miércoles, 9 de octubre de 2019

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Reavivar el fuego de la misión


En su homilía durante la Misa de apertura del Sínodo sobre la Amazonia (6-X-2019) el papa ha dicho a los presentes ­–muchos de ellos obispos, pero las palabras de Francisco se pueden aplicar a todos los cristianos– que “hemos recibido un don (cf. 2 Tm 1, 6) para ser dones”. Así es, y se trata ante todo del don de la fe, segundo más importante después del don de la vida.

Luego, dentro y en el desarrollo de la fe vamos recibiendo otros dones –vocaciones, ministerios, carismas, etc.– que son siempre para traducirlos en servicio de la Iglesia y del mundo.

En conjunto, como dice Francisco, “nuestra vida, por el don recibido, es para servir”. El evangelio del día pone en boca del Señor el consejo de que nos consideremos como “siervos inútiles”. Traduce el papa: siervos sin fines de lucro, que no buscan ganancia, sino que dan gratuitamente lo que gratuitamente han recibido. ¿Cómo hacerlo fielmente? Francisco lo explica mediante cuatro pasos


Reavivar el don

1. Reavivar el don. Para ser fieles a esa llamada, a nuestra misión, San Pablo nos recuerda que el don debe ser reavivado. Y, observa Francisco, que el verbo que utiliza significa literalmente “dar vida a un fuego” [anazopurein]. En palabras del papa: “El don que hemos recibido es un fuego, es amor ardiente a Dios y a los hermanos”. Ahora bien, continúa, “el fuego no se alimenta solo, muere si no se mantiene con vida, se apaga si las cenizas lo cubren”.

Al llegar aquí, salta el papa a la situación de quien comienza un sínodo, comparable a la de quien se plantea mejorar para seguir avanzando en el camino junto con otros. Hay que vencer las inercias, las rutinas y los miedos. Citando a Benedicto XVI: «la Iglesia no puede limitarse en modo alguno a una pastoral de “mantenimiento” para los que ya conocen el Evangelio de Cristo. El impulso misionero es una señal clara de la madurez de una comunidad eclesial» (Benedicto XVI, exhort. Verbum Domini, 95). En este caso, el sujeto caminante somos nosotros, la Iglesia, que está siempre en camino, en salida, y no puede encerrarse en sí misma: “Jesús no vino a traer la brisa de la tarde, sino fuego a la tierra”.


Acoger la "prudencia audaz" del Espíritu Santo

2. Acoger la prudencia audaz del Espíritu Santo. Ese fuego del que venimos hablando no es otro que el fuego del amor, que es el Espíritu Santo, dador de los dones divinos. Por eso san Pablo le dice poco después a Timoteo: «Vela por el precioso depósito con la ayuda del Espíritu Santo que habita en nosotros» (2Tm 1,14).

También le dice de qué tipo es ese “espíritu”: «Dios no nos ha dado un espíritu de timidez, sino de fortaleza, de amor y de prudencia» (v. 7). Subraya Francisco: “No un espíritu de timidez, sino de prudencia”. Y se detiene para explicar que esa palabra no debe interpretarse según el significado más popular de frenarse o ser cautelosos, para no equivocarse. “No, la prudencia es virtud cristiana, es virtud de vida, es más, la virtud del gobierno. Y Dios nos ha dado ese espíritu de prudencia”. Prudencia que, como dice san Pablo, se opone a la timidez.

De hecho, el Catecismo de la Iglesia Católica enseña que la prudencia «no se confunde ni con la timidez o el temor», sino que «es la virtud que dispone la razón práctica a discernir en toda circunstancia nuestro verdadero bien y a elegir los medios rectos para realizarlo» (n. 1806). La prudencia no tiene que ver, por tanto, con la indecisión, no es una actitud defensiva.

En el caso del Pastor, la prudencia es la virtud que ayuda a discernir para servir con sabiduría y sensibilidad a la novedad del Espíritu. Y la conclusión: “Entonces reavivar el don en el fuego del Espíritu es lo contrario de dejar correr las cosas sin hacer nada. Y ser fieles a la novedad del Espíritu es una gracia que debemos pedir en la oración”.

En efecto, y no es poca sabiduría comenzar así un sínodo. Pidiendo al Espíritu Santo esa gracia de la verdadera prudencia, que el papa llama “prudencia audaz”:

“Que Él, que hace nuevas todas las cosas, nos dé su prudencia audaz; inspire nuestro Sínodo para renovar los caminos de la Iglesia en Amazonia, para que no se apague el fuego de la misión”.


Ser fieles a su novedad y testigos del Evangelio

3. Ser fieles a su novedad. ¿Cómo es este fuego del amor de Dios? Como en el episodio del a zarza ardiente, es un fuego que arde pero no consume (cf. Ex, 3, 2). Ilumina, calienta y da unidad a la vez que diversidad y vida, pero no quema ni destruye. Por eso hoy comprendemos que la evangelización no se compagina con los intereses propios, con las propias ideas o las del propio grupo cuando intentan imponerse para uniformarlo todo y a todos.

4. Testimoniar el Evangelio. Así va avanzando el argumento: reavivar el don, acoger la prudencia audaz del Espíritu, ser fieles a su novedad. Un paso ulterior lo señala también san Pablo: «No te avergüences del testimonio de nuestro Señor ni de mi, su prisionero; antes bien, toma parte en los padecimientos por el Evangelio, según la fuerza de Dios» (2Tm 1,8).

El apóstol –señala el papa– pide “dar testimonio del Evangelio, sufrir por el Evangelio, en una palabra, vivir para el Evangelio”. De ahí que “el anuncio del Evangelio es el criterio príncipe para la vida de la Iglesia: es su misión, su identidad”.

Que el apóstol fue por delante en esto, se comprueba al leer lo que escribe poco después lo que escribe: «Estoy a punto de derramar mi sangre en sacrificio» (4,6). Y con ello el papa llega a mostrar la exigencia que conlleva la evangelización: “Anunciar el Evangelio es vivir la entrega, es dar testimonio a fondo, es hacerse todo para todos (cfr. 1Co 9,22), es amar hasta el martirio”.

Si ya el testimonio era una síntesis de las actitudes del evangelio (testigo se dice en griego martyr), Francisco subraya, con san Pablo, que “se sirve al Evangelio no con el poder del mundo, sino con la sola fuerza de Dios: permaneciendo siempre en el amor humilde, creyendo que el único modo de poseer de verdad la vida es perderla por amor”. La evangelización lo pide todo.

Concluye el papa Francisco esta homilía antes del comienzo del Sínodo de una manera que recuerda el consejo central de Benedicto XVI: “Miremos juntos a Jesús Crucificado, a su corazón desgarrado por nosotros. Iniciemos desde ahí, porque de ahí brotó el don que nos engendró; de ahí fue infundido el Espíritu que renueva (cfr. Jn 19,30). Desde allí sintámonos llamados, todos y cada uno, a dar la vida”

En concreto, “muchos hermanos y hermanas en Amazonia llevan cruces pesadas y esperan el consuelo liberador del Evangelio, la caricia de amor de la Iglesia”. Y termina con referencia a los misioneros diciendo que muchos hermanos y hermanas en Amazonia han gastado su vida y lo siguen haciendo, y necesitan que caminemos con ellos.


Cuatro dimensiones de un sínodo

Al día siguiente, en el saludo previo al comienzo de los trabajos (7-X-2019) del sínodo “Nuevos caminos para la Iglesia y para una ecología integral”. Francisco se ha referido a cuatro dimensiones de este sínodo (que podrían serlo también de otros): dimensión pastoral, dimensión cultural, dimensión social y dimensión ecológica.

La dimensión pastoral –afirmó– es la esencial y la más abarcante. Es la dimensión evangelizadora. Y la describe así: “Nos acercamos con corazón cristiano y vemos la realidad de la Amazonia con ojos de discípulo para comprenderla e interpretarla con ojos de discípulo, porque no existen hermenéuticas neutras, hermenéuticas asépticas, siempre están condicionadas por una opción previa, nuestra opción previa es la de discípulos. Y también con ojos de misioneros, porque el amor que el Espíritu Santo puso en nosotros nos impulsa al anuncio de Jesucristo”. Mirar la realidad con ojos de discípulos misioneros (es la clave del documento de Aparecida)

Luego vienen las otras dimensiones: cultural, social y ecológica. Miramos la realidad de esos pueblos, al mismo tiempo, “respetando su historia, sus culturas, su estilo del buen vivir”, en el sentido de su propia identidad y sabiduría, de su manera de ver la realidad y de su historia. Debemos hacerlo sin intentar reducir la idiosincrasia de esos pueblos, sino respetando la autenticidad de sus culturas, sin calificarlos poniendo distancias, sin proponer medidas simplemente pragmáticas, sino partiendo de la contemplación y de la admiración ante muchas cosas verdaderas y buenas que poseen y pueden enseñarnos.

En consecuencia, y repite el papa propuestas de su homilía el día anterior, lo que debemos hacer al principio de nuestros trabajos es, ante todo, rezar. Luego, reflexionar, dialogar y escuchar con humildad, hablar con valentía, cuidar la fraternidad. Todo ello en orden al discernimiento, que es un proceso. Y en esa perspectiva, saber servir y comunicar.

Toda una orientación para el discernimiento y lección de sinodalidad práctica, para el que la quiera aprender y vivir.

A los que no estamos en el sínodo nos corresponde también acompañarle, al menos con la oración, también tratando de escuchar y aprender, en esa misma clave de “discípulos misioneros”. Ese título, o el de cristianos evangelizadores, es como una redundancia –y a la vez muy necesaria hoy–, porque decir cristiano es ya decir discípulo de Aquel que vino, ungido por Dios Padre con el Espíritu Santo, con la misión de traernos la buena noticia de la salvación.

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