martes, 13 de febrero de 2024

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Sobre la vocación y misión de los fieles laicos


M. Ellenrieder, El bautismo de Lydia (1861) 
[considerada como la primera conversión al cristianismo en Europa]
Nationalgalerie, Berlin


Ante todo, conviene clarificar el sentido que tiene el término laico en la teología católica. Se refiere al cristiano que busca la santidad y participar en el apostolado de la Iglesia desde el seno de la sociedad civil, de su dinámica y de sus estructuras; es decir, desde los trabajos, las familias y las relaciones culturales y sociales que se establecen en el ámbito llamado secular. De hecho, los fieles (o cristianos) laicos se llamaron seglares (=seculares) para distinguirlos de los clérigos y de los religiosos.

La raíz del término secular (saeculum= siglo y, por extensión, historia, mundo) se encuentra en otros términos de uso teológico: secularización (término que desde el s. XVII expresa el proceso de distinción entre los ámbitos religioso y civil que, en el desarrollo posterior ha tenido consecuencias positivas (expresadas por la secularidad, o visión cristiana del mundo) y negativas (hablamos de secularismo, o forma de vivir, hoy muy extendida, como si Dios no existiera).

En un sentido muy diferente, se usa el término laico hoy en la sociología y en el derecho para indicar un ámbito (Estado laico, enseñanza laica, etc.) no comprometido confesionalmente con ninguna religión. Derivadamente, se habla de laicidad para expresar un régimen de distinción entre Iglesia y Estado que no excluye una buena relación entre ambos. En cambio, el término laicismo suele indicar la separación (con frecuencia polémica) entre Iglesia y Estado en una sociedad que no reconoce los valores de la religión y busca relegarlos a la esfera privada. 


¿Quiénes son los fieles laicos?

Volviendo al sentido eclesial de laico, podemos recoger la descripción que hace el Concilio Vaticano II:

“Con el nombre de laicos se designan aquí todos los fieles cristianos, a excepción de los miembros del orden sagrado y los del estado religioso aprobado por la Iglesia. Es decir, los fieles que, en cuanto incorporados a Cristo por el bautismo, integrados al Pueblo de Dios y hechos partícipes, a su modo, de la función sacerdotal, profética y real de Cristo, ejercen en la Iglesia y en el mundo la misión de todo el pueblo cristiano en la parte que a ellos corresponde” (Lumen gentium, 31).

En 1987 se celebró un Sínodo universal de los obispos sobre la vocación y misión de los laicos en la Iglesia y en el mundo. Como fruto de ese sínodo, Juan Pablo II publicó la exhortación postsinodal Christifideles laici (30-XII-1988) que cabe considerar como la carta magna del laicado en la perspectiva católica. En ese documento se retomó el tema desde los textos de Lumen gentium y se aclararon algunos puntos como consecuencia de la teología desarrollada en los veinte años siguientes].

A continuación estudiamos el n. 15 de la Christifideles laici, por su especial relevancia para la teología del laicado (*). Dejamos nuestros comentarios entre corchetes. 


Los fieles laicos y la índole secular

[Comienza el texto señalando “la novedad” del ser cristiano. Esto se comprende bien si pensamos en las conversiones de los primeros siglos. Alguien, en principio adulto, entraba en contacto con la fe cristiana. Percibía ahí, en ese “lugar” (en las circunstancias corrientes de su vida), la llamada a ser cristiano (la vocación cristiana, aunque entonces no se llamaba así). Y, tras un periodo de preparación, era bautizado.

¿Qué había cambiado en esa persona? Exteriormente puede decirse que nada. Seguía manteniendo las mismas relaciones con su familia, con su ambiente de trabajo y sus amigos. Solo que esas relaciones, actividades y tareas se le habían devuelto como misión cristiana.

Un segundo punto es considerar que el bautismo es, por así decir, el denominador común de todos los cristianos, respecto del cual hay luego numeradores diversos, tipos distintos de cristianos. ¿Cómo se distinguen entre sí? No por el bautismo, evidentemente. En la época del Concilio Vaticano II se podía encontrar una interpretación excesivamente simplificada de esa distinción: a los sacerdotes les corresponde el templo; a los religiosos, el desierto o el apartamiento del mundo; a los laicos, el mundo mismo. En este documento, como veremos, se precisa mejor esta cuestión]

“La novedad cristiana es el fundamento y el título de la igualdad de todos los bautizados en Cristo, de todos los miembros del Pueblo de Dios: «común es la dignidad de los miembros por su regeneración en Cristo, común la gracia de hijos, común la vocación a la perfección, una sola salvación, una sola esperanza e indivisa caridad» (Lumen gentium 32) En razón de la común dignidad bautismal, el fiel laico es corresponsable, junto con los ministros ordenados y con los religiosos y las religiosas, de la misión de la Iglesia.

Pero la común dignidad bautismal asume en el fiel laico una modalidad que lo distingue, sin separarlo, del presbítero, del religioso y de la religiosa. El Concilio Vaticano II ha señalado esta modalidad en la índole secular: «El carácter secular es propio y peculiar de los laicos» (Lumen gentium, 31)

Precisamente para poder captar completa, adecuada y específicamente la condición eclesial del fiel laico es necesario profundizar el alcance teológico del concepto de la índole secular a la luz del designio salvífico de Dios y del misterio de la Iglesia”

[Tenemos, pues, que lo propio de los laicos es lo que llama el Concilio, “la índole (=naturaleza, modo de ser o condición) secular”, y que esta designa la modalidad de la vocación y misión de los laicos. Ahora bien, cabe preguntarse si esta índole secular y lo que se llama secularidad son lo mismo. Y en todo caso, si es exclusiva o no de los laicos. Este documento dirá que la secularidad o dimensión secular pertenece a toda la Iglesia, y que lo propio de los laicos es la forma o el modo de vivir la secularidad; pues, como señalaba el Concilio, a los laicos corresponde contribuir a la santificación del mundo “como desde dentro, a modo de fermento” (Lumen gentium, 31). Es decir, desde la posición o el lugar originario que les correspondería externamente, si no hubieran sido bautizados. Y por eso, dirá Christifideles laici, el ser y actuar en el mundo son para los laicos, no solo una realidad antropológica y sociológica, sino también una realidad propiamente teológica y eclesial. Veámoslos despacio].

“Como decía Pablo VI, la Iglesia «tiene una auténtica dimensión secular, inherente a su íntima naturaleza y a su misión, que hunde su raíz en el misterio del Verbo Encarnado, y se realiza de formas diversas en todos sus miembros» (Pablo VI, Discurso a los miembros de los Institutos seculares, 2-II-1972).

La Iglesia, en efecto, vive en el mundo, aunque no es del mundo (cf. Jn 17, 16) y es enviada a continuar la obra redentora de Jesucristo; la cual, «al mismo tiempo que mira de suyo a la salvación de los hombres, abarca también la restauración de todo el orden temporal» (Apostolicam actuositatem, 5)

Ciertamente, todos los miembros de la Iglesia son partícipes de su dimensión secular; pero lo son de formas diversas. En particular, la participación de los fieles laicos tiene una modalidad propia de actuación y de función, que, según el Concilio, «es propia y peculiar» de ellos. Tal modalidad se designa con la expresión «índole secular» (Lumen gentium, 31). 


Lo propio de su vocación y misión

El Concilio describe la condición secular de los fieles laicos indicándola, primero, como el lugar en que les es dirigida la llamada de Dios: «Allí son llamados por Dios» (Ib.) Se trata de un «lugar» que viene presentado en términos dinámicos: los fieles laicos «viven en el mundo, esto es, implicados en todas y cada una de las ocupaciones y trabajos del mundo y en las condiciones ordinarias de la vida familiar y social, de la que su existencia se encuentra como entretejida» (Ib.). Ellos son personas que viven la vida normal en el mundo, estudian, trabajan, entablan relaciones de amistad, sociales, profesionales, culturales, etc. El Concilio considera su condición no como un dato exterior y ambiental, sino como una realidad destinada a obtener en Jesucristo la plenitud de su significado (cf. Ib., 48). Es más, afirma que «el mismo Verbo encarnado quiso participar de la convivencia humana (...). Santificó los vínculos humanos, en primer lugar los familiares, donde tienen su origen las relaciones sociales, sometiéndose voluntariamente a las leyes de su patria. Quiso llevar la vida de un trabajador de su tiempo y de su región» (Gaudium et spes, 32).

De este modo, el «mundo» se convierte en el ámbito y el medio de la vocación cristiana de los fieles laicos, porque él mismo está destinado a dar gloria a Dios Padre en Cristo. El Concilio puede indicar entonces cuál es el sentido propio y peculiar de la vocación divina dirigida a los fieles laicos. No han sido llamados a abandonar el lugar que ocupan en el mundo. El Bautismo no los quita del mundo, tal como lo señala el apóstol Pablo: «Hermanos, permanezca cada cual ante Dios en la condición en que se encontraba cuando fue llamado» (1 Co 7, 24); sino que les confía una vocación que afecta precisamente a su situación intramundana. En efecto, los fieles laicos, «son llamados por Dios para contribuir, desde dentro a modo de fermento, a la santificación del mundo mediante el ejercicio de sus propias tareas, guiados por el espíritu evangélico, y así manifiestan a Cristo ante los demás, principalmente con el testimonio de su vida y con el fulgor de su fe, esperanza y caridad» (Lumen gentium, 31). De este modo, el ser y el actuar en el mundo son para los fieles laicos no sólo una realidad antropológica y sociológica, sino también, y específicamente, una realidad teológica y eclesial. En efecto, Dios les manifiesta su designio en su situación intramundana, y les comunica la particular vocación de «buscar el Reino de Dios tratando las realidades temporales y ordenándolas según Dios» (Ib.)

Precisamente en esta perspectiva los Padres Sinodales han afirmado lo siguiente: «La índole secular del fiel laico no debe ser definida solamente en sentido sociológico, sino sobre todo en sentido teológico. El carácter secular debe ser entendido a la luz del acto creador y redentor de Dios, que ha confiado el mundo a los hombres y a las mujeres, para que participen en la obra de la creación, la liberen del influjo del pecado y se santifiquen en el matrimonio o en el celibato, en la familia, en la profesión y en las diversas actividades sociales» (Propositio 4)

La condición eclesial de los fieles laicos se encuentra radicalmente definida por su novedad cristiana y caracterizada por su índole secular (cf. Juan Pablo II, Angelus, 15-III-1987).

Las imágenes evangélicas de la sal, de la luz y de la levadura, aunque se refieren indistintamente a todos los discípulos de Jesús, tienen también una aplicación específica a los fieles laicos. Se trata de imágenes espléndidamente significativas, porque no sólo expresan la plena participación y la profunda inserción de los fieles laicos en la tierra, en el mundo, en la comunidad humana; sino que también, y sobre todo, expresan la novedad y la originalidad de esta inserción y de esta participación, destinadas como están a la difusión del Evangelio que salva".

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(*) Cf. Juan Pablo II, Exh. ap. Christifideles laici, sobre la vocación y misión de los laicos en la Iglesia y en el mundo, 30-XII-1988. El documento se puede encontrar entero en la web del Vaticano: 
https://www.vatican.va/content/john-paul-ii/es/apost_exhortations/documents/hf_jp-ii_exh_30121988_christifideles-laici.html


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