El Greco, Jesús curando al ciego (1570s)
Museo Metropolitano de Nueva York
El mensaje del Papa Francisco para la Cuaresma de 2014 tiene
como lema lo que dice San Pablo de Cristo: “Se hizo pobre para enriquecernos
con su pobreza" (cfr. 2 Co 8,9), y es una invitación a la generosidad personal
y comunitaria.
En el texto
explica cómo es el “estilo de Dios” en su amor por nosotros; y propone orientaciones
fundamentales para el testimonio cristiano.
El estilo de Dios
Las
referidas palabras de San Pablo, observa el Papa, nos dicen cuál es el estilo
de Dios: “Dios no se revela mediante
el poder y la riqueza del mundo, sino mediante la debilidad y la pobreza”. E
interpreta Francisco que esto se refiere al misterio de la Encarnación del Hijo
de Dios: “Cristo, el Hijo eterno de Dios, igual al Padre en poder y gloria, se
hizo pobre; descendió en medio de nosotros, se acercó a cada uno de nosotros;
se despojó, se ‘vació’, para ser en todo semejante a nosotros (cfr. Flp 2,7; Hb
4,15)”.
¿Y por qué
hizo esto? “La razón de todo esto –precisa Francisco– es el amor divino, un
amor que es gracia, generosidad, deseo de proximidad, y que no duda en darse y
sacrificarse por las criaturas a las que ama”. Y explica algo de lo que podemos
experimentar nosotros: la caridad, el amor, es compartir en todo la suerte del
amado; el amor nos hace semejantes, crea igualdad, derribando muros y
distancias.
Pues bien, Dios
hizo eso con nosotros. Como señala el Concilio Vaticano II, Jesús “trabajó con
manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, actuó con voluntad de
hombre, amó con corazón de hombre. Nacido de la Virgen María, se hizo
verdaderamente uno de nosotros, en todo semejante a nosotros excepto en el
pecado” (Gaudium et spes, 22).
Por tanto,
apunta el Papa, la finalidad de Jesús al hacerse pobre de esta manera, no es la
pobreza en sí misma, sino “una síntesis de la lógica de Dios, la lógica del
amor, la lógica de la Encarnación y de la Cruz”.
¿En que consiste la pobreza de Cristo?
La gracia de Cristo –su amor gratuito que
nos salva–, señala Francisco, consiste en esto, que quiso hacerse uno de
nosotros, en todo menos en el pecado, precisamente para cargar con el peso de
nuestros pecados. “Ese es el camino que eligió para consolarnos, salvarnos,
liberarnos de nuestra miseria”. Y es sorprendente que Cristo nos haya salvado y
liberado no por medio de su riqueza y su poder divinos, sino de esta manera,
porque su mayor riqueza es su amor por su Padre y por nosotros; eso es lo que
nos ha dado a compartir, esa es la gracia maravillosa que nos ofrece.
¿En qué
consiste entonces esta pobreza de Cristo?, se pregunta de nuevo el Papa, y
responde: sobre todo consiste en este modo de amarnos, de estar cerca de
nosotros, como buen samaritano (cfr. Lc 10,25ss). “Lo que nos da verdadera
libertad, verdadera salvación y verdadera felicidad es su amor lleno de
compasión, de ternura, que quiere compartir con nosotros”.
Con otras
palabras: “La pobreza de Cristo, que nos enriquece, consiste en que se hizo
carne, cargó con nuestras debilidades y nuestros pecados, comunicándonos la
misericordia infinita de Dios”. Y así Jesús nos invita “a compartir con Él su
espíritu filial y fraterno, a convertirnos en hijos en el Hijo, hermanos en el
Hermano Primogénito (cfr. Rm 8,29)”.
Desde ahí
concluye Francisco este primer punto: “Se ha dicho que la única verdadera
tristeza es no ser santos (L. Bloy); podríamos decir también que hay una única
verdadera miseria: no vivir como hijos de Dios y hermanos de Cristo”.
Llamados a buscar a los pobres y a los pecadores
Pasando
a nuestra situación escribe el Papa: cabría pensar que esa fue la pobreza de
Cristo, pero ahora nosotros hemos de
hacerlo con medios humanos. Y no es así, porque “Dios sigue salvando a los
hombres y salvando al mundo mediante la pobreza de Cristo, que se hace pobre en
los Sacramentos, en la Palabra y en su Iglesia, que es un pueblo de pobres”. “La
riqueza de Dios –agrega– no puede pasar a través de nuestra riqueza, sino
siempre y solamente a través de nuestra pobreza, personal y comunitaria, animada
por el Espíritu de Cristo”. ¿Cómo hacer esto?
Los
cristianos, propone Francisco, estamos llamados a aliviar la miseria –pobreza
sin confianza, sin solidaridad y sin esperanza– de nuestros hermanos. Y
distingue tres tipos de miseria:
a) La miseria material, que habitualmente
llamamos pobreza y afecta a los que viven en condiciones indignas de la persona
humana. En los pobres y necesitados vemos a Cristo y en ellos le amamos y
servimos, procurando además combatir las causas de la miseria. Y detalla: “Cuando
el poder, el lujo y el dinero se convierten en ídolos, se anteponen a la
exigencia de una distribución justa de las riquezas”. “Por tanto –deduce–, es
necesario que las conciencias se conviertan a la justicia, a la igualdad, a la
sobriedad y al compartir”.
b) La miseria moral, “que consiste en
convertirse en esclavos del vicio y del pecado”; y esto incluye la esclavitud
de las drogas, el alcohol, el juego o la pornografía. Muchas personas han
llegado a vivir esta miseria “por condiciones sociales injustas, por falta de
un trabajo, lo que les priva de la dignidad que da llevar el pan a casa, por
falta de igualdad respecto de los derechos
a la educación y la salud”.
c) La miseria espiritual que suele asociarse a
la anterior, “nos llega cuando nos alejamos de Dios y rechazamos su amor”. Pero
esto nos aboca al fracaso, porque solamente en Dios está la verdadera salvación
y la liberación. “En cada ambiente –nos recuerda el Papa– el cristiano está
llamado a llevar el anuncio liberador de que existe el perdón del mal cometido,
que Dios es más grande que nuestro pecado y nos ama gratuitamente siempre, y
que estamos hechos para la comunión y la vida eterna”.
Por tanto
estamos a llamados a anunciar esta alegría de la salvación traída por Cristo,
para dar esperanza a tantos que están sumidos en el vacío. “Se trata –propone
Francisco– de seguir e imitar a Jesús, que fue en busca de los pobres y los
pecadores como el pastor con la oveja perdida, y lo hizo lleno de amor. Unidos
a Él, podemos abrir con valentía nuevos caminos de evangelización y promoción
humana”.
Testimoniar la misericordia
En suma, esta
es la manera de actuar de los cristianos, con el mismo “estilo de Dios”, imitando a Cristo y unidos a Él,
configurados con Él. Así, sobre la base de la Palabra de Dios y de los
sacramentos, Cristo sigue haciéndose pobre también a través de los cristianos.
La condición es que encuentre “a toda la Iglesia dispuesta y solícita a la hora
de dar testimonio, a cuantos viven en la miseria material, moral y espiritual,
del mensaje evangélico, que se resume en el anuncio del amor del Padre
misericordioso, dispuesto a abrazar en Cristo a cada persona”. Cabría añadir:
no se trata de no contar con los medios humanos en absoluto –Cristo también los
empleó–, sino de no aferrarnos a ellos como “medio de salvación” para nosotros
o para otros; pues lo único que salva es acoger y participar el amor de Dios.
Todo ello,
particularmente en Cuaresma, tiene manifestaciones bien patentes: “Nos vendrá
bien preguntarnos de qué nos podemos privar para ayudar y enriquecer a otros
con nuestra pobreza. No olvidemos que la verdadera pobreza duele: no sería
válido un desprendimiento sin esa dimensión penitencial. Desconfío de la
limosna que no cuesta y no duele”. La misericordia es el estilo de Dios y, por
tanto, también del Espíritu Santo en nosotros.
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