lunes, 15 de abril de 2019

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Dios, Cristo y la Iglesia




Jesús dormido en la barca durante la tormenta
Catedral de San Vicente (ss. XI-XVI),
Borgoña (Francia)

Como ha informado Vatican News, se ha hecho público un artículo del papa emérito, Benedicto XVI, con sus reflexiones sobre el tema de “la Iglesia y los abusos sexuales”.

Después de interpretar el contexto sociológico de lo que ocurrió a partir de los años 60 del pasado siglo –sobre todo en relación con la moralidad– y sus implicaciones para la Iglesia y la formación de los sacerdotes, ofrece tres conclusiones que coinciden con los tres temas principales de su libro de 1968, “Introducción al cristianismo”: Dios, Cristo y la Iglesia.


Dios

1. Dios, en primer lugar. La fe cristiana nos da la certeza de que la vida humana solo puede tener un sentido pleno si Dios existe. “Un mundo sin Dios solo puede ser un mundo sin significado. Si no, ¿de dónde viene todo? En todo caso, no tendría ninguna razón espiritual. Solo está ahí, y no tiene ningún sentido”. En efecto, de otra manera falta el fundamento último del bien y del mal: “No hay normas de bien o mal, solo la ley del más fuerte. El poder es el único principio. La verdad no cuenta, ni existe. Por eso, solo cuando las cosas tienen una razón espiritual, se desean y se piensan, solo cuando hay un Dios creador, que es bueno y quiere el bien, la vida humana también puede tener sentido”.

Ahora bien, ¿cómo saber que Dios existe, que es creador, y que por tanto es la medida de todas las cosas? Si Dios no hubiera hablado, si no se hubiera expresado y comunicado con nosotros, todo podría ser una conjetura, y por tanto no podría determinar la forma de nuestras vidas.

Pero Dios se ha revelado a partir de la historia de Abraham no solo como un ser que es conocimiento, sino que también crea y es amor. Por eso cuando en una sociedad como en nuestra sociedad occidental Dios “muere” –se decreta su ausencia en el ámbito público–, entonces desaparece la brújula que nos orienta para distinguir el bien del mal, y entonces peligra la humanidad. Por eso, propone Benedicto XVI, “tenemos que aprender una vez más a reconocer a Dios como la base de nuestra vida (...). No dejándolo atrás en segundo plano, sino reconociéndolo como el centro de nuestros pensamientos, palabras y acciones”.


Jesucristo

2. Jesucristo. En Él, “Dios se hizo hombre por nosotros”. “El hombre como su criatura es tan cercano a su corazón que Dios se unió al hombre y así entró en la historia humana de una forma muy práctica: habla con nosotros, vive con nosotros, sufre con nosotros y asumió la muerte por nosotros”.

De ahí que debemos volver a centrar la vida cristiana y la existencia de la Iglesia en la Eucaristía –“sacramento de la presencia del Cuerpo y la Sangre de Cristo, de la presencia de su persona, de su Pasión, Muerte y Resurrección”–, como quiso el Concilio Vaticano II. Hemos de “valorar la grandeza del don que existe en su presencia real”, sin reducirlo a un gesto ceremonial con ocasión de las bodas y funerales. Necesitamos la “renovación de la fe en la realidad de Jesucristo que se nos ha dado en la Santa Cena”.


La Iglesia

3. La Iglesia. Respecto al “misterio de la Iglesia” –realidad que pertenece a la fe, y por tanto nos sobrepasa, aunque a la vez somos capaces de empañar su rostro con nuestros pecados–, vale la pena transcribir este entero párrafo del texto del papa emérito:

“Inolvidable sigue siendo la frase con la que, hace casi 100 años, Romano Guardini expresó la alegre esperanza que se le impuso a él y a muchos otros en ese momento: Un evento de importancia incalculable ha comenzado, la Iglesia está despertando en las almas. Quería decir que la Iglesia ya no era meramente experimentada y sentida como un sistema externo, como una especie de autoridad, sino que empezaba a sentirse en los corazones como algo presente, como algo no solo externo, sino también interno”.

Es una pena, escribe a continuación, que hoy parezca lo contrario, que "la Iglesia está muriendo en las almas”, que se la considere exclusivamente en categorías políticas, o que se la vea “como algo malo que ahora debemos reparar y reformar a fondo”. Pues, entiende Benedicto XVI, “una Iglesia hecha por nosotros mismos no puede ser esperanza”.

Ciertamente –observa– que su red de pesca contiene peces buenos y malos; que en ella crece el grano bueno que Dios ha sembrado, junto con la “mala hierba” que un enemigo ha sembrado a escondidas. Y que ahora las malezas de ese campo de Dios, la Iglesia, como también los peces malos se han hecho fuertes.

“Pero aún así –replica–, el campo es el campo de Dios y la red es la red de pesca de Dios. Y no solo están las malas hierbas y los peces malos en todos los tiempos, sino también las semillas de Dios y los peces buenos. Proclamar ambos con igual énfasis no es una falsa apologética sino un servicio necesario a la verdad”.

En este contexto, el papa emérito se refiere a algunos pasajes del Apocalipsis (Ap 12, 10) y también del libro de Job (Jb 1, y 2, 10; 42, 7-16, donde el demonio es identificado como el delator, como el acusador de Dios ante la humanidad.

El demonio –al que el papa Francisco se ha referido en varias ocasiones, diciendo que no es un mito, sino que existe realmente– parece decirle a la humanidad: “Mira lo que este Dios ha hecho. Supuestamente una buena creación. En realidad, en su totalidad, está llena de miseria y disgusto”. Y de esta manera, señala el papa emérito, “el desaliento de la creación es en realidad el menosprecio de Dios”. El demonio “quiere probar que ni siquiera Dios es bueno y alejarnos de Él”.

Benedicto XVI entiende que eso es muy actual: “La principal acusación contra Dios hoy es hacer de su Iglesia como un mal total y así desviarnos de ella. La idea de una Iglesia mejor, hecha por nosotros mismos, es de hecho una propuesta del demonio, con la que nos quiere alejar del Dios vivo usando una lógica mentirosa en la que fácilmente podemos caer”.

Pero el papa emérito reacciona con fuerza: “¡No!, ni siquiera hoy la Iglesia está hecha solo de malos peces y mala hierba. La Iglesia de Dios también existe hoy, y hoy es ese mismo instrumento a través del cual Dios nos salva”.

Y propone: “Es muy importante contrarrestar las mentiras y las medias verdades del diablo con toda la verdad: sí, hay pecado y mal en la Iglesia. Pero también existe hoy la santa Iglesia, que es indestructible. Hay muchas personas humildes que creen, sufren y aman hoy, en las que el verdadero Dios, el Dios amoroso, se muestra ante nosotros. Dios también tiene sus testigos (mártires) en el mundo de hoy. Solo tenemos que estar despiertos para verlos y escucharlos”.

El mártir es el testigo. Y en el juicio contra el demonio, Jesucristo es el primer y verdadero testigo de Dios, el primer mártir, al que deben seguir innumerables gentes. Hoy, señala Benedicto, “la Iglesia es más que nunca una Iglesia de mártires, testigo del Dios vivo”.

Y concreta, para concluir: “Cuando miramos a nuestro alrededor y escuchamos con nuestros corazones y nuestras mentes, en todas partes hoy, no solo entre la gente común, sino también en los altos cargos de la Iglesia, podemos encontrar testigos que dan su vida y sufrimiento por Dios. Es una inercia del corazón lo que nos lleva a no desear reconocerlos. Una de las grandes y esenciales tareas de nuestra evangelización es, en la medida de lo posible, crear lugares de fe y, por encima de todo, encontrar y reconocerlos”.

Eso es lo que él descubre cada día. Y termina agradeciendo al papa Francisco “por todo lo que hace para mostrarnos una y otra vez la luz de Dios que aún no se ha apagado. ¡Gracias, Santo padre!”.

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