lunes, 20 de febrero de 2023

Cinco dedos, cinco caminos


(Fotografía: una niña da una limosna al Papa en Sudán)
El encuentro con los jóvenes y los catequistas congoleños (cf. Discurso en el Estadio de los mártires, Kinshasa, 2-II-2023) fue, según Francisco, “entusiasmante”. Con una catequesis apoyada en los cinco dedos de la mano, les indicó cinco caminos por los que podían encauzar su grito que invoca paz y justicia, como fuerza de renovación humana y cristiana: la oración, la comunidad, la honestidad, el perdón y el servicio.

El dedo pulgar, más cercano al corazón –explicaba el Papa– nos puede hablar de la necesidad de la oración, como “agua del alma”, como “el arma más potente”, “compañera de viaje cada día”; pues sin una oración viva y sin el trato personal con Jesús no podemos hacer nada. “Levanta cada día las manos hacia Él para alabarlo y bendecirlo; grítale las esperanzas de tu corazón, confíale los secretos más íntimos de la vida: la persona que amas, las heridas que llevas dentro, los sueños que tienes en el corazón. Cuéntale acerca de tu barrio, de tus vecinos, de tus maestros y compañeros, de tus amigos y coetáneos; cuéntale de tu país”.

El dedo índice, con el que indicamos algo a los demás –continuaba–, nos puede remitir a la comunidad. “Piénsense siempre juntos y serán felices –les aconsejó Francisco–, porque la comunidad es el camino para estar bien consigo mismo, para ser fieles a la propia llamada. Las decisiones individualistas –la droga, el ocultismo y la brujería, el miedo, la venganza y la rabia– , en cambio, al principio parecen atrayentes, pero después sólo dejan un gran vacío interior”. Para conectar de verdad con los demás, no bastan las redes sociales ni las pantallas de los móviles; hay que hablar y escuchar realmente a los demás, sentirte responsable de ellos, protagonistas de fraternidad, de un mundo más unido. De esto son testigos los santos y los mártires.

El dedo central puede representar la honestidad. Esto significa no dejarse enredar por la corrupción, por la idolatría del propio yo o por el uso de los demás en lugar de servirlos. El consejo de san Pablo es: No te dejes vencer por el mal. Por el contrario, vence al mal, haciendo el bien» (Rm 12,21).

El Papa les interpelaba con fuerza: “Cada uno de ustedes tiene un tesoro que nadie puede robarles. Es vuestra capacidad de decidir. (…) No permitan que sus vidas sean arrastradas por la corriente contaminada; no se dejen llevar como un tronco seco en un río de lodo. Siéntanse indignados, sin caer nunca en los halagos de la corrupción, que son persuasivos pero envenenados”.

En el dedo anular se ponen los anillos nupciales. Por ser el más débil, nos puede recordar que las grandes metas de la vida pasan a través de la fragilidad, sin abrumarse por problemas inútiles, “como por ejemplo transformar el valor simbólico de la dote en un precio casi de mercado” (como sucede allí con frecuencia). Y la fuerza que nos permite ir adelante es el perdón: “Porque perdonar quiere decir saber empezar de nuevo. Perdonar no significa olvidar el pasado, sino no resignarse a que se repita. Es cambiar el curso de la historia. Es levantar al que ha caído. Es aceptar la idea de que nadie es perfecto y que no sólo yo, sino que todos tienen el derecho de empezar de nuevo”. Y la capacidad para perdonar se consigue dejándonos perdonar por Dios mediante la confesión de los pecados. Eso nos dará “el estilo de Dios”, capaz de renovar la historia, empezar siempre de nuevo.

Finalmente –concluye el sucesor de Pedro– está el dedo más pequeño; porque lo pequeño es lo que atrae a Dios. El que sirve se hace pequeño, aparentemente desaparece, pero da fruto. Y según Jesús, el servicio es el poder que transforma el mundo. “Por eso –concreta Francisco–, la pequeña pregunta que puedes atarte al dedo cada día es: ¿qué puedo hacer yo por los demás? Es decir, ¿cómo puedo servir a la Iglesia, a mi comunidad, a mi país?”. Teniendo en cuenta que en muchos lugares de África los catequistas son los que mantienen vivas a las comunidades cristianas, el Papa les agradeció su servicio, su luz y su esperanza, y les pidió que no se desanimen nunca, porque Jesús no les deja solos.



jueves, 16 de febrero de 2023

Comprensión y discernimiento

 


(Leonid Afremov, Parque en otoño)

Los especialistas suelen decir que es difícil comprender a un enfermo mental, a menos que hayas pasado por su enfermedad. Esto puede suceder no sólo con los enfermos mentales, sino con todos los enfermos y aún los sanos. Cada uno es muy sensible a lo que le afecta de verdad, pero a veces ¡tan poco! sensible por lo que afecta a los demás. Pero no hay que caer en el pesimismo: es difícil comprender, no imposible, sobre todo para un cristiano que se esfuerce en vivir la caridad.


Comprender: tarea dífícil, pero no imposible

      Según el diccionario, “hacerse cargo” significa tomar sobre sí un asunto, formarse la idea de algo, considerar todas las circunstancias de un caso. Cuando se trata de personas hay que suponer que, en principio, no terminamos de “hacernos cargo” totalmente de la situación de las otros, aunque hayamos vivido largo tiempo con ellos. Y es que somos diferentes de carácter, quizá hemos sido educados de forma diferente, tenemos experiencias diferentes, ilusiones diferentes y las heridas nos han dejado cicatrices diferentes. Por eso nos enfadamos con frecuencia si nos llevan la contraria, o al menos, nos desconcertamos. No comprendemos.


Atención, oración, acción


      Por eso, antes de juzgar a una persona –suele citarse como proverbio indio–, hay que caminar tres lunas en sus mocasines. Se requiere un esfuerzo continuo –que no cuesta tanto si uno la quiere de verdad– apoyado en la oración, para ponerse en el lugar del otro. Y seguir luego reflexionando y observando, ¡rezando y actuando!, quizá en detalles que él o ella no percibirán, para poder ayudarle de verdad. Y tal vez pasado el tiempo se puede llegar a comprender mejor aquello que no se comprendía, porque no se sabían los antecedentes, las circunstancias, los contextos. Y entonces puede que se descubra que aquella persona no podía pensar de otra forma, o debía actuar así y tenía mucho mérito al hacerlo. O no se descubre del todo, porque una parte de ese misterio que cada uno lleva dentro sólo la conoce Dios y cuenta con eso (¡la cruz!), para cambiar cosas que no pueden ser cambiadas de otra manera.