miércoles, 24 de abril de 2024

Actitudes de Jesús ante el sufrimiento humano



El tiempo de Pascua actualiza nuestra vida con Cristo resucitado, su victoria sobre el mal y las tinieblas. Y nos capacita para identificarnos con Él, si correspondemos a su invitación con generosidad, en sus actitudes ante la enfermedad, el sufrimiento y humano y las personas discapacitadas. También a nivel social podemos hacer mucho en este terreno, luchando contra la "cultura del descarte" de tantos niños y jóvenes, enfermos, personas discapacitadas, ancianos y marginados de la sociedad.

Así podemos contribuir, en el día a día y en las circunstancias concretas de cada uno, a mostrar y defender la "dignidad infinita" de todo ser humano (*).


Cuidar y unir, asumir y tocar

Quien mira a Cristo y vive con Él, camina con Él y participa de sus actitudes. En un Discurso a la plenaria de la Pontificia Comisión bíblica (11-IV-2024), el sucesor de Pedro nos exhorta a participar de las actitudes de Jesús, concretamente ante la enfermedad y el sufrimiento humano.

"Todos vacilamos bajo el peso de estas experiencias y debemos ayudarnos a atravesarlas viviéndolas ‘en relación’, sin replegarnos sobre nosotros mismos y sin que la rebelión legítima se convierta en aislamiento, abandono o desesperación".

Por la experiencia de los sabios y de las culturas, sabemos que el dolor y la enfermedad, sobre todo si los situamos a la luz de la fe, pueden convertirse en factores decisivos en un camino de maduración; pues el sufrimiento, entre otras cosas, permite discernir lo esencial de lo que no lo es.

Sostiene el Papa que es sobre todo el ejemplo de Jesús el que muestra el camino, la actitud que hemos de tomar ante la enfermedad y el sufrimiento propio y ajeno, y traducirlo en pasos provechosos: “Él nos exhorta a cuidar a quienes viven en situaciones de enfermedad, con la determinación de superar la enfermedad; al mismo tiempo, nos invita con delicadeza a unir nuestros sufrimientos a su ofrecimiento salvífico, como semilla que da fruto". Cuidar e intentar superar, unir y asumir.

En efecto, desde el comienzo de su pontificado, el 19 de marzo de 2013, viene enseñando, también cuando evoca el ejemplo de san José, la tarea cristiana y humana de custodiar y servir, de la cercanía y del cuidado de los demás, especialmente de aquellos que nos salen al encuentro o a los que podemos llegar, para aliviarles en sus necesidades (cf. también el mensaje para la Jornada mundial de la paz, 1-I-2021 sobre "la cultura del cuidado como camino de la paz").

En nuestros días Francisco ha señalado que la visión de fe nos puede llevar a afrontar el dolor con dos actitudes decisivas: compasión e inclusión.


Compasión con hechos

La compasión no es un sentimiento barato y pasajero, sin compromisos ni consecuencias, o con meras palabras.

Ya Benedicto XVI observaba que “la grandeza de la humanidad está determinada esencialmente por su relación con el sufrimiento y con el que sufre. Esto es válido tanto para el individuo como para la sociedad. Una sociedad que no logra aceptar a los que sufren y no es capaz de contribuir mediante la compasión a que el sufrimiento sea compartido y sobrellevado también interiormente, es una sociedad cruel e inhumana” (enc. Spe salvi, 38).

En línea similar se sitúa Francisco, en el mismo discurso a la Pontificia Comisión Bíblica, subrayando la compasión misma de Jesús:

"La compasión indica la actitud recurrente y caracterizadora del Señor ante las personas frágiles y necesitadas que encuentra. Al ver los rostros de tantas personas, ovejas sin pastor que luchan por encontrar su camino en la vida (cf. Mc 6, 34), Jesús se conmueve. Se compadece de la muchedumbre hambrienta y extenuada (cf. Mc 8, 2) y acoge sin descanso a los enfermos (cf. Mc 1, 32), cuyas peticiones escucha: pensemos en los ciegos que le suplican (cf. Mt 20, 34) y en los numerosos enfermos que piden ser curados (cf. Lc 17,11-19); siente ‘gran compasión’ -dice el Evangelio- por la viuda que acompaña a su único hijo al sepulcro (cf. Lc 7,13). Gran compasión. Esta compasión se manifiesta como cercanía y lleva a Jesús a identificarse con el que sufre: ‘Estuve enfermo y fueron a visitarme’ (Mt 25,36)".

Fijémonos bien: Jesús se commueve, que se compadece, se acerca hasta indentificarse con el que sufre.

¿Qué nos revela esta actitud de Jesús? El modo de acercarse Jesús al dolor: no ante todo con "explicaciones" –a las que solemos tender–, o con ánimos y consuelos estériles, o con buenas palabras o un recetario de sentimientos, como se ven a veces en las historias de la Sagrada Escritura, como es el caso de los amigos de Job, que intentan teorizar el dolor vinculándolo con el castigo divino.

"La respuesta de Jesús es vital, está hecha de ‘compasión que asume’ y que, al asumir, salva al ser humano y transfigura su dolor. Cristo ha trasformado nuestro dolor haciéndolo suyo hasta el final: viviéndolo, sufriéndolo y ofreciéndolo como don de amor. No dio respuestas fáciles a nuestros ‘porqués’, sino que en la cruz hizo suyo nuestro gran ‘porqué’ (cf. Mc 15, 34)".

Así, señala Francisco, asimilando la Sagrada Escritura podemos purificarnos de ciertas actitudes equivocadas, y aprender a seguir el camino indicado por Jesús: "Tocar el sufrimiento humano con la propia mano, con humildad, mansedumbre y, serenidad para llevar, en nombre del Dios encarnado, la cercanía de un apoyo salvador y concreto. Tocar con la mano, no teóricamente". Es claro y directo el Papa.


Inclusión solidaria

Sin ser una palabra bíblica, el término inclusión, puntualiza Francisco, expresa bien un rasgo sobresaliente del estilo de Jesús: ir en busca del pecador, del perdido, del marginado, del estigmatizado, para que sea acogido en la casa del Padre y curado totalmente, en cuerpo, alma y espíritu (por ejemplo, el hijo pródigo o los leprosos). Además, Jesús desea compartir con los discípulos esa misión y actitud de consolación: les manda que cuiden de los enfermos y los bendigan en su nombre (cf. Mt 10,8; Lc 10,9; Lc 4,18-19).

“Por eso, a través de la experiencia del sufrimiento y de la enfermedad, nosotros, como Iglesia, estamos llamados a caminar junto a todos, en solidaridad cristiana y humana, abriendo, en nombre de la fragilidad común, ocasiones de diálogo y de esperanza”. Un claro ejemplo es la parábola del buen samaritano, que muestra “con qué iniciativas se puede rehacer una comunidad a partir de hombres y mujeres que hacen propia la fragilidad de los demás, que no dejan que se erija una sociedad de exclusión, sino que se hacen prójimos y levantan y rehabilitan al caído, para que el bien sea común” (enc. Fratelli tutti, n. 67).

Identifica el Papa, precisamente ante especialistas en la Biblia, un principio clave: “La Palabra de Dios es un poderoso antídoto contra toda cerrazón, abstracción e ideologización de la fe: leída en el Espíritu en que fue escrita, acrecienta la pasión por Dios y por el hombre, desencadena la caridad y reaviva el celo apostólico”. Y por eso la Iglesia tiene una necesidad constante de beber –y dar de beber– en las fuentes de la Palabra.


Ante las personas con discapacidad

Esas mismas actitudes de Jesús, compasión, cuidado e inclusión, que hemos de hacer nuestras, podemos verlas en sus encuentros con personas discapacitadas, como enseñó el Papa el mismo día, en su Discurso a la Academia de Ciencias sociales (11-IV-2024).

Jesús entra en contacto con ellos (no los ignora ni niega, ni los margina ni los descarta); también cambia el sentido de su experiencia vital, con “una invitación a tejer una relación singular con Dios que haga florecer de nuevo a las personas”, como vemos en el caso del ciego Bartimeo (cfr Mc 10,46-52).

La actual cultura del descarte y del despilfarro, lamenta el Papa Bergoglio, conduce fácilmente a estas personas a considerar la propia existencia como una carga para sí mismas y para los seres queridos. Y así esta mentalidad se abre a una cultura de la muerte, al aborto y la eutanasia.

Por eso, propone el sucesor de Pedro, “luchar contra la cultura del descarte significa promover la cultura de la inclusión –deben estar unidos–, crear y reforzar los lazos de pertenencia a la sociedad”, trabajar, sobre todo en los países más pobres, “por una mayor justicia social y por eliminar las barreras de diversa índole que impiden a tantos disfrutar de los derechos y libertades fundamentales”. Los resultados de estas acciones son más visibles en los países económicamente más desarrollados.

Entiende que esta cultura de inclusión integral se promueve más plenamente “cuando las personas con discapacidad no son receptores pasivos, sino que participan en la vida social como protagonistas del cambio”. Por eso sostiene que “subsidiariedad y participación son los dos pilares de una inclusión efectiva. Y bajo esta luz se comprende bien la importancia de las asociaciones y movimientos de personas con discapacidad que promueven la participación social”.

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(*) Sobre estas enseñanzas del Papa, más ampliamente, ver el próximo número (mayo) de la revista "Omnes".

viernes, 22 de marzo de 2024

Evangelización en el horizonte del jubileo 2025


 

 

Rembrandt, v. R., Cristo curando a un leproso (h. 1650) 
Riks Museum, Amsterdam


El discurso del Papa al Dicasterio para la evangelización (15-III-2024)  ayuda a comprender las líneas generales por donde avanzan las propuestas de su pontificado en el horizonte del jubileo de 2025.

Comenzó trazando el marco de los desafíos contemporáneos. Subrayó el secularismo (vivir como si Dios no existiera) de las últimas décadas, la pérdida del sentido de pertenencia en la comunidad cristiana y la indiferencia respecto a la fe.

Estos desafíos, explicó, necesitan respuestas adecuadas, teniendo también en cuenta la cultura digital en que nos encontramos: saber situar lo legítimo de la hoy tan reclamada autonomía de la persona, pero no al margen de Dios. Pues solo Dios funda la verdad que alberga toda persona y solo Él garantiza la plena libertad de la acción personal. (En efecto, aunque alguien piense ¿pero no existe fuera de Dios la verdad y la libertad?, estas no se encuentran de hecho sino de modo fragmentado y oscurecido).

Tras esta introducción, el Papa señaló tres temas importantes en este momento y cara al jubileo del 2025.



La transmisión de la fe

En primer lugar, la ruptura en la transmisión de la fe. A este propósito apuntó la urgencia de recuperar la relación con las familias y los centros de formación. Y señaló claramente el centro de la cuestión: la fe se transmite sobre todo con el testimonio de la vida. Un testimonio que tiene un centro: “La fe en el Señor resucitado, que es el corazón de la evangelización, para ser transmitida pide una experiencia significativa, vivida en familia y en la comunidad cristiana como encuentro con Jesucristo que cambia la vida”.

En este marco subrayó la importancia de la catequesis. Y en relación con la catequesis, recomendó servirse del nuevo Directorio para la catequesis, elaborado por este dicasterio de la Evangelización en 2020. “Este es un instrumento válido y puede ser eficaz no solo para la renovación de la metodología catequística, sino, diría, sobre todo para la implicación de la comunidad cristiana en su conjunto”.

También en este contexto puso de relieve el ministerio del catequista, sobre todo en el ámbito de los jóvenes, al servicio de la evangelización.

Una tercera llamada de atención en el mismo marco, la dirigió el Papa al Catecismo de la Iglesia Católica, referencia fundamental para la educación de la fe (no solo para la catequesis sino para toda enseñanza en relación con la fe católica). “En este sentido os animo a encontrar las formas para que el Catecismo de la Iglesia Católica pueda seguir siendo conocido, estudiado, valorado, de modo que de él se extraigan las respuestas a las nuevas exigencias que se manifiestan con el paso de los decenios” (*).  


Cabe señalar que treinta y dos años después de su publicación (1992) este "Catecismo" (que no es un "catecismo" en el sentido popular de la palabra: un pequeño librito para enseñar a niños y jóvenes, sino un verdadero tratado teológico en la perspectiva pedagógica de la fe) sigue siendo plenamente actual, y cualquiera que se adentre en sus páginas comprobará su riqueza de contenidos y su claridad. 


La espiritualidad de la misericordia

Segundo tema: la misericordia, como “contenido fundamental de la obra de la evangelización” que hemos de hacer circular por las venas del cuerpo de la Iglesia. “Dios es misericordia”, como anunció ya san Juan Pablo II al inicio del tercer milenio.  (La misericordia es una de las claves de este pontificado).

En relación con la misericordia, apuntó Francisco el papel de la pastoral de los santuarios y también el de los "misioneros de la misericordia" (sacerdotes especialmente designados para esta tarea) omo testigos de esa misericordia divina en el sacramento de la Confesión de los pecados. “Cuando la evangelización se realiza con la unción y el estilo de la misericordia, encuentra mayor escucha, y el corazón se abre con más disponibilidad para la conversión”.


La fuerza de la esperanza

Por último, se refirió el obispo de Roma a la preparación para al jubileo ordinario de 2025 bajo el signo de la fuerza de la esperanza, y anunció que dentro de pocas semanas se publicará la carta apostólica para su lanzamiento. Ocupará un lugar central la esperanza, como virtud “más pequeña” que parece llevada por sus dos hermanas, la Fe y la Caridad, pero también es ella la que las sustenta (Francisco suele evocar este pasaje de las obras de Paul Claudel en El Pórtico del misterio de la segunda virtud, en 1911).

Todo ello sin olvidar que estamos en un Año de la oración, precisamente como preparación para ese jubileo (cf. el subsidio pastoral Enséñanos a orar, accesible en la web del mismo dicasterio de la evangelización: www.evangelizatio.va).

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(*) Además del abundante material sobre el Catecismo de la Iglesia Católica que hay en este blog (cf. nube de etiquetas), hemos publicado estos libros: 

- La sinfonía de la fe: redescubrir el Catecismo de la Iglesia Católica (una introducción), ed. Promesa, Cost Rica 2013

- Renovar la educación de la fe: claves del Catecismo de la Iglesia Católica, Eunsa, Pamplona 2019

- Introducción al estudio del Catecismo de la Iglesia Católica, Eunsa, Pamplona 2019

- Caminos de la fe: siete itinerarios en el Catecismo de la Iglesia Católica, Palabra, Madrid 2021.

domingo, 17 de marzo de 2024

Once años con Francisco



"Los papas reciben una asistencia especial del Espíritu Santo para llevar a cabo su tarea”


Entrevista (Miriam Lafuente) con el sacerdote Ramiro Pellitero, teólogo y escritor, publicada en "El Faro de Melilla", 16-III-2024) (*)

-Cada Papa trae consigo sus carismas. ¿Cuál sería el carisma más destacado en la figura de Papa Francisco?

-El Papa Francisco es ante todo un pastor. Le gusta estar con la gente, echa de menos visitar las parroquias, subir a los medios públicos de transporte, conversar con las familias, los jóvenes y los niños, visitar a los enfermos, compartir su tiempo con los pobres y los encarcelados. De ahí brota el mensaje más importante de su pontificado: la primacía de la misericordia sin descuidar la verdad de la doctrina.

-El Papa hace viajes a lugares con minoría católica. ¿Por qué cree usted que lo hace?

-Supongo que lo hace porque se sabe Padre común de los católicos y se siente llamado a acompañar a los más débiles y pequeños. También con una misión de testimonio del amor que Dios Padre ha manifestado en Jesucristo. Un amor que debe manifestarse ante el mundo con hechos, con gestos, a veces pequeños pero claros, en todo lo que hace la Iglesia, con el impulso del Espíritu Santo.

-Nada más ser nombrado, el Papa creó un comité G-9, un grupo de cardenales que iban a asesorar en la reforma de la Curia. Me pregunto cuál es el balance de esta anunciada reforma. ¿Qué está cambiando?


-En medio de la complejidad de nuestro mundo, los cambios que se han producido, tanto en la organización de la Iglesia (por ejemplo, en la reforma de la Curia o el desarrollo de la sinodalidad) como en cuestiones pastorales (la profundización en los fundamentos de la vida cristiana, la formación de los sacerdotes o la enseñanza de la Doctrina social, etc.) tienen como denominador común la renovación en la continuidad. Su origen puede verse, de un modo un tanto simbólico sin dejar de ser real, en las líneas que el cardenal Bergoglio propuso en el pre-cónclave de 2013: la alegría de evangelizar, frente a la autorreferencialidad; la salida hacia las periferias existenciales, frente a un excesivo centralismo; la conversión pastoral o misionera (con acento en la misericordia), frente al riesgo de la mundanidad espiritual.

-¿Por qué este Papa desconcierta con sus declaraciones a algunos fieles y, por el contrario, es amado por personas que se declaran ateas, agnósticas o no practicantes? Es una paradoja aparentemente...


-Quizá a veces desconcierta a quienes están acostumbrados a acentos más tradicionales en cuestiones de fe y de vida cristiana. Acentos que con frecuencia respondían, desde siglos anteriores, a contextos distintos de los actuales. En el Papa destaca su creatividad, tanto en el lenguaje como en sus iniciativas. Plantea cuestiones complejas de forma diferente. Ciertamente, para captar bien sus mensajes conviene conocer el trasfondo histórico y cultural del Papa Bergoglio. Nada de esto es fácil y él mismo ha manifestado que prefiere rectificar, si es necesario, antes que dejarse llevar por falsas seguridades.

A la vez, sus planteamientos atraen a muchos, de dentro y de fuera, porque tienen la fuerza del mensaje del Evangelio, que a nadie deja indiferente. Invitan a todos a preguntarse: ¿Qué hemos de hacer para mejorar? ¿Cómo alcanzar una vida más plenamente humana? ¿Cómo ser cristianos más coherentes?

-Vemos por la televisión las imágenes de un Papa mayor, con problemas de salud y que casi no puede caminar. A menudo en silla de ruedas. Se huele en el aire fin de pontificado. ¿Cómo está el Papa de salud?

-Lógicamente, sin conocer los datos, solo cabe decir impresiones. Podemos acordar en que, para su edad y teniendo en cuenta las enfermedades que ha pasado, está bastante bien. Desde luego, nadie a esa edad desarrolla tal actividad ni se propone semejantes desafíos. Se diría que los Papas, especialmente en su última etapa, reciben una asistencia especial del Espíritu Santo para llevar a cabo su tarea.

-De las encíclicas escritas, ¿cuál cree que ha sido la de más impacto?

-Encíclicas propiamente solo tiene tres. La primera fue escrita “a cuatro manos”, preparada por Benedicto XVI y terminada y firmada por Francisco, sobre la Luz de la fe (Lumen fidei, 2013). Es breve y a la vez teológicamente profunda, y quizá no se le ha prestado la atención que merece. La segunda, sobre el cuidado de la casa común (Laudato si’, 2015), amplía la doctrina social con la ecología integral, mediante un desarrollo de raíz teológica y un formato antropológico. La tercera, sobre la fraternidad y la amistad social (Fratelli tutti, 2020), es también una encíclica importante en el plano de la doctrina social en el actual momento de nuestra cultura, que es en gran medida individualista, como ya puso de relieve el gran san Juan Pablo II.

De igual o más impacto que las encíclicas ha sido su documento programático: la exhortación apostólica sobre el anuncio del Evangelio en el mundo actual (Evangelii gaudium, 2013). Ahí se recoge en síntesis el proyecto del Papa Bergoglio, que luego se ha ido desplegando, en diálogo con los acontecimientos, algunos de los cuales, como la pandemia del Covid-19, eran totalmente impredecibles.

El Papa desarrolla siete cuestiones como claves que entonces le parecieron centrales: “La reforma de la Iglesia en salida misionera; las tentaciones de los agentes pastorales; la Iglesia entendida como la totalidad del Pueblo de Dios que evangeliza; la homilía y su preparación; la inclusión social de los pobres; la paz y el diálogo social; y las motivaciones espirituales para la tarea misionera" (n. 17). De fondo está el gran tema de su pontificado, como vengo diciendo: la compasión o la misericordia, entendida en profundidad y también con sentido práctico.

-¿Se ha entendido mal en la sociedad lo de la bendición a parejas del mismo sexo?


-Me parece que, entre otros factores que cuentan para las dificultades en la recepción del documento, está el contexto de la diversidad cultural y a la vez de la globalización tecnológica en la que nos encontramos.

Además de la profundización en la teología de la bendición y de su sensibilidad ante las personas homoafectivas, destacaría en el documento la defensa de la doctrina de la Iglesia sobre el matrimonio y algunas condiciones para estas bendiciones: la buena intención de quienes las piden, el necesario discernimiento de los pastores, algunas indicaciones para que no se confundan con la asistencia a un matrimonio ni se utilicen formas rituales que pudieran dar esa impresión.

En estas bendiciones, señala la declaración Fiducia supplicans, se puede “pedir para ellos la paz, la salud, un espíritu de paciencia, diálogo y ayuda mutuos, pero también la luz y la fuerza de Dios para poder cumplir plenamente su voluntad" (n. 38). Se trata, pues, de oraciones de intercesión que también se consideran, con propiedad, bendiciones. Por tanto, lo que se bendice en esas personas es, al menos (puesto que las circunstancias pueden ser muy diferentes), la confianza en Dios y los esfuerzos por hacer el bien y ayudar a otros, aunque sean pobres esfuerzos y pequeñas ayudas a nivel humano.

La Iglesia es familia. Y en una familia la madre abraza a todos de modo incondicional, aunque a veces no esté de acuerdo con su conducta. Pero no les cierra la puerta. Todos pueden saber que esa puerta está siempre abierta, en defensa de la dignidad de la persona y de la vida de cualquier ser humano, especialmente de los más frágiles y necesitados, en lo material o en lo espiritual. En una familia se evitan las exclusiones y los muros. Y se procura acompañar a cada uno con realismo, valorando los pequeños pasos que pueda emprender.

-Benedicto XVI y Francisco: ¿qué tienen como personas en común y de diferente?

Tienen mucho en común: el ser hijos de su tiempo, los dos llamados a un alto ministerio de unidad y testimonio de la fe, hombres de Iglesia con una fuerte autoexigencia personal, que los lleva a sentir su deber de dar cuentas, ante todo a Dios, de la tarea confiada y de las decisiones tomadas.

Ese cuadro se completa con diferencias, matices y tonalidades propias del carácter, humus cultural, formación y experiencia, punto de vista de cada uno, manteniendo los mismos horizontes en lo fundamental.

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sábado, 9 de marzo de 2024

Una eclesiología "de misión"

Imagen: "San Pedro y el gallo" (cf. Lc 22, 61) en el Salterio bizantino Cludov (s. IX). Tomada de https://es.wikipedia.org/wiki/El_estudiante_(relato)


En los párrafos que siguen (*) el entonces obispo Angelo Scola (luego sería cardenal de Venecia) propone, en una primera parte, tres rasgos esenciales de la Iglesia, que se traducen en la vocación-misión de sus miembros: 

a) su carácter dramático (en cuanto implica la acción que envuelve la libertad de Dios y de los hombres);

 b) su carácter sacramental (la Iglesia ha sido denominada “sacramento radical”, en el sentido de que es el ámbito y punto de encuentro de todos los sacramentos, que los contiene a todos y los vivifica; y todo ello en y desde Cristo, que es el “sacramento primordial” según los Padres, del que depende también la función mediadora de la Iglesia, centrada en los siete sacramentos;

 c) su carácter eucarístico (pues en torno a la Eucaristía se desarrolla el encuentro entre la libertad de Dios y la del hombre y, desde ahí, el despliegue de la vocación y misión del cristiano).


En la segunda parte, el autor muestra cómo una “eclesiología de misión” es capaz de manifestar la dimensión antropológica y sacramental del misterio de comunión que es la Iglesia. 


miércoles, 6 de marzo de 2024

La vid y los sarmientos, la Iglesia y las bodas


V. Van Gogh, El viñedo rojo (1888), Museo Pushkin, Moscú

En la Biblia la viña es imagen de la esposa (cf. Cantar de los cantares, 2, 15 y 7, 13), y se pide a Dios que la cuide, a pesar de las infidelidades de su pueblo (cf. Sal 80, 9-20). En la predicación de Jesús, son los viñadores los que rechazan al hijo del dueño de la viña (Mc 12, 1-2). En el cristianismo, el rojo se asocia a la sangre de Cristo y su sacrificio en la cruz.

Dice Joseph Ratzinger en Jesús de Nazaret que en la tradición judeocristiana "el vino encarna la fiesta. Hace que el hombre experimente la gloria [la belleza, el resplandor, que procede de su origen divino] de la creación. Por eso forma parte de los rituales del sábado, de la Pascua, de las bodas. Y nos hace vislumbrar algo de la fiesta definitiva de Dios con la humanidad" (cf. Is 25, 6).

"El don del vino nuevo se encuentra en el centro de la boda de Caná (cf. Jn 2, 1-12), mientras que, en sus discursos de despedida, Jesús nos sale al paso como la verdadera vid (cf. 15, 1-10)" (pp. 298-299).

domingo, 3 de marzo de 2024

Sobre el culto espiritual y "el altar del corazón"

[Imagen: Fra Angelico, La Crucifixión (h. 1420-1423), Metropolitan Museum of Art, New York]

En una de sus audiencias generales de los miércoles, Benedicto XVI explicó el "culto espiritual" (*), que se puede considerar como el “contenido” del sacerdocio común de los bautizados: la capacidad que se nos otorga, con el bautismo, de convertir nuestra vida en ofrenda a Dios y servicio a los demás, también en la vida ordinaria, centrada en la Eucaristía.

El tema se inscribía dentro del año dedicado a san Pablo. El Papa Ratzinger se apoyó en tres textos de la carta a los Romanos, para mostrar que “san Pablo ve en la cruz de Cristo un viraje histórico, que transforma y renueva radicalmente la realidad del culto”.

martes, 20 de febrero de 2024

El "triple oficio" de Cristo, de la Iglesia y del cristiano




Duccio di Bouninsegna, La pesca milagrosa (h. 1655), 
Museo dell'Opera del Duomo, Siena.


Lo que se conoce como “triple oficio” (o ministerio) de Cristo (profeta, sacerdote y rey) es un esquema teológico que ha dado frutos abundantes en los últimos siglos para la teología y la pastoral de la Iglesia. Los párrafos aquí recogidos pertenecen a la síntesis que Santiago Madrigal publicó, sobre este tema, en un buen Diccionario de Eclesiología hace pocos años (*).

El autor identifica cuatro buenos servicios de este “esquema”: 1) explicar en unidad el ser y el obrar de Cristo (como se estudian respectivamente en la cristología y la soteriología), de acuerdo con la teología bíblica; 2) la inserción del misterio de la Iglesia en el misterio de Cristo (de modo que el triple munus de Cristo es participado como triplex munus Ecclesiae [triple oficio de la Iglesia] antes que en el cristiano singular), tal como se expone en el Concilio Vaticano II (Lumen gentium); 3) una buena base tanto para la teología del laicado como para la teología del ministerio episcopal; 4) un marco para articular las dimensiones y tareas de la única misión evangelizadora de la Iglesia.


La unidad entre el ser y el obrar de Cristo

“Aunque la tripartición de los oficios de Cristo es sólo una de las formas posibles de sistematizar los numerosos títulos que la Escritura le asigna, hoy podemos decir que la doctrina de los tria munera Christi [tres oficios de Cristo] se ha generalizado en la teología católica tras el espaldarazo que recibió del magisterio eclesiástico en el Vaticano II. Frente a la dogmática tradicional, esta división tripartita no reduce de forma casi exclusiva el significado antropológico y soteriológico [en relación con la obra redentora de Cristo] de la cristología. El esquema permite describir de forma sintética los aspectos fundamentales de la misión de Cristo, porque una cristología que no quiere escindir la persona y la obra, es decir, orientada hacia la soteriología, deberá poner de manifiesto las funciones mesiánicas del profeta y revelador, del sumo sacerdote y del Señor de la creación. Desde la teología bíblica afirmamos que en Cristo y por Cristo ha revelado Dios el misterio de su gracia, ha realizado la reconciliación con la humanidad pecadora y la ha hecho partícipe de su gloria divina. Profeta, sacerdote, rey, no son tres funciones distintas, sino tres aspectos diversos de la función salvífica del único mediador (1 Tm 2, 5; Hb 8, 6)”.

Comunión de las Iglesias, Eucaristía y episcopado




(Imagen: Báculo con Cordero de Dios (h. 1360-1440) pintado en hueso con elementos de oro. Metropolitan museum, New York)

La Carta de la Congregación para la Doctrina de la Fe Communionis notio, sobre algunos aspectos de la Iglesia considerada como Comunión (28-V-1992) (*), dedica su tercera parte (nn. 11-14) a la relación entre la comunión de las Iglesias, la Eucaristía y el episcopado.

[Comienza desarrollando por qué la comunión de las Iglesias particulares tiene su fundamento, además de en la misma fe y el Bautismo común, en la Eucaristía. Esto es así porque la celebración de la Eucaristía es imagen y presencia de la Iglesia como tal, una e indivisible, universal y, a la vez, acoge en su plenitud a cada Iglesia particular. Esto hace imposible la autosuficiencia de la Iglesia particular, en cuanto que no se sostiene en sí misma, sino en la comunión con todas las demás]


Comunión de las Iglesias y Eucaristía

(n. 11) “La unidad o comunión entre las Iglesias particulares en la Iglesia universal, además de en la misma fe y en el Bautismo común, está radicada sobre todo en la Eucaristía y en el Episcopado.

Está radicada en la Eucaristía porque el Sacrificio eucarístico, aun celebrándose siempre en una particular comunidad, no es nunca celebración de esa sola comunidad: ésta, en efecto, recibiendo la presencia eucarística del Señor, recibe el don completo de la salvación, y se manifiesta así, a pesar de su permanente particularidad visible, como imagen y verdadera presencia de la Iglesia una, santa, católica y apostólica (Cf. LG 26).

El redescubrimiento de una eclesiología eucarística, con sus indudables valores, se ha expresado sin embargo a veces con acentuaciones unilaterales del principio de la Iglesia local. Se afirma que donde se celebra la Eucaristía, se haría presente la totalidad del misterio de la Iglesia, de modo que habría que considerar no-esencial cualquier otro principio de unidad y de universalidad. Otras concepciones, bajo influjos teológicos diversos, tienden a radicalizar aún más esta perspectiva particular de la Iglesia, hasta el punto de considerar que es el mismo reunirse en el nombre de Jesús (cfr. Mt 18, 20) lo que genera la Iglesia: la asamblea que en el nombre de Cristo se hace comunidad, tendría en sí los poderes de la Iglesia, incluido el relativo a la Eucaristía; la Iglesia, como algunos dicen, nacería "de la base". Estos y otros errores similares no tienen suficientemente en cuenta que es precisamente la Eucaristía la que hace imposible toda autosuficiencia de la Iglesia particular. En efecto, la unicidad e indivisibilidad del Cuerpo eucarístico del Señor implica la unicidad de su Cuerpo místico, que es la Iglesia una e indivisible. Desde el centro eucarístico surge la necesaria apertura de cada comunidad celebrante, de cada Iglesia particular: del dejarse atraer por los brazos abiertos del Señor se sigue la inserción en su Cuerpo, único e indiviso. También por esto, la existencia del ministerio Petrino, fundamento de la unidad del Episcopado y de la Iglesia universal, está en profunda correspondencia con la índole eucarística de la Iglesia”.

martes, 13 de febrero de 2024

Sobre la vocación y misión de los fieles laicos


M. Ellenrieder, El bautismo de Lydia (1861) 
[considerada como la primera conversión al cristianismo en Europa]
Nationalgalerie, Berlin


Ante todo, conviene clarificar el sentido que tiene el término laico en la teología católica. Se refiere al cristiano que busca la santidad y participar en el apostolado de la Iglesia desde el seno de la sociedad civil, de su dinámica y de sus estructuras; es decir, desde los trabajos, las familias y las relaciones culturales y sociales que se establecen en el ámbito llamado secular. De hecho, los fieles (o cristianos) laicos se llamaron seglares (=seculares) para distinguirlos de los clérigos y de los religiosos.

La raíz del término secular (saeculum= siglo y, por extensión, historia, mundo) se encuentra en otros términos de uso teológico: secularización (término que desde el s. XVII expresa el proceso de distinción entre los ámbitos religioso y civil que, en el desarrollo posterior ha tenido consecuencias positivas (expresadas por la secularidad, o visión cristiana del mundo) y negativas (hablamos de secularismo, o forma de vivir, hoy muy extendida, como si Dios no existiera).

En un sentido muy diferente, se usa el término laico hoy en la sociología y en el derecho para indicar un ámbito (Estado laico, enseñanza laica, etc.) no comprometido confesionalmente con ninguna religión. Derivadamente, se habla de laicidad para expresar un régimen de distinción entre Iglesia y Estado que no excluye una buena relación entre ambos. En cambio, el término laicismo suele indicar la separación (con frecuencia polémica) entre Iglesia y Estado en una sociedad que no reconoce los valores de la religión y busca relegarlos a la esfera privada. 


¿Quiénes son los fieles laicos?

Volviendo al sentido eclesial de laico, podemos recoger la descripción que hace el Concilio Vaticano II:

“Con el nombre de laicos se designan aquí todos los fieles cristianos, a excepción de los miembros del orden sagrado y los del estado religioso aprobado por la Iglesia. Es decir, los fieles que, en cuanto incorporados a Cristo por el bautismo, integrados al Pueblo de Dios y hechos partícipes, a su modo, de la función sacerdotal, profética y real de Cristo, ejercen en la Iglesia y en el mundo la misión de todo el pueblo cristiano en la parte que a ellos corresponde” (Lumen gentium, 31).

viernes, 26 de enero de 2024

La bendición de la unidad


(Imagen: vidriera en la iglesia católica de Santa Teresa del Niño Jesús, Springfield, Ohio. El antiguo símbolo de la cruz, el ancla y el corazón expresa la unidad de la fe, la esperanza y el amor)

La Semana de oración por la unidad de los cristianos este año ha tenido como lema Amarás al Señor tu Dios… y a tu prójimo como a ti mismo (Lc 10, 27). El amor es manifestación de unidad y camino de unidad. Dentro de la Trinidad, el Espíritu Santo es el principio de unidad (entre el amor de Dios Padre y el amor del Hijo) y de la vida íntima entre las Personas divinas. Y es el Espíritu Santo el principal artífice de la unidad de los cristianos, que requiere nuestra oración y nuestro empeño de muchas maneras. Comenzando por el esfuerzo en la unidad entre los fieles católicos.

Para la fe católica, la unidad se edifica especialmente en la comunión eucarística. Dice Benedicto XVI en su primera encíclica sobre Dios es amor: «La unión con Cristo es al mismo tiempo unión con todos los demás a los que él se entrega. No puedo tener a Cristo solo para mí; únicamente puedo pertenecerle en unión con todos los que son suyos o lo serán. La comunión me hace salir de mí mismo para ir hacia Él y, por tanto, también hacia la unidad con todos los cristianos. Nos hacemos ‘un cuerpo’, aunados en una única existencia. Ahora, el amor a Dios y al prójimo están realmente unidos» (n. 14).


La unidad del amor y la bendición

En efecto. Todo lo que hace la Iglesia, lo que quiere hacer, es la unidad del amor. Primero entre los creyentes, luego entre todas las personas y en armonía con el mundo creado. Ese es el bien que la Iglesia busca, en cumplimiento de su misión evangelizadora.

Ya en el libro del Génesis Dios crea con su palabra que es eficaz y con su amor que dice y hace el bien, lo bueno. Continuamente se sucede el ritmo: «Y dijo Dios… hágase / Y vio Dios que era bueno». Como plenitud de la historia de la salvación, viene Jesucristo, cuyo mensaje es Evangelio, buena noticia, porque es Palabra que nos trae el bien. Y todo lo que la Iglesia hace, quiere decir y hacer el bien, bendecir. Si alguien no lo entendiera así en algún caso, podría ser porque no ha comprendido de qué se trata, o porque no se le ha explicado de modo adecuado.

Más específicamente, los ministros de la Iglesia bendicen en los sacramentos, que tienen la fuerza de transmitir la gracia de Dios cuando se celebran en la forma y condiciones requeridas. En otras ocasiones bendicen a personas, objetos e incluso animales, con fórmulas previstas en los rituales. Incluso con otras bendiciones no ritualizadas, de forma más sencilla, cuando los fieles acuden a ellos pidiendo con confianza (fiducia supplicans) su intercesión ante Dios para el camino de la vida y el cumplimiento de su voluntad. Es esta confianza en Dios y los esfuerzos por hacer el bien y ayudar a otros (aunque sean pobres esfuerzos y pequeñas ayudas a nivel humano), al menos, los que se bendicen en estos casos, incluso dentro de situaciones objetivamente inmorales.

Más aún, todos los fieles pueden invocar a Dios sobre sí mismos o sobre otros, sobre sus viajes y sus actividades, para que Él les proteja y les ayude, en su respuesta a la llamada a la santidad y al apostolado que tiene todo cristiano.

Por otra parte, cabe preguntarse si ha sido bueno todo lo que se ha bendecido. La bendición, o las bendiciones que la Iglesia por medio de sus ministros imparte, como toda acción eclesial, se sitúan en la historia, en el tiempo de los hombres. Y, por tanto, es posible que su ejercicio o su significado haya sido herido por las limitaciones y las fragilidades humanas. Por eso las bendiciones deben ser promovidas junto con la necesaria purificación de la memoria histórica.

martes, 23 de enero de 2024

La Iglesia particular según el Catecismo de la Iglesia Católica

La Iglesia universal es comunión de las Iglesias particulares, las que tradicionalmente se han llamado diócesis. Desde el concilio Vaticano II, este término (diócesis) se ha venido entendiendo en un sentido más teológico; no solo como circunscripciones territoriales, sino como presencia del Misterio de la Iglesia en un lugar o en un ámbito humano

De ello trata el Catecismo de la Iglesia Católica, que es "texto de referencia seguro y auténtico para la enseñanza de la doctrina católica" (Juan Pablo II, const. ap. Fidei depositum, 4), también para la docencia teológica y la formación cristiana en general, que incluye tanto las clases de religión como la catequesis.
    
Los párrafos que recogemos a continuación  (*) vieron la luz al año siguiente de la publicación del Catecismo de la Iglesia Católica. En ellos explica el autor cómo la Iglesia particular se presenta en el Catecismo arrancando de una concepción profunda y plena de la Catolicidad de la Iglesia.

sábado, 13 de enero de 2024

El Espíritu Santo actúa en la Iglesia "desde dentro"

(Imagen- Escena de Pentecostés (s. VI), Evangelios de Rabula (libro siriaco de miniaturas), Biblioteca Medicea Laurenziana, Florencia)



Johann Adam Möhler (1796-1838) fue un insigne sacerdote y teólogo alemán, de la escuela romántica de Tubinga. Sirvió de puente entre la teología oriental y occidental. Se le considera “precursor” del Concilio Vaticano II por su “vuelta a las fuentes”. Es decir, a la Sagrada Escritura y sobre todo a los Padres de la Iglesia.

En 1825 escribió su célebre obra “La unidad de la Iglesia o el principio del catolicismo”. El pensamiento de Möhler fue introducido en Europa, a través de Francia, en los años treinta del pasado siglo principalmente por Yves Congar.

En 1996, Pedro Rodríguez y José Ramón Villar realizaron una edición crítica completa en español del libro de Möhler La unidad en la Iglesia, Pamplona 1996. El mismo año, Pedro Rodríguez publicó un artículo donde explicaba el sentido del libro de Möhler. Y de ese artículo hemos seleccionado los párrafos que figuran más abajo (*)

Möhler, explica Pedro Rodríguez, redescubre en los Padres la dimensión espiritual o “mística” que anima a la Iglesia. Lo que pone todo en marcha, a partir de Pentecostés, es el Espíritu Santo, principio de unidad y de vida en la Iglesia. Es el Espíritu Santo el que sigue actuando en cada cristiano desde el Bautismo, haciendo posible la santidad (con la colaboración de cada uno por medio de la oración, de los sacramentos y de la caridad) en comunión con los demás. Y, desde ahí, desde ese "dentro" de cada uno, el Espíritu Santo actúa en la edificación y la misión de la Iglesia. 

Dimensión eclesial del Cielo

(Imagen: J. Tintoretto y D. Robusti, Paraíso (1588-1592). Palazzo Ducale, Venecia)

El Cielo es inimaginable. Cada uno tiende a concebirlo según su propia cultura, sus necesidades y anhelos.

En un texto escrito poco antes del Concilio Vaticano II (*), desarrolla Yves Congar una dimensión esencial del Cielo, muy importante en nuestra época de fuerte tendencia individualista: la dimensión de comunidad o de comunión con Dios y entre los justos. De hecho, lo que existe allí, y se consumará cuando termine la historia, no será otra cosa que la Iglesia, la comunión de los santos, en su fase definitiva.

El Concilio Vaticano II señala que “el hombre (…) no puede encontrar su propia plenitud si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás” (Gaudium et spes, 24).

Aunque pueda parecer contradictorio, nuestra verdadera personalización tiene que ver con esa apertura del “yo” individual (que tiende al egoísmo) a un yo más grande, al “nosotros” de la humanidad, cuya semilla es la Iglesia.

Comienza Congar subrayando esta dimensión que abrirá nuestra personalidad a los demás y a la totalidad de lo existente. Será la superación de la dualidad que experimentamos, a veces dramáticamente, entre la persona y el todo. El “secreto” de esa superación es el amor].

martes, 9 de enero de 2024

Iglesia, santidad y pecado

J. Petinir, El bautismo de Cristo (1521-1524), Kunsthistorischesmuseum, Viena 


En 1968 publicó Joseph Ratzinger por vez primera su Introducción al cristianismo: lecciones sobre el credo apostólico. En la parte tercera, bajo el epígrafe “La santa Iglesia católica” considera la cuestión de la santidad y el pecado en la Iglesia (1).

Ahí explica que, en la perspectiva de la fe cristiana, la santidad es una característica esencial de la Iglesia, que confesamos en el Credo. Esto no quiere decir que los cristianos sean perfectos, sino que la Iglesia tiene, por su lado divino, por decirlo así, una santidad originaria que no perderá nunca, porque participa de la santidad de Cristo. Durante la historia, esa santidad, que se manifiesta sobre todo en los santos que han vivido con nosotros, coexiste con nuestros fallos y pecados (todos, también los cristianos, somos pecadores). Pero Dios sigue siendo fiel a su Alianza sellada definitivamente por Cristo.

En efecto, dice el Vaticano II, en la constitución Lumen gentium sobre la Iglesia, que ella es “indefectiblemente santa” (LG 39) por su relación con la Trinidad: elegida por el Padre, redimida por el Hijo, santificada por el Espíritu Santo (conexión entre el Espíritu Santo y la Iglesia santa) y santificadora por medio de las “cosas santas”: principalmente la fe y los sacramentos, que dan como fruto la caridad, sustancia de la santidad (cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 823-829).

También señala el Concilio: “La Iglesia encierra en su propio seno a pecadores, y siendo al mismo tiempo santa y necesitada de purificación, avanza continuamente por la senda de la penitencia y de la renovación” (n. 8). Por tanto, en sí misma, la Iglesia es santa, pero durante la historia conviven en ella santos (justos) y pecadores.

Dicho de otra manera: hay en la Iglesia una santidad “ontológica”, que antes hemos llamado originaria, y que se debe a su mismo ser; y una santidad “histórica”, imperfecta o incoada, la que llama aquí Ratzinger “santidad profana”, debida a la existencia, en la Iglesia y durante la historia, de pecadores (todos lo somos, al menos potencialmente, así como todos estamos llamados a la santidad definitiva). Y en cuanto a esa “santidad profana”, tal vez podría completarse esa comprensión diciendo que lo que se llama profano en este mundo no significa necesariamente pecaminoso; y, sin dejar de ser profano, puede llegar por la acción de la gracia a ser santo e incluso santificador.

Hoy, como ayer, las deficiencias de los creyentes apartan a algunos de la Iglesia. A la vez muchas personas siguen descubriendo a Cristo a través de la Iglesia y de tantos cristianos que contribuyen, la mayoría de ellos calladamente en su vida ordinaria de familia y trabajo, a edificar la Iglesia y participan en su misión evangelizadora.

“Se podría decir –afirma aquí el que después sería Papa Ratzinger– que la Iglesia, precisamente en su paradójica estructura de santidad y pecado es verdaderamente figura de la gracia en este mundo”. Pero veamos cómo y en qué orden se expresa el mismo Ratzinger].

viernes, 5 de enero de 2024

El Espíritu Santo y la unidad en la Iglesia

[Imagen: M. Corneille(1642-1708), Pedro bautiza al centurión Cornelio. Museo del Hermitage, San Petersburgo]

[El Espíritu Santo es el principio de unidad y vida en la Iglesia. San Agustín lo comparó al alma del cuerpo. De aquí deduce el cardenal Raniero Cantalamessa que la señal más segura de tener el Espíritu Santo es el amor por la unidad (*).

Comienza explicando la función unificadora del Espíritu Santo, ya dentro de la Trinidad, pues es el amor del Padre y del Hijo, y además es una persona divina distinta. Esta unidad se prolonga en la Iglesia y en su misión. Es unidad de fe, de sacramentos y de vida. Y a ella se deben ajustar las conductas de los cristianos. Un tema siempre actual, quizá de modo especial en nuestro tiempo. Además nos puede ayudar para preparar la Semana de oración por la unidad de los cristianos (18 al 25 de enero).


La función unificadora del Espíritu Santo


‘El Padre y el Hijo han querido que estuviéramos unidos –entre nosotros y con ellos– por medio de ese mismo vínculo que les une a ellos, es decir, el amor, que es el Espíritu Santo’ (San Agustín, Discurso 71). Éste es el principio que nos permite pasar de la contemplación del Espíritu-amor en la Trinidad, al mismo Espíritu-amor en la Iglesia. A partir del siglo V, esta función unificadora del Espíritu, dentro de la Trinidad y de la Iglesia, empezó a ser expresada en una breve fórmula que durante mucho tiempo ha constituido la única mención del Espíritu Santo en el canon latino de la misa: “En la unidad del Espíritu Santo” (In unitate Spiritus Sancti).

Es el tema que Agustín desarrolla en todos sus discursos sobre Pentecostés. El esquema es siempre el mismo. Evoca el evento de Pentecostés y el milagro de las lenguas. A continuación, se hace la pregunta: si entonces cada uno de los apóstoles hablaba todas las lenguas, ¿cómo es que ahora el cristiano, aunque haya recibido al Espíritu Santo, no habla todas las lenguas? La respuesta del obispo es la siguiente: ¡Pues claro que también hoy cada cristiano habla todas las lenguas! En efecto, pertenece a ese cuerpo –la Iglesia– que habla todas las lenguas, y en cada lengua anuncia la verdad de Dios. No todos los miembros de nuestro cuerpo ven, no todos oyen, no todos andan y, sin embargo, nosotros no decimos: mi ojo ve, mi pie anda, sino que decimos: yo veo, yo ando, porque cada uno de los miembros actúa por todos, y todo el cuerpo actúa en cada miembro.

[En consecuencia, dirá el cardenal Cantalamessa –buen conocedor de la teología de los Padres de la Iglesia–, la señal de haber recibido el Espíritu Santo es el amor por la unidad en la Iglesia, tanto en lo visible (en la doctrina, en los sacramentos, en la moral) como en lo invisible (en la fe, en la oración, en la caridad), que es raíz y fundamento de lo visible]