martes, 3 de marzo de 2015

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Normas morales y educación

La ética necesita normas. Pero una ética solamente de normas 
puede degenerar en intolerancia, tiranía o intelectualismo.

En un mundo que se ha vuelto bastante complejo, la Ética sirve para navegar en la propia acción. Y ante la demanda de Ética por todas partes, conviene que recordemos que no hay Ética sin normas. La necesidad de normas morales no viene primero de la religión, sino que se deduce ante todo de la razón humana, tal como estudia la Ética. 

Por tanto los agentes educativos (maestros, madres y padres de familia, políticos, científicos, periodistas, artistas, etc.) tienen la responsabilidad de proponer, sobre todo a los jóvenes, modelos de conducta acordes a la razón humana y a la dignidad de las personas.

Siendo las normas morales necesarias, sin embargo no son suficientes, pues necesitan de los valores o bienes y de las virtudes.


Necesidad de la razón, y por tanto de las normas

En la ética, no bastan los valores sino que hay que tratar de las virtudes. Para atender la llamada “justicia a la realidad” (Spaemann)[1] se requiere, al mismo tiempo, formar nuestra conciencia de modo acorde con una razón verdaderamente humana, que tiene siempre en cuenta a los otros. Con otras palabras, nuestra conciencia debe siempre dejarse iluminar por la razón abierta a los demás. Y así de esa razón verdaderamente humana cabe deducir normas morales que iluminan, dirigen y protegen la acción moral. Sin olvidar que hemos de estar siempre dispuestos a corregirnos en el camino de la virtud[2].

Ser persona es una llamada que pide la respuesta del amor. La plenitud real a la que el ser humano está llamado sólo se alcanza en la entrega del propio ser, y para eso hay que ser dueño de sí mismo, ser capaz de amar[3]. La razón debe intervenir en esta búsqueda de autenticidad personal, de modo que valores y bienes, normas y virtudes configuran la propuesta ética para una vida lograda.


Insuficiencia de una ética solamente de normas

Siendo las normas morales necesarias, es bueno plantearse por qué no basta una ética solamente de normas.

a) Si la ética se ocupara solamente de normas no sería válida porque provocaría el cumplir por cumplir, lo que da lugar a la intolerancia ética o la rigidez del carácter, y esto provoca una insensibilización. Esto sucede cuando las normas se separan del bien verdadero, que siempre tiene que ver con la vida. Y entonces, “aquí aparece una gente crispada, coagulada, gente que hace de la norma algo distinto de la vida. (…) ésta se mecaniza, y entonces lo que pasa alguna vez es que se echan las normas a la calle”[4]. En realidad ya no se trata de normas éticas –que son normas de bienes, de fines y de libertad–, sino de meras reglas físicas, que no liberan sino que esclavizan. De acuerdo con Tomás de Aquino, el que renuncia a una norma moral pierde la perspectiva de la libertad, se convierte en una piedra, y también cae en la estupidez.

Así se puede ver en la película “Vidas contadas” (J. Sprecher, 2002): el que vive de modo inmoral, aunque invoque determinadas normas, se deja llevar como la piedra, que siempre cae por la ley de la gravedad, mecánicamente, por sus tendencias. Y si además es profesor, se arriesga a destruir a sus alumnos.

b) Desde el punto de vista de la educación o del gobierno (ambos han de tener una dimensión educativa), una ética solo de normas es típica de la tiranía, que reduce el gobierno a pura administración y racionamiento. El tirano es por naturaleza irresponsable, no está dispuesto a responder ante nadie; pero así ha perdido la libertad, que también arrebata a los demás.

La auténtica norma es la norma de bienes, y por eso es en sí misma un gran bien; pero sin bienes no hay libertad porque la libertad existe para el bien. A veces la norma moral tiene forma negativa (no matar), para asegurar que al menos renunciamos a tratar a otro de modo puramente mecánico, técnico o físico. 

Las normas que merecen ese nombre son las que ayudan al hombre a superar lo puramente práctico o empírico, y lo sitúan en el camino de su anhelo de infinitud, que es el horizonte de su libertad. No son puramente “autónomas” (no me las doy a mí mismo) ni puramente “heterónomas” (no me son exteriores del todo), porque su última raíz está en mi naturaleza humana, que no se satisface con lo empírico, con lo meramente práctico, sino que está “abierta a todas las cosas”, como decía Sófocles. Y por eso no existe la “autorrealización personal” entendida en sentido absoluto: siempre necesitamos de los demás, y por tanto, también de las normas.

Del sabio, el consejo: “No tengas a la vista sólo lo que eres capaz de hacer, y no decidas en relación a motivos que te cosifican, porque esos motivos te hacen una piedra, son tu libre traición al ideal de tu naturaleza” (L. Polo).

c) Una ética solo de normas puede relacionarse, finalmente, con el intelectualismo. Pero “el intelectualismo es obtuso” –dice Polo–, porque no se da cuenta de que no basta el conocimiento para ser libres, aparte de que no somos infalibles ni en la teoría ni en la conducta práctica.

El hombre no es sólo razón –no sólo actúa por motivos– sino que tiene también disposiciones (está, diríamos hoy, como “formateado”, dispuesto a base de su temperamento, sus aptitudes y tendencias) que influyen en sus decisiones. Y, atención, las disposiciones no se pueden mejorar solamente con normas sino también por medio de las virtudes. Y así, con la ayuda de las virtudes, las normas morales ayudan a crecer a las personas y les permiten ser más libres.



[1] Diez veces sale esta expresión, como emblema de su propuesta, en el libro de R. Spaemann, Cuestiones fundamentales, Pamplona 2010.
[2] Cf. A. Millán-Puelles, “Ética y realismo”, Madrid 1996, pp. 86s.
[3] Cf. M. G. Santamaría, Que y quiénes somos, Madrid 2012, pp. 78s.
[4] Cf. A. Millán Puelles, “Ética y realismo”, ya citado, pp. 143s.

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