I. Introducción
La encíclica presenta la fraternidad como don y tarea. Don de Dios. Tarea a la que todos los hombres están llamados (hay una vocación universal a la fraternidad), aunque no lo sepan. Pero algo les dice por todas partes que el mundo solo puede funcionar con la fraternidad, con “este don que es el encuentro con la humanidad más allá del propio grupo” (n. 90). La fraternidad universal no se opone a la amistad a nivel personal, con tal que la amistad se abra realmente a la fraternidad universal.
En una encíclica no hay por qué esperar “novedades” en el sentido sensacionalista. En este caso, además. el Papa afirma que recoge sustancialmente lo que ha dicho en ocasiones anteriores. Menos aún serían de esperar “novedades” en el ámbito teológico si se tiene un concepto demasiado estrecho de lo que es o no es teología (en relación exclusivamente con pronunciamientos dogmáticos o con principios morales fundamentales).
Una encíclica tiene como objetivo orientar la vida, el pensamiento y la acción de los cristianos y en ese sentido con frecuencia aporta nuevas perspectivas o profundiza en las anteriores, incluso para la teología. En este caso, y como es lógico porque entra en la misión de la Iglesia en cuanto marco de la doctrina social de la Iglesia, Francisco siente el deber de orientar los verdaderos valores éticos y la conducta de las personas; también la de los no cristianos e incluso de los no creyentes, de todas las personas de buena voluntad. Por eso el Papa, que afirma haber sido inspirado especialmente por san Francisco de Asís, declara haber sido estimulado o motivado también por otras muchas personas, incluyendo no cristianos.
De ahí que una gran parte del contenido y el lenguaje mismo del documento se presente de un modo abierto, desde los intereses y los problemas de todos, y con lenguaje que todos puedan comprender. Se apoya sobre la común dignidad humana y el presupuesto de que todos somos hijos del mismo Dios, padre y creador, y por eso hermanos y hermanas. Y esto, si se toma en serio, realmente constituye un principio “revolucionario” para el orden ético-social y jurídico. Al mismo tiempo, Francisco anuncia a Cristo y propone la fe cristiana como oferta de salvación para las personas y el mundo, a la luz de la parábola del Señor sobre el buen samaritano.
“Para nosotros, ese manantial de dignidad humana y de fraternidad está en el Evangelio de Jesucristo. De él surge, para el pensamiento cristiano y para la acción de la Iglesia, el primado que se da a la relación, al encuentro con el misterio sagrado del otro, a la comunión universal con la humanidad entera como vocación de todos” (n. 273).
“Encíclica social” no quiere decir que solamente trate de lo social y no de lo personal (es un binomio inseparable), o que se sitúe en una mera perspectiva humana o sociológica; sino que tiene especialmente en cuenta esas dimensiones. Critica lo que ni siquiera es humano y propone soluciones cuyo fundamento primero es antropológico y ético. A la vez, esas soluciones encuentran una plenitud en la fe cristiana realmente vivida.
II. Cuestiones de método y perspectiva
El método es el discernimiento, propio de la teología práctica. No requiere solo de principios generales, aunque también los hay, como referencias a la fe o a normas morales objetivas y criterios pastorales (de razón y de fe); sino que también hay que tener en cuenta la situación concreta, la realidad de las personas y de la sociedad.
Esto implica la perspectiva ética: no solo la cristiana sino la de todas las personas sean creyentes o no. En diálogo con la ética y desde su fe y convicciones cristianas, Francisco subraya la responsabilidad que todos, ya como hombres y mujeres, tienen hacia los demás. Propone no solo una “Iglesia en salida” sino una "humanidad en salida" "postcovid", porque la pandemia ha puesto más de relieve los problemas sociales en todos los planos.
De este modo elabora una propuesta moral o social de valor general, como es característico de la doctrina social de la Iglesia. En este caso es un propuesta vigorosa, desafiante y arriesgada, pues se “lanza al ruedo”, sabiendo que algunos no estarán de acuerdo en ciertas cosas, pero tratando de ayudar para el bien común, puesto que la misión evangelizadora de la Iglesia va asociada a la promoción humana.
“La Iglesia –señala el Papa citando a Benedicto XVI– ‘tiene un papel público que no se agota en sus actividades de asistencia y educación’ sino que procura ‘la promoción del hombre y la fraternidad universal’ (Enc. Caritas in veritate, 11). La Iglesia –continúa Francisco– “no pretende disputar poderes terrenos, sino ofrecerse como un hogar entre los hogares —esto es la Iglesia—, abierto (...) para testimoniar al mundo actual la fe, la esperanza y el amor al Señor y a aquellos que Él ama con predilección” (Fratelli tutti, n. 276).
Por consiguiente, la perspectiva ética debe complementarse e iluminarse desde una perspectiva teológico-pastoral. Porque la doctrina social de la Iglesia es un aspecto de la fe y de la evangelización. Por tanto, se trata también de una perspectiva teológica. La teología es “fe que busca entender”; pero fe viva, no puramente teórica ni tampoco fideísta; y requiere una razón plenamente humana, no meramente instrumental, pero tampoco racionalista. Por estos motivos la encíclica no se puede leer solamente ni principalmente desde las ciencias sociales, si bien propone orientaciones para asumir datos de las ciencias sociales.
Como corresponde al género “encíclica”, el texto es una carta pastoral del Papa. Pertenece, pues, a su magisterio ordinario, al que se le debe al menos un religioso asentimiento como al magisterio de los obispos. Más en este caso, por ser el obispo de Roma, sucesor de Pedro y padre común de los fieles católicos, cuyo ministerio está al servicio de la unidad de la fe y de la comunión eclesial. Este asentimiento tendrá una intensidad diversificada, según las cuestiones tratadas y el tono en que se expresan. Junto con verdades de la fe definidas, o normas morales determinadas por la Iglesia, se recogen otras cuestiones de fe común y otras próximas a la revelación cristiana o consecuencias suyas. Algunas pueden considerarse en desarrollo dinámico: primacía del destino universal de los bienes, juicio moral sobre la pena de muerte, la cadena perpetua y la guerra, etc.
Conviene tener en cuenta también el planteamiento intelectual del Papa, concretamente su perspectiva de las “polaridades” o “contrastes” de que consta la realidad, y que más bien han de verse como dimensiones que hay que considerar: identidad personal-diálogo con los demás, dimensión personal-dimensión social, dimensión local-dimensión universal, etc. Esas dimensiones se entienden con referencia a un nivel superior o más profundo (el nivel del diálogo entre la razón y la fe), de donde reciben luz e impulso sin anular su mutua tensión, de una manera viva y dinámica, y casi nunca en el “justo medio” matemáticamente entendido. Como sucede con la corriente eléctrica, solo en la dinámica tensión entre los polos se vive y se comprende la realidad, y, si se suprime uno de ellos, se hace imposible tanto comprender como actuar adecuadamente.
La polaridad más importante en este caso es el binomio constituido por la persona y la sociedad. Su referencia mutua se expresa en el subtítulo de la encíclica: Fratelli tutti: ”sobre la fraternidad y la amistad social”. En el mismo documento se explica: “la fraternidad universal y la amistad social dentro de cada sociedad son dos polos inseparables y coesenciales. Separarlos lleva a una deformación y a una polarización dañina” (n. 142).
Es decir: 1) "fraternidad” (y no solo sociedad o solidaridad), basada en una dimensión transcendente, como garantía de la dignidad humana que es valor absoluto y universal, previo a las decisiones y actuaciones humanas; 2) “amistad social” (y no solo amistad, que podría hacer referencia sin más a la relación entre dos personas o a un círculo más bien estrecho); se trata de una amistad que ha de abrirse a todos, como manifestación y camino de fraternidad universal.
No se trata solo de que la amistad entre las personas “no esté cerrada” a la fraternidad universal, sino de que se abra positivamente a esa fraternidad, y de que la sociedad lo promueva y lo haga realmente factible. Pues el horizonte y el modelo de toda amistad está en esa comunión de todas las personas (con Dios y entre sí), por muy difícil o utópica que parezca.
En este sentido se puede decir que un amor completo (atención) no es el amor personal de alguien hacia otro sin más, sino el amor que se abre a la comunión universal de las personas; y esto, que hoy conviene subrayar por la tendencia fuertemente individualista de nuestra cultura, lo anuncia y lo hace posible de una manera plena el mensaje cristiano. El motivo es que, según la fe cristiana, el origen y la fuente viva y constante, el modelo y el ejemplo, y también la meta y la finalidad de todo amor es el amor que existe entre las personas de la Trinidad, del Dios uno y trino. Ese amor que Cristo nos revela y nos comunica, llamándonos a participar de la misma vida divina como hijos de Dios en Cristo por el Espíritu Santo.
III. Sobre los contenidos y propuestas
La dinámica de esa polaridad o binomio fraternidad-amistad, se va desplegando en los sucesivos capítulos. Se recorren, como cámara de cine en modo travelling, las etapas del discernimiento teológico-práctico, moral y pastoral, propio de la doctrina social: análisis y valoración, proyectos y propuestas de verificación.
Las sombras del individualismo obstaculizan la claridad (capítulo 1), pero no pueden destruir la luz que proviene de la llamada al amor (2, sobre el buen samaritano). El horizonte sigue abierto (3), pero requiere la apertura del corazón (4, aquí se puede ver el centro del texto); también la buena política, entendida en relación con una nueva economía, como alta tarea de servicio (5); la búsqueda de la verdad a través del diálogo y de la amistad (6), los caminos de reencuentro (7) y la ayuda de las religiones (8).
Se hacen propuestas concretas, teniendo en cuenta las polaridades (las posiciones en las diversas cuestiones y sus correspondientes opuestos), e indicando orientaciones para avanzar (como propuestas del Papa para la reflexión y la acción).
– Ante el individualismo, propone la apertura a la amistad y el compromiso de solidaridad, la defensa de la inalienable dignidad humana mediante la “indignación” frente la cultura del descarte, y la llamada a pensar y actuar conjuntamente, a nivel mundial (atendiendo a la vez a la responsabilidad personal, fomentada mediante la educación, y a la reforma de las estructuras sociales, ya que la interconexión de las cuestiones hace que los problemas no tengan soluciones parciales).
–Favorece el uso inteligente de las tecnologías digitales, con una buena formación y defendiendo especialmente a los más frágiles, evitando la manipulación y la violencia.
– Impulsa, como lo ha hecho continuamente Francisco, la acogida de los migrantes, en un marco de un proyecto más amplio global y matizado.
–Promueve el cuidado de la tierra para todos, también para los pobres, en el contexto de una nueva economía enfocada realmente al bien común, y subrayando la necesidad de una conversión ecológica.
–En nombre de una esforzada cultura de la vida, desea la abolición de la pena de muerte; rechaza la cadena perpetua (porque toda persona tiene el derecho a una segunda oportunidad y a la posibilidad del perdón); dice “nunca más la guerra”, como principio orientador (en una profundización doctrinal que avanza teniendo en cuenta las circunstancias actuales).
–Señala el problema de la absolutización de la propiedad privada (porque hay una primacía del destino universal de los bienes); y promueve la cultura de la apertura y del encuentro, tanto a nivel personal como a nivel de países y continentes.
–Igualmente, propone la aceptación de la referencia a Dios en la vida pública y también, por tanto, de la libertad religiosa, siempre de acuerdo con la dignidad humana y en contra de la violencia (Esto supone la aceptación de los cristianos como ciudadanos a título pleno, y no solo como minorías más o menos protegidas en algunos países musulmanes); valora el testimonio y la ayuda de las distintas religiones: “a partir de la valoración de cada persona humana como criatura llamada a ser hijo o hija de Dios, ofrecen un aporte valioso para la construcción de la fraternidad y para la defensa de la justicia en la sociedad” (n. 271).
Para concluír, cabe señalar que, ante los análisis y propuestas de la encíclica, podrán y deberán debatirse las prioridades y los medios. Pero no se pueden desatender ni ocultar los problemas. Ni dejar que los resuelva el mero interés particular o la tentación de la comodidad, camino fácil por parte de quien quizá tiene sus necesidades suficientemente resueltas. Ni tampoco se puede cambiar la realidad, ni los fines que corresponden tanto a la sociedad como a la persona: el desarrollo integral, el bien común, el verdadero progreso humano.
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(*) Este texto, un poco retocado, corresponde a la intervención del autor de este blog en la mesa redonda que, con motivo de la publicación de la encíclica Fratelli tutti, tuvo lugar en la Facultad de Teología de la Universidad de Navarra, el 23 de octubre de 2020.
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