Durante la Jornada Mundial de la Juventud, Roma-2000
La XXVII Jornada Mundial de la Juventud, centrada este año en el Domingo de Ramos, tiene como tema la alegría: “¡Alegraos siempre en el Señor! (Flp. 4, 4).
El mensaje que Benedicto XVI dirige a los jóvenes subraya que “la alegría es un elemento central de la experiencia cristiana”. Esto se comprueba en las Jornadas de los jóvenes: “Vemos la fuerza atrayente que ella tiene: en un mundo marcado a menudo por la tristeza y la inquietud, la alegría es un testimonio importante de la belleza y fiabilidad de la fe cristiana”.
Ciertamente no faltan “las alegrías sencillas” y cotidianas que han de ser disfrutadas y agradecidas. Pero el corazón de los hombres, sobre todo de los jóvenes, busca “la alegría profunda, plena y perdurable, que pueda dar ‘sabor’ a la existencia”. Pero, se pregunta el Papa, ¿existe de verdad esa alegría o es una huída de la realidad? Si existe, ¿cómo distinguir las alegrías verdaderas, que no nos abandonan ni en los momentos más difíciles, respecto a los placeres inmediatos y engañosos?
Dedica su mensaje a señalar los caminos de la alegría: el amor a Dios y a los demás; la conversión moral sobre la base de los Mandamientos y gracias al sacramento de la Confesión; incluso en medio de las pruebas y dificultades se puede vivir la alegría de la fe; y para mantenerse en la alegría es necesario compartirla, trasnsmitirla a otros.
El amor de Dios y el amor a Dios, fuente de la alegría
Dios, en primer lugar, es la fuente de todas las auténticas alegrías: “Dios quiere hacernos partícipes de su alegría, divina y eterna, haciendo que descubramos que el valor y el sentido profundo de nuestra vida está en el ser aceptados, acogidos y amados por Él, y no con una acogida frágil como puede ser la humana, sino con una acogida incondicional como lo es la divina: yo soy amado, tengo un puesto en el mundo y en la historia, soy amado personalmente por Dios. Y si Dios me acepta, me ama y estoy seguro de ello, entonces sabré con claridad y certeza que es bueno que yo sea, que exista”.
Esto se manifiesta plenamente en Jesucristo, donde se encuentra la alegría que buscamos. Esto se ve en la vida del Señor, y lo captan quienes se encuentran con él (María, los Magos, Zaqueo, Magdalena y las otras mujeres, etc.) y quienes comparten espiritualmente su vida (cf. Flp 4, 4-5). La alegría cristiana es abrirse al amor de Dios Padre, manifestado en Cristo, y permanecer en él (cf. Jn 15, 9.11; Jn 17, 26). Es fruto y signo del Espíritu Santo que nos hace ser y sentirnos hijos de Dios (cf. Rm 8, 15).
Pero, se plantea Benedicto XVI, ¿cómo recibir y conservar este don? Porque ciertamente es un don, pero también requiere de nuestra colaboración. Como la alegría es fruto de la fe y de la cercanía de Cristo (Flp 4, 5), subraya la necesidad de buscar al Señor, acogiendo su Palabra en la lectura y meditación de la Sagrada Escritura (para muchos, el comienzo más fácil puede ser los Evangelios). Luego está la liturgia, la misa del domingo, momento fundamental en el camino cristiano de la alegría. Ahí celebramos la muerte y la resurrección de Cristo, y podemos alimentarnos con su Cuerpo y su Sangre. Y cita el Papa unas palabras de Santa Teresa del Niño Jesús: “Jesús, mi alegría es amarte a ti” (Poesía 45/7).
El amor a los demás
El amor a Dios se prolonga y se manifiesta en el amor a los demás. “La alegría está íntimamente unida al amor; ambos son frutos inseparables del Espíritu Santo” (cf. Ga 5, 23)”. Por eso Teresa de Calcuta dice que “la alegría es una red de amor para capturar las almas”. En efecto, y como esta alegría no puede ser fingida, el Papa señala sus raíces (que son a la vez manifestaciones) concretas: “constancia, fidelidad, tener fe en los compromisos”. Y esto, tanto en las amistades como en el trabajo. La alegría nos llevará “a ser generosos, a no conformarnos con dar el mínimo, sino a comprometernos a fondo”, siendo verdaderos amigos de los que nos rodean, competentes, estudiando con seriedad. “Buscad –aconseja el Papa– el modo de contribuir, allí donde estéis, a que la sociedad sea más justa y humana. Que toda vuestra vida esté impulsada por el espíritu de servicio, y no por la búsqueda del poder, del éxito material y del dinero”.
Una alegría especial “es la que se siente cuando se responde a la vocación de entregar toda la vida al Señor”, precisamente para dedicarse con todo el corazón al servicio de los demás. Y lo mismo en el matrimonio, para formar una familia. Otra raíz y manifestación esencial de la alegría es la fraternidad en el seno de las diversas comunidades cristianas (cf. Hch 2, 46), que deben ser “lugares privilegiados en que se comparta, se atienda y cuiden unos a otros”.
La alegría de la conversión: los Mandamientos y la Confesión
La alegría de la conversión procede de oponerse a los placeres inmediatos, a la lógica de la posesión y del consumo. Es fruto de cumplir los mandamientos. Sobre ellos afirma Benedicto XVI: “Aunque a primera vista puedan parecer un conjunto de prohibiciones, casi un obstáculo a la libertad, si los meditamos más atentamente a la luz del Mensaje de Cristo, representan un conjunto de reglas de vida esenciales y valiosas que conducen a una existencia feliz, realizada según el proyecto de Dios. Cuántas veces, en cambio, constatamos que construir ignorando a Dios y su voluntad nos lleva a la desilusión, la tristeza y al sentimiento de derrota. La experiencia del pecado como rechazo a seguirle, como ofensa a su amistad, ensombrece nuestro corazón”.
Y ante los obstáculos o las caídas, Dios no nos abandona, sino que nos ofrece siempre la posibilidad de volver a reconciliarnos con Él, de “experimentar la alegría de su amor que perdona y vuelve a acoger”. Concretamente a través de la Confesión. Por eso el Papa anima a los jóvenes a que se confiesen con “constancia, serenidad y confianza”, sabiendo que el Señor siempre les espera con los brazos abiertos: “…¡recurrid a menudo al Sacramento de la Penitencia y la Reconciliación! Es el Sacramento de la alegría reencontrada” (cf. Lc 15, 7).
Alegría en medio de las dificultades
También en las pruebas y dificultades de la vida hay espacio para la alegría de la fe, incluso pueden ser ocasiones para encontrar la luz de Cristo y la esperanza. Y esto no es huir de la realidad. Cuando participamos en los sufrimientos de Cristo, el amigo siempre fiel, “participamos también en su alegría. Con Él y en Él, el sufrimiento se transforma en amor. Y ahí se encuentra la alegría (cf. Col 1,24)”.
Testigos y transmisores de la alegría
Finalmente, propone Benedicto XVI que los cristianos seamos “misioneros de la alegría”, porque “no se puede ser feliz si los demás no lo son”. Permanecer en la alegría de la fe requiere compartirla, transmitirla“ (cf. 1 Jn 1, 3-4). Los cristianos sabemos que estamos siempre en las manos de Dios. Por eso les dice el Papa especialmente a los jóvenes: “Tenéis la tarea de mostrar al mundo que la fe trae una felicidad y alegría verdadera, plena y duradera. Y si el modo de vivir de los cristianos parece a veces cansado y aburrido, entonces sed vosotros los primeros en dar testimonio del rostro alegre y feliz de la fe”.
Y una buena síntesis del mensaje: “El Evangelio es la ‘buena noticia’ de que Dios nos ama y que cada uno de nosotros es importante para Él. Mostrad al mundo que esto de verdad es así”.
(publicado en www.analisisdigital.com, 2-IV-2012)
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