que las causas humanas, si no las únicas, cuentan notablemente. Constata las resistencias y confusiones en la opinión pública, concretamente respecto al calentamiento global del planeta, resistencias y confusiones que achaca a falta de información o simplificaciones a veces intencionadas. Sostiene que algunos daños y riesgos son irreversibles quizá durante cientos de años. Y que más vale prevenir una catástrofe que lamentarla por negligencia. "Se nos pide nada más que algo de responsabilidad ante la herencia que dejaremos tras nuestro paso por este mundo" (n. 18). Además, como ha puesto de manifesto la pandemia del covid-19, todo está conectado y nadie se salva solo.

A continuación, Francisco lamenta el paradigma tecnocrático que sigue avanzando detrás de la degradación del ambiente. Se trata de un modo de pensar "Como si la verdad, el bien y la realidad brotaran espontáneamente del mismo poder tecnológico y económico" (LS 105); de ahí la propuesta de un crecimiento infinito o ilimitado (cf. ib., 106). Todo lo que ha sido creado se somete al capricho de la mente o de las capacidades humanas, lo que proporciona, a quienes lo manejan, un escalofriante dominio sobre el mundo entero, dominio que nadie garantiza que sea utilizado para el bien. En consecuencia se ve necesario repensar nuestro uso del poder (nn. 24 ss.), su sentido y sus límites, máxime en ausencia de una ética solida y una espiritualidad verdaderamente humana.

Frente a todo ello, el sucesor de Pedro enseña que el mundo no puede ser un mero objeto de aprovechamiento o disfrute y que el ser humano no es solamente un factor capaz de dañar el ambiente; sino que "la vida humana, la inteligencia y la libertad integran la naturaleza que enriquece a nuestro planeta y son parte de sus fuerzas internas y de su equilibrio" (n. 26). Pero de hecho, en la línea que advertía ya en 1970 san Pablo VI, "hace falta lucidez y honestidad para reconocer a tiempo que nuestro poder y el progreso que generamos se vuelven contra nosotros mismos" (n. 28). Manipulados por la lógica del máximo beneficio al menor costo, "a veces los mismos pobres caen en el engaño de un mundo que no se construye para ellos" (n. 31). Así es, y todo ello nos devuelve siempre la pregunta por el sentido de la vida y del trabajo humano. Es lo que el Papa llama el aguijón ético, es decir, la responsabilidad moral.


Falta de una política internacional eficaz

Desde ahí pasa Francisco, en un tercer punto, a denunciar la debilidad de la política internacional (cf. nn. 34 ss). Si cada generación es responsable del cuidado del planeta en solidaridad con los demás, son los Estados los que tienen la mayor responsabilidad. Subraya la necesidad de una autoridad mundial en este tema, no necesariamente reducida a una persona o un grupo de personas, pero en todo caso regulada por el derecho internacional y dotada de autoridad real. Se impone asimismo la necesidad de reconfigurar el multilateralismo (cf. nn. 37 ss.), facilitando que los ciudadanos puedan controlar el poder político en el horizonte de la fraternidad universal. Hace falta renovar la política y la diplomacia, dotando al mundo de mecanismos globales "ante los retos ambientales, sanitarios, culturales y sociales, especialmente para consolidar el respeto a los derechos humanos más elementales" (n. 42) y "asegurar" así el cuidado de todos.

Uno de los medios que se vienen poniendo son las conferencias sobre el clima, con sus avances y fracasos, en las últimas décadas. En ellas se proponen procesos y mecanismos para paliar o compensar los daños producidos por el cambio climático, sobre todo en los países en vías de desarrollo. Pero no se prevén sanciones ni instrumentos eficaces para garantizar el cumplimiento de las disposiciones tomadas. La última de las conferencias (la COP27 de Scharm El Seikh, Egipto, 2022) fue testigo de las difíciles negociaciones en el marco de la crisis producida por la invasión de Ucrania. Estas negociaciones no avanzan a causa de los países que ponen sus intereses nacionales por delant del bien común global (cf. LS 169), con lo que eso supone de "falta de conciencia y de responsabilidad" (LD, n. 52).

En suma, las conferencias celebradas y los acuerdos tomados, ciertamente, han servido para frenar el avance del cambio climático, pero no con la velocidad suficiente.

El quinto apartado lo dedica el Papa a las expectativas ante la COP28 de Dubái (Emiratos Árabes Unidos), prevista para celebrarse del 20 de noviembre al 12 de diciembre de 2023). Dubái es gran exportador de energías fósiles, al mismo tiempo que hace importantes inversiones en energías renovables. Ahí se abre la esperanza de que el camino tome una dirección más efectiva. Pero también ahora se alza la sombra del doble lenguaje, de modo que todo quede como un juego para distraer. "Necesitamos superar la lógica de aparecer como seres sensibles y al mismo tiempo no tener la valentía de producir cambios sustanciales" (n. 56).

No basta, pues, con los parches tecnológicos a los problemas, sin afrontar las cuestiones de fondo. Francisco considera una irresponsabilidad presentar todo esto como un problema meramente ambiental, "verde" o romántico: "Aceptemos finalmente que es un problema humano y social en un variado arco de sentidos" (n. 58). Es la sociedad entera la que "debería ejercer una sana ‘presión’, porque a cada familia le corresponde pensar que está en juego el futuro de sus hijos" (Ib.). Entiende que se necesitan "formas vinculantes de transición energética que tengan tres características: que sean eficientes, que sean obligatorias y que se puedan monitorear fácilmente" (n. 59). Y un proceso que sea a la vez drástico, intenso y que cuente con el compromiso de todos.


Motivaciones espirituales a la luz de la fe

El sexto y último punto del documento expone las motivaciones espirituales (nn. 61 ss.) "que brotan de la propia fe", sobre todo para los fieles católicos, a la vez que alienta que se haga lo mismo para los otros creyentes. El reconocimiento de Dios como creador, el respeto por el mundo, la sabiduría que de ahí dimana y el agradecimiento por todo ello se condensan en la actitud misma de Jesús, cuando contemplaba la realidad creada e invitaba a sus discípulos a cultivar actitudes semejantes (cf. n. 64). Además, el mundo será renovado en relación con Cristo resucitado, que envuelve a todas las criaturas y las orienta a un destino de plenitud, de modo que hay mística en las realidades más pequeñas y que "el mundo canta un Amor infinito: ¿cómo no cuidarlo ?" (n. 65).

Ante el paradigma tecnocrático, la cosmovisión judeocristiana invita a sostener un "antropocentrismo situado", es decir, que la vida humana se sitúa en el contexto de todas las criaturas. Como ya decía LS, 89: "Todos los seres del universo estamos unidos por lazos invisibles y conformamos una especie de familia universal, una sublime comunión que nos mueve a un respeto sagrado, cariñoso y humilde". No cabe pues pensar en "un ser humano autónomo, todopoderoso ilimitado" (LD, 68), sino abrirse a una perspectiva más humilde y más rica.

La propuesta del Papa para los fieles católicos es clara: individualmente, reconciliarnos con el mundo que nos alberga, embellecerlo con la propia aportación. Al mismo tiempo, fomentar adecuadas políticas nacionales e internacionales. En todo caso, lo que importa –afirma Francisco– es "recordar que no hay cambios duraderos sin cambios culturales, sin una maduración en la forma de vida y en las convicciones de las sociedades, y no hay cambios culturales sin cambios en las personas" (n. 70).

Aquí podría haber aludido al papel del Espíritu Santo como promotor de la unidad y de la vida cristiana en un mundo lleno de "semillas del Verbo", es decir, de mensajes de belleza, verdad y bien tanto en los corazones como en las culturas y en toda la realidad creada. Ese mismo Espíritu nos impulsa, especialmente a los cristianos, a contribuir, en modos y medidas diversos, al cuidado de la Tierra, como ciudadanos y como hijos de Dios, con la confianza puesta en nuestro Padre, con la vida de Jesús que late en nosotros y con la colaboración de nuestros trabajos al servicio de todos. Así podremos, como propone Francisco, caminar en comunión y en compromiso.

En todo caso, respecto a la crisis climática, concluye que junto a las decisiones políticas necesarias, se precisa un cambio en el estilo de vida, con gestos –que pueden incentivar los procesos de transformación a nivel social y político– a nivel personal, familiar y comunitario: "El esfuerzo de los hogares por contaminar menos, reducir los desperdicios, consumir con prudencia, va creando una nueva cultura" (n. 71). Así se podrá avanzar "en la senda del cuidado mutuo".

miércoles, 18 de octubre de 2023

El sínodo con los ojos de la fe

La sesión primera del Sinodo sobre la sinodalidad (2021-2024) se acerca a su final. Con ello, en una semana comenzará una segunda fase que nos llevará hasta la segunda sesión, en octubre de 2024. 

Cabe tener presente los dos textos del Papa que introdujeron esta sesión: una homilía y un discurso, los dos del pasado 4 de octubre. Nos detenemos ahora en la homilía.

En esa homilía al comienzo del sínodo, Francisco se fija en una oración de Jesús que recoge el evangelio de san Mateo. El marco es lo que el Papa define como una “desolación pastoral”: ante la predicación del Señor, mucha gente duda, no se convierte, la acusan…

Pero Jesús no se desanima, sino que reza a su Padre: “Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, por haber ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes y haberlas revelado a los pequeños” (Mt 11,25). Esta es la primera enseñanza y el primer toque de atención ante el sínodo. Un “toque” que tiene que ver con la sabiduría y el discernimiento de Jesús, que ve a su Padre actuando en lo escondido y en los sencillos: “En el momento de la desolación, por tanto, Jesús tiene una mirada que alcanza a ver más allá: alaba la sabiduría del Padre y es capaz de discernir el bien escondido que crece, la semilla de la Palabra acogida por los sencillos, la luz del Reino de Dios que se abre camino incluso durante la noche”.

Aquí podría engarzarse la exhortación apostólica C’est la confiance, que Francisco publicaría once días después con motivo de los 150 años del nacimiento de Santa Teresa del Niño Jesús. En medio de las dificultades –de las guerras, de los conflictos, de los malentendidos, de las dudas, y ante todo de nuestras propias limitaciones y pecados– se nos indica por dónde va este camino de la sinodalidad, que en sentido amplio es siempre el camino de la Iglesia y de los cristianos: por el abandono confiado en Dios Padre: la filiación divina que nos hace invencibles, a pesar de los pesares.

Lo decía claramente el Papa en esta apertura de la Asamblea Sinodal, apartando nuestra mirada de las meras estrategias humanas, políticas o ideológicas; pues no se trata -insiste una vez más como en los meses anteriores- ni de una reunión parlamentaria, ni de un plan de reformas.

El protagonista es el Espíritu Santo. No, no estamos aquí como en un parlamento, sino para caminar juntos, con la mirada de Jesús, que bendice al Padre y acoge a todos los que están afligidos y agobiados. Partamos, pues, de la mirada de Jesús, que es una mirada que bendice y acoge”. Y a partir de aquí el Papa da tres pasos.

Un paso más en la sinodalidad

 

Ya antes del verano se publicó el documento de trabajo (Instrumentum laboris= IL) para la primera sesión del sínodo sobre la sinodalidad (octubre 2023). Como es el documento sobre el que se está trabajando, puede interesar conocer su contenido.

Consta de un prólogo y dos grandes partes.

El prólogo explica “el viaje hasta ahora”. El Documento preparatorio pidió a las Iglesias locales preguntarse cómo es el “caminar juntos” (significado de la palabra sínodo) de la Iglesia y qué pasos invita a dar el Espíritu Santo para crecer en ese camino. Con esas aportaciones, enviadas a las Conferencias episcopales y a los Sínodos de las Iglesias orientales católicas y el informe de estas, la Secretaría general del sínodo redactó en 2022 un primer Documento de trabajo para la etapa continental, que se tituló: “Por una Iglesia sinodal. Comunión, participación, misión. ‘Ensancha el espacio de tu tienda’ (Is 54,2)”. Este documento se devolvió a las Iglesias locales, a la vez que se desarrollaba un diálogo entre las siete Asambleas continentales. “El objetivo era centrarse en las intuiciones y tensiones que resuenan con más fuerza en la experiencia de la Iglesia en cada continente, e identificar aquellas que, desde la perspectiva de cada continente, representan las prioridades que deben abordarse en la Primera Sesión de la Asamblea sinodal (octubre de 2023)” (IL 2).
 

Lo que está en juego: el anuncio del Evangelio

Este Documento es, pues, el fruto de toda esa fase de escucha y especialmente de los documentos continentales. Con él se cierra la primera “fase de escucha” del proceso sinodal en marcha. Una segunda fase culminará en octubre de 2023 y la tercera en octubre de 2024. ¿Cuál es el objetivo de esta segunda fase que ahora comenzamos? “Su objetivo será impulsar el proceso y encarnarlo en la vida ordinaria de la Iglesia, identificando las líneas sobre las que el Espíritu nos invita a caminar con mayor decisión como Pueblo de Dios”. Se recuerda que la finalidad del proceso sinodal “no es producir documentos, sino abrir horizontes de esperanza para el cumplimiento de la misión de la Iglesia”.

El camino recorrido, se añade, ha permitido identificar contextos (como el pluralismo religioso y la secularización creciente) y dificultades (como los conflictos debidos a crisis económicas o culturales, las guerras y persecuciones, o la repercusión de los abusos de diverso tipo), que vive la Iglesia en distintas partes del mundo.

Y enseguida se centra la cuestión: “Lo que está en juego es la capacidad de anunciar el Evangelio caminando junto a los hombres y mujeres de nuestro tiempo, allí donde se encuentren, y la práctica de la catolicidad vivida caminando junto a las Iglesias que viven en condiciones de particular sufrimiento” (IL 5).

¿Con qué contamos ahora? Con la alegría de haber experimentado la catolicidad de la Iglesia, de haber compartido nuestros dones y también, ciertamente nuestras tensiones. Lo importante es perseverar en el discernimiento y en la oración por los frutos del sínodo en el mundo entero: “Sólo así las tensiones podrán convertirse en fuentes de energía y no caer en polarizaciones destructivas” (IL 6). La primera fase ha fortalecido nuestra identidad y nuestra vocación cristiana y eclesial como discípulos de Jesús que dijo “Yo soy el Camino” (Jn 14, 6).