M. Chagall, Aparición de la familia del artista (1947)
En uno de los documentos quizá más importantes y extensos de su pontificado (exhortación “Verbum Domini”, sobre la Palabra de Dios en la vida y la misión de la Iglesia, 30-IX-2010), Benedicto XVI ha dicho que la interpretación más completa de la Biblia es el Evangelio vivido en plenitud, como han hecho los santos: “La interpretación más profunda de la Escritura proviene precisamente de los que se han dejado plasmar por la Palabra de Dios a través de la escucha, la lectura y la meditación asidua” (n. 48).
De hecho –añade el Papa– las grandes espiritualidades que han marcado la historia de la Iglesia han surgido “de una explícita referencia a la Escritura”; Y “cada santo es como un rayo de luz que sale de la Palabra de Dios”. Así han servido a esta Palabra haciéndola vida, y, al mismo tiempo, han prestado a sus contemporáneos el mejor servicio: llevarles a Dios.
Lo señaló de nuevo en un discurso al Pontificio Consejo de la Cultura (13-XI-2010), a propósito del lenguaje requerido por la nueva evangelización. Ciertamente, el arte y la imagen –evocaba la consagración de la basílica de la Sagrada Familia, en Barcelona– son lenguajes incisivos, aptos para transmitir la fe. Pero más aún lo es “la belleza de la vida cristiana”. Y el motivo es claro: “Al final, sólo el amor es digno de fe y resulta creíble. La vida de los santos, de los mártires, muestra una singular belleza que fascina y atrae, porque una vida cristiana vivida en plenitud habla sin palabras”. Por eso “necesitamos hombres y mujeres que hablen con su vida, que sepan comunicar el Evangelio, con claridad y valor, con la transparencia de las acciones, con la pasión gloriosa de la caridad”.
En efecto. Cuando los cristianos escuchan la Palabra de Dios –sobre todo en la oración y en la liturgia– y la llevan a la práctica, convierten su vida en una obra de arte, una alabanza a Dios hecha vida y un servicio espléndido a los demás, al mismo tiempo que contribuyen a construir el mundo: desde las familias y las profesiones, las actividades culturales y políticas, el ocio y el deporte, la salud y la enfermedad. Esa es la mejor imagen, la más significativa, la más fascinante y atractiva, porque es el reflejo auténtico de la Palabra hecha carne (Cristo) en la vida de los suyos.
Así ha sucedido con Jutta Burggraf († 5-XI-2010). Ella lo hacía con su tarea pedagógica y teológica. Lo enseñaba día a día con sus clases y conferencias, con libros como “Conocerse y comprenderse, una introducción al ecumenismo” y “Libertad vivida con la fuerza de la fe”. Pero, ante todo, lo enseñó con su vida hasta el final, iluminando los caminos de la tierra con la luminaria de la fe y del amor (cf. San Josemaría Escrivá, Camino, n. 1).
De hecho –añade el Papa– las grandes espiritualidades que han marcado la historia de la Iglesia han surgido “de una explícita referencia a la Escritura”; Y “cada santo es como un rayo de luz que sale de la Palabra de Dios”. Así han servido a esta Palabra haciéndola vida, y, al mismo tiempo, han prestado a sus contemporáneos el mejor servicio: llevarles a Dios.
Lo señaló de nuevo en un discurso al Pontificio Consejo de la Cultura (13-XI-2010), a propósito del lenguaje requerido por la nueva evangelización. Ciertamente, el arte y la imagen –evocaba la consagración de la basílica de la Sagrada Familia, en Barcelona– son lenguajes incisivos, aptos para transmitir la fe. Pero más aún lo es “la belleza de la vida cristiana”. Y el motivo es claro: “Al final, sólo el amor es digno de fe y resulta creíble. La vida de los santos, de los mártires, muestra una singular belleza que fascina y atrae, porque una vida cristiana vivida en plenitud habla sin palabras”. Por eso “necesitamos hombres y mujeres que hablen con su vida, que sepan comunicar el Evangelio, con claridad y valor, con la transparencia de las acciones, con la pasión gloriosa de la caridad”.
En efecto. Cuando los cristianos escuchan la Palabra de Dios –sobre todo en la oración y en la liturgia– y la llevan a la práctica, convierten su vida en una obra de arte, una alabanza a Dios hecha vida y un servicio espléndido a los demás, al mismo tiempo que contribuyen a construir el mundo: desde las familias y las profesiones, las actividades culturales y políticas, el ocio y el deporte, la salud y la enfermedad. Esa es la mejor imagen, la más significativa, la más fascinante y atractiva, porque es el reflejo auténtico de la Palabra hecha carne (Cristo) en la vida de los suyos.
Así ha sucedido con Jutta Burggraf († 5-XI-2010). Ella lo hacía con su tarea pedagógica y teológica. Lo enseñaba día a día con sus clases y conferencias, con libros como “Conocerse y comprenderse, una introducción al ecumenismo” y “Libertad vivida con la fuerza de la fe”. Pero, ante todo, lo enseñó con su vida hasta el final, iluminando los caminos de la tierra con la luminaria de la fe y del amor (cf. San Josemaría Escrivá, Camino, n. 1).
(publicado en www.cope.es, 16-XI-2010)
No hay comentarios:
Publicar un comentario