miércoles, 24 de abril de 2024

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Actitudes de Jesús ante el sufrimiento humano



El tiempo de Pascua actualiza nuestra vida con Cristo resucitado, su victoria sobre el mal y las tinieblas. Y nos capacita para identificarnos con Él, si correspondemos a su invitación con generosidad, en sus actitudes ante la enfermedad, el sufrimiento y humano y las personas discapacitadas. También a nivel social podemos hacer mucho en este terreno, luchando contra la "cultura del descarte" de tantos niños y jóvenes, enfermos, personas discapacitadas, ancianos y marginados de la sociedad.

Así podemos contribuir, en el día a día y en las circunstancias concretas de cada uno, a mostrar y defender la "dignidad infinita" de todo ser humano (*).


Cuidar y unir, asumir y tocar

Quien mira a Cristo y vive con Él, camina con Él y participa de sus actitudes. En un Discurso a la plenaria de la Pontificia Comisión bíblica (11-IV-2024), el sucesor de Pedro nos exhorta a participar de las actitudes de Jesús, concretamente ante la enfermedad y el sufrimiento humano.

"Todos vacilamos bajo el peso de estas experiencias y debemos ayudarnos a atravesarlas viviéndolas ‘en relación’, sin replegarnos sobre nosotros mismos y sin que la rebelión legítima se convierta en aislamiento, abandono o desesperación".

Por la experiencia de los sabios y de las culturas, sabemos que el dolor y la enfermedad, sobre todo si los situamos a la luz de la fe, pueden convertirse en factores decisivos en un camino de maduración; pues el sufrimiento, entre otras cosas, permite discernir lo esencial de lo que no lo es.

Sostiene el Papa que es sobre todo el ejemplo de Jesús el que muestra el camino, la actitud que hemos de tomar ante la enfermedad y el sufrimiento propio y ajeno, y traducirlo en pasos provechosos: “Él nos exhorta a cuidar a quienes viven en situaciones de enfermedad, con la determinación de superar la enfermedad; al mismo tiempo, nos invita con delicadeza a unir nuestros sufrimientos a su ofrecimiento salvífico, como semilla que da fruto". Cuidar e intentar superar, unir y asumir.

En efecto, desde el comienzo de su pontificado, el 19 de marzo de 2013, viene enseñando, también cuando evoca el ejemplo de san José, la tarea cristiana y humana de custodiar y servir, de la cercanía y del cuidado de los demás, especialmente de aquellos que nos salen al encuentro o a los que podemos llegar, para aliviarles en sus necesidades (cf. también el mensaje para la Jornada mundial de la paz, 1-I-2021 sobre "la cultura del cuidado como camino de la paz").

En nuestros días Francisco ha señalado que la visión de fe nos puede llevar a afrontar el dolor con dos actitudes decisivas: compasión e inclusión.


Compasión con hechos

La compasión no es un sentimiento barato y pasajero, sin compromisos ni consecuencias, o con meras palabras.

Ya Benedicto XVI observaba que “la grandeza de la humanidad está determinada esencialmente por su relación con el sufrimiento y con el que sufre. Esto es válido tanto para el individuo como para la sociedad. Una sociedad que no logra aceptar a los que sufren y no es capaz de contribuir mediante la compasión a que el sufrimiento sea compartido y sobrellevado también interiormente, es una sociedad cruel e inhumana” (enc. Spe salvi, 38).

En línea similar se sitúa Francisco, en el mismo discurso a la Pontificia Comisión Bíblica, subrayando la compasión misma de Jesús:

"La compasión indica la actitud recurrente y caracterizadora del Señor ante las personas frágiles y necesitadas que encuentra. Al ver los rostros de tantas personas, ovejas sin pastor que luchan por encontrar su camino en la vida (cf. Mc 6, 34), Jesús se conmueve. Se compadece de la muchedumbre hambrienta y extenuada (cf. Mc 8, 2) y acoge sin descanso a los enfermos (cf. Mc 1, 32), cuyas peticiones escucha: pensemos en los ciegos que le suplican (cf. Mt 20, 34) y en los numerosos enfermos que piden ser curados (cf. Lc 17,11-19); siente ‘gran compasión’ -dice el Evangelio- por la viuda que acompaña a su único hijo al sepulcro (cf. Lc 7,13). Gran compasión. Esta compasión se manifiesta como cercanía y lleva a Jesús a identificarse con el que sufre: ‘Estuve enfermo y fueron a visitarme’ (Mt 25,36)".

Fijémonos bien: Jesús se commueve, que se compadece, se acerca hasta indentificarse con el que sufre.

¿Qué nos revela esta actitud de Jesús? El modo de acercarse Jesús al dolor: no ante todo con "explicaciones" –a las que solemos tender–, o con ánimos y consuelos estériles, o con buenas palabras o un recetario de sentimientos, como se ven a veces en las historias de la Sagrada Escritura, como es el caso de los amigos de Job, que intentan teorizar el dolor vinculándolo con el castigo divino.

"La respuesta de Jesús es vital, está hecha de ‘compasión que asume’ y que, al asumir, salva al ser humano y transfigura su dolor. Cristo ha trasformado nuestro dolor haciéndolo suyo hasta el final: viviéndolo, sufriéndolo y ofreciéndolo como don de amor. No dio respuestas fáciles a nuestros ‘porqués’, sino que en la cruz hizo suyo nuestro gran ‘porqué’ (cf. Mc 15, 34)".

Así, señala Francisco, asimilando la Sagrada Escritura podemos purificarnos de ciertas actitudes equivocadas, y aprender a seguir el camino indicado por Jesús: "Tocar el sufrimiento humano con la propia mano, con humildad, mansedumbre y, serenidad para llevar, en nombre del Dios encarnado, la cercanía de un apoyo salvador y concreto. Tocar con la mano, no teóricamente". Es claro y directo el Papa.


Inclusión solidaria

Sin ser una palabra bíblica, el término inclusión, puntualiza Francisco, expresa bien un rasgo sobresaliente del estilo de Jesús: ir en busca del pecador, del perdido, del marginado, del estigmatizado, para que sea acogido en la casa del Padre y curado totalmente, en cuerpo, alma y espíritu (por ejemplo, el hijo pródigo o los leprosos). Además, Jesús desea compartir con los discípulos esa misión y actitud de consolación: les manda que cuiden de los enfermos y los bendigan en su nombre (cf. Mt 10,8; Lc 10,9; Lc 4,18-19).

“Por eso, a través de la experiencia del sufrimiento y de la enfermedad, nosotros, como Iglesia, estamos llamados a caminar junto a todos, en solidaridad cristiana y humana, abriendo, en nombre de la fragilidad común, ocasiones de diálogo y de esperanza”. Un claro ejemplo es la parábola del buen samaritano, que muestra “con qué iniciativas se puede rehacer una comunidad a partir de hombres y mujeres que hacen propia la fragilidad de los demás, que no dejan que se erija una sociedad de exclusión, sino que se hacen prójimos y levantan y rehabilitan al caído, para que el bien sea común” (enc. Fratelli tutti, n. 67).

Identifica el Papa, precisamente ante especialistas en la Biblia, un principio clave: “La Palabra de Dios es un poderoso antídoto contra toda cerrazón, abstracción e ideologización de la fe: leída en el Espíritu en que fue escrita, acrecienta la pasión por Dios y por el hombre, desencadena la caridad y reaviva el celo apostólico”. Y por eso la Iglesia tiene una necesidad constante de beber –y dar de beber– en las fuentes de la Palabra.


Ante las personas con discapacidad

Esas mismas actitudes de Jesús, compasión, cuidado e inclusión, que hemos de hacer nuestras, podemos verlas en sus encuentros con personas discapacitadas, como enseñó el Papa el mismo día, en su Discurso a la Academia de Ciencias sociales (11-IV-2024).

Jesús entra en contacto con ellos (no los ignora ni niega, ni los margina ni los descarta); también cambia el sentido de su experiencia vital, con “una invitación a tejer una relación singular con Dios que haga florecer de nuevo a las personas”, como vemos en el caso del ciego Bartimeo (cfr Mc 10,46-52).

La actual cultura del descarte y del despilfarro, lamenta el Papa Bergoglio, conduce fácilmente a estas personas a considerar la propia existencia como una carga para sí mismas y para los seres queridos. Y así esta mentalidad se abre a una cultura de la muerte, al aborto y la eutanasia.

Por eso, propone el sucesor de Pedro, “luchar contra la cultura del descarte significa promover la cultura de la inclusión –deben estar unidos–, crear y reforzar los lazos de pertenencia a la sociedad”, trabajar, sobre todo en los países más pobres, “por una mayor justicia social y por eliminar las barreras de diversa índole que impiden a tantos disfrutar de los derechos y libertades fundamentales”. Los resultados de estas acciones son más visibles en los países económicamente más desarrollados.

Entiende que esta cultura de inclusión integral se promueve más plenamente “cuando las personas con discapacidad no son receptores pasivos, sino que participan en la vida social como protagonistas del cambio”. Por eso sostiene que “subsidiariedad y participación son los dos pilares de una inclusión efectiva. Y bajo esta luz se comprende bien la importancia de las asociaciones y movimientos de personas con discapacidad que promueven la participación social”.

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(*) Sobre estas enseñanzas del Papa, más ampliamente, ver el próximo número (mayo) de la revista "Omnes".

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