Maestro Dionisi, Crucifixión (1500),
Galería Tretyakov, Moscú
Arropada por los gestos de sencillez y proximidad del papa Francisco, su primera misa en la Capilla Sixtina con los cardenales (14-III-2013) ha dejado un mensaje inequívoco: Jesucristo crucificado guía el camino, sostiene la edificación y constituye el núcleo de la fe que se proclama porque se vive.
El papa lo ha explicado con tres verbos: caminar, edificar, confesar. Son como tres movimientos de nuestra vida.
Caminar y edificar
Primero, caminar a la luz del Señor (cf. Is 2, 5). “Ésta es la primera cosa que Dios ha dicho a Abrahán: Camina en mi presencia y sé irreprochable”. También nuestra vida es un caminar. “Nuestra vida es un camino y cuando nos paramos, algo no funciona”.
Segundo, edificar la Iglesia. La Escritura habla de piedras: “Las piedras son consistentes; pero piedras vivas, piedras ungidas por el Espíritu Santo”.
En esta comparación del Nuevo Testamento, que el papa recoge, las piedras vivas son los cristianos, que con su vida coherente edifican la Iglesia. Aquí se habla de la Iglesia en un sentido profundo y espiritual. Los cristianos forman como un templo espiritual sobre el fundamento de su unión a Cristo. Deben ser sólidos, consistentes, pero su solidez es a la vez lo que les hace vivir por estar unidos a Cristo y por tanto poseer el Espíritu Santo. Es la vida de la gracia o de la amistad con Dios, lejos del pecado. Y las piedras vivas, unidas por el “cemento” de la caridad, todas juntas forman el templo, en el que todo tiene sentido. Esto tiene que ver con esa “gran fraternidad” que pedía para todos Francisco, en sus primeras palabras en la plaza de San Pedro.
De todo eso son
un símbolo las iglesias de piedra, sobre todo las catedrales.
Y de esta manera, sigue el papa, podemos “edificar la Iglesia, la Esposa de Cristo, sobre la piedra angular que es el mismo Señor”.
Confesar o manifestar la fe
Tercero, confesar. El término no se refiere ahora al sacramento de la penitencia o confesión de los pecados; sino a proclamar o manifestar la propia fe. Así dice el papa: “Podemos caminar cuanto queramos, podemos edificar muchas cosas, pero si no confesamos a Jesucristo, algo no funciona”. En efecto: sin hablar de Dios (con la vida y las palabras; cada cristiano según sus dones, ministerios y carismas, condiciones y circunstancias), sin anunciar la fe en Cristo, el Hijo de Dios hecho carne, no existe ni la vida cristiana ni el ministerio de los obispos, ni la predicación de los sacerdotes. “Acabaremos siendo una ONG asistencial, pero no la Iglesia, Esposa del Señor”.
Y continúa Francisco recogiendo los tres movimientos: Caminar: “Cuando no se camina, se está parado”. Edificar: “¿Qué ocurre cuando no se edifica sobre piedras? Sucede lo que ocurre a los niños en la playa cuando construyen castillos de arena. Todo se viene abajo. No es consistente”. Confesar o manifestar la fe: “Cuando no se confiesa a Jesucristo, me viene a la memoria la frase de Léon Bloy: ‘Quien no reza al Señor, reza al diablo’. Cuando no se confiesa a Jesucristo, se confiesa la mundanidad del diablo, la mundanidad del demonio”.
Caminar, edificar-construir, confesar. “Pero –advierte el papa– la cosa no es tan fácil, porque en el caminar, en el construir, en el confesar, a veces hay temblores, existen movimientos que no son precisamente movimientos del camino: son movimientos que nos hacen retroceder”.
Hablemos de la Cruz
Prosigue Francisco su explicación del evangelio de la misa, de modo bien claro. “El mismo Pedro que ha confesado a Jesucristo, le dice: Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo. Te sigo, pero no hablemos de cruz. Esto no tiene nada que ver. Te sigo de otra manera, sin la cruz. Cuando caminamos sin la cruz, cuando edificamos sin la cruz y cuando confesamos un Cristo sin cruz, no somos discípulos del Señor: somos mundanos, somos obispos, sacerdotes, cardenales, papas, pero no discípulos del Señor”.
Y concluye dirigiéndose ante todo a los cardenales: “Quisiera que todos, después de estos días de gracia, tengamos el valor, precisamente el valor, de caminar en presencia del Señor, con la cruz del Señor; de edificar la Iglesia sobre la sangre del Señor, derramada en la cruz; y de confesar la única gloria: Cristo crucificado. Y así la Iglesia avanzará”.
Este ha sido el mensaje de la primera misa de este papa: “Caminar, edificar, confesar a Jesucristo crucificado”.
También cabría
expresar lo mismo con tres palabras que comienzan por la misma letra: fidelidad
(al camino, a la propia vocación), fraternidad (porque ese camino no se hace en
solitario sino en la familia de los hijos de Dios), fecundidad (porque el
apostolado cristiano es dar vida a otros).
Un mensaje, por lo tanto, que nos sirve a todos los cristianos. No hay camino, ni edificación de la propia vida, ni anuncio de la fe cristiana al margen de Cristo. Y por eso la señal del cristiano es la Cruz. La Cruz de Cristo en nuestra vida es lo que hemos de llevar cada día, a corto, medio, largo plazo.
Luz en la Cruz, para cada día
Ante todo, el ponernos ante Dios con lo que nos pide en este momento, para hacer su voluntad y no la nuestra (si es que se opone a la suya); el dedicar el tiempo necesario a la oración, sin la cual nada se sostiene ni edifica; el pedir perdón al Señor (en este sentido la confesión o manifestación de la fe también se traduce en la confesión de los pecados) y pedir perdón también a los demás cuando les hemos ofendido; el esfuerzo por servir a todos, a pesar de nuestras limitaciones; la atención especial a quienes más nos necesitan por cualquier motivo; el vencimiento para sacar adelante nuestras tareas; el sacrificio para renunciar a la propia comodidad; el anuncio, con el ejemplo y con las palabras, de que Jesús vive y espera nuestra colaboración. Y siempre que sea posible poniendo buena cara, sonriendo. La Cruz no se opone a la alegría, porque la Cruz es camino, fundamento y luz para la verdadera vida.
Confesar o manifestar la fe
Tercero, confesar. El término no se refiere ahora al sacramento de la penitencia o confesión de los pecados; sino a proclamar o manifestar la propia fe. Así dice el papa: “Podemos caminar cuanto queramos, podemos edificar muchas cosas, pero si no confesamos a Jesucristo, algo no funciona”. En efecto: sin hablar de Dios (con la vida y las palabras; cada cristiano según sus dones, ministerios y carismas, condiciones y circunstancias), sin anunciar la fe en Cristo, el Hijo de Dios hecho carne, no existe ni la vida cristiana ni el ministerio de los obispos, ni la predicación de los sacerdotes. “Acabaremos siendo una ONG asistencial, pero no la Iglesia, Esposa del Señor”.
Y continúa Francisco recogiendo los tres movimientos: Caminar: “Cuando no se camina, se está parado”. Edificar: “¿Qué ocurre cuando no se edifica sobre piedras? Sucede lo que ocurre a los niños en la playa cuando construyen castillos de arena. Todo se viene abajo. No es consistente”. Confesar o manifestar la fe: “Cuando no se confiesa a Jesucristo, me viene a la memoria la frase de Léon Bloy: ‘Quien no reza al Señor, reza al diablo’. Cuando no se confiesa a Jesucristo, se confiesa la mundanidad del diablo, la mundanidad del demonio”.
Caminar, edificar-construir, confesar. “Pero –advierte el papa– la cosa no es tan fácil, porque en el caminar, en el construir, en el confesar, a veces hay temblores, existen movimientos que no son precisamente movimientos del camino: son movimientos que nos hacen retroceder”.
Hablemos de la Cruz
Prosigue Francisco su explicación del evangelio de la misa, de modo bien claro. “El mismo Pedro que ha confesado a Jesucristo, le dice: Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo. Te sigo, pero no hablemos de cruz. Esto no tiene nada que ver. Te sigo de otra manera, sin la cruz. Cuando caminamos sin la cruz, cuando edificamos sin la cruz y cuando confesamos un Cristo sin cruz, no somos discípulos del Señor: somos mundanos, somos obispos, sacerdotes, cardenales, papas, pero no discípulos del Señor”.
Y concluye dirigiéndose ante todo a los cardenales: “Quisiera que todos, después de estos días de gracia, tengamos el valor, precisamente el valor, de caminar en presencia del Señor, con la cruz del Señor; de edificar la Iglesia sobre la sangre del Señor, derramada en la cruz; y de confesar la única gloria: Cristo crucificado. Y así la Iglesia avanzará”.
Este ha sido el mensaje de la primera misa de este papa: “Caminar, edificar, confesar a Jesucristo crucificado”.
Con otras
palabras, estos tres movimientos corresponden a tres etapas de toda vida
cristiana: vocación (el camino cristiano es siempre una vocación que cada uno
va concretando luego de diversas maneras), fraternidad (pues la caridad es la
“sustancia” de la edificación de la Iglesia) y apostolado (pues también todo
cristiano tiene la misión de evangelizar, de anunciar a Cristo según la propia
condición de cada uno).
Un mensaje, por lo tanto, que nos sirve a todos los cristianos. No hay camino, ni edificación de la propia vida, ni anuncio de la fe cristiana al margen de Cristo. Y por eso la señal del cristiano es la Cruz. La Cruz de Cristo en nuestra vida es lo que hemos de llevar cada día, a corto, medio, largo plazo.
Luz en la Cruz, para cada día
Ante todo, el ponernos ante Dios con lo que nos pide en este momento, para hacer su voluntad y no la nuestra (si es que se opone a la suya); el dedicar el tiempo necesario a la oración, sin la cual nada se sostiene ni edifica; el pedir perdón al Señor (en este sentido la confesión o manifestación de la fe también se traduce en la confesión de los pecados) y pedir perdón también a los demás cuando les hemos ofendido; el esfuerzo por servir a todos, a pesar de nuestras limitaciones; la atención especial a quienes más nos necesitan por cualquier motivo; el vencimiento para sacar adelante nuestras tareas; el sacrificio para renunciar a la propia comodidad; el anuncio, con el ejemplo y con las palabras, de que Jesús vive y espera nuestra colaboración. Y siempre que sea posible poniendo buena cara, sonriendo. La Cruz no se opone a la alegría, porque la Cruz es camino, fundamento y luz para la verdadera vida.
(una primera versión se publicó en www.religionconfidencial.com, el 16_III-2013)
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