lunes, 14 de septiembre de 2020

La cruz, el Espíritu Santo y la Iglesia

 

P. Sciancalepore (†), Cristo (detalle) en el Santuario de Torreciudad, Huesca, España


La cruz de Cristo fue humanamente una derrota y un fracaso. Pero para los cristianos la cruz de Cristo es sobre todo el signo de la victoria de Dios sobre el mal y el trono de su realeza, que es realeza de amor. Por eso la Iglesia exalta la cruz y la pone en su corazón, invitándonos a contemplarla sin miedo. Al mismo tiempo, para entender mejor el misterio de la cruz –y con ello el modo en que la fe cristiana ilumina el sentido del sufrimiento-, conviene considerar que "hemos nacido ahí" y ahí sigue estando nuestra fuerza: en el amor de Dios Padre, en la gracia que Jesús nos ganó con su entrega y en la comunión del Espíritu Santo (cf. 2 Co 13, 14).


La vida interior del cristiano se identifica con su relación con Cristo. Pues bien, esta vida pasa a través de la Iglesia, y viceversa: nuestra relación con la Iglesia pasa necesariamente por nuestra relación personal con Cristo. En este cuerpo de Cristo todos los miembros deben asemejarse a Cristo «hasta que Cristo esté formado en ellos» (Ga 4, 9).

«Por eso –dice el Vaticano II y recoge el Catecismo de la Iglesia Católica– somos integrados en los misterios de su vida (...), nos unimos a sus sufrimientos como el cuerpo a su cabeza. Sufrimos con él para ser glorificados con él» (Lumen gentium, 7; CEC 793).