lunes, 14 de diciembre de 2020

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San José, el trabajo y la paternidad

¿Qué significado tiene el trabajo y qué significa ser padre? Son dos temas que aborda el Papa Francisco en la parte final de su carta Patris corde (8-XII2020) sobre san José. Continuamos aquí la invitación a la lectura de la carta que iniciamos hace unos días.


Desde León XIII (cf. enc. Rerum novarum, 1891), la Iglesia propone a san José como modelo de trabajador y patrono de los trabajadores. Al contemplar la figura de san José, dice Francisco en su carta, se comprende mejor el significado del trabajo que da dignidad, y el lugar del trabajo en el plan de la salvación. Por otra parte, hoy nos conviene a todos una reflexión sobre la paternidad.


El trabajo y el plan de la salvación

“El trabajo –escribe el Papa– se convierte en participación en la obra misma de la salvación, en oportunidad para acelerar el advenimiento del Reino, para desarrollar las propias potencialidades y cualidades, poniéndolas al servicio de la sociedad y de la comunión. El trabajo se convierte en ocasión de realización no solo para uno mismo, sino sobre todo para ese núcleo original de la sociedad que es la familia” (Patris corde, n. 6).

Cabe subrayar aquí dos referencias interconectadas: una es la relación del trabajo con la familia. La otra es la situación actual, no solo la pandemia sino el marco más amplio, que pide revisar nuestras prioridades en relación con el trabajo. Así escribe Francisco:

“La crisis de nuestro tiempo, que es una crisis económica, social, cultural y espiritual, puede representar para todos un llamado a redescubrir el significado, la importancia y la necesidad del trabajo para dar lugar a una nueva ‘normalidad’ en la que nadie quede excluido. La obra de san José nos recuerda que el mismo Dios hecho hombre no desdeñó el trabajo. La pérdida de trabajo que afecta a tantos hermanos y hermanas, y que ha aumentado en los últimos tiempos debido a la pandemia de Covid-19, debe ser un llamado a revisar nuestras prioridades” (Ibid.). 


La sombra del Padre

En la ultima parte de su carta, el Papa se detiene a considerar que José supo ser padre “en la sombra” (cita el libro de polaco Jan Dobraczyński, La sombra del Padre, de 1977, publicado en castellano por la editorial Palabra, Madrid 2015).

Pensando sobre esta “sombra del padre” o en la que está el padre, podemos considerar que nuestra cultura postmoderna experimenta las heridas causadas por una rebelión contra la paternidad, explicable si se tienen en cuenta muchas pretensiones de paternidad que no fueron o no supieron ser lo que debían; pero una rebelión contra la paternidad es inaceptable en sí misma, porque forma parte esencial de nuestra humanidad y todos la necesitamos. Hoy, en efecto, necesitamos, por todas partes, padres, volver al padre.

En la sociedad de nuestro tiempo, observa Francisco, los niños a menudo parecen no tener padre. Y añade que también la Iglesia necesita padres, entiéndase en sentido literal, buenos padres de familia, y también en un sentido más amplio, padres espirituales de otros (cf. 1 Co 4, 15; Ga 4, 19).

¿Qué significa ser padre? Explica el Papa de forma sugerente: “Ser padre significa introducir al niño en la experiencia de la vida, en la realidad. No para retenerlo, no para encarcelarlo, no para poseerlo, sino para hacerlo capaz de elegir, de ser libre, de salir” (n. 7). Y piensa que la palabra “castísimo” que pone junto a José la tradición cristiana expresa esa “lógica de libertad” que todo padre debe tener para amar de una manera verdaderamente libre.

Observa Francisco que todo esto no lo consideraría san José ante todo como un “auto-sacrificio”, lo que podría dar pie a una cierta frustración; sino simplemente como don de sí mismo, como fruto de la confianza. Por eso el silencio de san José no da lugar a quejas sino a gestos de confianza.


Del “sacrificio” al don de sí mismo

He aquí una ulterior profundización sobre la relación entre sacrificio y generosidad por amor, en una perspectiva que podría llamarse de humanismo cristiano o de antropología cristiana. En efecto, al fin y al cabo, eso es lo que ha hecho Dios a partir de la encarnación y en todo su obrar salvador para nosotros: darse a si mismo. Por eso también, la persona, imagen de Dios, se realiza solo en la entrega sincera de de si mismo (cf. Gaudium et spes, 24).

Constata Francisco: “El mundo necesita padres, rechaza a los amos, es decir: rechaza a los que quieren usar la posesión del otro para llenar su propio vacío; rehúsa a los que confunden autoridad con autoritarismo, servicio con servilismo, confrontación con opresión, caridad con asistencialismo, fuerza con destrucción. Toda vocación verdadera nace del don de sí mismo, que es la maduración del simple sacrificio”.

Para sacarle buen partido a este argumento, a nuestro juicio conviene tener presente el significado, más bien negativo y empobrecedor, que hoy tiene en la calle la palabra “sacrificio”. Por ejemplo, cuando decimos: “Si no queda más remedio, haremos un sacrificio para conseguir esto...”. O cuando expresamos que aquello no nos gusta o esa persona no nos cae bien, pero “haciendo un sacrificio” podemos soportarlo.

Esto se puede ver como resultado de la descristianización de la cultura; puesto que desde una perspectiva cristiana, el sacrificio no tiene primeramente esa connotación triste, negativa o derrotista, sino al contrario: es algo que vale la pena, porque detrás de eso está la vida y la alegría. Con todo, ninguna madre o ningún padre que hace lo que debe hacer piensa que lo hace “por sacrificio”, o prestando un favor con mucho esfuerzo por su parte, puesto que “no hay otro remedio”.

 Al perderse la perspectiva cristiana (es decir, la fe en que Cristo es el Hijo de Dios hecho carne humana para salvarnos, que triunfó en la cruz, y por eso la cruz es fuente de serenidad, confianza y alegría), hoy la palabra “sacrificio” suena a cosa triste e insuficiente. Lo expresa bien el Papa cuando propone superar la “lógica [meramente humana] del sacrificio”. En efecto, el sacrificio sin el sentido pleno que le da la perspectiva cristiana, conlleva algo de opresor y autodestructivo.

De hecho, a propósito de la generosidad que requiere toda paternidad, añade el Papa algo que ilumina la hoja de ruta de las vocaciones eclesiales: “Cuando una vocación, ya sea en la vida matrimonial, célibe o virginal, no alcanza la madurez de la entrega de sí misma deteniéndose solo en la lógica del sacrificio, entonces en lugar de convertirse en signo de la belleza y la alegría del amor corre el riesgo de expresar infelicidad, tristeza y frustración”.

Así es. Y esto puede ponerse en relación con el sentido verdadero de la libertad cristiana, que supera no solo la mentalidad de los sacrificios del Antiguo Testamento, sino también la tentación de un “moralismo voluntarista”.

Lo ha explicado bien Joseph Ratzinger-Benedicto XVI en diversas ocasiones, a propósito del pasaje de Rm 12, 1 (sobre el “culto espiritual”). Es un error querer salvarse, purificarse o redimirse por los propios esfuerzos. El mensaje del Evangelio propone aprender a vivir día a día el ofrecimiento de la propia vida en unión con Cristo, en el marco de la Iglesia y sobre el centro de la Eucaristía (cf. concretamente Audiencia general, 7-I-2009).

Esto nos parece que ilumina lo que dice la carta de Francisco, formulado en términos que puede aceptar cualquier persona, no solo un cristiano, a la vez que se sitúa en camino hacia la plenitud de lo cristiano: la paternidad debe estar abierta a los nuevos espacios de la libertad de los hijos. Por cierto que esto supone la preocupación del padre y de la madre para formar los hijos en la libertad y la responsabilidad.

Vale la pena transcribir este párrafo, situado casi al final de la carta: “Cada niño lleva siempre consigo un misterio, algo inédito que sólo puede ser revelado con la ayuda de un padre que respete su libertad. Un padre que es consciente de que completa su acción educativa y de que vive plenamente su paternidad solo cuando se ha hecho ‘inútil’, cuando ve que el hijo ha logrado ser autónomo y camina solo por los senderos de la vida, cuando se pone en la situación de José, que siempre supo que el Niño no era suyo, sino que simplemente había sido confiado a su cuidado”.

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