domingo, 1 de septiembre de 2024

El encuentro y su papel en la pedagogía


M. Chagall, Lucha de Jacob con el ángel (1967) 
Musée National Marc Chagall, Niza (Francia)

Educar es educar desde y para el encuentro. Se reconoce que uno de los textos pedagógicos más importantes de Romano Guardini, que conservan hoy toda su vigencia, es el que dedica al encuentro (*).

Dejemos a un lado, aunque el autor lo considera brevemente, el encuentro entre dos objetos materiales, entre dos plantas, entre dos animales, que en cada caso sigue unas leyes diversas según sus respectivos modos de ser.


Condiciones para que se dé el encuentro personal


Hablamos de encuentro, se nos dice, propiamente cuando un hombre contacta con la realidad. No es todavía un encuentro si solo busca, por ejemplo satisfacer su hambre, aunque puede ir más allá del instinto. Como todavía no lo es tampoco un simple choque entre dos personas.

Dos condiciones iniciales para que se dé un encuentro (personal), según Guardini, serían: 1) el toparse con la realidad más allá de una interacción simplemente mecánica, biológica o psicoógica; 2) establecer una distancia respecto a esa realidad, fijarse en su singularidad, tomar postura ante ella y adoptar una conducta práctica respecto a ella.

Para todo ello se requiere la libertad. En la libertad se pueden ver dos lados: una libertad material, por la que podamos entrar en relación con todo lo que nos rodea; una libertad formal, como facultad de actuar (o no) desde la energía inicial propia de la persona. A veces la persona puede llegar a la convicción de que no se debe confiar en todo lo que sale al encuentro: “Puede cerrar las puertas de su corazón, y dejar fuera el mundo. La angua Stoa lo hizo así, y así se comporta la ascesis religiosa, para dirigir el amor solo a Dios”[1].

El encuentro puede partir solamente de parte de la persona, por ejemplo, frente a una cosa que despierta nuestro interés, como una fuente, un árbol o un pájaro y se puede convertir en una imagen de algo más profundo o incluso puede ayudar a comprender radicalmente la existencia. Esto, siempre que se venza la costumbre, la indiferencia o el esnobismo, la presunción engreída y llena de sí mismo[2]. Tales son los enemigos principales del encuentro.

Pero el encuentro puede ser también bilateral, y entonces surge una relación especial, en la que dos personas se valoran más profundamente, más allá de su mera presencia o sus funciones sociales: se convierten en un “tú”.

Como contenidos del encuentro Guardini enumera: 1) el conocimiento de la persona y de su conducta que de ahí se deriva; 2) una “vivencia peculiar de la familiaridad y de la extrañeza”: familiaridad que puede crecer y convertirse en confianza en unión; y aquí, la relación con el carácter y la actividad, el pueblo y el grupo social, las ideas, la relación con el mundo, etc; pero también con las diferencias, la extrañeza y la irritación, la antipatía y la enemistad; 3) Siempre, incluso entre las personas más íntimas, está ese elemento de extrañeza, por el carácter irreductible de la individualidad. Esto marca necesariamente la distancia de la persona.

Además, el encuentro requiere que se dé “un buen momento”, un momento propicio, que se constituye a partir de miles de elementos más o menos conscientes o inconscientes: vivencias del pasado e imágenes, energías y tensiones, necesidades, ambiente, estado de ánimo, elementos creativos y afectivos, etc. De ahí la dificultad o la imposibilidad de “confeccionar” un encuentro, y la apertura del encuentro hasta acercarse a la Providencia y a la suerte.

El encuentro requiere, pues, a la vez, la libertad y la espontaneidad, en el sentido de que solo acontece si no se busca, como sería el encuentro con una flor azul que abre el camino hacia el tesoro.


Dimensiones del encuentro: metafísica, psicología y religiosa

El fenómeno del encuentro puede ser descrito por su lado metafísico, es decir, lo que se refiere al “ser” mismo del encuentro: ¿porqué es como es?, ¿cómo ha surgido?, Esto lo testimonia la experiencia de los sabios. Sobre todo, que las grandes cosas tienen que ser regaladas, no son exigibles ni pueden ser forzadas.

“Esto apunta a una creatividad objetiva que está por encima de la individual y humana; a una instancia que dirige, condensa y ‘escribe’ la situación con una sabiduría y una originalidad ante cuya soberanía las acciones humanas resultan bobas y elementales. Por esto todo encuentro auténtico despierta el sentimiento de hallarse uno ante algo inmerecido, y también de gratitud o, al menos, de sorpresa por lo curiosamente y bien que ha salido todo. Estas reacciones no es necesario que se den siempre en el plano consciente; pero conforman una actitud (un elemento que, según lo que resulte y las circunstancias, puede hacerse arrollador”[3].

El encuentro puede describirse, como también hace Guardini, por su lado psicológico: pues el encuentro se sustrae ante lo que llamamos concentración, ya que esta tensiona, ordena y cierra. El encuentro resiste a la búsqueda de lo útil, lo sistemático, lo pedante y diligente. “Frecuentemente los encuentros se regalan a personas que no se esfuerzan en conseguirlos, que incluso puede que aparentemente no los merezcan (la felicidad)…”[4]. Se siente que ha sido una encrucijada “regalada” de libertad y necesidad: se han dado muchas circunstancias, quizá aparentemente casuales, para que sucediera, y surge el sentimiento curioso de que “no podía ser de otra manera”.

El encuentro tiene, en tercer lugar, relación con lo espiritual y con lo religioso, en cuanto que supone un logro o un éxito de lo personal, gracias a un factor que no viene simplemente del trabajo o de la previsión humana, que podría degenerar en puro hábito sin alegría ni emociones. Este factor, respetando la libertad, orienta la existencia hacia una cierta plenitud, sin dejarla convertirse, por el otro extremo, en una aventura inestable y juguete del momento. Por eso el encuentro afecta al centro espiritual o interior de la persona.

Esto es así, señala Guardini, “porque en el encuentro lo que brota no es únicamente lo esencial y singular, sino también el misterio[5]. “ En el momento en que yo me encuentro con una cosa o con una persona, éstas pueden adquirir una nueva dimensión, la religiosa. Entonces todo se convierte en misterio; y a eso responde la admiración, el agradecimiento, la emorción”. Guardini aduce el acontecimiento narrado por san Agustín, de cómo se le quitó un fuerte dolor de muelas después de acudir a la oración propia y ajena (cf. Confesiones, IX, 4, 12).


La “médula” del sentido del encuentro

Para mostrar lo que considera como “la médula del sentido del encuentro”, Guardini recurre a unas palabras de Jesús camino de Jerusalén. Conviene notar que estas palabras tiene siempre para Guardini un significado especial, pues se vinculan a un momento trascendental de su vida, en que experimentó una conversión a la vez intelectual y espiritual[6]: “Quien quisiere poner a salvo su vida (psyche, vida o alma), la perderá; mas quien perdiere su vida por mi causa, la hallará” Mt 16, 25).

Se refieren estas palabras a la manera de comportarse el hombre en la relación con Cristo y, según Guardini, son claves para entender la existencia humana en general. Vienen a significar: “Quien se aferra a su sí mismo en su propio ser, lo perderá; quien lo pierde por causa de Cristo, lo encuentra”[7].

Y explica Guardini esta expresión en cierto modo paradójica (pues es el perderse lo que lleva a encontrarse):

“El hombre llega a ser él mismo liberándose de su egoísmo. Pero no en forma de ligereza, de superficialidad y vacío existencial, sino en pro de algo que merece que por su causa corra uno el riesgo de no ser él”[8].

¿Cómo puede uno liberarse de sí mismo en este sentido? Esto, responde Guardini, puede suceder de formas muy diversas. Por ejemplo, ante un árbol, puedo pensar simplemente en comprarlo, aprovecharlo, etc., es decir en su relación conmigo. Pero también puedo considerarlo de otra manera, en sí mismo, contemplando su estructura, su belleza, etc.

Otro ejemplo que pone Guardini es el de dos estudiantes universitarios: uno trabaja con la vista puesta en su futuro, en sus oportunidades y en el provecho que puede sacar de tal asignatura o tal examen, y acabará siendo un buen abogado, médico o lo que sea. Al otro le interesan los temas en sí, la investigación, la verdad, y puede llegar a realizar una carrera razonable. Para el primero, la ciencia es un medio con vistas a un fin, que consiste en afirmarse a sí mismo en la vida. El segundo se abre al objeto, poniendo en el centro no a sí mismo sino la verdad. Y este se autorrealizó al crecer su yo en contacto con los avances de sus planteamientos e investigaciones.

Otros ejmplos servirían, apunta Guardini, en relación con la amistad y el amor (la amistad calculadora y la auténtica; el amor basado en el apetito y el amor personal).

La amistad nace solamente cuando reconozco al otro como persona; le reconozco la libertad de existir en su identidad y esencia; consiento que se convierta en un centro de gravedad por derecho propio y experimento una solicitud viva para que esto ocurra realmente… Entonces se convierten la forma y la estructura de la relación personal, y el estado de ánimo con el que la abordo. La relación se centra en la otra persona. Al darme cuenta de esto, me distancio continuamente de mí mismo y de este modo me encuentro a mí mismo, como amigo, en lugar de como explotador; libre en lugar de atado a mi propio beneficio; verdaderamente magnánimo, más que lleno de pretensiones”[9].

Guardini concluye su reflexión ofreciendo una interpretación conclusiva del sentido último del encuentro, diríamos nosotros, a la luz de una antropología cristiana. Es, por tanto, importante como clave para una pedagogía de la fe. Primero desde un nivel antropológico. Y luego, antropológico-teológico, en relación con la revelación cristiana:

“El hombre está hecho de manera tal que de entrada se manifiesta a sí mismo en una forma inicial, como un proyecto. Si se aferra a ese proyecto, permanece encerrado en sí mismo y no pasa a la entrega, se hace cada vez más estrecho y mezquino. Ha ‘conservado su alma’, pero la ha ido perdiendo cada vez más. En cambio, si se abre, si se entrega a algo, se convierte en campo donde puede aparecer lo otro (el país que ama, la obra a la que sirve, la persona a la que está unido, la idea que lo inspira), y entonces se hace cada vez más profunda y propiamente él mismo”[10]. Además, en el encuentro con el mundo circundante, el hombre encarna lo que es y crea haciendo cultura en su sentido más amplio[11].

“Este salir de uno mismo puede ser cada vez más completo. Puede alcanzar una intensidad religiosa. Tengamos en cuenta que el término con que se expresa una muy elevada forma de conmoción religiosa es el de ‘éxtasis’, que significa precisamente ser sacado de uno mismo, estar fuera de sí. Hay que pensar que, como sucede en todas las relaciones, el éxtasis no es unilateral, es decir que no afecta sólo a la persona que sale fuera de sí misma en busca de quien le sale al encuentro, sino que tambén éste sale de sí mismo; su ser sale fuera del arcano de su propio yo. Se revela, se abre”[12].

El hombre se hace verdaderamente hombre cuando sale de sí mismo respondiendo en los acontecimientos propiamente humanos. Pues bien:

El encuentro es el comienzo de ese proceso; o, al menos, puede serlo. Representa el primer toque por parte de lo que nos sale al paso, en virtud del cual el individuo es llamado a salir de su inmediato yo y renunciar a su egoísmo, animado a ir más allá de sí mismo en pos de lo que le sale al encuentro y se le abre”[13].

Sin duda todo ello puede ser educado en el sentido de facilitado, fomentado, orientado mediante una “pedagogía del encuentro”.


El encuentro en la pedagogía

En sus escritos pedagógicos, Guardini muestra el papel que juega el encuentro en el conjunto de la educación. Sobre la base constituida por la “forma” (estructura de la existencia personal concreta) que se va desplegando en la “formación” con la ayuda de la educación, la persona se realiza también gracias al encuentro, “en medio del movimiento del hacerse y de la multiplicidad de sus fases en la diversidad de factores del propio ser y en la pluralidad de sus determinanciones”[14].

Todo ello compete a la pedagogía del aspecto subjetivo o inmanente de la persona.

A esto habrá que añadir el aspecto objetivo o transcendente de la persona (en relación con las ideas, normas y valores: la realidad, el mundo, los hombres, la historia, la cultura, Dios, la Iglesia, etc., que valen por sí y no ante todo por su significado para mí). Esto segundo se lleva a cabo mediante la pedagogía de la aceptación (acogida de lo objetivo, tal como es) y del servicio (entrega a lo que me pide la realidad)[15].  En ese aspecto transcendente, dirá Guardini, se funda la dignidad humana. 

La educación debe enseñar el discernimiento de cuál debe ser el centro de gravedad de cada acción personal, teniendo en cuenta el conjunto: la forma personal, el encuentro o el servicio. Enseñar a tomar con auténtica libertad esas decisiones: eso es lo propio de la pedagogía.


(*) Cf. R. Guardini, “El encuentro” en Id., Ética. Lecciones en la Universidad de Múnich (redcoge textos de 1950-1962), BAC, Madrid 1999 (original alemán de 1993), pp. 186-197; Id., “L’incontro” (ensayo publicado en alemán en 1955),en Id., Persona e libertà. Saggi di fondazione della teoria pedagogica, a cura di C. Fedeli, ed. La Scuola, Brescia 1987, pp. 27-47.
[1] Persona e libertà, 32.
[2] Cf. Ib., 34.
[3] Ética, p. 192.
[4] Ibid.
[5] Ib., 193.
[6] Cf. https://iglesiaynuevaevangelizacion.blogspot.com/2018/10/50-aniversario-de-romano-guardini.html.
[7] Ética, o. c., p. 194.
[8] Ib., 195.
Recuérdese, al respecto, lo que dirá diez años después el Concilio Vaticano II en Gaudium et spes, 24: “El hombre, única criatura terrestre a la que Dios ha amado por sí mismo, no puede encontrar su propia plenitud si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás”.
[9] Persona e libertà, 45.
[10] Ética, 196.
[11] Cf. R. Guardini, Fundamentación de la teoría de la formación, Eunsa, Pamplona 2020, 51s.
[12] Ética, 196. Así ha sucedido, en efecto, con la Revelación cristiana (en la que Dios se autocomunica al hombre) y, de otro modo, en toda auténtica toma de conciencia sobre la propia vocación.
[13] Ética., 197.
[14] Fundamentación de la teoría de la formación, 80s.
[15] Cf. Ib., 82-88.

lunes, 19 de agosto de 2024

Literatura y evangelización

En su Carta sobre el papel de la literatura en la formación (17-VII-2024), señala el Papa Francisco que la literatura es un camino importante para la madurez personal, en cuanto que permite abrirse al mundo, a la realidad, a las otras personas y culturas, y entablar un diálogo interior enriquecedor, que tiene que ver con los propios deseos y expectativas.


Para abrir el mundo personal

De esta manera sirve al discernimiento espiritual y moral así como a la contemplación. El Papa utiliza diversas metáforas –el telescopio, el gimnasio, el acto de la digestión– para mostrar cómo la literatura es un excelente instrumento para la comprensión personal del mundo, para comprender y experimentar el sentido que los demás dan a sus vidas, para ver la realidad con sus ojos y no solo con los propios (cf. nn. 16-20, 26-40).

La literatura proporciona una escuela de la mirada y del “éxtasis” (salida de uno mismo), de la solidaridad, de la tolerancia y de la comprensión. Esto es así, piensa el sucesor de Pedro, porque “siendo cristianos, nada que sea humano nos es indiferente” (37).

Para los creyentes, la lectura es un camino para conocer las culturas (la propia las otras) y así, poder hablar al corazón de los hombres. Nos facilita reconocer las semillas plantadas por el Espíritu Santo en toda realidad humana y social. Y de este modo podemos responder hoy mejor a la sed de Dios que late en muchs corazones, aunque a veces no lo reconozcan.

Pero hay una condición: el anunciarles a Jesucristo, Palabra de Dios “hecha carne”, no a un Cristo sin carne. “Esa carne hecha de pasiones, emociones, sentimientos, relatos concretos, manos que tocan y sanan, miradas que liberan y animan; de hospitalidad perdón, indignación, valor, arrojo. En una palabra, de amor” (14).

De ahí que, a través de la literatura, los sacerdotes y en general todos los evangelizadores pueden hacerse más sensibles a la plena humanidad de Jesús, de modo que puedan anunciarlo mejor. Pues cuando el Concilio Vaticano II dice que “en realidad, el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado” (GS, 22), señala Francisco, “no se trata de una realidad abstracta, sino el misterio de ese ser humano concreto, con todas las heridas, deseos, recuerdos y esperanzas de su vida” (15).

domingo, 18 de agosto de 2024

Sentido de la vida y educación cristiana

Duccio di Buoninsegna, Jesús cura a un ciego de nacimiento (1311),
National Gallery, Londres

Sentido de la vida y educación cristiana


Contemplamos estos días el valor reconocido a los esfuerzos, mantenidos durante largo tiempo, de quienes llegan a obtener medallas en las Olimpiadas. Todos ellos, cuando se les pregunta, vienen a decir: "ha valido la pena el esfuerzo".

Sin duda el esfuerzo tiene que ver con el sentido de la vida, y esto es importante en la educación especialmente de los jóvenes.  ¿Cómo ilumina esto la fe cristiana?


La búsqueda de la felicidad y el valor de la vida

    De un lado, hay en cada persona una búsqueda innata de felicidad, entendida como vida plena. A esto se vincula la pregunta por un bien supremo, que responda al porqué y para qué de la vida, y también la pregunta por el lugar del sufrimiento en la vida humana. De ahí la importancia de la educación del sentido que viene, a confluir con la orientación de los deseos, de las metas y de los fines de cada cual. 
    A la necesidad de una vida con sentido, se opuso el siglo pasado el "absurdismo", propio del existencialismo radical. Esto venía representado por el mito de Sísifo, condenado a subir una gran piedra por una pendiente: al llegar arriba la piedra se resbalaba y caía, y la situación se volvía a repetir indefinidamente,  de modo que la vida humana es un continuo comenzar en una tarea sin sentido. Se proponía aceptar ese sinsentido. 
    Sin embargo, la propuesta no es racional y por ello tampoco sana. 
    ¿Cómo encontrar un sentido verdadero de la vida? Verdadero puede traducirse aquí por válido, acorde con la realidad de las personas y sus esperanzas. Evidentemente, no todos los "sentidos" tienen el mismo valor. Si así fuera la vida de los hitlerianos y la de los santos sería equivalente. Nada sería bueno ni malo. Sin el sentido, como saben bien los psiquiatras, crece el riesgo del nihilismo y de la depresión, quizá compensados transitoriamente por mecanismos exteriores (ruidos, activismo, drogas, etc.) o por el esfuerzo en la lucha contra enemigos más o menos imaginarios. 
    En la práctica uno tiende a llenar de "sentidos" su vida o dejar que se la llenen otros: el ambiente, la mayoría, los medios de comunicación. Pero no todos los sentido, decíamos, valen los mismo. La vida no es un saco que se puede llenar de cualquier cosa. Ya san Agustín decía: "Corres bien, pero fuera del camino". 

lunes, 24 de junio de 2024

Modernos y fieles

Esta mañana me llamó la atención una escena sencilla. Una joven iba en patinete a bastante velocidad por una acera. Llevaba atado un perrillo, que la seguía fielmente con evidente esfuerzo. Cuando llegaran a un semáforo tendrían que pararse. Y supongo que el perrillo experimentaría un cierto alivio antes de reemprender la carrera.

Un rato antes, yo acababa de leer un artículo del New York Times (cf. R. Douthat, “Can conservative and liberal catholics coexist?”, 8-V-2024). El autor opone los católicos liberales, y entre ellos critica al Papa (cuyo programa progresista ya habría alcanzado sus límites a la vez que producido una evidente decadencia), frente a los conservadores. Entre estos, según el articulista, caben notables distinciones, pues no se reducen únicamente a los tradicionalistas nostálgicos de la liturgia pre-Vaticano II, sino que también están los “neo-tradicionales”, capaces de convivir de forma moderada con los desarrollos posconciliares. Estos últimos serían los que probablemente lleguen a ser más influyentes o dominantes.

Ante la escena del patinete y el perrillo recordé que estamos en una época de cambios rápidos. No todos pueden ir al mismo ritmo. Además, puede haber interesados en que existan distintas velocidades, para lucrarse de las polémicas, de las ventajas de unos y las dificultades de otros. Mientras tanto, gracias a Dios, hay quienes, en la convivencia diaria o en la tarea educativa, se esfuerzan en moderar a unos para que comprendan e impulsar a los otros para que se sitúen algo más en ese ritmo acelerado.


El significado del Concilio Vaticano II

En mi mente todo ello se mezcló con la cuestión del significado del concilio Vaticano II. En el terreno eclesial suele decirse que el concilio fue como una encrucijada de dos trenes: el de la reforma o el progreso y el de la tradición. Con bastante esfuerzo se logró que se cruzaran. Pero luego cada uno siguió en la dirección que traía, porque los raíles no estaban preparados para otra cosa. Y así esos dos trenes se fueron separando de nuevo y cada vez más.

Benedicto XVI propuso una interpretación del concilio como “renovación (o reforma) en la continuidad”. No una reforma sin continuidad y tampoco una continuidad sin reforma.

Yves Congar había señalado algo parecido en su libro de 1950, publicado en español en 1953, Verdadera y falsa reforma en la Iglesia. En 1960 y 1963 escribió Tradición y tradiciones, y una síntesis en La tradición en la vida de la Iglesia (1964). En estos textos el eminente teólogo francés explica que la tradición (del latín tradere, entregar) es la vida entera de la Iglesia como comunión. Abarca no solamente las palabras escritas y habladas, sino también la oración, los sacramentos, los escritos de los Padres y otros muchos “monumentos” como él los llama, al servicio de los cuales se sitúa el oficio del Magisterio eclesial. 

jueves, 23 de mayo de 2024

Una barca que lleva la paz y la esperanza

(L. Veneziano, Cristo rescata a Pedro de las aguas, 1370, Staaatliche Museen, Berlín)

En Verona, a mediados de mayo, se encontró Francisco con sacerdotes y consagrados en la basílica de san Zeno (Discurso 18-V-2024). Apeló a la vocación recibida para navegar en la barca de la Iglesia. Ella es  “la barca del Señor que navega en el mar de la historia para llevar a todos la gloria del Evangelio”.


Llamada y misión

Se detuvo en dos realidades: la llamada recibida (la vocación) que ha de ser acogida, y la misión, que pide ser cumplida con audacia. “¡Procuremos no perder nunca el estupor de la llamada! Recordar el día en que el Señor me ha llamado. (…) Y esto se alimenta con la memoria del don recibido por gracia: siempre debemos tener esta memoria en nosotros”.

Así no nos pondremos a nosotros mismos en el centro. Si guardamos esta memoria, “Él me ha escogido, incluso cuando advirtamos el peso del cansancio y de alguna desilusión, permanecemos serenos y confiados, seguros de que Él no nos dejará con las manos vacías”. 

La llamada implica cultivar la paciencia, afrontar los imprevistos, los cambios y los riesgos vinculados con nuestra misión, con apertura y con una corazón vigilante. También hay que pedir al Espíritu Santo la capacidad para discernir los signos de los tiempos y resistir en los momentos difíciles.

No olvidéis esto: las heridas de la Iglesia, las heridas de los pobres. No olvidéis al buen samaritano, que se detiene y va allí a curar las heridas. Una fe que se ha traducido en la audacia de la misión. También hoy nos sirve esto: la audacia del testimonio y del anuncio, la alegría de una fe operativa en la caridad, el ingenio de una Iglesia que sabe captar los signos de nuestro tiempo y responder a las necesidades de quienes más luchan”.

Estos son, pues, los caminos: “Audacia, valentía, capacidad de comenzar, capacidad de arriesgar. A todos, lo repito a todos debemos llevar la caricia de la misericordia de Dios”. Y de este modo podremos, desde la barca del Señor y en medio de las tempestades del mundo, llevar sin miedo la salvación a tantos que se arriesgan a naufragar.  Esas tempestades provienen en gran parte de una cultura individualista, indiferente y violenta.

domingo, 12 de mayo de 2024

Paciencia

(Imagen: Tiziano o Giorgione, Cristo llevando la cruz (h. 1506-1507), Scuola Grande di san Rocco, Venecia).

En su pequeño pero excelente libro sobre Virtudes (*), Romano Guardini dedica un capítulo a la Paciencia.

La primera acepción de paciencia que aparece en el diccionario del español es “capacidad de padecer o soportar algo sin alterarse”. Y entre los sinónimos se ofrecen términos como aguante, estoicismo o resignación. Así las cosas, no es extraño que en el sentir popular la paciencia no tenga un brillo particularmente atractivo. Quizá por ello se cuestiona Guardini si se trata, en efecto, de algo gris o mezquino, con que una vida oprimida trate de justificar su pobreza.

Para profundizar en el tema, el ilustre teólogo italoalemán se traslada inmediatamente a la cima de la realidad, que para un creyente se sitúa en Dios. Dios ha creado el mundo, pero ¿por qué? Contestar a esta pregunta a fondo no es posible en esta tierra.

De todas formas, aventura algunas reflexiones: Dios no tenía necesidad del mundo, a él no le sirve de nada. “Quizá –añade– en tales consideraciones, presentimos algo así como las raíces de la paciencia divina”.

El caso, explica Guardini, es que Dios no sólo ha creado el mundo, sino que lo mantiene y sostiene. Y no se harta de él.

A este propósito, evoca el mito indio de Shiva en estos términos: “El formador del universo, que creó el mundo en una tormenta de entusiasmo, pero luego se hartó de él, lo pisoteó despedazándolo y produjo uno nuevo. Con éste pasó lo mismo, y la producción y la destrucción prosiguen interminablemente”. Y con ello esta divinidad se transformó en imagen de la impaciencia.

En la perspectiva cristiana, el verdadero Dios tiene una relación bien diferente respecto al mundo. 

Inteligencia artificial, sabiduría y comunicación


El tema del Mensaje del Papa para la 58 Jornada mundial de las comunicaciones sociales (12-V-2024) es: “Inteligencia artificial y sabiduría del corazón para una comunicación plenamente humana”. Plantea, según señala obispo de Roma, “cómo podemos seguir siendo plenamente humanos y orientar hacia el bien el cambio cultural en curso”. No debemos, aconseja, dejarnos llevar por augurios catastrofistas ante el futuro, pero sí, como ya dice Guardini proféticamente ya en 1927, permanecer “sensibles al dolor que produce la destrucción y el proceder inhumano que se contiene en este mundo nuevo”; y promover “que brote una nueva humanidad de profunda espiritualidad, de una libertad y una vida interior nuevas” (Cartas del lago de Como, Pamplona 2013, 101-104).


Partir de la sabiduría del corazón

En continuidad con los mensajes de las anteriores Jornadas mundiales de las comunicaciones sociales (2021-2023), Francisco propone que, en esta época que corre el riesgo de ser rica en tecnología y pobre en comunicación, hemos de partir, para nuestra reflexión, de la sabiduría del corazón humano. Aquí el término corazón se usa en sentido bíblico, como la sede de la libertad y de las decisiones importantes de la vida. “La sabiduría del corazón es, pues, esa virtud que nos permite entrelazar el todo y las partes, las decisiones y sus consecuencias, las capacidades y las fragilidades, el pasado y el futuro, el yo y el nosotros”. Puede parecer, y lo es, difícil de lograr, pero, añade el Papa, “es precisamente la sabiduría —cuya raíz latina sapere se relaciona con el sabor— la que da gusto a la vida”.

Al mismo tiempo, advierte que no podemos esperar la sabiduría de las máquinas, y concretamente de la Inteligencia artificial (=IE). Como expresa su nombre científico original, machine learning, las máquinas pueden “aprender” en el sentido de almacenar y correlacionar datos, pero es solo el hombre el que puede darles su significado. De ahí que, como todo lo que está en manos del hombre, la IE es una oportunidad y a la vez un peligro en manos del hombre, si este no supera “la tentación original de llegar a ser como Dios sin Dios (cf. Gn 3). No se trata solo de un riesgo, sino del peligro en que de hecho el hombre ha caído al querer “conquistar por las propias fuerzas lo que, en cambio, debería cogerse como un don de Dios y vivirse en la relación con los demás”. Por eso afirma el sucesor de Pedro, es necesario “despertar al hombre de la hipnosis en la que ha caído debido a su delirio de omnipotencia, creyéndose un sujeto totalmente autónomo y autorreferencial, separado de todo vínculo social y ajeno a su creaturalidad”.

Estas afirmaciones no son generalidades. De hecho, desde la primera fase de la Inteligencia artificial, la de los medios sociales, hasta los algoritmos, vamos experimentando que “toda extensión técnica del hombre puede ser un instrumento de servicio amoroso o de dominación hostil”. Las fake news y deepfakes, con la manipulación y simulación que conllevan, son claros ejemplos.