lunes, 5 de julio de 2021

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Sobre la amistad social

 
 
La intención del Papa Francisco para el apostolado de la oración, en este mes de julio, es la amistad social.

Se trata de una realidad expresada en su encíclica Fratelli tutti (3-X-2020). Forma binomio con la fraternidad universal. Tiene su raíz principal en el amor o la caridad. Y de ella se deducen consecuencias bien concretas, en relación con la doctrina social, objeto de la encíclica.


Esencialmente vinculada a la fraternidad universal

La “amistad social” hace su entrada al explicar el contenido esencial del documento, dedicado precisamente “a la fraternidad y a la amistad social” (n. 2), inspirado el mensaje de san Francisco de Asís: “Porque san Francisco, que se sentía hermano del sol, del mar y del viento, se sabía todavía más unido a los que eran de su propia carne. Sembró paz por todas partes y caminó cerca de los pobres, de los abandonados, de los enfermos, de los descartados, de los últimos” (Ibid.). Esto significa que la expresión amistad social no remite simplemente a un concepto que podría parecer paradójico, pues la amistad en principio no suele tenerse con la sociedad sino con algunas personas muy concretas; por lo que esa actitud, si es amistad no sería social, y si es social no sería amistad. Es algo más concreto que, primero, se relaciona estrechamente con la fraternidad (universal), que conduce a una siembra (también universal) de paz y, al mismo tiempo, a una cercanía especialmente con los más pobres y necesitados.

En segundo lugar, el Papa señala que las cuestiones implicadas en este binomio fraternidad-amistad social “han estado siempre entre mis preocupaciones” y a ellas se ha referido reiteradas veces. Lo hace ahora una vez más inspirado en la fraternidad con el patriarca ortodoxo (de Constantinopla) Bartolomé y estimulado por la amistad del gran imán Ahmad Al-Tayyeb, con el que se encontró en Abu Dabi (juntos firmaron un importante documento sobre el cuidado de la creación). Tenemos, pues, un dato más en cuanto al contenido de la amistad social: sus implicaciones respecto al cuidado de la creación.

La tercera alusión a la amistad social, siempre unida a la fraternidad universal, es para manifestar su deseo de que esta propuesta suya “no se quede en las palabras” (n. 6). Siendo una encíclica social, se abre desde el mensaje cristiano a todas las personas de buena voluntad. Y tiene en cuenta las problemáticas abiertas por la pandemia del Covid-19 precisamente para insistir en lo fundamental: “Soñemos como una única humanidad, como caminantes de la misma carne humana, como hijos de esta misma tierra que nos cobija a todos, cada uno con la riqueza de su fe o de sus convicciones, cada uno con su propia voz, todos hermanos” (n. 8). En efecto, la raíz común es la fraternidad que nos une desde la fe y/o desde la convicción de pertenecer a una misma humanidad y ser cobijados por una misma tierra. 
 

La caridad: amor personal con obras

En el capítulo tercero (“Pensar y gestar un mundo abierto”) se detiene Francisco para explicar en qué consiste precisamente el amor, la caridad. Dice que implica entonces algo más que una serie de acciones benéficas. Que supone “acciones (que) brotan de una unión que inclina más y más hacia el otro considerándolo valioso, digno, grato y bello, más allá de las apariencias físicas o morales” (n. 94). Es decir, la caridad consiste en amar al otro por ser quien es, y eso nos mueve a buscar lo mejor para su vida. Pues bien, afirma: “Sólo en el cultivo de esta forma de relacionarnos haremos posibles la amistad social que no excluye a nadie y la fraternidad abierta a todos” (Ib.). Aquí se nota la confluencia de los dos términos del binomio amistad social y fraternidad (universal): confluyen en el amor personal y verdadero. En los puntos siguientes, el Papa explica que ese amor (de amistad) pide una creciente apertura a la comunión universal, para que se cumplan las palabras de Jesús a sus discípulos y a la gente: “Todos vosotros sois hermanos” (Mt 23, 8).

Poco más adelante en el mismo capítulo explica Francisco las “comprensiones inadecuadas de un amor universal”. Y ahí insiste en “la amistad social en cada ciudad o en cada país” (n. 99) como base para una verdadera apertura universal. Esta se distingue tanto de un “falso universalismo” (de quien desprecia a su pueblo); de un “universalismo autoritario y abstracto” (una globalización que pretendiera la uniformidad de las tradiciones y de los pueblos, y anular la diversidad de las personas); de un simple “mundo de socios” que se encerrasen, por sus intereses, en una identidad autoprotectora y autorreferencial, donde la palabra “prójimo” pierde ya todo su significado. El individualismo radical, escribe el Papa, “es el virus más difícil de vencer” (n. 105).

También en ese capítulo insiste en el valor de cada persona, siempre y en cualquier circunstancia, como “reconocimiento básico, esencial para caminar hacia la amistad social y la fraternidad universal” (n. 106). Pues “todo ser humano tiene derecho a vivir con dignidad y a desarrollarse integralmente” (n. 107). Este principio, observa, se observa con frecuencia solo parcialmente. Hay sociedades que, regidas simplemente por los principios de la libertad del mercado y de la eficiencia, se limitan a ofrecer posibilidades para todos, pero sin apoyar a los más frágiles. Si los derechos individuales no están ordenados al bien común y la solidaridad, la fraternidad no pasará de ser una utopía romántica.


Globalización y localización, política y diálogo 
al servicio de los últimos

En el capítulo siguiente (“Un corazón abierto al mundo entero) reaparece la expresión “amistad social” de nuevo junto con la fraternidad universal, como “dos polos inseparables y coesenciales” (n. 142), para explicar que es necesario compaginar lo universal con lo local, entre la globalización y la localización. Así se evita tanto un universalismo abstracto y globalizante como un localismo cerrado.

La encíclica apunta que, en la perspectiva del binomio fraternidad universal- amistad social, se ha de situar “la mejor política puesta al servicio del verdadero bien común” (n. 154). Se necesita un “amor político”. Así, “reconocer a cada ser humano como un hermano o una hermana y buscar una amistad social que integre a todos” (n. 180) no serán meras utopías.

En el capítulo sexto la amistad social se incorpora al título mismo: diálogo y amistad social. El contenido se desgrana en la exposición del diálogo social para construir en común, sobre el fundamento de los consensos, el respeto a la verdad y a la dignidad personal, el esfuerzo por una nueva cultura del encuentro, que posibilite reconocer al otro y recuperar la amabilidad (más allá de un individualismo consumista).

Procurar la amistad social, observa además Francisco, “no implica solamente el acercamiento entre grupos sociales distanciados a partir de algún período conflictivo de la historia, sino también la búsqueda de un reencuentro con los sectores más empobrecidos y vulnerables”. En efecto, y este es el principio, ya señalado, del vínculo entre la amistad social y la cercanía y el aprecio por los últimos, en el camino hacia el desarrollo humano integral.

Entre los caminos para ese reencuentro (capítulo séptimo) está “un principio que es indispensable para construir la amistad social: la unidad es superior al conflicto” (n. 245; Evangelii gaudium, 113). Así es: buscar la unidad es el modo de superar las polaridades y sobrepasar los meros intereses particulares.


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En un video difundido por el apostolado de la oración sobre la intención del Papa de este mes, Francisco propone a todos “ir más allá de los grupos de amigos y construir la amistad social tan necesaria para la buena convivencia”. Pide reencontrarse especialmente “con los más pobres y vulnerables. Los que están en las periferias”. Reclama alejarse “de los populismos que explotan la angustia del pueblo sin dar soluciones proponiendo una mística que no resuelve nada”. Esto debe llevar a “huir de la enemistad social que solo destruye y salir de la ‘polarización’”.

Reconoce que esto no es fácil “cuando una parte de la política, la sociedad y los medios se empeñan en crear enemigos para derrotarlos en un juego de poder”. “El diálogo –señala– es el camino para mirar la realidad de una manera nueva, para vivir con pasión los desafíos de la construcción del bien común”. Y concluye pidiendo: “Recemos para que, en situaciones sociales, económicas, políticas, conflictivas seamos arquitectos de diálogo, arquitectos de amistad, valientes y apasionados, hombres y mujeres que siempre tiendan la mano y que no queden espacios de enemistad y de guerra”

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