miércoles, 10 de agosto de 2011

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Niño y pastor

B.E. Murillo, El Buen Pastor (h. 1660), Museo del Prado
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Entre los cuadros que el Museo del Prado expone con ocasión de la JMJ-2011, está el Buen Pastor, pintado por Murillo, que se inspira en dos textos: en el capítulo 10 del Evangelio de San Juan (“El Buen Pastor da la vida por sus ovejas…”) y en el pasaje sobre la oveja perdida (cf. Mt 18, 12-14, Lc 15, 1-7). 



Jesús y los niños

      El niño: Jesús es el verdadero niño, Niño eterno, que no ha perdido la inocencia. Dice que “si no cambiáis y os hacéis como los niños, no entraréis en el Reino de los Cielos… Y el que reciba a un niño como éste en mi nombre, a mí me recibe” (Mt 18, 3-5). 


      Le gusta que los niños se acerquen a Él, los abraza, les bendice y pide por ellos; y se enfada si los discípulos les apartan (cf. Mt 19, 13s. y pasajes paralelos). Los niños le alaban a gritos (cf. Mt 21, 15s). Avisa de la gravedad de escandalizar a los niños (aquél que "escandaliza a uno de estos pequeños más le vale que le pongan al cuello una piedra de molino": Lc 17, 2). Nadie debe menospreciarles, porque “sus ángeles ven continuamente el rostro de mi Padre que está en los cielos” (Mt 18, 10). 



El Buen Pastor, de Murillo 

      En el cuadro de Murillo destaca la ternura del niño, junto con su seriedad (el que se hace niño como Cristo, se hace persona madura); pobre (descalzo), pero limpio y bien vestido, acaricia y cuida bien de cada oveja, dentro del rebaño (que se observa en segundo plano), mientras en la otra mano lleva el cayado. La autoridad al servicio del amor.

      El niño pastor: especialmente los que tienen responsabilidades de gobierno y formación han de hacerse como niños y atender muy particularmente a los niños.

      La columna rota suele interpretarse como una alusión contrarreformista a la victoria del cristianismo sobre los paganos. Hoy puede sugerirnos que en ese Niño está la verdad unida a la caridad, de modo más grande y auténtico que las realizaciones de la sabiduría meramente humana. 



Atención a los niños, cuidado de los niños

      Dios escucha con predilección la oración de los niños (cf. Camino, n. 98). Ellos participan de la misión evangelizadora y misionera con sus oraciones, el cumplimiento de sus tareas, su vida cristiana sencilla, entusiasta y muchas veces heroica, sus pequeñas contribuciones económicas.

      Especialmente los padres y los educadores representan el cuidado de Dios por los niños y tienen una altísima responsabilidad por ello. Y los niños pueden hacer mucho por sus mayores y por sus iguales, porque son capaces de sacrificarse generosamente por los demás. La sociedad debe proteger a los niños (comenzando por los no nacidos, y siguiendo por otros muchos pobres y hambrientos, enfermos o abandonados, manipulados y explotados sin escrúpulos), protegerlos con todos los medios posibles. La Iglesia está profundamente dolorida y se esfuerza para que no se repitan los abusos infringidos a los niños, cometid
os en ambientes eclesiales.


Benedicto XVI, acerca de los niños

      Ha señalado Benedicto XVI: “Muchos niños crecen ahora en una sociedad que se olvida de Dios y de la dignidad innata de la persona humana, creada a imagen y semejanza de Dios. En un mundo caracterizado por acelerados procesos de globalización, están expuestos únicamente a una visión materialista del universo, de la vida y de la realización humana”. Hay que enseñarles a “elegir un proyecto de vida dirigido a la felicidad auténtica, capaz de distinguir entre la verdad y la mentira, el bien y el mal, la justicia y la injusticia, el mundo real y el mundo de la ‘realidad virtual’”. (Mensaje a la Academia Pontificia de las Ciencias Sociales, 27-IV-2006).

      Los medios de comunicación y las industrias de entretenimiento participan en primera línea de esta responsabilidad (cf. Los niños y los medios de comunicación social: un reto para la educación, Mensaje para la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, 2007).

      No basta que los niños adquieran conocimientos y habilidades técnicas. Han de aprender a valorar lo bueno y lo bello, a vivir la misericordia y el perdón, a preocuparse por los necesitados. Tienen el derecho a conocer la verdad y aprender a argumentar, con la apertura que es característica de la razón humana hacia Dios. En la catedral de Munich, ante un grupo de niños que recibían la primera comunión, el Papa aconsejaba a sus padres y educadores: “Ayudadles a darse cuenta de que todas las respuestas que no llegan a Dios son demasiado cortas” (10-IX-2006). Y, citando a San Juan Crisóstomo en 2007, ha recomendado: “Desde la más tierna edad abasteced a los niños de armas espirituales y enseñadles a persignar la frente con la mano” (Homilía 12,7 sobre la Primera Carta a los Corintios).

      “La Navidad no es un cuento para niños –observaba en diciembre de 2009–, sino la respuesta de Dios al drama de la humanidad en búsqueda de la paz verdadera. El ambiente de Belén nos recuerda que los niños necesitan no tanto de comodidades exteriores sino del calor de una familia, “del amor del padre y de la madre” (26-XII-2011).

     Ante los niños, y especialmente ante las imágenes del Niño Jesús, Dios “nos invita a hacernos pequeños, a bajar de nuestros altos tronos y aprender a ser niños ante Dios. Nos ofrece el Tú. Nos pide que nos fiemos de él y que así aprendamos a vivir en la verdad y en el amor” (Homilía en el Santuario de Mariazell, Austria, 8-IX-2007).

      Benedicto XVI lamenta con frecuencia que los adultos, sobre todo en Europa, rechacen a los niños, como una carga pesada, como una carga pesada: los niños no son una carga –sostiene–, sino un don para todos.

     Así pues, “debemos aprender a ver con un corazón de niño, con un corazón joven, al que los prejuicios no obstaculizan y los intereses no deslumbran”. Así, en los niños que con corazón libre y abierto reconocen a Dios, “la Iglesia ha visto la imagen de los creyentes de todos los tiempos, su propia imagen” (Homilía 18-III-2008).



(publicado en www.cope.es, 10-VIII-2011)

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