lunes, 24 de junio de 2024

Modernos y fieles

Esta mañana me llamó la atención una escena sencilla. Una joven iba en patinete a bastante velocidad por una acera. Llevaba atado un perrillo, que la seguía fielmente con evidente esfuerzo. Cuando llegaran a un semáforo tendrían que pararse. Y supongo que el perrillo experimentaría un cierto alivio antes de reemprender la carrera.

Un rato antes, yo acababa de leer un artículo del New York Times (cf. R. Douthat, “Can conservative and liberal catholics coexist?”, 8-V-2024). El autor opone los católicos liberales, y entre ellos critica al Papa (cuyo programa progresista ya habría alcanzado sus límites a la vez que producido una evidente decadencia), frente a los conservadores. Entre estos, según el articulista, caben notables distinciones, pues no se reducen únicamente a los tradicionalistas nostálgicos de la liturgia pre-Vaticano II, sino que también están los “neo-tradicionales”, capaces de convivir de forma moderada con los desarrollos posconciliares. Estos últimos serían los que probablemente lleguen a ser más influyentes o dominantes.

Ante la escena del patinete y el perrillo recordé que estamos en una época de cambios rápidos. No todos pueden ir al mismo ritmo. Además, puede haber interesados en que existan distintas velocidades, para lucrarse de las polémicas, de las ventajas de unos y las dificultades de otros. Mientras tanto, gracias a Dios, hay quienes, en la convivencia diaria o en la tarea educativa, se esfuerzan en moderar a unos para que comprendan e impulsar a los otros para que se sitúen algo más en ese ritmo acelerado.


El significado del Concilio Vaticano II

En mi mente todo ello se mezcló con la cuestión del significado del concilio Vaticano II. En el terreno eclesial suele decirse que el concilio fue como una encrucijada de dos trenes: el de la reforma o el progreso y el de la tradición. Con bastante esfuerzo se logró que se cruzaran. Pero luego cada uno siguió en la dirección que traía, porque los raíles no estaban preparados para otra cosa. Y así esos dos trenes se fueron separando de nuevo y cada vez más.

Benedicto XVI propuso una interpretación del concilio como “renovación (o reforma) en la continuidad”. No una reforma sin continuidad y tampoco una continuidad sin reforma.

Yves Congar había señalado algo parecido en su libro de 1950, publicado en español en 1953, Verdadera y falsa reforma en la Iglesia. En 1960 y 1963 escribió Tradición y tradiciones, y una síntesis en La tradición en la vida de la Iglesia (1964). En estos textos el eminente teólogo francés explica que la tradición (del latín tradere, entregar) es la vida entera de la Iglesia como comunión. Abarca no solamente las palabras escritas y habladas, sino también la oración, los sacramentos, los escritos de los Padres y otros muchos “monumentos” como él los llama, al servicio de los cuales se sitúa el oficio del Magisterio eclesial. 


Tradición y progreso

Ya a nivel humano, observa Congar, la tradición no es simplemente una fuerza conservadora, sino más bien un principio que asegura la continuidad y la identidad de la misma actitud a través de generaciones sucesivas. Es como la conciencia de un grupo social o el principio de identidad que enlaza entre sí las generaciones. La tradición permite el progreso, porque preserva los valores positivos adquiridos sin esclavizarse a las formas que tuvieron en el pasado. Es así memoria que enriquece la experiencia, precisamente para seguir viviendo, para seguir avanzando. No es servilismo, sino fidelidad.

Insiste en que, en la Iglesia, la tradición es no solo la enseñanza doctrinal, sino que implica toda la entrega de las realidades cristianas (las Escrituras, los sacramentos, los ritos litúrgicos, la autoridad de los ministerios, etc.). Y así avanza la misión eclesial. Como un árbol que solamente puede crecer apoyándose y haciendo fuerza sobre sus fundamentos y tomando el alimento vital desde sus raíces; de modo que la savia hace vivir al tronco y también a las ramas y a las hojas del árbol vivo.

El concilio Vaticano II explicó que la Iglesia es una tradición viva, que transmite la autorrevelación de Dios. Y como todo ser vivo, la Iglesia debe guardar su identidad sustancial y, la vez, ser capaz de asumir los cambios necesarios para inculturar el mensaje del Evangelio en distintos tiempos y lugares.

Por todo ello, me parece que la tendencia al análisis sociológico desde el binomio progreso-tradición puede explicar algunas cosas. Pero entonces, además de tener cuidado con el significado de las categorías sociológicas cuando se aplican a la Iglesia, a quién se aplican y el modo en que se lleva a cabo, debería hacerse alguna propuesta, sin limitarse a azuzar la oposición entre los dos elementos. En este caso puede conducir a pensar: si esto es así, entonces no hemos aprendido casi nada desde el Vaticano II.

Sin embargo, tras las apariencias puede que una parte silenciosa de los católicos haya comprendido más. Y que tanto los que se aquí se consideran “liberales” como los “tradicionales” sean resultado de reacciones previsibles, pero llamadas a escucharse y purificarse mutuamente. De modo que haya católicos que puedan ser (¿o estén siendo?) a la vez, modernos y profundamente fieles a Jesucristo, como dijo Juan Pablo II al despedirse de España en 2003. Al menos podemos trabajar por ello (*).

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Publicado en Religión Confidencial, 13-VI-2024


jueves, 23 de mayo de 2024

Una barca que lleva la paz y la esperanza

(L. Veneziano, Cristo rescata a Pedro de las aguas, 1370, Staaatliche Museen, Berlín)

En Verona, a mediados de mayo, se encontró Francisco con sacerdotes y consagrados en la basílica de san Zeno (Discurso 18-V-2024). Apeló a la vocación recibida para navegar en la barca de la Iglesia. Ella es  “la barca del Señor que navega en el mar de la historia para llevar a todos la gloria del Evangelio”.


Llamada y misión

Se detuvo en dos realidades: la llamada recibida (la vocación) que ha de ser acogida, y la misión, que pide ser cumplida con audacia. “¡Procuremos no perder nunca el estupor de la llamada! Recordar el día en que el Señor me ha llamado. (…) Y esto se alimenta con la memoria del don recibido por gracia: siempre debemos tener esta memoria en nosotros”.

Así no nos pondremos a nosotros mismos en el centro. Si guardamos esta memoria, “Él me ha escogido, incluso cuando advirtamos el peso del cansancio y de alguna desilusión, permanecemos serenos y confiados, seguros de que Él no nos dejará con las manos vacías”. 

La llamada implica cultivar la paciencia, afrontar los imprevistos, los cambios y los riesgos vinculados con nuestra misión, con apertura y con una corazón vigilante. También hay que pedir al Espíritu Santo la capacidad para discernir los signos de los tiempos y resistir en los momentos difíciles.

No olvidéis esto: las heridas de la Iglesia, las heridas de los pobres. No olvidéis al buen samaritano, que se detiene y va allí a curar las heridas. Una fe que se ha traducido en la audacia de la misión. También hoy nos sirve esto: la audacia del testimonio y del anuncio, la alegría de una fe operativa en la caridad, el ingenio de una Iglesia que sabe captar los signos de nuestro tiempo y responder a las necesidades de quienes más luchan”.

Estos son, pues, los caminos: “Audacia, valentía, capacidad de comenzar, capacidad de arriesgar. A todos, lo repito a todos debemos llevar la caricia de la misericordia de Dios”. Y de este modo podremos, desde la barca del Señor y en medio de las tempestades del mundo, llevar sin miedo la salvación a tantos que se arriesgan a naufragar.  Esas tempestades provienen en gran parte de una cultura individualista, indiferente y violenta.


Promover la paz

El mismo día, después de un encuentro con niños y jóvenes en la plaza de san Zeno, el obispo de Roma mantuvo otro encuentro sobre la paz, con jóvenes entre los que se hallaban algunos que han perdido familiares en la guerra entre Israel y Palestina (cf. Arena de Verona, 18-V-2024). Respondió a preguntas sobre la democracia y los derechos, las migraciones, el cuidado de la creación, el desarme y la economía.

Organizó sus respuestas como sugerencias para la promoción de la paz. La paz se organiza cuando hay un buen liderazgo. “La cultura fuertemente marcada por el individualismo –no por una comunidad– se arriesga siempre a hacer desaparecer la dimensión de la comunidad”. Por esto se requiere una autoridad que valore la colaboración, que sea capaz de reconocer sus propias limitaciones y de impulsar procesos de paz a partir de lo bueno que hay en cada uno.

Ante una pregunta de un miembro de Médicos sin fronteras, respondió que el Evangelio nos impulsa a ponernos siempre de parte de los pequeños, de los débiles y olvidados, y a romper convenciones y prejuicios para que sus voces puedan ser escuchadas. Nadie puede decir que no es responsable de los demás (en diversas medidas). A muchos, a muchos de nosotros, ironizó Francisco, se nos podría dar “el ‘premio Nobel’ de Poncio Pilatos porque somos maestros en lavarnos las manos”.

A propósito de otras preguntas, el Papa señaló la necesidad de oponerse a la cultura de la guerra y cultivar la revolución de la “lentitud”; es decir, de la paz y el diálogo, contando con los demás y con su historia. Esto no quiere decir que no existan tensiones ni conflictos que hay que gestionar con realismo, sin querer esconderlos y sin quedarse en uno de los extremos que suelen presentarse. Hemos de dejarnos interpelar por los conflictos, que nos pueden hacer progresar, si sabemos gestionarlos apelando a principios superiores.

Francisco manifestó su convicción de que el futuro de la humanidad no está en las manos de los grandes líderes y potencias mundiales, sino de los pueblos y culturas capaces de sembrar la paz y la esperanza.


La "puerta de la esperanza" 

El horizonte de la esperanza brilló también en otro encuentro que mantuvo Francisco a continuación, con un grupo de agentes de la policía penitenciaria, con detenidos y voluntarios (cf. Discurso en la Casa Circondariale di Montorio, 18-V-2024).

Confesó que siempre que va a una cárcel la experimenta personalmente como un lugar de humanidad. “de humanidad probada, quizá fatigada por dificultades, sentidos de culpa, juicios, incomprensiones, sufrimientos, pero al mismo tiempo llena de fuerza, de deseo de perdón, de ansias de rescate”. “Y en esta humanidad –señaló– aquí, en todos vosotros, está presente hoy el rostro de Cristo, el rostro del Dios de la misericordia y del perdón”. Por eso les exhortó: “No olvidéis esto: Dios perdona todo y perdona siempre, en esta humanidad, aquí, en todos vosotros”.

Refirió una pequeña anécdota al respecto. En una ocasión, una señora que trabajaba en una cárcel de mujeres y tenía una buena relación con las detenidas le dijo que tenía gran devoción a una santa. “¿A qué santa?”, le preguntó. –“A la puerta santa”. –“¿Y por qué? –“Porque es la puerta de la esperanza”.

El Papa tomó pie de este suceso para animar a los presentes a no perder los horizontes que se verán a través de esa puerta de la esperanza. Les pidió valorar la propia vida: “Nuestra existencia, la de cada uno de nosotros, es importante –no somos material de descarte, la existencia es importante–, es un don único para nosotros y para los otros, y sobre todo para Dios, que nunca nos abandona y, al contrario, sabe escuchar, gozar y apenarse con nosotros y perdonar siempre”.

Por eso les invitó a recomenzar siempre, a levantarse y a pedir ayuda: “No es debilidad pedir ayuda, no: hagámoslo con humildad y confianza y humanidad. Todos tenemos necesidad unos de otros, y todos tenemos derecho a esperar, más allá de cualquier historia y de cualquier error o fallo. La esperanza es un derecho que jamás decepciona. Jamás”.

Más tarde presidió la concelebración eucarística en el estadio Bentegodi (cf. Homilía, 18-V-24), en las vísperas de la solemnidad de Pentecostés. A los participantes les habló de la valentía que concede el Espíritu Santo y el cambio de vida que suscita. E insistió, como en otras ocasiones, en que el Espíritu Santo hace la armonía.


domingo, 12 de mayo de 2024

Paciencia

(Imagen: Tiziano o Giorgione, Cristo llevando la cruz (h. 1506-1507), Scuola Grande di san Rocco, Venecia).

En su pequeño pero excelente libro sobre Virtudes (*), Romano Guardini dedica un capítulo a la Paciencia.

La primera acepción de paciencia que aparece en el diccionario del español es “capacidad de padecer o soportar algo sin alterarse”. Y entre los sinónimos se ofrecen términos como aguante, estoicismo o resignación. Así las cosas, no es extraño que en el sentir popular la paciencia no tenga un brillo particularmente atractivo. Quizá por ello se cuestiona Guardini si se trata, en efecto, de algo gris o mezquino, con que una vida oprimida trate de justificar su pobreza.

Para profundizar en el tema, el ilustre teólogo italoalemán se traslada inmediatamente a la cima de la realidad, que para un creyente se sitúa en Dios. Dios ha creado el mundo, pero ¿por qué? Contestar a esta pregunta a fondo no es posible en esta tierra.

De todas formas, aventura algunas reflexiones: Dios no tenía necesidad del mundo, a él no le sirve de nada. “Quizá –añade– en tales consideraciones, presentimos algo así como las raíces de la paciencia divina”.

El caso, explica Guardini, es que Dios no sólo ha creado el mundo, sino que lo mantiene y sostiene. Y no se harta de él.

A este propósito, evoca el mito indio de Shiva en estos términos: “El formador del universo, que creó el mundo en una tormenta de entusiasmo, pero luego se hartó de él, lo pisoteó despedazándolo y produjo uno nuevo. Con éste pasó lo mismo, y la producción y la destrucción prosiguen interminablemente”. Y con ello esta divinidad se transformó en imagen de la impaciencia.

En la perspectiva cristiana, el verdadero Dios tiene una relación bien diferente respecto al mundo. 

Inteligencia artificial, sabiduría y comunicación


El tema del Mensaje del Papa para la 58 Jornada mundial de las comunicaciones sociales (12-V-2024) es: “Inteligencia artificial y sabiduría del corazón para una comunicación plenamente humana”. Plantea, según señala obispo de Roma, “cómo podemos seguir siendo plenamente humanos y orientar hacia el bien el cambio cultural en curso”. No debemos, aconseja, dejarnos llevar por augurios catastrofistas ante el futuro, pero sí, como ya dice Guardini proféticamente ya en 1927, permanecer “sensibles al dolor que produce la destrucción y el proceder inhumano que se contiene en este mundo nuevo”; y promover “que brote una nueva humanidad de profunda espiritualidad, de una libertad y una vida interior nuevas” (Cartas del lago de Como, Pamplona 2013, 101-104).


Partir de la sabiduría del corazón

En continuidad con los mensajes de las anteriores Jornadas mundiales de las comunicaciones sociales (2021-2023), Francisco propone que, en esta época que corre el riesgo de ser rica en tecnología y pobre en comunicación, hemos de partir, para nuestra reflexión, de la sabiduría del corazón humano. Aquí el término corazón se usa en sentido bíblico, como la sede de la libertad y de las decisiones importantes de la vida. “La sabiduría del corazón es, pues, esa virtud que nos permite entrelazar el todo y las partes, las decisiones y sus consecuencias, las capacidades y las fragilidades, el pasado y el futuro, el yo y el nosotros”. Puede parecer, y lo es, difícil de lograr, pero, añade el Papa, “es precisamente la sabiduría —cuya raíz latina sapere se relaciona con el sabor— la que da gusto a la vida”.

Al mismo tiempo, advierte que no podemos esperar la sabiduría de las máquinas, y concretamente de la Inteligencia artificial (=IE). Como expresa su nombre científico original, machine learning, las máquinas pueden “aprender” en el sentido de almacenar y correlacionar datos, pero es solo el hombre el que puede darles su significado. De ahí que, como todo lo que está en manos del hombre, la IE es una oportunidad y a la vez un peligro en manos del hombre, si este no supera “la tentación original de llegar a ser como Dios sin Dios (cf. Gn 3). No se trata solo de un riesgo, sino del peligro en que de hecho el hombre ha caído al querer “conquistar por las propias fuerzas lo que, en cambio, debería cogerse como un don de Dios y vivirse en la relación con los demás”. Por eso afirma el sucesor de Pedro, es necesario “despertar al hombre de la hipnosis en la que ha caído debido a su delirio de omnipotencia, creyéndose un sujeto totalmente autónomo y autorreferencial, separado de todo vínculo social y ajeno a su creaturalidad”.

Estas afirmaciones no son generalidades. De hecho, desde la primera fase de la Inteligencia artificial, la de los medios sociales, hasta los algoritmos, vamos experimentando que “toda extensión técnica del hombre puede ser un instrumento de servicio amoroso o de dominación hostil”. Las fake news y deepfakes, con la manipulación y simulación que conllevan, son claros ejemplos. 

jueves, 9 de mayo de 2024

Belleza y fragilidad

El discurso del Papa a los jóvenes en Venecia (28-IV-2024) es un fragmento de lo que ha llamado la “sinfonía de la gratuidad”, cuyo tema principal podría ser también belleza y fragilidad.

El punto de partida es la filiación divina y vale la pena reproducir el párrafo entero: 

“Todos hemos recibido un gran don, el de ser hijos predilectos de Dios, y estamos llamados a realizar el sueño del Señor: ser testigos y experimentar su alegría. No hay cosa más hermosa. No sé si ustedes han tenido alguna experiencia tan hermosa que no pueden guardársela para sí mismos, sino que sienten la necesidad de compartirla. Todos tenemos esa experiencia, una experiencia tan hermosa que uno siente la necesidad de compartirla. Hoy estamos aquí para eso: para redescubrir en el Señor la belleza que somos y para alegrarnos en el nombre de Jesús, el Dios joven que ama a los jóvenes y que siempre sorprende. Nuestro Dios siempre nos sorprende. ¿Lo han entendido? Es muy importante estar preparados para las sorpresas de Dios”.

Cada uno tenemos que ver, en efecto, con un sueño único de Dios, y es bello que lo sepamos descubrir. Precisamente se lo decía desde Venecia, ciudad de la belleza. Y les sugería dos verbos prácticos y maternales, dos verbos de movimiento que animaron el corazón joven de María, nuestra Madre: levantarse e ir.


Levantarse

En primer lugar, levantarse (cf. Lc 1, 39: "se levantó y se fue"). “Levantarse del suelo, porque estamos hechos para el Cielo. Levantarse de las penas para mirar hacia arriba. Levantarse para estar ante la vida, no sentarse en el sofá”. No tiene sentido un joven que pasa la vida sentado en el sofá. Y hay diferentes sofás que nos agarran y no nos dejan levantarnos.

“Levantarse para decir ‘¡Aquí estoy!’ al Señor, que cree en nosotros. Levantarse para acoger el don que somos, para reconocer, antes que nada, que somos preciosos e insustituibles”.

Y, como susurrando, añade Francisco: no vale decir: no es verdad, soy feo o fea… Eso sí que no es verdad, replica: cada uno es hermoso y tiene un tesoro dentro para compartir.

Cada uno de nosotros, les explica, es hermoso y tiene un tesoro dentro, un hermoso tesoro para compartir y dar a los demás. Y no se trata de autoestima, sino de realidad. Hay que reconocerlo desde que nos levantamos y dar gracias a Dios:

"Dios mío, gracias por la vida. Dios mío, haz que me enamore de la vida, de mi vida. Dios mío, Tú eres mi vida. Dios mío, ayúdame hoy por esto, por esto otro...”.

Luego está el Padrenuestro, donde la primera palabra es la clave de la alegría: "Padre", y ahí nos reconocemos como un hijo amado, una hija amada: “Te recuerdas que para Dios no eres un perfil digital, sino un hijo, que tienes un Padre en el cielo y que, por tanto, eres hijo del cielo”. Se adelanta el Papa: esto no es “demasiado romántico". Es la realidad, que hemos de descubrir en nuestra vida.

Y hablando de realidad, añade con realismo: es verdad que con frecuencia tenemos que luchar contra una fuerza que tira de nosotros hacia abajo, para verlo todo gris. Pero hemos de levantarnos. Y para eso dejarnos levantar. “Para levantarnos -no lo olvidemos- ante todo debemos dejarnos levantar: dejar que nos lleve de la mano el Señor, que nunca defrauda a los que confían en Él, que siempre levanta y perdona”. 

miércoles, 24 de abril de 2024

Actitudes de Jesús ante el sufrimiento humano



El tiempo de Pascua actualiza nuestra vida con Cristo resucitado, su victoria sobre el mal y las tinieblas. Y nos capacita para identificarnos con Él, si correspondemos a su invitación con generosidad, en sus actitudes ante la enfermedad, el sufrimiento y humano y las personas discapacitadas. También a nivel social podemos hacer mucho en este terreno, luchando contra la "cultura del descarte" de tantos niños y jóvenes, enfermos, personas discapacitadas, ancianos y marginados de la sociedad.

Así podemos contribuir, en el día a día y en las circunstancias concretas de cada uno, a mostrar y defender la "dignidad infinita" de todo ser humano (*).


Cuidar y unir, asumir y tocar

Quien mira a Cristo y vive con Él, camina con Él y participa de sus actitudes. En un Discurso a la plenaria de la Pontificia Comisión bíblica (11-IV-2024), el sucesor de Pedro nos exhorta a participar de las actitudes de Jesús, concretamente ante la enfermedad y el sufrimiento humano.

"Todos vacilamos bajo el peso de estas experiencias y debemos ayudarnos a atravesarlas viviéndolas ‘en relación’, sin replegarnos sobre nosotros mismos y sin que la rebelión legítima se convierta en aislamiento, abandono o desesperación".

Por la experiencia de los sabios y de las culturas, sabemos que el dolor y la enfermedad, sobre todo si los situamos a la luz de la fe, pueden convertirse en factores decisivos en un camino de maduración; pues el sufrimiento, entre otras cosas, permite discernir lo esencial de lo que no lo es.

Sostiene el Papa que es sobre todo el ejemplo de Jesús el que muestra el camino, la actitud que hemos de tomar ante la enfermedad y el sufrimiento propio y ajeno, y traducirlo en pasos provechosos: “Él nos exhorta a cuidar a quienes viven en situaciones de enfermedad, con la determinación de superar la enfermedad; al mismo tiempo, nos invita con delicadeza a unir nuestros sufrimientos a su ofrecimiento salvífico, como semilla que da fruto". Cuidar e intentar superar, unir y asumir.

En efecto, desde el comienzo de su pontificado, el 19 de marzo de 2013, viene enseñando, también cuando evoca el ejemplo de san José, la tarea cristiana y humana de custodiar y servir, de la cercanía y del cuidado de los demás, especialmente de aquellos que nos salen al encuentro o a los que podemos llegar, para aliviarles en sus necesidades (cf. también el mensaje para la Jornada mundial de la paz, 1-I-2021 sobre "la cultura del cuidado como camino de la paz").

En nuestros días Francisco ha señalado que la visión de fe nos puede llevar a afrontar el dolor con dos actitudes decisivas: compasión e inclusión.

viernes, 22 de marzo de 2024

Evangelización en el horizonte del jubileo 2025


 

 

Rembrandt, v. R., Cristo curando a un leproso (h. 1650) 
Riks Museum, Amsterdam


El discurso del Papa al Dicasterio para la evangelización (15-III-2024)  ayuda a comprender las líneas generales por donde avanzan las propuestas de su pontificado en el horizonte del jubileo de 2025.

Comenzó trazando el marco de los desafíos contemporáneos. Subrayó el secularismo (vivir como si Dios no existiera) de las últimas décadas, la pérdida del sentido de pertenencia en la comunidad cristiana y la indiferencia respecto a la fe.

Estos desafíos, explicó, necesitan respuestas adecuadas, teniendo también en cuenta la cultura digital en que nos encontramos: saber situar lo legítimo de la hoy tan reclamada autonomía de la persona, pero no al margen de Dios. Pues solo Dios funda la verdad que alberga toda persona y solo Él garantiza la plena libertad de la acción personal. (En efecto, aunque alguien piense ¿pero no existe fuera de Dios la verdad y la libertad?, estas no se encuentran de hecho sino de modo fragmentado y oscurecido).

Tras esta introducción, el Papa señaló tres temas importantes en este momento y cara al jubileo del 2025.



La transmisión de la fe

En primer lugar, la ruptura en la transmisión de la fe. A este propósito apuntó la urgencia de recuperar la relación con las familias y los centros de formación. Y señaló claramente el centro de la cuestión: la fe se transmite sobre todo con el testimonio de la vida. Un testimonio que tiene un centro: “La fe en el Señor resucitado, que es el corazón de la evangelización, para ser transmitida pide una experiencia significativa, vivida en familia y en la comunidad cristiana como encuentro con Jesucristo que cambia la vida”.

En este marco subrayó la importancia de la catequesis. Y en relación con la catequesis, recomendó servirse del nuevo Directorio para la catequesis, elaborado por este dicasterio de la Evangelización en 2020. “Este es un instrumento válido y puede ser eficaz no solo para la renovación de la metodología catequística, sino, diría, sobre todo para la implicación de la comunidad cristiana en su conjunto”.

También en este contexto puso de relieve el ministerio del catequista, sobre todo en el ámbito de los jóvenes, al servicio de la evangelización.

Una tercera llamada de atención en el mismo marco, la dirigió el Papa al Catecismo de la Iglesia Católica, referencia fundamental para la educación de la fe (no solo para la catequesis sino para toda enseñanza en relación con la fe católica). “En este sentido os animo a encontrar las formas para que el Catecismo de la Iglesia Católica pueda seguir siendo conocido, estudiado, valorado, de modo que de él se extraigan las respuestas a las nuevas exigencias que se manifiestan con el paso de los decenios” (*).  


Cabe señalar que treinta y dos años después de su publicación (1992) este "Catecismo" (que no es un "catecismo" en el sentido popular de la palabra: un pequeño librito para enseñar a niños y jóvenes, sino un verdadero tratado teológico en la perspectiva pedagógica de la fe) sigue siendo plenamente actual, y cualquiera que se adentre en sus páginas comprobará su riqueza de contenidos y su claridad.