lunes, 4 de noviembre de 2024

Volver al corazón

Una mirada a la realidad con ojos y corazón cristianos


¿Cómo surge la cuarta encíclica del Papa y cuál es su finalidad?

La encíclica Dilexit nos, sobre al amor humano y divino de Jesucristo (24-X-2024), nace de la experiencia espiritual del Papa Francisco y se puede ver como clave de lectura del pontificado. También, por tanto, de las anteriores encíclicas de Francisco en su conjunto. 


Plantea lo que se puede colegir de la nota 1 en el primer capítulo, donde se remite al padre Diego Fares, que calificó el pontificado de Francisco en la línea de una “reforma desde el corazón” y una “educación del corazón”.

Se nos propone “volver al corazón” (cf. nn. 9 ss) en un mundo tentado por el consumismo, donde corremos el riesgo de perder personalmente nuestro centro, la fuente de nuestras verdaderas intenciones, preguntas y respuestas, donde se juega realmente nuestra vida. Pues el corazón es lo que nos unifica personalmente (armonizando la inteligencia y la voluntad, los sentidos, los afectos y los deseos). Y sin el corazón nos quedamos como fragmentados y descoyuntados por dentro. Además, el corazón es el que permite los encuentros y los vínculos con los demás y con el mundo. Y cuando falla el corazón “nos volvemos incapaces de acoger a Dios” (n. 17). En efecto, y el lenguaje común sabe algo de lo que significa tener corazón o no tenerlo.

De ahí que, ante los dramas de nuestro mundo, el Concilio Vaticano II invitaba a volver al corazón, ya que el ser humano “por su interioridad es, en efecto, superior al universo entero; a esta profunda interioridad retorna cuando entra dentro de su corazón, donde Dios le aguarda, escrutador de los corazones (cf. 1 Sal 16,7; Jr 17,10), y donde él personalmente, bajo la mirada de Dios, decide su propio destino “ (Gaudium et spes, 14).


Cuatro enfermedades

¿Y por qué el Papa la publica precisamente ahora? Si en los siglos pasados los Papas reaccionaron contra interpretaciones rigoristas y desencarnadas del cristianismo (jansenismo), lo que sucede ahora lo dice así Francisco, aduciendo cuatro “enfermedades” que nos aquejan:

1) “Hoy, más que al jansenismo, nos enfrentamos a un fuerte avance de la secularización que pretende un mundo libre de Dios” (n. 87) [se refiere a la secularización radical que desemboca en el secularismo: vivir como si Dios no existiera]; 

2) “a ello se suma que se multiplican en la sociedad diversas formas de religiosidad sin referencia a una relación personal con un Dios de amor, que son nuevas manifestaciones de una ‘espiritualidad sin carne’” (Ib);

3) “dentro de la misma Iglesia renació con nuevos rostros el dañino dualismo jansenista. Ha tomado renovada fuerza en las últimas décadas, pero es una manifestación de aquel gnosticismo [una ideología que pretendía la salvación por medio de planteamientos intelectuales subjetivistas e individualistas, despreciando como malos la materia, el cuerpo y el mundo] que ya dañaba la espiritualidad en los primeros siglos de la fe cristiana, y que ignoraba la verdad de ‘la salvación de la carne’” (Ib.);

4) finalmente, un nuevo dualismo: la extensión de una actitud que podría calificarse de “activismo eclesiástico” y que el Papa caracteriza como un concentrarse en actividades externas, reformas estructurales, organizaciones obsesivas y proyectos humanos. 

“Esto –señala– con frecuencia deriva en un cristianismo que ha olvidado la ternura de la fe, la alegría de la entrega al servicio, el fervor de la misión persona a persona, la cautivadora belleza de Cristo, la estremecida gratitud por la amistad que él ofrece y por el sentido último que da a la propia vida. Se trata de otra forma de engañoso trascendentalismo, igualmente desencarnado” (n. 88); como un pragmatismo sin amor.

El sucesor de Pedro llega a considerar a nuestra sociedad, en su conjunto, como una sociedad en la que falta corazón, más aún, una sociedad anti-corazón: “Anti-corazón es una sociedad cada vez más dominada por el narcisismo y la autorreferencia” (n. 17).


Cambiar desde el corazón

Ahora bien, “el mundo puede cambiar desde el corazón” (nn. 28 ss), porque la paz es tarea del corazón, como lo es la donación, el encuentro y la promoción de la justicia. Por eso “tomar en serio el corazón tiene consecuencias sociales” (n. 29). Pero, como ya se ve, nuestro corazón –que tiene una dignidad ontológica por haber sido creado a imagen y semejanza de Dios– “no es autosuficiente, es frágil y está herido” (n. 30). Por ello necesitamos del auxilio divino.

De ahí la propuesta: “Acudamos al Corazón de Cristo, ese centro de su ser, que es un horno ardiente de amor divino y humanoy es la mayor plenitud que puede alcanzar lo humano” (Ib.). En la perspectiva cristiana, ese Corazón es el principio unificador de la realidad (que procede del amor de Dios), es el corazón del mundo y –abierto por nosotros en la cruz– el centro de la historia.

Como se ha hecho notar, la encíclcia despeja críticas equivocadas a la devoción del Corazón de Jesús, por considerarla anticuada (cuando responde a planteamientos bien profundos y actuales, especulativos y prácticos), sensiblera e intimista (cuando se trata de una devoción exigente, que nos desafía a salir de nosotros mismos, para servir a los demás con hechos), y teológicamente secundaria (cuando en realidad se sitúa en el núcleo mismo del cristianismo y del anuncio de la fe).

Se nos plantea aquí, en efecto, que ser cristiano es apostar por la plenitud de lo humano, en cuya plenitud la afectividad es esencial, y el corazón se nos presenta como símbolo vivo de la unidad de la persona. Por eso necesitamos cambiar desde el corazón en la Iglesia y en el mundo, personal y socialmente; abrirnos mucho más al encuentro, a la acogida y al diálogo, a la compasión y a la misericordia, a la cercanía, la ternura y el perdón. Y, como es evidente, las culturas tienen en esto un papel importante y diverso. La fe cristiana nos presenta, en Cristo, en su figura y en su vida, en su entrega y en su presencia activa en el mundo, la plenitud curativa del corazón. Y quien lo descubre se siente, desde el corazón, llamado a participar en Su amor, el único que nos puede curar y que puede curar plenamente al mundo.

“Por consiguiente –apela Francisco–, ruego que nadie se burle de las expresiones de fervor creyente del santo pueblo fiel de Dios, que en su piedad popular intenta consolar a Cristo. E invito a cada uno a preguntarse si no hay más racionalidad, más verdad y más sabiduría en ciertas manifestaciones de ese amor que busca consolar al Señor que en los fríos, distantes, calculados y mínimos actos de amor de los que somos capaces aquellos que pretendemos poseer una fe más reflexiva, cultivada y madura” (n. 160).


Todo un panorama para la educación

“El Corazón de Cristo, que simboliza su centro personal, desde donde brota su amor por nosotros, es el núcleo viviente del primer anuncio. Allí está el origen de nuestra fe, el manantial que mantiene vivas las convicciones cristianas” (n. 32) (1).

En consecuencia, esto debe tenerse en cuenta a la hora de la educación de la fe: en la predicación, en el aula de religión, la catequesis y la formación cristiana en general, en el acompañamiento espiritual, la enseñanza antropológica y teológica, en los medios de comunicación, la formación sacerdotal y los retiros espirituales.

Esta enseñanza pertenece a la propuesta cristiana integral, desde la vida espiritual personal hasta las impicaciones sociales. Y se comprueba que de este modo la vida cristiana es “naturalmente” atractiva para los jóvenes. También es importante para la educación de “la fe de los sencillos”, en expresión de Benedicto XVI.

De modo especial la educación cristiana de la afectividad es relevante en el acompañamiento espiritual de personas y familias, en relación con la oración (2) y con la liturgia (3).

Concretamente, la afectividad cristiana es clave en la oración y en conexión con algunos aspectos señalados por la encíclica: sentido adecuado del consuelo y compunción, reparación con hechos de solidaridad y perdón, comenzando por la calidad del propio trabajo, la atención a la propia familia, el trato con los demás en la vida ordinaria. Todo ello ha de vivirse y plantearse a partir de la centralidad de la Eucaristía y la necesidad de la confesión de los pecados. En este sentido son importantes las catequesis sobre la oración de Benedicto XVI y de Francisco

Hay que atender también a la dimensión eclesial de la afectividad (comunión y misión en la Iglesia-familia) –incluyendo algunos desarrollos actuales de la sinodalidad– y a su dimensión social-ecológica; es decir, el lugar de la sensibilidad social y ecológica en la afectividad y viceversa, comenzando por las tareas diarias, la ayuda efectiva a quienes nos rodean, particularmente a los más frágiles y necesitados en todos los órdenes. En definitiva, un grande y exigente panorama personal y educativo (4).

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(1) Desde el punto de vista teológico, además de las referencias que señala la encíclica, es relevante la conferencia que pronunció J. Ratzinger en Tolouse en 1981, reproducida en J. Ratzinger, El misterio pascual -Contenido y fundamento profundos de la veneración al Sagrado Corazón de Jesús, en Id., Obras completas VI/2. Jesús de Nazaret-Escritos de cristología, BAC, Madrid 2021, pp. 644-661.
(2) Para la contemplación de este aspecto en los Evangelios, cf. D. Von Hildebrand, La afectividad cristiana, ed. Fax, Madrid 1968, editada también como El corazón: un análisis de la afectividad humana y divina, 4ªed., Palabra, Madrid 2001.
(3) Cf. Sobre la liturgia como escuela de afectividad, cf. del mismo autor, Liturgia y personalidad, ed. Fax, Madrid 1966.
(4) Este texto desarrolla las ideas principales, por parte del autor de este blog,  vertidas en el espacio “Diálogos por la esperanza” (Dimensión de Educación y Cultura, Conferencia Episcopal Mexicana), emitido el 28 de octubre de 2024.

viernes, 1 de noviembre de 2024

Mensaje cristiano y catequesis (nuevo libro)




El autor de este blog ha publicado un libro de Alfredo García Suárez, Mensaje cristiano y catequesis. Textos escogidos (Edición y estudio introductorio a cargo de Ramiro Pellitero), Eunsa, Pamplona 2024.

Contenido (párrafos tomados de la contracubierta) 

Se recogen aquí algunos escritos de un teólogo de raza, el profesor Alfredo García Suárez. Entre los temas de fondo destacan tres: el laicado, la educación de la fe y la renovación de la Iglesia.  

En primer lugar, el compromiso cristiano en el mundo. “Por medio de sus miembros laicos –entiende el autor–, la Iglesia informa la integridad del orden temporal, lo fermenta con la levadura evangélica, configurándolo en sus perfiles humanos y en sus líneas cristianas”. 

En segundo lugar, siempre en el marco teológico del mensaje cristiano, propone una comprensión profunda e incisiva de la tarea educativa de la fe que puede contribuir a mejorarla, también en las circunstancias actuales de globalización y cultura tecnológica.

Finalmente, aporta criterios decisivos para participar en la renovación de la Iglesia y en su misión evangelizadora.

domingo, 22 de septiembre de 2024

El diálogo y la colaboración entre los creyentes


(Imagen: personas de diversas religiones trabajando en un proyecto común) 

Durante su visita apostólica en Asia y Oceanía, el Papa Francisco mantuvo un encuentro de carácter interreligioso en Yacarta, Indonesia (un país de gran mayoría musulmana, donde solamente hay un 10% de cristianos y un 3% de católicos), en la mezquita “Istiqlal” (cf. Discurso 5-IX-2024). Fue diseñada por un arquitecto cristiano y está unida a la catedral católica de Santa María de la Asunción por el “túnel (subterráneo) de la amistad”. Allí Francisco alabó la nobleza y la armonía en la diversidad, de modo que los cristianos pueden testimoniar su fe en diálogo con grandes tradiciones religiosas y culturales. El lema de su visita fue “fe, fraternidad, comprensión”.


Amistad y trabajo conjunto

Animó el Papa a los creyentes a proseguir con la comunicación –simbolizada en ese túnel de la amistad– en la vida del país:

“Los animo a continuar por este camino: que todos, todos juntos, cultivando cada uno la propia espiritualidad y practicando la propia religión, podamos caminar en la búsqueda de Dios y contribuir a construir sociedades abiertas, cimentadas en el respeto recíproco y en el amor mutuo, capaces de aislar las rigideces, los fundamentalismos y los extremismos, que son siempre peligrosos y nunca justificables”.

En esta perspectiva, quiso dejarles dos orientaciones. En primer lugar, ver siempre en profundidad. Porque más allá de las diferencias entre las religiones –diferencias en las doctrinas, ritos y prácticas–, “podríamos decir la raíz común de todas las sensibilidades religiosas es una sola: la búsqueda del encuentro con lo divino, la sed de infinito que el Altísimo ha puesto en nuestro corazón, la búsqueda de una alegría más grande y de una vida más fuerte que la muerte, que anima el viaje de nuestras vidas y nos impulsa a salir de nosotros mismos para ir al encuentro de Dios”.

E insistió en lo fundamental: “Mirando en profundidad, percibiendo lo que fluye en lo más íntimo de nuestra vida, el deseo de plenitud que vive en lo más profundo de nuestro corazón, descubrimos que todos somos hermanos, todos peregrinos, todos en camino hacia Dios, más allá de lo que nos diferencia”.

Con ello aludía a una de las claves de estos días: el significado de las religiones y el diálogo y la colaboración entre creyentes (1).

Pocos días después diría a los jóvenes en Singapur: “todas las religiones son un camino hacia Dios” (Encuentro, 13-IX-2024). Así es y se cumple en las religiones propiamente dichas y en la medida en que respeten la dignidad humana y no se opongan a la fe cristiana. No se dice esto, por tanto, en referencia a las deformaciones de la religión como la violencia, el terrorismo, el satanismo, etc.

Por otra parte, el Papa tampoco afirmó que las religiones fueran entre sí equivalentes, o que tuvieran el mismo valor en la perspectiva cristiana (cf. Decl. Nostra Aetate del Concilio Vaticano II y el magisterio posterior, cf. Decl. Dominus Iesus, de 2000). De hecho, la doctrina católica enseña que las religiones, junto con elementos de verdad y de bien, tienen elementos que es necesario purificar (vid. también el documento de la Comisión Teológica Internacional, El cristiano y las religiones, 1996). (2)

En segundo lugar, Francisco invitó a cuidar las relaciones entre los creyentes. Así como un pasaje subterráneo conecta, crea un enlace, “lo que realmente nos acerca es crear una conexión entre nuestras diferencias, ocuparnos de cultivar lazos de amistad, de atención, de reciprocidad”. 

domingo, 1 de septiembre de 2024

El encuentro y su papel en la pedagogía


M. Chagall, Lucha de Jacob con el ángel (1967) 
Musée National Marc Chagall, Niza (Francia)

Educar es educar desde y para el encuentro. Se reconoce que uno de los textos pedagógicos más importantes de Romano Guardini, que conservan hoy toda su vigencia, es el que dedica al encuentro (*).

Dejemos a un lado, aunque el autor lo considera brevemente, el encuentro entre dos objetos materiales, entre dos plantas, entre dos animales, que en cada caso sigue unas leyes diversas según sus respectivos modos de ser.


Condiciones para que se dé el encuentro personal


Hablamos de encuentro, se nos dice, propiamente cuando un hombre contacta con la realidad. No es todavía un encuentro si solo busca, por ejemplo satisfacer su hambre, aunque puede ir más allá del instinto. Como todavía no lo es tampoco un simple choque entre dos personas.

Dos condiciones iniciales para que se dé un encuentro (personal), según Guardini, serían: 1) el toparse con la realidad más allá de una interacción simplemente mecánica, biológica o psicoógica; 2) establecer una distancia respecto a esa realidad, fijarse en su singularidad, tomar postura ante ella y adoptar una conducta práctica respecto a ella.

Para todo ello se requiere la libertad. En la libertad se pueden ver dos lados: una libertad material, por la que podamos entrar en relación con todo lo que nos rodea; una libertad formal, como facultad de actuar (o no) desde la energía inicial propia de la persona. A veces la persona puede llegar a la convicción de que no se debe confiar en todo lo que sale al encuentro: “Puede cerrar las puertas de su corazón, y dejar fuera el mundo. La antigua Stoa [escuela del estoicismo] lo hizo así, y así se comporta la ascesis religiosa, para dirigir el amor solo a Dios”[1].

El encuentro puede partir solamente de parte de la persona, por ejemplo, frente a una cosa que despierta nuestro interés, como una fuente, un árbol o un pájaro y se puede convertir en una imagen de algo más profundo o incluso puede ayudar a comprender radicalmente la existencia. Esto, siempre que se venza la costumbre, la indiferencia o el esnobismo, la presunción engreída y llena de sí mismo[2]. Tales son los enemigos principales del encuentro.

Pero el encuentro puede ser también bilateral, y entonces surge una relación especial, en la que dos personas se valoran más profundamente, más allá de su mera presencia o sus funciones sociales: se convierten en un “tú”.

Como contenidos del encuentro Guardini enumera: 1) el conocimiento de la persona y de su conducta que de ahí se deriva; 2) una “vivencia peculiar de la familiaridad y de la extrañeza”: familiaridad que puede crecer y convertirse en confianza en unión; y aquí, la relación con el carácter y la actividad, el pueblo y el grupo social, las ideas, la relación con el mundo, etc; pero también con las diferencias, la extrañeza y la irritación, la antipatía y la enemistad; 3) Siempre, incluso entre las personas más íntimas, está ese elemento de extrañeza, por el carácter irreductible de la individualidad. Esto marca necesariamente la distancia de la persona.

Además, el encuentro requiere que se dé “un buen momento”, un momento propicio, que se constituye a partir de miles de elementos más o menos conscientes o inconscientes: vivencias del pasado e imágenes, energías y tensiones, necesidades, ambiente, estado de ánimo, elementos creativos y afectivos, etc. De ahí la dificultad o la imposibilidad de “confeccionar” un encuentro, y la apertura del encuentro hasta acercarse a la Providencia y a la suerte.

El encuentro requiere, pues, a la vez, la libertad y la espontaneidad, en el sentido de que solo acontece si no se busca, como sería el encuentro con una flor azul que abre el camino hacia el tesoro.

lunes, 19 de agosto de 2024

Literatura y evangelización

En su Carta sobre el papel de la literatura en la formación (17-VII-2024), señala el Papa Francisco que la literatura es un camino importante para la madurez personal, en cuanto que permite abrirse al mundo, a la realidad, a las otras personas y culturas, y entablar un diálogo interior enriquecedor, que tiene que ver con los propios deseos y expectativas.


Para abrir el mundo personal

De esta manera sirve al discernimiento espiritual y moral así como a la contemplación. El Papa utiliza diversas metáforas –el telescopio, el gimnasio, el acto de la digestión– para mostrar cómo la literatura es un excelente instrumento para la comprensión personal del mundo, para comprender y experimentar el sentido que los demás dan a sus vidas, para ver la realidad con sus ojos y no solo con los propios (cf. nn. 16-20, 26-40).

La literatura proporciona una escuela de la mirada y del “éxtasis” (salida de uno mismo), de la solidaridad, de la tolerancia y de la comprensión. Esto es así, piensa el sucesor de Pedro, porque “siendo cristianos, nada que sea humano nos es indiferente” (37).

Para los creyentes, la lectura es un camino para conocer las culturas (la propia las otras) y así, poder hablar al corazón de los hombres. Nos facilita reconocer las semillas plantadas por el Espíritu Santo en toda realidad humana y social. Y de este modo podemos responder hoy mejor a la sed de Dios que late en muchs corazones, aunque a veces no lo reconozcan.

Pero hay una condición: el anunciarles a Jesucristo, Palabra de Dios “hecha carne”, no a un Cristo sin carne. “Esa carne hecha de pasiones, emociones, sentimientos, relatos concretos, manos que tocan y sanan, miradas que liberan y animan; de hospitalidad perdón, indignación, valor, arrojo. En una palabra, de amor” (14).

De ahí que, a través de la literatura, los sacerdotes y en general todos los evangelizadores pueden hacerse más sensibles a la plena humanidad de Jesús, de modo que puedan anunciarlo mejor. Pues cuando el Concilio Vaticano II dice que “en realidad, el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado” (GS, 22), señala Francisco, “no se trata de una realidad abstracta, sino el misterio de ese ser humano concreto, con todas las heridas, deseos, recuerdos y esperanzas de su vida” (15).

domingo, 18 de agosto de 2024

Sentido de la vida y educación cristiana

Duccio di Buoninsegna, Jesús cura a un ciego de nacimiento (1311),
National Gallery, Londres

Sentido de la vida y educación cristiana


Contemplamos estos días el valor reconocido a los esfuerzos, mantenidos durante largo tiempo, de quienes llegan a obtener medallas en las Olimpiadas. Todos ellos, cuando se les pregunta, vienen a decir: "ha valido la pena el esfuerzo".

Sin duda el esfuerzo tiene que ver con el sentido de la vida, y esto es importante en la educación especialmente de los jóvenes.  ¿Cómo ilumina esto la fe cristiana?


La búsqueda de la felicidad y el valor de la vida

    De un lado, hay en cada persona una búsqueda innata de felicidad, entendida como vida plena. A esto se vincula la pregunta por un bien supremo, que responda al porqué y para qué de la vida, y también la pregunta por el lugar del sufrimiento en la vida humana. De ahí la importancia de la educación del sentido que viene, a confluir con la orientación de los deseos, de las metas y de los fines de cada cual. 
    A la necesidad de una vida con sentido, se opuso el siglo pasado el "absurdismo", propio del existencialismo radical. Esto venía representado por el mito de Sísifo, condenado a subir una gran piedra por una pendiente: al llegar arriba la piedra se resbalaba y caía, y la situación se volvía a repetir indefinidamente,  de modo que la vida humana es un continuo comenzar en una tarea sin sentido. Se proponía aceptar ese sinsentido. 
    Sin embargo, la propuesta no es racional y por ello tampoco sana. 
    ¿Cómo encontrar un sentido verdadero de la vida? Verdadero puede traducirse aquí por válido, acorde con la realidad de las personas y sus esperanzas. Evidentemente, no todos los "sentidos" tienen el mismo valor. Si así fuera la vida de los hitlerianos y la de los santos sería equivalente. Nada sería bueno ni malo. Sin el sentido, como saben bien los psiquiatras, crece el riesgo del nihilismo y de la depresión, quizá compensados transitoriamente por mecanismos exteriores (ruidos, activismo, drogas, etc.) o por el esfuerzo en la lucha contra enemigos más o menos imaginarios. 
    En la práctica uno tiende a llenar de "sentidos" su vida o dejar que se la llenen otros: el ambiente, la mayoría, los medios de comunicación. Pero no todos los sentido, decíamos, valen los mismo. La vida no es un saco que se puede llenar de cualquier cosa. Ya san Agustín decía: "Corres bien, pero fuera del camino". 

lunes, 24 de junio de 2024

Modernos y fieles

Esta mañana me llamó la atención una escena sencilla. Una joven iba en patinete a bastante velocidad por una acera. Llevaba atado un perrillo, que la seguía fielmente con evidente esfuerzo. Cuando llegaran a un semáforo tendrían que pararse. Y supongo que el perrillo experimentaría un cierto alivio antes de reemprender la carrera.

Un rato antes, yo acababa de leer un artículo del New York Times (cf. R. Douthat, “Can conservative and liberal catholics coexist?”, 8-V-2024). El autor opone los católicos liberales, y entre ellos critica al Papa (cuyo programa progresista ya habría alcanzado sus límites a la vez que producido una evidente decadencia), frente a los conservadores. Entre estos, según el articulista, caben notables distinciones, pues no se reducen únicamente a los tradicionalistas nostálgicos de la liturgia pre-Vaticano II, sino que también están los “neo-tradicionales”, capaces de convivir de forma moderada con los desarrollos posconciliares. Estos últimos serían los que probablemente lleguen a ser más influyentes o dominantes.

Ante la escena del patinete y el perrillo recordé que estamos en una época de cambios rápidos. No todos pueden ir al mismo ritmo. Además, puede haber interesados en que existan distintas velocidades, para lucrarse de las polémicas, de las ventajas de unos y las dificultades de otros. Mientras tanto, gracias a Dios, hay quienes, en la convivencia diaria o en la tarea educativa, se esfuerzan en moderar a unos para que comprendan e impulsar a los otros para que se sitúen algo más en ese ritmo acelerado.


El significado del Concilio Vaticano II

En mi mente todo ello se mezcló con la cuestión del significado del concilio Vaticano II. En el terreno eclesial suele decirse que el concilio fue como una encrucijada de dos trenes: el de la reforma o el progreso y el de la tradición. Con bastante esfuerzo se logró que se cruzaran. Pero luego cada uno siguió en la dirección que traía, porque los raíles no estaban preparados para otra cosa. Y así esos dos trenes se fueron separando de nuevo y cada vez más.

Benedicto XVI propuso una interpretación del concilio como “renovación (o reforma) en la continuidad”. No una reforma sin continuidad y tampoco una continuidad sin reforma.

Yves Congar había señalado algo parecido en su libro de 1950, publicado en español en 1953, Verdadera y falsa reforma en la Iglesia. En 1960 y 1963 escribió Tradición y tradiciones, y una síntesis en La tradición en la vida de la Iglesia (1964). En estos textos el eminente teólogo francés explica que la tradición (del latín tradere, entregar) es la vida entera de la Iglesia como comunión. Abarca no solamente las palabras escritas y habladas, sino también la oración, los sacramentos, los escritos de los Padres y otros muchos “monumentos” como él los llama, al servicio de los cuales se sitúa el oficio del Magisterio eclesial.