martes, 20 de febrero de 2024

El "triple oficio" de Cristo, de la Iglesia y del cristiano




Duccio di Bouninsegna, La pesca milagrosa (h. 1655), 
Museo dell'Opera del Duomo, Siena.


Lo que se conoce como “triple oficio” (o ministerio) de Cristo (profeta, sacerdote y rey) es un esquema teológico que ha dado frutos abundantes en los últimos siglos para la teología y la pastoral de la Iglesia. Los párrafos aquí recogidos pertenecen a la síntesis que Santiago Madrigal publicó, sobre este tema, en un buen Diccionario de Eclesiología hace pocos años (*).

El autor identifica cuatro buenos servicios de este “esquema”: 1) explicar en unidad el ser y el obrar de Cristo (como se estudian respectivamente en la cristología y la soteriología), de acuerdo con la teología bíblica; 2) la inserción del misterio de la Iglesia en el misterio de Cristo (de modo que el triple munus de Cristo es participado como triplex munus Ecclesiae [triple oficio de la Iglesia] antes que en el cristiano singular), tal como se expone en el Concilio Vaticano II (Lumen gentium); 3) una buena base tanto para la teología del laicado como para la teología del ministerio episcopal; 4) un marco para articular las dimensiones y tareas de la única misión evangelizadora de la Iglesia.


La unidad entre el ser y el obrar de Cristo

“Aunque la tripartición de los oficios de Cristo es sólo una de las formas posibles de sistematizar los numerosos títulos que la Escritura le asigna, hoy podemos decir que la doctrina de los tria munera Christi [tres oficios de Cristo] se ha generalizado en la teología católica tras el espaldarazo que recibió del magisterio eclesiástico en el Vaticano II. Frente a la dogmática tradicional, esta división tripartita no reduce de forma casi exclusiva el significado antropológico y soteriológico [en relación con la obra redentora de Cristo] de la cristología. El esquema permite describir de forma sintética los aspectos fundamentales de la misión de Cristo, porque una cristología que no quiere escindir la persona y la obra, es decir, orientada hacia la soteriología, deberá poner de manifiesto las funciones mesiánicas del profeta y revelador, del sumo sacerdote y del Señor de la creación. Desde la teología bíblica afirmamos que en Cristo y por Cristo ha revelado Dios el misterio de su gracia, ha realizado la reconciliación con la humanidad pecadora y la ha hecho partícipe de su gloria divina. Profeta, sacerdote, rey, no son tres funciones distintas, sino tres aspectos diversos de la función salvífica del único mediador (1 Tm 2, 5; Hb 8, 6)”.

Comunión de las Iglesias, Eucaristía y episcopado




(Imagen: Báculo con Cordero de Dios (h. 1360-1440) pintado en hueso con elementos de oro. Metropolitan museum, New York)

La Carta de la Congregación para la Doctrina de la Fe Communionis notio, sobre algunos aspectos de la Iglesia considerada como Comunión (28-V-1992) (*), dedica su tercera parte (nn. 11-14) a la relación entre la comunión de las Iglesias, la Eucaristía y el episcopado.

[Comienza desarrollando por qué la comunión de las Iglesias particulares tiene su fundamento, además de en la misma fe y el Bautismo común, en la Eucaristía. Esto es así porque la celebración de la Eucaristía es imagen y presencia de la Iglesia como tal, una e indivisible, universal y, a la vez, acoge en su plenitud a cada Iglesia particular. Esto hace imposible la autosuficiencia de la Iglesia particular, en cuanto que no se sostiene en sí misma, sino en la comunión con todas las demás]


Comunión de las Iglesias y Eucaristía

(n. 11) “La unidad o comunión entre las Iglesias particulares en la Iglesia universal, además de en la misma fe y en el Bautismo común, está radicada sobre todo en la Eucaristía y en el Episcopado.

Está radicada en la Eucaristía porque el Sacrificio eucarístico, aun celebrándose siempre en una particular comunidad, no es nunca celebración de esa sola comunidad: ésta, en efecto, recibiendo la presencia eucarística del Señor, recibe el don completo de la salvación, y se manifiesta así, a pesar de su permanente particularidad visible, como imagen y verdadera presencia de la Iglesia una, santa, católica y apostólica (Cf. LG 26).

El redescubrimiento de una eclesiología eucarística, con sus indudables valores, se ha expresado sin embargo a veces con acentuaciones unilaterales del principio de la Iglesia local. Se afirma que donde se celebra la Eucaristía, se haría presente la totalidad del misterio de la Iglesia, de modo que habría que considerar no-esencial cualquier otro principio de unidad y de universalidad. Otras concepciones, bajo influjos teológicos diversos, tienden a radicalizar aún más esta perspectiva particular de la Iglesia, hasta el punto de considerar que es el mismo reunirse en el nombre de Jesús (cfr. Mt 18, 20) lo que genera la Iglesia: la asamblea que en el nombre de Cristo se hace comunidad, tendría en sí los poderes de la Iglesia, incluido el relativo a la Eucaristía; la Iglesia, como algunos dicen, nacería "de la base". Estos y otros errores similares no tienen suficientemente en cuenta que es precisamente la Eucaristía la que hace imposible toda autosuficiencia de la Iglesia particular. En efecto, la unicidad e indivisibilidad del Cuerpo eucarístico del Señor implica la unicidad de su Cuerpo místico, que es la Iglesia una e indivisible. Desde el centro eucarístico surge la necesaria apertura de cada comunidad celebrante, de cada Iglesia particular: del dejarse atraer por los brazos abiertos del Señor se sigue la inserción en su Cuerpo, único e indiviso. También por esto, la existencia del ministerio Petrino, fundamento de la unidad del Episcopado y de la Iglesia universal, está en profunda correspondencia con la índole eucarística de la Iglesia”.

martes, 13 de febrero de 2024

Sobre la vocación y misión de los fieles laicos


M. Ellenrieder, El bautismo de Lydia (1861) 
[considerada como la primera conversión al cristianismo en Europa]
Nationalgalerie, Berlin


Ante todo, conviene clarificar el sentido que tiene el término laico en la teología católica. Se refiere al cristiano que busca la santidad y participar en el apostolado de la Iglesia desde el seno de la sociedad civil, de su dinámica y de sus estructuras; es decir, desde los trabajos, las familias y las relaciones culturales y sociales que se establecen en el ámbito llamado secular. De hecho, los fieles (o cristianos) laicos se llamaron seglares (=seculares) para distinguirlos de los clérigos y de los religiosos.

La raíz del término secular (saeculum= siglo y, por extensión, historia, mundo) se encuentra en otros términos de uso teológico: secularización (término que desde el s. XVII expresa el proceso de distinción entre los ámbitos religioso y civil que, en el desarrollo posterior ha tenido consecuencias positivas (expresadas por la secularidad, o visión cristiana del mundo) y negativas (hablamos de secularismo, o forma de vivir, hoy muy extendida, como si Dios no existiera).

En un sentido muy diferente, se usa el término laico hoy en la sociología y en el derecho para indicar un ámbito (Estado laico, enseñanza laica, etc.) no comprometido confesionalmente con ninguna religión. Derivadamente, se habla de laicidad para expresar un régimen de distinción entre Iglesia y Estado que no excluye una buena relación entre ambos. En cambio, el término laicismo suele indicar la separación (con frecuencia polémica) entre Iglesia y Estado en una sociedad que no reconoce los valores de la religión y busca relegarlos a la esfera privada. 


¿Quiénes son los fieles laicos?

Volviendo al sentido eclesial de laico, podemos recoger la descripción que hace el Concilio Vaticano II:

“Con el nombre de laicos se designan aquí todos los fieles cristianos, a excepción de los miembros del orden sagrado y los del estado religioso aprobado por la Iglesia. Es decir, los fieles que, en cuanto incorporados a Cristo por el bautismo, integrados al Pueblo de Dios y hechos partícipes, a su modo, de la función sacerdotal, profética y real de Cristo, ejercen en la Iglesia y en el mundo la misión de todo el pueblo cristiano en la parte que a ellos corresponde” (Lumen gentium, 31).