domingo, 21 de mayo de 2023

Humanismo y tecnología

Durante su viaje pastoral a Hungría, en el encuentro con el mundo universitario y de la cultura (cf. Discurso en la Universidad católica Péter Pázmány, 30-IV-2023), el Papa Francisco retomó un argumento frecuente en las enseñanzas de su predecesor, Benedicto XVI (cf. Discurso en la entrega del I premio Ratzinger de teología, 30-VI-2011).

Se trata del contraste entre dos formas de conocimiento. Por un lado, el conocimiento humilde y relacional –humanista y realista– que se abre a la tecnología, la respeta y a la vez la sitúa constantemente en su adecuada perspectiva. Por otro lado, el conocimiento que tiende a dominar y poseer –tecnocrático–, en principio legítimo, pero que en nuestro tiempo conlleva de hecho el riesgo de acabar con el primer tipo de conocimiento, el humanismo. La armonía entre estos dos tipos de conocimientos, pertenece, efectivamente, a la buena salud de nuestras raíces.

Este argumento lo planteaba ya Romano Guardini hace un siglo: “En estos días he comprendido más que nunca que hay dos formas de conocimiento […], una conduce a la inmersión en el objeto y su contexto, por lo que el hombre que quiere saber trata de vivir en él; la otra, al contrario, reúne las cosas, las descompone, las ordena en cajas, adquiere dominio y posesión, las domina» (Cartas desde el Lago de Como. La técnica y el hombre –texto original de 1924-1927–, Brescia 2022, 55). 


"¿Podrá la vida permanecer viva?"

El primer tipo de conocimiento –observa Francisco– es humilde, observa y se sitúa al servicio de las personas y de la naturaleza creada; el segundo, en cambio, analiza para transformar la vida. Guardini no demoniza la tecnología, pero advierte del peligro de que se convierta en reguladora, sino en gobernante de la vida. Y se preguntaba Guardini: si este tipo de conocimiento prevalece ¿podrá la vida permanecer viva?

“Pensemos –propone el Papa a los universitarios húngaros– en el deseo de poner en el centro de todo no a la persona y sus relaciones, sino al individuo centrado en sus propias necesidades, ávido de ganar y voraz de aferrar la realidad”. No quiere el Papa generar pesimismo, sino ayudar a reflexionar sobre la “arrogancia de ser y de tener”, “que Homero ya veía como amenazante en los albores de la cultura europea y que el paradigma tecnocrático exaspera, con un cierto uso de algoritmos que pueden representar un riesgo más de desestabilización de lo humano”.


Oponerse a la colonización ideológica

Y se refiere Francisco, como otras veces, a la novela “El amor del mundo”, de Robert Benson (escrita en 1907), que describe ya un mundo dominado por la tecnología y el mito de un progreso estandarizado. Y esto, en nombre de un nuevo humanismo, que busca anular las diferencias y suprimir las religiones. 

“Este es el drama –observa el Papa, señalando el parecido con nuestra situación–, la colonización ideológica; el hombre, en contacto con las máquinas, se aplana cada vez más, mientras que la vida común se vuelve triste y enrarecida”. En un mundo así “parece obvio descartar a los enfermos y aplicar la eutanasia, así como abolir las lenguas y culturas nacionales para lograr la paz universal, que en realidad se transforma en un persecución basada en la imposición del consenso, tanto que un protagonista afirma que 'el mundo parece a merced de una vitalidad perversa, que todo lo corrompe y confunde'".

Desde ahí vuelve Francisco la mirada a la Universidad y su papel: “el lugar donde nace, crece y madura el pensamiento abierto y sinfónico; no monocorde, no cerrado: abierto y sinfónico. Es el ‘templo’ donde el saber está llamado a liberarse de los estrechos confines del tener y del poseer para convertirse en cultura, es decir, ‘cultivo’ del hombre y sus relaciones fundantes: con lo trascendente, con la sociedad, con la historia, con la creación”, en la línea señalada por el Concilio Vaticano II, cuando invita a cultivar el sentido religioso, moral y social (cf. Const. past. Gaudium et spes, 59).

Ciertamente, advierte el sucesor de Pedro, cuando nos admiramos ante la obra de Dios, la cultura protege nuestra humanidad, favorece la contemplación y forma personas libres de las modas del momento, bien arraigadas, en cambio, en la realidad de las cosas. Y así, “humildes discípulos del saber, sienten que deben ser abiertos y comunicativos, nunca rígidos ni combativos”. El verdadero universitario nunca se siente satisfecho, sino que, movido por una sana inquietud, investiga y explora, sale de sus propias certezas para aventurarse humildemente en el misterio de la vida, sin caer en la rutina; se abre a otras culturas y comparte conocimientos.

Y por este camino retorna Francisco al tema con el que comenzó su discurso, con dos frases. La primera viene de la cultura clásica, que proponía “conócete a ti mismo” (oráculo de Delfos). Esto, propone el Papa, ha de llevarnos a conocer nuestros propios límites y frenar nuestra autosuficiencia. “Y mientras el pensamiento tecnocrático persigue un progreso que no admite límites, el hombre real está hecho también de fragilidades, y muchas veces es precisamente ahí donde comprende que es dependiente de Dios y está conectado con los demás y con la creación”.

Paradójicamente –observa Francisco– este situarnos en la humildad no nos hace más frágiles y pequeños, sino al contrario: nos hace más realistas y más grandes: Y así, “la cultura surge del asombro de este contraste: nunca satisfecha y siempre en búsqueda, inquieta y comunitaria, disciplinada en su finitud y abierta a lo absoluto”.

La segunda frase es de Jesucristo: "La verdad os hará libres" (Jn 8,32). Con la experiencia de la historia de Hungría, señala el Papa un riesgo que todavía no ha desaparecido: “la transición del comunismo al consumismo”. Esos dos “ismos” comparten una falsa idea de libertad: “la del comunismo fue una ‘libertad’ forzada, limitada desde fuera, decidida por otro; la del consumismo es una ‘libertad’ libertina, hedonista, cerrada en sí misma, que nos hace esclavos del consumo y de las cosas. ¡Y qué fácil es pasar de los límites impuestos a pensar, como en el comunismo, a pensar sin límites, como en el consumismo!”

Estamos, en efecto, ante un salto que podríamos llamar reactivo: “De una libertad restringida a una libertad sin frenos”. Lo que Jesús nos dice, con palabras de Francisco, es: “Lo que libera es la verdad, lo que libera al hombre de sus dependencias y encierros”. Y “la clave para acceder a esa verdad es un saber nunca desconectado del amor, relacional, humilde y abierto, concreto y comunitario, valiente y constructivo”. Esta es una propuesta de Francisco para que la universidad sea una fecunda cantera de humanismo y un laboratorio de esperanza.


Los jóvenes y la vida real

Con los jóvenes de Hungría el Papa estuvo claro y entusiasta (cf. Discurso en el Papp László Budapest Sportaréna, 29-IV-2023). No dejó de hablarles de sus raíces (condición de vida) y ante todo, de Cristo. Les dijo que las respuestas preconfeccionadas no sirven. Que “Cristo es Dios en carne y hueso, es el Dios vivo que se hace cercano a nosotros; es el Amigo, el mejor de los amigos; es el Hermano, el mejor de los hermanos, y es muy bueno haciendo preguntas. En el Evangelio, de hecho, Él, que es el Maestro, hace preguntas antes de dar respuestas”. A los que desean cosas grandes les enseña que “uno no se hace grande pasando por encima de los demás, sino abajándose hacia los demás; no a costa de los demás, sino sirviendo a los demás (cf. Mc 10,35-45)”.

Jesús nos enseña a arriesgar, apuntar alto; pero también a entrenar. A hacer equipo sin encerrarse en un grupito de amigos y en un teléfono celular. Además ha querido decirles: “No tengan miedo de ir contracorriente, de encontrar cada día un tiempo de silencio para hacer un alto y rezar”. Aunque hoy todo parece empujarnos a ser eficientes como máquinas, no somos máquinas. Al mismo tiempo, es verdad que con frecuencia nos quedamos como sin gasolina, y por eso necesitamos recogernos en silencio.

“El silencio es el terreno en el cual se pueden cultivar relaciones provechosas, porque nos permite confiarle a Jesús lo que vivimos, llevarle rostros y nombres, depositar en Él nuestras angustias, pensar en nuestros amigos y hacer una oración por ellos”.

Además, “el silencio nos da la posibilidad de leer una página del Evangelio que le hable a nuestra vida; de adorar a Dios, encontrando así la paz en nuestro corazón.

Quizás “el silencio te permite escoger un libro que no estás obligado a leer, pero que te ayuda a leer el corazón humano; a observar la naturaleza para no estar sólo en contacto con las cosas hechas por el hombre y descubrir así la belleza que nos rodea”.

Pero, ojo: “El silencio no es para quedarse pegado al celular y a las redes sociales. No, por favor. La vida es real, no virtual; no sucede en una pantalla, ¡la vida sucede en el mundo! Por favor, no virtualizar la vida. Lo repito: no virtualizar la vida, que es concreta. ¿Entendido?”

Es esta una llamada de Francisco al realismo, realismo que necesita, como se ve, del silencio; porque “el silencio, es la puerta de la oración, y la oración es la puerta del amor”. En la oración, aconseja Francisco, “no tengan miedo de llevar a Jesús todo lo que pasa en vuestro mundo interior: los afectos, los miedos, los problemas, las expectativas, los recuerdos, las esperanzas, todo, también los pecados. Él entiende todo. La oración es diálogo de vida, la oración es vida”.


Amar y servir

Realismo y vida. El peligro hoy, advierte el Papa, es ser “personas falsas”, que confían demasiado en sus propias capacidades y a la vez “viven de las apariencias para quedar bien, alejan a Dios de su corazón porque solamente se ocupan de sí mismos”. En cambio el Señor, como se ve en los Evangelios, hace cosas grandes con nosotros si somos auténticos, si recoocemos nuestras limitaciones y vamos adelante luchando contra nuestros pecados y defectos.

Y para concretar Francisco anima los jóvenes a preguntarse: “¿Qué hago yo por los demás?, ¿qué hago yo por la sociedad, ¿qué hago yo por la Iglesia?, ¿qué hago yo por mis enemigos? ¿Vivo pensando en mi propio bien o me arriesgo por alguien, sin calcular mis propios intereses? (…) Preguntémonos por nuestra gratuidad, por nuestra capacidad de amar, amar según Jesús, es decir, amar y servir. Como el joven del Evangelio que se fía de Jesús. Y le da a lo poco que tenía para almorzar. Y entonces Jesús hace aquel milagro de la multiplicación de los alimentos (cf. Jn 6, 9).




lunes, 8 de mayo de 2023

Para una teología del amor

Una buena reflexión sobre la teología del amor es la que realiza, en su tercer sermón de cuaresma (17-III-2023), el padre Rainiero Cantalamessa, predicador de la Casa pontificia y experto en teología de los Padres de la Iglesia. Ahí desarrolla un interesante argumento sobre la necesidad de un mayor desarrollo teológico que ponga en el centro el amor como obra principal del Espíritu Santo. Para ello la teología puede inspirarse en los Padres de la Iglesia, que supieron, en muchas ocasiones, ser profundos a la vez que ser entendidos inclusos por los pequeños y sencillos.

Se trata de una necesidad sentida al menos desde hace un siglo por la teología cristiana. Y muy pertinenente para el momento actual de nueva evangelización en un cambio de época, en la que somos más conscientes de la importancia de la inculturación de la fe.

También de esta manera, entiende él, “la teología (…) puede contribuir a presentar de manera significativa el mensaje evangélico al hombre de hoy y a dar nueva vida a nuestra fe y a nuestra vida de oración”.

(Señalaremos aquí lo que nos parece ser el hilo fundamental de su exposición, para entrar en diálogo con su planteamiento. Y para agilizar la lectura, omitimos las notas del autor, que pueden encontrarse en el original tal como está en su web).

Dios te ama”, dice Cantalamessa que debería ser el anuncio más bello e importante que hemos de hacer llegar a nuestros contemporáneos : “Esta certeza debe socavar y sustituir la que siempre hemos llevado dentro de nosotros: ‘¡Dios te juzga! La afirmación solemne de Juan: ‘Dios es amor’ (1 Jn 4, 8) debe acompañar, como nota de fondo, todo anuncio cristiano, aun cuando deba recordar, como lo hace el Evangelio, las exigencias prácticas de este amor”.

Y continúa diciendo: “Cuando invocamos al Espíritu Santo, también en relación con la sinodalidad, solemos considerarlo sobre todo como luz (que ilumina las situciones para sugerirnos soluciones adecuadas), pero no tanto como amor”. Pero este obrar del amor es para la Iglesia la primera y esencial operación que la Iglesia necesita. Porque “solo la caridad construye; el conocimiento, incluso el conocimiento teológico y eclesiástico, a menudo solo infla y divide” [cf 1 Co 8,1]. [Lógicamente esto no se opone al conocimiento; sólo se opone al conocimiento que no vaya unido al amor].

Prosigue el predicador preguntándose por qué estamos tan ansiosos por saber (hoy incluso emocionados ante la perspectiva de la inteligencia artificial) y tan poco preocupados por amar. La respuesta es simple: “¡el conocimiento se traduce en poder; el amor, en servicio!”

Y sin embargo, un teólogo de la talla de Henri De Lubac escribe : “El mundo necesita saberlo: la revelación de Dios como Amor trastorna todo lo que había concebido de la divinidad” (Histoire et Esprit, Paris 1950)

Cabe aquí un primer paréntesis para apuntar que, en efecto, el amor no ha ocupado del todo hasta ahora el lugar que le corresponde –en el centro– en la teología católica y en cada una de sus disciplinas, y no solamente en la Teología moral, la espiritual y la pastoral. Esto lo puso de relieve la primera encíclica de Benedicto XVI, Dios es amor (2005). Porque el amor no sólo unifica la vida cristiana y la misión de la Iglesia sino también la teología misma.

En esta predicación Cantalamessa se propone mostrar cómo “a partir de la revelación de Dios como amor, se iluminan con nueva luz los principales misterios de nuestra fe: la Trinidad, la Encarnación y la Pasión de Cristo, y se hace menos difícil hacerlos comprender al pueblo de Dios”. (Menos desarrollada está aquí la relación del tema con la vida cristiana y con la Iglesia).

domingo, 7 de mayo de 2023

Buen Pastor

La liturgia católica presenta, en la cuarta semana de Pascua, la figura de Cristo como buen pastor (Jn, capítulo 10). Es instructivo lo que al respecto escribe Fray Luis de León (†1591) en su obra “De los nombres de Cristo”[1], una de las cumbres de la literatura española. Comienza por preguntarse por qué le conviene a Cristo el nombre de “Pastor” y en qué consiste ese oficio. Luego explica detalladamente cómo lo ejercita Cristo con nosotros.

El punto de partida es que Cristo mismo dice en el evangelio de San Juan: “Yo soy buen pastor”. Y la carta a los Hebreos dice de Dios «que resucitó a Jesús, Pastor grande de ovejas». También san Pedro dice del mismo: «Cuando apareciere el Príncipe de los Pastores». Y los profetas le anuncian con ese nombre (cf. Is, cap. 40; Ez, cap. 34 y Zac, cap. 11). Destaquemos algunos de los argumentos de Fray Luis sobre Cristo como buen pastor


Comparación entre los pastores y Cristo

En primer lugar –aduce Fray Luis–, como corresponde a la vida pastoril, Jesús ama el sosiego de la soledad y del campo, la sencillez y la naturaleza. Esto predispone al amor puro y verdadero, y favorece la finura en el sentir, así como la amistad, el orden y la armonía.

En cuanto al oficio del pastor –adelanta Fray Luis lo que luego desmenuzará– Jesús gobierna y rige no por medio de leyes ni mandamientos; sino que apacienta y alimenta a los que gobierna. Además, a semejanza del pastor, “no guarda una regla generalmente con todos y en todos los tiempos, sino que en cada tiempo y en cada ocasión ordena su gobierno conforme al caso particular del que rige”[2]. Al mismo tiempo, “no es gobierno el suyo que se reparte y ejercita por muchos ministros, sino él solo administra todo lo que a su grey le conviene: que él la apasta, y la abreva, y la baña y la tresquila, y la cura, y la castiga, y la reposa, y la recrea y hace música, y la ampara y defiende”[3]. Y por último, “es propio de su oficio recoger lo esparcido y traer a un rebaño a muchos, que de suyo cada uno dellos caminara por sí”[4].

En síntesis, la vida de Jesús, de modo parecido a la del pastor, observa Fray Luis, “es inocente y sosegada y deleitosa; y la condición de su estado es inclinada al amor; y su ejercicio es gobernar dando pasto y acomodando su gobierno a las condiciones particulares de cada uno, y siendo él solo para los que gobierna todo lo que les es necesario, y enderezando siempre su obra a esto, que es hacer rebaño y grey”[5]. Consideremos ahora con más detalle cómo ejerce Cristo su oficio de pastor, y veremos la excelencia de su pastoreo.

viernes, 21 de abril de 2023

Para encontrar al Resucitado

 

                                                                                        Cristo resucitado.                                                               

                                                   (Nueva imagen en la Semana Santa de Pamplona)


En estas dos semanas primeras de la Pascua, durante los “Regina caeli” (que sustituyen a los “Angelus”), Francisco ha desmenuzado las actitudes –las palabras y los gestos– propios de los cristianos (*).


El Señor viene cuando lo anunciamos


El lunes de Pascua recordaba el ejemplo de las mujeres, primeras en ir al sepulcro para honrar el cuerpo de Jesús con ungüentos aromáticos. No se quedan paralizadas por la tristeza y el miedo. “Su voluntad de realizar ese gesto de amor prevalece sobre todo. No se desaniman, salen de sus miedos y de sus angustias”. He aquí ­–insiste Francisco– el camino para encontrar al Resucitado: salir de nuestros miedos, de nuestras angustias” (Homilía 10-IV-2023).

El Papa nos invita a fijarnos en ese detalle: “Jesús las encuentra al ir a anunciarlo. Cuando proclamamos al Señor, él viene a nosotros”. 

Y explica: “A veces pensamos que la forma de estar cerca de Dios es tenerlo junto a nosotros; porque entonces, si nos exponemos y empezamos a hablar, llegan juicios, críticas, tal vez no sabemos responder a ciertas preguntas o provocaciones, y entonces es mejor no hablar y callarnos: ¡no, eso no es bueno! En cambio, el Señor viene mientras es anunciado. Siempre encuentras al Señor en el camino del anuncio. Anuncia al Señor y lo encontrarás. Busca al Señor y lo encontrarás. Siempre en camino, esto es lo que nos enseñan las mujeres: a Jesús se le encuentra dando testimonio de Él. Pongamos esto en nuestro corazón: a Jesús se le encuentra al dar testimonio de Él”.

Esto pasa siempre con las buenas noticias: cuando las compartimos, las revivimos y nos hacen más felices. También pasa con el Señor: “Cada vez que lo anunciamos, el Señor sale a nuestro encuentro. Viene con respeto y amor, como el don más hermoso para compartir. Jesús habita más en nosotros cada vez que lo anunciamos”.

Y por eso nos invita a preguntarnos: “¿Cuándo fue la última vez que di testimonio de Jesús? ¿Qué hago hoy para que las personas que encuentro reciban la alegría de su anuncio? Y también: ¿puede alguien decir: esta persona está serena, feliz, buena porque ha encontrado a Jesús? ¿Se puede decir esto de cada uno de nosotros?”


Le encontramos con y en los demás

El Domingo de la divina Misericordia (que comenzó en 2000 por iniciativa de Juan Pablo II), nos ha presentado la figura de Tomás, el “apóstol incrédulo” (cf. Jn 20, 24-29). Este apóstol –dice Francisco– nos representa un poco a todos. Ha sufrido una gran desilusión, al ver a su maestro clavado en la cruz sin que nadie hiciera nada para evitarlo. Ahora él sale del cenáculo, sin miedo a que lo detengan, y luego vuelve, aunque le cuesta creer. Y entonces Jesús le premia, mostrándole sus llagas.

“Jesús se las muestra, pero de manera ordinaria, viniendo ante todos, en comunidad, no fuera” (Homilía 16-IV-2023). Para el Papa, es como si Jesús le dijera a Tomás “Si quieres conocerme, no busques lejos, quédate en la comunidad, con los demás; y no te vayas, reza con ellos, parte el pan con ellos”.

Y esto nos lo dice también a nosotros: “Ahí –en la comunidad cristiana– es donde puedes encontrarme, ahí es donde te mostraré, impresas en mi cuerpo, las señales de las llagas: las señales del Amor que vence al odio, del Perdón que desarma la venganza, las señales de la Vida que derrota a la muerte. Es allí, en la comunidad, donde descubrirás mi rostro, mientras con tus hermanos compartes momentos de duda y de miedo, aferrándote aún más fuerte a ellos. Sin la comunidad es difícil encontrar a Jesús”. Toda una lección de eclesialidad, pues sin la Iglesia, familia de Dios, no podríamos encontrarnos con el Señor.

Por eso, nos pregunta el Papa: “¿Dónde buscamos al Resucitado? ¿En algún evento especial, en algún acto religioso espectacular o llamativo, únicamente en nuestras emociones y sensaciones? ¿O en la comunidad, en la Iglesia, aceptando el reto de permanecer allí, aunque no sea perfecta?”

Y nos asegura que, “a pesar de todas sus limitaciones y caídas, que son nuestras limitaciones y caídas, nuestra Madre Iglesia es el Cuerpo de Cristo; y es allí, en el Cuerpo de Cristo, donde se imprimen todavía y para siempre los mayores signos de su amor”.

Cala hondo esta reflexión del sucesor de Pedro. Y todavía nos desafía cuando concluye con la última pregunta: “Si en nombre de ese amor, en nombre de las llagas de Jesús, estamos dispuestos a abrir los brazos a los que están heridos por la vida, sin excluir a nadie de la misericordia de Dios, sino acogiendo a todos”.

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(*) Este texto es un fragmento de otro más largo, que se publicará en la revista "Omnes", en mayo.

martes, 21 de marzo de 2023

Actitudes ante Jesús

 El Evangelio muestra a Jesús que devuelve la vista a un hombre ciego de nacimiento (cfr. Jn 9,1-41). La Iglesia nos lo presenta el cuarto domingo de cuaresma. Pero este prodigio –ha observado el Papa Francisco– es acogido de mala manera por varias personas y grupos (cf. Angelus, 19-III-2023). En sus actitudes se ven las actitudes fundamentales del corazón humano ante Jesús: “el corazón humano bueno, el corazón humano tibio, el corazón humano miedoso, el corazón humano valiente”.

De un lado están los discípulos, que, ante el problema del ciego, desean buscar un culpable, en lugar de preguntarse qué deben hacer ellos mismos.

Luego están los vecinos, que se muestran escépticos: no creen que el que ahora ve sea el mismo ciego de antes. Y sus padres tampoco quieren problemas, en particular ante las autoridades religiosas.

Todos ellos, observa el Papa, manifiestan ser “corazones cerrados ante el signo de Jesús, por diferentes motivos: porque buscan un culpable, porque no saben sorprenderse, porque no quieren cambiar, porque están bloqueados por el miedo”.

También nos pasa hoy: “Ante algo que es realmente un mensaje de testimonio de una persona, un mensaje de Jesús, caemos en eso: buscamos otra explicación, no queremos cambiar, buscamos una salida más elegante que aceptar la verdad”.


Dejarse curar para ver

Y así llegamos a que el único que reacciona bien es el ciego. Dice el Papa: “Está feliz de ver, da testimonio de lo que le ha pasado del modo más sencillo: ‘Era ciego y ahora veo’. Dice la verdad”. No quiere inventar ni esconder nada, no teme el qué dirán, porque Jesús le ha dado su plena dignidad, sin pedirle ni siquiera el agradecimiento, y le ha hecho renacer.

“Y esto es claro ­–apunta Francisco–, sucede siempre: cuando Jesús nos sana, nos devuelve la dignidad, la dignidad plena de la curación de Jesús, una dignidad que nace de lo más profundo del corazón, que se apodera de toda la vida”.

Como suele hacer, el sucesor de Pedro nos interpela sobre la misma escena: ¿Qué posición tomamos, qué hubiésemos dicho entonces? (…) ¿Nos dejamos aprisionar por el miedo al qué pensará la gente? (…) ¿Cómo acogemos a las personas que tienen tantas limitaciones en la vida, sean físicas, como este ciego; sean sociales, como los mendigos que encontramos en la calle? ¿Acogemos esto como una maldición o como una oportunidad para acercarnos a ellos con amor?” Y nos aconseja que pidamos “la gracia de asombrarnos cada día de los dones de Dios y de ver las diversas circunstancias de la vida, incluso las más difíciles de aceptar, como oportunidades para hacer el bien, como hizo Jesús con el ciego” (*).

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(*) Este texto es un fragmento de otro más amplio que se publicará en la revista "Omnes", abril.


lunes, 20 de febrero de 2023

Cinco dedos, cinco caminos


(Fotografía: una niña da una limosna al Papa en Sudán)
El encuentro con los jóvenes y los catequistas congoleños (cf. Discurso en el Estadio de los mártires, Kinshasa, 2-II-2023) fue, según Francisco, “entusiasmante”. Con una catequesis apoyada en los cinco dedos de la mano, les indicó cinco caminos por los que podían encauzar su grito que invoca paz y justicia, como fuerza de renovación humana y cristiana: la oración, la comunidad, la honestidad, el perdón y el servicio.

El dedo pulgar, más cercano al corazón –explicaba el Papa– nos puede hablar de la necesidad de la oración, como “agua del alma”, como “el arma más potente”, “compañera de viaje cada día”; pues sin una oración viva y sin el trato personal con Jesús no podemos hacer nada. “Levanta cada día las manos hacia Él para alabarlo y bendecirlo; grítale las esperanzas de tu corazón, confíale los secretos más íntimos de la vida: la persona que amas, las heridas que llevas dentro, los sueños que tienes en el corazón. Cuéntale acerca de tu barrio, de tus vecinos, de tus maestros y compañeros, de tus amigos y coetáneos; cuéntale de tu país”.

El dedo índice, con el que indicamos algo a los demás –continuaba–, nos puede remitir a la comunidad. “Piénsense siempre juntos y serán felices –les aconsejó Francisco–, porque la comunidad es el camino para estar bien consigo mismo, para ser fieles a la propia llamada. Las decisiones individualistas –la droga, el ocultismo y la brujería, el miedo, la venganza y la rabia– , en cambio, al principio parecen atrayentes, pero después sólo dejan un gran vacío interior”. Para conectar de verdad con los demás, no bastan las redes sociales ni las pantallas de los móviles; hay que hablar y escuchar realmente a los demás, sentirte responsable de ellos, protagonistas de fraternidad, de un mundo más unido. De esto son testigos los santos y los mártires.

El dedo central puede representar la honestidad. Esto significa no dejarse enredar por la corrupción, por la idolatría del propio yo o por el uso de los demás en lugar de servirlos. El consejo de san Pablo es: No te dejes vencer por el mal. Por el contrario, vence al mal, haciendo el bien» (Rm 12,21).

El Papa les interpelaba con fuerza: “Cada uno de ustedes tiene un tesoro que nadie puede robarles. Es vuestra capacidad de decidir. (…) No permitan que sus vidas sean arrastradas por la corriente contaminada; no se dejen llevar como un tronco seco en un río de lodo. Siéntanse indignados, sin caer nunca en los halagos de la corrupción, que son persuasivos pero envenenados”.

En el dedo anular se ponen los anillos nupciales. Por ser el más débil, nos puede recordar que las grandes metas de la vida pasan a través de la fragilidad, sin abrumarse por problemas inútiles, “como por ejemplo transformar el valor simbólico de la dote en un precio casi de mercado” (como sucede allí con frecuencia). Y la fuerza que nos permite ir adelante es el perdón: “Porque perdonar quiere decir saber empezar de nuevo. Perdonar no significa olvidar el pasado, sino no resignarse a que se repita. Es cambiar el curso de la historia. Es levantar al que ha caído. Es aceptar la idea de que nadie es perfecto y que no sólo yo, sino que todos tienen el derecho de empezar de nuevo”. Y la capacidad para perdonar se consigue dejándonos perdonar por Dios mediante la confesión de los pecados. Eso nos dará “el estilo de Dios”, capaz de renovar la historia, empezar siempre de nuevo.

Finalmente –concluye el sucesor de Pedro– está el dedo más pequeño; porque lo pequeño es lo que atrae a Dios. El que sirve se hace pequeño, aparentemente desaparece, pero da fruto. Y según Jesús, el servicio es el poder que transforma el mundo. “Por eso –concreta Francisco–, la pequeña pregunta que puedes atarte al dedo cada día es: ¿qué puedo hacer yo por los demás? Es decir, ¿cómo puedo servir a la Iglesia, a mi comunidad, a mi país?”. Teniendo en cuenta que en muchos lugares de África los catequistas son los que mantienen vivas a las comunidades cristianas, el Papa les agradeció su servicio, su luz y su esperanza, y les pidió que no se desanimen nunca, porque Jesús no les deja solos.