El cristiano tiene un propio
carácter, en el sentido de conjunto de cualidades que le distinguen, por su modo de ser y de obrar, de los demás, a la vez que le permiten relacionarse con ellos y servirles. La visión cristiana del hombre (antropología cristiana) se deduce del
encuentro con Dios en Cristo. La fe cristiana se traduce en el amor, que significa propiamente no vivir para nosotros mismos, sino para Él, y con Él, para los demás. Esto supone
una mirada nueva al hombre y al mundo, y en buena parte se concreta en
las virtudes. Es un modo de ver las cosas y de trabajar que ayuda a la
madurez personal a la vez que tiene una importante
dimensión social, y también ecológica.