jueves, 27 de febrero de 2014

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La misericordia, estilo de Dios

El Greco, Jesús curando al ciego (1570s)
Museo Metropolitano de Nueva York 

El mensaje del Papa Francisco para la Cuaresma de 2014 tiene como lema lo que dice San Pablo de Cristo: “Se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza" (cfr. 2 Co 8,9), y es una invitación a la generosidad personal y comunitaria.

            En el texto explica cómo es el “estilo de Dios” en su amor por nosotros; y propone orientaciones fundamentales para el testimonio cristiano.


El estilo de Dios

            Las referidas palabras de San Pablo, observa el Papa, nos dicen cuál es el estilo de Dios: Dios no se revela mediante el poder y la riqueza del mundo, sino mediante la debilidad y la pobreza”. E interpreta Francisco que esto se refiere al misterio de la Encarnación del Hijo de Dios: “Cristo, el Hijo eterno de Dios, igual al Padre en poder y gloria, se hizo pobre; descendió en medio de nosotros, se acercó a cada uno de nosotros; se despojó, se ‘vació’, para ser en todo semejante a nosotros (cfr. Flp 2,7; Hb 4,15)”.

            ¿Y por qué hizo esto? “La razón de todo esto –precisa Francisco– es el amor divino, un amor que es gracia, generosidad, deseo de proximidad, y que no duda en darse y sacrificarse por las criaturas a las que ama”. Y explica algo de lo que podemos experimentar nosotros: la caridad, el amor, es compartir en todo la suerte del amado; el amor nos hace semejantes, crea igualdad, derribando muros y distancias.

            Pues bien, Dios hizo eso con nosotros. Como señala el Concilio Vaticano II, Jesús “trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, actuó con voluntad de hombre, amó con corazón de hombre. Nacido de la Virgen María, se hizo verdaderamente uno de nosotros, en todo semejante a nosotros excepto en el pecado” (Gaudium et spes, 22).

            Por tanto, apunta el Papa, la finalidad de Jesús al hacerse pobre de esta manera, no es la pobreza en sí misma, sino “una síntesis de la lógica de Dios, la lógica del amor, la lógica de la Encarnación y de la Cruz”.


¿En que consiste la pobreza de Cristo?

            La gracia de Cristo –su amor gratuito que nos salva–, señala Francisco, consiste en esto, que quiso hacerse uno de nosotros, en todo menos en el pecado, precisamente para cargar con el peso de nuestros pecados. “Ese es el camino que eligió para consolarnos, salvarnos, liberarnos de nuestra miseria”. Y es sorprendente que Cristo nos haya salvado y liberado no por medio de su riqueza y su poder divinos, sino de esta manera, porque su mayor riqueza es su amor por su Padre y por nosotros; eso es lo que nos ha dado a compartir, esa es la gracia maravillosa que nos ofrece.

            ¿En qué consiste entonces esta pobreza de Cristo?, se pregunta de nuevo el Papa, y responde: sobre todo consiste en este modo de amarnos, de estar cerca de nosotros, como buen samaritano (cfr. Lc 10,25ss). “Lo que nos da verdadera libertad, verdadera salvación y verdadera felicidad es su amor lleno de compasión, de ternura, que quiere compartir con nosotros”.

            Con otras palabras: “La pobreza de Cristo, que nos enriquece, consiste en que se hizo carne, cargó con nuestras debilidades y nuestros pecados, comunicándonos la misericordia infinita de Dios”. Y así Jesús nos invita “a compartir con Él su espíritu filial y fraterno, a convertirnos en hijos en el Hijo, hermanos en el Hermano Primogénito (cfr. Rm 8,29)”.

            Desde ahí concluye Francisco este primer punto: “Se ha dicho que la única verdadera tristeza es no ser santos (L. Bloy); podríamos decir también que hay una única verdadera miseria: no vivir como hijos de Dios y hermanos de Cristo”.


Llamados a buscar a los pobres y a los pecadores

            Pasando a nuestra situación escribe el Papa: cabría pensar que esa fue la pobreza de Cristo, pero ahora nosotros hemos de hacerlo con medios humanos. Y no es así, porque “Dios sigue salvando a los hombres y salvando al mundo mediante la pobreza de Cristo, que se hace pobre en los Sacramentos, en la Palabra y en su Iglesia, que es un pueblo de pobres”. “La riqueza de Dios –agrega– no puede pasar a través de nuestra riqueza, sino siempre y solamente a través de nuestra pobreza, personal y comunitaria, animada por el Espíritu de Cristo”. ¿Cómo hacer esto?

            Los cristianos, propone Francisco, estamos llamados a aliviar la miseria –pobreza sin confianza, sin solidaridad y sin esperanza– de nuestros hermanos. Y distingue tres tipos de miseria:

            a) La miseria material, que habitualmente llamamos pobreza y afecta a los que viven en condiciones indignas de la persona humana. En los pobres y necesitados vemos a Cristo y en ellos le amamos y servimos, procurando además combatir las causas de la miseria. Y detalla: “Cuando el poder, el lujo y el dinero se convierten en ídolos, se anteponen a la exigencia de una distribución justa de las riquezas”. “Por tanto –deduce–, es necesario que las conciencias se conviertan a la justicia, a la igualdad, a la sobriedad y al compartir”.

            b) La miseria moral, “que consiste en convertirse en esclavos del vicio y del pecado”; y esto incluye la esclavitud de las drogas, el alcohol, el juego o la pornografía. Muchas personas han llegado a vivir esta miseria “por condiciones sociales injustas, por falta de un trabajo, lo que les priva de la dignidad que da llevar el pan a casa, por falta de igualdad respecto de  los derechos a la educación y la salud”.  

            c) La miseria espiritual que suele asociarse a la anterior, “nos llega cuando nos alejamos de Dios y rechazamos su amor”. Pero esto nos aboca al fracaso, porque solamente en Dios está la verdadera salvación y la liberación. “En cada ambiente –nos recuerda el Papa– el cristiano está llamado a llevar el anuncio liberador de que existe el perdón del mal cometido, que Dios es más grande que nuestro pecado y nos ama gratuitamente siempre, y que estamos hechos para la comunión y la vida eterna”.

            Por tanto estamos a llamados a anunciar esta alegría de la salvación traída por Cristo, para dar esperanza a tantos que están sumidos en el vacío. “Se trata –propone Francisco– de seguir e imitar a Jesús, que fue en busca de los pobres y los pecadores como el pastor con la oveja perdida, y lo hizo lleno de amor. Unidos a Él, podemos abrir con valentía nuevos caminos de evangelización y promoción humana”.


Testimoniar la misericordia

            En suma, esta es la manera de actuar de los cristianos, con el mismo “estilo de  Dios”, imitando a Cristo y unidos a Él, configurados con Él. Así, sobre la base de la Palabra de Dios y de los sacramentos, Cristo sigue haciéndose pobre también a través de los cristianos. La condición es que encuentre “a toda la Iglesia dispuesta y solícita a la hora de dar testimonio, a cuantos viven en la miseria material, moral y espiritual, del mensaje evangélico, que se resume en el anuncio del amor del Padre misericordioso, dispuesto a abrazar en Cristo a cada persona”. Cabría añadir: no se trata de no contar con los medios humanos en absoluto –Cristo también los empleó–, sino de no aferrarnos a ellos como “medio de salvación” para nosotros o para otros; pues lo único que salva es acoger y participar el amor de Dios.

            Todo ello, particularmente en Cuaresma, tiene manifestaciones bien patentes: “Nos vendrá bien preguntarnos de qué nos podemos privar para ayudar y enriquecer a otros con nuestra pobreza. No olvidemos que la verdadera pobreza duele: no sería válido un desprendimiento sin esa dimensión penitencial. Desconfío de la limosna que no cuesta y no duele”. La misericordia es el estilo de Dios y, por tanto, también del Espíritu Santo en nosotros.





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