miércoles, 19 de agosto de 2020

Asombro, belleza y testimonio cristiano

Pestsäule (Columna de la peste), Viena
 
Columna monumental de 21 metros de atltura, dedicada a la Trinidad,
levantada en Viena en 1693 para agradecer el fin de la peste
que había asolado la ciudad años antes



El mensaje que el cardenal Parolin ha enviado al encuentro de Rimini, de parte del Papa Francisco (5-VIII-2020), subraya la posibilidad del asombro, para descubrir, también en medio de las experiencias dramáticas de la pandemia, con ojos de niño (cf. Mt 18, 3) el valor de la existencia humana, de la existencia de los demás seres y del amor, Y también el don de la fe. Ese asombro se traduce ahora ­–puede y debe traducirse– en compasión y en servicio a las necesidades de quienes nos rodean.

En efecto. La admiración, el asombro o estupor tiene que ver con la capacidad de mirar. El guardagujas le dice al Principito (capítulo XXII) que en los trenes los viajeros no buscan ni persiguen nada, normalmente duermen o bostezan; “únicamente los niños aplastan su nariz contra los vidrios.... únicamente ellos saben lo que buscan…”.

Si el principio de la filosofía es la atención hacia la realidad y la vida, también el asombro –capacidad exclusivamente humana– es condición para captar el Misterio que está en la raíz y el fundamento de todas las cosas y especialmente de todo lo que tiene que ver con las personas, la nostalgia y el anhelo de infinito. Con ello se conecta el camino de la belleza, cuya plenitud se encuentra en Cristo, que revela la maravilla de la vida cuando se descubre un amor que salva.

“Diversas personas –se lee en ese mensaje– se han apresurado en la búsqueda de respuestas o incluso solo de preguntas sobre el sentido de la vida, a lo que todos aspiramos, aunque no seamos conscientes: en lugar de apagar esa sed más profunda, el confinamiento ha reavivado en algunos la capacidad de maravillarse ante personas y hechos que antes se daban por supuestos. Una circunstancia tan dramática ha restituido, al menos un poco, un modo más genuino de apreciar la existencia, sin la complejidad de las distracciones y preconceptos que manchan la mirada, desdibuja las cosas, vacía el asombro y nos priva de preguntarnos quiénes somos”.