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martes, 8 de julio de 2025

Las parábolas y los movimientos eclesiales





Van Gogh, El sembrador al atardecer, 1888

¿Qué tienen en común las parábolas del Evangelio con los movimientos eclesiales? Pues que en ambos casos actúa el Espíritu Santo, para fomentar la conversión personal y la misión de la Iglesia.

¿Hasta qué punto nos dejamos sorprender por la predicación de Jesús en los Evangelios? ¿Somos conscientes del impulso que el Espíritu Santo está imprimiendo a la Iglesia a través de los movimientos eclesiales? Son dos preguntas que pueden centrar algunas de las enseñanzas de León XIV en estas semanas.

La actividad magisterial del Papa continúa tomando fuerza e intensidad, atendiendo a las necesidades del Pueblo de Dios y de la sociedad civil, que no son pocas. De esta manera sigue pulsando los “primeros acordes” de su pontificado, que le invitan a prodigarse en su solicitud por todos. Y todo ello en el marco del año jubilar, que convoca en Roma a fieles católicos y otras personas de diversa condición, agrupados con frecuencia según los servicios que prestan a la Iglesia y al mundo.

Presentamos aquí sus tres catequesis sobre algunas parábolas de Jesús y los discursos que León XIV ha  dirigido a los movimientos eclesiales con motivo de su participación en el Jubileo.


Las parábolas nos interpelan

Jesús desea personalizar su mensaje y por ello sus enseñanzas tienen un carácter que hoy podríamos llamar antropológico o personalista, experiencial y a la vez interpelador, para cada uno de los que le escuchaban y también hoy para nosotros.

De hecho, observa León XIV que el término parábola viene del verbo griego ”paraballein”, que significa ”lanzar delante”: “La parábola me lanza delante una palabra que me provoca y me empuja a interrogarme”.

Al mismo tiempo, es interesante que el Papa se fije en ciertos aspectos siempre sorprendentes de los pasajes del Evangelio.

viernes, 9 de mayo de 2025

El mundo necesita su luz

(Pubicado en Diario de Navarra, 9-V-2025)

En su homilía para la vigilia pascual (que leyó el cardenal Re), en vísperas del 20 de abril, el papa Francisco decía: “la Resurrección es como pequeños brotes de luz que se abren paso poco a poco, sin hacer ruido, a veces todavía amenazados por la noche y la incredulidad”.

Como la luz que brota del cirio pascual en esa noche, la luz de Cristo brota siempre de nuevo para el mundo con la elección de un nuevo papa.

León XIV lo ha dicho así desde el balcón de la Logia de las bendiciones, en la plaza de san Pedro del Vaticano este jueves 8 de mayo: “Cristo nos precede, el mundo necesita su luz. La humanidad le necesita como el puente para ser alcanzados por Dios y su amor”.

Con la luz de la Pascua nos ha llegado el nuevo pontífice, cuyo oficio tiene que ver con la construcción de puentes. Ha dedicado sus primeras palabras a la paz, a la unidad y a la misión evangelizadora de la Iglesia.

Ha saludado a los presentes y al mundo deseando la paz de Cristo. No cualquier paz sino “la paz de Cristo resucitado, una paz desarmada y desarmante, humilde y perseverante”. Esa paz que “proviene de Dios, que nos ama a todos de manera incondicional”.

Junto con la paz, la unidad: “Todos estamos en manos de Dios, por lo tanto, sin miedo, todos unidos de la mano de Dios y entre nosotros, avancemos”. Podría verse como evocación de aquel “todos estamos en la misma barca” que dijo Francisco hace cinco años, en su célebre meditación durante la pandemia.

Nos ha emplazado a construir puentes “mediante el diálogo y el encuentro, para ser un único pueblo, siempre en paz”.

Y con la paz y la unidad, nos ha pedido ser fieles a Jesucristo: “Sin miedo para proclamar el Evangelio, para ser misioneros”.

Con este trinomio –paz, unidad, misión– el primer papa estadounidense, que ha gastado buena parte de sus años en el Perú –dedicó un afectuoso recuerdo a la que fue su diócesis en Chiclayo– se ha dirigido a los presentes, a los cristianos y al mundo. 

Poco antes se nos informaba que había elegido el nombre de León XIV.

Su predecesor León XIII ocupó la sede de Pedro durante veinticinco años, desde 1878 a 1903. Fue un papa de notable solidez teológica que no dudó en entablar diálogo con el mundo moderno para abrirle a la luz del Evangelio. Entre sus 85 encíclicas cabe destacar aquellas con las que alentó la renovación del tomismo (encíclica Aeterni Patris, 1879), puso las bases de la doctrina social de la Iglesia (encíclica Rerum novarum, 1891) e impulsó los estudios bíblicos (encíclica Providentissimus Deus, 1893).

El papa León XIV es agustino, doctor en Derecho canónico con una tesis sobre “el rol del prior local en la orden de san Agustín”. Ha sido misionero en el Perú durante muchos años y ha ocupado importantes cargos en su Orden. En los últimos años ha sido Prefecto de la Congregación para los obispos, por tanto, un estrecho colaborador del papa Francisco.

Bajo su liderazgo esperamos los cristianos seguir aportando luz al mundo, como también decía Francisco en su última homilía de la vigilia pascual, “con nuestras palabras, con nuestros pequeños gestos cotidianos, con nuestras decisiones inspiradas en el Evangelio”.

jueves, 13 de marzo de 2025

Comunicar y compartir la esperanza


¿Cuáles han sido el primer mensaje y el primer gran acontecimiento del Año Santo? El Papa los dedicó al mundo de la comunicación. Sucedió poco antes de su ingreso en el hospital...

Con motivo de este Jubileo, exhorta el sucesor de Pedro a los comunicadores:

“Cuenten también historias de esperanza, historias que alimenten la vida. Que su arte de contar historias (storytellling) sea también arte de contar historias de esperanza (hopetelling). Cuando cuenten el mal, dejen espacio para la posibilidad de remendar lo que está desgarrado, para que el dinamismo del bien pueda reparar lo que está roto. Siembren interrogantes”.


Enlace al artículo publicado en "Omnes", número de marzo n. 740, pp. 24-27. 



jueves, 23 de mayo de 2024

Una barca que lleva la paz y la esperanza

(L. Veneziano, Cristo rescata a Pedro de las aguas, 1370, Staaatliche Museen, Berlín)

En Verona, a mediados de mayo, se encontró Francisco con sacerdotes y consagrados en la basílica de san Zeno (Discurso 18-V-2024). Apeló a la vocación recibida para navegar en la barca de la Iglesia. Ella es  “la barca del Señor que navega en el mar de la historia para llevar a todos la gloria del Evangelio”.


Llamada y misión

Se detuvo en dos realidades: la llamada recibida (la vocación) que ha de ser acogida, y la misión, que pide ser cumplida con audacia. “¡Procuremos no perder nunca el estupor de la llamada! Recordar el día en que el Señor me ha llamado. (…) Y esto se alimenta con la memoria del don recibido por gracia: siempre debemos tener esta memoria en nosotros”.

Así no nos pondremos a nosotros mismos en el centro. Si guardamos esta memoria, “Él me ha escogido, incluso cuando advirtamos el peso del cansancio y de alguna desilusión, permanecemos serenos y confiados, seguros de que Él no nos dejará con las manos vacías”. 

La llamada implica cultivar la paciencia, afrontar los imprevistos, los cambios y los riesgos vinculados con nuestra misión, con apertura y con una corazón vigilante. También hay que pedir al Espíritu Santo la capacidad para discernir los signos de los tiempos y resistir en los momentos difíciles.

No olvidéis esto: las heridas de la Iglesia, las heridas de los pobres. No olvidéis al buen samaritano, que se detiene y va allí a curar las heridas. Una fe que se ha traducido en la audacia de la misión. También hoy nos sirve esto: la audacia del testimonio y del anuncio, la alegría de una fe operativa en la caridad, el ingenio de una Iglesia que sabe captar los signos de nuestro tiempo y responder a las necesidades de quienes más luchan”.

Estos son, pues, los caminos: “Audacia, valentía, capacidad de comenzar, capacidad de arriesgar. A todos, lo repito a todos debemos llevar la caricia de la misericordia de Dios”. Y de este modo podremos, desde la barca del Señor y en medio de las tempestades del mundo, llevar sin miedo la salvación a tantos que se arriesgan a naufragar.  Esas tempestades provienen en gran parte de una cultura individualista, indiferente y violenta.

sábado, 9 de marzo de 2024

Una eclesiología "de misión"

Imagen: "San Pedro y el gallo" (cf. Lc 22, 61) en el Salterio bizantino Cludov (s. IX). Tomada de https://es.wikipedia.org/wiki/El_estudiante_(relato)


En los párrafos que siguen (*) el entonces obispo Angelo Scola (luego sería cardenal de Venecia) propone, en una primera parte, tres rasgos esenciales de la Iglesia, que se traducen en la vocación-misión de sus miembros: 

a) su carácter dramático (en cuanto implica la acción que envuelve la libertad de Dios y de los hombres);

 b) su carácter sacramental (la Iglesia ha sido denominada “sacramento radical”, en el sentido de que es el ámbito y punto de encuentro de todos los sacramentos, que los contiene a todos y los vivifica; y todo ello en y desde Cristo, que es el “sacramento primordial” según los Padres, del que depende también la función mediadora de la Iglesia, centrada en los siete sacramentos;

 c) su carácter eucarístico (pues en torno a la Eucaristía se desarrolla el encuentro entre la libertad de Dios y la del hombre y, desde ahí, el despliegue de la vocación y misión del cristiano).


En la segunda parte, el autor muestra cómo una “eclesiología de misión” es capaz de manifestar la dimensión antropológica y sacramental del misterio de comunión que es la Iglesia. 


miércoles, 6 de marzo de 2024

La vid y los sarmientos, la Iglesia y las bodas


V. Van Gogh, El viñedo rojo (1888), Museo Pushkin, Moscú

En la Biblia la viña es imagen de la esposa (cf. Cantar de los cantares, 2, 15 y 7, 13), y se pide a Dios que la cuide, a pesar de las infidelidades de su pueblo (cf. Sal 80, 9-20). En la predicación de Jesús, son los viñadores los que rechazan al hijo del dueño de la viña (Mc 12, 1-2). En el cristianismo, el rojo se asocia a la sangre de Cristo y su sacrificio en la cruz.

Dice Joseph Ratzinger en Jesús de Nazaret que en la tradición judeocristiana "el vino encarna la fiesta. Hace que el hombre experimente la gloria [la belleza, el resplandor, que procede de su origen divino] de la creación. Por eso forma parte de los rituales del sábado, de la Pascua, de las bodas. Y nos hace vislumbrar algo de la fiesta definitiva de Dios con la humanidad" (cf. Is 25, 6).

"El don del vino nuevo se encuentra en el centro de la boda de Caná (cf. Jn 2, 1-12), mientras que, en sus discursos de despedida, Jesús nos sale al paso como la verdadera vid (cf. 15, 1-10)" (pp. 298-299).

domingo, 3 de marzo de 2024

Sobre el culto espiritual y "el altar del corazón"

[Imagen: Fra Angelico, La Crucifixión (h. 1420-1423), Metropolitan Museum of Art, New York]

En una de sus audiencias generales de los miércoles, Benedicto XVI explicó el "culto espiritual" (*), que se puede considerar como el “contenido” del sacerdocio común de los bautizados: la capacidad que se nos otorga, con el bautismo, de convertir nuestra vida en ofrenda a Dios y servicio a los demás, también en la vida ordinaria, centrada en la Eucaristía.

El tema se inscribía dentro del año dedicado a san Pablo. El Papa Ratzinger se apoyó en tres textos de la carta a los Romanos, para mostrar que “san Pablo ve en la cruz de Cristo un viraje histórico, que transforma y renueva radicalmente la realidad del culto”.

martes, 20 de febrero de 2024

El "triple oficio" de Cristo, de la Iglesia y del cristiano




Duccio di Bouninsegna, La pesca milagrosa (h. 1655), 
Museo dell'Opera del Duomo, Siena.


Lo que se conoce como “triple oficio” (o ministerio) de Cristo (profeta, sacerdote y rey) es un esquema teológico que ha dado frutos abundantes en los últimos siglos para la teología y la pastoral de la Iglesia. Los párrafos aquí recogidos pertenecen a la síntesis que Santiago Madrigal publicó, sobre este tema, en un buen Diccionario de Eclesiología hace pocos años (*).

El autor identifica cuatro buenos servicios de este “esquema”: 1) explicar en unidad el ser y el obrar de Cristo (como se estudian respectivamente en la cristología y la soteriología), de acuerdo con la teología bíblica; 2) la inserción del misterio de la Iglesia en el misterio de Cristo (de modo que el triple munus de Cristo es participado como triplex munus Ecclesiae [triple oficio de la Iglesia] antes que en el cristiano singular), tal como se expone en el Concilio Vaticano II (Lumen gentium); 3) una buena base tanto para la teología del laicado como para la teología del ministerio episcopal; 4) un marco para articular las dimensiones y tareas de la única misión evangelizadora de la Iglesia.


La unidad entre el ser y el obrar de Cristo

“Aunque la tripartición de los oficios de Cristo es sólo una de las formas posibles de sistematizar los numerosos títulos que la Escritura le asigna, hoy podemos decir que la doctrina de los tria munera Christi [tres oficios de Cristo] se ha generalizado en la teología católica tras el espaldarazo que recibió del magisterio eclesiástico en el Vaticano II. Frente a la dogmática tradicional, esta división tripartita no reduce de forma casi exclusiva el significado antropológico y soteriológico [en relación con la obra redentora de Cristo] de la cristología. El esquema permite describir de forma sintética los aspectos fundamentales de la misión de Cristo, porque una cristología que no quiere escindir la persona y la obra, es decir, orientada hacia la soteriología, deberá poner de manifiesto las funciones mesiánicas del profeta y revelador, del sumo sacerdote y del Señor de la creación. Desde la teología bíblica afirmamos que en Cristo y por Cristo ha revelado Dios el misterio de su gracia, ha realizado la reconciliación con la humanidad pecadora y la ha hecho partícipe de su gloria divina. Profeta, sacerdote, rey, no son tres funciones distintas, sino tres aspectos diversos de la función salvífica del único mediador (1 Tm 2, 5; Hb 8, 6)”.

martes, 13 de febrero de 2024

Sobre la vocación y misión de los fieles laicos


M. Ellenrieder, El bautismo de Lydia (1861) 
[considerada como la primera conversión al cristianismo en Europa]
Nationalgalerie, Berlin


Ante todo, conviene clarificar el sentido que tiene el término laico en la teología católica. Se refiere al cristiano que busca la santidad y participar en el apostolado de la Iglesia desde el seno de la sociedad civil, de su dinámica y de sus estructuras; es decir, desde los trabajos, las familias y las relaciones culturales y sociales que se establecen en el ámbito llamado secular. De hecho, los fieles (o cristianos) laicos se llamaron seglares (=seculares) para distinguirlos de los clérigos y de los religiosos.

La raíz del término secular (saeculum= siglo y, por extensión, historia, mundo) se encuentra en otros términos de uso teológico: secularización (término que desde el s. XVII expresa el proceso de distinción entre los ámbitos religioso y civil que, en el desarrollo posterior ha tenido consecuencias positivas (expresadas por la secularidad, o visión cristiana del mundo) y negativas (hablamos de secularismo, o forma de vivir, hoy muy extendida, como si Dios no existiera).

En un sentido muy diferente, se usa el término laico hoy en la sociología y en el derecho para indicar un ámbito (Estado laico, enseñanza laica, etc.) no comprometido confesionalmente con ninguna religión. Derivadamente, se habla de laicidad para expresar un régimen de distinción entre Iglesia y Estado que no excluye una buena relación entre ambos. En cambio, el término laicismo suele indicar la separación (con frecuencia polémica) entre Iglesia y Estado en una sociedad que no reconoce los valores de la religión y busca relegarlos a la esfera privada. 


¿Quiénes son los fieles laicos?

Volviendo al sentido eclesial de laico, podemos recoger la descripción que hace el Concilio Vaticano II:

“Con el nombre de laicos se designan aquí todos los fieles cristianos, a excepción de los miembros del orden sagrado y los del estado religioso aprobado por la Iglesia. Es decir, los fieles que, en cuanto incorporados a Cristo por el bautismo, integrados al Pueblo de Dios y hechos partícipes, a su modo, de la función sacerdotal, profética y real de Cristo, ejercen en la Iglesia y en el mundo la misión de todo el pueblo cristiano en la parte que a ellos corresponde” (Lumen gentium, 31).

viernes, 26 de enero de 2024

La bendición de la unidad


(Imagen: vidriera en la iglesia católica de Santa Teresa del Niño Jesús, Springfield, Ohio. El antiguo símbolo de la cruz, el ancla y el corazón expresa la unidad de la fe, la esperanza y el amor)

La Semana de oración por la unidad de los cristianos este año ha tenido como lema Amarás al Señor tu Dios… y a tu prójimo como a ti mismo (Lc 10, 27). El amor es manifestación de unidad y camino de unidad. Dentro de la Trinidad, el Espíritu Santo es el principio de unidad (entre el amor de Dios Padre y el amor del Hijo) y de la vida íntima entre las Personas divinas. Y es el Espíritu Santo el principal artífice de la unidad de los cristianos, que requiere nuestra oración y nuestro empeño de muchas maneras. Comenzando por el esfuerzo en la unidad entre los fieles católicos.

Para la fe católica, la unidad se edifica especialmente en la comunión eucarística. Dice Benedicto XVI en su primera encíclica sobre Dios es amor: «La unión con Cristo es al mismo tiempo unión con todos los demás a los que él se entrega. No puedo tener a Cristo solo para mí; únicamente puedo pertenecerle en unión con todos los que son suyos o lo serán. La comunión me hace salir de mí mismo para ir hacia Él y, por tanto, también hacia la unidad con todos los cristianos. Nos hacemos ‘un cuerpo’, aunados en una única existencia. Ahora, el amor a Dios y al prójimo están realmente unidos» (n. 14).


La unidad del amor y la bendición

En efecto. Todo lo que hace la Iglesia, lo que quiere hacer, es la unidad del amor. Primero entre los creyentes, luego entre todas las personas y en armonía con el mundo creado. Ese es el bien que la Iglesia busca, en cumplimiento de su misión evangelizadora.

Ya en el libro del Génesis Dios crea con su palabra que es eficaz y con su amor que dice y hace el bien, lo bueno. Continuamente se sucede el ritmo: «Y dijo Dios… hágase / Y vio Dios que era bueno». Como plenitud de la historia de la salvación, viene Jesucristo, cuyo mensaje es Evangelio, buena noticia, porque es Palabra que nos trae el bien. Y todo lo que la Iglesia hace, quiere decir y hacer el bien, bendecir. Si alguien no lo entendiera así en algún caso, podría ser porque no ha comprendido de qué se trata, o porque no se le ha explicado de modo adecuado.

Más específicamente, los ministros de la Iglesia bendicen en los sacramentos, que tienen la fuerza de transmitir la gracia de Dios cuando se celebran en la forma y condiciones requeridas. En otras ocasiones bendicen a personas, objetos e incluso animales, con fórmulas previstas en los rituales. Incluso con otras bendiciones no ritualizadas, de forma más sencilla, cuando los fieles acuden a ellos pidiendo con confianza (fiducia supplicans) su intercesión ante Dios para el camino de la vida y el cumplimiento de su voluntad, aunque en el presente se encuentren en situaciones objetivamente inmorales. Ante todo en estas bendiciones lo que se bendice es la presencia de Dios, que nunca abandona al hombre en cualquier circunstancia de la vida. Por tanto, se bendice Su bondad, que se muestra como misericordia hacia sus criaturas, plenamente manifestada en Cristo y extendida por la misión de la Iglesia (2). A la vez, se trata de oraciones de intercesión para invocar su protección, de modo que nuestra vida se adecúe a su bondad y participe en mayor grado posible de ella. Derivadamente, se bendice la confianza en Dios, que lleva a pedir la bendición, y los esfuerzos por hacer el bien y ayudar a otros (aunque sean pobres esfuerzos y pequeñas ayudas a nivel humano) (3). 

Más aún, todos los fieles pueden invocar a Dios sobre sí mismos o sobre otros, sobre sus viajes y sus actividades, para que Él les proteja y les ayude, en su respuesta a la llamada a la santidad y al apostolado que tiene todo cristiano.

Por otra parte, cabe preguntarse si ha sido bueno todo lo que se ha bendecido. La bendición, o las bendiciones que la Iglesia por medio de sus ministros imparte, como toda acción eclesial, se sitúan en la historia, en el tiempo de los hombres. Y, por tanto, es posible que su ejercicio o su significado haya sido herido por las limitaciones y las fragilidades humanas. Por eso las bendiciones deben ser promovidas junto con la necesaria purificación de la memoria histórica.

martes, 23 de enero de 2024

La Iglesia particular según el Catecismo de la Iglesia Católica

La Iglesia universal es comunión de las Iglesias particulares, las que tradicionalmente se han llamado diócesis. Desde el concilio Vaticano II, este término (diócesis) se ha venido entendiendo en un sentido más teológico; no solo como circunscripciones territoriales, sino como presencia del Misterio de la Iglesia en un lugar o en un ámbito humano

De ello trata el Catecismo de la Iglesia Católica, que es "texto de referencia seguro y auténtico para la enseñanza de la doctrina católica" (Juan Pablo II, const. ap. Fidei depositum, 4), también para la docencia teológica y la formación cristiana en general, que incluye tanto las clases de religión como la catequesis.
    
Los párrafos que recogemos a continuación  (*) vieron la luz al año siguiente de la publicación del Catecismo de la Iglesia Católica. En ellos explica el autor cómo la Iglesia particular se presenta en el Catecismo arrancando de una concepción profunda y plena de la Catolicidad de la Iglesia.

jueves, 7 de diciembre de 2023

La maternidad espiritual de los cristianos

(Imagen: Abbott Handerson Thayer [Boston, MA, 1892-1893], Una Virgen, Smithsonian institution, Wikipedia commons). El cuadro representa a la esposa del pintor con dos de sus hijos. Según su historia, evoca la figura de María con Jesús y Juan Bautista. De ahí que pueda sugerir la maternidad espiritual de los sacerdotes (y, más aún, de todos los cristianos), según se recoge en la web de la diócesis de Saskatoon, Canada: https://rcdos.ca/).


En el prólogo del libro de K. Delahaye, “Ecclesia Mater en los Padres de la Iglesia de los tres primeros siglos” (*) desarrolla Yves Congar el tema de la maternidad de la Iglesia, vista desde los cristianos mismos. Es decir, los cristianos no solo son hijos de la Iglesia, sino que participan de su maternidad: están llamados a ser espiritualmente “madres”, capaces de engendrar a la Iglesia en otros.


La Iglesia no solo “hace” a los fieles, sino que también “es hecha” por ellos

(Congar se fija en el argumento de san Agustín sobre la unidad de la Iglesia, unidad de amor causada por el Espíritu Santo).

“Si se mira a los cristianos aisladamente, dice Agustín, todos y cada uno son hijos de la Iglesia. Si se los considera en la unidad que forman, en esta unitas cuyo principio es la caridad y el Espíritu Santo, entonces todos ejercen, en y por esta misma unidad, una maternidad espiritual: son ellos, es su unitas la que juzga rectamente, la que perdona los pecados y ejerce el poder de las llaves…, porque esta unidad es el lugar en el que habita y obra el Espíritu Santo. San Agustín va, pues, muy lejos en el camino abierto por la Tradición: no porque empuje en un sentido populista o democrático. Estamos lejos de ello: se trata más bien, en él, de una teología de la unitas o, lo que viene a ser lo mismo, del Espíritu Santo”.

(Desde ahí, subraya Congar que para los Padres, la Iglesia son, sencillamente los cristianos. Y no solo la Iglesia “hace” a los cristianos, cuando los bautiza; sino que también ellos “hacen” la Iglesia. ¿En qué sentido? En cuanto que, por su amor y su oración por los demás, por su apostolado, los cristianos colaboran en “engendrar” a Cristo espiritualmente en otros).

“La Iglesia, para los Padres –observa Congar–, era ‘el nosotros de los cristianos’. K. Delahaye lo muestra abundantemente para los Padres de los tres primeros siglos. (…) Es san Jerónimo quien escribe: ‘La Iglesia de Cristo no es otra cosa que las almas de los que creen en Cristo’ (Tract Ps. 86.). En la eclesiología jurídica de la época moderna, el aspecto según el cual la Iglesia es hecha por los fieles está casi enteramente olvidado en beneficio, prácticamente exclusivo, del aspecto según el cual ella hace a los fieles. A la Iglesia se la ve como la realidad suprapersonal, mediadora de la salvación de Cristo en beneficio de los hombres: estos no son más que sus hijos, y ella está por encima de ellos; de los dos momentos de la dialéctica en la que los Padres pensaban la maternidad de la Iglesia, se ha quitado aquel según el cual los fieles aparecen como engendrando la Iglesia, como lo decía San Beda (“Nam et ecclesia quotidie gignit ecclesiam” [Explan. Apocal lib. II: PL 93, 166 D]. =Pues la Iglesia cada día se engendra a sí misma).

Cuando la Iglesia ya no es vista como hecha por los fieles, sino principalmente como una institución mediadora, su misión y su maternidad se ven sobre todo en el ejercicio de actos exteriores válidos del ministerio instituido, y poco en la cualidad cristiana del amor y de la oración según la cual viven sus miembros" (Congar señala que esa cualidad destaca en el “descubrimiento” de su vocación que hizo Santa Teresa del Niño Jesús: “En el corazón de la Iglesia, mi madre, yo seré el amor” [Manuscripts autobiographiques, B, 3v; cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 426]

lunes, 23 de octubre de 2023

Confianza y misión

La exhortación "C’est la confiance", sobre la confianza en el Amor misericordioso de Dios, en el 150º aniversario del nacimiento de Santa Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz (15-X-2023) (abreviamos como CC), propone literalmente el mensaje de santa Teresita : "La confianza, y nada más que la confianza puede conducirnos al Amor" (n. 1). Y añade Francisco: “Con la confianza, el manantial de la gracia desborda en nuestras vidas, el Evangelio se hace carne en nosotros y nos convierte en canales de misericordia para los hermanos” (n. 2).

La fecha de publicación, en la memoria de santa Teresa de Ávila, “quiere presentar a santa Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz como fruto maduro de la reforma del Carmelo y de la espiritualidad de la gran santa española”.

La que según la predicción de san Pío X sería “la santa más grande de los tiempos modernos” se caracterizó por su “caminito de la infancia espiritual”. Primero patrona de las misiones (1927), luego una de las patronas de Francia (1944) y finalmente doctora de la Iglesia (1998), Benedicto XVI propuso su “ciencia del amor” para todo el pueblo cristiano y especialmente para los teólogos.

A través de los títulos o epígrafes que jalonan el documento, distribuidos en cuatro apartados, se pueden seguir bien los acentos que Francisco ha querido poner en el documento.

miércoles, 11 de enero de 2023

Teología pastoral (nuevo manual)




Teología pastoral: la misión evangelizadora de la Iglesia 

(Colección Manuales de la Facultad de Teología, n. 24)

La Teología pastoral no puede aprenderse simplemente en un libro o en unas clases. Como sucede con toda disciplina que implica la razón práctica y la experiencia vital, es una ayuda para el arte del vivir. En este caso, del vivir la fe cristiana como misión.

Este manual se propone que los estudiantes comprendan el método propio de la Teología pastoral, de manera que les impulse, acompañe y ayude a verificar las actividades evangelizadoras. Actividades que, en nuestro contexto multicultural y multirreligioso, requieren la fidelidad creativa a la enseñanza de Cristo. 

La misión evangelizadora y las acciones eclesiales que la realizan son colaboración con la acción de Dios Padre que, en su amoroso plan salvífico, atrae todo hacia sí, en Cristo y por el Espíritu Santo.

Nuestra existencia cotidiana -el trabajo y la familia, las relaciones sociales y culturales, el aprovechamiento de la ciencia y de la técnica-, con sus posibilidades y limitaciones, constituye el escenario, el instrumento y la materia de esa colaboración. Cada bautizado está convocado por el Espíritu a ser protagonista de la misión de la Iglesia con iniciativa propia, según su condición y la vocación concreta que ha recibido. La única misión de la Iglesia se despliega por medio de diversas tareas, ministerios y carismas, hasta asumir todo lo humano y alcanzar las dimensiones del mundo creado.

Este manual promueve la reflexión teológica sobre la misión evangelizadora de la Iglesia en la estela del Concilio Vaticano II, en la perspectiva de la acción eclesial concreta y de sus coordenadas espacio-temporales. En el contexto de los desafíos actuales, considera la misión “ad gentes” como paradigma de la acción eclesial. Y desea mostrar cómo el dinamismo de la evangelización llena de Luz y de Vida los caminos del mundo.

(De la contraportada del libro) -sigue el contenido y otras informaciones-

domingo, 6 de noviembre de 2022

Alegría, unidad y profecía


En su viaje al reino musulmán de Baréin, hoy, domingo, 6 de noviembre, el Papa Francisco ha mantenido un encuentro con fieles católicos (obispos, sacerdotes, consagrados, seminaristas y agentes pastorales), que son unos 80.000 de un total de 1,7 millones de habitantes. Y su discurso contiene un mensaje esencial, también en las circunstancias actuales de la Iglesia y del mundo, para todos los cristianos

En la introducción a su discurso, les ha dicho que “es bello pertenecer a una Iglesia formada por la historia de rostros diversos, que encuentran la armonía en el único rostro de Jesús”. Tomando pie de la geografía y cultura del país, les ha hablado del agua que riega y hace fructificar tantas zonas de desierto. Una bella imagen de la vida cristiana como fruto de la fe:

“Emerge a la superficie nuestra humanidad, demacrada por muchas fragilidades, miedos, desafíos que debe afrontar, males personales y sociales de distinto tipo; pero en el fondo del alma, bien adentro, en lo íntimo del corazón, corre serena y silenciosa el agua dulce del Espíritu, que riega nuestros desiertos, vuelve a dar vigor a lo que amenaza con secarse, lava lo que nos degrada, sacia nuestra sed de felicidad. Y siempre renueva la vida. Esta es el agua viva de la que habla Jesús, esta es la fuente de vida nueva que nos promete: el don del Espíritu Santo, la presencia tierna, amorosa y revitalizadora de Dios en nosotros".


Los cristianos, responsables del "agua viva"

En un segundo momento, el Papa se detiene en una escena del Evangelio según san Juan. Jesús esta en el templo de Jerusalén. Se celebra la fiesta de los Tabernáculos, en la que el pueblo bendice a Dios agradeciendo el don de la tierra y de las cosechas y haciendo memoria de la Alianza. El rito más importante de esa fiesta era cuando el sumo sacerdote tomaba agua de la piscina de Siloé y la derramaba fuera de los muros de la ciudad, en medio de los cantos jubilosos del pueblo, para expresar que de Jerusalén fluiría una gran bendición para todos los pueblos (cf. Sal 87, 7 y sobre todo Ez 47, 1-12).

En ese contexto Jesús, "puesto en pie", grita: “¡Quien tenga sed, venga a mí y viva!, y de sus entrañas brotarán ríos de agua viva” (Jn 7, 37-38). El evangelista dice que se refería al Espíritu Santo que recibirían los cristianos en Pentecostés. Y observa Francisco: "Jesús muere en la cruz. En ese momento, ya no es del templo de piedras, sino del costado abierto de Cristo que saldrá el agua de la vida nueva, el agua vivificante del Espíritu Santo, destinada a regenerar a toda la humanidad liberándola del pecado y de la muerte".

domingo, 16 de octubre de 2022

Fe viva, misión y unidad

(En el 60º aniversario del Concilio Vaticano II)


Con un enfoque más allá de lo sociológico (1), en su homilía durante la celebración del 60 aniversario del comienzo del Concilio Vaticano II el Papa Francisco ha propuesto una triple mirada: mirada desde lo alto, mirada en el medio y mirada de conjunto. Y ha construido su predicación en torno a las palabras que Cristo dirige a Pedro en el Evangelio: “¿Me amas? (…) Apacienta mis ovejas” (Jn 21, 15 y 17). 


Fe viva. "¿Me amas?"

Primero una mirada desde lo alto. Esa mirada corresponde a la pregunta de Jesús a Pedro: “¿Me amas?”. Una pregunta que el Señor nos hace siempre y que hace a la Iglesia. Lejos de las perspectivas pesimistas como también de las perspectivas humanamente demasiado optimistas, y sin entrar en ello, afirma el Papa en línea con los Papas anteriores:

“El Concilio Vaticano II fue una gran respuesta a esa pregunta. Fue para reavivar su amor por lo que la Iglesia, por primera vez en la historia, dedicó un Concilio a interrogarse sobre sí misma, a reflexionar sobre su propia naturaleza y su propia misión. Y se redescubrió como misterio de gracia generado por el amor, se redescubrió como Pueblo de Dios, Cuerpo de Cristo, templo vivo del Espíritu Santo”.

En efecto. Y no se trata de abstracciones pseudoteológicas, sino realidades que pertenecen a la fe. Y no a una fe teórica sino a una fe viva, es decir la fe que obra y vive por el amor (cf. Ga 5, 6). Y la Iglesia es un “sacramento” (un signo e instrumento) del amor de Dios (cf. LG, 1) (2).

Y ahora nos toca a nosotros: “Preguntémonos –invita Francisco– si en la Iglesia partimos de Dios, de su mirada enamorada sobre nosotros. Siempre existe la tentación de partir más bien del yo que de Dios, de anteponer nuestras agendas al Evangelio, de dejarnos transportar por el viento de la mundanidad para seguir las modas del tiempo o de rechazar el tiempo que nos da la Providencia de volver atrás”.

Continúa advirtiendo contra dos extremos equivocados: “Estemos atentos: ni el progresismo que se adapta al mundo, ni el tradicionalismo o el ‘involucionismo’ que añora un mundo pasado son pruebas de amor, sino de infidelidad. Son egoísmos pelagianos, que anteponen los propios gustos y los propios planes al amor que agrada a Dios, ese amor sencillo, humilde y fiel que Jesús pidió a Pedro”.

Invita Francisco a redescubrir el Concilio desde el amor de Dios y desde la esencial misión salvadora de la Iglesia, que ella debe cumplir con alegría (cf. Juan XXIII, Alocución "Gaudet Mater ecclesia" en la inauguración del Concilio Vaticano II, 11-X-1962). Una Iglesia que sepa superar los conflictos y las polémicas para dar testimonio del amor de Dios en Cristo.

domingo, 4 de septiembre de 2022

El asombro de colaborar con Dios

La homilía del Papa con los nuevos cardenales, el pasado 30 de agosto, es, entre otras cosas y dentro de su género y brevedad, una lección de lo que podríamos llamar eclesiología espiritual y pastoral.

La cuestión central es la del asombro. Las lecturas escogidas, de la carta a los Efesios (cf. Ef 1, 2-14) y del evangelio de San Mateo (cf. Mt 28, 16-20), le sugieren al Papa Francisco ese asombro, ese “estupor” producido por la acción del Espíritu Santo en la Iglesia. Dividimos la exposición de los argumentos del Papa en tres puntos.

domingo, 31 de julio de 2022

La pobreza que libera

 

El 13 de junio Francisco publicó su mensaje para la VI Jornada mundial de los pobres, que se celebrará el mismo día del próximo noviembre. El lema resume la enseñanza y la propuesta: “Jesucristo se hizo pobre por vosotros (cfr. 2Co 8,9)”. Se trata de una sana provocación, dice el Papa, “para ayudarnos a reflexionar sobre nuestro estilo de vida y sobre tantas pobrezas del momento presente”.

      También en el actual contexto de conflictos, enfermedad y guerras, Francisco evoca el ejemplo de San Pablo, que organizó colectas, por ejemplo, en Corinto, para atender a los pobres de Jerusalén. Se refiere concretamente a las colectas de la misa del domingo. “Por indicación de Pablo, cada primer día de la semana recogían lo que habían logrado ahorrar y todos eran muy generosos”. También nosotros debemos serlo por el mismo motivo, como signo del amor que hemos recibido de Jesucristo. Es un signo que los cristianos siempre han realizado con alegría y sentido de responsabilidad, para que a ninguna hermana o hermano le falte lo necesario”, como atestigua ya san Justino (cf. Primera Apología, LXVII, 1-6).

jueves, 30 de junio de 2022

Necesidad de la formación litúrgica




La carta apostólica Desiderio desideravi (29-VI-2022), del Papa Francisco, subraya la necesidad de la formación litúrgica para todos los fieles, no solo para los laicos. La carta señala que la liturgia cristiana se entiende y se vive como encuentro con Cristo, sobre todo en la Eucaristía. Distingue el sentido de la liturgia con respecto a ciertas ideologías. Propone el asombro ante lo creado, como modo para redescubrir la belleza y el simbolismo de la liturgia, contando con la oración, la acción del Espíritu Santo y la realidad de la Iglesia.

 
Verdad, fuerza y belleza de la liturgia: el encuentro con Cristo

La finalidad de la liturgia, cuyo centro es la celebración de los sacramentos y especialmente la Eucaristía, es la comunión de los cristianos con el cuerpo y la sangre de Cristo. Es el encuentro de cada uno y de la comunidad cristiana como un solo cuerpo y una sola familia, con el Señor.

La liturgia, señala el Papa, garantiza la posibilidad del encuentro con Jesucristo en el “hoy” de nuestra vida, para trasformar todas nuestras actividades –el trabajo, las relaciones familiares, el esfuerzo por mejorar la sociedad ayudar a quien nos necesita– en luz y fuerza divinas. Esto es lo que Cristo ha querido en su última Cena. Esta es la finalidad de sus palabras: “Haced esto en memoria mía”. Desde entonces nos espera en la Eucaristía. Y la misión evangelizadora de la Iglesia no es otra cosa que la llamada para ese encuentro que Dios desea con todas las personas del mundo, encuentro que comienza en el bautismo.

En varias ocasiones enuncia progresivamente los objetivos de este documento: “Con esta carta quisiera simplemente invitar a toda la Iglesia a redescubrir, custodiar y vivir la verdad y la fuerza de la celebración cristiana” (n. 16); “Redescubrir cada día la belleza de la verdad de la celebración cristiana” (antes del n. 20); “(…) Reavivar el asombro por la belleza de la verdad de la celebración cristiana, recordar la necesidad de una auténtica formación litúrgica y reconocer la importancia de un arte de la celebración que esté al servicio de la verdad del misterio pascual y de la participación de todos los bautizados, cada uno con la especificidad de su vocación” (n. 62).
 

jueves, 21 de abril de 2022

La Pascua: ver, escuchar y anunciar sin miedo

D. Hersey, Resurrection

Durante la vigilia pascual (sábado santo, 16-IV-2022), Francisco se fijó en el relato evangélico del anuncio de la resurrección a las mujeres (cf. Lc 41, 1-10). Y subrayó tres verbos.


Ver, escuchar, anunciar
 
En primer lugar, ver. Vieron la piedra corrida y cuando entraron no hallaron el cuerpo del Señor. Su primera reacción fue el miedo, no levantar la vista del suelo. Algo así, observa el Papa, nos pasa a nosotros: “Con mucha frecuencia, miramos la vida y la realidad sin levantar los ojos del suelo; sólo enfocamos el hoy que pasa, sentimos desilusión por el futuro y nos encerramos en nuestras necesidades, nos acomodamos en la cárcel de la apatía, mientras seguimos lamentándonos y pensando que las cosas no cambiarán nunca”. Y así sepultamos la alegría de vivir.