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sábado, 5 de enero de 2019

Estrella de libertad

Cuadro de Giovani da Modena (1410),
iglesia de San Petronio, Bolonia

La estrella de los Magos nos trae esa libertad que Cristo nos ha ganado, la libertad de los hijos de Dios.

En la época en que Daniélou publicó su libro “Los símbolos cristianos primitivos” (1951: en castellano, eds. Ega, Bilbao 1993), había ya suficiente investigación acerca de la estrella de los Magos (Mt 2, 2) en el marco de la cultura bíblica.

La estrella tiene una larga historia que la precede en los textos del Antiguo Testamento (cf. la “estrella de Jacob” de Num 24, 17), del cristianismo primitivo y en relación con las culturas circundantes. Esa estrella es anunciadora de la salvación que trae el Mesías y que llega a todas las gentes.

San Justino ( s. II) dice que la estrella es uno de los nombres de Cristo, y la pone en relación con la estrella que vieron los Magos en Oriente. Para nosotros, es también una estrella de esperanza.


miércoles, 7 de enero de 2015

Dios que juega

El Greco, Adoración de los Reyes Magos (1568)
Museo Soumaya, Ciudad de México


Parece que algunos niños de 11 años, no sé si muchos, sospechan de sus padres cuando les proponen algo que sea un poco instructivo o formativo, pues solamente desean lo puramente lúdico… Esto se comprende en el contexto de los regalos de Reyes, pues, al fin y al cabo, los niños quieren jugar, todos queremos jugar, y la Biblia dice que incluso Dios juega (cf. Pr. 8, 30-31).

Así lo señala Juan Bautista Torelló, sabio sacerdote y psiquiatra, en un libro póstumo (“Él nos amó primero”, ed. Cristiandad, Madrid 2014), que recoge meditaciones de retiros espirituales predicados en la Peters Kirche de Viena. 

lunes, 6 de enero de 2014

Una estrella de esperanza


(La vida cristiana como Epifanía)
  

Gentile da Fabriano, Adoración de los Magos (1424), 
Florencia, Galleria degli Uffici

En uno de sus libros evoca el cardenal Ravasi lo sucedido en el año 614, cuando el rey persa Cosroes cercó la basílica de Belén, que encierra en su cripta la gruta del Nacimiento, construida por Elena, madre de Constantino en el 330. Al ver en el frontal una representación de los Reyes Magos caracterizados como persas, desistió de su empeño. Y así los Magos salvaron la gruta.

     Predicaba Benedicto XVI, en la Epifanía de 2012, que los Magos, por su corazón inquieto, vigilante y valiente fueron capaces no sólo de seguir la estrella sino de iluminar, con su actitud, el camino de los hombres hacia Cristo.

     En la misma línea, el Papa Francisco, en su homilía de Epifanía de este año ha dicho que el ejemplo de los Magos "nos ayuda a levantar la mirada hacia la estrella y a seguir los grandes deseos de nuestro corazón. Nos enseñan a no contentarnos con una vida mediocre, de 'pequeño cabotaje', sino a dejarnos atraer siempre por lo que es bueno, verdadero, bello… por Dios, ¡que todo esto lo es de modo cada vez más grande!" (Homilía 6-I-2013). Para ello, y de acuerdo con la tradición cristiana, nos ha aconsejado contemplar "dos libros": el del Evangelio (escucharlo, leerlo y meditarlo) y el de la creación (el mundo creado por Dios y los acontecimientos de nuestra vida). 

     En otras ocasiones, reflexionando sobre las actitudes de los Magos, el Papa Ratzinger ponía de relieve la conexión entre la humildad, la adoración y la sabiduría.

martes, 15 de enero de 2013

Lecciones de la Encarnación

Giotto, Nacimiento de Jesús (1304-1306), detalle.
Capilla de los Scrovegni, Padua (Italia)


¿Para qué se hizo hombre el hijo de Dios? ¿Cuál debe ser nuestra actitud ante este hecho central de la fe cristiana? Esta ha sido la realidad (la “Encarnación”) que ha centrado la atención de Benedicto XVI, en su audiencia general del 9 de enero.

¿Qué sentido y finalidad tiene la Encarnación? Ante todo (dice el Credo), “por nuestra salvación”. Cuando San Juan, en su Evangelio, dice que “la Palabra se hizo carne”, se refiere a que se hizo hombre subrayando, dice el Papa, el aspecto de transitoridad y temporalidad, pobreza y contigencia que tiene la naturaleza humana. “Esto –prosigue explicando– quiere decir que la salvación realizada por Dios hecho carne en Jesús de Nazaret, toca al hombre en su realidad concreta y en cualquier situación en la que esté”.

miércoles, 4 de enero de 2012

La manifestación del Salvador

 B. Bonfigli, Adoración de los Magos y Cristo en la Cruz (1465-1475)
National Gallery, London

En los iconos ortodoxos de la Navidad, expresiones de la religiosidad popular durante siglos, es común observar al Niño no simplemente echado sobre las pajas del pesebre, sino envuelto en una faja, como un difunto embalsamado, y también a menudo el pesebre tiene forma de féretro. ¿Qué quiere decir esto?


De Belén al Calvario

      La explicación puede encontrarse en la relación entre la Navidad y la Pascua del Señor, entre el Belén y el Calvario. La piedad cristiana hace notar que los brazos extendidos de Jesús en el Belén son los mismos que se extenderán sobre la Cruz. Algunos pintores, como Benedetto Bonfigli (s. XV) o Lorenzo Lotto (s. XVI) asocian la escena de la Navidad al crucifijo.

      Benedicto XVI ha desarrollado, en su audiencia del 21 de diciembre, la relación entre la Navidad y la Misa; y, por tanto, su relación con la muerte y resurrección del Señor.

      En primer lugar, se ha preguntado cómo podemos vivir los cristianos el acontecimiento de la Navidad, sucedido hace más de dos mil años. La Misa de la Noche de Navidad reza: “Hoy ha nacido para nosotros el Salvador”. Esto, responde el Papa, es real gracias precisamente a la liturgia, que hace posible superar los límites del espacio y del tiempo: “Dios, en aquel Niño nacido en Belén, se ha acercado al hombre: nosotros lo podemos encontrar todavía, en un ‘hoy’ que no tiene ocaso”. Dicho de otro modo, “Dios nos ofrece ‘hoy’, ahora, a mí, a cada uno de nosotros, la posibilidad de reconocerlo y de acogerlo, como hicieron los pastores de Belén, para que Él nazca también en nuestra vida y la renueve, la ilumine, la transforme con su Gracia, con su Presencia”. En síntesis, por medio de la liturgia “la Navidad es un evento eficaz para nosotros”.

     Ciertamente, bastaría con recordar que la Misa es actualización del Misterio Pascual (la muerte y resurrección de Cristo), que asume, condensa y consuma todos los demás Misterios de la vida del Señor, también el de la Navidad.

      Navidad y Pascua, continuaba señalando Benedicto XVI, son dos fiestas que celebran la redención de la humanidad. La Navidad celebra la entrada de Dios en la historia haciéndose hombre, para que el hombre pueda conocerle y unirse a Él. La Pascua celebra la victoria de Cristo sobre el pecado y sobre la muerte, obtenida mediante la Cruz y la Resurrección. La Navidad cae al inicio del invierno, cuando la naturaleza está envuelta por el frío, anunciando la victoria del sol y del calor. La Pascua cae al inicio de la primavera, cuando el sol vence las nieblas.


Navidad y Pascua, Epifanía y Eucaristía

     De esta manera, como hacían los Padres de la Iglesia, el nacimiento de Cristo ha de ser entendido a la luz de la entera obra redentora que culmina en el Misterio Pascual: “Dios se hace hombre, nace niño como nosotros, toma nuestra carne para vencer a la muerte y al pecado”.

      Así lo dice San Basilio: “Dios asume la carne justo para destruir la muerte en ella escondida. Como los antídotos de un veneno, una vez ingeridos anulan los efectos, y como la oscuridad de una casa se disuelve a la luz del sol, así la muerte que dominaba sobre la naturaleza humana fue destruida por la presencia de Dios. Y como el hielo, que permanece sólido en el agua mientras dura la noche y reina la oscuridad, se derrite de inmediato al calor del sol. Así la muerte, que había reinado hasta la venida de Cristo, apenas aparece la gracia del Dios Salvador y surge el sol de justicia, “fue devorada por la victoria” (1 Co. 15,54), sin poder coexistir con la Vida”

      En Navidad, comienza, por tanto, la Epifanía, es decir, la manifestación del plan divino redentor: “En Navidad encontramos la ternura y el amor de Dios que se inclina sobre nuestros límites, sobre nuestras debilidades, sobre nuestros pecados y se abaja hasta nosotros” (cf Fil 2, 6-7). Es decir: “El culmen de la historia del amor entre Dios y el hombre pasa a través del pesebre de Belén y el sepulcro de Jerusalén”.

      De ahí resulta que el misterio de la Navidad, que puede verse situada en el marco de la Epifanía (si bien esta fiesta se celebra dos semanas después y forma una unidad con el Bautismo del Señor y el milagro de las Bodas de Caná), ha de ser contemplado y vivido en torno a la Misa, la Eucaristía. En la Navidad Cristo se manifiesta en la humildad y abajamiento del Niño de Belén. En la Eucaristía, Cristo vivo sigue ahora manifestándose y entregándose por nosotros. La Eucaristía es el “centro de la Santa Navidad”, donde “se hace presente Jesús de modo real, verdadero Pan bajado del cielo, verdadero Cordero sacrificado por nuestra salvación”.


*     *     * 

Durante el tiempo de Navidad celebramos también la Fiesta de la Sagrada Familia, la familia de Jesús en Belén y en Nazaret, que es como el germen de la Iglesia. Ella refleja en el mundo a Cristo, luz de las gentes, como familia de Dios.

      En la fiesta de la Epifanía contemplamos la adoración de los Magos. Siguiendo esa estrella que aún resplandece, representan a todas las personas que reconocen la llegada de la verdadera y definitiva luz del mundo.


La Navidad, "fiesta del corazón"

      En la Homilía de la Nochebuena, ha señalado Benedicto XVI que la Navidad ya es Epifanía, pues Dios se manifestado y lo ha hecho como niño. Así "se contrapone a toda violencia y lleva un mensaje que es paz". Y por eso, ahora que la violencia amenaza al mundo de modos diversos, el Papa nos invita a rezar:

      "Tú, el Dios poderoso, has venido como niño y te has mostrado a nosotros como el que nos ama y mediante el cual el amor vencerá. Y nos has hecho comprender que, junto a ti, debemos ser constructores de paz. Amamos tu ser niño, tu no-violencia, pero sufrimos porque la violencia continúa en el mundo, y por eso también te rogamos: Demuestra tu poder, ¡oh Dios! En este nuestro tiempo, en este mundo nuestro, haz que las varas del opresor, las túnicas llenas de sangre y las botas estrepitosas de los soldados sean arrojadas al fuego, de manera que tu paz venza en este mundo nuestro. (...) En el niño en el establo de Belén, se puede, por decirlo así, tocar a Dios y acariciarlo. De este modo, el año litúrgico ha recibido un segundo centro [además de la Pascua] en una fiesta que es, ante todo, una fiesta del corazón" (Homilía en la Misa del 24-XII-2011).


La Navidad, tiempo de la humildad

      Asimismo, evocando la pequeñez de la puerta que actualmente da acceso a la Iglesia de la Natividad en Belén, observaba Benedicto XVI: "Si queremos encontrar al Dios que ha aparecido como niño, hemos de apearnos del caballo de nuestra razón 'ilustrada'. Debemos deponer nuestras falsas certezas, nuestra soberbia intelectual, que nos impide percibir la proximidad de Dios".

     Dios se manifesta, efectivamente, en su bondad y humildad, llamando a las puertas de nuestra alma, durante todo estos días, breves pero intensos. Abrirle esas puertas es condición para participar de su Luz y llenar el mundo de su Alegría.





(La primera parte, con el título "Navidad y Eucaristía", fue publicada en www.religionconfidencial.com, 25-XII-2011)



     





jueves, 4 de agosto de 2011

Humildad, adoración, sabiduría

 Rubens, Adoración de los Magos (1609/1628-1629), 
Museo del Prado (Madrid)
(Agrandar la imagen)


Uno de los cuadros más importantes de Rubens es un lienzo que representa la Adoración de los Magos, y que se expone en el Museo del Prado con motivo de la JMJ-Madrid, 2011. El pintor lo retocó veinte años después y le añadió una zona superior (donde se ven dos ángeles y un cielo nocturno) y otra a la derecha (que muestra un caballo con su jinete, y detrás un autorretrato del propio Rubens). Parece que algunos detalles añadidos indican el contexto contrarreformista de la época (la columna detrás de la Virgen sugiere la solidez de la Iglesia, la paja debajo del Niño y las parras sobre Él evocan a la Eucaristía, un asno con los ojos tapados mira al lado opuesto de Cristo, como representando a los que niegan la Encarnación del Hijo de Dios, etc.). 

            Esta escena puede servir de trasfondo para reflexionar sobre la visita de los Magos, siguiendo la predicación de Benedicto XVI. 


"Hemos venido a adorarlo"

      El lema de la JMJ en Colonia (2005) fue precisamente la frase que los Magos dijeron a Herodes: “Hemos venido a adorarlo” (Mt 2, 2). Desde un barco en el Rhin, animaba a los jóvenes a preguntarse, teniendo en cuenta la situación del mundo y la propia vida:  “¿Dónde encuentro los criterios para mi vida; dónde los criterios para colaborar de modo responsable en la edificación del presente y del futuro de nuestro mundo? ¿De quién puedo fiarme; a quién confiarme? ¿Dónde está aquél que puede darme la respuesta satisfactoria a los anhelos del corazón?” (Discurso a los jóvenes en Colonia, 18-VIII-2005).

      Les recordaba aquellas célebres palabras pronunciadas al principio de su pontificado:  “Quien deja entrar a Cristo (en la propia vida) no pierde nada, nada –absolutamente nada– de lo que hace la vida libre, bella y grande. ¡No! Sólo con esta amistad se abren las puertas de la vida. Sólo con esta amistad se abren realmente las grandes potencialidades de la condición humana. Sólo con esta amistad experimentamos lo que es bello y lo que nos libera» (Homilía en el solemne inicio del ministerio petrino, 24 abril 2005). Y agregaba: “Estad plenamente convencidos: Cristo no quita nada de lo que hay de hermoso y grande en vosotros, sino que lleva todo a la perfección para la gloria de Dios, la felicidad de los hombres y la salvación del mundo”.


Los verdaderos reformadores son los santos

      Dos días después, en la explanada de Marienfeld, les explicaba que los Magos fueron los primeros de una larga lista de personas, los santos, que han buscado la estrella de Dios. “Los santos son los verdaderos reformadores” porque “sólo de Dios proviene la verdadera revolución, el cambio decisivo del mundo”. A pesar de la cizaña que existe en el campo de la Iglesia (por la presencia del pecado), los santos han vivido y edificado esta “gran familia de Dios, mediante la cual Él establece un espacio de comunión y unidad en todos los continentes, culturas y naciones (A los jóvenes, en Marienfeld, 20-VIII-2005).


Humildad para ser capaces de asombrarse

            En otras ocasiones, posteriormente, ha evocado la actitud de los Magos, por oposición al “espíritu académico” de los escribas de Herodes (que indican el camino a otros, pero no se mueven). ¿Qué es –se preguntaba Benedicto XVI–  lo que a unos les hace ponerse en camino para ver a Dios, y a los otros no? Y respondía: la excesiva seguridad en sí mismos, la presunción que vuelve insensible para reconocer la aventura de un Dios que quiere encontrarse con los hombres. “Al final, lo que falta es la humildad auténtica, que sabe someterse a lo que es más grande, pero también el auténtico valor, que lleva a creer a lo que es verdaderamente grande, aunque se manifieste en un Niño inerme. Falta la capacidad evangélica de ser niños en el corazón, de asombrarse, y de salir de sí para encaminarse en el camino que indica la estrella, el camino de Dios” (Homilía, 6-I-2010).

            Los Magos –continuaba ese mismo día el Papa– podrían haber seguido la mentalidad actual: “no necesitamos a nadie” para guiarnos en nuestro camino, evitemos toda “contaminación” entre la ciencia y la Palabra de Dios. Pero no fue así. Al ver a aquel Niño inerme en brazos de María, “habrían podido quedarse desilusionados, es más, escandalizados”. Pero le reconocieron como Hijo de Dios. Podrían también haber vuelto a Jerusalén para presumir de su descubrimiento. Pero tomaron otro camino por prudencia, para custodiar el amor de Dios y su acercarse a los hombres (cf. Angelus 6-I-2010).


Sabiduría para encontrar la luz y convertirse en luz

      Hay que seguir la actitud de los Magos y no la de Herodes. Éste veía en Dios una especie de rival que competía con él y no le dejaba disponer de su existencia sin límites, a su gusto. Por el contrario, “debemos abrirnos a la certeza de que Dios es el amor omnipotente que no quita nada, no amenaza, sino que es el Único capaz de ofrecernos la posibilidad de vivir en plenitud, de experimentar la verdadera alegría”. Porque eran sabios, los Magos “sabían que no es con un telescopio cualquiera, sino con los ojos profundos de la razón en búsqueda del sentido último de la realidad y con el deseo de Dios movido por la fe, como es posible encontrarlo, incluso hacer posible que Dios se acerque a nosotros” (Homilía, 6-I-2011). 

     Los Magos –ha observado también Benedicto XVI– se dieron cuenta de que a veces el poder, incluso el del conocimiento, puede borrar, más que indicar, el camino hacia Dios. La estrella, por el contrario, “les guió entre los pobres, entre los humildes”; porque “Dios no se manifiesta en el poder de este mundo, sino en la humildad de su amor, ese amor que pide a nuestra libertad ser acogido para transformarnos y hacernos capaces de llegar a Aquel que es el Amor”. Y concluía: Hoy la estrella sigue siendo la Palabra de Dios leída y comprendida según la Iglesia. Caminando con ella, “podremos también nosotros convertirnos en estrellas para los demás, reflejo de esa luz que Cristo ha hecho resplandecer sobre nosotros” (ibid).

     En definitiva, adorar a Dios (que se ha hecho ¡tan pequeño!) no nos  hace a nosotros pequeños sino más grandes, capaces de apreciar y construir lo bueno y lo bello. Ser humildes (aceptar que Dios es siempre mayor que nuestra inteligencia y nuestro corazón) no humilla, sino que sitúa en la verdad (Santa Teresa) para ponerse en camino y superar las dificultades. Buscar la sabiduría es abrir la razón más allá de lo que se mide y se toca, abrirse a la luz del Amor.    


(publicado en www.analisisdigital.com, 4-VIII-2011)

viernes, 7 de enero de 2011

La estrella que aún resplandece

 Beato Angelico, Adoración de los Magos (h. 1540), 

El viaje de los Magos, siguiendo la estrella hasta Belén, contrasta a veces con tantos viajes que no llevan “a ninguna parte”; más aún, pueden significar una huida de uno mismo. Y ya se sabe lo difícil que es huir de la propia sombra.
     Un ejemplo de esto puede verse en la película Up in the air (J. Reitman, 2009). Interesante e instructiva –si se prescinde de algunas escenas y conversaciones procaces–, refleja la mentalidad que con frecuencia se propone en la cultura actual. Se trata de Ryan, un solterón simpático y agradable que se dedica a volar más de trescientos días al año, con la única meta de llegar a diez millones de millas, sin ningún tipo de ataduras ni compromisos personales. De vez en cuando da conferencias donde transmite su “filosofía”: propone ir por la vida con la “mochila” bien ligera; no sólo de cosas, sino sobre todo de vínculos y responsabilidades (nada de matrimonio, por ejemplo, sino relaciones esporádicas).
     (Se puede ver una de sus conferencias en:
http://www.youtube.com/watch?v=49bqm_uV5zM&feature=related).
     Un tipo aparentemente feliz y exitoso, cuyo trabajo consiste en representar a las empresas que no se atreven a despedir a sus empleados, para lo cual tiene preparado todo un formulario.
     A Ryan parecen no afectarle las vidas de los otros. Su mundo interior –simbolizado por esa mochila de la que habla en las conferencias– está vacío, y en su maleta lleva lo mínimo, para ganar tiempo y espacio. Todo lo que hace es impersonal. La película lo deja bien claro, al mismo tiempo que presenta las vidas de otras personas que sí mantienen compromisos, aunque mezclados con dudas, mentiras e infidelidades. Lo que se propone al espectador es la libertad para tomar cada uno la opción que le parezca. Aunque no se ocultan las consecuencias de las opciones. Cuando Ryan se da cuenta de que quizá necesite amar a una persona, descubre que para ella es simplemente “un paréntesis” o “una evasión”.
     Este ambiente relativista, con su propuesta indiferente tanto respecto de la verdad como del bien, contrasta con la propuesta de la fe cristiana.
     El cristianismo presenta la belleza de tener un compromiso que valga la pena, un proyecto de futuro, que implique llevar en la “mochila” a los demás y las cosas de los demás. Ésas son las alas que verdaderamente elevan sobre la tierra, sin dejar de tener los pies en el suelo. Ésas son las millas que vale la pena recorrer durante la vida, como una aventura fascinante, en compañía de los otros. El cristianismo propone: que encuentres tu felicidad no haciendo un paréntesis en tu vida, sino plenamente en ella, en todos los momentos, en todas las tareas, en todos los encuentros; no quieras evadirte de lo corriente, porque en lo cotidiano está también Dios (si no, no estaría en ninguna parte); vive de tal manera que seas capaz de exprimir el amor en cada instante; recuerda que el que se busca a sí mismo, termina "aislado", solo consigo mismo: consigue ciertamente lo que busca.
     Dicen las encuestas que los jóvenes actuales son básicamente desconfiados. No es extraño, no es culpa suya (¿qué les hemos mostrado?); es el reflejo de lo que ven a su alrededor, a lo que se suma el poso de algunas experiencias negativas. Al mismo tiempo, los jóvenes valoran cada vez más a la familia.
     Por eso los cristianos –especialmente los padres y los educadores–, hemos de mostrarles, con nuestra vida, que el proyecto que Jesucristo propone vale la pena; que el cristianismo no es un cúmulo de mandamientos y prohibiciones, que pesa, cansa y oprime; que formamos una familia universal, creemos en el amor y vivimos para que el amor se extienda por el mundo; y eso es posible, no es una utopía ingenua; que basta descubrir la estrella como los Reyes Magos, levantarse cuando se cae, pero no detenerse nunca. Aunque a veces cueste, cada uno ha de tener el coraje de denunciar, como dice la canción, “esta realidad tirana, que se ríe a carcajadas, porque espera que me canse de buscar” (A. Lerner, Todo a pulmón, 1983: http://letras.terra.com.br/lerner-alejandro/130009).
     Es preciso, ante todo, encontrar cada uno su estrella –la vocación–, para poder seguir el camino concreto por el que podemos colaborar con Dios en ese proyecto. ¿Pero cómo descubrirla? ¿Cómo ayudar a que otros la descubran?
     En su homilía de Epifanía, Benedicto XVI ha explicado que a Dios no se llega por los caminos del poder político (Herodes) o del mero conocimiento (los “expertos”). Aunque la política o la cultura puedan proporcionar válidas informaciones, otras veces constituyen barreras que se oponen al encuentro con Él. También para nosotros –señalaba el Papa– las cosas no son tan distintas como fueron para los Magos. Le pedimos a Dios que manifieste su poder para resolver nuestros problemas según nuestros criterios, nuestros deseos o nuestros caprichos, cuando no le consideramos como un rival, como alguien que nos pone límites. También podemos estar tentados de enfocar las Escrituras como un mero objeto de estudio y discusión, en lugar de verlas como el camino hacia la auténtica vida.
     Nos iría mejor si imitáramos a los Magos, dándonos cuenta de “que no es con un telescopio cualquiera, sino con los ojos profundos de la razón que busca el sentido último de la realidad y con el deseo de Dios movido por la fe, como es posible encontrarlo, más aún, hacer posible que Dios se acerque a nosotros”.
     Ciertamente, importa percibir la luz de la creación, conocer lo que nos rodea y desarrollarlo mediante nuestro trabajo en el mundo. Pero –observa Benedicto XVI– la luz definitiva sólo procede de la Palabra de Dios, de las Escrituras santas, leídas, comprendidas y vividas auténticamente como miembros de esta familia que es la Iglesia.
     Por eso el cristiano que lee y hace vida el Evangelio –comprometiéndose realmente con Dios y con los demás– encuentra la luz y se convierte en luz inequívoca para los otros. De este modo, “nuestro camino estará siempre iluminado por una luz que ningún otro signo nos puede dar. Y podremos también nosotros convertirnos en estrellas para los demás, reflejo de aquella luz que Cristo ha hecho resplandecer sobre nosotros”.
      Así contribuimos a la Epifanía, a la manifestación del salvador.
 
(publicado en www.cope.es, 7-I-2011)