jueves, 1 de noviembre de 2018

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Escuchar, acompañar, formar



(Invitación a la lectura del Documento final del sínodo sobre los jóvenes)

El Documento final del sínodo sobre los jóvenes (27-X-2018) sigue la "plantilla" del encuentro de Jesús con los discípulos de Emaús (cf. Lc 24, 13-35): les escucha (para ayudarles a reconocer la realidad), les acompaña (para ayudarles a interpretar y discernir lo que han de hacer) y les forma (para la santidad y la misión evangelizadora) partiendo con ellos el pan (y aquí la Iglesia ha visto siempre una referencia a la Eucaristía). Esto corresponde a las tres partes del texto. En él cabe destacar algunos elementos más centrales o, a nuestro juicio, especialmente significativos en el momento actual de nueva evangelización. 

Antes de referirnos a cada una de las partes del documento, conviene subrayar lo que le da unidad: la centralidad de Cristo que se nos ofrece finalmente en la Eucaristía como fuente y culmen de la vida y de la misión de la Iglesia y de los cristianos. La Eucaristía, en la que los jóvenes están llamados a participar, permite mirar la realidad con los ojos de la fe y formar un solo Cuerpo con Cristo.


Centralidad de la Eucaristía

Así señala el documento: “La Eucaristía es memoria viva del acontecimiento pascual –es decir, de la muerte y resurrección del Señor–, lugar privilegiado de la evangelización y de la transmisión de la fe con vistas a la misión”. Y por eso en la celebración eucarística (la Misa), “la experiencia de ser personalmente alcanzados, enseñados y curados por Jesús acompaña a cada uno en su itinerario de crecimiento personal” (n. 92).

Y también: “Los sacramentos –en particular la Eucaristía y la Reconciliación– alimentan y sostienen a quien se encamina al descubrimiento de la voluntad de Dios” (n. 105), y nos dan, junto con otros medios de santificación que tenemos en la Iglesia, la familiaridad con el Señor. De ahí que la Iglesia misma, familia de Dios, debe adquirir la forma de la Eucaristía: pan compuesto de muchas espigas y repartido para la vida del mundo (cf. n. 118). La Eucaristía, y más en general la liturgia, es lugar central para la educación de los jóvenes en la belleza de la fe, en la adoración, en la contemplación y en la oración (cf. n. 134).


Escuchar para ayudar a reconocer la realidad

1. Escuchar para ayudar a reconocer la realidad. Jesús camina con los discípulos y escucha sus desahogos, participa de su búsqueda de sentido. No les da respuestas preconfeccionadas, sino que desea responder a sus inquietudes concretas.

También hoy los educadores cristianos han de unir el anuncio del Evangelio y su testimonio con la promoción humana que es el objetivo propio de su tarea profesional: la educación integral de los jóvenes (n. 15).

Es preciso reconocer la realidad del contexto cultural de los jóvenes, con sus luces y sombras. Muchos de ellos desean recibir orientación y apoyo, acompañamiento y formación. Otros están más o menos distantes de la Iglesia por motivos muy diversos.


Acompañar en el discernimiento

2. Acompañarlos para ayudarles a discernir su situación y el bien que pueden realizar. El Espíritu Santo cuenta con ellos también para rejuvenecer la Iglesia. Pero antes es necesario facilitarles el encuentro personal de amistad con Cristo, curar sus heridas y ayudarles a crecer.

Uno de los grandes temas en este acompañamiento es la libertad, que se hace comprensible y posible solamente en relación con la verdad y sobre todo con el amor. "La libertad es ser uno mismo en el corazón de otro", es decir: “A través de la fraternidad y la solidaridad, vividas especialmente con los últimos, los jóvenes descubren que la auténtica libertad nace de sentirse acogidos y crece al hacer espacio al otro” (nn. 73 y 74).

Al mismo tiempo, la libertad humana está herida por el pecado y la concupiscencia. Pero contamos con el perdón de Dios y su misericordia. Por eso, "en una perspectiva educativa, es importante ayudar a los jóvenes a no desanimarse frente a errores y fallos, incluso humillantes porque –estos errores y fallos– forman parte integrante del camino hacia una libertad más madura, consciente de la propia grandeza y debilidad". (n. 76).

También en esa perspectiva "la vocación aparece realmente como un don de gracia y de alianza, como el secreto más bello y precioso de nuestra libertad" (n. 78). La vocación, en sus diversas modalidades, implica siempre la invitación a participar de la misión evangelizadora de la Iglesia.

El documento se detiene en la explicación del acompañamiento espiritual, sus características y sus condiciones, también por parte del educador. Desarrolla especialmente el marco del discernimiento y de la formación de la conciencia, para ayudar en el crecimiento de la virtud de la prudencia y en el combate espiritual.


Formar para la santidad y la misión

3. Formar a los jóvenes para la santidad es formales integralmente, a través de la formación antropológica –que comprende la formación de la inteligencia y del corazón para la vida y el trabajo–, la educación de la fe, la formación litúrgica y la formación para el servicio cristiano en el mundo y la evangelización.

Un papel importante tienen en esto las instituciones educativas de inspiración católica: "Ellas están llamadas a proponer un modelo de formación que sea capaz de hacer dialogar la fe con las preguntas del mundo contemporáneo, con las diversas perspectivas antropológicas, con los desafíos de la ciencia y de la técnica, con los cambios de las costumbres sociales y con el compromiso por la justicia " (n. 158).

Todo ello pide educadores cualificados desde su propia formación espiritual e intelectual, capaces de llevar adelante una educación interdisciplinar, con sabiduría, creatividad y espíritu de equipo, en especial colaboración con instituciones universitarias de inspiración católica a nivel nacional e internacional (cf. n. 159). Bien entendido que la formación para la santidad exige formadores santos (cf. n. 166).

La evangelización requiere hoy, y no solo con los jóvenes, escuchar, acompañar y formar: palabras sencillas para desafíos imponentes. Ellas se corresponden con procesos que el Espíritu Santo promueve en la Iglesia para el bien de todos: discernimiento, sinodalidad (caminar juntos) y santidad.

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