M. Chagall, Vidriera (1962) en el Hebrew Medical Center, Jerusalen
El impulso al ecumenismo fue otro de los grandes temas desde el comienzo del Concilio Vaticano II. No sucedió así con la reflexión sobre el diálogo con las religiones, que surgió más adelante.
Benedicto XVI ha señalado el hecho de que cristianos protestantes y católicos sufrieran la persecución del nazismo como un factor importante para que, durante el Concilio, sobre todo el episcopado alemán impulsara una mayor profundización sobre la unidad entre los cristianos (cf. Inédito publicado con motivo del 50º aniversario de la apertura del Concilio Vaticano, 2-VIII-2012 y también el último Encuentro con el clero romano, 14-II-2013).
Importancia del ecumenismo para la nueva evangelización
De este tema se había ocupado el 15 de noviembre del pasado año, ante la asamblea plenaria del Pontificio Consejo para la Unidad de los Cristianos, reunida para estudiar “la importancia del ecumenismo para la nueva evangelización”.
En el contexto del Año de la Fe, el papa citó las palabras del decreto conciliar sobre el ecumenismo, cuando lamentando la división entre los cristianos afirma: “Esta división contradice clara y abiertamente la voluntad de Cristo, es un escándalo para el mundo y perjudica a la causa santísima de predicar el Evangelio a toda criatura” (Decr. Unitatis redintegratio, n. 1).
El Concilio remite a la “oración sacerdotal” de Jesús, que se dirige al Padre, para que sus discípulos “sean uno, para que el mundo crea” (Jn 17, 21). Observaba Benedicto XVI: “En esta gran oración (Jesús) invoca cuatro veces la unidad para los discípulos de entonces y para los del futuro, y dos veces indica como objetivo de tal unidad que el mundo crea, que le ‘reconozca’ como enviado del Padre. Así que –deducía el papa– existe un estrecho vínculo entre la suerte de la evangelización y el testimonio de unidad entre los cristianos”.
En esa ocasión, el papa concretaba aún más el marco actual, refiriéndose a la crisis de fe que afecta a gran parte del mundo, y concretamente a países que fueron los primeros donde el Evangelio fue anunciado y floreció durante siglos. Aunque pervive una cierta búsqueda de espiritualidad, “la pobreza espiritual de muchos de nuestros contemporáneos —que ya no perciben como privación la ausencia de Dios de sus vidas— representa un desafío para todos los cristianos”.
Unidos para dar el testimonio de un Dios que nos conoce y nos ama
“En este contexto –sostenía Benedicto XVI–, a nosotros, creyentes en Cristo, se nos pide volver a lo esencial, al corazón de nuestra fe, para dar juntos testimonio del Dios vivo al mundo, o sea, de un Dios que nos conoce y nos ama, en cuya mirada vivimos; de un Dios que espera la respuesta de nuestro amor en la vida de cada día”.
E insistía: “De hecho, dar testimonio del Dios vivo, que se ha hecho cercano en Cristo, es el imperativo más urgente para todos los cristianos, y es también un imperativo que nos une, a pesar de la incompleta comunión eclesial que todavía experimentamos. No debemos olvidar lo que nos une, esto es, la fe en Dios, Padre y Creador, que se ha revelado en su Hijo Jesucristo, derramando el Espíritu que vivifica y santifica. Esta es la fe del Bautismo que hemos recibido y es la fe que, en la esperanza y en la caridad, podemos profesar juntos”.
De ahí también la importancia de los diálogos teológicos, la oración y la cooperación en aspectos fundamentales de la promoción humana (la dignidad de la persona, la defensa de la vida y de la familia, la solicitud por la justicia y la atención por los más necesitados, etc.) con los hermanos separados. Pero sobre todo, señalaba el papa, no olvidemos que la unidad es un don de Dios y no fruto de nuestros esfuerzos. Por eso hemos de buscar la comunión –plena y visible– en la fe, en los sacramentos y en el ministerio eclesial.
Finalmente, en relación con la fe, apuntaba el papa que la unidad es por un lado, fruto de la fe y, por otro, un medio y casi un presupuesto para anunciar la fe o ayudar a redescubrirla. En cuando colaboración humana con el don divino, “el verdadero ecumenismo, reconociendo la primacía de la acción divina, exige ante todo paciencia, humildad, abandono a la voluntad del Señor”, y en último término, tanto el ecumenismo como la nueva evangelización requieren el “dinamismo de la conversión”; es decir: “sincera voluntad de seguir a Cristo y de adherirse plenamente a la voluntad del Padre”.
El diálogo con las religiones no cristianas
Por lo que se refiere al diálogo con las religiones no cristianas, en el encuentro con los sacerdotes de Roma evocaba Benedicto X, de modo sencillo y vivo, algunos hechos conocidos por los especialistas, pero no por el gran público, acerca de la declaracíón conciliar Nostra aetate. Su relato tiene el especial valor de quien presenció y en gran manera protagonizó esos acontecimientos y la valoración de quien ha seguido su desarrollo tanto desde el punto de vista teológico como pastoral, especialmente en estos años de su pontificado.
“Nuestros amigos judíos estaban presentes desde el comienzo, y dijeron, sobre todo a nosotros alemanes, pero no sólo a nosotros, que después de los tristes sucesos de este siglo nacista, del decenio nacista, la Iglesia católica debía decir una palabra sobre el Antiguo Testamento, sobre el pueblo judío. Dijeron: ‘Aunque está claro que la Iglesia no es responsable de la Shoah, los que cometieron aquellos crímenes eran en gran parte cristianos; debemos profundizar y renovar la conciencia cristiana, aun sabiendo bien que los verdaderos creyentes siempre han resistido contra estas cosas’. Y así –continúa el papa su explicación – aparecía claro que la relación con el mundo del antiguo Pueblo de Dios debía de ser objeto de reflexión”.
Y añadía: “Es comprensible también que los países árabes —los obispos de los países árabes— no fueran tan entusiastas con esto: temían un poco una glorificación del Estado de Israel, que naturalmente no querían. Dijeron: ‘Bien, una indicación verdaderamente teológica sobre el pueblo judío es buena, es necesaria, pero si habláis de esto, hablad también del Islam; sólo así estamos en equilibrio; también el Islam es un gran desafío y la Iglesia debe aclarar también su relación con el Islam’. Algo que nosotros, en aquel momento, no habíamos entendido mucho, un poco tal vez, pero no mucho. Hoy sabemos lo necesario que era”.
No quedó ahí la reflexión sobre las religiones. “Cuando comenzamos a trabajar también sobre el Islam, nos dijeron: ‘Pero hay también otras religiones en el mundo: toda Asia. Pensad en el budismo, el hinduismo…’. Y así, en lugar de una declaración inicialmente pensada sólo sobre el antiguo Pueblo de Dios, se creó un texto sobre el diálogo interreligioso, anticipando lo que treinta años después se mostró con toda su intensidad e importancia”.
Unicidad de Cristo y diversidad de la experiencia religiosa
El texto conciliar sobre las religiones, afirmaba el papa, indica brevemente lo esencial, Se afirma la unicidad de Cristo, es decir, “la realidad del Dios vivo que ha hablado, y es un Dios, es un Dios encarnado, por tanto una Palabra de Dios, que es realmente Palabra de Dios”. A la vez se tiene en cuenta la diversidad de la fe y de la experiencia religiosa: la luz de la razón a partir de la creación, y por tanto la posibilidad de un diálogo y de avanzar en la paz entre todos los hijos de Dios.
Al diálogo con las religiones no cristianas se refirió el papa también en su texto inédito –ya citado– del 2 de agosto de 2012. Al final de ese escrito observaba que el Concilio Vaticano II no desarrolló algo de lo que se ha ido tomando más conciencia después: la referencia a “las formas enfermizas y distorsionadas de religión, que desde el punto de vista histórico y teológico tienen un gran alcance”. Por eso, concluía, la fe cristiana ha sido crítica desde el principio respecto a la religión, tanto hacia el interior como hacia el exterior.
(publicado en www.analisisdigital.com, 6-III-2013)
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