lunes, 24 de junio de 2024

Modernos y fieles

Esta mañana me llamó la atención una escena sencilla. Una joven iba en patinete a bastante velocidad por una acera. Llevaba atado un perrillo, que la seguía fielmente con evidente esfuerzo. Cuando llegaran a un semáforo tendrían que pararse. Y supongo que el perrillo experimentaría un cierto alivio antes de reemprender la carrera.

Un rato antes, yo acababa de leer un artículo del New York Times (cf. R. Douthat, “Can conservative and liberal catholics coexist?”, 8-V-2024). El autor opone los católicos liberales, y entre ellos critica al Papa (cuyo programa progresista ya habría alcanzado sus límites a la vez que producido una evidente decadencia), frente a los conservadores. Entre estos, según el articulista, caben notables distinciones, pues no se reducen únicamente a los tradicionalistas nostálgicos de la liturgia pre-Vaticano II, sino que también están los “neo-tradicionales”, capaces de convivir de forma moderada con los desarrollos posconciliares. Estos últimos serían los que probablemente lleguen a ser más influyentes o dominantes.

Ante la escena del patinete y el perrillo recordé que estamos en una época de cambios rápidos. No todos pueden ir al mismo ritmo. Además, puede haber interesados en que existan distintas velocidades, para lucrarse de las polémicas, de las ventajas de unos y las dificultades de otros. Mientras tanto, gracias a Dios, hay quienes, en la convivencia diaria o en la tarea educativa, se esfuerzan en moderar a unos para que comprendan e impulsar a los otros para que se sitúen algo más en ese ritmo acelerado.


El significado del Concilio Vaticano II

En mi mente todo ello se mezcló con la cuestión del significado del concilio Vaticano II. En el terreno eclesial suele decirse que el concilio fue como una encrucijada de dos trenes: el de la reforma o el progreso y el de la tradición. Con bastante esfuerzo se logró que se cruzaran. Pero luego cada uno siguió en la dirección que traía, porque los raíles no estaban preparados para otra cosa. Y así esos dos trenes se fueron separando de nuevo y cada vez más.

Benedicto XVI propuso una interpretación del concilio como “renovación (o reforma) en la continuidad”. No una reforma sin continuidad y tampoco una continuidad sin reforma.

Yves Congar había señalado algo parecido en su libro de 1950, publicado en español en 1953, Verdadera y falsa reforma en la Iglesia. En 1960 y 1963 escribió Tradición y tradiciones, y una síntesis en La tradición en la vida de la Iglesia (1964). En estos textos el eminente teólogo francés explica que la tradición (del latín tradere, entregar) es la vida entera de la Iglesia como comunión. Abarca no solamente las palabras escritas y habladas, sino también la oración, los sacramentos, los escritos de los Padres y otros muchos “monumentos” como él los llama, al servicio de los cuales se sitúa el oficio del Magisterio eclesial. 


Tradición y progreso

Ya a nivel humano, observa Congar, la tradición no es simplemente una fuerza conservadora, sino más bien un principio que asegura la continuidad y la identidad de la misma actitud a través de generaciones sucesivas. Es como la conciencia de un grupo social o el principio de identidad que enlaza entre sí las generaciones. La tradición permite el progreso, porque preserva los valores positivos adquiridos sin esclavizarse a las formas que tuvieron en el pasado. Es así memoria que enriquece la experiencia, precisamente para seguir viviendo, para seguir avanzando. No es servilismo, sino fidelidad.

Insiste en que, en la Iglesia, la tradición es no solo la enseñanza doctrinal, sino que implica toda la entrega de las realidades cristianas (las Escrituras, los sacramentos, los ritos litúrgicos, la autoridad de los ministerios, etc.). Y así avanza la misión eclesial. Como un árbol que solamente puede crecer apoyándose y haciendo fuerza sobre sus fundamentos y tomando el alimento vital desde sus raíces; de modo que la savia hace vivir al tronco y también a las ramas y a las hojas del árbol vivo.

El concilio Vaticano II explicó que la Iglesia es una tradición viva, que transmite la autorrevelación de Dios. Y como todo ser vivo, la Iglesia debe guardar su identidad sustancial y, la vez, ser capaz de asumir los cambios necesarios para inculturar el mensaje del Evangelio en distintos tiempos y lugares.

Por todo ello, me parece que la tendencia al análisis sociológico desde el binomio progreso-tradición puede explicar algunas cosas. Pero entonces, además de tener cuidado con el significado de las categorías sociológicas cuando se aplican a la Iglesia, a quién se aplican y el modo en que se lleva a cabo, debería hacerse alguna propuesta, sin limitarse a azuzar la oposición entre los dos elementos. En este caso puede conducir a pensar: si esto es así, entonces no hemos aprendido casi nada desde el Vaticano II.

Sin embargo, tras las apariencias puede que una parte silenciosa de los católicos haya comprendido más. Y que tanto los que se aquí se consideran “liberales” como los “tradicionales” sean resultado de reacciones previsibles, pero llamadas a escucharse y purificarse mutuamente. De modo que haya católicos que puedan ser (¿o estén siendo?) a la vez, modernos y profundamente fieles a Jesucristo, como dijo Juan Pablo II al despedirse de España en 2003. Al menos podemos trabajar por ello (*).

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Publicado en Religión Confidencial, 13-VI-2024


jueves, 23 de mayo de 2024

Una barca que lleva la paz y la esperanza

(L. Veneziano, Cristo rescata a Pedro de las aguas, 1370, Staaatliche Museen, Berlín)

En Verona, a mediados de mayo, se encontró Francisco con sacerdotes y consagrados en la basílica de san Zeno (Discurso 18-V-2024). Apeló a la vocación recibida para navegar en la barca de la Iglesia. Ella es  “la barca del Señor que navega en el mar de la historia para llevar a todos la gloria del Evangelio”.


Llamada y misión

Se detuvo en dos realidades: la llamada recibida (la vocación) que ha de ser acogida, y la misión, que pide ser cumplida con audacia. “¡Procuremos no perder nunca el estupor de la llamada! Recordar el día en que el Señor me ha llamado. (…) Y esto se alimenta con la memoria del don recibido por gracia: siempre debemos tener esta memoria en nosotros”.

Así no nos pondremos a nosotros mismos en el centro. Si guardamos esta memoria, “Él me ha escogido, incluso cuando advirtamos el peso del cansancio y de alguna desilusión, permanecemos serenos y confiados, seguros de que Él no nos dejará con las manos vacías”. 

La llamada implica cultivar la paciencia, afrontar los imprevistos, los cambios y los riesgos vinculados con nuestra misión, con apertura y con una corazón vigilante. También hay que pedir al Espíritu Santo la capacidad para discernir los signos de los tiempos y resistir en los momentos difíciles.

No olvidéis esto: las heridas de la Iglesia, las heridas de los pobres. No olvidéis al buen samaritano, que se detiene y va allí a curar las heridas. Una fe que se ha traducido en la audacia de la misión. También hoy nos sirve esto: la audacia del testimonio y del anuncio, la alegría de una fe operativa en la caridad, el ingenio de una Iglesia que sabe captar los signos de nuestro tiempo y responder a las necesidades de quienes más luchan”.

Estos son, pues, los caminos: “Audacia, valentía, capacidad de comenzar, capacidad de arriesgar. A todos, lo repito a todos debemos llevar la caricia de la misericordia de Dios”. Y de este modo podremos, desde la barca del Señor y en medio de las tempestades del mundo, llevar sin miedo la salvación a tantos que se arriesgan a naufragar.  Esas tempestades provienen en gran parte de una cultura individualista, indiferente y violenta.


Promover la paz

El mismo día, después de un encuentro con niños y jóvenes en la plaza de san Zeno, el obispo de Roma mantuvo otro encuentro sobre la paz, con jóvenes entre los que se hallaban algunos que han perdido familiares en la guerra entre Israel y Palestina (cf. Arena de Verona, 18-V-2024). Respondió a preguntas sobre la democracia y los derechos, las migraciones, el cuidado de la creación, el desarme y la economía.

Organizó sus respuestas como sugerencias para la promoción de la paz. La paz se organiza cuando hay un buen liderazgo. “La cultura fuertemente marcada por el individualismo –no por una comunidad– se arriesga siempre a hacer desaparecer la dimensión de la comunidad”. Por esto se requiere una autoridad que valore la colaboración, que sea capaz de reconocer sus propias limitaciones y de impulsar procesos de paz a partir de lo bueno que hay en cada uno.

Ante una pregunta de un miembro de Médicos sin fronteras, respondió que el Evangelio nos impulsa a ponernos siempre de parte de los pequeños, de los débiles y olvidados, y a romper convenciones y prejuicios para que sus voces puedan ser escuchadas. Nadie puede decir que no es responsable de los demás (en diversas medidas). A muchos, a muchos de nosotros, ironizó Francisco, se nos podría dar “el ‘premio Nobel’ de Poncio Pilatos porque somos maestros en lavarnos las manos”.

A propósito de otras preguntas, el Papa señaló la necesidad de oponerse a la cultura de la guerra y cultivar la revolución de la “lentitud”; es decir, de la paz y el diálogo, contando con los demás y con su historia. Esto no quiere decir que no existan tensiones ni conflictos que hay que gestionar con realismo, sin querer esconderlos y sin quedarse en uno de los extremos que suelen presentarse. Hemos de dejarnos interpelar por los conflictos, que nos pueden hacer progresar, si sabemos gestionarlos apelando a principios superiores.

Francisco manifestó su convicción de que el futuro de la humanidad no está en las manos de los grandes líderes y potencias mundiales, sino de los pueblos y culturas capaces de sembrar la paz y la esperanza.


La "puerta de la esperanza" 

El horizonte de la esperanza brilló también en otro encuentro que mantuvo Francisco a continuación, con un grupo de agentes de la policía penitenciaria, con detenidos y voluntarios (cf. Discurso en la Casa Circondariale di Montorio, 18-V-2024).

Confesó que siempre que va a una cárcel la experimenta personalmente como un lugar de humanidad. “de humanidad probada, quizá fatigada por dificultades, sentidos de culpa, juicios, incomprensiones, sufrimientos, pero al mismo tiempo llena de fuerza, de deseo de perdón, de ansias de rescate”. “Y en esta humanidad –señaló– aquí, en todos vosotros, está presente hoy el rostro de Cristo, el rostro del Dios de la misericordia y del perdón”. Por eso les exhortó: “No olvidéis esto: Dios perdona todo y perdona siempre, en esta humanidad, aquí, en todos vosotros”.

Refirió una pequeña anécdota al respecto. En una ocasión, una señora que trabajaba en una cárcel de mujeres y tenía una buena relación con las detenidas le dijo que tenía gran devoción a una santa. “¿A qué santa?”, le preguntó. –“A la puerta santa”. –“¿Y por qué? –“Porque es la puerta de la esperanza”.

El Papa tomó pie de este suceso para animar a los presentes a no perder los horizontes que se verán a través de esa puerta de la esperanza. Les pidió valorar la propia vida: “Nuestra existencia, la de cada uno de nosotros, es importante –no somos material de descarte, la existencia es importante–, es un don único para nosotros y para los otros, y sobre todo para Dios, que nunca nos abandona y, al contrario, sabe escuchar, gozar y apenarse con nosotros y perdonar siempre”.

Por eso les invitó a recomenzar siempre, a levantarse y a pedir ayuda: “No es debilidad pedir ayuda, no: hagámoslo con humildad y confianza y humanidad. Todos tenemos necesidad unos de otros, y todos tenemos derecho a esperar, más allá de cualquier historia y de cualquier error o fallo. La esperanza es un derecho que jamás decepciona. Jamás”.

Más tarde presidió la concelebración eucarística en el estadio Bentegodi (cf. Homilía, 18-V-24), en las vísperas de la solemnidad de Pentecostés. A los participantes les habló de la valentía que concede el Espíritu Santo y el cambio de vida que suscita. E insistió, como en otras ocasiones, en que el Espíritu Santo hace la armonía.


domingo, 12 de mayo de 2024

Paciencia

(Imagen: Tiziano o Giorgione, Cristo llevando la cruz (h. 1506-1507), Scuola Grande di san Rocco, Venecia).

En su pequeño pero excelente libro sobre Virtudes (*), Romano Guardini dedica un capítulo a la Paciencia.

La primera acepción de paciencia que aparece en el diccionario del español es “capacidad de padecer o soportar algo sin alterarse”. Y entre los sinónimos se ofrecen términos como aguante, estoicismo o resignación. Así las cosas, no es extraño que en el sentir popular la paciencia no tenga un brillo particularmente atractivo. Quizá por ello se cuestiona Guardini si se trata, en efecto, de algo gris o mezquino, con que una vida oprimida trate de justificar su pobreza.

Para profundizar en el tema, el ilustre teólogo italoalemán se traslada inmediatamente a la cima de la realidad, que para un creyente se sitúa en Dios. Dios ha creado el mundo, pero ¿por qué? Contestar a esta pregunta a fondo no es posible en esta tierra.

De todas formas, aventura algunas reflexiones: Dios no tenía necesidad del mundo, a él no le sirve de nada. “Quizá –añade– en tales consideraciones, presentimos algo así como las raíces de la paciencia divina”.

El caso, explica Guardini, es que Dios no sólo ha creado el mundo, sino que lo mantiene y sostiene. Y no se harta de él.

A este propósito, evoca el mito indio de Shiva en estos términos: “El formador del universo, que creó el mundo en una tormenta de entusiasmo, pero luego se hartó de él, lo pisoteó despedazándolo y produjo uno nuevo. Con éste pasó lo mismo, y la producción y la destrucción prosiguen interminablemente”. Y con ello esta divinidad se transformó en imagen de la impaciencia.

En la perspectiva cristiana, el verdadero Dios tiene una relación bien diferente respecto al mundo. 

Inteligencia artificial, sabiduría y comunicación


El tema del Mensaje del Papa para la 58 Jornada mundial de las comunicaciones sociales (12-V-2024) es: “Inteligencia artificial y sabiduría del corazón para una comunicación plenamente humana”. Plantea, según señala obispo de Roma, “cómo podemos seguir siendo plenamente humanos y orientar hacia el bien el cambio cultural en curso”. No debemos, aconseja, dejarnos llevar por augurios catastrofistas ante el futuro, pero sí, como ya dice Guardini proféticamente ya en 1927, permanecer “sensibles al dolor que produce la destrucción y el proceder inhumano que se contiene en este mundo nuevo”; y promover “que brote una nueva humanidad de profunda espiritualidad, de una libertad y una vida interior nuevas” (Cartas del lago de Como, Pamplona 2013, 101-104).


Partir de la sabiduría del corazón

En continuidad con los mensajes de las anteriores Jornadas mundiales de las comunicaciones sociales (2021-2023), Francisco propone que, en esta época que corre el riesgo de ser rica en tecnología y pobre en comunicación, hemos de partir, para nuestra reflexión, de la sabiduría del corazón humano. Aquí el término corazón se usa en sentido bíblico, como la sede de la libertad y de las decisiones importantes de la vida. “La sabiduría del corazón es, pues, esa virtud que nos permite entrelazar el todo y las partes, las decisiones y sus consecuencias, las capacidades y las fragilidades, el pasado y el futuro, el yo y el nosotros”. Puede parecer, y lo es, difícil de lograr, pero, añade el Papa, “es precisamente la sabiduría —cuya raíz latina sapere se relaciona con el sabor— la que da gusto a la vida”.

Al mismo tiempo, advierte que no podemos esperar la sabiduría de las máquinas, y concretamente de la Inteligencia artificial (=IE). Como expresa su nombre científico original, machine learning, las máquinas pueden “aprender” en el sentido de almacenar y correlacionar datos, pero es solo el hombre el que puede darles su significado. De ahí que, como todo lo que está en manos del hombre, la IE es una oportunidad y a la vez un peligro en manos del hombre, si este no supera “la tentación original de llegar a ser como Dios sin Dios (cf. Gn 3). No se trata solo de un riesgo, sino del peligro en que de hecho el hombre ha caído al querer “conquistar por las propias fuerzas lo que, en cambio, debería cogerse como un don de Dios y vivirse en la relación con los demás”. Por eso afirma el sucesor de Pedro, es necesario “despertar al hombre de la hipnosis en la que ha caído debido a su delirio de omnipotencia, creyéndose un sujeto totalmente autónomo y autorreferencial, separado de todo vínculo social y ajeno a su creaturalidad”.

Estas afirmaciones no son generalidades. De hecho, desde la primera fase de la Inteligencia artificial, la de los medios sociales, hasta los algoritmos, vamos experimentando que “toda extensión técnica del hombre puede ser un instrumento de servicio amoroso o de dominación hostil”. Las fake news y deepfakes, con la manipulación y simulación que conllevan, son claros ejemplos. 

jueves, 9 de mayo de 2024

Belleza y fragilidad

El discurso del Papa a los jóvenes en Venecia (28-IV-2024) es un fragmento de lo que ha llamado la “sinfonía de la gratuidad”, cuyo tema principal podría ser también belleza y fragilidad.

El punto de partida es la filiación divina y vale la pena reproducir el párrafo entero: 

“Todos hemos recibido un gran don, el de ser hijos predilectos de Dios, y estamos llamados a realizar el sueño del Señor: ser testigos y experimentar su alegría. No hay cosa más hermosa. No sé si ustedes han tenido alguna experiencia tan hermosa que no pueden guardársela para sí mismos, sino que sienten la necesidad de compartirla. Todos tenemos esa experiencia, una experiencia tan hermosa que uno siente la necesidad de compartirla. Hoy estamos aquí para eso: para redescubrir en el Señor la belleza que somos y para alegrarnos en el nombre de Jesús, el Dios joven que ama a los jóvenes y que siempre sorprende. Nuestro Dios siempre nos sorprende. ¿Lo han entendido? Es muy importante estar preparados para las sorpresas de Dios”.

Cada uno tenemos que ver, en efecto, con un sueño único de Dios, y es bello que lo sepamos descubrir. Precisamente se lo decía desde Venecia, ciudad de la belleza. Y les sugería dos verbos prácticos y maternales, dos verbos de movimiento que animaron el corazón joven de María, nuestra Madre: levantarse e ir.


Levantarse

En primer lugar, levantarse (cf. Lc 1, 39: "se levantó y se fue"). “Levantarse del suelo, porque estamos hechos para el Cielo. Levantarse de las penas para mirar hacia arriba. Levantarse para estar ante la vida, no sentarse en el sofá”. No tiene sentido un joven que pasa la vida sentado en el sofá. Y hay diferentes sofás que nos agarran y no nos dejan levantarnos.

“Levantarse para decir ‘¡Aquí estoy!’ al Señor, que cree en nosotros. Levantarse para acoger el don que somos, para reconocer, antes que nada, que somos preciosos e insustituibles”.

Y, como susurrando, añade Francisco: no vale decir: no es verdad, soy feo o fea… Eso sí que no es verdad, replica: cada uno es hermoso y tiene un tesoro dentro para compartir.

Cada uno de nosotros, les explica, es hermoso y tiene un tesoro dentro, un hermoso tesoro para compartir y dar a los demás. Y no se trata de autoestima, sino de realidad. Hay que reconocerlo desde que nos levantamos y dar gracias a Dios:

"Dios mío, gracias por la vida. Dios mío, haz que me enamore de la vida, de mi vida. Dios mío, Tú eres mi vida. Dios mío, ayúdame hoy por esto, por esto otro...”.

Luego está el Padrenuestro, donde la primera palabra es la clave de la alegría: "Padre", y ahí nos reconocemos como un hijo amado, una hija amada: “Te recuerdas que para Dios no eres un perfil digital, sino un hijo, que tienes un Padre en el cielo y que, por tanto, eres hijo del cielo”. Se adelanta el Papa: esto no es “demasiado romántico". Es la realidad, que hemos de descubrir en nuestra vida.

Y hablando de realidad, añade con realismo: es verdad que con frecuencia tenemos que luchar contra una fuerza que tira de nosotros hacia abajo, para verlo todo gris. Pero hemos de levantarnos. Y para eso dejarnos levantar. “Para levantarnos -no lo olvidemos- ante todo debemos dejarnos levantar: dejar que nos lleve de la mano el Señor, que nunca defrauda a los que confían en Él, que siempre levanta y perdona”. 

miércoles, 24 de abril de 2024

Actitudes de Jesús ante el sufrimiento humano



El tiempo de Pascua actualiza nuestra vida con Cristo resucitado, su victoria sobre el mal y las tinieblas. Y nos capacita para identificarnos con Él, si correspondemos a su invitación con generosidad, en sus actitudes ante la enfermedad, el sufrimiento y humano y las personas discapacitadas. También a nivel social podemos hacer mucho en este terreno, luchando contra la "cultura del descarte" de tantos niños y jóvenes, enfermos, personas discapacitadas, ancianos y marginados de la sociedad.

Así podemos contribuir, en el día a día y en las circunstancias concretas de cada uno, a mostrar y defender la "dignidad infinita" de todo ser humano (*).


Cuidar y unir, asumir y tocar

Quien mira a Cristo y vive con Él, camina con Él y participa de sus actitudes. En un Discurso a la plenaria de la Pontificia Comisión bíblica (11-IV-2024), el sucesor de Pedro nos exhorta a participar de las actitudes de Jesús, concretamente ante la enfermedad y el sufrimiento humano.

"Todos vacilamos bajo el peso de estas experiencias y debemos ayudarnos a atravesarlas viviéndolas ‘en relación’, sin replegarnos sobre nosotros mismos y sin que la rebelión legítima se convierta en aislamiento, abandono o desesperación".

Por la experiencia de los sabios y de las culturas, sabemos que el dolor y la enfermedad, sobre todo si los situamos a la luz de la fe, pueden convertirse en factores decisivos en un camino de maduración; pues el sufrimiento, entre otras cosas, permite discernir lo esencial de lo que no lo es.

Sostiene el Papa que es sobre todo el ejemplo de Jesús el que muestra el camino, la actitud que hemos de tomar ante la enfermedad y el sufrimiento propio y ajeno, y traducirlo en pasos provechosos: “Él nos exhorta a cuidar a quienes viven en situaciones de enfermedad, con la determinación de superar la enfermedad; al mismo tiempo, nos invita con delicadeza a unir nuestros sufrimientos a su ofrecimiento salvífico, como semilla que da fruto". Cuidar e intentar superar, unir y asumir.

En efecto, desde el comienzo de su pontificado, el 19 de marzo de 2013, viene enseñando, también cuando evoca el ejemplo de san José, la tarea cristiana y humana de custodiar y servir, de la cercanía y del cuidado de los demás, especialmente de aquellos que nos salen al encuentro o a los que podemos llegar, para aliviarles en sus necesidades (cf. también el mensaje para la Jornada mundial de la paz, 1-I-2021 sobre "la cultura del cuidado como camino de la paz").

En nuestros días Francisco ha señalado que la visión de fe nos puede llevar a afrontar el dolor con dos actitudes decisivas: compasión e inclusión.

viernes, 22 de marzo de 2024

Evangelización en el horizonte del jubileo 2025


 

 

Rembrandt, v. R., Cristo curando a un leproso (h. 1650) 
Riks Museum, Amsterdam


El discurso del Papa al Dicasterio para la evangelización (15-III-2024)  ayuda a comprender las líneas generales por donde avanzan las propuestas de su pontificado en el horizonte del jubileo de 2025.

Comenzó trazando el marco de los desafíos contemporáneos. Subrayó el secularismo (vivir como si Dios no existiera) de las últimas décadas, la pérdida del sentido de pertenencia en la comunidad cristiana y la indiferencia respecto a la fe.

Estos desafíos, explicó, necesitan respuestas adecuadas, teniendo también en cuenta la cultura digital en que nos encontramos: saber situar lo legítimo de la hoy tan reclamada autonomía de la persona, pero no al margen de Dios. Pues solo Dios funda la verdad que alberga toda persona y solo Él garantiza la plena libertad de la acción personal. (En efecto, aunque alguien piense ¿pero no existe fuera de Dios la verdad y la libertad?, estas no se encuentran de hecho sino de modo fragmentado y oscurecido).

Tras esta introducción, el Papa señaló tres temas importantes en este momento y cara al jubileo del 2025.



La transmisión de la fe

En primer lugar, la ruptura en la transmisión de la fe. A este propósito apuntó la urgencia de recuperar la relación con las familias y los centros de formación. Y señaló claramente el centro de la cuestión: la fe se transmite sobre todo con el testimonio de la vida. Un testimonio que tiene un centro: “La fe en el Señor resucitado, que es el corazón de la evangelización, para ser transmitida pide una experiencia significativa, vivida en familia y en la comunidad cristiana como encuentro con Jesucristo que cambia la vida”.

En este marco subrayó la importancia de la catequesis. Y en relación con la catequesis, recomendó servirse del nuevo Directorio para la catequesis, elaborado por este dicasterio de la Evangelización en 2020. “Este es un instrumento válido y puede ser eficaz no solo para la renovación de la metodología catequística, sino, diría, sobre todo para la implicación de la comunidad cristiana en su conjunto”.

También en este contexto puso de relieve el ministerio del catequista, sobre todo en el ámbito de los jóvenes, al servicio de la evangelización.

Una tercera llamada de atención en el mismo marco, la dirigió el Papa al Catecismo de la Iglesia Católica, referencia fundamental para la educación de la fe (no solo para la catequesis sino para toda enseñanza en relación con la fe católica). “En este sentido os animo a encontrar las formas para que el Catecismo de la Iglesia Católica pueda seguir siendo conocido, estudiado, valorado, de modo que de él se extraigan las respuestas a las nuevas exigencias que se manifiestan con el paso de los decenios” (*).  


Cabe señalar que treinta y dos años después de su publicación (1992) este "Catecismo" (que no es un "catecismo" en el sentido popular de la palabra: un pequeño librito para enseñar a niños y jóvenes, sino un verdadero tratado teológico en la perspectiva pedagógica de la fe) sigue siendo plenamente actual, y cualquiera que se adentre en sus páginas comprobará su riqueza de contenidos y su claridad. 

domingo, 17 de marzo de 2024

Once años con Francisco



"Los papas reciben una asistencia especial del Espíritu Santo para llevar a cabo su tarea”


Entrevista (Miriam Lafuente) con el sacerdote Ramiro Pellitero, teólogo y escritor, publicada en "El Faro de Melilla", 16-III-2024) (*)

-Cada Papa trae consigo sus carismas. ¿Cuál sería el carisma más destacado en la figura de Papa Francisco?

-El Papa Francisco es ante todo un pastor. Le gusta estar con la gente, echa de menos visitar las parroquias, subir a los medios públicos de transporte, conversar con las familias, los jóvenes y los niños, visitar a los enfermos, compartir su tiempo con los pobres y los encarcelados. De ahí brota el mensaje más importante de su pontificado: la primacía de la misericordia sin descuidar la verdad de la doctrina.

-El Papa hace viajes a lugares con minoría católica. ¿Por qué cree usted que lo hace?

-Supongo que lo hace porque se sabe Padre común de los católicos y se siente llamado a acompañar a los más débiles y pequeños. También con una misión de testimonio del amor que Dios Padre ha manifestado en Jesucristo. Un amor que debe manifestarse ante el mundo con hechos, con gestos, a veces pequeños pero claros, en todo lo que hace la Iglesia, con el impulso del Espíritu Santo.

sábado, 9 de marzo de 2024

Una eclesiología "de misión"

Imagen: "San Pedro y el gallo" (cf. Lc 22, 61) en el Salterio bizantino Cludov (s. IX). Tomada de https://es.wikipedia.org/wiki/El_estudiante_(relato)


En los párrafos que siguen (*) el entonces obispo Angelo Scola (luego sería cardenal de Venecia) propone, en una primera parte, tres rasgos esenciales de la Iglesia, que se traducen en la vocación-misión de sus miembros: 

a) su carácter dramático (en cuanto implica la acción que envuelve la libertad de Dios y de los hombres);

 b) su carácter sacramental (la Iglesia ha sido denominada “sacramento radical”, en el sentido de que es el ámbito y punto de encuentro de todos los sacramentos, que los contiene a todos y los vivifica; y todo ello en y desde Cristo, que es el “sacramento primordial” según los Padres, del que depende también la función mediadora de la Iglesia, centrada en los siete sacramentos;

 c) su carácter eucarístico (pues en torno a la Eucaristía se desarrolla el encuentro entre la libertad de Dios y la del hombre y, desde ahí, el despliegue de la vocación y misión del cristiano).


En la segunda parte, el autor muestra cómo una “eclesiología de misión” es capaz de manifestar la dimensión antropológica y sacramental del misterio de comunión que es la Iglesia. 


miércoles, 6 de marzo de 2024

La vid y los sarmientos, la Iglesia y las bodas


V. Van Gogh, El viñedo rojo (1888), Museo Pushkin, Moscú

En la Biblia la viña es imagen de la esposa (cf. Cantar de los cantares, 2, 15 y 7, 13), y se pide a Dios que la cuide, a pesar de las infidelidades de su pueblo (cf. Sal 80, 9-20). En la predicación de Jesús, son los viñadores los que rechazan al hijo del dueño de la viña (Mc 12, 1-2). En el cristianismo, el rojo se asocia a la sangre de Cristo y su sacrificio en la cruz.

Dice Joseph Ratzinger en Jesús de Nazaret que en la tradición judeocristiana "el vino encarna la fiesta. Hace que el hombre experimente la gloria [la belleza, el resplandor, que procede de su origen divino] de la creación. Por eso forma parte de los rituales del sábado, de la Pascua, de las bodas. Y nos hace vislumbrar algo de la fiesta definitiva de Dios con la humanidad" (cf. Is 25, 6).

"El don del vino nuevo se encuentra en el centro de la boda de Caná (cf. Jn 2, 1-12), mientras que, en sus discursos de despedida, Jesús nos sale al paso como la verdadera vid (cf. 15, 1-10)" (pp. 298-299).

domingo, 3 de marzo de 2024

Sobre el culto espiritual y "el altar del corazón"

[Imagen: Fra Angelico, La Crucifixión (h. 1420-1423), Metropolitan Museum of Art, New York]

En una de sus audiencias generales de los miércoles, Benedicto XVI explicó el "culto espiritual" (*), que se puede considerar como el “contenido” del sacerdocio común de los bautizados: la capacidad que se nos otorga, con el bautismo, de convertir nuestra vida en ofrenda a Dios y servicio a los demás, también en la vida ordinaria, centrada en la Eucaristía.

El tema se inscribía dentro del año dedicado a san Pablo. El Papa Ratzinger se apoyó en tres textos de la carta a los Romanos, para mostrar que “san Pablo ve en la cruz de Cristo un viraje histórico, que transforma y renueva radicalmente la realidad del culto”.

martes, 20 de febrero de 2024

El "triple oficio" de Cristo, de la Iglesia y del cristiano




Duccio di Bouninsegna, La pesca milagrosa (h. 1655), 
Museo dell'Opera del Duomo, Siena.


Lo que se conoce como “triple oficio” (o ministerio) de Cristo (profeta, sacerdote y rey) es un esquema teológico que ha dado frutos abundantes en los últimos siglos para la teología y la pastoral de la Iglesia. Los párrafos aquí recogidos pertenecen a la síntesis que Santiago Madrigal publicó, sobre este tema, en un buen Diccionario de Eclesiología hace pocos años (*).

El autor identifica cuatro buenos servicios de este “esquema”: 1) explicar en unidad el ser y el obrar de Cristo (como se estudian respectivamente en la cristología y la soteriología), de acuerdo con la teología bíblica; 2) la inserción del misterio de la Iglesia en el misterio de Cristo (de modo que el triple munus de Cristo es participado como triplex munus Ecclesiae [triple oficio de la Iglesia] antes que en el cristiano singular), tal como se expone en el Concilio Vaticano II (Lumen gentium); 3) una buena base tanto para la teología del laicado como para la teología del ministerio episcopal; 4) un marco para articular las dimensiones y tareas de la única misión evangelizadora de la Iglesia.


La unidad entre el ser y el obrar de Cristo

“Aunque la tripartición de los oficios de Cristo es sólo una de las formas posibles de sistematizar los numerosos títulos que la Escritura le asigna, hoy podemos decir que la doctrina de los tria munera Christi [tres oficios de Cristo] se ha generalizado en la teología católica tras el espaldarazo que recibió del magisterio eclesiástico en el Vaticano II. Frente a la dogmática tradicional, esta división tripartita no reduce de forma casi exclusiva el significado antropológico y soteriológico [en relación con la obra redentora de Cristo] de la cristología. El esquema permite describir de forma sintética los aspectos fundamentales de la misión de Cristo, porque una cristología que no quiere escindir la persona y la obra, es decir, orientada hacia la soteriología, deberá poner de manifiesto las funciones mesiánicas del profeta y revelador, del sumo sacerdote y del Señor de la creación. Desde la teología bíblica afirmamos que en Cristo y por Cristo ha revelado Dios el misterio de su gracia, ha realizado la reconciliación con la humanidad pecadora y la ha hecho partícipe de su gloria divina. Profeta, sacerdote, rey, no son tres funciones distintas, sino tres aspectos diversos de la función salvífica del único mediador (1 Tm 2, 5; Hb 8, 6)”.

Comunión de las Iglesias, Eucaristía y episcopado




(Imagen: Báculo con Cordero de Dios (h. 1360-1440) pintado en hueso con elementos de oro. Metropolitan museum, New York)

La Carta de la Congregación para la Doctrina de la Fe Communionis notio, sobre algunos aspectos de la Iglesia considerada como Comunión (28-V-1992) (*), dedica su tercera parte (nn. 11-14) a la relación entre la comunión de las Iglesias, la Eucaristía y el episcopado.

[Comienza desarrollando por qué la comunión de las Iglesias particulares tiene su fundamento, además de en la misma fe y el Bautismo común, en la Eucaristía. Esto es así porque la celebración de la Eucaristía es imagen y presencia de la Iglesia como tal, una e indivisible, universal y, a la vez, acoge en su plenitud a cada Iglesia particular. Esto hace imposible la autosuficiencia de la Iglesia particular, en cuanto que no se sostiene en sí misma, sino en la comunión con todas las demás]


Comunión de las Iglesias y Eucaristía

(n. 11) “La unidad o comunión entre las Iglesias particulares en la Iglesia universal, además de en la misma fe y en el Bautismo común, está radicada sobre todo en la Eucaristía y en el Episcopado.

Está radicada en la Eucaristía porque el Sacrificio eucarístico, aun celebrándose siempre en una particular comunidad, no es nunca celebración de esa sola comunidad: ésta, en efecto, recibiendo la presencia eucarística del Señor, recibe el don completo de la salvación, y se manifiesta así, a pesar de su permanente particularidad visible, como imagen y verdadera presencia de la Iglesia una, santa, católica y apostólica (Cf. LG 26).

El redescubrimiento de una eclesiología eucarística, con sus indudables valores, se ha expresado sin embargo a veces con acentuaciones unilaterales del principio de la Iglesia local. Se afirma que donde se celebra la Eucaristía, se haría presente la totalidad del misterio de la Iglesia, de modo que habría que considerar no-esencial cualquier otro principio de unidad y de universalidad. Otras concepciones, bajo influjos teológicos diversos, tienden a radicalizar aún más esta perspectiva particular de la Iglesia, hasta el punto de considerar que es el mismo reunirse en el nombre de Jesús (cfr. Mt 18, 20) lo que genera la Iglesia: la asamblea que en el nombre de Cristo se hace comunidad, tendría en sí los poderes de la Iglesia, incluido el relativo a la Eucaristía; la Iglesia, como algunos dicen, nacería "de la base". Estos y otros errores similares no tienen suficientemente en cuenta que es precisamente la Eucaristía la que hace imposible toda autosuficiencia de la Iglesia particular. En efecto, la unicidad e indivisibilidad del Cuerpo eucarístico del Señor implica la unicidad de su Cuerpo místico, que es la Iglesia una e indivisible. Desde el centro eucarístico surge la necesaria apertura de cada comunidad celebrante, de cada Iglesia particular: del dejarse atraer por los brazos abiertos del Señor se sigue la inserción en su Cuerpo, único e indiviso. También por esto, la existencia del ministerio Petrino, fundamento de la unidad del Episcopado y de la Iglesia universal, está en profunda correspondencia con la índole eucarística de la Iglesia”.

martes, 13 de febrero de 2024

Sobre la vocación y misión de los fieles laicos


M. Ellenrieder, El bautismo de Lydia (1861) 
[considerada como la primera conversión al cristianismo en Europa]
Nationalgalerie, Berlin


Ante todo, conviene clarificar el sentido que tiene el término laico en la teología católica. Se refiere al cristiano que busca la santidad y participar en el apostolado de la Iglesia desde el seno de la sociedad civil, de su dinámica y de sus estructuras; es decir, desde los trabajos, las familias y las relaciones culturales y sociales que se establecen en el ámbito llamado secular. De hecho, los fieles (o cristianos) laicos se llamaron seglares (=seculares) para distinguirlos de los clérigos y de los religiosos.

La raíz del término secular (saeculum= siglo y, por extensión, historia, mundo) se encuentra en otros términos de uso teológico: secularización (término que desde el s. XVII expresa el proceso de distinción entre los ámbitos religioso y civil que, en el desarrollo posterior ha tenido consecuencias positivas (expresadas por la secularidad, o visión cristiana del mundo) y negativas (hablamos de secularismo, o forma de vivir, hoy muy extendida, como si Dios no existiera).

En un sentido muy diferente, se usa el término laico hoy en la sociología y en el derecho para indicar un ámbito (Estado laico, enseñanza laica, etc.) no comprometido confesionalmente con ninguna religión. Derivadamente, se habla de laicidad para expresar un régimen de distinción entre Iglesia y Estado que no excluye una buena relación entre ambos. En cambio, el término laicismo suele indicar la separación (con frecuencia polémica) entre Iglesia y Estado en una sociedad que no reconoce los valores de la religión y busca relegarlos a la esfera privada. 


¿Quiénes son los fieles laicos?

Volviendo al sentido eclesial de laico, podemos recoger la descripción que hace el Concilio Vaticano II:

“Con el nombre de laicos se designan aquí todos los fieles cristianos, a excepción de los miembros del orden sagrado y los del estado religioso aprobado por la Iglesia. Es decir, los fieles que, en cuanto incorporados a Cristo por el bautismo, integrados al Pueblo de Dios y hechos partícipes, a su modo, de la función sacerdotal, profética y real de Cristo, ejercen en la Iglesia y en el mundo la misión de todo el pueblo cristiano en la parte que a ellos corresponde” (Lumen gentium, 31).

viernes, 26 de enero de 2024

La bendición de la unidad


(Imagen: vidriera en la iglesia católica de Santa Teresa del Niño Jesús, Springfield, Ohio. El antiguo símbolo de la cruz, el ancla y el corazón expresa la unidad de la fe, la esperanza y el amor)

La Semana de oración por la unidad de los cristianos este año ha tenido como lema Amarás al Señor tu Dios… y a tu prójimo como a ti mismo (Lc 10, 27). El amor es manifestación de unidad y camino de unidad. Dentro de la Trinidad, el Espíritu Santo es el principio de unidad (entre el amor de Dios Padre y el amor del Hijo) y de la vida íntima entre las Personas divinas. Y es el Espíritu Santo el principal artífice de la unidad de los cristianos, que requiere nuestra oración y nuestro empeño de muchas maneras. Comenzando por el esfuerzo en la unidad entre los fieles católicos.

Para la fe católica, la unidad se edifica especialmente en la comunión eucarística. Dice Benedicto XVI en su primera encíclica sobre Dios es amor: «La unión con Cristo es al mismo tiempo unión con todos los demás a los que él se entrega. No puedo tener a Cristo solo para mí; únicamente puedo pertenecerle en unión con todos los que son suyos o lo serán. La comunión me hace salir de mí mismo para ir hacia Él y, por tanto, también hacia la unidad con todos los cristianos. Nos hacemos ‘un cuerpo’, aunados en una única existencia. Ahora, el amor a Dios y al prójimo están realmente unidos» (n. 14).


La unidad del amor y la bendición

En efecto. Todo lo que hace la Iglesia, lo que quiere hacer, es la unidad del amor. Primero entre los creyentes, luego entre todas las personas y en armonía con el mundo creado. Ese es el bien que la Iglesia busca, en cumplimiento de su misión evangelizadora.

Ya en el libro del Génesis Dios crea con su palabra que es eficaz y con su amor que dice y hace el bien, lo bueno. Continuamente se sucede el ritmo: «Y dijo Dios… hágase / Y vio Dios que era bueno». Como plenitud de la historia de la salvación, viene Jesucristo, cuyo mensaje es Evangelio, buena noticia, porque es Palabra que nos trae el bien. Y todo lo que la Iglesia hace, quiere decir y hacer el bien, bendecir. Si alguien no lo entendiera así en algún caso, podría ser porque no ha comprendido de qué se trata, o porque no se le ha explicado de modo adecuado.

Más específicamente, los ministros de la Iglesia bendicen en los sacramentos, que tienen la fuerza de transmitir la gracia de Dios cuando se celebran en la forma y condiciones requeridas. En otras ocasiones bendicen a personas, objetos e incluso animales, con fórmulas previstas en los rituales. Incluso con otras bendiciones no ritualizadas, de forma más sencilla, cuando los fieles acuden a ellos pidiendo con confianza (fiducia supplicans) su intercesión ante Dios para el camino de la vida y el cumplimiento de su voluntad, aunque en el presente se encuentren en situaciones objetivamente inmorales. Ante todo en estas bendiciones lo que se bendice es la presencia de Dios, que nunca abandona al hombre en cualquier circunstancia de la vida. Por tanto, se bendice Su bondad, que se muestra como misericordia hacia sus criaturas, plenamente manifestada en Cristo y extendida por la misión de la Iglesia (2). A la vez, se trata de oraciones de intercesión para invocar su protección, de modo que nuestra vida se adecúe a su bondad y participe en mayor grado posible de ella. Derivadamente, se bendice la confianza en Dios, que lleva a pedir la bendición, y los esfuerzos por hacer el bien y ayudar a otros (aunque sean pobres esfuerzos y pequeñas ayudas a nivel humano) (3). 

Más aún, todos los fieles pueden invocar a Dios sobre sí mismos o sobre otros, sobre sus viajes y sus actividades, para que Él les proteja y les ayude, en su respuesta a la llamada a la santidad y al apostolado que tiene todo cristiano.

Por otra parte, cabe preguntarse si ha sido bueno todo lo que se ha bendecido. La bendición, o las bendiciones que la Iglesia por medio de sus ministros imparte, como toda acción eclesial, se sitúan en la historia, en el tiempo de los hombres. Y, por tanto, es posible que su ejercicio o su significado haya sido herido por las limitaciones y las fragilidades humanas. Por eso las bendiciones deben ser promovidas junto con la necesaria purificación de la memoria histórica.

martes, 23 de enero de 2024

La Iglesia particular según el Catecismo de la Iglesia Católica

La Iglesia universal es comunión de las Iglesias particulares, las que tradicionalmente se han llamado diócesis. Desde el concilio Vaticano II, este término (diócesis) se ha venido entendiendo en un sentido más teológico; no solo como circunscripciones territoriales, sino como presencia del Misterio de la Iglesia en un lugar o en un ámbito humano

De ello trata el Catecismo de la Iglesia Católica, que es "texto de referencia seguro y auténtico para la enseñanza de la doctrina católica" (Juan Pablo II, const. ap. Fidei depositum, 4), también para la docencia teológica y la formación cristiana en general, que incluye tanto las clases de religión como la catequesis.
    
Los párrafos que recogemos a continuación  (*) vieron la luz al año siguiente de la publicación del Catecismo de la Iglesia Católica. En ellos explica el autor cómo la Iglesia particular se presenta en el Catecismo arrancando de una concepción profunda y plena de la Catolicidad de la Iglesia.

sábado, 13 de enero de 2024

El Espíritu Santo actúa en la Iglesia "desde dentro"

(Imagen- Escena de Pentecostés (s. VI), Evangelios de Rabula (libro siriaco de miniaturas), Biblioteca Medicea Laurenziana, Florencia)



Johann Adam Möhler (1796-1838) fue un insigne sacerdote y teólogo alemán, de la escuela romántica de Tubinga. Sirvió de puente entre la teología oriental y occidental. Se le considera “precursor” del Concilio Vaticano II por su “vuelta a las fuentes”. Es decir, a la Sagrada Escritura y sobre todo a los Padres de la Iglesia.

En 1825 escribió su célebre obra “La unidad de la Iglesia o el principio del catolicismo”. El pensamiento de Möhler fue introducido en Europa, a través de Francia, en los años treinta del pasado siglo principalmente por Yves Congar.

En 1996, Pedro Rodríguez y José Ramón Villar realizaron una edición crítica completa en español del libro de Möhler La unidad en la Iglesia, Pamplona 1996. El mismo año, Pedro Rodríguez publicó un artículo donde explicaba el sentido del libro de Möhler. Y de ese artículo hemos seleccionado los párrafos que figuran más abajo (*)

Möhler, explica Pedro Rodríguez, redescubre en los Padres la dimensión espiritual o “mística” que anima a la Iglesia. Lo que pone todo en marcha, a partir de Pentecostés, es el Espíritu Santo, principio de unidad y de vida en la Iglesia. Es el Espíritu Santo el que sigue actuando en cada cristiano desde el Bautismo, haciendo posible la santidad (con la colaboración de cada uno por medio de la oración, de los sacramentos y de la caridad) en comunión con los demás. Y, desde ahí, desde ese "dentro" de cada uno, el Espíritu Santo actúa en la edificación y la misión de la Iglesia. 

Dimensión eclesial del Cielo

(Imagen: J. Tintoretto y D. Robusti, Paraíso (1588-1592). Palazzo Ducale, Venecia)

El Cielo es inimaginable. Cada uno tiende a concebirlo según su propia cultura, sus necesidades y anhelos.

En un texto escrito poco antes del Concilio Vaticano II (*), desarrolla Yves Congar una dimensión esencial del Cielo, muy importante en nuestra época de fuerte tendencia individualista: la dimensión de comunidad o de comunión con Dios y entre los justos. De hecho, lo que existe allí, y se consumará cuando termine la historia, no será otra cosa que la Iglesia, la comunión de los santos, en su fase definitiva.

El Concilio Vaticano II señala que “el hombre (…) no puede encontrar su propia plenitud si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás” (Gaudium et spes, 24).

Aunque pueda parecer contradictorio, nuestra verdadera personalización tiene que ver con esa apertura del “yo” individual (que tiende al egoísmo) a un yo más grande, al “nosotros” de la humanidad, cuya semilla es la Iglesia.

Comienza Congar subrayando esta dimensión que abrirá nuestra personalidad a los demás y a la totalidad de lo existente. Será la superación de la dualidad que experimentamos, a veces dramáticamente, entre la persona y el todo. El “secreto” de esa superación es el amor].

martes, 9 de enero de 2024

Iglesia, santidad y pecado

J. Petinir, El bautismo de Cristo (1521-1524), Kunsthistorischesmuseum, Viena 


En 1968 publicó Joseph Ratzinger por vez primera su Introducción al cristianismo: lecciones sobre el credo apostólico. En la parte tercera, bajo el epígrafe “La santa Iglesia católica” considera la cuestión de la santidad y el pecado en la Iglesia (1).

Ahí explica que, en la perspectiva de la fe cristiana, la santidad es una característica esencial de la Iglesia, que confesamos en el Credo. Esto no quiere decir que los cristianos sean perfectos, sino que la Iglesia tiene, por su lado divino, por decirlo así, una santidad originaria que no perderá nunca, porque participa de la santidad de Cristo. Durante la historia, esa santidad, que se manifiesta sobre todo en los santos que han vivido con nosotros, coexiste con nuestros fallos y pecados (todos, también los cristianos, somos pecadores). Pero Dios sigue siendo fiel a su Alianza sellada definitivamente por Cristo.

En efecto, dice el Vaticano II, en la constitución Lumen gentium sobre la Iglesia, que ella es “indefectiblemente santa” (LG 39) por su relación con la Trinidad: elegida por el Padre, redimida por el Hijo, santificada por el Espíritu Santo (conexión entre el Espíritu Santo y la Iglesia santa) y santificadora por medio de las “cosas santas”: principalmente la fe y los sacramentos, que dan como fruto la caridad, sustancia de la santidad (cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 823-829).

También señala el Concilio: “La Iglesia encierra en su propio seno a pecadores, y siendo al mismo tiempo santa y necesitada de purificación, avanza continuamente por la senda de la penitencia y de la renovación” (n. 8). Por tanto, en sí misma, la Iglesia es santa, pero durante la historia conviven en ella santos (justos) y pecadores.

Dicho de otra manera: hay en la Iglesia una santidad “ontológica”, que antes hemos llamado originaria, y que se debe a su mismo ser; y una santidad “histórica”, imperfecta o incoada, la que llama aquí Ratzinger “santidad profana”, debida a la existencia, en la Iglesia y durante la historia, de pecadores (todos lo somos, al menos potencialmente, así como todos estamos llamados a la santidad definitiva). Y en cuanto a esa “santidad profana”, tal vez podría completarse esa comprensión diciendo que lo que se llama profano en este mundo no significa necesariamente pecaminoso; y, sin dejar de ser profano, puede llegar por la acción de la gracia a ser santo e incluso santificador.

Hoy, como ayer, las deficiencias de los creyentes apartan a algunos de la Iglesia. A la vez muchas personas siguen descubriendo a Cristo a través de la Iglesia y de tantos cristianos que contribuyen, la mayoría de ellos calladamente en su vida ordinaria de familia y trabajo, a edificar la Iglesia y participan en su misión evangelizadora.

“Se podría decir –afirma aquí el que después sería Papa Ratzinger– que la Iglesia, precisamente en su paradójica estructura de santidad y pecado es verdaderamente figura de la gracia en este mundo”. Pero veamos cómo y en qué orden se expresa el mismo Ratzinger].

viernes, 5 de enero de 2024

El Espíritu Santo y la unidad en la Iglesia

[Imagen: M. Corneille(1642-1708), Pedro bautiza al centurión Cornelio. Museo del Hermitage, San Petersburgo]

[El Espíritu Santo es el principio de unidad y vida en la Iglesia. San Agustín lo comparó al alma del cuerpo. De aquí deduce el cardenal Raniero Cantalamessa que la señal más segura de tener el Espíritu Santo es el amor por la unidad (*).

Comienza explicando la función unificadora del Espíritu Santo, ya dentro de la Trinidad, pues es el amor del Padre y del Hijo, y además es una persona divina distinta. Esta unidad se prolonga en la Iglesia y en su misión. Es unidad de fe, de sacramentos y de vida. Y a ella se deben ajustar las conductas de los cristianos. Un tema siempre actual, quizá de modo especial en nuestro tiempo. Además nos puede ayudar para preparar la Semana de oración por la unidad de los cristianos (18 al 25 de enero).


La función unificadora del Espíritu Santo


‘El Padre y el Hijo han querido que estuviéramos unidos –entre nosotros y con ellos– por medio de ese mismo vínculo que les une a ellos, es decir, el amor, que es el Espíritu Santo’ (San Agustín, Discurso 71). Éste es el principio que nos permite pasar de la contemplación del Espíritu-amor en la Trinidad, al mismo Espíritu-amor en la Iglesia. A partir del siglo V, esta función unificadora del Espíritu, dentro de la Trinidad y de la Iglesia, empezó a ser expresada en una breve fórmula que durante mucho tiempo ha constituido la única mención del Espíritu Santo en el canon latino de la misa: “En la unidad del Espíritu Santo” (In unitate Spiritus Sancti).

Es el tema que Agustín desarrolla en todos sus discursos sobre Pentecostés. El esquema es siempre el mismo. Evoca el evento de Pentecostés y el milagro de las lenguas. A continuación, se hace la pregunta: si entonces cada uno de los apóstoles hablaba todas las lenguas, ¿cómo es que ahora el cristiano, aunque haya recibido al Espíritu Santo, no habla todas las lenguas? La respuesta del obispo es la siguiente: ¡Pues claro que también hoy cada cristiano habla todas las lenguas! En efecto, pertenece a ese cuerpo –la Iglesia– que habla todas las lenguas, y en cada lengua anuncia la verdad de Dios. No todos los miembros de nuestro cuerpo ven, no todos oyen, no todos andan y, sin embargo, nosotros no decimos: mi ojo ve, mi pie anda, sino que decimos: yo veo, yo ando, porque cada uno de los miembros actúa por todos, y todo el cuerpo actúa en cada miembro.

[En consecuencia, dirá el cardenal Cantalamessa –buen conocedor de la teología de los Padres de la Iglesia–, la señal de haber recibido el Espíritu Santo es el amor por la unidad en la Iglesia, tanto en lo visible (en la doctrina, en los sacramentos, en la moral) como en lo invisible (en la fe, en la oración, en la caridad), que es raíz y fundamento de lo visible]